Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 227-235, día 221

Satanás lo ha usado como su agente para insinuar dudas y reiterar las insinuaciones y malas interpretaciones que se originan en un corazón sin santificar que Dios habría limpiado de toda contaminación. Sin embargo, usted no quiso recibir instrucción, rehusó la corrección, rechazó las reprobaciones y obró siguiendo sus propia voluntad y su propia costumbre. Esta raíz de amargura extravía las almas y, por culpa de todos esos interrogantes, se vuelven murmuradoras, por lo que se alejan tanto de Dios que el testimonio y la reprobación que él envía no puede alcanzarlas. La sangre de esas almas recaerá sobre usted y sobre los espíritus con los que ha estado en armonía. 

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Como siervos suyos, Dios nos ha dado una tarea por cumplir. Nos dio un mensaje para que lo lleváramos a su pueblo, durante treinta años hemos recibido las palabras de Dios y las hemos repetido a su pueblo. La responsabilidad que aceptamos con tanta oración y meditación nos ha hecho temblar. Hemos sido embajadores de Dios que, como sustitutos de Cristo, suplican a las almas que se reconcilien con Dios. Hemos advertido de los peligros que Dios nos ha mostrado que acechaban a su pueblo. Dios nos encargó una tarea. ¿Cuál será, pues, la condición de aquellos que no quieran escuchar las palabras que Dios les envía porque contrarían sus deseos o reprenden sus errores? Si usted está plenamente convencido de que no hemos hablado en nombre de Dios, ¿por qué no obra de acuerdo con su fe y corta toda relación con las personas que se encuentran sometidas a un engaño tan grande como este pueblo? Si se ha comportado de acuerdo con los dictados del Espíritu de Dios, usted tiene razón y nosotros estamos equivocados. Una de dos: o Dios enseña a su iglesia, reprende sus malas acciones y refuerza su fe, o no hace nada de eso; o esta obra es de Dios, o no lo es. Dios no entra en componendas con Satanás. ¿Mi tarea durante los últimos treinta años lleva el sello de Dios o el del enemigo? En este asunto no hay medias tintas. Los Testimonios son del Espíritu de Dios o del demonio. Al alinearse contra los siervos de Dios, ¿está trabajando para Dios o para el maligno? “Por sus frutos los conoceréis”. Mateo 7:20. ¿Qué sello lleva su obra? Valdrá la pena mirar con espíritu crítico el resultado de su conducta. 

No es nada nuevo que un hombre sea engañado por el archiembaucador y se alinee contra Dios. Considere su conducta con espíritu crítico antes atreverse a ir más allá en la senda que está siguiendo. Los judíos se engañaron a sí mismos. Rechazaron las enseñanzas de Cristo porque sacaba a la luz los secretos de sus corazones y reprendía sus pecados. No quisieron acercarse a la luz por temor de que sus acciones fuesen reprobadas. Prefirieron las tinieblas a la luz. Cristo dijo: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas”. Juan 3:19. Los judíos persistieron en rechazar a Cristo hasta que, víctimas de su propio engaño y desviación, pensaron que al crucificarlo le hacían un servicio a Dios. Ese fue el resultado de rechazar la luz. Usted corre el peligro de sufrir un engaño similar. Sería bueno para su alma, hermano G, que considerara dónde acaba la senda que ahora sigue. Dios puede prescindir de usted, pero usted es incapaz de hacer nada sin Dios. Él no obliga a nadie para que crea. Pone la luz delante de los hombres y Satanás presenta sus tinieblas. Mientras que el embaucador grita constantemente: “La luz está aquí, esta es la verdad”, Jesús dice: “Yo soy la verdad, tengo palabras de vida eterna. Si alguno me sigue, no andará en tinieblas”. Dios nos da todas las pruebas suficientes para inclinar nuestra fe hacia el lado de la verdad. Si nos rendimos a Dios escogeremos la luz y rechazaremos las tinieblas. Si deseamos mantener la independencia del corazón natural, y rechazamos la corrección de Dios, como los judíos, nos obstinaremos en llevar a cabo nuestros propósitos y nuestras ideas aun ante las más claras pruebas, y estaremos en peligro de sufrir un engaño tan grande como el que ellos sufrieron. En nuestra infatuación podemos llegar tan lejos como ellos y aun suponer que estamos haciendo la obra de Dios.

