Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 592-602, día 258

“Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos”. Salmos 34:15. Cristo socorrerá a los que acudan a él buscando sabiduría y fuerza. Si cumplen con su deber y se enfrentan a las pruebas con humildad de corazón, dependiendo de Jesús, su poderoso ángel estará a su alrededor y Aquel en quien han confiado será un auxilio omnipotente en todas las urgencias. Los que ocupan cargos de responsabilidad deberían conocer cada día más íntimamente la excelencia, la fidelidad y el amor de Cristo. Deberían poder exclamar con seguridad: “Sé en quién he creído”. 2 Timoteo 1:12. Deberían poder trabajar como hermanos, sin sentimientos de rivalidad. Cada uno debería desempeñar sus obligaciones sabiendo que el ojo del Dios ve los motivos y los propósitos, y lee los más profundos pensamientos del alma. La obra es una sola. Si los hombres que la dirigen evitan que sus sentimientos e ideas los gobiernen y cambien los designios de Dios, entre estas dos ramas de la misma obra habrá una perfecta armonía. 

Nuestro pueblo debería hacer grandes esfuerzos para extender la distribución de la Review. Bastaría con que nuestros hermanos y hermanas manifestaran más sinceridad y efectuasen esfuerzos más perseverantes para llevarla a cabo. Todas las familias deberían disponer de ese periódico. Si se abstienen de algunos lujos, te o café, algunos que ahora no tienen su revista semanal podrían pagar para que el mensajero de luz entrase en su hogar. Casi todas las familias adquieren uno o más periódicos seculares que, frecuentemente, contienen historias de amor y narraciones excitantes de villanos y asesinos que perjudican la mente de quien las lee. Los que se permiten vivir sin la Review and Herald sufren una gran pérdida. A través de sus páginas Cristo puede advertirlos, reprenderlos y aconsejarlos de manera que cambien la corriente de sus pensamientos y sean para ellos como pan de vida.

Nuestros periódicos no deberían llenar sus páginas con largas discusiones o extensas argumentaciones doctrinales que fatiguen al lector. Deberían contener artículos doctrinales y prácticos que fuesen cortos e interesantes. El precio de los periódicos no debería rebajarse tanto que no quedara margen de beneficio. El mismo interés que se ha manifestado en la distribución de Signs of the Times debería ser visible en la extensión y distribución de la Review. Si se hace así, este esfuerzo se verá coronado con el éxito.

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Nos encontramos en terreno encantado y Satanás se esfuerza constantemente por arrullar a nuestro pueblo para que duerma en la cuna de la seguridad carnal. Hay una indiferencia, una falta de celo, que paraliza todos los esfuerzos. Jesús era un obrero celoso; cuando sus seguidores se apoyen en él y trabajen como él trabajó obtendrán los resultados correspondientes. Es preciso hacer un esfuerzo para dar un valor adecuado a nuestras publicaciones y reconducirlas a un valor correcto. No nos deberían afectar las críticas de especulación y negocio. Debemos avanzar con seguridad y firmeza sin que nos inmute la censura ni nos corrompa el aplauso. Corregir la situación será una tarea más ardua de la que algunos imaginan, pero es preciso hacerla para salvar de la ruina nuestras instituciones.

Nuestros hermanos deben vigilar para que sus planes y trabajos no se vuelvan mecánicos. Deben invertir tiempo y dinero en preparar un canal preciso para que el trabajo se haga de una manera precisa y sin errores. Existe el peligro de ser demasiado individualista. Es preciso poner el máximo cuidado en evitar los gastos de transporte de los libros y las personas. Hermanos, moveos con precaución, de manera económica y con juicio. Tenemos una gran tarea que llevar a cabo pues nuestras agencias están en problemas financieros. Hay hombres que trabajan fielmente en Battle Creek y no reciben una remuneración justa por su tarea. Con ellos se está obrando una injusticia. En otros empleos podrían ganar el doble de la cantidad que reciben, pero se ocupan de su tarea de manera consciente porque sienten que la causa de Dios necesita su ayuda. 

En el día de la preparación de Dios es preciso llevar a cabo una gran obra para diseñar y ejecutar planes encaminados a avanzar su causa. Nuestras publicaciones deberían estar ampliamente distribuidas porque hacen una gran tarea. Es preciso hacer más trabajo misionero. Pero se me ha mostrado que existe el peligro de que esa labor se vuelva demasiado mecánica, tan intrincada y complicada que se consiga menos de lo que se habría conseguido si fuera más sencilla, directa, clara y decidida. No tenemos tiempo ni recursos para mantener todas las partes de esta maquinaria en funcionamiento armonioso.

