Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 63-72, día 204

Si deseamos alcanzar altos logros en excelencia moral y espiritual, debemos vivir con ese objetivo. Estamos bajo una obligación personal frente a la sociedad de hacer esto, con el fin de ejercer continuamente influencia en favor de la Ley de Dios. Debiéramos dejar que nuestra luz brillase de modo que todos pudieran ver que el sagrado Evangelio está influyendo sobre nuestros corazones y nuestras vidas, que caminamos en obediencia a sus mandamientos y no violamos ninguno de sus principios. En gran medida, el mundo tiene derecho a pedirnos cuenta por las almas de los que nos rodean. Nuestras palabras y acciones constantemente testifican en favor o en contra de Cristo y de esa ley, la cual él vino a este mundo para vindicar. Permitamos que el mundo vea que no nos hallamos egoístamente limitados en la prosecución de nuestros intereses exclusivos y goces religiosos, sino que somos generosos y deseamos que los demás compartan nuestras bendiciones y privilegios a través de la santificación de la verdad. Permitámosles ver que la religión que profesamos no cierra ni congela las avenidas del alma, haciéndonos incomprensivos y exigentes. Todos los que profesan haber encontrado a Cristo, ministren como él lo hizo para beneficio del hombre, atesorando un espíritu de sabia benevolencia. Entonces veremos a muchas almas seguir la luz que brilla de nuestros preceptos y nuestro ejemplo.

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Todos debiéramos cultivar una disposición amigable, y someternos al control de la conciencia. El espíritu de la verdad hacen que los que la reciben en sus corazones se conviertan en mejores hombres y mujeres. Obra como la levadura hasta que todo el ser se coloca en conformidad con sus principios. Abre el corazón que ha sido congelado por la avaricia; abre la mano que hasta entonces había estado cerrada ante los sufrimientos humanos; la caridad y la bondad se manifiestan como sus frutos. 

Dios requiere que todos nosotros seamos obreros abnegados. Cada parte de la verdad tiene una aplicación práctica en nuestras vidas diarias. Benditos son los que oyen la palabra del Señor y la guardan. Oírla no es suficiente; debemos actuar, debemos hacer. Es en la práctica de los mandamientos que se encuentran grandes recompensas. Los que demuestran en forma práctica su benevolencia por su solidaridad y actos de compasión con los pobres, los sufrientes y los infortunados, no sólo alivian a los sufrientes, sino que contribuyen en gran medida a su propia felicidad, y están en camino de obtener salud de alma y cuerpo. Isaías ha descrito con plena claridad la obra que Dios aceptará y que al hacerla, su pueblo recibirá bendición: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿Noes que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloría de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás y dirá él: ‘Heme aquí’. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas que nunca faltan”. 

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La relación que existe entre la mente y el cuerpo es muy estrecha. Cuando uno es afectado, el otro responde. La condición de la mente tiene mucho que ver con la salud del sistema físico. Si la mente está libre y feliz, bajo la conciencia de haber hecho bien, y de un sentido de satisfacción en causar felicidad a otros, creará una alegría que reaccionará sobre todo el sistema, causando circulación más libre de la sangre y vigorizando todo el cuerpo. La bendición de Dios es un agente de salud, y los que benefician a otros en abundancia, obtendrán esa maravillosa bendición en sus propios corazones y vidas. 

Si sus pensamientos, estimados hermano y hermana, se dirigieran más hacia el cuidado de otros, sus propias almas recibirían mayores bendiciones, ustedes apenas tienen compasión humana. No enfocan sus sentimientos sobre las necesidades de otros. Se mantienen demasiado rígidos y carentes de ternura. Se han convertido en personas severas, exigentes y dominadoras. Están en peligro de convertirse en conciencia para otros. Tienen sus propias ideas de los deberes cristianos y de lo que es correcto y desean medir a otros por esas ideas; esto es sobrepasar los límites de lo correcto. Otras personas tienen opiniones y marcados rasgos de carácter que no pueden ser asimilados a los puntos de vista peculiares de ustedes, que tienen defectos y faltas, tal como sus hermanos y hermanas, y vale la pena recordar esto cuando surge una diferencia. El mal proceder de ustedes es tan penoso para ellos como el de ellos es para ustedes, y ustedes debieran ser tan indulgentes con ellos como desean que ellos sean con ustedes, ambos necesitan más amor y compasión por otros, un amor y compasión como la ternura de Jesús. Será necesario que en su propia casa ejerzan la bondad, hablando con suavidad a su hijo, tratándolo con afecto, y absteniéndose de amonestarlo por cada pequeño error, no sea que se endurezca por la crítica continua. 