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Hermano G, no seguirá en el cargo que ahora ocupa. El camino que ha iniciado se aparta de la senda verdadera y lo separa del pueblo al que Dios está probando para purificarlo para la victoria final. O se une a este cuerpo y se esfuerza honestamente para responder a las súplicas de Cristo o su incredulidad será cada vez mayor. Uno tras otro, los puntos establecidos de la fe del cuerpo serán objeto de sus cuestionamientos, su opinión se hará cada vez más independiente y se hará más y más oscura respecto de la obra de Dios para este tiempo. Finalmente, confundirá la luz con las tinieblas y las tinieblas con la luz. 

Satanás tiene mucho poder para apresar las almas confundiendo las mentes de aquellos que no aceptan la luz y los privilegios que les envía la Providencia. Las mentes que se someten al control de Satanás son llevadas constantemente de la luz y la verdad al error y las tinieblas. Por menor que sea la ventaja que le dé a Satanás, él seguirá exigiéndole más y estará al acecho para obtener el mayor provecho de cualquier circunstancia que favorezca su causa y la ruina de su alma. 

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Hermano y hermana G, ninguno de ustedes se encuentra en una posición segura. Menosprecian las reprensiones. Si en lugar de palabras duras hubiesen escuchado palabras amables, si hubiesen recibido alabanzas y adulaciones, ahora se encontrarían en una situación muy distinta respecto de su creencia en los Testimonios. En estos últimos tiempos algunos clamarán: “Decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras”. Isaías 30:10. Este no es mi cometido. Dios me puso para reprender a su pueblo y, tan cierto como que ha puesto sobre mi una pesada carga, considerará a todos aquellos a quienes se proclama este mensaje como responsables del modo en que lo traten. Dios no debe ser tratado con desconsideración. La paga de los que menosprecien su obra estará de acuerdo con sus actos. Yo no escogí esta desagradable tarea. No me trae la alabanza o el favor de los hombres. Es una labor que pocos serán capaces de apreciar. Todos los que, con sus tergiversaciones, celos, sospechas e incredulidad, creando en las mentes de otros prejuicios contra los Testimonios que Dios me ha dado, limitan mi labor y hacen que mi trabajo sea doblemente duro tienen un asunto pendiente con Dios. Por mi parte, yo seguiré adelante en la medida en que la Providencia y mis hermanos vayan abriéndome camino. En nombre de mi Redentor y con su fuerza haré cuanto pueda. Advertiré, aconsejaré, reprenderé y alentaré tal como dicta el Espíritu de Dios, tanto si se me escucha como si se me silencia. Mi deber no es complacerme, sino hacer la voluntad de mi Padre celestial, el cual me ha encargado la obra.

Cristo advirtió a sus discípulos: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis”. Mateo 7:15-20. Hermano G, tiene delante de usted una prueba, puede pasarla si tal es su deseo. No es preciso que permanezca en la incertidumbre y la duda. Satanás está al alcance de la mano para sugerir una gran variedad de dudas, pero si abre los ojos a la fe encontrará suficientes pruebas para creer. Sin embargo, Dios nunca eliminará las causas de la duda. Quienes prefieren permanecer en un ambiente de dudas e incredulidad pueden disfrutar de un privilegio nada envidiable. Dios da suficientes pruebas para que las mentes sinceras puedan creer. Pero quien, amparándose en la existencia de ciertas cosas que esta mente finita no puede entender, no reconoce el peso de la evidencia quedará en el ambiente frío y helado de la incredulidad y la duda; su fe naufragará. Parece que usted consideró una virtud alinearse en el bando de los que dudan en lugar de tomar partido por los que creen. Jesús jamás elogió la incredulidad, jamás planteó dudas. Sus milagros fueron prueba para su nación de que él era el Mesías; aun así, algunos consideraron que dudar de él era una virtud y, razonando según la mente humana, en todas y cada una de la buenas obras del Salvador encontraron algún aspecto digno de censura o cuestión.

