Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 521-530, día 251

Los ministros que son verdaderamente representantes de Cristo serán hombres de oración. Con fervor y fe innegable, rogarán a Dios para que sean fortalecidos para el deber y la prueba, y para que sus labios sean santificados mediante el toque del carbón vivo del altar, a fin de que puedan pronunciar las palabras de Dios a la gente. “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios”. Isaías 50:4. 

Cristo dijo a Pedro: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no falte”. Lucas 22:31, 32. ¿Quién puede calcular el resultado de las oraciones del Salvador del mundo? Cuando Jesús vea el fruto del trabajo de su alma y quede satisfecho, entonces comprenderá el valor de sus fervientes oraciones mientras su divinidad estaba velada con humanidad.

Jesús oró no sólo por uno, sino por todos sus discípulos: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo”. Juan 17:24. Su ojo atravesó el oscuro velo del futuro, y leyó la biografía de cada hijo e hija de Adán. Sintió las cargas y tristezas de toda alma agitada por la tempestad; y esta oración ferviente incluyó al mismo tiempo que a sus discípulos vivos, a todos los que le siguiesen hasta el fin del mundo. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”. Juan 17:20. Sí; esa oración de Cristo nos abarca aún a nosotros. Debemos ser consolados por el pensamiento de que tenemos un gran Intercesor en el cielo, que presenta nuestras peticiones ante Dios.

“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. 1 Juan 2:1. En la hora de mayor necesidad, cuando el desaliento quiera abrumar el alma, es cuando el vigilante ojo de Jesús verá que necesitamos su ayuda. La hora de la necesidad humana es la hora de la oportunidad de Dios. Cuando todo apoyo humano fracasa, entonces Jesús acude en nuestro auxilio, y su presencia despeja las tinieblas y disipa la nube de lobreguez. 

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En su barquichuelo, sobre el mar de Galilea, en medio de la tempestad y las tinieblas, los discípulos luchaban para alcanzar la orilla, pero todos sus esfuerzos eran infructuosos. Cuando la desesperación se estaba apoderando de ellos, vieron a Jesús que andaba sobre las ondas espumosas. Pero al principio no reconocieron la presencia de Cristo, y su terror aumentó hasta que su voz diciendo: “Yo soy, no temáis” (Juan 6:29), disipó sus temores y les infundió esperanza y gozo. Entonces, ¡cuán voluntariamente los pobres y cansados discípulos cesaron en sus esfuerzos y lo confiaron todo al Maestro! 

Este sorprendente incidente ilustra la experiencia de los que siguen a Cristo. ¡Con cuánta frecuencia nos aferramos a los remos, como si nuestra propia fuerza y sabiduría bastaran, hasta que encontramos inútiles nuestros esfuerzos. Entonces, con manos temblorosas y fuerza desfalleciente, entregamos el trabajo a Jesús y confesamos que no podemos cumplirlo. Nuestro misericordioso Redentor se compadece de nuestra debilidad; y cuando, en respuesta al clamor de la fe, él asume la obra que le pedimos que haga, ¡cuán fácilmente realiza lo que nos parecía tan difícil! 

La historia del antiguo pueblo de Dios nos proporciona muchos ejemplos en los que prevaleció la oración. Cuando los amalecitas atacaron el campamento de Israel en el desierto, Moisés sabía que su pueblo no estaba preparado para el encuentro. Mandó a Josué con un puñado de soldados para hacer frente al enemigo, mientras él mismo, con Aarón y Hur, se situaron en una colina que dominaba el campo de batalla. Allí, el hombre de Dios presentó el caso al Único que podía darles la victoria. Con manos extendidas hacia el cielo, Moisés oró fervientemente por el éxito de los ejércitos de Israel. Se observó que mientras sus manos permanecían elevadas, Israel prevalecía contra el enemigo; pero cuando por el cansancio las dejaba caer, Amalec prevalecía. Aarón y Hur sostuvieron las manos de Moisés, hasta que la victoria, plena y completa, fue de Israel, y sus enemigos fueron ahuyentados del campo. 

