Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 500-510, día 249

Los pobres del señor

Se me mostró que los hermanos que viven fuera de Battle Creek no valoran las cargas y preocupaciones que reposan sobre los que se encuentran en el corazón mismo de la obra. Permiten que los miembros de sus iglesias que no son capaces de sostenerse por sí mismos vengan a Battle Creek con la esperanza de poder obtener empleo en nuestras instituciones. Vienen sin antes escribir y averiguar si hay algún empleo libre para ellos y, de ese modo, se amontonan en la iglesia y descubren por sí mismos que ya hay demasiados empleados, muchos de las cuales están tan necesitados como ellos mismos. Se les admitió por compasión y todavía permanecen en sus puestos, no porque presten un servicio a las instituciones, sino porque están muy necesitados. 

Hay familias que viven en Battle Creek que han visto crecer esas instituciones, por lo cual son merecedoras y necesitan de un puesto en ellas pero que, sin embargo, no pueden conseguirlo porque muchos que vienen de fuera sufrirían si no se los empleara. Esto es causa de que las instituciones y la iglesia estén desorientadas y no sepan cómo tratar todos esos casos con sabiduría, sin perjudicar a nadie y mostrando misericordia para todos. Nuestras instituciones han soportado pérdidas por querer ayudar en esos casos, porque la salud de los candidatos es muy frágil y, por consiguiente, no rinden lo que debieran. Si sus puestos pudiesen estar ocupados por personas capaces y eficientes, la causa de Dios se ahorraría una gran cantidad de dinero. 

Cada iglesia tiene el deber de interesarse por sus pobres. Sin embargo, muchos egoístas han obligado a los miembros pobres de su iglesia a que se mudaran a Battle Creek para que, de esa manera, no se les pida que los sostengan. La iglesia de Battle Creek gasta cada año entre cien y quinientos dólares para el sostenimiento de los pobres y los enfermos cuyas familias deberían pasar privaciones de no ser porque reciben caridad.4 No es del agrado de Dios que esa iglesia permita que los pobres que se encuentran entre sus miembros sufran necesidades. Por lo tanto, los que se encuentran en el corazón de la obra soportan un sobrecosto continuo. 

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Nuestros hermanos deberían mantener sus pobres en sus casas y hacerse cargo de aquellos que ya están en Battle Creek. Podrían hacer mucho más de lo que ahora hacen por los pobres si les proporcionaran empleo, ayudándolos a salir del atolladero por sus propios medios. Sería mucho mejor que esas personas fueran empleadas en asuntos temporales que enviarlas al gran corazón de la obra, cargando la causa de Dios con obreros ineficientes. En Battle Creek sólo son útiles los hombres y las mujeres con formación, que gozan de fuerza física y mental, responsables, acostumbrados a usar su propio cerebro antes que el de los demás. Hermanos, ¿consideraríais que es aconsejable confiar unos cargos de responsabilidad a personas que son incapaces de obtener sus propios medios de subsistencia en los asuntos comunes de la vida? 

Hay hombres y mujeres, y jóvenes, a los cuales es preciso enseñar a emplear sus capacidades allí donde se encuentren. No es tarea agradable, pero cada iglesia es responsable de sus miembros y no debería promover que las personas que no pueden ganarse la vida en su lugar de residencia se muden a Battle Creek. Los hermanos que viven en el campo tienen granjas y pueden conseguir sus propios aprovisionamientos. Por lo tanto, es mucho menos costoso sostener a los pobres en el campo, donde las provisiones son más baratas, que enviarlos a Battle Creek donde, en lugar de ayudar a la iglesia y sus instituciones, obligan constantemente a retirar recursos de la tesorería para ayudarlos. A quienes viven en la ciudad les es costoso comprar casi todas sus provisiones y también hacerse cargo de los pobres. 

Hermanos que asistís a iglesias pequeñas, si Dios os ha encomendado la tarea de cuidar a sus pobres, consolar a los desfallecidos, visitar a los enfermos y proveer a los necesitados, no seáis tan generosos e impedid que la iglesia de Battle Creek se quede con todas las bendiciones de esa tarea. La codicia de las bendiciones que Dios ha prometido a aquellos que se ocupen de los pobres y se compadezcan de los que sufren será vuestra justificación. 