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El centurión que deseaba que Cristo fuera y sanara a su siervo se sentía indigno de que Jesús entrara bajo su techo; su fe en el poder de Cristo era tan fuerte que creía que bastaría con pedirle tan sólo una palabra para que el milagro fuera obrado. “Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que le seguían: ‘De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes’. Entonces Jesús dijo al centurión: ‘Ve, y como creíste, te sea hecho’. Y su criado fue sanado en aquella misma hora”. Mateo 8:10-13. 

Jesús alabó la fe en contraste con la duda. Mostró que los hijos de Israel tropezarían a causa de su incredulidad, la cual los llevaría a rechazar la gran luz y acabaría con su condenación y rechazo. Tomás declaró que no creería sin haber puesto antes su dedo en las llagas de las manos del Señor e introducir la mano en su costado. Cristo le dio las pruebas que deseaba y luego reprendió su incredulidad: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron”. Juan 20:29. 

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En este tiempo de tinieblas y error, los hombres que profesan ser seguidores de Cristo parecen pensar que tienen la libertad de recibir o rechazar a los siervos del Señor según su deseo y conveniencia sin que por ello sean considerados responsables de sus acciones. La incredulidad y la oscuridad los dominan. Sus sentidos están adormecidos por la incredulidad. Violan sus conciencias y se vuelven infieles a sus convicciones, a la vez que su fuerza moral se debilita. Ven a los demás en la misma luz que ellos están.

Cuando Cristo envió a los doce, les ordenó: “Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis. Y al entrar en la casa, saludadla. Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros. Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies. De cierto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad”. Mateo 10:11-15. Les advirtió que se guardaran de los hombres porque serían librados a los concejos y azotados en las sinagogas.

El corazón de los hombres no es hoy menos duro que cuando Cristo vino a la tierra. Como el pueblo hizo cuando él estuvo en la tierra, harán todo cuanto esté en su poder para ayudar al gran adversario en su tarea de dificultar tanto como sea posible la labor de los siervos de Cristo. Flagearán con la lengua, difamando y esparciendo falsedades. Criticarán los esfuerzos que el siervo de Dios les pida que hagan y harán que se vuelvan en contra de él. Con sus perversas conjeturas verán fraude y doblez allí donde sólo haya perfecta integridad y justicia. Acusarán de tener motivaciones egoístas a los siervos de Dios, cuando el mismo Dios los guíe, y cuando incluso sean capaces de dar la propia vida si Dios así lo demanda, si al hacer así pueden hacer que la causa del Señor avance. Quienes menos hacen, quienes menos invierten en la causa de la verdad, son los más proclives en expresar falta de fe en la integridad de los siervos de Dios que en la gran obra ocupan una posición de responsabilidades pecuniarias. Los que confían en la obra de Dios están dispuestos a arriesgar algo por su avance, y su prosperidad espiritual estará proporcionada a sus obras de fe. La palabra de Dios es nuestro modelo y, sin embargo, ¡cuán pocos la siguen! Nuestra religión tendrá escaso valor para nuestros amigos si sólo es teórica y no tiene una aplicación práctica. Muchos que profesan seguir la Biblia llevan con ellos la influencia del mundo y la soberbia. Son como una nube que hiela el aire en que otros se mueven.

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Obstinación y no independencia

Hermano G, cultivar el amor puro y abnegado y la benevolencia desinteresada será para usted un trabajo fatigoso. No está acostumbrado a ceder en sus opiniones e ideas y, a veces, abandonar sus propios juicios y dejarse guiar por el consejo ajeno. Hermano y hermana G, ambos deben reducir su yo y aumentar la gracia de Dios. Ambos deben adquirir el hábito del gobierno propio para que sus pensamientos puedan sujetarse al Espíritu de Cristo. Tiene necesidad de la gracia de Dios para que sus pensamientos puedan ser disciplinados y fluyan por el canal correcto, para que sus palabras sean palabras justas y para que sus pasiones y apetitos se sujeten al control de la razón y la lengua se refrene ante la frivolidad, la censura y las críticas mundanas. “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”. Santiago 3:2. El mayor triunfo que nos dio la religión de Cristo es el control sobre nosotros mismos. Debemos controlar nuestras tendencias naturales; de otro modo, jamás venceremos como Cristo venció. 