Este ejemplo había de ser hasta el fin del tiempo una lección para todo Israel, de que Dios es la fortaleza de su pueblo. Cuando Israel triunfaba, era porque Moisés alzaba las manos hacia el cielo, e intercedía en su favor; de manera que cuando todo el Israel de Dios prevalece, es porque el Poderoso asume su caso y pelea sus batallas por ellos. Moisés no pidió ni creyó que Dios vencería a sus enemigos mientras Israel permanecía inactivo. Ordenó todas sus fuerzas y las mandó tan bien preparadas como se lo permitían sus medios, y luego llevó todo el asunto a Dios en oración. Moisés, en el monte, rogaba al Señor, mientras que Josué, con sus valientes soldados, estaba abajo haciendo cuanto podía para rechazar a los enemigos de Israel y de Dios. La oración que proviene de un corazón sincero y creyente es la oración eficaz y fervorosa que puede mucho. Dios no contesta siempre nuestras oraciones como nosotros lo esperamos, porque tal vez no pedimos lo que será para nuestro mayor beneficio. Pero en su sabiduría y amor infinitos, él nos dará las cosas que más necesitamos. Feliz el ministro que tenga un Aarón y Hur que fielmente fortalezcan sus manos cuando se cansan, y le sostengan por la fe y la oración. Un apoyo tal es una ayuda poderosa para el siervo de Dios en su obra, y con frecuencia hará triunfar gloriosamente la causa de la verdad.

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Después de la transgresión de Israel, cuando éste se hizo el becerro de oro, Moisés volvió a interceder ante Dios en favor de su pueblo. Él tenía cierto conocimiento de aquellos que habían sido confiados a su cuidado; conocía la perversidad del corazón humano, y comprendía las dificultades con que debía contender. Pero había aprendido por experiencia que a fin de tener influencia sobre el pueblo, debía tener primero poder con Dios. El Señor leyó la sinceridad y el propósito abnegado del corazón de su siervo, y condescendió en comunicarse con este débil mortal cara a cara, como un hombre habla con un amigo. Moisés se confió a Dios a sí mismo junto con todas sus cuitas, y abrió libremente su alma delante de él. El Señor no reprendió a su siervo, sino que condescendió en escuchar sus súplicas.

Moisés tenía un profundo sentimiento de su indignidad y de su falta de capacidad para la gran obra a la cual Dios le había llamado. Suplicó con intenso fervor que el Señor fuese con él. La respuesta que recibió fue: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” Éxodo 33:14. Pero Moisés no creía que podía conformarse con esto. Había ganado mucho, pero anhelaba acercarse más a Dios, y obtener mayor seguridad de su permanente presencia. Había llevado la carga de Israel; había soportado un peso abrumador de responsabilidad; cuando el pueblo pecaba, él sufría intenso remordimiento, como si él mismo fuese culpable; y ahora oprimía su alma un sentimiento de los terribles resultados que se producirían si Dios abandonaba a los hijos de Israel a la dureza e impenitencia de su corazón. No vacilarían en matar a Moisés, y por su propia temeridad y perversidad, no tardarían en caer presa de sus enemigos, y así deshonrarían el nombre de Dios ante los paganos. Moisés insistía en su petición con tanto fervor y sinceridad, que le llegó la respuesta: “También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre”. Éxodo 33:17.

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Al llegar a este punto esperaríamos que el profeta dejase de interceder; pero no, envalentonado por su éxito, se atrevió a acercarse más a Dios, con una santa familiaridad que casi supera nuestra comprensión. Hizo luego una petición que ningún ser humano hizo antes: “Te ruego que me muestres tu gloria”. Éxodo 33:18. ¡Qué petición de parte de un ser mortal finito! Pero, ¿es rechazado? ¿Lo reprende Dios por su pretensión? No; oímos las misericordiosas palabras: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. Éxodo 33:19. 

Ningún hombre podía ver la gloria revelada de Dios y sobrevivir; pero a Moisés se le asegura que él contemplará tanto de la gloria divina como puede soportar su estado mortal actual. Esa Mano que hizo el mundo, que sostiene las montañas en sus lugares toma a este hombre del polvo, este hombre de poderosa fe; y, misericordiosa, lo oculta en la hendidura de la peña, mientras la gloria de Dios y toda su benignidad pasan delante de él. ¿Podemos asombrarnos de que “la magnífica gloria” (2 Pedro 1:17) resplandeciera en el rostro de Moisés con tanto brillo que la gente no lo pudiera mirar? La marca de Dios estaba sobre él, haciéndolo aparecer como uno de los resplandecientes ángeles del trono. 