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Los hermanos que tienen la responsabilidad de diseñar planes con el fin de llevar adelante esta parte de la obra deben tener en mente que aunque una cierta educación y formación es esencial para trabajar con inteligencia, se corre el peligro de convertirla en un asunto exagerado. Al obtener una formación más meticulosa en las minucias y dejar fuera los principios vitales nos convertimos en trabajadores formales y estériles. Para la obra son adecuados los corazones que Dios ha despertado mediante la acción de su gracia. 

Dios quiere un trabajo hecho con el corazón. Aceptará el propósito generoso, los principios puros y elevados, los motivos altos y santos. Su gracia y su poder trabajarán con esos esfuerzos. Todos los que se den cuenta de que la obra de Dios es preparar un pueblo para su venida en sus esfuerzos desinteresados encontrarán ocasiones en las que podrán hacer la labor misionera. Pero es posible que se gasten demasiados recursos y demasiado tiempo ocupándolos en conseguir que las cosas se hagan tan exacta y minuciosamente que el trabajo del corazón se descuide y se conserve una forma estéril. 

Os digo con franqueza que Jesús y el poder de su gracia están quedando fuera del asunto. Los resultados mostrarán que el trabajo mecánico ha reemplazado a la piedad, la humildad y la santidad del corazón y de la vida. Los trabajadores más espirituales, entregados y humildes no encuentran lugar en donde aferrarse y, por lo tanto, se reprimen. Los jóvenes e inexpertos aprenden la forma y ejecutan su tarea de manera mecánica. Sin embargo, el verdadero amor, la carga de las almas, está ausente. Es esencial que no se establezcan tantas formas y trabajo mecánico para que pueda operar el poder de la piedad en este solemne y temible día de responsabilidades. 

En el cielo hay orden; en la tierra debería reinar el orden y el sistema para que la obra pueda avanzar sin confusión ni fanatismo. Los hermanos han trabajado con este fin, pero aunque algunos de nuestros ministros llevan constantemente la carga de las almas y siempre buscan elevar al pueblo en los logros espirituales, los que no son conscientes y no han cargado la cruz de Cristo ni han sentido el valor de las almas tal como se refleja desde el calvario, al educar y enseñar a otros a trabajar de manera mecánica, se volverán ellos mismos impotentes y no llevarán la gente al Salvador. 

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Satanás siempre trabaja para que el servicio de Dios se convierta en una forma vacía y carente de interés y pierda poder para salvar almas. A la vez que la energía, la honestidad y la eficiencia de los obreros se vuelve mortecina a causa de los esfuerzos por sistematizarlo todo. Para mantener esta complicada maquinaria en funcionamiento, los ministros deben cargar con un trabajo agotador que requiere tanto tiempo que se descuida el trabajo espiritual. Con tanto por hacer, esta obra necesita una cantidad tan grande de recursos que otras ramas de la obra se extinguirán y morirán por falta de la debida atención.

Si bien los silenciosos mensajeros de la verdad deberían estar esparcidos como las hojas en otoño, nuestros ministros no deberían hacer de esta tarea algo formal y descuidar la devoción y la verdadera piedad. Diez obreros convertidos de verdad, de mente dispuesta y abnegados pueden hacer más en el campo misionero que cien que centren sus esfuerzos en el establecimiento de formas y la conservación de normas mecánicas y trabajen sin amor por las almas. 

El trabajo misionero vigilante no debe descuidarse en ningún caso. Ha hecho mucho por la salvación de las almas. El éxito de la obra de Dios depende de esto en grado sumo. Sin embargo, los que llevan a cabo esta tarea deben ser espirituales, en sus caras se deben reflejar la luz y el amor de Jesús y deben sentir la carga de la obra. Deben ser hombres y mujeres que oren, que tengan una estrecha unión con Dios. Se precisan mentes prontas a actuar, voluntades santificadas y juicios sensatos. Habrán aprendido del Maestro celestial las maneras más efectivas de apelar a las almas. Habrán aprendido sus lecciones en la escuela de Cristo. Desempeñarán su labor con el único objetivo de la gloria de Dios. 