Es preciso que se establezca un fondo de caridad para cubrir las necesidades de los pobres a los que se permite que acudan a Battle Creek. Cada año el sanatorio soporta una carga de miles de dólares por atender a los pacientes de beneficencia. ¿Y quién valora correctamente esta gran carga que soporta la institución? Nadie cuyo nombre se encuentre en los libros de la iglesia debería sufrir la enfermedad un año tras otro cuando unos pocos meses en el sanatorio le darían alivio y una valiosa experiencia de cómo cuidarse de sí mismo y de otros cuando estén enfermos. Todas las iglesias deberían sentir como un deber bíblico hacerse cargo de sus propios pobres y enfermos. 

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Cuando un valioso hijo de Dios necesita los servicios del sanatorio y sólo puede hacerse cargo de una pequeña parte de los costos, la iglesia ha de jugar un noble papel al hacerse cargo del resto de la suma. Algunos serán incapaces de pagar ni siquiera una pequeña parte, pero no permitáis que continúen sufriendo a causa de vuestro egoísmo. Enviadlos al sanatorio, junto con sus peticiones y vuestro dinero para sufragar los gastos. Al hacer esto obtendréis preciosas bendiciones. Mantener en funcionamiento una institución de ese tipo tiene un costo y no se le debería pedir que trate a los enfermos a cambio de nada. Si fuese posible restituir a la institución la suma que ha gastado en pacientes de beneficencia, sería una gran ayuda para aliviar su situación actual. 

Hermanos, no depositéis la carga de vuestros pobres sobre las personas y las instituciones de Battle Creek, sino que haceos cargo de la tarea y cumplid con vuestro deber. Privaos de algunas cosas en vuestros vestidos o vuestros hogares y depositad en algún lugar seguro una suma destinada a los pobres y necesitados. No permitáis que vuestros diezmos y vuestras ofrendas de gratitud a Dios se reduzcan, sino que haced esto en añadidura. No es propósito de Dios que lluevan recursos del cielo para sostener a los pobres, sino que ha puesto sus bienes en manos de administradores. Deben reconocer a Cristo en la persona de sus santos. Todo aquello que hagan por sus hijos que sufren, por él lo hacen, porque identifica su interés con el de la humanidad sufriente.

Dios pide a los jóvenes que se priven de ornamentos y artículos de vestimenta innecesarios, aun cuando cuesten muy poco, y depositen esa cantidad en el cesto de la caridad. También pide a los de edad madura que, cuando examinen un reloj o una cadena de oro, se detengan y se pregunten si sería correcto gastar una cantidad tan grande de dinero por algo que no necesitamos o si hay otro artículo más barato que pueda suplir las mismas necesidades. Al negarnos a nosotros mismos y cargar la cruz de Jesús, el cual se hizo pobre por nosotros, podemos hacer mucho para aliviar el sufrimiento de los pobres que se encuentran entre nosotros. Al imitar el ejemplo de nuestro Señor y Maestro recibiremos su aprobación y sus bendiciones.

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La causa en Battle Creek

Muchos de los que han acudido a Battle Creek no tenían el propósito de llevar ninguna carga. No han venido porque sentían una ansia especial por la prosperidad de la causa, sino por su propio interés, porque desean sacar provecho personal. Esperan gozar de los beneficios que se derivan de las instituciones allí ubicadas sin cargar con ninguna responsabilidad. 

Algunos que se han instalado en Battle Creek para conseguir oportunidades más favorables y sacar provecho personal son culpables de egoísmo y hasta de fraude en el trato con nuestros hermanos venidos de lejos. Si hay algo de qué sacar provecho, debe beneficiar nuestras instituciones, no a los individuos que no han hecho nada para hacerlas crecer y cuyo interés por ellas es egoísta. Muchos de los que vienen a Battle Creek no fortalecen la causa desde el punto de vista religioso. Su corazón es como el de Coré, el de Datán y el de Abiram; de modo que si se presenta una ocasión favorable seguirán el ejemplo de esos hombres perversos. Es cierto que sus fraudulentas acciones, por lo general, pueden ser ocultadas de los ojos de sus hermanos, pero Dios ve su conducta y, finalmente, los recompensará según sus obras.

