Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 531-540, día 252

En este asunto, el genio, la lógica y la elocuencia no son de provecho. Dios acepta a quienes tienen un corazón humilde, confiado y contrito y escucha sus oraciones y cuando los ayuda vencen todos los obstáculos. Cuántos hombres de grandes capacidades naturales y alta formación han fracasado cuando han sido puestos en cargos de responsabilidad; y, sin embargo, quienes tenían un intelecto débil, cuyo entorno era más desfavorable, tuvieron un éxito maravilloso. El secreto reside en que los primeros confiaban en ellos mismos mientras que los segundos se unían a Aquel cuyo consejo es maravilloso y es poderoso para conseguir sus deseos. 

Puesto que su trabajo siempre es urgente, a algunos les resulta difícil encontrar tiempo para meditar y orar. Cometen un error. Las bendiciones del cielo obtenidas mediante las súplicas diarias serán como pan de vida para el alma y aumentarán su potencia moral y espiritual, como un árbol plantado junto a las aguas de un río, cuyas hojas estarán siempre verdes y cuyos frutos madurarán a su tiempo. 

Algunos han cometido un terrible error al descuidar la adoración pública de Dios. Los privilegios del servicio de culto son tan provechosos para ellos como para otros y son esenciales. A menudo, son tan incapaces de aprovecharlos como muchos otros. Con frecuencia, los médicos son llamados en sábado para visitar a los enfermos y se les obliga a hacer de ese día una jornada extenuante. Nuestro Salvador dijo que la labor de alivio de los sufrientes es una obra de misericordia y que, en ningún modo, profana el sábado. Pero quienes dedican regularmente sus sábados a la escritura o al trabajo, sin hacer ningún cambio especial perjudican sus propias almas, dan a los otros un ejemplo indigno de imitación y no honran a Dios. 

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Algunos no han visto la importancia real, no sólo de asistir a las reuniones religiosas, sino también de dar testimonio de Cristo y la verdad. Si esos hermanos no adquieren fuerza espiritual mediante el cumplimiento de todas y cada una de las obligaciones cristianas, estableciendo así una relación más estrecha y sagrada con su Redentor, sus facultades morales se debilitarán. A menos que cambien su conducta, con toda seguridad, se marchitarán espiritualmente. 

Los hombres que están a cargo de nuestras instituciones ocupan puestos de gran responsabilidad. No deben ser distraídos de sus responsabilidades, pero tampoco pensar que son imprescindibles. Dios puede trabajar sin ellos, pero ellos no pueden trabajar sin Dios. Es necesario que aprendan a trabajar en armonía. Si desempeñan su función de manera honorable, cada uno de ellos podrá velar por los intereses financieros de la institución que se le ha confiado. Tales hombres deberán ser extremadamente cautos para que su departamento no sea el único que se tenga en cuenta y, así no perjudiquen a otros departamentos de igual importancia. 

Hermanos, corréis el peligro de cometer graves errores en los negocios que emprendéis. Dios os advierte para que estéis vigilantes si no queréis invadir el terreno de vuestros colegas. Cuidad de no cultivar la estafa porque no resistiréis la prueba del día de Dios. Es preciso que seáis perspicaces y cuidadosos en vuestros cálculos porque deberéis tratar con todo tipo de personas; debéis vigilar los intereses de nuestras instituciones o miles de dólares irán a parar a manos de hombres deshonestos. Sin embargo, no permitáis que esos rasgos se conviertan en fuerza dominante. Sometidos a un control adecuado, son elementos esenciales para el carácter; si conserváis el temor de Dios ante vosotros y su amor en el corazón estaréis seguros. 

Es mucho mejor renunciar a algunos beneficios que cultivar un espíritu avaricioso y, de ese modo, convertirlo en parte de nuestra naturaleza. La ruindad es indigna de un cristiano. La gran cuchilla de la verdad nos ha separado del mundo. Aunque puedan ser muy evidentes para los demás, no siempre podemos ver los malos rasgos de nuestro carácter. Sin embargo, el tiempo y las circunstancias, con toda seguridad, sacarán a la luz el oro o descubrirán el vil metal de nuestro carácter. Los hombres no nos conocen hasta que el crisol de Dios nos pone a prueba. Cada pensamiento bajo, cada mala acción, revela algún defecto del carácter. Los rasgos ásperos deben ser desbastados por el bisel y el martillo del gran taller de Dios, y la gracia de Dios debe pulirnos antes de que podamos ocupar un lugar en el glorioso templo. 