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Deberían cultivar la caridad y paciencia de Cristo. Al actuar con un espíritu de vigilancia y sospecha con respecto a los motivos y la conducta de los demás, ustedes con frecuencia anulan el bien que habían hecho. Ustedes están acariciando un sentimiento cuya influencia es desalentadora, que repele, que no atrae ni gana. Deben estar dispuestos a transformarse en personas flexibles y comprensivas en su disposición, tal como desean que otros sean. El amor egoísta por sus propias opiniones y formas de actuar, destruirá en gran medida, su capacidad de hacer el bien que están deseosos de realizar. 

Hermana F, usted tiene un deseo demasiado grande de gobernar. Es muy sensible; si se resiste su voluntad, se siente muy herida; su yo se levanta en armas, porque no tiene un espíritu humilde y dispuesto a ser enseñado. Necesita vigilar con todo cuidado este punto; en resumen, necesita experimentar una conversión completa antes que su influencia pueda ser lo que debiera ser. El espíritu que manifiesta la hará miserable si continúa acariciándolo. Verá las equivocaciones de los demás, y se sentirá tan ansiosa de corregirlas, que dejará de percibir sus propias faltas, y pasará muchos trabajos para quitar la mota del ojo de su hermano mientras que hay una viga que obstruye su propia visión. Dios no quiere que haga de su conciencia un criterio para otros. Usted tiene un deber que realizar, el cual consiste en transformarse en una persona alegre, y cultivar la abnegación en sus sentimientos, hasta que su mayor placer consista en hacer felices a todos los que la rodean. 

Tanto usted como su esposo necesitan suavizar sus corazones y ser imbuidos con el espíritu de Cristo, para que así, mientras viven en una atmósfera de alegría y benevolencia, puedan ayudar a que quienes los rodean estén también sanos y felices. Han imaginado que la alegría no estaba de acuerdo con la religión de Cristo. Éste es un error. Podemos mantener verdadera dignidad cristiana y al mismo tiempo ser alegres y placenteros en nuestro comportamiento. La alegría sin liviandad es una de las gracias cristianas. Debieran cuidarse de no adoptar conceptos estrechos acerca de la religión, para no limitar su influencia ni convertirse en siervos infieles de Dios. 

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Eliminen las reprimendas y las censuras. Ustedes no están preparados para reprobar. Sus palabras sólo consiguen herir y entristecer; no curan ni reforman. Debieran vencer el hábito de fijarse en las cosas pequeñas que consideran ser errores. Sean amplios, sean generosos y caritativos en su juicio de la gente y las cosas. Abran sus corazones a la luz. Recuerden que el deber tiene un hermano gemelo, que es el amor; cuando estos se unen, pueden lograr casi cualquier cosa; pero si están separados, ninguno es capaz de hacer el bien. 

Está bien que aprecien la integridad y sean fieles a su sentido de lo que es correcto. Se espera que escojan siempre el sendero recto del deber. El amor a las propiedades, el amor a los placeres y a las amistades, nunca debiera influir sobre ustedes al punto de hacerlos sacrificar ni un principio correcto. Debieran ser firmes en seguir los dictados de una conciencia iluminada, y sus convicciones acerca del deber; pero deben guardarse contra el fanatismo y el prejuicio. No cultiven un espíritu farisaico. 

Ahora mismo están sembrando semilla en el gran campo de la vida, y lo que ahora siembran, un día segarán. Cada pensamiento de su mente, cada emoción de su alma, cada palabra de su lengua, cada acto que realizan, es semilla que dará fruto para bien o para mal. El tiempo de la cosecha no está muy lejano. Todas nuestras obras están pasando revista delante de Dios. Todas nuestras acciones y los motivos que las impulsaron deben abrirse a la inspección de los ángeles y de Dios. 