Algunos que han vivido durante mucho tiempo en Battle Creek, deberían ser hombres responsables, pero ocupan cargos de confianza sólo de palabra. Se los puso como guardianes de nuestras instituciones pero sus actos demuestran que no sienten ningún interés especial ni se preocupan por ellas. Sus pensamientos se centran tan sólo en ellos mismos. Si debiéramos juzgarlos por sus acciones deberíamos convencerlos de que consideraran sus propias energías también valiosas para ser ejercitadas en las agencias de Dios. Son negligentes en la conservación de la puesto, no porque no puedan hacerlo, sino porque se ocupan de sí mismos y están satisfechos de arrullarse en la cuna de la seguridad carnal.

Los hombres que hacen que el objetivo y el centro de su vida sean su propio placer y beneficio no deberían permanecer en ese puesto tan importante. No tienen derecho de estar aquí. Se interponen en el camino de la obra de Dios. Los que descuidan a los pobres del Señor y no sienten ninguna responsabilidad hacia las viudas y los huérfanos, ni se identifican con ellos, ni trabajan para traer justicia y equidad entre los hombres, son culpables de descuidar a Cristo en la persona de sus santos, porque conociendo la causa, no la buscan. No sienten la carga ni hacen esfuerzos para sostenerla. Si en el gran corazón de la obra nos se manifiesta más vigilancia, toda la iglesia se corromperá como las de otras denominaciones. 

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Todos los que viven en Battle Creek rendirán una terrible cuenta a Dios si han cometido pecado sobre algún otro hermano. Es alarmante que la indiferencia, el adormecimiento y la apatía hayan sido características de hombres que ocupan cargos de responsabilidad y que, constantemente aumenten el orgullo y la alarmante desconsideración por las advertencias del Espíritu de Dios. Las barreras que la palabra de Dios sitúa alrededor de su pueblo están siendo derribadas. Los hombres que conocen el modo en que Dios guió a su pueblo en el pasado, en lugar de buscar las antiguas sendas y defender nuestra posición como pueblo peculiar, han unido sus manos con el mundo. La característica más alarmante del caso es que no han sido escuchadas las voces de advertencias, de reprensiones y recomendaciones. Los ojos del pueblo de Dios parecen ciegos y la iglesia es arrastrada rápidamente por la corriente de la mundanalidad. 

Dios no desea que quienes velan por los intereses de sus instituciones sean hombres de madera, sino que quiere hombres trabajadores—hombres capaces y perspicaces—, hombres que tengan ojos y los abran para poder ver, y corazones sensibles a la influencia de su Espíritu. Necesita hombres de estricta integridad que guarden los intereses de su causa en Battle Creek. 

En Battle Creek hay quienes nunca se ha sometido completamente a la reprensión. Esas personas han seguido la conducta de su propia elección. Siempre, en mayor o menor grado, han ejercido una influencia contraria a la de los que se han levantado para defender lo justo y reprender el error. La influencia de tales personas sobre los que llegan y entran en contacto con ellos en calidad de huéspedes o internos de la escuela es nefasta. Llenan la mente de los recién llegados con dudas y preguntas sobre los testimonios del Espíritu de Dios. Hacen falsas especulaciones sobre los Testimonios y, en lugar de motivar a las personas para que se consagren a Dios y escuchen la voz de la iglesia, les enseñan a ser independientes y no tener en cuenta las opiniones y los juicios ajenos. La influencia de esa clase de personas ha trabajado secretamente. Algunos no son conscientes del daño que están causando; sino que, siendo ellos mismos orgullosos y rebeldes y no habiéndose consagrado, llevan a otros en una dirección equivocada. Están envueltos de una atmósfera ponzoñosa. La sangre de las almas mancha sus vestiduras. En el día del juicio final Cristo les dirá: “Apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad”. Lucas 13:27. Por más que queden atónitos, sus vidas pretendidamente cristianas habrán sido un fraude y un engaño. 

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Si todos los que están en Battle Creek fuesen fieles a la luz que Dios les ha dado y a los intereses de la iglesia, si sintiesen el valor de las almas por las cuales murió Cristo, la influencia que se ejercería sería otra. No obstante, vemos que, en gran medida, se repite la conducta de los hijos de Israel. El pueblo estaba ante el monte Sinaí, escuchando la voz de Dios, fuertemente impresionado por su sagrada presencia, y presas del terror, los israelitas dijeron a Moisés: “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos”. Éxodo 20:19. Ante el monte Sinaí pronunciaron solemnes votos de adhesión a Dios; pero, apenas hubieron cesado los truenos, la trompeta y la voz de Dios, se arrodillaron ante un ídolo. Su dirigente había sido llamado y ocultado de su vista por una densa nube para conversar con Dios.

