Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 236-245, día 222

El hermano G se vanagloria de su independencia de criterio y juicio, y al mismo tiempo corta el paso a los pecadores con su vida disoluta y su oposición a la obra, combatiendo ciegamente a Cristo en la persona de sus siervos. Se ha engañado respecto de la calidad de la verdadera independencia. La independencia no es obstinación, aunque a menudo ésta se confunda con aquélla. Cuando el hermano G se ha formado una opinión y la expresa en la familia o la iglesia con considerable confianza y de manera pública, está inclinado a hacer que parezca que él tiene la razón valiéndose de todos los argumentos que se le ocurren. Con esa insistencia corre el peligro, el gran peligro, de cerrar los ojos y violar su conciencia; el enemigo lo tienta con fuerza. Su arrogancia en la opinión es difícil de vencer, aun cuando se enfrente a suficientes evidencias para convencerlo, si estuviera dispuesto. Piensa que admitir su error sería una mancha en su juicio y discernimiento. 

Hermano G, corre el gran peligro de perder su alma. Ansia la preeminencia. A veces cree que es menoscabado. No es feliz. No será feliz si abandona el pueblo de Dios, porque considera una ofensa las palabras claras y los hechos como hicieron muchos de los seguidores de Cristo porque la verdad declarada era demasiado evidente. No será un hombre feliz porque seguirá siendo usted mismo. No está a bien consigo mismo. Su temperamento es su enemigo y, vaya donde vaya, llevará consigo su carga de infelicidad. Es un honor confesar un error tan pronto como se discierne. 

Hay muchos asuntos relacionados con la obra de Dios en los que usted encuentra faltas, encontrar faltas es cosa natural en usted. Puesto que se ha vuelto contra la luz de Dios que sobre usted se le ha revelado, rápidamente pierde su discernimiento y, más que nunca, está pronto a encontrar defectos en todas las cosas. Da su opinión con confianza dictatorial y trata las consultas de los demás al respecto de sus opiniones como una crueldad personal. Ciertamente, la independencia refinada nunca desdeña pedir el consejo de los experimentados y los sabios y los trata con respeto.

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La religión en la familia

Hermano G, si no se convierte perderá su alma. No será feliz hasta que obtenga la mansedumbre de la sabiduría. Usted y su esposa han trabajado demasiado tiempo con propósitos encontrados. Abandone la excesiva escrupulosidad, la sospecha, los celos y las desdichadas discusiones por asuntos banales. El espíritu que se ha desarrollado en su familia ha penetrado en su experiencia religiosa. Vigilen el modo en que se recriminan uno a otro los defectos en presencia de sus hijos; tengan cuidado de no permitir que su espíritu los controle. Usted sólo ve maldad en su hijo mayor; no le atribuye ninguna de las cualidades que, si muriese, no dudaría en reconocerle. Ninguno de ustedes se comporta de modo coherente con su hijo. Le recriminan sus errores en presencia de otras personas y demuestran falta de confianza en los buenos rasgos de su carácter.

Ambos están dispuestos a ver las faltas ajenas y, a la vez, están ciegos a sus muchas faltas y errores. Ambos son nerviosos y se irritan y excitan con facilidad. Necesitan la mansedumbre de la sabiduría. Se aferran tenazmente a sus propias fragilidades, sus pasiones y sus prejuicios como si el hecho de abandonarlos fuera causa de gran desgracia; y no se dan cuenta de que son espinas punzantes y dolorosas. Jesús les invita a depositar el yugo que han cargado, que ha doblegado su cerviz, y tomar el suyo, que es liviano, porque su carga es ligera. ¡Cuán abrumadora es la carga del amor propio, la codicia, el orgullo, la pasión, los celos y las suposiciones perversas! ¡Cuán firmemente agarran los hombres estas maldiciones y cuánto se resisten a abandonarlas! Cristo conoce cuán abrumadores son estos yugos autoimpuestos y nos invita a depositarlos a sus pies. Invita a las almas cargadas y apesadumbradas para que se acerquen a él y cambien los pesados yugos que ellas mismas se han puesto al cuello por el suyo, que es ligero. Dice: “Hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:29). Las exigencias del Salvador son coherentes y armónicas, llevarlas con gozo trae la paz y el descanso al alma. 