Este incidente, y sobre todo la seguridad de que Dios oiría su oración, y de que la presencia divina le acompañaría, eran de más valor para Moisés como caudillo, que el saber de Egipto, o todo lo que alcanzara en la ciencia militar. Ningún poder, habilidad o saber terrenales pueden reemplazar la inmediata presencia de Dios. En la historia de Moisés podemos ver cuán íntima comunión con Dios puede gozar el hombre. Para el transgresor es algo terrible caer en las manos del Dios viviente. Pero Moisés no tenía miedo de estar a solas con el Autor de aquella ley que había sido pronunciada con tan pavorosa sublimidad desde el monte Sinaí; porque su alma estaba en armonía con la voluntad de su Hacedor. 

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Orar es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo. El ojo de la fe discernirá a Dios muy cerca, y el suplicante puede obtener preciosa evidencia del amor y del cuidado que Dios manifiesta por él. Pero, ¿por qué sucede que tantas oraciones no son nunca contestadas? Dice David: “A él clamé con mi boca, Y fue exaltado con mi lengua. Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” Salmos 66:17. Por otro profeta, el Señor nos ha dado la promesa: “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”. Jeremías 29:13. Y en otro lugar habla de algunos que “no clamaron a mí con su corazón”. Oseas 7:14. Esas peticiones son oraciones de forma, servicio de labios solamente, que el Señor no acepta.

La oración que Natanael ofreció mientras estaba debajo de la higuera, provenía de un corazón sincero, y fue oída y contestada por el Maestro. Cristo dijo de él: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. Juan 1:47. El Señor lee el corazón de cada uno y comprende sus motivos y propósitos. “La oración de los rectos es su gozo”. Proverbios 15:8. El no será tardo en oír a aquellos que le abren su corazón, sin exaltarse a sí mismos, sino sintiendo sinceramente su gran debilidad e indignidad.

Hay necesidad de oración, de oración muy ferviente, sincera, como en agonía, de oración como la que ofreció David cuando exclamó: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía”. Salmos 42:1. “Yo he anhelado tus mandamientos” (Salmos 119:40); “he deseado tu salvación” Salmos 119:174. “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo”. Salmos 84:2. “Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo”. Salmos 119:20. Tal es el espíritu de la oración que lucha, como el que poseía el real salmista.

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Daniel oró a Dios, sin ensalzarse a sí mismo ni pretender bondad alguna: “Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío”. Daniel 9:19. Esto es lo que Santiago llama la oración eficaz y ferviente. De Cristo se dice: “Estando en agonía oraba más intensamente”. Lucas 22:44. ¡Qué contraste presentan con esta intercesión de la Majestad celestial las débiles y tibias oraciones que se ofrecen a Dios! Muchos se conforman con el servicio de los labios, y pocos tienen un anhelo sincero, ferviente y afectuoso por Dios. 

La comunión con Dios imparte al alma un íntimo conocimiento de su voluntad. Pero muchos de los que profesan la fe, no saben lo que es la verdadera conversión. No han experimentado la comunión con el Padre por medio de Jesucristo y no han sentido el poder de la gracia divina para santificar el corazón. Orando y pecando, pecando y orando, viven llenos de malicia, engaño, envidia, celos y amor propio. Las oraciones de esta clase son abominación delante de Dios. La verdadera oración requiere las energías del alma y afecta la vida. El que presenta así sus necesidades delante de Dios, siente el vacío de todo lo demás bajo el cielo. “Delante de ti están todos mis deseos”, dijo David, “y mi suspiro no te es oculto”. Salmos 38:9. “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” Salmos 42:2. “Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí”. Salmos 42:4. 