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Dios puede hacer que esos hermanos sean más preciosos que el oro fino, más aún que el oro de Ofir, si se abandonan a su mano transformadora. Deben estar decididos a dar el uso más noble a cada facultad y cada ocasión. La palabra de Dios debería ser su estudio y su guía para decidir qué es lo más elevado y lo mejor en todos los casos. El único carácter sin mancha, el Modelo perfecto que pone ante ellos el evangelio debería ser objeto de su estudio más interesado. La única lección esencial que deben aprender es que la verdadera grandeza sólo llega por medio de la bondad. Que Dios nos libre de la filosofía de los sabios mundanos. Su única esperanza está en la insensatez para que puedan ser sabios. 

El más débil seguidor de Cristo ha establecido una alianza con un poder infinito. En muchos casos Dios puede hacer poco con los hombres instruidos porque no sienten necesidad de inclinarse ante él, la Fuente de toda sabiduría; por lo tanto, después de una prueba, los aparta y los sustituye por hombres de menos talento que hayan aprendido a confiar en él, cuyas almas están fortificadas con la bondad, la verdad y una fidelidad inquebrantable y no tropiecen con nada que pueda manchar su conciencia. 

Hermanos, si unís vuestras almas a Dios con una fe viva, él hará de vosotros hombres poderosos. Si confiáis en vuestra propia sabiduría y vuestras fuerzas, fracasaréis indefectiblemente. Dios está disgustado por vuestro escaso interés en el servicio religioso. Sois hombres distinguidos y, como tales, ejercéis una influencia mayor que otras personas que ocupan cargos de menor relevancia. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. Mateo 6:33. Debéis ser obreros de la iglesia activos e interesados, que cultivan sus facultades religiosas y mantienen el alma en el amor de Dios. En este aspecto, el Señor tiene derechos sobre vosotros que no podéis considerar a la ligera; debéis crecer en gracia o, de lo contrario, os convertiréis en enanos para las cosas espirituales. Dar testimonio de Cristo cuando y donde se pueda no sólo es un privilegio, sino un deber. Al ejercitar la mente de este modo cultivaréis el amor por las cosas sagradas. 

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Corremos el peligro de considerar a los ministros de Cristo como simples hombres y no reconocerlos como sus representantes. Todas las consideraciones personales deben ser puestas a un lado, debemos escuchar la palabra de Dios que nos llega por medio de sus embajadores. Cristo siempre envía mensajes a aquellos que escuchan su voz. La noche de la agonía de nuestro Salvador, en el huerto de Getsemaní, los discípulos, dormidos, no escucharon la voz de Jesús; tenían un tenue atisbo de la presencia de los ángeles, pero la somnolencia y el sopor les impidieron recibir la prueba que habría fortalecido sus almas, preparándolas para las terribles escenas que se les avecinaban. Así pues, los mismos hombres que más necesitan la instrucción divina, a menudo, no la reciben porque no establecen comunicación con el cielo. Satanás siempre busca controlar la mente y nadie está a salvo a menos que tenga una conexión constante con Dios. En algunos momentos debemos recibir provisiones del cielo y si queremos que el poder de Dios nos guarde debemos obedecer sus exigencias. 

La condición para que llevéis fruto es que permanezcáis en la Vid verdadera. “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden”. Juan 15:4-6. 

Todos vuestros buenos propósitos y vuestras buenas intenciones no os capacitarán para resistir la prueba de la tentación. Es preciso que seáis hombres de oración. Vuestras peticiones no deben ser vagas, ocasionales e intermitentes, sino sinceras, perseverantes y constantes. Para orar no es preciso que estéis solos o que os arrodilléis; en medio del trabajo el alma se puede elevar a Dios y aferrarse a su fuerza. Entonces seréis hombres con propósitos santos y elevados, de noble integridad, a los cuales ninguna consideración los desviará de la verdad, lo correcto y la justicia. 

