Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 169-178, día 215

Jeremías declaró que deberían cargar con el yugo de servidumbre durante setenta años y que los cautivos que ya estaban en manos del rey de Babilonia, así como los vasos del templo que habían sido llevados, también deberían permanecer en Babilonia hasta que se agotara el tiempo establecido. Al final de los setenta años Dios los libraría de su cautiverio y castigaría a sus opresores sometiendo, a su vez, al rey de Babilonia a los reyes de otras naciones.

Las naciones nombradas enviaron embajadores al rey de Judá para tratar el asunto de presentar batalla al rey de Babilonia. Sin embargo, el profeta de Dios, cargando los símbolos de sujeción, dio el mensaje del Señor a esas naciones y les ordenó que lo llevaran a sus respectivos reyes. Era el castigo más liviano que el Dios de misericordia podía infligir a su pueblo rebelde; pero si se oponían a ese decreto de servidumbre conocerían todo el rigor de su castigo. Recibieron la fiel advertencia de no escuchar a los falsos maestros que profetizan mentiras.

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El desconcierto del concejo de naciones sobrepasó todos los límites cuando Jeremías, que llevaba el yugo de sujeción alrededor del cuello, les hizo conocer la voluntad de Dios. Pero Hananías, uno de los falsos profetas contra los cuales había advertido a su pueblo por medio de Jeremías, levantó la voz y se opuso a la profecía declarada. Con el deseo de ganarse el favor del rey y de su corte, afirmó que Dios le había dado palabras de aliento para los judíos. Dijo: “‘Dentro de dos años haré volver a este lugar todos los utensilios de la casa de Jehová, que Nabucodonosor tomó de este lugar para llevarlos a Babilonia, y yo haré volver a este lugar a Jeconías hijo de Joacim, rey de Judá, y a todos los transportados de Judá que entraron en Babilonia’, dice Jehová; ‘porque yo quebrantaré el yugo del rey de Babilonia’”. Jeremías 28:3-4.

Jeremías, en presencia de todos los sacerdotes y del pueblo, dijo que el deseo más sincero de su corazón era que Dios trajera los utensilios del templo y a los cautivos de regreso de Babilonia; pero eso sólo sucedería con la condición de que el pueblo se arrepintiera y, abandonando el camino del mal, regresara a la senda de obediencia a la ley de Dios. Jeremías amaba a su pueblo y deseaba ardientemente que la humillación del pueblo evitara la desolación predicha. Sin embargo, sabía que el deseo era vano. Tenía la esperanza de que el castigo de Israel sería tan suave como fuera posible y por eso urgía honestamente a sus conciudadanos a someterse al rey de Babilonia durante el tiempo que el Señor había especificado.

Les urgió a escuchar sus palabras. Les citó las profecías de Oseas, Habacuc, Sofonías y otros cuyos mensajes de reprobación y advertencia eran similares al suyo. Les recordó acontecimientos de su historia que habían sido el cumplimiento de profecías de retribución por pecados de los que no se habían arrepentido. En algunas ocasiones, como sucedió en este caso, los hombres se habían levantado contra el mensaje de Dios y habían predicho paz y prosperidad para apaciguar los temores del pueblo y ganarse el favor de los gobernantes. Pero en todos y cada uno de los ejemplos del pasado el juicio de Dios había visitado a Israel tal como indicaron los verdaderos profetas. Jeremías dijo: “El profeta que profetiza de paz, cuando se cumpla la palabra del profeta, será conocido como el profeta que Jehová en verdad envió”. Jeremías 28:9. Si Israel escogía correr el riesgo, los acontecimientos futuros decidirían cuál de ellos era el falso profeta.

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Hananías, que había montado en cólera, tomó el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió. “Y habló Hananías en presencia de todo el pueblo, diciendo: ‘Así ha dicho Jehová: ‘De esta manera romperé el yugo de Nabucodonosor rey de Babilonia, del cuello de todas las naciones, dentro de dos años”. Y siguió Jeremías su camino”. Jeremías 28:11. Había cumplido con su parte; había advertido al pueblo del peligro que corría; había indicado la única vía para poder recuperar el favor de Dios. Pero aunque su único delito fue referir fielmente el mensaje de Dios al pueblo infiel, sus palabras fueron objeto de burlas y escarnio y los hombres que ocupaban cargos de responsabilidad lo acusaron e intentaron instigar al pueblo para que lo matara.

