Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 168-176, día 281

“Y como queréis que os hagan los hombres, así hacedles también vosotros”. Lucas 6:31. Esto se refiere tanto a los que trabajan con sus manos como a aquellos que tienen dones que conceder. Dios le ha dado fuerza y habilidad, pero usted no las ha usado. Su fuerza es suficiente para proveer abundantemente a las necesidades de su familia. Levántese por la mañana, aun mientras las estrellas brillan, si es necesario. Propóngase hacer algo, y luego hágalo. Redima toda promesa, a menos que la enfermedad le postre. Mejor es negarse el alimento y el sueño que ser culpable de defraudar a otros de lo que se les debe con justicia. 

La montaña del progreso no se puede escalar sin esfuerzo. Nadie debe esperar que se lo lleve al éxito en los asuntos religiosos ni en los seculares, sin que necesite valerse de sus propios esfuerzos. La carrera no es siempre para los veloces, ni la batalla para los fuertes; sin embargo, el que trabaje con mano perezosa empobrecerá. Los perseverantes y laboriosos no sólo son felices ellos mismos, sino que contribuyen grandemente a la felicidad ajena. La competencia y la comodidad no se alcanzan generalmente sino por ardoroso trabajo. Faraón demostró su aprecio por este rasgo de carácter cuando dijo a José “Si entiendes que hay entre ellos hombres eficaces, ponlos por mayorales del ganado mío”. Génesis 47:6. 

El Hno. _____ no tiene excusa, a menos que sean una excusa el amor a la comodidad y la incapacidad de hacer planes y ponerse a trabajar. La mejor conducta que le incumbe ahora es irse de casa y trabajar bajo la dirección de otro que haga planes para él. Ha sido durante tanto tiempo un negligente e indolente amo para consigo mismo, que realiza poco, y su ejemplo es malo para sus hijos. Ellos llevan la estampa de su carácter. Dejan que la madre lleve las cargas. Cuando se les pide que hagan algo, lo hacen; pero no cultivan, como deben hacerlo todos los niños, la facultad de ver lo que necesita ser hecho y hacerlo sin que se les diga.

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Una mujer se perjudica a sí misma y a los miembros de su familia gravemente cuando hace el trabajo suyo y el de ellos también; cuando trae la leña y el agua, y aun toma el hacha para cortar la leña, mientras su esposo y sus hijos permanecen sentados alrededor del fuego en agradable reunión social. Dios nunca se propuso que las esposas y madres fuesen esclavas de sus familias. Más de una madre está sobrecargada de cuidados, porque no ha enseñado a sus hijos a participar de las cargas domésticas. Como resultado, ella envejece y muere prematuramente, dejando a sus hijos precisamente cuando más necesitan a una madre que guíe sus pies inexpertos. ¿Quién tiene la culpa?

Los esposos deben hacer todo lo que puedan para ahorrar cuidados a la esposa, y mantener alegre su espíritu. Nunca debe fomentarse la ociosidad ni permitirse en los niños, porque pronto viene a ser un hábito. Cuando no se las dedica a ocupaciones útiles, las facultades degeneran o se vuelven activas en obras malas.

Lo que usted necesita, hermano mío, es ejercicio activo. Cada rasgo de su rostro, cada facultad de su mente lo indica. A usted no le gusta el trabajo rudo, ni ganarse el pan con el sudor de su frente. Pero éste es el plan ordenado por Dios en la economía de la vida.

Usted no termina lo que emprende. No se ha disciplinado en la regularidad. El sistema es todo. Haga tan sólo una cosa a la vez, y hágala bien, terminándola antes de empezar el segundo trabajo. Usted debiera tener horas regulares para levantarse, orar, comer. Muchos malgastan horas de precioso tiempo en cama, porque ello satisface la inclinación natural, y el obrar de otra manera requiere esfuerzo. Una hora desperdiciada por la mañana está perdida, y nunca se ha de recuperar. Dice el sabio: “Pasé junto a la heredad del hombre perezoso, y junto a la viña del hombre falto de entendimiento; y he aquí que por toda ella habían ya crecido espinas, ortigas habían ya cubierto su haz, y su cerca de piedra estaba ya destruida. Y yo miré y púselo en mi corazón: vilo, y tomé consejo. Un poco de sueño, cabeceando otro poco, poniendo mano sobre mano otro poco para dormir; así vendrá como caminante tu necesidad, y tu pobreza como hombre de escudo”. Proverbios 24:30-34. 

