Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 158-167, día 280

El amor “no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad”. vers. 6. Aquel cuyo corazón está imbuido de amor, se entristece por los errores y debilidades de los demás; pero cuando triunfa la verdad, cuando la sombra que oscurecía la buena fama de otra persona se desvanece, o cuando los pecados se confiesan y los males son corregidos, se regocija. 

“Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. vers. 7. El amor no solamente es tolerante hacia las faltas de los demás, sino que gozosamente se somete a cualquier sufrimiento o inconveniencia que dicha tolerancia requiera. Este amor “nunca deja de ser”. vers. 8. Jamás perderá su valor; es un atributo del cielo. Como tesoro precioso, puede ser llevado por el que lo posee a través de los portales de la ciudad de Dios.

El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz. La discordia y la contienda son la obra de Satanás y el fruto del pecado. Si como pueblo queremos disfrutar de paz y amor, tenemos que apartarnos de nuestros pecados; tenemos que estar en armonía con Dios y los unos con los otros. Que cada cual se pregunte: ¿Poseo yo el don del amor? ¿He aprendido a ser paciente y bondadoso? Sin este atributo celestial, los talentos, la preparación y la elocuencia serán tan vacíos como metal que resuena y címbalo que retiñe. ¡Qué lástima que este valioso tesoro se tenga en tan poca estima y se busque tan poco por parte de muchos de los que profesan la fe! 

Pablo les escribe así a los colosenses: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos”. Colosenses 3:12-15. “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”. vers. 17.

El hecho de que estamos bajo una obligación tan grande para con Cristo nos coloca bajo la más sagrada obligación hacia aquellos por quienes él murió y anhela rescatar. Debemos manifestar hacia ellos la misma simpatía, la misma compasión y amor desinteresado que Cristo nos ha manifestado a nosotros. La ambición egoísta, el deseo de la supremacía, morirán cuando Cristo tome posesión de nuestros afectos. 

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Nuestro Salvador les enseñó a los discípulos a orar así: “Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Mateo 6:9-13. Se pide aquí una gran bendición bajo ciertas condiciones. Nosotros mismos exponemos las condiciones. Estamos pidiendo que la misericordia de Dios hacia nosotros sea medida según la misericordia que nosotros manifestamos a los demás. Cristo declara que ésta es la regla que el Señor nos aplica en su trato con nosotros: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. Mateo 6:14, 15. ¡Condiciones maravillosas, pero cuán poco se las entiende o se hace caso a ellas! Uno de los pecados más comunes, al cual acompañan los resultados más dañinos, es el abrigar un espíritu no perdonador. ¡Cuántos hay que albergan la animosidad o la venganza y luego se inclinan ante Dios y piden ser perdonados así como ellos perdonan! Seguramente no comprenden verdaderamente el significado de esta oración, de lo contrario no se atreverían a pronunciarla. Dependemos de la misericordia perdonadora de Dios todos los días y a cada hora; ¡cómo pues podemos abrigar amargura y malicia hacia aquellos que, cual nosotros, son también pecadores! Si en su diario convivir los cristianos pusiesen por obra los principios de esta oración, ¡qué cambio bendecido se obraría en la iglesia y en el mundo! Este sería el testimonio más convincente que se pudiera dar acerca de la realidad de la religión bíblica. 

Dios espera más de sus seguidores de lo que muchos piensan. A menos que querramos edificar nuestra esperanza de alcanzar el cielo sobre un cimiento falso, hemos de aceptar la Biblia tal como está escrita y creer que el Señor quiere decir lo que dice. Dios nos da su gracia para que podamos llevar a cabo todo lo que él requiere de nosotros. Si no alcanzamos la norma que se nos indica en su Palabra, no tendremos ninguna excusa que ofrecer en el día del Señor.