Jeremías recibió otro mensaje: “Ve y habla a Hananías, diciendo: ‘Así ha dicho Jehová: ‘Yugos y madera quebraste, mas en vez de ellos harás yugos de hierro’. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: ‘Yugo de hierro puse sobre el cuello de todas estas naciones, para que sirvan a Nabudoconosor rey de Babilonia; y aun también le he dado las bestias del campo’”. Entonces dijo el profeta Jeremías al profeta Hananías: “‘Ahora oye, Ananás, Jehová no te envió, y tú has hecho confiar en mentira a este pueblo’. Por tanto, así ha dicho Jehová: ‘He aquí que yo te quito de sobre la faz de la tierra; morirás en este año, porque hablaste rebelión contra Jehová’. Y en el mismo año murió Hananías, en el mes séptimo”. Jeremías 28:13-17.

Aquel falso profeta había alimentado la falta de fe del pueblo hacia Jeremías y su mensaje. Con maldad, había declarado que él era el mensajero del Señor y sufrió la muerte como consecuencia de aquel temible delito. El quinto mes Jeremías profetizó la muerte de Hananías y en el séptimo su muerte probó las palabras de profeta verdadero.

Dios había dicho que su pueblo se salvaría, que el yugo que pondría sobre su cuello sería ligero, si se sometía sin quejas a su plan. Su servidumbre estaba representada por el yugo de madera, que era fácil de llevar; pero la resistencia se encontraría con la severidad que le corresponde, representada por el yugo de hierro. Dios había decidido que el Rey de Babilonia no pudiera causar ninguna muerte ni tampoco pudiera oprimir en demasía al pueblo. Pero al hacer escarnio de su advertencia y sus mandamientos, los israelitas trajeron sobre sí todo el rigor de la esclavitud. El pueblo prefirió recibir el mensaje del falso profeta que predijo prosperidad porque era más agradable. Que constantemente les recordaran sus pecados hería el orgullo de los israelitas; habrían preferido mantenerlos escondidos. Se encontraban en unas tinieblas morales tales que no se daban cuenta de la enormidad de su culpa ni apreciaban los mensajes de reprobación y advertencia que les enviaba Dios. Si se hubieran dado cuenta de su desobediencia habrían agradecido la justicia del Señor y habrían reconocido la autoridad de su profeta. Dios los invitaba a arrepentirse y de ese modo podría librarlos de la humillación de que el pueblo escogido por Dios se viera sometido a ser vasallo de una nación idólatra. Sin embargo, se burlaron de su consejo y siguieron a los falsos profetas.

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Entonces el Señor ordenó a Jeremías que escribiera cartas a los capitanes, a los príncipes, a los profetas y a todo el pueblo que había sido llevado en cautiverio a Babilonia, pidiéndoles que no cayeran en el engaño de su pronta liberación, sino que se sometieran pacíficamente a sus capturadores, que siguieran con sus vocaciones y que construyeran hogares apacibles entre sus conquistadores. El Señor les pidió que no permitieran que sus profetas y sus adivinos los engañaran con falsas esperanzas; no obstante, por medio de las palabras de Jeremías les aseguró que al cabo de setenta años de servidumbre serían liberados y regresarían a Jerusalén. Escucharía sus oraciones y les daría su favor cuando se volvieran a él de todo corazón. “‘Y seré hallado por vosotros’, dice Jehová, ‘y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os arrojé’, dice Jehová; ‘y os haré volver al lugar de donde os hice llevar’”. Jeremías 29:14.

¡Con qué tierna compasión informó Dios a su pueblo cautivo sobre sus planes para Israel! Conocía el sufrimiento y el desastre que experimentarían y sabía que los impulsarían a creer que rápidamente serían liberados de la servidumbre y llevados de vuelta a Jerusalén, tal como habían predicho los falsos profetas. Sabía que esta creencia haría que su posición fuera muy difícil. Cualquier muestra de insurrección de su parte despertaría la vigilancia y la severidad del rey y, en consecuencia, verían restringida su libertad. Deseaba que se sometieran pacíficamente a su destino para que su servidumbre fuera lo menos cargosa posible.