Cuando el hermano G toma una posición en el lado equivocado no le resulta fácil confesar que ha cometido un error. Pero, si consigue borrar de su memoria y la de los demás su mala acción, y puede hacer cambios para rectificar sin reconocer su error, no dudará en hacerlo. Sin embargo, todos esos errores y pecados no confesados permanecen registrados en el cielo y no serán borrados hasta que cumpla las instrucciones dadas en la palabra de Dios: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados” Santiago 5:16. Si el hermano G tiene otro plan distinto del que el Señor nos ha dado, ese estilo no es seguro y, al final, desembocará en su ruina. Ese otro estilo es ruinoso para la iglesia y para la prosperidad y la felicidad de su familia. Debe reblandecer el corazón y permitir que la humildad, la ternura y el amor entren en su alma. Debe cultivar cualidades abnegadas. Hermano y hermana G, deberían cultivar cualidades mentales que los purifiquen, que los impulsen a olvidarse del yo y aumenten su interés por aquellos con quienes entran en contacto. Existe una corriente de amor propio y preocupación por el yo que aumenta su infelicidad con sufrimiento y pesadumbre. Tienen un conflicto con ustedes mismos en el que sólo ustedes pueden desempeñar un papel decisivo. Ambos deberían controlar la lengua y callarse muchas cosas. El primer mal es pensar mal; luego vienen las malas palabras. No cultivan el amor, la deferencia y el respeto mutuo. Sean considerados con los sentimientos del otro y busquen la sagrada salvaguarda de la felicidad del otro. Sólo podrán hacerlo en nombre y con la fuerza de Jesús. 

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La hermana G ha hecho grandes esfuerzos para obtener victorias, pero su esposo apenas la ha alentado. En lugar de buscar a Dios en oración sincera para que les diera fuerza para vencer los defectos del carácter, se han dedicado a observarse mutuamente y a debilitarse a sí mismos encontrando faltas en los demás. El jardín del corazón está descuidado. 

Si, meses atrás, el hermano G hubiera recibido la luz que el Señor le enviaba y, con franqueza, se hubiese convertido junto con su esposa, si ambos hubiesen quebrantado sus corazones endurecidos ante el Señor, su situación actual sería muy distinta. Ambos consideraron livianamente las palabras de reprobación y exhortación del Espíritu de Dios y no reformaron sus vidas. Cerrar los ojos a la luz que Dios les había enviado no hizo que sus faltas fueran menos graves a los ojos de Dios ni redujo su responsabilidad. Odiaron las reprensiones que, lleno de misericordia hacia ellos, les hacía el Señor. Por naturaleza, el hermano G tiene un corazón amable y tierno, pero está oprimido por el amor propio, la vanidad y la susceptibilidad. Su corazón no es desdeñoso, pero le falta fuerza moral. Se acobarda tan pronto como se enfrenta a la abnegación y el sacrificio, porque se ama a sí mismo. Controlar el yo, vigilar sus palabras, reconocer que ha obrado o hablado mal es para él una cruz demasiado humillante; y, sin embargo, para ser salvo debe cargar con esa cruz.

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Hermano y hermana G, midan sus palabras. Mientras no haya un centinela que vigile sus pensamientos y sus acciones se desalentarán mutuamente y, con toda seguridad, ninguno de los dos se podrá salvar. Ambos deben protegerse del espíritu precipitado que es causa de palabras y acciones superficiales. El resentimiento, que se alimenta en su creencia de que los han maltratado, es el espíritu de Satanás y lleva a la perversión moral. Mientras permitan que tome el control la precipitación, impedirán que la razón controle sus palabras y su conducta y serán responsables de todas las malas consecuencias que esto pueda traerles. Lo que se hace con desagrado y precipitación no tiene excusa. La acción es mala. Con una sóla palabra agresiva y precipitada pueden clavar un aguijón en el corazón de sus amigos que nunca será olvidado. A menos que ejerciten el autocontrol serán una pareja infeliz. Cada uno de ustedes pone la causa de su infelicidad en las faltas del otro. Dejen de hacerlo. Establezcan como norma no pronunciar jamás palabras de censura mutua sino que, siempre que sea posible, de sus bocas salgan elogios. 