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El apóstol nos amonesta: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros”. Romanos 12:9, 10. Es el deseo de Pablo que distingamos entre el amor acendrado y abnegado que es inspirado por el Espíritu de Cristo, y el fingimiento engañoso y carente de sentido que abunda en el mundo. Esta vil falsificación ha hecho desviar a muchas almas. Ella borraría la distinción entre el bien y el mal poniéndose del lado del transgresor en lugar de señalarle fielmente sus errores. Un procedimiento tal nunca brota de una verdadera amistad. El espíritu que lo estimula mora únicamente en el corazón carnal. Aunque el cristiano será siempre bondadoso, compasivo y perdonador, nunca sentirá que está en armonía con el pecado. Aborrecerá el mal y se aferrará a lo que es bueno, a expensas de la asociación o amistad con los infieles. El Espíritu de Dios hará que odiemos el pecado, mientras que a la vez estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio por salvar al pecador. 

“Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza”. Efesios 4:17-19. En el nombre del Señor Jesús y bajo su autoridad, el apóstol amonesta a sus hermanos que después de haber hecho profesión del Evangelio, no debieran conducirse como lo hacían los gentiles, sino que debían demostrar por medio de su comportamiento diario que se habían convertido de corazón.

“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”. Efesios 4:22-24. En un tiempo estaban corrompidos, degradados y esclavizados por las pasiones lascivas; endrogados por los opios del mundo, ciegos, confundidos y engañados por las tretas de Satanás. Ahora que fueron enseñados en la verdad tal como es en Jesús, tiene que haber un cambio decidido en su vida y carácter. 

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El recibimiento de miembros cuyos corazones y vida no han sido renovados y reformados ocasiona debilidad en la iglesia. A menudo se pasa por alto este hecho. Algunos ministros e iglesias están tan ansiosos de tener un aumento en Números que no dan su testimonio fielmente en contra de hábitos y prácticas no cristianos. No se enseña a los que aceptan la verdad que no pueden hallar seguridad en ser mundanos en su comportamiento y cristianos de nombre. Hasta ahora habían estado sujetos a Satanás; de ahora en adelante han de estar sujetos a Cristo. La vida tiene que dar testimonio de que ha habido un cambio de líderes. La opinión pública favorece la mera profesión de cristianismo. Se necesita poca abnegación o sacrificio personal para exhibir una apariencia de piedad y hacer que se registre nuestro nombre en el libro de la iglesia. Por lo tanto, muchos se unen a la iglesia sin haberse primero unido a Cristo. Satanás se regocija cuando esto sucede. Tales conversos son sus agentes más eficaces. Sirven como trampa para otras almas. Son luces falsas que seducen a los incautos hacia la perdición. Es en vano que los hombres procuran hacer del sendero cristiano algo amplio y placentero para los mundanos. Dios no ha suavizado ni ensanchado el camino escabroso y estrecho. Si queremos entrar en la vida, hemos de seguir el mismo camino que Jesús y sus discípulos transitaron, el camino de la humildad, la abnegación y el sacrificio.

Asegúrense los ministros que sus propios corazones sean santificados por la verdad, y que luego trabajen para que se vean los mismos resultados en sus conversos. Lo que necesitan tanto los ministros como el pueblo, es la religión pura. Aquellos que apartan la iniquidad de sus corazones y que extienden sus manos en ferviente súplica ante Dios recibirán la ayuda que sólo Dios puede darles. Se ha pagado un rescate por las almas de los hombres para que tengan una oportunidad de escaparse de la esclavitud del pecado y obtengan el perdón, la pureza y el cielo mismo. 

Dios escucha el clamor de los humildes y contritos. Aquellos que frecuentan el trono de la gracia, pidiendo sincera y fervientemente sabiduría y poder de lo alto, seguramente se convertirán en siervos activos y útiles del Señor. Posiblemente no posean grandes talentos, pero con humildad de corazón y una firme confianza en Jesús podrán hacer una buena obra trayendo almas a Cristo. Alcanzarán a los hombres por medio de Dios. 

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Los ministros de Cristo deben estar conscientes en todo momento de que su alma debe ser totalmente absorbida por esta obra sagrada; los esfuerzos que hacen deben ser para la edificación del cuerpo de Cristo y no para exaltarse a sí mismos ante el pueblo; y, aunque los cristianos deben considerar al fiel ministro como embajador de Cristo, deben evitar toda alabanza del hombre.