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Había otros dos falsos profetas, Acab y Sedequías, que profetizaron mentiras en nombre del Señor. Esos hombres profesaban ser maestros santos, pero sus vidas estaban corrompidas y eran esclavos de los placeres del pecado. El profeta de Dios había condenado las malas acciones de esos hombres y los había advertido del peligro. Aun así, en lugar de arrepentirse y emprender una reforma, se enfurecieron con el fiel reprobador de sus pecados y quisieron oponerse a su obra agitando al pueblo para que no creyera sus palabras y actuara de forma contraria al consejo de Dios, no sometiéndose al rey de Babilonia. El Señor testificó por medio de Jeremías que esos falsos profetas serían librados a manos del rey de Babilonia y muertos ante sus ojos. Llegado el momento, esta predicción se cumplió.

Otros falsos profetas se levantaron y sembraron confusión en el pueblo haciendo que no obedeciera las órdenes divinas dadas a través de Jeremías. Sin embargo, Dios pronunció juicio contra ellos a consecuencia del grave pecado de haber provocado la rebelión contra él.

En este tiempo también se levantan hombres de esa misma clase para traer la confusión y la rebelión al pueblo que profesa obedecer la ley de Dios. Pero, tan cierto como el juicio divino visitó a los falsos profetas, tales obreros del mal recibieron su retribución en la justa medida; el Señor es el mismo entonces y ahora. Quienes profetizan mentiras alientan a los hombres para que consideren el pecado como un asunto de poca importancia. Cuando los terribles resultados de sus crímenes sean puestos de manifiesto, si les es posible, así como los judíos culparon a Jeremías de su desgracia, querrán culpar de sus dificultades a los que los hayan advertido fielmente.

Los que llevan una vida de rebelión contra el Señor siempre encuentran falsos profetas que justifiquen sus actos y los adulan hasta la destrucción. Las palabras mentirosas, como en el caso de Acab y Sedequías, tienen muchos amigos. El pretendido celo por Dios de esos falsos profetas halló muchos más seguidores que el verdadero profeta que transmitía el sencillo mensaje del Señor.

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Una lección de los recabitas

Dios ordenó a Jeremías que reuniera a los recabitas en una de las estancias del templo, que sirviera vino ante ellos y que los invitara a beber. Jeremías hizo tal como el Señor le había ordenado. “Mas ellos dijeron: ‘No beberemos vino; porque Jonadab, hijo de Recab nuestro padre nos ordenó diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos’”. Jeremías 35:6.

“Y vino palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: ‘Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: ‘Ve y di a los varones de Judá, y a los moradores de Jerusalén: ‘¿No aprenderéis a obedecer mis palabras?’”, dice Jehová. Fue firme la palabra de Jonadab hijo de Recab, el cual mandó a sus hijos que no bebiesen vino, y no lo han bebido hasta hoy, por obedecer al mandamiento de su padre”. Jeremías 25:12-14.

Dios contrasta la obediencia de los recabitas con la desobediencia y la rebelión de su pueblo, que no quería recibir sus palabras de reprensión y advertencia. Los recabitas obedecieron el mandamiento de su padre y no quisieron ser acusados de transgredir sus deseos. Pero Israel rechazó escuchar al Señor. Dijo: “Yo os he hablado a vosotros desde temprano y sin cesar, y no me habéis oído. Y envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde temprano y sin cesar, para deciros: ‘Volveos ahora cada uno de vuestro mal camino, y enmendad vuestras obras, y no vayáis tras dioses ajenos para servirles, y viviréis en la tierra que di a vosotros y a vuestros padres; mas no inclinasteis vuestro oído, ni me oísteis. Ciertamente os hijos de Jonadab hijo de Recab tuvieron por firme el mandamiento que les dio su padre; pero este pueblo no me ha obedecido’. Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: ‘He aquí traeré sobre Judá y sobre todos los moradores de Jerusalén todo el mal que contra ellos he hablado; porque les hablé, y no oyeron; los llamé, y no han respondido’”.

“Y dijo Jeremías a la familia de los recabitas: ‘Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Por cuanto obedecisteis al mandamiento de Jonadab vuestro padre, y guardasteis todos sus mandamientos, e hicisteis conforme a todas las cosas que os mandó; por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: ‘No faltará de Jonadab hijo de Recab un varón que esté en mi presencia todos los días’”. Jeremías 35:14-19.