A medida que nuestro número aumenta, deben hacerse planes más amplios para satisfacer las demandas de los tiempos; pero no vemos aumento especial de la ferviente piedad, de la sencillez cristiana y de la devoción sincera. La iglesia parece conformarse con dar tan sólo los primeros pasos en la conversión. Sus miembros están más listos para la labor activa que para la devoción humilde, más listos para dedicarse al servicio religioso externo que a la obra interna del corazón. La meditación y la oración son descuidadas por el bullicio y la ostentación. La religión debe empezar vaciando y purificando el corazón, y debe ser nutrida por la oración diaria. 

El progreso constante de nuestra obra y el aumento de las instalaciones llenan el corazón y la mente de muchos de nuestros hermanos con satisfacción y orgullo que tememos hayan de reemplazar el amor de Dios en el alma. La actividad intensa en la parte mecánica de la obra de Dios puede ocupar de tal manera la mente, que la oración sea descuidada, y la importancia y suficiencia propia, tan dispuestas a abrirse paso, reemplacen la verdadera bondad, mansedumbre y humildad de corazón. Puede oírse el clamor: “Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste”. Jeremías 7:4. “Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová”. 2 Reyes 10:16. Pero, ¿dónde están los que llevan las cargas? ¿Dónde están los padres y las madres de Israel? ¿Dónde están los que llevan en el corazón la preocupación por las almas, y se acercan con íntima simpatía a sus semejantes, listos a colocarse en cualquier posición para salvarlos de la ruina eterna? 

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“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”. Zacarías 4:6. “Vosotros sois”, dijo Cristo, “la luz del mundo”. Mateo 5:14. ¡Qué responsabilidad! Hay necesidad de ayuno, humillación y oración sobre nuestro decadente celo y espiritualidad lánguida. El amor de muchos se está enfriando. Los esfuerzos de muchos de nuestros predicadores no son lo que debieran ser. Cuando algunos de los que carecen del Espíritu y del poder de Dios entran en un nuevo campo, empiezan denunciando a las demás denominaciones, pensando que pueden convencer a la gente de la verdad presentando las inconsistencias de las iglesias populares. En algunas ocasiones, puede parecer necesario hablar de estas cosas, pero en general ello no hace sino crear prejuicios contra nuestra obra, y cierra los oídos de muchos que de otra manera podrían haber escuchado la verdad. Si estos maestros estuviesen íntimamente relacionados con Cristo, tendrían sabiduría divina para saber cómo acercarse a la gente. No se olvidarían tan pronto de las tinieblas y del error, la pasión y el prejuicio que los separaban a ellos mismos de la verdad. 

Si estos maestros trabajasen con el espíritu del Maestro, obtendrían resultados muy diferentes. Con mansedumbre y longanimidad, gentileza y amor, aunque con fervor decidido, tratarían de conducir a estas almas errantes a un Salvador crucificado y resucitado. Cuando hagan esto, veremos a Dios obrar en los corazones de los hombres. Dice el gran apóstol: “Nosotros somos colaboradores de Dios”. 1 Corintios 3:9. ¡Qué obra para los pobres mortales! Se nos suministran las armas espirituales para pelear la “buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12); pero algunos parecen haber sacado de la panoplia del cielo solamente los rayos y los truenos. ¿Hasta cuándo persistirán estos defectos? 

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En medio del interés religioso, algunos descuidan la parte más importante de la obra. Dejan de visitar a aquellos que han mostrado interés al presentarse noche tras noche para escuchar la explicación de las Escrituras y no llegan a familiarizarse con ellos. La conversación sobres temas religiosos, y la oración ferviente con los tales al debido tiempo, podría encaminar a muchas almas en la debida dirección. Los ministros que descuidan su deber al respecto no son verdaderos pastores del rebaño. Mientras debieran ser más activos en conversar y orar con los interesados, algunos se dedicarán a escribir cartas innecesariamente largas a personas lejanas. ¡Oh!, ¿qué estamos haciendo por el Maestro? Cuando termine el tiempo de gracia, ¡cuántos verán las oportunidades que descuidaron en cuanto a prestar servicio para su amado Señor que murió por ellos! Y aun los que son tenidos como más fieles, verán que podrían haber hecho mucho más si sus mentes no hubiesen sido distraídas por el ambiente mundano. 