El colaborador de Moisés, a quien se le había encomendado la solemne carga de cuidar del pueblo durante su ausencia, escuchó cómo se quejaban de que Moisés los había abandonado y expresaron el deseo de regresar a Egipto; y sin embargo, por miedo a ofender al pueblo, permaneció en silencio. No permaneció firme a Dios sino que, para complacer al pueblo fundió un becerro de oro. Parecía estar adormecido ante el comienzo del mal. Cuando escuchó la primera palabra de rebelión, Aarón debía haberla reprimido; pero temía tanto ofender al pueblo que, aparentemente, se unió a los israelitas y, finalmente, fue persuadido de fundir un becerro de oro para que lo adoraran. 

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Los ministros tienen que ser guardas fieles que ven el mal y advierten a los fieles. Deben expresarles constantemente los peligros e insistir para que puedan verlos con claridad. La exhortación de Pablo a Timoteo fue: “Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”. 2 Timoteo 4:2. 

Ha habido relaciones matrimoniales formadas en Battle Creek con las que Dios nada tiene que ver. En algunos casos han sido uniones enfermizas, en otros, inmaduras. Cristo nos advirtió que este estado de cosas se daría inmediatamente antes de su segunda venida. Es una de las señales de los últimos días. Es un estado parecido al que se dio previo al Diluvio. La mente de la gente estaba hechizada por el tema del matrimonio. Si hay tanta incertidumbre, tanto peligro, no hay razón para hacer una gran ostentación, ni siquiera cuando las partes son perfectamente adecuadas, sino que es preciso pasar la prueba.

Que los que profesan ser reformadores, los que viven una vida humilde, adopten las costumbres y las modas de los ricos del mundo es un reproche para nuestra fe. Algunos recibieron palabra de advertencia de parte de Dios; ¿acaso eso los detuvo? No, no temieron a Dios porque el embrujador poder de Satanás los dominaba. Algunos en Battle Creek han influido sobre esos pobres infatuados a hacer caso de su propio juicio y al hacerlo han maltrecho su utilidad y han sido causa del desagrado de Dios. 

Dios quiere que los hombres cultiven la fuerza de carácter. Los que son meros servidores del tiempo no recibirán la rica recompensa que viene dentro de poco. Necesita que lo que trabajan en su causa sean hombres perspicaces y astutos. Deben ser moderados en las comidas; los alimentos ricos y lujosos no deberían tener lugar en su mesa. Cuando constantemente se somete el cerebro a esfuerzos importantes y el ejercicio físico es escaso, es preciso que coman con frugalidad, incluso alimentos sencillos. La claridad de pensamiento de Daniel, su firmeza de propósito y su destreza intelectual al adquirir conocimientos, se debían en gran medida a la sencillez de su dieta unida a su vida de oración. 

Elí era un buen hombre, de moral pura; pero era demasiado indulgente. Causó el desagrado de Dios porque no fortaleció los puntos débiles de su carácter. No quería herir los sentimientos de nadie y no tuvo el valor moral de reprender y reprobar el pecado. Sus hijos eran hombres viles y, aun así, no los apartó de sus responsabilidades. Profanaron la casa de Dios. Él lo supo y se sintió triste porque amaba la pureza y la justicia. Pero carecía de la fuerza moral necesaria para suprimir el mal. Amaba la paz y la armonía y se volvió más y más insensible a la impureza y al delito. Pero Dios se encargó del asunto con sus propias manos. Cuando la reprensión llegó a él a través de un niño, la aceptó y sintió que era lo que merecía. No mostró resentimiento hacia Samuel, el mensajero de Dios; lo amó como hasta ahora lo había hecho pero se condenó a sí mismo. 

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Los hijos culpables de Elí murieron en la batalla. Pudo soportar la noticia de la muerte de sus hijos, pero no resistió saber que el arca de Dios había sido tomada. Sabía que había pecado por descuido al no defender la justicia ni reprender el mal y que, finalmente, había privado a Israel de su fuerza y su gloria. Su cara palideció de muerte y, tras caer de espaldas, murió. 

