Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 265-273, día 225

Jesús se apiadó tanto de los pobres pecadores que abandonó los atrios celestiales y puso a un lado las vestiduras reales, humillándose a sí mismo hasta la humanidad, para poder familiarizarse con las necesidades del hombre y ayudarlo a levantarse sobre la degradación de la caída. Puesto que ha dado al hombre una evidencia tan incuestionable de su amor y su compasión más tierna, ¡cuán importante es que sus representantes imiten su ejemplo al acercarse a sus compañeros y ayudarlos a formar un verdadero carácter cristiano! Sin embargo, algunos se han apresurado mucho a enrolarse en pleitos de iglesia y han dado un testimonio áspero y despiadado a los que están errados. Al actuar así se han rendido a una propensión natural que debiera haber sido firmemente dominada. Esta no es la tranquila justicia del administrador cristiano, sino la áspera crítica de un temperamento precipitado.

La iglesia necesita más educación que censura. En lugar de reprenderla con severidad por su falta de espiritualidad y negligencia en el deber, por precepto y ejemplo, el ministro debería enseñarle a crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad. “De la cual fuí hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el ministerio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí”. Colosenses 1:25-29.

Los ministros que han alcanzado la edad de cuarenta o cincuenta años no deben creer que su labor es menos eficiente a esa edad que cuando eran más jóvenes. Los hombres entrados en años y experiencia son los que impulsan esfuerzos potentes y en la dirección correcta. Son especialmente necesarios en este tiempo. Las iglesias no pueden iniciar su viaje sin ellos. Esos hombres no deben hablar de debilidad mental o física ni creer que los días de su utilidad ya pasaron.

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Muchos de ellos han sufrido fuertes cargas mentales que no fueron aliviadas con el ejercicio físico. El resultado es el deterioro de sus fuerzas y una tendencia a eludir responsabilidades. Necesitan más trabajo activo. Esto no se limita sólo a aquellos cuya cabeza hay plateado el paso del tiempo, los hombres jóvenes han caído en ese mismo estado y se han debilitado mentalmente. Tienen una lista de discursos establecidos y si van más allá de sus límites pierden toda referencia.

El pastor a la antigua usanza, el que viajaba a lomos de su caballo y pasaba la mayor parte de su tiempo visitando a su rebaño, disfrutaba de mejor salud, a pesar de las dificultades y los peligros, que los actuales ministros, que evitan cualquier esfuerzo físico siempre que sea posible y se confinan en los libros.

Los ministros entrados en años y experiencia deben sentir el deber, como siervos empleados por Dios, de seguir avanzando, progresando cada día, siendo más eficientes cada día en su labor y descubriendo constantemente material fresco para presentarlo al pueblo. Cada esfuerzo para exponer el evangelio ha de ser una mejora sobre el precedente. Es necesario que año tras año desarrollen una piedad más profunda, un espíritu más tierno, una espiritualidad mayor y un conocimiento más minucioso de la verdad de la Biblia. Cuanto mayores fuesen su edad y experiencia, más habilidad tendrán de acercarse a los corazones del pueblo y tener un conocimiento más perfecto de ellos.

Se necesitan hombres para este tiempo que no tengan miedo de levantar su voz por la justicia, sin importar quién se oponga a ellos. Deberían ser de integridad fuerte y probado coraje. La iglesia los necesita, Dios trabajará con sus esfuerzos para apoyar todas las ramas del ministerio del evangelio.

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Número 28—Testimonio para la iglesia

Experiencias y trabajos

La razón por la que en este tiempo envío otro Testimonio a mis queridos hermanos y hermanas es que el Señor se me ha manifestado y una vez más me ha revelado asuntos de máxima importancia para los que profesan guardar los mandamientos de Dios y esperan la venida del Hijo del hombre. Entre la visión que me fue dada el 3 de junio de 1875 y la reciente manifestación del amor y el poder de Dios han trascurrido más de tres años. No obstante, antes de abordar los asuntos que se me revelaron daré un breve apunte de mi experiencia durante los últimos dos años.