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Sin esta formación todas las enseñanzas que recibáis de vuestros instructores al respecto de las formas y las normas, por más precisas y meticulosas que sean las lecciones, no os harán avanzar en la tarea. Aprended de Cristo. Negad el yo por Cristo. Poned sobre vuestro cuello el yugo de Cristo. Llevadlo y sentid que no sois vuestros, sino siervos de Cristo que hacéis la tarea que os ha ordenado, no por vanagloria honor o alabanza que podáis recibir, sino por él. En todo lo que hagáis debéis entretejer su gracia, su amor, su entrega, su celo, su perseverancia infatigable y su energía indomable que hablan en todos los tiempos. 

La obra misionera es buena. Es la obra de Dios. De ningún modo debería ser menoscabada, porque existe el peligro constante de pervertir su verdadero objetivo. En las carpas del campo misionero se precisan oradores. Las personas adecuadas para tal función deberán ser cultas, y sus maneras no serán groseras. Los hombres y las mujeres que tienen tacto, saben hablar, una aguda visión de futuro, cuyas mentes son perspicaces y sienten el valor de las almas tendrán éxito.

La obra del colportor es elevada y si es honrado, honesto y paciente, y desempeña con constancia la tarea que ha aceptado, su labor se verá coronada con el éxito. Deberá poner el corazón en su trabajo, levantarse temprano y trabajar industriosamente, dando un uso adecuado a las facultades que Dios le ha dado. Se enfrentará a dificultades. Si las encara con perseverancia incesante, las vencerá. La cortesía obtiene grandes logros. El obrero deberá formar continuamente un carácter simétrico. Los grandes caracteres se forman de pequeños actos y esfuerzos. 

Existe el peligro de que nuestros ministros no reciban suficiente aliento de nuestra parte. Se me mostró a algunos hombres a quienes Dios había llamado a la obra del ministerio que entraban en el campo como predicadores en la carpa. Es una excelente preparación si su objetivo es diseminar la luz y llevar directamente al ámbito del hogar la verdad revelada en la palabra de Dios. Con frecuencia, durante la conversación se dará la ocasión de hablar de la religión de la vida. Si la tarea se lleva a cabo como debiera, se visitará a las familias, los obreros tendrán un corazón tierno, sentirán amor por las almas y con sus palabras y su conducta llevarán el perfume de la gracia de Cristo, el resultado será un gran bien. Esta sería una excelente experiencia para quien considere entrar en el ministerio. 

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Pero muchos son atraídos al campo de las carpas para vender libros y cuadros que no representan nuestra fe y no dan luz a quien los compra. Se les induce a hacerlo porque las perspectivas económicas son más atractivas que las que se les podría ofrecer como predicadores. Esas personas no están adquiriendo una adecuada formación para el ministerio del evangelio. No adquieren la experiencia que los haría adecuados para la tarea. Con esta labor pierden el tiempo y las oportunidades. No aprenden a llevar la carga de las almas y a obtener diariamente el conocimiento necesario para alcanzar el mayor éxito en la ganancia de las almas para la verdad. Con frecuencia esos hombres se apartan de las convicciones del Espíritu de Dios y reciben un sello mundano en el carácter, olvidando lo mucho que deben al Señor, quien dio su vida por ellos. Usan sus facultades para sus propios intereses egoístas y no quieren trabajar en la viña del Señor.

Me alarmé cuando vi varias redes de Satanás tejidas alrededor de hombres que podría usar Dios, alejándolos de la obra del ministerio. Con certeza habrá escasez de obreros a menos que se aliente más a los hombres para que aprovechen sus capacidades con el propósito de ser ministros de Cristo. Satanás constantemente, con perseverancia, presenta ganancias económicas y beneficios mundanos para tener ocupadas las mentes y las facultades de los hombres, impidiéndoles el cumplimiento de las obligaciones esenciales para que obtengan experiencia en las cosas de Dios. Cuando vea que esos hombres se adelantan, entregándose a la tarea de enseñar la verdad a los que están en las tinieblas hará lo indecible para empujarlos hasta el límite en algo que pueda debilitar su influencia y haga que pierdan el beneficio que habrían podido ganar si el Espíritu de Dios los hubiera equilibrado. 

Se me mostró que nuestros ministros se hacían un gran daño con el descuido de sus órganos vocales. Se atraía su atención a tan importante asunto y el Espíritu de Dios los advertía y les daba instrucciones al respecto. Debían aprender a usar esos órganos del modo más sabio. La voz, ese don del cielo, es una poderosa facultad para hacer el bien y, sino se pervierte, glorifica a Dios. Todo cuanto se precisaba era estudiar y seguir conscientemente unas pocas sencillas reglas. Sin embargo, en lugar de educarse como deberían haberlo hecho con el ejercicio y un poco de sentido común, contrataron a un profesor de dicción. 