¡Qué lección encontramos aquí para los padres y los guardianes de la juventud, así como los que ministran en el servicio de Dios! Cuando no se corrigen los males porque los hombres tienen muy poco valor para reprender el error, o porque están poco interesados o son demasiado indolentes para invertir sus propias facultades en esforzarse honestamente para purificar la familia o la iglesia de Dios, son responsables del mal que pueda resultar como consecuencia de su abandono del deber. Somos tan responsables de los males que hubiésemos podido corregir en los demás mediante la reprensión, la advertencia o el ejercicio de la autoridad paterna o pastoral como si nosotros mismos hubiésemos cometido tales actos. 

Elí debería haber intentado refrenar el mal primero con medidas suaves, pero si eso no hubiera bastado, debería haber subyugado el error con las medidas más severas. El honor de Dios es sagrado y debe ser preservado, incluso si esto nos separa del familiar más cercano. Un único defecto en un hombre que goza de muchos talentos puede destruir su utilidad en esta vida y ser causa de que en el día de Dios escuche las desagradables palabras: “Apartaos de mí, hacedores de maldad”. Mateo 7:23. 

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Elí era amable, amoroso y cortés; sentía un verdadero interés por el servicio de Dios y la prosperidad de su causa. Su oración era poderosa. Nunca se levantó en rebelión contra las palabras de Dios. Pero tenía un defecto, le faltaba firmeza de carácter para reprender el pecado y ejecutar la justicia contra el pecador. Por eso Dios no podía confiar en él para mantener la pureza de Israel. No añadió a su fe el coraje y la fuerza de decir “no” en el momento y el lugar justos. El pecado es pecado y la justicia es justicia. Es preciso que suene la trompeta de alerta. Vivimos en una edad terriblemente malvada. La adoración de Dios se corromperá a menos que haya hombres despiertos en cada posición de responsabilidad. Ahora no es tiempo de que nadie quede absorto en las comodidades egoístas. No se debe permitir que ninguna de las palabras pronunciadas por Dios caigan en tierra baldía. 

Si bien algunos en Battle Creek han profesado creer los Testimonios, no es menos cierto que los han pisoteado. Muy pocos los han leído con interés y muy pocos les han hecho caso. La autoindulgencia, el orgullo, la moda y la ostentación se mezclan con la adoración a Dios. Él necesita hombres valientes y de acción, que no acepten la erección de ídolos y la entrada de abominaciones sin levantar la voz como una trompeta, mostrando al pueblo sus transgresiones y los pecados a la casa de Jacob. 

Tan pronto como Samuel empezó a juzgar a Israel, a pesar de su juventud, reunió una asamblea del pueblo para ayunar y orar y humillarse profundamente ante Dios. Dio el solemne testimonio que había recibido de boca de Dios. Entonces el pueblo empezó a aprender dónde se encontraba su fuerza. Los israelitas pidieron a Samuel que no dejase de rogar a Dios por ellos. Sus enemigos se habían levantado para presentarles batalla, pero Dios escuchó la oración en su favor. Actuó por ellos y la victoria fue para Israel.

Es preciso hacer un gran trabajo en Battle Creek. Se han descuidado deberes y se han traicionado las confianzas. Han llegado hombres que no han aportado nada que fortalezca la causa, sino que constantemente se esfuerzan por acumular en sus manos las pocas posesiones de los otros. Así roban el tesoro de Dios. El natural egoísmo de sus corazones se muestra siempre que se les presenta una ocasión favorable para sacar provecho para sí a costa del infortunio ajeno. Han actuado así con tanta impunidad que se ha alcanzado el nivel mundano y hay muy poca diferencia entre su trato y el del mundo.

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Las responsabilidades que debe soportar nuestro pueblo en Battle Creek son mayores que en ningún otro lugar. Todos los que decidan vivir aquí deben hacerlo no sólo por su propia conveniencia y en provecho propio, sino poniendo la vista en la gloria de Dios. Deberían estar completamente preparados para soportar las cargas cuándo y donde deben ser soportadas y, con devoción abnegada, sostener las que Dios ha puesto entre ellos. Quienes no estén dispuestos a seguir esta conducta deberán ir allí donde las cargas sean más ligeras. En este puesto tan importante, el cual depende tanto del esfuerzo personal, todos deben desempeñar su papel sin vacilación; deben estar despiertos para que la causa del Maestro no sufra la pérdida de una sola alma. Muchos no consiguen alcanzar el modelo del evangelio; son egoístas y sólo consideran sus propios intereses y no se preocupan por ver qué pueden hacer para ser una bendición para sus prójimos. Cristo no quiere ociosos en su viña. Exige que todos trabajen ahora y por la eternidad. 

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