El 11 de mayo de 1877 salimos de Oakland California, y fuimos a Battle Creek, Míchigan. Durante varios meses sufrí del corazón y padecí mucho a causa de dificultades en la respiración durante el viaje a través de las llanuras. Cuando llegamos a Míchigan las dificultades no desaparecieron. Otras personas habían ocupado nuestra casa en Battle Creek y, con los hijos en California, no teníamos parientes que pudieran ocuparse de nosotros. Sin embargo, unos amables amigos hicieron cuanto pudieron por mí; pero yo no me sentía bien porque me daban todos los cuidados que deberían haber dado a sus propias familias.

Mi esposo recibió un telegrama que reclamaba su presencia en Battle Creek para atender un importante asunto relacionado con la causa; más específicamente, supervisar los planos del gran edificio del sanatorio. Acudimos en respuesta a esta urgente llamada y nos dedicamos con sinceridad a predicar, escribir y reunirnos con las direcciones de la Review, el colegio y el sanatorio, casi siempre trabajando hasta bien entrada la noche. Mi esposo estaba abrumado, era consciente de la importancia de esas instituciones, en especial del edificio del sanatorio, en las cuales se habían invertido más de cincuenta mil dólares. Su ansiedad mental constante preparaba el camino para una repentina caída. Ambos nos apercibimos del peligro que corríamos y decidimos viajar a Colorado para disfrutar de un retiro que nos permitiera descansar. Mientras planeábamos el viaje, pareció que una voz me decía: “Ponte la armadura. Tengo trabajo para ti en Battle Creek”. La voz parecía tan clara que involuntariamente me di la vuelta para ver quién me hablaba. No vi a nadie y, al sentir la presencia de Dios, el corazón se me inundó de ternura ante él. Cuando mi esposo entró en la estancia, le referí lo sucedido. Lloramos y oramos juntos. Habíamos dispuesto la partida para pasados tres días, pero nuestros planes habían sido cambiados.

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El 30 de mayo, los pacientes y los trabajadores del sanatorio habían planeado pasar el día en una hermosa arboleda a orillas del lago Goguac, a dos millas de Battle Creek y se me pidió que asistiera y dirigiera unas palabras a los pacientes. De haber tenido en cuenta mis sentimientos, no habría acudido; pero pensé que quizá era parte de la labor que debía llevar a cabo en Battle Creek. A la hora acostumbrada, se pusieron las mesas y se llenaron con alimentos higiénicos, compartidos con entusiasmo. A las tres de la tarde se dio inicio a los ejercicios después de haber orado y cantado. Gocé de gran libertad para hablar a las personas. Todos escucharon con el máximo interés. Cuando terminé mi discurso, el juez Graham de Wisconsin, un paciente del sanatorio, se levantó y propuso que se imprimiera la conferencia y se distribuyera entre los pacientes y otras personas para su provecho moral y físico, para que las palabras pronunciadas en ese día nunca fuesen olvidadas o no recibiesen la atención merecida. La proposición fue aprobada por unanimidad de los presentes y la predicación se publicó en un pequeño folleto que se tituló: The Sanitarium Patients at Goguac Lake [Los pacientes del sanatorio en el Lago Goguac].

La clausura del curso académico del colegio de Battle Creek estaba cercana. Me sentía muy inquieta por los alumnos, muchos de los cuales no se habían convertido o se habían apartado de Dios. Deseaba hablarles y hacer un esfuerzo para su salvación antes de que se esparcieran de regreso a sus hogares. Sin embargo me sentía demasiado débil para trabajar por ellos. Después de la experiencia que he relatado, tenía todas las evidencias que podía haber pedido para estar segura de que Dios me sostendría en la tarea de la salvación de los alumnos.