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Los recabitas recibieron alabanza por su pronta y dispuesta obediencia, mientras que el pueblo de Dios no quiso escuchar la reprensión de sus profetas. Puesto que les había hablado y no quisieron escucharlo, puesto que los había llamado y no quisieron responder, Dios pronunció juicio contra los israelitas. Jeremías repitió las palabras de elogio del Señor para los fieles recabitas y los bendijo en su nombre. De este modo Dios enseñó a su pueblo que la fidelidad y la obediencia a sus peticiones se reflejaría en las bendiciones que recibirían, tal como los recabitas fueron bendecidos por su obediencia a los mandamientos de su padre.

Si los consejos de un padre bueno y sabio que designaba los mejores y más efectivos medios para asegurar su posteridad contra los males de la intemperancia tenían que ser obedecidos tan estrictamente, la autoridad de Dios debía ser guardada con mucha más reverencia porque es más santo que un hombre. Es nuestro Creador y director, de poder infinito y terrible juicio. Su misericordia establece muchos medios para que los hombres vean sus pecados y se arrepientan de ellos. Si se obstinan en no escuchar las reprensiones que les envía y se comportan contrariamente a su voluntad declarada, caerá sobre ellos la ruina; porque el pueblo de Dios sólo obtiene prosperidad gracias a su misericordia, por medio del cuidado de sus mensajeros celestiales. El Señor no cuidará y guardará un pueblo que desprecie su consejo y menoscabe sus reprensiones.

Las advertencias de Dios son rechazadas

Jeremías ya había sido privado de su libertad porque había obedecido a Dios y había dado las palabras de advertencia que había recibido de boca de Dios al rey y a los otros que ocupaban puestos de responsabilidad en Israel. Los israelitas no estaban dispuestos a aceptar las reprensiones ni tampoco que su conducta fuese cuestionada. Habían manifestado un gran descontento ante las palabras de reproche y los juicios que habían sido predichos sobre ellos si continuaban en rebelión contra el Señor. Aunque Israel no las escuchara, las palabras de consejo divino no tendrían menor efecto. Tampoco Dios dejaría de reprender ni amenazar con sus juicios y su ira a aquellos que rechazaran obedecer sus advertencias.

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El Señor dijo a Jeremías: “Toma un rollo de libro y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel y contra Judá, y contra todas las naciones, desde el día que comencé a hablarte, desde los días de Josías hasta hoy. Quizá oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré su maldad y su pecado”. Jeremías 36:2-3.

Ésta es una prueba de que Dios se resiste a abandonar a su pueblo. Y para que Israel no descuidara tanto sus reprobaciones y sus advertencias, hasta el punto de olvidarse de ellas, demoró el juicio sobre su pueblo y le dio un registro completo de su desobediencia y graves pecados, así como de los juicios que había declarado como consecuencia de sus transgresiones, desde los días de Josías hasta aquel tiempo. De ese modo, los israelitas tendrían una nueva oportunidad para ver su maldad y arrepentirse. Esto nos demuestra que Dios no se complace en afligir a su pueblo; sino que, con un cuidado que sobrepasa el de un padre que se apiada de su hijo descarriado, ruega a su pueblo errante que regrese a la lealtad.

El profeta Jeremías, obedeciendo los mandamientos de Dios, dictó las palabras que el Señor le había dado a Baruc, su escriba, el cual las escribió en un rollo. Vea. Jeremías 36:4. Ese mensaje era una reprensión por todos los pecados de Israel y una advertencia de las consecuencias que se seguirían si perseveraban en sus malos caminos. Era un sincero llamamiento para que renunciaran a sus pecados. Después de haberlo escrito, Jeremías, que estaba prisionero, envió a su escriba para que leyera el rollo a todas las personas que había reunido “en la casa de Jehová, el día del ayuno”. Jeremías 36:6. El profeta dijo: “Quizá llegue la oración de ellos a la presencia de Jehová, y se vuelva cada uno de su mal camino; porque grande es el furor y la ira que ha expresado Jehová contra este pueblo”. Jeremías 36:7.

El escriba obedeció al profeta y leyó el rollo ante el pueblo de Judá. Pero su tarea no acabó aquí, debía leerlo ante los príncipes, quienes escucharon con gran interés. Sus rostros tenían una expresión de temor mientras preguntaban a Baruc al respecto del misterioso escrito. Prometieron referir al rey todo lo que habían oído sobre él y su pueblo, pero aconsejaron al escriba que se escondiera porque temían que el rey rechazaría el testimonio que Dios había dado por medio de Jeremías y querría matar tanto al profeta como a su escriba.

