Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 52-62, día 203

Usted está deslumbrado y enceguecido por el dios de este mundo. ¡Oh, cuán terrible es la locura que lo ha sobrecogido! Usted puede juntar tesoros terrenales, pero serán destruidos en la gran conflagración. Si usted se vuelve ahora al Señor; si usa sus talentos de influencia y medios para su gloria, y envía sus tesoros antes que usted al cielo, no sufrirá una pérdida total.

Las grandes conflagraciones y los desastres de mar y tierra que han visitado nuestro país, han sido las providencias especiales de Dios, una advertencia de lo que está por sobrevenir en el mundo. Dios desea mostrar a los hombres que puede encender sobre sus ídolos un fuego que el agua no puede apagar. La gran conflagración general está justo delante, en ella todos los vanos esfuerzos de la vida serán esparcidos de la noche a la mañana. El tesoro que se halla en el cielo estará seguro. Ningún ladrón puede acercarse a él, ni hay polilla que lo corrompa.

Cierto joven se acercó a Cristo: y le dijo: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” Mateo 19:16. Jesús le encargó que guardara los Mandamientos. Su respuesta fue: Señor, “todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?” Jesús contempló al joven con amor, y fielmente le reveló su deficiencia en guardar sus Mandamientos. Él no amaba a su prójimo como a sí mismo. Cristo le mostró su verdadero carácter. Su amor egoísta por las riquezas era un defecto, el cual, si no era quitado, le impediría entrar al cielo. “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. Mateo 19:16-21. Cristo deseaba que el joven comprendiera que el Señor no requería de él más que lo que él mismo había experimentado. Todo lo que pedía era que el joven siguiera su ejemplo.

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Cristo dejó sus riquezas y su gloria, y se hizo pobre, para que el hombre, a través de su pobreza, pudiera ser hecho rico. Ahora requiere de él que, por causa de esas riquezas, abandone las cosas terrenales y se asegure el cielo. Cristo sabía que mientras los afectos estuvieran colocados sobre tesoros terrenales, serían retirados de Dios; por eso le dijo al joven escriba: “Anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. Mateo 19:21. ¿Cómo recibió el joven las palabras de Cristo? ¿Se regocijó de poder obtener el tesoro celestial? Se sintió muy triste, porque tenía grandes posesiones. Para él las riquezas eran honor y poder. La gran cantidad de su tesoro hizo que abandonarlo le pareciera una imposibilidad.

He aquí el peligro de las riquezas para el hombre avaro. Cuantas más obtiene, más difícil le resulta ser generoso. Disminuir su riqueza es como despojarse de su vida. Antes que hacer esto, vuelve la espalda a las atracciones de la recompensa inmortal, con el fin de retener y aumentar sus posesiones terrenales. Acumula y retiene. Si hubiera guardado los Mandamientos, sus posesiones terrenales no habrían sido tan grandes. Mientras se ocupaba en hacer planes y luchar en favor de sí mismo, ¿cómo podría él amar a Dios con todo su corazón, con toda su mente, con toda su fortaleza, y a su prójimo como a sí mismo? Sí hubiera distribuido para suplir las necesidades de los pobres y hubiera bendecido a sus prójimos con una parte de sus recursos, según lo demandasen sus necesidades, habría sido mucho más feliz, y habría tenido mayor tesoro en el cielo y menos en la tierra sobre lo cual colocar sus afectos.

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Cristo le aseguró al joven que vino a él, que si obedecía sus requerimientos tendría tesoros en el cielo. Este individuo amador del mundo se sintió muy entristecido. Él deseaba el cielo, pero a la vez deseaba retener su riqueza. Renunció a la vida inmortal por amor al dinero y al poder. ¡Oh, que miserable trueque! Y, sin embargo, muchos que profesan guardar todos los Mandamientos de Dios están haciendo lo mismo. Usted, querido hermano, está en peligro, pero no se da cuenta de ello. No se ofenda porque expongo este asunto con tanta claridad ante usted, Dios le ama. ¡Cuán mezquinamente le ha devuelto usted su amor.