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Se convocaron reuniones en la casa de adoración en beneficio de los alumnos. Durante una semana trabajé por ellos, dirigiendo reuniones cada tarde y el sábado y el primer día de la semana. Al ver que los alumnos del colegio llenaban casi por completo la casa de adoración, mi corazón fue tocado. Quise grabar en ellos que una vida de pureza y oración no sería un obstáculo para que obtuviesen un conocimiento preciso de las ciencias, sino que eliminaría muchas trabas que obstaculizan su crecimiento en el conocimiento. Al unirse al Salvador entrarían en la escuela de Cristo y, si eran alumnos diligentes, el vicio y la inmoralidad serían expulsados de en medio de ellos. Finalmente, cuando eso sucediera, el conocimiento se acrecentaría. Todos los que son alumnos de la escuela de Cristo se destacan tanto en la calidad como en la extensión de su educación. Les presenté a Cristo como el gran Maestro, la fuente de toda sabiduría, el mayor educador que el mundo jamás haya conocido.

“El temor de Jehová es el principio de la sabiduría”. Proverbios 9:10. Cuando conozca a Dios y sus exigencias el alumno abrirá su entendimiento y comprenderá sus responsabilidades para con Dios y para con el mundo. En ese momento entenderá que sus talentos deben desarrollarse de tal manera que produzcan los mejores resultados. Eso no será una realidad a menos que todos los principios y los preceptos de la religión impregnen su educación en la escuela. En ningún caso deberá separar a Dios de sus estudios. En su persecución del conocimiento busca la verdad y toda verdad viene de Dios, que es la fuente de la verdad. Los alumnos virtuosos e imbuidos del Espíritu de Cristo aprehenderán el conocimiento con todas sus facultades.

El colegio de Battle Creek fue fundado con el propósito de enseñar ciencias y, al mismo tiempo, llevar a los alumnos al Salvador, origen de todo el conocimiento verdadero. La educación adquirida sin la religión de la Biblia está privada de resplandor y gloria. Quería grabar en las mentes de los alumnos el hecho de que, desde el punto de vista educacional, nuestra escuela debe adoptar una posición más elevada que otras instituciones de enseñanza, abriendo ante los jóvenes visiones, metas y objetivos para la vida más nobles, educándolos para que tengan un correcto conocimiento de los deberes humanos y los intereses eternos. El gran objetivo de la fundación de nuestro colegio fue dar visiones correctas y mostrar la armonía de la ciencia con la religión de la Biblia.

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El Señor me dio fuerzas y bendijo nuestros esfuerzos. Un gran número se adelantó para orar. Algunos de ellos, a causa de la negligencia y la falta de oración, había perdido la fe y la evidencia de su vinculación con Dios. Muchos testificaron que al dar ese paso recibían la bendición de Dios. Como resultado de las reuniones un gran número se presentó para el bautismo.

Puesto que los actos de clausura del año académico de Battle Creek tendrían lugar en el lago Goguac, se decidió que el bautismo se administrara allí. La congregación que se había reunido mostró gran interés por los servicios que tuvieron lugar, los cuales fueron conducidos con la más alta solemnidad y se cerraron con la sagrada ordenación. Yo hablé al inicio y al final de los actos. Mi esposo llevó a catorce de lo preciosos jóvenes dentro del lago y los sepultó con el Señor en el bautismo. Varios de los que se presentaron como candidatos para el bautismo escogieron recibirlo en sus hogares. Así fueron los memorables servicios de clausura de ese curso académico de nuestra amada escuela.

Reuniones de temperancia

Sin embargo, mi trabajo en Battle Creek todavía no había concluido. Inmediatamente, a nuestro regreso del lago, se me solicitó que tomara parte en una reunión pública de temperancia, un esfuerzo muy meritorio que estaba en marcha entre la clase más alta de ciudadanos de Battle Creek. Este movimiento incluía la Asociación de Reforma de Battle Creek, con seiscientos miembros, y la Unión Femenina de Temperancia Cristiana, con doscientos sesenta miembros. Dios, Cristo, el Espíritu Santo eran palabras corrientes en esos fervorosos obreros. Ya se había obrado mucho bien, y la actividad de los obreros, el método con que trabajaban y el espíritu de sus reuniones prometían un mayor beneficio en el futuro.