“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, como también Cristo os amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”. Efesios 5:1, 2. Por sus obras malas, el hombre se ha enemistado con Dios, pero Cristo entregó su vida para que todos los que quisiesen fueran libertados del pecado y restituidos al favor del Creador. Fue la anticipación de un universo redimido y santificado lo que indujo a Cristo a hacer el gran sacrificio. ¿Hemos nosotros aceptado los privilegios que a gran costo nos fueron comprados? ¿Somos seguidores de Dios, cual niños amantes, o somos siervos del príncipe de las tinieblas? ¿Adormos a Jehová, o a Baal, al Dios viviente, o a los ídolos?

Aunque no haya altares a la vista, ni ninguna imagen que el ojo puede ver, sin embargo, podemos estar practicando la idolatría. Es tan fácil hacer una imagen de ideas u objetos acariciados como lo es el hacer dioses de madera o de piedra. Hay miles que tienen un falso concepto de Dios y de sus atributos. Están tan ciertamente adorando a un falso dios como los seguidores de Baal. ¿Estamos nosotros adorando al verdadero Dios, según está revelado en su Palabra, en Cristo y mediante la naturaleza, o estamos adorando algún ídolo filosófico que hemos puesto en su lugar? Dios es un Dios de verdad. La justicia y la misericordia son los atributos de su trono. Es un Dios de amor, de piedad y de tierna compasión. Así está representado en su Hijo, nuestro Salvador. Es un Dios paciente y longánime. Si así es el ser que adoramos y cuyo carácter procuramos asimilar, entonces estamos adorando al verdadero Dios. 

Si seguimos a Cristo, sus méritos, que nos son imputados, llegan ante el Padre como olor fragante; y las bondades del carácter de nuestro Salvador, implantadas en nuestro corazón, derramarán una dulce fragancia en nuestro alrededor. El espíritu de amor, mansedumbre y paciencia que llena nuestra vida tendrá poder para suavizar y subyugar corazones endurecidos y ganar para Cristo a los acerbos enemigos de la fe.

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“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también lo de los otros”. Filipenses 2:3, 4. “Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una nación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”. vers. 15. 

La vanagloria, la ambición egoísta, es la roca sobre la cual muchas almas han sido destruidas y muchas iglesias inutilizadas. Los que menos se dedican a la devoción, que tienen menos conexión con Dios, son los que buscan más ansiosamente el puesto más elevado. No están en absoluto conscientes de sus debilidades y deficiencias de carácter. A menos que muchos de nuestros ministros jóvenes sientan el poder convertidor de Dios, sus labores serán un estorbo en vez de una ayuda para la iglesia. Pueden haber aprendido las doctrinas de Cristo, pero no han aprendido a Cristo. El alma que constantemente contempla a Jesús verá su amor abnegado y su profunda humildad e imitará su ejemplo. El orgullo, la ambición, el engaño, el odio y el egoísmo, deben ser limpiados del corazón. En muchos, estos rasgos pecaminosos han sido parcialmente vencidos, pero no completamente desarraigados del corazón. Bajo circunstancias favorables, brotan de nuevo y maduran en rebelión contra Dios. Aquí hay un gran peligro. Pasar por alto cualquier pecado es acariciar a un enemigo que sólo espera un momento de descuido para ocasionar la ruina. 

“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre”. Santiago 2:13. Mis hermanos y hermanas, ¿cómo empléais el don de la palabra? ¿Habéis aprendido a controlar la lengua de tal manera que ella siempre obedezca los dictados de una conciencia iluminada y de afectos piadosos? ¿Está libre vuestra conversación de liviandad, orgullo y malicia, engaño e impureza? ¿Estáis sin engaño ante Dios? Las palabras ejercen un gran poder. Si es posible, Satanás mantendrá la lengua activa en su servicio. Por nosotros mismos no podemos controlar a este miembro indócil. Nuestra única esperanza es la gracia divina. 