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Cuando los príncipes refirieron al rey lo que Baruc había leído, inmediatamente ordenó que trajeran el rollo y se lo leyeran. Pero en lugar de aceptar sus advertencias y temblar ante el peligro que se cernía sobre él y su pueblo, en un arrebato de furia, lo arrojó al fuego, a pesar de que algunos que gozaban de su confianza le habían suplicado que no lo quemara. Cuando la ira de aquel malvado monarca se alzó contra Jeremías y su escriba, ordenó que los aprehendieran inmediatamente; “pero Jehová los escondió”. Jeremías 36:26. Después que el rey hubo quemado el sagrado rollo, la palabra de Dios vino a Jeremías, diciendo: “Vuelve a tomar otro rollo, y escribe en él todas las palabras primeras que estaban en el primer rollo que quemó Joacim rey de Judá. Y dirás a Joacim rey de Judá: ‘Así ha dicho Jehová: Tu quemaste este rollo, diciendo: ¿Por qué escribiste en él diciendo: De cierto vendrá el rey de Babilonia, y destruirá esta tierra, y hará que no queden en ella ni hombres ni animales?’”. Jeremías 36:28-29.

El Dios de misericordia advertía al pueblo por su bien. “Quizá”, dijo el Creador compasivo, “oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré su maldad y su pecado” Jeremías 36:3 Dios se apiada de la ceguera y la perversidad del hombre; envía luz a su entendimiento sumido en tinieblas por medio de reprobaciones y amenazas con el fin de que los poderosos se den cuenta de su ignorancia y lamenten sus errores. Hace que los que se complacen en sí mismos se sientan insatisfechos con sus logros y busquen mayores bendiciones con una unión más estrecha con el cielo.

El plan de Dios no es enviar mensajeros que complazcan y adulen a los pecadores. Sus mensajes no arrullan a los que permanecen en la seguridad carnal y no se santifican. Pone pesadas cargas sobre las conciencias de los que obran el mal y traspasa sus almas con afiladas flechas de culpabilidad. Los ángeles ministradores presentan ante ellos los temibles juicios de Dios para que sientan su gran necesidad y fuerza el clamor de agonía: “¿Qué puedo hacer para ser salvo?” La misma mano que humilla hasta el polvo, que reprende el pecado y avergüenza el orgullo y la ambición, levanta al penitente y quebrantado y pregunta llena de compasión: “¿Qué quieres que te haga?” Marcos 10:51.

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Cuando el hombre ha pecado contra el Dios santo y misericordioso, no hay conducta más noble que el arrepentimiento sincero y la confesión de sus errores con lágrimas en los ojos y el alma doliente. Dios sólo acepta un corazón traspasado y un espíritu contrito. Pero el rey y sus gobernantes, llenos de orgullo y arrogancia, rechazaron la invitación de Dios para que regresaran a él. No estaban dispuestos a escuchar sus advertencias y arrepentirse. Ésta fue su última oportunidad. Dios había declarado que si no escuchaban su voz les infligiría una temible retribución. No quisieron oír y fue pronunciado juicio sobre Israel y el hombre que se había enorgullecido y se había levantado contra el Todopoderoso sintió toda su ira.

“Por tanto, así ha dicho Jehová acerca de Joacim rey de Judá: ‘No tendrá quien se siente sobre el trono de David; y su cuerpo será echado al calor del día y al hielo de la noche. Y castigaré su maldad en él, y en su descendencia y en sus siervos; y traeré sobre ellos, y sobre los moradores de Jerusalén y sobre los varones de Judá, todo el mal que les he anunciado y no escucharon’”. Jeremías 36:30-31.

Quemar el rollo no acabó con el asunto. Fue más fácil arrojar las palabras escritas que la reprobación y la advertencia que contenían y el inminente castigo que Dios había pronunciado contra el rebelde Israel. El Señor ordenó que se reprodujera el rollo destruido. Las palabras del Infinito no podían ser destruidas. “Y tomó Jeremías otro rollo y lo dio a Baruc hijo de Nerías escriba; y escribió en él de boca de Jeremías todas las palabras del libro que quemó en el fuego Joacim rey de Judá; y aun fueron añadidas sobre ellas muchas otras palabras semejantes”. Jeremías 36:32.

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