En cuanto sea posible, anden en armonía con sus hermanos y hermanas. Entréguense a Dios y cesen de manifestar severidad y disposición a censurar. Renuncien a su propio espíritu y reciban en su lugar el espíritu del amado Salvador. Extiendan las manos y aférrense a la suya, para que su contacto los electrice y los cargue con las dulces características de su propio carácter incomparable. Pueden abrir su corazón a su amor y dejar que su poder los transforme y su gracia sea su fuerza. Entonces ejercerán una poderosa influencia para el bien. Su fortaleza moral estará a la altura de la más minuciosa prueba de su carácter. Su integridad será pura y santificada. Entonces su luz resplandecerá como la mañana. 

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Ambos necesitan desarrollar mayor armonía con otras mentes. Cristo es nuestro ejemplo; él se identificó a sí mismo con la humanidad sufriente; consideró como propias las necesidades de otros. Cuando sus hermanos sufrían él sufría con ellos. Cualquier desprecio o descuido que se haga a sus discípulos, es lo mismo que sí se le hiciera a Cristo. Así, él dice: “Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber”. Mateo 25:42. 

Queridos hermano y hermana, procuren obtener caracteres más armoniosos. La ausencia de una sola cualidad esencial, puede hacer que el resto se vuelva casi completamente ineficiente. Los principios que profesan deberían ser aplicados a cada pensamiento, palabra y acción. Crucifiquen el yo y subordinen su ser entero al Señor. 

La iglesia es muy deficiente en amor y humanidad. Algunos mantienen una frígida reserva, una dignidad de hierro, que repele a los que se hallan bajo su influencia. Este espíritu es contagioso; crea una atmósfera que marchita los buenos impulsos y las buenas resoluciones; ahoga la corriente natural de la simpatía humana, la cordialidad y el amor; y bajo su influencia, la gente se siente reprimida, y sus atributos sociales y generosos se destruyen por falta de ejercicio. No sólo se ve afectada la salud espiritual, sino que también la salud física sufre por esta depresión antinatural. La oscuridad y el frío de esta atmósfera antisocial se refleja sobre el rostro. La faz de los que son benevolentes y compasivos brillará con el lustre de la verdadera bondad, mientras que los que no atesoran pensamientos bondadosos y motivos abnegados, expresan en sus rostros los sentimientos acariciados en sus corazones. 

Hermana F, los sentimientos que abriga hacia su hermana no son exactamente como Dios quisiera que fuesen. Ella necesitaba afecto fraternal de parte de usted, y menos imposiciones y críticas. Su conducta con ella ha causado depresión de espíritu y ansiedad mental y le han dañado su salud. Tenga cuidado de no oprimir y desanimar a su propia hermana. Usted no puede soportar nada de ella; se resiente con cualquier cosa que ella diga y tenga la apariencia de contradecirla. 

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Su hermana tiene un carácter muy fuerte y deberá hacer muchos esfuerzos por moderarlo. Sea más flexible, pero no espere que su influencia sobre ella sea beneficiosa si se muestra tan exigente y falta de amor y compasión hacia alguien que mantiene con usted la estrecha relación de una hermana y a quien también une la fe. Ambas se han equivocado. Ambas dieron ocasión al enemigo, el egoísmo tiene mucho que ver con sus acciones y sentimientos mutuos. 

Hermana F, tiene la tendencia de dominar a su esposo, a su hermana y a todos los que la rodean. Su hermana ha sufrido mucho por su causa. Si hubiera confiado en Dios y se hubiera rendido a su influencia, su hermana le habría podido presentar su mente. Pero Dios está insatisfecho con la persecución que ha desatado contra su hermana. Es antinatural y completamente errónea. Su hermana es tan inflexible como usted. Cuando dos caracteres fuertes entran en conflicto ambos salen perjudicados. Es necesario que ambas se conviertan de nuevo y sean transformadas a la imagen divina. Es mejor que nos equivoquemos, si es que nos equivocamos, por exceso de compasión y tolerancia que por exceso de rigidez. 