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Las urgencias, las cargas y las obligaciones os apremian; pero cuanto mayor sea la presión que soportéis, cuanto mayor sea la carga que debáis soportar, tanto más necesitáis la ayuda divina. Jesús será vuestro auxilio. Constantemente necesitáis que la luz de la vida ilumine vuestros pasos y, así, sus rayos divinos se reflejarán sobre los otros. La obra de Dios es un todo perfecto, porque es perfecta en todas sus partes. La atención consciente a lo que el mundo llama pequeñeces es la causa de la gran belleza y el éxito de la vida. las pequeñas acciones de caridad, las palabras amables, los pequeños actos de abnegación, el sabio aprovechamiento de las pequeñas oportunidades y el cultivo diligente de los pequeños talentos hacen que el hombre sea grande a los ojos de Dios. Si fielmente, prestáis la debida atención a esas pequeñas cosas, si esas gracias están en vosotros y son abundantes os harán perfectos en la menor de las buenas acciones.

No basta con estar dispuestos a dar generosamente una parte de vuestros recursos a la causa de Dios. Es precisa una consagración sin reservas de todas vuestras facultades. Haberos retenido a vosotros mismos ha sido el error de vuestra vida. Si pensáis que vuestro cargo dificulta que mantengáis una estrecha unión con Dios, vuestro trabajo será diez veces más duro si no lo hacéis. Satanás jalonará vuestra senda con tentaciones y sólo por medio de Cristo podéis obtener la victoria. La misma voluntad indomable que da el éxito en los objetivos intelectuales es esencial para la vida cristiana. Debéis ser representantes de Jesucristo. Vuestra energía y perseverancia deberían ser aún mayores que las mostradas en cualquier otro objetivo porque los asuntos de la eternidad son más importantes que los temporales.

Si alguna vez alcanzáis el éxito en la vida cristiana deberéis estar convencidos que sois hombres según el corazón de Dios. El Señor necesita vuestra influencia sobre la iglesia y sobre el mundo para elevar el modelo de cristianismo. El verdadero carácter cristiano debe estar marcado con la firmeza de propósito y la determinación indomable que no puede ser sometida ni moldeada por la tierra o el infierno. Quien no sea ciego a la atracción de los honores mundanos, indiferente a las amenazas e insensible a la fascinación será víctima de los engaños de Satanás. 

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Dios exige una consagración completa y no acepta nada menor. Cuanto más difícil es vuestra responsabilidad, más necesitáis a Jesús. El amor y el temor de Dios mantuvieron a José puro y sin mácula en la corte del faraón. Fue elevado con grandes riquezas, al alto honor de sentarse junto al faraón. Esa elevación fue tan repentina como grande. Es imposible permanecer en un lugar elevado sin correr peligro. La tormenta deja incólume la pequeña flor del valle, pero estremece al árbol que está en la elevada cumbre de las montañas. Hay muchos hombres a quienes Dios podría haber usado con maravillosos éxitos cuando se encontraban en la pobreza extrema—podría haberlos hecho útiles y haberlos coronado con la gloria—, pero la prosperidad los arruinó; el olvido de la humildad los arrastró al abismo, olvidaron que Dios era su fuerza y se hicieron independientes y autosuficientes. 

José pasó la prueba de carácter en la adversidad y el oro de la prosperidad le llegó en abundancia. Mostró el mismo sagrado cuidado por seguir la voluntad de Dios cuando estuvo junto al trono que cuando se encontraba prisionero en una celda. José llevaba su religión a todas partes y ese fue el secreto de su fidelidad inquebrantable. En vuestra condición de representantes debéis tener el poder que todo lo impregnó de la verdadera piedad. Temerosa de Dios, os digo que vuestros pasos están jalonados de peligros ocultos. Refugiaos en Jesús. No estaréis seguros a menos que toméis la mano de Cristo. Guardaos contra todo cuanto se parezca a la presunción y acoged el espíritu que prefiere sufrir antes que pecar. No obtendréis ninguna victoria tan preciosa como la que se obtiene venciendo al yo.