Suplicamos a los heraldos del evangelio de Cristo, que nunca se desalienten en la obra y nunca consideren ni aun al pecador más empedernido fuera del alcance de la gracia de Dios. Los tales pueden aceptar la verdad con amor, y llegar a ser la sal de la tierra. El que desvía los corazones de los hombres como se desvían los ríos de agua, puede hacer que el alma más egoísta y endurecida por el pecado se entregue a Cristo. ¿Hay algo demasiado difícil para Dios? “Así será mi palabra”, dice él, “que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” Isaías 55:11.

Dios no pondrá su bendición sobre los que son negligentes, egoístas y amantes de la comodidad; los que no quieren llevar cargas en su causa. El “Bien, buen siervo” (Mateo 25:21) será pronunciado solamente sobre aquellos que hayan hecho bien. Cada hombre ha de ser recompensado “según sea su obra” Apocalipsis 22:12. Queremos un ministerio activo, hombres de oración que luchen con Dios como lo hiciera Jacob, y digan: “No te dejaré, si no me bendices”. Génesis 32:26. Si queremos obtener la corona del vencedor, debemos ejercitar todo nervio y toda facultad. Nunca podremos ser salvos en la inactividad. El ser ocioso en la viña del Señor es renunciar a todo derecho a la recompensa de los justos. 

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Advertencias y admoniciones

El 23 de noviembre de 1879 se me mostraron algunas cosas relacionadas con nuestras instituciones y los peligros y deberes de aquellos que ocupan cargos de responsabilidad relacionados con ellas. Vi que aquellos hombres habían sido levantados para desempeñar una tarea especial como instrumentos de Dios de manera que los controlara, los guiara, y los moviera su Espíritu. Tienen el deber de responder a las exigencias de Dios y jamás deben sentir que son dueños de sí mismos y pueden emplear su facultades como mejor y más provechoso les parezca para ellos mismos. Aunque su propósito sea obrar con justicia es más que probable que se equivoquen a menos que sean aprendices constantes de la escuela de Cristo. Su única seguridad es andar humildemente con Dios. 

Los peligros acechan a cada paso y aquél cuyo porte sea el de un conquistador podrá cantar un canto de triunfo en la ciudad de Dios. Algunos tienen fuertes rasgos de carácter que deberán reprimir. Si se mantienen bajo el control del Espíritu de Dios, esos rasgos serán una bendición; si no, serán una maldición declarada. Que aquellos que ahora están montados sobre la ola de popularidad no se vuelvan frívolos y excitables, será un milagro de la misericordia. Si se rinden a su propia sabiduría, como muchos otros que han gozado de su posición, esa sabiduría se transformará en insensatez. Pero mientras se entreguen abnegadamente a la obra de Dios, sin desviarse en lo más mínimo, el Señor extenderá sobre ellos su brazo poderoso y será una ayuda igualmente poderosa. “Yo honraré a los que me honran”. 1 Samuel 2:30. 

Esta es una época peligrosa para cualquiera que tenga talentos que puedan ser útiles para la obra de Dios. Satanás despliega sus tentaciones constantemente ante las personas, intentando que caigan víctimas del orgullo y la ambición; de manera que, cuando Dios desea usarlas, a menudo se han vuelto independientes y autosuficientes y se sienten capaces de resistir solos. Ese será vuestro peligro, hermanos, a menos que viváis una vida de fe y oración constantes. Podéis tener un profundo y permanente sentido de las cosas eternas y el amor por la humanidad que Cristo mostró en su vida. La estrecha unión con el cielo dará el tono justo a vuestra fidelidad y será la base de vuestro éxito. Vuestro sentimiento de dependencia os llevará a orar y vuestro sentido del deber os empujará a esforzaros. La oración y el esfuerzo, serán el centro de vuestra vida. Orad como si la eficiencia y los elogios se debieran únicamente a Dios; trabajad como si sólo a vosotros correspondieran todos los deberes. Si necesitáis poder, podéis obtenerlo porque está a la espera que lo pidáis. Basta con que creáis en Dios, os apoderéis de él en su palabra y actuéis por fe para que venga la bendición.

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