La flexibilidad en las medidas, las respuestas amables y las palabras cariñosas son mejores para reformar y salvar que la severidad y la rudeza. El más pequeño exceso de brusquedad puede alejar a las personas, mientras que una actitud conciliadora sería el mejor medio de acercarlas para que pueda ponerlas en el buen camino. Debería estar movida por un espíritu de perdón y dar el crédito debido a los buenos propósitos y acciones de aquellos que la rodean. Diga palabras de elogio a su esposo, a su hijo, a su hermana y a todas las personas con quien se relacione. La censura continua marchita y oscurece la vida de cualquiera. 

No desapruebe la religión de Cristo con los celos y la intolerancia hacia los demás. Lo único que conseguirá es que la tengan en poca estima. Nunca la censura y el reproche han rescatado a nadie de una posición errónea, sino han alejado a muchos de la verdad y han endurecido sus corazones contra el convencimiento. Un espíritu tierno, un comportamiento agradable y amable, pueden salvar a los perdidos y ocultar una multitud de pecados. Dios necesita que tengamos ese amor que “es sufrido, es benigno”. 1 Corintios 13:4. 

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La religión de Cristo no nos exige que abandonemos nuestro carácter o nuestra identidad, sino que nos adaptemos, en la medida de lo posible, a los sentimientos y las maneras de los demás. Muchas personas serán traídas a la unidad de la fe aunque sus opiniones, sus hábitos y sus gustos en cuestiones temporales no estén en armonía; pero si el amor de Cristo brilla en su pecho y buscan su hogar en el mismo cielo, podrán llegar a tener la comunión más dulce y la unidad más maravillosa. No hay dos que tengan una experiencia parecida en cada aspecto de su vida. Las pruebas de una no son las pruebas de otra. Debemos tener los corazones abiertos a la compasión amable y radiantes con el amor que Jesús sintió por sus semejantes. 

Domine su predisposición a ser rígida con su hijo, su presencia se vuelve desagradable para él y sus consejos odiosos a causa de sus reproches demasiado frecuentes. Manténgalo unido a su corazón, no con indulgencia insensata, sino con los suaves lazos del amor. Se puede ser firme y amable a la vez. Permita que Cristo sea su ayuda. El amor será el medio por el cual podrá acercar otros corazones al suyo y su influencia podrá ponerlos en el buen camino. 

La he advertido contra el espíritu de censura y vuelvo a prevenirla contra esa falta. A veces Cristo reprobó con severidad; en algunos casos puede ser necesario que nosotros también reprendamos severamente. Pero recordemos que aunque Cristo conocía con exactitud la condición de aquellos a quienes reprendía, sabía aplicar la dureza justa y necesaria que podrían soportar y qué se precisaba para corregir su error, también sabía apiadarse de los extraviados, consolar a los desdichados y alentar a los débiles. Sabía cómo alejar las almas del desaliento e inspirarles esperanza porque conocía los motivos exactos y las pruebas peculiares de cada mente. No podía cometer errores. 

Pero nosotros podemos juzgar mal los motivos, las apariencias pueden engañarnos, podemos pensar que actuamos correctamente al reprobar el error y, en consecuencia, podemos ir demasiado lejos, censurar con demasiada severidad y herir cuando queríamos sanar. También podemos compadecernos insensatamente y, en nuestra ignorancia, debilitar una reprobación merecida y a tiempo. Nuestro juicio puede estar equivocado, pero Jesús era demasiado sabio para errar. Reprobaba con piedad y amaba con amor divino a aquellos a quienes reprendía. 

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El Señor nos pide que nos sometamos a su voluntad, que permitamos que su Espíritu nos imbuya y su servicio nos santifique. Apartemos el egoísmo y venzamos todos y cada uno de los defectos de nuestro carácter como Cristo los venció. Para cumplir su tarea debemos morir diariamente al yo. Pablo dijo: “Cada día muero”. 1 Corintios 15:31. Cada día se convertía de nuevo y avanzaba un paso más hacia el cielo. La única vía que Dios aprueba es que ganemos victorias en la vida divina. El Señor es misericordioso, tierno y rebosa de piedad. Sabe nuestras necesidades y debilidades y nos ayudará en nuestra enfermedad. Basta que confiemos en él y creamos que nos bendecirá y hará grandes cosas por nosotros. 