Se me mostró que en su primera experiencia, su corazón fulguraba con la verdad; su mente estaba absorbida en el estudio de las Escrituras; descubría nueva belleza en cada línea. Entonces la buena semilla sembrada en su corazón estaba brotando y llevando fruto para la gloria de Dios. Pero después de un tiempo, los cuidados de esta vida y el engaño de las riquezas ahogaron la buena semilla de la Palabra de Dios que había sido sembrada en su corazón, y dejó de dar fruto. La verdad luchaba por la supremacía en su mente, pero los cuidados de esta vida y el amor a otras cosas ganaron la victoria. Satanás procuró, a través de las atracciones de este mundo, encadenarlo y paralizar sus poderes morales de modo que no lograse percibir los derechos que Dios tiene sobre usted; y en esto casi ha tenido éxito.

Ahora, querido hermano, debe hacer un esfuerzo intenso y perseverante para desalojar al enemigo y afirmar su libertad; porque él lo ha transformado en esclavo de este mundo, hasta que su amor por las ganancias se ha convertido en la pasión directriz. Su ejemplo para los demás ha sido malo; los intereses egoístas han tenido prominencia. Por profesión, usted le dice al mundo: “Mi ciudadanía no está aquí, sino arriba”. Sin embargo, sus obras dicen definidamente que usted es un habitante de este mundo. Como una red vendrá el día del juicio sobre todos los que moran en la faz de la tierra. Su profesión es tan sólo un estorbo para las almas. Usted no tiene obras que correspondan a ella. “Yo conozco tus obras” (no tu profesión), dice el testigo fiel. Apocalipsis 2:9, 13, 19. Dios está ahora zarandeando a su pueblo, probando sus propósitos y sus motivos. Muchos serán como la paja: Sin nada de trigo, sin nada de valor en ellos.

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Cristo ha confiado a su cuidado talentos de recursos y de influencia, y le ha dicho: Hazlos rendir hasta que yo venga. Cuando el Amo venga y saque cuentas con sus siervos, todos serán llamados a dar estricta cuenta de la manera como han usado los talentos que se les confiaron. ¿Cómo soportará usted, querido hermano, la investigación? ¿Estará preparado para devolverle al Señor sus talentos duplicados, colocando delante de Él tanto el capital como el interés, mostrando así que usted ha sido un obrero juicioso además de fiel y perseverante en sus servicios? Hermano E, si usted sigue la conducta que ha proseguido por años, su caso estará correctamente representado por el siervo que envolvió su talento en un pañuelo y lo enterró, esto es, lo escondió en el mundo. Aquellos a quienes se les confiaron talentos, recibieron recompensa por el trabajo que hicieron en proporción exacta a la fidelidad, la perseverancia y el esfuerzo insistente hecho al negociar con los bienes de su Señor.

Dios lo considera su deudor, y también deudor ante sus prójimos que no tienen la luz y la verdad. Dios le ha dado luz no para que la esconda bajo un cajón, sino para que la coloque en un candelero, de modo que se beneficien todos los de la casa. Es necesario que su luz brille ante otros, para iluminar las almas por las cuales Cristo murió. La gracia de Dios reinará en su corazón, y colocará su mente y pensamientos en sujeción a Jesús y sería un hombre poderoso del lado de Cristo y de la verdad.

Dijo Pablo: “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor”. Romanos 1:14. Dios le había revelado a Pablo su verdad, y al hacerlo, lo hizo deudor para los que estaban en tinieblas, con el fin de alumbrarlos. Usted no ha tenido el concepto debido de su responsabilidad delante de Dios. Usted está manejando los talentos de su Señor. Tiene poderes mentales, que si los emplea en la dirección correcta, harían de usted un colaborador de Cristo y de sus ángeles. Si su mente se volviera en dirección de hacer el bien, de colocar la verdad delante de otros; ahora estaría calificado para convertirse en un obrero de éxito para Dios, y como recompensa vería muchas almas salvadas, que serían como estrellas en la corona de su gozo.

¿Cómo se puede comparar el valor de sus casas y tierras con el de las preciosas almas por las cuales Cristo murió? Por su influencia, esas almas pueden ser salvas con usted en el reino de gloria; pero allá no puede llevar consigo ni siquiera la porción más pequeña de su tesoro terrenal. Adquiera lo que usted desee; presérvelo con todo el celoso cuidado que sea capaz de ejercer, pero el mandato puede salir del Señor, y en pocas horas un fuego que ninguna destreza logra apagar, puede destruir lo que haya acumulado en toda su vida, y transformarlo en una masa de ruinas humeantes. Éste fue el caso de Chicago. La Palabra de Dios había salido para dejar en ruinas esa ciudad. Ésta no es la única ciudad que tendrá que distinguir las marcas visibles del desagrado de Dios. Él ha comenzado, pero no ha terminado. La espada de su ira está extendida sobre quienes, en su orgullo y maldad han provocado el desagrado de un Dios justo. Las tormentas, los terremotos, los tornados, el fuego y la espada esparcirán desolación por doquier, hasta que los corazones de los hombres les fallen por el temor y la expectación de las cosas que han de venir sobre la tierra. Usted no sabe cuán pequeño es el espacio que lo separa de la eternidad. No sabe cuán pronto podría cerrarse su tiempo de prueba.