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Los cristianos que ansiosamente estudian cómo pueden asegurarse de la preeminencia debieran más bien estudiar cómo pueden adquirir aquella sabiduría que “es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía”. Santiago 3:17. Se me ha mostrado que muchos ministros necesitan que estas palabras sean grabadas en su corazón. El creyente dentro del cual Cristo se ha formado como esperanza de gloria mostrará “por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre”. vers. 13.

Pedro exhorta de la siguiente manera a los creyentes: “Sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición. Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal”. 1 Pedro 3:8-12.

Cuando el camino recto está tan claramente delineado, ¿por qué el pueblo profeso de Dios no anda en él? ¿Por qué no estudian y oran y trabajan con ahínco para ser de un solo pensar? ¿Por qué no procuran tener en sus corazones compasión el uno por el otro, amar a sus hermanos en vez de devolver mal por mal y reproche por reproche? ¿Quién no ama la vida y desea largos días? Sin embargo, ¡cuán pocos cumplen con las condiciones de refrenar la lengua y guardar los labios de hablar engaño! Pocos están dispuestos a seguir el ejemplo de mansedumbre y humildad del Salvador. Muchos le piden al Señor que los humille, pero no están dispuestos a someterse a la disciplina necesaria. Cuando les llega el momento de prueba y ocurren vejaciones y molestias, el corazón se rebela y la lengua profiere palabras que son como saetas envenenadas o granizo agostador. 

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La maledicencia es una maldición doble que recae con mayor peso sobre el que la práctica que sobre el que presta oído. El que esparce las semillas de la contienda cosecha los frutos mortíferos dentro de su propia alma. ¡Cuán miserable es el chismoso, el que da lugar a las malas sospechas! Para él, la felicidad es algo ajeno.

“Bienaventurados los pacificadores”. Mateo 5:9. La gracia y la paz descansan sobre los que rehusan participar en las contiendas de lenguas. Cuando los mercaderes del escándalo se pasean de familia en familia, los que temen a Dios serán castos defensores del hogar. El tiempo que tan a menudo es peor que malgastado en chismes vanos, frívolos y maliciosos, se debe dedicar a fines más elevados y nobles. Si nuestros hermanos y hermanas se convirtiesen en misioneros de Dios, visitando a los enfermos y afligidos y trabajando paciente y bondadosamente por los errantes, en breve, si imitaran al Modelo, la iglesia prosperaría en todas sus fronteras. 

El pecado de la calumnia comienza cuando se acarician malos pensamientos. El engaño incluye la impureza en todas sus formas. Al tolerarse un pensamiento impuro y acariciarse un deseo no santificado, el alma se contamina y se compromete su integridad. “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, produce la muerte”. Santiago 1:15. Para no cometer pecado, tenemos que resistir sus mismos comienzos. Todo afecto y pasión han de sujetarse a la razón y a la conciencia. Todo pensamiento no santificado debe ser repelido inmediatamente. Encerraos en vuestros cuartos, seguidores de Cristo. Orad con fe y de todo corazón. Satanás procura haceros caer en su trampa. Para escaparos de sus tretas, es preciso que recibáis ayuda de lo alto. 

Por medio de la fe y la oración todos pueden cumplir los requisitos del Evangelio. Nadie puede ser forzado a transgredir. Primero tiene que ganarse el consentimiento propio; el alma tiene que proponerse cometer el acto pecaminoso antes que la pasión pueda dominar la razón o que la iniquidad triunfe sobre la conciencia. No importa cuán fuerte sea la tentación, no es excusa para el pecado. “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos”. Salmos 34:15. Alma tentada, clama a Jehová. Arrójate indefensa e indigna sobre Jesús y reclama su promesa pura. El Señor escuchará. El sabe cuán fuertes son las inclinaciones del corazón natural, y brindará su ayuda en todo momento de tentación. 

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¿Has caído en el pecado? Entonces, sin más dilatar, procura de Dios la misericordia y el perdón. Cuando David se convenció de su pecado, derramó su alma en arrepentimiento y humillación ante Dios. Sentía que podría soportar la pérdida de su corona, pero no de ser privado del favor de Dios. Todavía se extiende misericordia al pecador. En medio de todos nuestros desvaríos, el Señor nos llama así: “Volveos, hijos apóstatas, y sanaré vuestras apostasías”. Jeremías 3:22. Las bendiciones de Dios serán nuestras si escuchamos la voz suplicante de su Espíritu. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”. Salmos 103:13. 