Algunos piensan que la locuacidad es una virtud y hablan grandezas de su franqueza diciendo las cosas desagradables que habitan en sus corazones. Permiten que su espíritu irascible se derrame como un torrente de reproches y acusaciones. Cuanto más hablan, más se excitan y Satanás aprovecha la ocasión para hacer su obra porque le es muy ventajosa. Las palabras irritan a quien las escucha y la provocación es respondida con palabras aún más duras. Finalmente, un asunto banal se convierte en un gran incendio. Ambos piensan que posiblemente sufran más pruebas de las que pueden soportar y que sus vidas son muy infelices. Con resolución, empiecen la tarea de controlar sus pensamientos, sus palabras y sus acciones. Cuando uno de ustedes sienta que se aviva el resentimiento, retírese y pida humildemente la ayuda de Dios, el cual escuchará la oración que sale de labios sinceros. 

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La conciencia iluminada debe controlar todas las pasiones. “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un sólo cuerpo; y sed agradecidos”. Colosenses 3:12-15. 

Hermanos, si viven añadiendo gracia a la gracia, Dios multiplicará en ustedes su gracia. Cuando ustedes añadan, Dios multiplicará. Si retienen en sus mentes que Dios ve y oye todo cuanto hagan o digan y lleva un fiel registro de todos sus actos y sus palabras, de los cuales ustedes serán hechos responsables, entonces, en todo cuanto hagan y digan querrán seguir los dictados de una conciencia iluminada y despierta. Usarán la lengua para gloria de Dios y serán una fuente de bendición para ustedes y los demás. Pero si, tal como han hecho hasta ahora, se separan de Dios, tengan por seguro que, cuando menos, su lengua será un mundo de iniquidad y traerá sobre ustedes temible condenación, porque ustedes habrán sido la causa de la perdición de muchas almas. 

El deber del autocontrol

Debemos someter a rígida sujeción los apetitos de nuestra naturaleza animal. Esos apetitos nos fueron dados con fines importantes, para el bien, y no para que fueran los ministros de la muerte pervirtiéndolos y haciendo de ellos concupiscencias rebeldes. El gusto por el tabaco, que usted, hermano G, refuerza con su indulgencia, se ha convertido en una lujuria que va contra su alma. Un hombre intemperante no puede ser un hombre paciente. Una indulgencia casi imperceptible con los gustos dará lugar al gusto por estimulantes más fuertes. Si los pensamientos, las pasiones y los gustos se mantienen debidamente sujetos, la lengua estará bajo control. Pida la ayuda de la fuerza moral y abandone para siempre el uso del tabaco. Ha querido ocultar a los demás que usa el tabaco, pero no se lo puede ocultar a Dios. “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor y él os exaltará”. Santiago 4:8-10. Le comparto estas palabras en nombre de Jesús, el cual me ha encargado esta misión. No las rechace. 

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Si sus malas acciones no hubiesen sido objeto de reprobación, jamás habría rechazado los Testimonios. Pensó que sería más fácil sacrificar los Testimonios y cerrar los ojos a la luz que Dios le ha dado que abandonar el tabaco y dejar la vida de frívola convivencia con los incrédulos. El proceso de purificación conlleva negación y contención; y usted carece de fuerza moral para adquirirlas. Por lo tanto cree excusar sus pecados no creyendo en la luz que Dios le ha enviado. Recuerde que volverá a enfrentarse con todas estas cosas porque están escritas en un libro, junto con todas las advertencias y reprobaciones que Dios me ha encargado que le diera. 