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¡Alístese, hermano, para cuando el Señor demande sus talentos, tanto el capital como el interés! Ganar almas debiera constituir la obra de la vida de todo aquel que profesa seguir a Cristo. Somos deudores ante el mundo por la gracia que Dios nos ha dado, por la luz que ha brillado sobre nosotros, y por la belleza y el poder que hemos descubierto en la verdad. Puede dedicar su existencia entera a acumular tesoros en este mundo. Pero, ¿de qué le servirán cuando su vida aquí llegue a su fin, o cuando Cristo aparezca? No podrá llevar consigo ni un centavo. Y tan alto como lo hayan exaltado aquí sus honores y riquezas mundanales con descuido de su vida espiritual, así de profundo se hundirá en su valor moral delante del gran tribunal del juicio de Dios.

¿Cómo sería distribuida esta riqueza por la cual usted ha cambiado su alma, si usted fuese llamado de pronto a terminar su tiempo de prueba, y si su voz ya no la controlase? “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” Mateo 16:2, 6. Sus medios no tienen mayor valor que la arena, excepto si los usa para proveer para las necesidades cotidianas de la vida y para bendecir a otros y hacer avanzar la causa de Dios. Dios le ha dado testimonios de amonestación y de ánimo, pero usted les ha vuelto la espalda, ha dudado de los Testimonios. Cuando vuelva y reúna los rayos de luz, y tome la posición que los Testimonios son de Dios, entonces se afirmará en su creencia y ya no vacilará en medio de la oscuridad y la debilidad.

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Usted puede ser una bendición para la Iglesia de _____. Aun ahora puede ser un pilar si se acerca a la luz y camina en ella. Dios lo llama nuevamente. Procura alcanzarlo, aun estando revestido de egoísmo como está, y cubierto con los cuidados de esta vida. Lo invita a retirar sus afectos del mundo y colocarlos en las cosas celestiales. Con el fin de conocer la voluntad, usted debe estudiarla, en vez de seguir sus inclinaciones y el cauce natural de su propia mente. “¿Qué quieres que haga?” debería ser la ansiosa y empeñosa pregunta de su corazón.

El peso de la ira de Dios recaerá sobre los que hayan malgastado su tiempo y servido a Mammón en vez de a su Creador. Si usted vive para Dios y para el cielo, señalando el camino de la vida a otros, avanzará y escalará gozos más elevados y más santos. Será recompensado con la frase: “Bien, buen siervo y fiel […] entra en el gozo de tu Señor”. Mateo 25:21. El gozo de Cristo consistía en ver almas redimidas y salvas en su glorioso reino. “El cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Hebreos 12:2.

El lograr los tesoros de este mundo, y usarlos como lo ha hecho, para separar sus afectos de Dios, resultará para usted al fin una terrible maldición. No se toma tiempo para leer, para meditar o para orar; y no ha tomado tiempo para instruir a sus hijos, manteniendo delante de ellos su más elevado interés. Dios ama a sus hijos; pero ellos han recibido muy poco estímulo para vivir una vida religiosa. Si destruye la fe de ellos en los Testimonios, ya no podrá alcanzarlos. Conviene que las mentes de los pobres y falibles mortales sean disciplinadas y educadas en las cosas espirituales. Cuando la enseñanza se refiere exclusivamente al mundo, y a la manera de tener éxito en la adquisición de propiedades, ¿cómo puede lograrse el crecimiento espiritual? Es completamente imposible. Usted, hermano, y su familia, podrían haber crecido hasta alcanzar la estatura perfecta de hombres y mujeres en Cristo Jesús, si hubieran sentido la mitad del interés por perfeccionar el carácter cristiano y servir al Señor, que han tenido para servir al mundo.