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Cultura moral e intelectual

En la visión que se me concedió el 9 de octubre de 1878, se me mostró la posición que nuestro sanatorio de Battle Creek debiera ocupar, y el carácter y la influencia que debieran ejercer todos los que se relacionan con él. Esta importante institución ha sido establecida por la providencia de Dios, y su bendición es indispensable para el éxito. Los médicos no son curanderos ni infieles, sino hombres que comprenden el organismo humano y los mejores métodos de tratar la enfermedad, hombres temerosos de Dios con profundo interés por el bienestar moral y espiritual de sus pacientes. Los administradores no debieran realizar ningún esfuerzo por ocultar este interés por el bienestar físico y el espiritual. Mediante una vida de integridad cristiana auténtica pueden dar al mundo un ejemplo digno de imitarse; y no debieran vacilar en dar a conocer que además de su habilidad para el tratamiento de la enfermedad, están continuamente obteniendo sabiduría y conocimiento de Cristo, el Maestro más grande que el mundo ha conocido. Deben poseer esta conexión con la Fuente de toda sabiduría para que su trabajo tenga éxito. 

La verdad tiene poder para elevar al que la recibe. Si la verdad de la Biblia ejerce su influencia santificadora en el corazón y el carácter, hará más inteligentes a los creyentes. Un cristiano comprenderá su responsabilidad ante Dios y sus semejantes, si se encuentra debidamente relacionado con el Cordero de Dios, el cual dio su vida por el mundo. Sólo mediante un mejoramiento continuo de las facultades intelectuales tanto como de las morales, podemos esperar satisfacer el propósito de nuestro Creador. 

Dios siente desagrado hacia los que son demasiado descuidados o indolentes hasta el punto de no llegar a ser obreros eficientes y bien informados. Los cristianos debieran poseer más inteligencia y un discernimiento más agudo que los mundanos. El estudio de la Palabra de Dios expande constantemente la mente y fortalece el intelecto. No hay nada que refine y eleve más el carácter y dé más vigor a toda facultad como el ejercicio continuo de la mente para captar y comprender graves e importantes verdades.

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La mente humana se empequeñece y debilita cuando trata únicamente asuntos comunes, sin elevarse nunca por encima del nivel de las cosas temporales para percibir y captar los misterios de lo invisible. La comprensión disminuye gradualmente hasta el nivel de los temas que le resultan constantemente familiares. Las facultades de la mente disminuirán y su habilidad se perderá si no se la ejercita para adquirir conocimiento adicional y si no se la esfuerza para comprender las revelaciones del poder divino en la naturaleza y en la Palabra Sagrada. 

Pero el conocimiento de hechos y teorías, por muy importantes que estos sean en sí mismos, son de escaso valor a menos que se pongan en práctica. Existe el peligro de que los que han obtenido su educación principalmente de libros, dejen de comprender que son novicios en lo que concierne al conocimiento experimental. Esto es especialmente válido para los que se relacionan con el sanatorio. Esta institución necesita hombres pensadores y hábiles. Los médicos, los administradores, las comadronas y los auxiliares debieran ser personas de cultura y experiencia. Pero algunos no logran comprender lo que se requiere de un establecimiento como éste, de modo que siguen lentamente adelante, año tras año, sin realizar ninguna mejora evidente. Parecen estar estereotipados; cada día es para ellos una repetición del día anterior. 

Las mentes y los corazones de estos obreros mecánicos se encuentran empobrecidos. Tienen frente a ellos buenas oportunidades. Si estuvieran inclinados al estudio, podrían obtener una educación del valor más elevado, pero no aprecian sus privilegios. Ninguno debiera quedar satisfecho con su educación actual. Capacítense diariamente para llenar algún puesto de confianza. 

Es de gran importancia que el elegido para ocuparse de los intereses espirituales de los pacientes y los auxiliares sea un hombre de sano juicio y principios firmes, con influencia moral y sepa tratar las mentes. Debería ser una persona experimentada y sabia, afectuosa e inteligente a la vez. Quizá al principio no sea eficiente en todos los aspectos, pero con reflexión honesta y mediante el ejercicio de sus capacidades debería adquirir las cualidades necesarias para esta importante tarea. Para servir aceptablemente en esta función se necesita la máxima sabiduría y amabilidad, además de una integridad inflexible, porque el prejuicio, la intolerancia y el error de cualquier tipo deben ser combatidos. 