La diligencia en los negocios

“¿Has visto hombre solícito en su obra? Delante de los reyes estará; no estará delante de los de baja suerte”. “La mano negligente hace pobre: mas la mano de los diligentes enriquece”. “Amándoos los unos a los otros con caridad fraternal; previniéndoos con honra los unos a los otros; en el cuidado no perezosos; ardientes en espíritu; sirviendo al Señor” Proverbios 22:29; 10:4; Romanos 12:10, 11. 

Las muchas amonestaciones a ser diligentes que hallamos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, indican claramente la íntima relación que existe entre nuestras costumbres de vida y nuestras prácticas y sentimientos religiosos. La mente y el cuerpo humano están constituídos de tal manera que necesitan bastante ejercicio para el debido desarrollo de todas sus facultades. 

Mientras que muchos están demasiado dedicados a los negocios mundanales, otros van al extremo opuesto, y no trabajan lo suficiente para sostenerse a sí mismos y a aquellos que dependen de ellos. El Hno. _____ pertenece a esta clase. Aunque ocupa el puesto de jefe de familia, no lo es en realidad. Deja descansar las pesadas responsabilidades y cargas sobre su esposa, mientras él se entrega a la indolencia descuidada, o se ocupa con pequeños asuntos que representan muy poco para el sostén de su familia. Suele permanecer sentado durante varias horas y conversar con sus hijos y vecinos acerca de asuntos de poca consecuencia. Toma las cosas con comodidad, goza de la vida, mientras que la esposa y madre hace el trabajo que tiene que ser hecho para preparar la comida y la ropa.

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Este hermano es hombre pobre, y siempre será una carga para la sociedad a menos que asuma el privilegio que Dios le dio y se haga hombre. Cualquiera puede encontrar trabajo de alguna clase si realmente lo desea; pero el descuidado y desatento encontrará que los puestos que podría haber conseguido son llenados por los que tienen mayor actividad y tino comercial. 

Hermano mío, Dios no quiso nunca que usted estuviese en la situación de pobreza en que se encuentra ahora. ¿Para qué le habría dado ese físico? Usted es tan responsable de sus facultades físicas como sus hermanos lo son de sus recursos. Algunos de ellos saldrían ganando si pudiesen cambiar su propiedad por las fuerzas físicas suyas. Pero si se encontrasen en su situación, mediante el empleo diligente de sus facultades mentales y físicas no pasarían menester ni deberían cosa alguna a nadie. Si las circunstancias parecen estar contra usted, no es porque Dios le tenga inquina, sino porque usted no emplea las fuerzas que le ha dado. El no quería que sus facultades se herrumbrasen en la inacción, sino que las fortaleciese por el uso.

La religión que usted profesa le impone el deber de emplear su tiempo tanto durante los seis días de trabajo, como asistir a la iglesia el sábado. Usted no es diligente en los negocios. Deja pasar las horas, los días y aun las semanas sin hacer nada. El mejor sermón que podría predicar al mundo sería mostrar una decidida reforma en su vida, y proveer para su familia. Dice el apóstol: “Si alguno no tiene cuidado de los suyos, y mayormente de los de su casa, la fe negó, y es peor que un infiel”. 1 Timoteo 5:8.

Usted ocasiona oprobio a la causa domiciliándose en un lugar donde permanece en la indolencia por un tiempo y luego se ve obligado a endeudarse a fin de proveer para su familia. No es siempre escrupuloso en pagar esas deudas, sino que en vez de hacerlo se traslada a otro lugar. Esto es defraudar a su prójimo. El mundo tiene derecho a esperar estricta integridad de aquellos que profesan ser cristianos de acuerdo con la Biblia. Por la indiferencia de un hombre en cuanto a pagar sus justas deudas, todos nuestros hermanos están en peligro de ser considerados como deshonestos. 

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