El hermano J es digno de compasión porque, por naturaleza, tiene una disposición defectuosa. Tiene poca esperanza. Su incredulidad y sus dudas controlan su juicio. Su naturaleza lo lleva a ponerse del lado de los que cuestionan y duda. La única manera de vencer este gran mal es cultivar los rasgos de carácter opuestos. Debe reprimir la incredulidad y no cultivarla. No debe expresar sus dudas. No tiene derecho a intimidar a los demás con los defectos de su carácter. Aunque ese triste mal lo afecte, no debe amargar la felicidad de los demás introduciendo su incredulidad para que enfríe la fe de sus hermanos. Su inclinación no lo lleva a tener en cuenta todo cuanto se dice en los discursos y exhortaciones de los cuales podría obtener consuelo y aliento; sino que busca en ellos motivos de excusa para continuar con sus críticas y sus cuestionamientos. Las avenidas de su alma están completamente abiertas y desprotegidas para que Satanás entre y moldeé su mente conforme a sus propósitos.

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Se me mostró que sus reuniones están perdiendo interés porque no las visita el Espíritu de Dios. Los hermanos y hermanas están completamente esclavizados por esos dos hombres. No se atreve a ejercer su libertad y a expresar su fe con la sencillez de sus almas porque ahí está el hermano J, con su mirada severa y crítica, que observa y está pronto a atrapar cualquier palabra que le dé la oportunidad de poner en práctica las facultades de su mente incrédula. Entre ambos alejan al Espíritu de Dios de las reuniones. Cuando los hermanos manifiestan el espíritu del dragón para hacer la guerra contra aquellos que creen que Dios les ha comunicado luz y consuelo por medio de los Testimonios es tiempo de que los hermanos y las hermanas afirmen su perfecta libertad de conciencia. Dios les ha dado luz y tienen el privilegio de aceptarla y hablar de ella para fortalecerse y alentarse mutuamente. El hermano J quiere confundir la mente haciendo que parezca que la luz que Dios da a través de los Testimonios es una añadidura a la palabra de Dios, pero así la presenta como una falsa luz. Dios ha visto que esta es una buena manera de atraer la mente de su pueblo a su palabra para que la entiendan mejor.

La iglesia de _____ se debilita cada vez más por la influencia que han recibido, la cual ha puesto impedimentos en su avance. Si así lo desea, el hermano J tiene el privilegio de dejar su incredulidad y avanzar en la luz. Sin embargo, la causa de Dios avanzará, con o sin su ayuda. Dios ha indicado que la iglesia de _____ deberá afrontar un desafío. Deberá decidirse por avanzar o retroceder. Dios es capaz de hacer más con seis almas unidas en el mismo espíritu y juicio que con multitudes de hombres que actúan como han actuado los hermanos G y J. Con ellos, los ángeles de luz no se han presentado en la reunión, sino los ángeles de las tinieblas. Las reuniones no han sido de provecho y, a veces, se han vuelto en una verdadera ofensa. Dios pide que esos hombres escojan entre ponerse del lado del Señor y unirse al cuerpo, o dejar de impedir el paso de aquellos que se han dedicado completamente al Señor. 

La mayor razón por la cual muchos que profesan ser discípulos de Cristo caen en terribles tentaciones y obran arrepentimiento es que no se conocen a sí mismos. En esto el enemigo ostigaba insistentemente a Pedro. Esta es la causa de que la fe de muchos naufrague. Su corazón no ve los errores y las malas acciones que han cometido y no afligen sus almas. Les recomiendo que purifiquen sus almas obedeciendo la verdad. Únanse al cielo y que el Señor los salve de su engaño. 