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Como resultado, muchos que sentían que Dios tenía una tarea para ellos enseñando la verdad a otros se han infatuado y se han obsesionado con la dicción. A algunos les ha bastado con que se les presentara esta tentación. Su interés quedó cautivo de la novedad; de modo que esta excitación alejó a algunos jóvenes y ministros. Abandonaron sus campos de trabajo, descuidando por completo la viña del Señor, y gastaron su dinero y su precioso tiempo asistiendo a una academia de dicción. Cuando salían de esa disciplina, la consagración y la religión los habían abandonado y dejaron la carga de las almas como quien se quita un vestido. Aceptaron las sugerencias de Satanás y éste los llevó donde quiso.

Algunos, a su vez, indiscretos e incapaces, se establecieron como profesores de dicción y atrajeron sobre sí el descrédito porque no usaban correctamente los conocimientos que habían obtenido. Su actuación adolecía de dignidad o sentido común. Según fuera su fama, sus desatinos cerraron la puerta a cualquier influencia que pudieran ejercer en el futuro como hombres que llevan el mensaje de la verdad al mundo. Fue un engaño de Satanás. Era correcto que mejoraran el habla, pero el hecho de que dedicaran tiempo y dinero a ese único aspecto y al absorber la mente en él los arrastró al extremismo y mostró su debilidad.

Hay jóvenes que se tienen a sí mismos por observadores del sábado y añaden el título de “profesor” a sus nombres y estropean su comunidad con lo que no entienden. Muchos pervierten así la luz que Dios consideró adecuado darles. Sus mentes están desequilibradas. La dicción se ha convertido en algo muy conocido. Ha atrapado a los hombres en una tarea que no pueden desempeñar sabiamente y los echó a perder por hacer un trabajo que, si hubiesen sido humildes, modestos y temerosos de Dios, se habría visto coronado por un glorioso éxito. Esos jóvenes habrían sido muy útiles en el campo misionero como colportores y oradores en las carpas, o como predicadores autorizados demostrando su valía para la tarea ministerial, trabajando aquí y para la eternidad. Pero la idea de convertirse en profesores de dicción los ha arrebatado y Satanás se ríe porque los ha atrapado en una red que había tejido expresamente para ellos.

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Los siervos de Dios siempre deberían estar unidos. Deberían reprimir y controlar los rasgos de carecer fuertes y, día a día, reflexionar con detenimiento sobre la naturaleza de la estructura de la vida que construyen. ¿Son caballeros cristianos en su vida diaria? ¿Sus vidas están adornadas con acciones nobles y justas, de manera que el edificio de su carácter se yergue como un hermoso templo de Dios? Del mismo modo que una simple astilla basta para hundir un barco y un simple defecto borra todo el valor de una cadena, un único rasgo de carácter desmoralizador revelado en palabras o acciones dejará su influencia para el mal y si no se vence, subvertirá todas las virtudes. 

Cada una de las facultades de la persona es un obrero que construye aquí para la eternidad. Día tras día, la estructura se va levantando sin que su propietario se dé cuenta. Es un edificio que debe levantarse como un faro de advertencia a causa de su deformidad o como una estructura admirada por Dios y los ángeles a causa de su armonía con el Modelo divino. Las facultades mentales y morales que Dios nos ha dado no constituyen el carácter. Son talentos que debemos aprovechar y, si lo hacemos adecuadamente, formarán un carácter correcto. Un sembrador puede tener una semilla preciosa en la mano, pero no es un frutal. Para que pueda ser un árbol, es preciso plantarla. La mente es el huerto y el carácter el fruto. Dios nos ha dado facultades para que las cultivemos y las desarrollemos. Nuestra conducta determinará nuestro carácter. Educar esas facultades de modo armónico para que formen un carácter valioso es tarea que nadie puede hacer por nosotros. 

Los que tienen rasgos de carácter ásperos y rudos son culpables ante Dios si, con la educación, no reprimen y erradican toda la amargura de su naturaleza. El hombre que se rinde a la impaciencia sirve a Satanás. “Si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis”. Romanos 6:16. A los ojos de Dios, un buen carácter es más precioso que el oro de Ofir. El Señor quiere que los hombres trabajen aquí para la eternidad. Hemos recibido en herencia rasgos buenos y malos; al cultivarlos podemos hacer que lo malo sea peor o lo bueno mejor. ¿Lo malo ganará como sucedió con Judas o predominará el bien y borrará el mal de nuestras almas? 