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Ese puesto no debería ser ocupado por un hombre de temperamento irritable y combativo. Es preciso poner cuidado en no hacer que la rudeza y la impaciencia vuelvan repulsiva la religión de Cristo. Mediante la mansedumbre, la amabilidad y el amor, el siervo de Dios debería representar correctamente nuestra santa fe. Aunque la cruz nunca debe ser ocultada, también debería presentar el amor inigualable del Salvador. El obrero debe estar imbuido del espíritu de Jesús. Sólo así se presentarán los tesoros del alma con palabras que lleguen al corazón de los que oigan. La religión de Cristo, ejemplificada por la vida diaria de sus seguidores, ejercerá una influencia diez veces mayor que el más elocuente de los sermones. 

Los obreros inteligentes y temerosos de Dios pueden realizar un bien enorme en lo que concierne a reformar a quienes acuden al sanatorio como inválidos para recibir tratamiento. Estas personas están enfermas, no sólo físicamente, sino también mental y moralmente. La educación, los hábitos y la vida entera de muchas personas han sido un error. No pueden, en pocos días, realizar los cambios necesarios para adoptar hábitos correctos. Deben disponer de tiempo para considerar este asunto y para aprender los métodos acertados. Si todos los que trabajan en el sanatorio son representantes adecuados de la verdad de la reforma de la salud y de nuestra santa fe, ejercerán una influencia para moldear las mentes de sus pacientes. El contraste de los hábitos erróneos con los que armonizan con la verdad de Dios tiene un poder convincente. 

Los seres humanos no son lo que podrían ser y lo que la voluntad de Dios se propone que sean. El poder de Satanás sobre la humanidad los mantiene en un nivel inferior, pero esto no debe ser así, porque entonces Enoc no habría podido elevarse y ennoblecerse de tal manera que llegara a caminar con Dios. Los seres humanos no pueden dejar de crecer intelectual y espiritualmente durante toda la vida. Pero muchos tienen la mente de tal manera ocupada consigo mismos y con sus propios intereses que no les queda lugar para pensamientos más elevados y nobles. Y la norma de los logros intelectuales tanto como espirituales es demasiado baja. Para muchos, cuanto mayor responsabilidad tiene el puesto que ocupan, tanto más complacidos se encuentran con ellos mismos; y abrigan la idea de que el cargo es el que da carácter a la persona. Pocos comprenden que tienen ante ellos la tarea constante de desarrollar la paciencia, la simpatía, la caridad, la escrupulosidad y la fidelidad, que son rasgos de carácter indispensables para quienes ocupan puestos de responsabilidad. Todos los que trabajan en el sanatorio debieran poseer una consideración sagrada por los derechos de los demás, lo cual no es otra cosa sino obedecer los principios de la ley de Dios.

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Algunos, en esta institución, carecen, tristemente, de las cualidades indispensables para la felicidad de todos los que se relacionan con ellos. Los médicos y los auxiliares de los diversos ramos de trabajo debieran cuidarse mucho contra la manifestación de una frialdad egoísta, de una disposición distante y antisocial, porque esto enajenaría los afectos y la confianza de los pacientes. Muchos que acuden al sanatorio son personas refinadas y sensibles, de tacto y agudo discernimiento. Estas personas descubren tales defectos inmediatamente y los comentan. Las personas no pueden amar supremamente a Dios y a su prójimo como a sí mismos y al mismo tiempo ser fríos como témpanos. No sólo privan a Dios del amor que se le debe dar, sino también al mismo tiempo privan a sus semejantes de ese amor. El amor es una planta de crecimiento celestial, y se debe cultivar y alimentar. Los corazones afectuosos y las palabras veraces y amantes, harán felices a las familias y ejercerán una influencia elevadora sobre todos los que entran en contacto con la esfera de su influencia. 

Los que aprovechan al máximo sus privilegios y oportunidades serán, en el sentido bíblico, personas de talento y educadas; no tendrán solamente conocimientos, sino que serán educadas tanto intelectualmente, como en sus maneras y en su comportamiento. Serán refinadas, tiernas, compasivas y afectuosas. Se me mostró que esto es lo que exige el Dios del cielo de las instituciones de Battle Creek. Dios nos ha dado facultades para que las usemos, las desarrollemos y las fortalezcamos con la educación. Es preciso que razonemos y reflexionemos, indicando cuidadosamente la relación que existe entre las causas y los efectos. Cuando esto se practique la mayoría pondrá más cuidado en sus palabras y sus acciones, de manera que puedan dar una mejor respuesta al propósito de la creación de Dios.

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