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Con motivo de la visita de la gran colección de fieras de Barnum, que tuvo lugar el 28 de junio, las damas de la Unión Femenina de Temperancia Cristiana dieron un gran espaldarazo a la temperancia y la reforma organizando un inmenso restaurante de temperancia con el fin de acomodar a la multitud que había acudido desde muy diversos lugares para visitar la colección de fieras y, así, se evitaba que los visitantes entraran a los salones y las tabernas, donde habrían estado expuestos a la tentación. Para la ocasión se plantó la inmensa carpa con capacidad para cinco mil personas que había usado la Asociación de Míchigan para las reuniones de campo. Bajo ese inmenso templo de lona se dispusieron quince o veinte mesas para acomodar a los huéspedes.

El sanatorio fue invitado a disponer una gran mesa en el centro del gran pabellón, magníficamente surtida de excelentes frutas, cereales y hortalizas. Esa mesa era la atracción principal y fue, de largo, la más frecuentada. Aunque tenía más de diez metros de longitud, se llenó tanto de gente que fue preciso disponer otra de seis metros que, a su vez, también se llenó por completo.

Por invitación del Comité Organizador, el alcalde Austin, W. H. Skinner, cajero del First National Bank, y C. C. Peavey, la tarde del domingo 1 de julio hablé en la carpa sobre la temperancia cristiana. Esa tarde Dios me ayudó y, a pesar de que hablé durante noventa minutos, la multitud de cinco mil personas escuchó en el silencio más absoluto.

Visita a Indiana

Del 9 al 14 de agosto asistí a la reunión de campo de Indiana en compañía de mi hija, Mary K. White. A mi esposo le resultó imposible abandonar Battle Creek. En esa reunión el Señor me fortaleció para que pudiera trabajar con mayor fervor. Me dio claridad y poder para llamar al pueblo. Al echar una mirada a los hombres y mujeres que se habían reunido, de apariencia noble y de gran influencia, y compararlos con el pequeño grupo reunido seis años antes, en su mayoría pobres e incultos, no pude menos que exclamar: “¡Qué gran obra la del Señor!”

El lunes padecí mucho a causa de mis pulmones porque me había visto afectada por un grave resfriado. Aun así, supliqué al Señor que me diera fuerzas para hacer un esfuerzo más en pro de la salvación de las almas. Me levanté de la enfermedad y fui bendecida con gran libertad y poder. Urgí al pueblo para que entregara el corazón a Dios. Unas cincuenta personas se adelantaron para orar. Se manifestó un gran interés. Quince fueron sepultados con Cristo en el bautismo como resultado de la reunión.

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Habíamos planeado asistir a las reuniones de campo de Ohio y de la costa este; pero nuestros amigos creyeron que, dado mi estado de salud, sería arriesgado y decidimos permanecer en Battle Creek. La garganta y los pulmones me afligieron mucho y aún padecía del corazón. Puesto que sufría la mayor parte del tiempo, ingresé como paciente del sanatorio.

Efectos del exceso de trabajo

Mi esposo trabajó incesantemente para el avance de los intereses de la causa de Dios en varios departamentos de la obra centrada en Battle Creek. Sus amigos estaban atónitos ante la gran cantidad de trabajo que llevaba a cabo. La mañana del sábado 18 de agosto habló en la casa de adoración. Por la tarde, su mente se vio sometida a un esfuerzo crítico de cuatro horas consecutivas durante la lectura del manuscrito del tercer volumen del Spirit of Prophecy [Espíritu de profecía]. La materia era de mucho interés y calculada para conmover el alma hasta sus mismos tuétanos; era una relación del juicio, la crucifixión, la resurrección y la ascensión de Cristo. Antes de que nos diéramos cuenta, ya se había fatigado. El domingo empezó a trabajar a las cinco de la madrugada y no se detuvo hasta la medianoche.