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Los principios, la justicia y la honradez deberían ser siempre bien acogidas. La honradez no se quedará allí donde se dé lugar a la política. Jamás entrarán en componendas; una es de Baal, y la otra es de Dios. El Maestro exige de sus siervos que tanto sus motivos como sus acciones sean honorables. Para muchos, tales personas no son agradables; en cambio, para Dios son bellas.

Satanás trabaja para entrometerse en todas partes. No dudará en separar amigos. Hay personas que siempre hablan y murmuran levantando falsos testimonios, sembrando la semilla de la discordia y engendrando discordias. El cielo considera a esa clase de personas como los siervos más eficientes de Satanás. Pero aquél que es víctima de las injurias se encuentra en una posición mucho menos peligrosa que quien es adulado y alabado por unos cuantos esfuerzos que parecen coronados por el éxito. La alabanza de los amigos aparentes es más peligrosa que el reproche. 

Quien se alaba a sí mismo empaña el lustre de sus mejores esfuerzos. Un carácter verdaderamente noble no se doblegará ante las falsas acusaciones de los enemigos. Cada palabra que se diga caerá en saco roto porque fortalecerá lo que no podrá vencer. El Señor quiere que su pueblo esté estrechamente unido a él, el Dios de la paciencia y el amor. Todos deberían manifestar el amor de Cristo en sus vidas. Que nadie se atreva a empequeñecer la reputación o el puesto de nadie, es egoísmo. Equivale a decir: “Soy mucho mejor y más capaz que tú porque Dios me da preferencia. No vales demasiado”. 

Los ministros que ocupan lugares de responsabilidad son hombres a quienes Dios ha aceptado. No importa cuál sea su origen. No importa su posición anterior, si anduvieron tras el arado, trabajaron como carpinteros o disfrutaron de la disciplina de la universidad. Si Dios los aceptó, guárdese cada uno de arrojar el menor rumor sobre ellos. No habléis jamás de manera despectiva, de nadie, porque a ojos de Dios puede ser grande y puede tener en poca estima a los que se sienten grandes, a causa de la perversidad de sus corazones. Nuestra única seguridad está en yacer a los pies de la cruz, considerarnos pequeños y confiar en Dios porque sólo él tiene el poder de engrandecernos.

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Los ministros corren el peligro de darse demasiado crédito por la obra que llevan a cabo. Piensan que Dios los favorece y se vuelven independientes y autosuficientes. Entonces el Señor los somete a los azotes de Satanás. Para poder hacer la obra de Dios de manera aceptable, debemos ser mansos de espíritu, de mente sencilla y estimar a los demás como mejores que nosotros mismos. Hay mucho en juego. Ahora se necesita el juicio y las capacidades de todos. La obra de cada uno es de suficiente importancia como para exigir que se lleve a cabo con cuidado y fidelidad. Un solo hombre no puede hacer el trabajo de todos. Cada uno tiene su lugar respectivo y su tarea específica y todos deberían apercibirse de que el modo en que se hace ese trabajo debe resistir la prueba del juicio.

Tenemos ante nosotros una tarea importante y extensa. El día de Dios se avecina apresuradamente y todos los obreros del gran campo del Señor deberían ser hombres esforzados por alcanzar la perfección, sin ninguna carencia, que no cuidan ningún don y esperan la aparición del Hijo del hombre en las nubes. Ningún momento de nuestro precioso tiempo debería estar ocupado en conseguir que los demás se adapten a nuestras ideas y opiniones personales. Dios educará a los hombres que se comprometan a colaborar en esta gran tarea, el más alto ejercicio de la fe y el desarrollo de un carácter armonioso. 

Las personas tienen distintos dones y algunos están mejor capacitados para una rama de la obra que otros. Lo que uno no consiga hacer, su hermano ministro puede tener la fuerza para conseguirlo. El trabajo de cada uno en su puesto es importante. La mente de uno no debe controlar a otros. Si uno se levanta, porque siente que nadie debe influir sobre él, que tiene el juicio y las capacidades necesarias para comprender cada departamento de la obra, ese perderá la gracia de Dios. 

Mi esposo tiene una experiencia y unas cualidades valiosas, siempre y cuando se santifiquen con la gracia de Cristo. Dios aceptará sus esfuerzos si él imita al Modelo. 

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Dios querría que los hermanos Haskell, Butler, Whitney y White se acercaran a su lado. Esos hombres pueden tener preciosas cualidades, pero a menos que Cristo se revele en su carácter, no serán más aceptables que la ofrenda de Caín. Su ofrenda era buena en sí misma, pero no había Salvador en ella. 

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