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Colaboradores de Cristo

El tiempo transcurrido durante el congreso de 1874 y después del mismo fue muy importante para _____. Si hubiese habido allí una casa de culto cómoda y placentera, se habrían decidido por la verdad dos veces más personas de las que fueron realmente ganadas. Dios trabaja con nuestros esfuerzos. Podemos cerrar el camino para los pecadores mediante nuestra negligencia y egoísmo. Debiera haberse manifestado gran diligencia en tratar de salvar a aquellos que están todavía en el error, aunque interesados en la verdad. 

En el servicio de Cristo se necesita un comando tan sabio como el que se requiere para los batallones de un ejército que protege la vida y la libertad del pueblo. No todos pueden trabajar juiciosamente para la salvación de las almas. Es necesario pensar detenidamente. No debemos entrar al azar en la obra del Señor y esperar éxito. El Señor necesita hombres de intelecto, hombres de reflexión. Jesús pide colaboradores, no personas que siempre cometan errores. Dios necesita hombres inteligentes, que piensen correctamente, a fin de hacer la gran obra necesaria para la salvación de las almas. 

Los mecánicos, los abogados, los negociantes, los hombres de todos los oficios y profesiones, se educan a fin de llegar a dominar su ramo. ¿Deben los que siguen a Cristo ser menos inteligentes y, mientras profesan dedicarse a su servicio, ignorar los medios y recursos que han de emplearse? La empresa de ganar la vida eterna es superior a toda consideración terrenal. A fin de conducir a las almas a Cristo, se conocerá la naturaleza humana y se estudiará la mente humana. Esto requiere mucha reflexión cuidadosa y ferviente oración para saber cómo acercarse a los hombres y las mujeres a fin de presentarles el gran tema de la verdad. 

Algunas personas impulsivas, aunque sinceras, después que se ha dado un discurso categórico, suelen acercarse de una manera muy abrupta a los que no creen como nosotros y les hacen repelente la verdad que deseamos verlos recibir. “Los hijos de este siglo son en su generación más sagaces que los hijos de luz”. Lucas 16:8. Los negociantes y los políticos estudian la cortesía. Es su costumbre hacerse tan atrayentes como les sea posible. Procuran que sus discursos y modales ejerzan la mayor influencia sobre la mente de cuantos los rodeen. Emplean su conocimiento y capacidad tan hábilmente como les resulta posible a fin de alcanzar su objeto. 

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Los que profesan creer en Cristo sacan a relucir gran cantidad de escoria que obstruye el camino de la cruz. No obstante, a pesar de esto, hay personas tan profundamente convencidas que pasarán por todo desaliento y salvarán cualquier obstáculo a fin de alcanzar la verdad. Pero si los que profesan creer en la verdad hubiesen purificado sus mentes obedeciéndola, si hubiesen sentido la importancia del conocimiento y del refinamiento de los modales en la obra de Cristo, donde se ha salvado un alma podrían haberse salvado veinte. 

Además, después que las personas se han convertido a la verdad, es necesario cuidarlas. El celo de muchos ministros parece cesar tan pronto como cierta medida de éxito acompaña sus esfuerzos. No se dan cuenta de que muchos recién convertidos necesitan cuidados, atención vigilante, ayuda y estímulo. No se los debe dejar solos, a merced de las más poderosas tentaciones de Satanás; necesitan ser educados con respecto a sus deberes; hay que tratarlos bondadosamente, conducirlos, visitarlos y orar con ellos. Estas almas necesitan el alimento asignado a cada uno a su debido tiempo. 

No es extraño que algunos se desanimen, se demoren en el camino y sean devorados por los lobos. Satanás persigue a todos. Envía a sus agentes para reintegrar a sus filas a las almas que perdió. Debe haber más padres y madres que reciban en su corazón a estos niños en la verdad, y los estimulen y oren por ellos, para que su fe no se confunda. 

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