Entre los que profesan seguir a Cristo hay algunos que son dispépticos espirituales. Ellos mismos se han hecho inválidos y su debilidad espiritual es el resultado directo de sus propias imperfecciones. No obedecen las leyes de Dios ni ponen en práctica los principios de sus mandamientos. Son indolentes en su causa y obra y no cumplen con ninguna de las misiones que se les encomiendan. Sin embargo, cuando creen ver algo en lo que pueden encontrar un defecto, son activos y celosos. Un cristiano que no trabaja no está sano. La enfermedad espiritual es el resultado del deber descuidado. Para que la fe de un hombre sea fuerte debe permanecer mucho tiempo con Dios, en oración secreta. ¿Cómo puede la benevolencia de un hombre ser una bendición para él si nunca la ejercita? ¿Cómo podemos pedir a Dios que nos ayude en la conversión de las almas si, al mismo tiempo, no hacemos nada para traerlas al conocimiento de la verdad? Se ha hecho tan débil que se ha vuelto inútil, tanto para usted como para la iglesia. El remedio es el arrepentimiento, la confesión y la reforma. Necesita fuerza moral y el verdadero alimento de la gracia de Dios. Nada fortalecerá tanto su religiosidad como trabajar para que avance la causa que profesa amar en lugar de frenarla. Sólo hay una cura para la indolencia espiritual: el trabajo, trabajar por las almas que necesitan su ayuda. En lugar de fortalecer las almas, ha desalentado y debilitado los corazones de aquellos que veían avanzar la causa de Dios.

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Dios le ha dado capacidades que puede usar para el bien o malgastarlas en perjuicio propio y ajeno. No es consciente de los cargos que Dios le imputa. Deberíamos tener siempre en la mente que vivimos en este mundo para formar caracteres para el próximo. Todas nuestras relaciones con los otros mortales deben estar en consonancia con los intereses eternos, suyos y nuestros. Si nuestros encuentros con ellos sólo están dedicados al placer y a la complacencia egoísta, si somos frívolos, si nos abandonamos a las malas acciones, no somos colaboradores de Dios, sino que trabajamos decididamente contra él. Las preciosas vidas que Dios nos ha dado no deben ser moldeadas con relatividades incrédulas para complacer la mente carnal, sino que deben ser vividas de manera que merezcan la aprobación de Dios. 

Si el hermano J gozara con el amor de Dios, sería un torrente de luz. Tiene demasiada poca fuerza moral y fuertes tendencias a la incredulidad. Los ángeles del cielo se han apiadado de él porque está envuelto en tinieblas. Sus oídos sólo oyen palabras de incredulidad y tinieblas. Está lleno de dudas, la lengua es un mundo de iniquidad. “Ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal”. Santiago 3:8. Si el hermano J se aferrara con más firmeza a Dios y sintiera que debe conservar su integridad ante él aun a costa de su vida natural, recibiría fuerza del cielo. Si permite que su fe se vea afectada por las tinieblas y la incredulidad que lo rodean, las dudas y las habladurías, pronto estará imbuido de tinieblas, dudas e incredulidad y no encontrará luz o fuerza en la verdad. 

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Que no piense que buscar el compromiso con sus amigos, resentidos con nuestra fe, le pondrá las cosas más fáciles. Si su único propósito es obedecer a Dios a toda costa, obtendrá fuerza y ayuda. Dios ama al hermano J y se apiada de él. Conoce todas sus dudas, todos sus desalientos, todas sus palabras amargas. Lo sabe todo. Si el hermano J abandona su incredulidad y permanece inamovible en Dios su fe crecerá con el ejercicio. “El justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma”. Hebreos 10:38. 