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El carácter sagrado de los mandamientos de Dios

Muy respetable hermano K: En enero de 1875 se me mostró que hay impedimentos en el camino de la prosperidad espiritual de la iglesia. El Espíritu de Dios está contristado porque muchos no son como debieran ser en su corazón y su vida. La fe que profesan no está en armonía con sus obras. No observan como es debido el sagrado día de reposo del Señor. Cada semana roban a Dios usurpando los extremos de su santo tiempo; y dedican a las cosas mundanales las horas que debieran dedicar a la oración y la meditación.

Dios nos ha dado sus mandamientos, no sólo para que creamos en ellos, sino para que los acatemos. Cuando el gran Jehová echó los cimientos de la tierra y adornó el mundo entero con su manto de belleza y lo llenó de cosas útiles al hombre; cuando hubo creado todas las maravillas de la tierra y del mar, instituyó el sábado y lo santificó. Dios bendijo y santificó el séptimo día porque había descansado en él de toda su maravillosa obra de la creación. El sábado fue hecho para el hombre, y Dios quiere que en ese día dejemos de lado nuestro trabajo, así como él descansó después de trabajar seis días en la creación. 

Cuando a los que reverencian los mandamientos de Jehová se les haya dado la luz con referencia al cuarto precepto del Decálogo, lo obedecerán sin cuestionar la posibilidad o conveniencia de una obediencia tal. Dios hizo al hombre a su imagen, y luego le dio ejemplo al observar el séptimo día que había santificado. Ordenó que en aquel día el hombre lo adorara y no se entregase a ninguna ocupación mundana. Nadie que desprecie el cuarto mandamiento después de haber recibido luz acerca de las exigencias del sábado puede ser tenido por inocente a la vista de Dios. 

Hermano K, usted reconoce los requerimientos divinos con respecto a la observancia del sábado, pero sus obras no están en armonía con lo que declara ser su fe. En la medida en que infringe la ley de Dios, arroja el peso de su influencia en favor del bando incrédulo. Cuando sus preocupaciones temporales parecen requerir atención, usted viola el cuarto mandamiento sin escrúpulos. Hace de la observancia de la ley de Dios asunto de conveniencia, obedeciendo o desobedeciendo según lo exijan sus negocios o su inclinación. Esto no es honrar el sábado como institución sagrada. Usted contrista al Espíritu de Dios y deshonra a su Redentor al seguir esta conducta temeraria.

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El Señor no acepta una observancia parcial de la ley del sábado, porque ejerce peor efecto sobre la mente de los pecadores que si no profesara observar el sábado. Ellos perciben que su vida contradice su creencia y pierden la fe en el cristianismo. El Señor quiere decir precisamente lo que expresa, y el hombre no puede poner impunemente a un lado sus mandamientos. El ejemplo de Adán y Eva en el huerto nos amonesta suficientemente contra cualquier desobediencia a la ley divina. El pecado que cometieron nuestros primeros padres al escuchar las engañosas tentaciones del enemigo atrajo la culpa y el pesar sobre el mundo y obligó al Hijo de Dios a abandonar las cortes reales del cielo y ocupar un humilde lugar en la tierra. Se sometió a los insultos, al rechazo y a la crucifixión por parte de aquellos mismos a quienes venía a bendecir. ¡Qué costo infinito acompañó a aquella desobediencia en el huerto de Edén! La Majestad del cielo fue sacrificada para salvar al hombre de la condena de su crimen. 

Dios no pasará por alto ninguna transgresión de su ley, ni la considerará con más ligereza ahora que en el día en que pronunció el juicio contra Adán. El Salvador del mundo alza su voz y protesta contra aquellos que consideran los mandamientos divinos indiferentemente y con negligencia. Dice: “Cualquiera que infringiere uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos: mas cualquiera que hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos”. Mateo 5:19. La enseñanza de nuestra vida se hace sentir completamente en favor de la verdad o contra ella. Si nuestras obras parecen justificar al transgresor en su pecado, si nuestra influencia resta importancia a la violación de los mandamientos de Dios, entonces no sólo somos culpables de nuestros propios actos, sino que hasta cierto punto somos responsables de los consiguientes errores ajenos.

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