A la mañana siguiente, alrededor de las seis y media, sufrió un mareo y estuvo a punto de quedar paralítico. Esa terrible enfermedad nos asustó mucho, pero el Señor tuvo misericordia y nos libró de esa aflicción. Sin embargo, al ataque siguió una gran postración física y mental y, de hecho, parecía imposible que pudiésemos asistir a las reuniones de campo de la costa este o que yo asistiera sola, dejando a mi esposo deprimido y con la salud quebrantada.

Viendo postrado a mi esposo dije: “Es obra del enemigo. No debemos sucumbir a su poder. Dios nos ayudará”. El viernes dedicamos un tiempo especial de oración para que la bendición de Dios descendiera sobre él y restaurara su salud. También pedimos sabiduría para saber cuál era nuestro deber al respecto de asistir a las reuniones de campo. El Señor había fortalecido nuestra fe repetidas veces para que siguiéramos avanzando y trabajando por él aun cuando estuviésemos abatidos y enfermos. En esas ocasiones nos había mantenido y apoyado. Sin embargo, los amigos nos suplicaron que no viajáramos porque parecía carente de sentido e irrazonable que intentáramos un viaje de tal magnitud y nos expusiéramos a la fatiga y los peligros de la vida al aire libre. Nosotros mismos quisimos pensar que la causa de Dios avanzaría aunque nosotros quedásemos a un lado y no tuviéramos parte activa en ella. Dios levantaría a otros que hicieran su obra.

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No obstante, yo no tenía paz ni libertad al pensar en quedar alejada del campo de trabajo. Me parecía que Satanás se afanaba por poner obstáculos en mi camino e impedirme que diera mi testimonio e hiciera la tarea que Dios me había encomendado. Casi ya había decidido ir sola y hacer mi parte, confiando en que Dios me daría la fuerza necesaria, cuando recibimos una carta del hermano Haskell en la cual expresaba su agradecimiento a Dios porque el hermano y la hermana White asistieran a la reunión de campo de Nueva Inglaterra. El hermano Canright había escrito que no podría estar presente porque le era imposible abandonar los intereses de Danvers y que ninguno de sus acompañantes podría dejar la tienda. El hermano Haskell afirmaba en su carta que ya se habían hecho todos los preparativos para que tuviera lugar una gran reunión en Groveland y, con la ayuda de Dios, había decidido llevarla a cabo aun cuando tuviera que dirigirla él solo.

Una vez más, en oración, pusimos el asunto en manos del Señor. Sabíamos que el poderoso Sanador podría restaurar la salud de ambos, si tal era su gloria. El viaje parecía difícil; me sentía fatigada, enferma y abatida. Aun así, a veces sentía que, si confiábamos en él, Dios haría que el viaje fuese una bendición para mí y mi esposo. En mi mente surgía frecuentemente este pensamiento: “¿Dónde está tu fe? Dios prometió: ‘Como tus días serán tus fuerzas’ Deuteronomio 33:25”.

Intenté animar a mi esposo, quien pensaba que si me sentía capaz de soportar la fatiga y trabajar en la reunión de campo, sería mejor para mí que fuera. Pero él no podría soportar la idea de acompañarme en su estado de debilidad, incapaz de trabajar, con la mente nublada por el desánimo y siendo objeto de la compasión de sus hermanos. Se había levantado poco desde el súbito ataque y parecía que no recuperaba las fuerzas. Una y otra vez buscamos al Señor con la esperanza de que se abriera una rendija en las nubes, pero no vinos ninguna luz. Mientras el carruaje nos esperaba para llevarnos a la estación del ferrocarril, una vez más, nos postramos en oración ante el Señor y le suplicamos que nos sostuviera durante el viaje. Mi esposo y yo decidimos andar por fe y confiar en las promesas de Dios. Tomar esa decisión requirió una gran fe por nuestra parte. Pero cuando nos sentamos en el vagón, sentimos que estábamos cumpliendo con nuestro deber. Descansamos durante el viaje y dormimos bien por la noche.

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