Vi que los hermanos J y G corren gran peligro de perder la vida eterna. No ven que entorpecen el avance de la obra de Dios en _____. Cuando se celebró la reunión campestre la primera vez que estuvimos en la costa Oeste, cientos estaban convencidos de la verdad; pero Dios conocía de qué material estaba hecha esa iglesia. Aunque las almas acudían a la verdad, no había nadie que las acogiera y las alimentara, que las guiara a una vida más elevada. El hermano I tenía un espíritu celoso, acusador y envidioso. Si no podía ser el primero, no colaboraba en nada. Se consideraba a sí mismo mucho mejor de lo que Dios lo consideraba. Un hombre con ese carácter, a largo plazo, acabará por estar en desacuerdo con todos; sólo se encuentra en su líquido elemento cuando contiende y se alinea contra todo aquello que no se amolda a sus ideas. El Señor permitió que siguiera su camino y manifestara qué clase de espíritu lo guiaba. Introdujo en la iglesia el mismo espíritu que gobernaba en su familia y quiso que también allí imperara. Su amargura y sus crueles palabras contra los siervos de Dios han quedado registradas. No podrá desentenderse de ellas. Salió de nosotros porque no era de los nuestros. En ningún caso la iglesia deberá intentar su retorno; porque, con el espíritu que ahora lo domina, contendería aun con los mismos ángeles de Dios. Desearía gobernar y dictar la obra de los ángeles. Tal espíritu no puede entrar en el cielo. I y J, con quienes Dios no está satisfecho, se han atrevido a resistir a los siervos de Dios, a hablar mal de ellos, a imputarles motivos sesgados. Han intentado destruir la confianza de los hermanos en esos obreros y en los Testimonios. Pero si la obra es de Dios, no podrán destruirla. Sus esfuerzos serán vanos. Hermano G, usted se encontraba en una oscuridad tan densa que llegó a pensar que esos hombres tenían razón. Ha repetido sus palabras y ha hablado del “poder unipersonal”. ¡Cuán poco sabía de lo que hablaba! 

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Algunos no han dudado en decir algo o proferir un cargo contra los siervos de Dios y ser celosos y acusadores. Si pueden encontrar alguna ocasión en que, celosos por la causa de Dios, piensan que los ministros han dicho palabras decididas, incluso severas, se apresuran a exagerarlas y se sienten con libertad para adoptar el más amargo y perverso espíritu y culpar a los siervos del Señor con motivos equívocos. Ya quisiéramos ver qué harían tales acusadores en circunstancias similares y soportando cargas parecidas. Ya quisiéramos verlos buscar y condenar sus propias ofensas, su propia conducta arrogante y dominadora y su propia impaciencia e irritación; y, después de haber eliminado todo pecado de sus vidas, lanzar la primera piedra de censura contra los hermanos que intentan traerlos al orden. El Dios santo no llevará almas a la verdad para que caigan bajo la influencia que existe en la iglesia. Nuestro Padre celestial es demasiado inteligente para llevar almas a la verdad y permitir que sean moldeadas por la influencia de hombres que no han consagrado sus vidas y sus corazones. Esos hombres no están en armonía con la verdad. No están unidos al cuerpo, sino que son causa de pérdida para la iglesia. Sus obras se oponen a las de aquellos que Dios emplea para traer almas a la verdad. 

¿Quién alimentará a los que deberían esforzarse por obedecer todos los mandamientos de Dios? ¿Quiénes serán padres y madres que tengan cuidado de los que necesitan fuerza y ayuda? ¿Saben esos hermanos lo que hacen? Se encuentran exactamente en camino de los pecadores. Cortan el paso con sus conductas pecaminosas. Sus vestiduras estarán cubiertas con al sangre de las almas, a menos que se arrepientan y cambien completamente su vida. ¿Acaso piensan tales insatisfechos que ellos tienen razón y que el cuerpo de los guardadores del sábado está equivocado? “Por sus frutos los conoceréis”. Mateo 7:20. ¿A quién bendice Dios? ¿A quién guía? ¿Quién trabaja para él? ¿Quién obra correctamente para presentar la verdad a otras mentes? ¿Acaso tales hombres piensan que el cuerpo acudirá a ellos y abandonará su experiencia y puntos de vista para seguir los juicios de los que no se han consagrado? ¿O quizá regresarán a la armonía con el cuerpo? 

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