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Dios no se alegra de que sus siervos se mantengan ignorantes de su divina voluntad, novicios en comprensión espiritual pero sabios en el conocimiento y la sabiduría del mundo. Su interés terrenal no puede compararse con su bienestar eterno. Dios le tiene una obra más alta que la de adquirir propiedades. Usted necesita que se cumpla en favor suyo una obra profunda y completa. Toda su familia la necesita, y ojalá que Dios los ayude a todos a lograr la perfección del carácter cristiano. Sus hijos pueden y deben ser una bendición para la juventud de su comunidad. Por su ejemplo, por su conversación y sus actos, pueden glorificar a su Padre celestial y adornar la causa de la religión.

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La verdadera benevolencia

Queridos hermano y hermana F: Procuraré escribir ahora lo que se me ha presentado sobre ustedes; porque considero que es tiempo de que los miembros de esta iglesia coloquen en orden sus corazones y hagan obra diligente para la eternidad. Ambos aman la verdad y desean obedecerla; pero les falta experiencia. Se me mostró que ustedes serían colocados en circunstancias en las cuales serían probados, y que se revelarían rasgos de carácter que ustedes no se dan cuenta que poseen.

Muchos que nunca han sido puestos a prueba, parecen ser excelentes cristianos; sus vidas parecen perfectas, pero Dios ve rasgos de carácter que deben ser revelados para que los puedan percibir y corregir. Simeón profetizó bajo la inspiración del Espíritu Santo, y le dijo a María refiriéndose a Jesús: “He aquí, éste está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones”. Lucas 2:34, 35. En la providencia de Dios, somos colocados en diferentes ocupaciones para ejercitar cualidades de la mente calculadas para desarrollar nuestro carácter bajo muchas circunstancias. “Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos”. Santiago 2:10. Los profesos cristianos de Dios pueden vivir vidas correctas en lo que se refiere a las apariencias externas; pero cuando un cambio de circunstancias los coloca en situaciones enteramente diferentes, aparecen rasgos de carácter fuertes, los cuales se mantendrían escondidos si hubiesen continuado en el mismo ambiente.

Se me mostró que ustedes tienen rasgos egoístas contra los cuales necesitan mantener estricta vigilancia. Estarán en peligro de considerar su prosperidad y su conveniencia, sin preocuparse de la prosperidad de otros. No poseen un espíritu de abnegación que se parezca al gran Ejemplo. Es necesario que cultiven la benevolencia, lo cual los colocará en mayor armonía con el espíritu de Cristo en su benevolencia desinteresada. Definitivamente necesitan más compasión humana.

Ésta es una cualidad de nuestras naturalezas que Dios nos ha concedido para hacernos amables y bondadosos con los que se ponen en contacto con nosotros. La encontramos en hombres y mujeres cuyos corazones no están en armonía con Cristo, y es verdaderamente triste cuando a sus profesos seguidores les falta esta gran característica del cristianismo. No copian el Modelo, y es imposible que reflejen la imagen de Jesús en sus vidas y comportamiento.

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Cuando la compasión humana se mezcla con el amor y la benevolencia, y el espíritu de Jesús la santifica, es un elemento que puede producir mucho bien. Los que cultivan la benevolencia no sólo están haciendo una buena obra para otros, y bendiciendo a los que reciben su buena acción, sino que también se están beneficiando a sí mismos, al abrir sus corazones a la benigna influencia de la verdadera benevolencia. Cada rayo de luz que brilla sobre otros, será reflejado sobre nuestros propios corazones. Cada palabra bondadosa y llena de compasión que se dirija a los dolientes, cada acción que tienda a producir alivio a los oprimidos, y cada don que supla las necesidades de nuestros prójimos, dado y realizado para la gloria de Dios, resultará en bendiciones para el dador. Los que trabajan de esta manera están obedeciendo una ley del cielo, y recibirán la aprobación de Dios. El placer que se siente al hacer bien a otros, imparte un resplandor a los sentimientos que se irradia por los nervios, estimula la circulación de la sangre e induce salud mental y física.

Jesús conocía la influencia que tiene la benevolencia sobre el corazón y la vida del benefactor, y procuró impresionar sobre la mente de sus discípulos los beneficios que se derivarían del ejercicio de esta virtud. Dijo él: “Más bienaventurada cosa es dar que recibir”. Hechos 20:35. Ilustra el espíritu de gozosa benevolencia que debiera ejercerse hacia amigos, vecinos y extraños, por medio de la parábola del hombre que viajando de Jerusalén a Jericó cayó en manos de ladrones, “los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto”. Lucas 10:30. A pesar de la exaltada profesión de piedad que hacían el sacerdote y el levita, sus corazones no se conmovieron por tierna compasión hacia el sufriente. Un samaritano que no tenía tan elevadas pretensiones de ser justo, pasó por allí y cuando vio la necesidad del extraño, no se limitó a contemplarlo con ociosa curiosidad, sino que vio en él a un ser humano en desgracia, y fue movido a compasión. Inmediatamente, “acercándose vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él”. Al día siguiente, lo dejó a cargo del posadero, con la seguridad de que él pagaría todos los gastos a su regreso. Cristo pregunta: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: ‘El que usó de misericordia con él’. Entonces Jesús le dijo: ‘Ve, y haz tú lo mismo’”. Lucas 10:34-37.

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Aquí Jesús deseaba enseñar a sus discípulos las obligaciones morales que tenemos en el trato con nuestros semejantes. Cualquiera que descuida la aplicación de los principios ilustrados por esta lección, no es un guardador de los Mandamientos. Más bien, como el levita, quebranta la Ley de Dios, la cual pretende reverenciar. Hay algunos que, como el samaritano, no pretenden poseer una piedad exaltada y, sin embargo, tienen un alto sentido de sus obligaciones para con sus prójimos, y tienen mucha más caridad y bondad que algunos que profesan gran amor hacia Dios, pero que fallan en realizar buenas obras hacia sus criaturas.

Los que verdaderamente aman a su prójimo como a sí mismos son los que se dan cuenta de sus responsabilidades y los derechos que la sufriente humanidad tiene sobre ellos, y cumplen los principios de la Ley de Dios en sus vidas diarias. “Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: ‘Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?’ Él le dijo: ‘¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?’ Aquel respondiendo, dijo: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo’. Y le dijo: ‘Bien has respondido; haz esto y vivirás’”. Lucas 10:25-28.

Aquí, Cristo le muestra a ese experto en asuntos legales, que amar a Dios con todo el corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos es el verdadero fruto de la piedad. “Haz esto”, dijo él -no ‘cree’ sino ‘haz’-, “y vivirás”. Lo que hace a un cristiano no es únicamente profesar una creencia en los mandatos obligatorios de la Ley de Dios, sino el cumplimiento de dicha ley.

En la parábola, Cristo exalta al samaritano por encima del sacerdote y del levita, los cuales evidenciaban gran preocupación por cumplir la letra de los Diez Mandamientos. El samaritano obedeció el espíritu de esos Mandamientos, mientras que los otros se contentaron con profesar una exaltada fe en ellos; ¿pero qué es la fe sin obras? Cuando los proponentes de la Ley de Dios plantan sus pies firmemente sobre sus principios, mostrando que no sólo son leales de nombre sino leales de corazón, cumpliendo en sus vidas diarias el espíritu de los Mandamientos de Dios y ejerciendo verdadera benevolencia para con el hombre, entonces ellos tendrán el poder moral que podrá mover el mundo. Es imposible que los que profesan obediencia a la Ley de Dios representen correctamente los principios de ese sagrado Decálogo, si desprecian sus santos mandatos de amar a su prójimo como a sí mismo.

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El sermón más elocuente que pueda predicarse acerca de la ley de los Diez Mandamientos es cumplirlos. La obediencia debiera convertirse en un deber personal. El descuido de este deber constituye un pecado evidente. Dios nos coloca bajo la obligación, de no sólo obtener nosotros el cielo sino también de sentir que es un deber ineludible mostrar a otros el camino, y a través de nuestro cuidado y amor desinteresado, atraer hacia Cristo a los que se colocan dentro de la esfera de nuestra influencia. La singular ausencia de principios que caracterizan las vidas de muchos profesos cristianos es alarmante. Su descuido de la Ley de Dios desanima a los que reconocen sus sagrados derechos, y tiende a desviar de la verdad a muchos que de otro modo la aceptarían.

Con el fin de obtener un conocimiento apropiado de nosotros mismos, es necesario mirar en el espejo, y al descubrir allí nuestros propios defectos, hacer uso de la sangre de Cristo, la fuente que se abrió para limpiar el pecado y la impureza en la cual podemos lavar los ropajes de nuestro carácter y quitar las manchas del pecado. Pero muchos se niegan a ver sus errores y corregirlos; no desean lograr un verdadero conocimiento de sí mismos.

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