Los que aseveran tener la menor medida de piedad, deben adornar la doctrina que profesan, y no dar ocasión a que la verdad sea vilipendiada por causa de su conducta desconsiderada. “No debáis a nadie nada”, dice el apóstol. Romanos 13:8. Usted debe ahora, hermano mío, emprender fervorosamente la corrección de sus costumbres de indolencia, redimiendo el tiempo. Deje ver al mundo que la verdad obró una reforma en su vida.

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El traslado a Battle Creek

Nuestro Salvador se representa a sí mismo como un hombre que sale de viaje a un país lejano, deja su casa a cargo de siervos escogidos, y asigna a cada cual su trabajo. Todo cristiano tiene algo que hacer en el servicio de su Maestro. No hemos de procurar nuestra propia comodidad ni conveniencia, sino más bien considerar el engrandecimiento del reino de Cristo, como nuestra primera prioridad. Los esfuerzos abnegados hechos para ayudar y bendecir a nuestro prójimo no solamente revelarán nuestro amor por Jesús, sino que nos mantendrán cerca de él en dependencia y fe y nuestras propias almas crecerán continuamente en gracia y en el conocimiento de la verdad. 

Dios ha dispersado a sus hijos por diversas comunidades para que la luz de la verdad brille en medio de la oscuridad moral que envuelve la tierra. Mientras más densa la oscuridad que nos rodea, mayor la necesidad de que nuestra luz alumbre para Dios. Puede ser que seamos colocados en circunstancias de grandes dificultades y pruebas, pero esto no es evidencia de que no estamos en el lugar que la Providencia nos ha asignado. Entre los cristianos de Roma en los días de Pablo, el apóstol menciona a “los de la casa de César”. Filipenses 4:22. En ningún lado podría la atmósfera moral ser más desfavorable para el cristianismo que la corte romana bajo el cruel y libertino Nerón. Sin embargo, los que habían aceptado a Cristo mientras estaban al servicio del emperador no se sentían libres después de su conversión para dejar su puesto de responsabilidad. Frente a tentaciones seductoras, fiera oposición y peligros espantosos, fueron fieles testigos de Cristo.

Quien quiera que dependa enteramente de la gracia divina podrá hacer que su vida sea un constante testimonio en favor de la verdad. 

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No hay situación en la que no se pueda ser un cristiano verdadero y leal. No importa cuán grandes sean los obstáculos, todos los que determinan obedecer a Dios encontrarán que el camino se les abrirá a medida que avanzan.

Los creyentes que se mantienen fieles a Dios en medio de influencias antagónicas están ganando una experiencia de inestimable valor. Su fuerza aumenta con cada obstáculo sobrepasado y cada tentación vencida. Este es un hecho que a menudo se pasa por alto. Cuando una persona ha recibido la verdad, los amigos equivocados temen exponerla a cualquier prueba y procuran inmediatamente colocarla en una situación más fácil. La persona se marcha a un lugar donde todo armoniza con ella; pero, ¿crece de esta manera su fuerza espiritual? En muchos casos, no. Llega a tener tanto vigor como una planta de invernadero. Deja de velar; su fe se debilita; ni crece ella misma ni ayuda a otros a crecer en gracia. 

¿Se retraen algunos de sostener la verdad en medio de la incredulidad y la oposición? Les ruego que recuerden a los creyentes de la casa de Nerón; que consideren la depravación y la persecución a las que tuvieron que hacer frente, y que deriven de su ejemplo una lección de valor, fortaleza y fe.

Tal vez sea aconsejable a veces que aquellos que son tiernos en la fe sean retirados de las grandes tentaciones y la oposición, y colocados donde puedan disfrutar del cuidado y consejo de cristianos de experiencia. Sin embargo, que tengan siempre presente que la vida cristiana es una lucha continua; que el acariciar la pereza y la indolencia resultará fatal para el éxito. 

Después de haber aceptado la verdad, no debiéramos unirnos con aquellos que se oponen a ella, ni en ninguna manera tampoco colocarnos donde se nos haga difícil vivir nuestra fe; pero, si alguno que se halla en semejante situación aceptase la verdad, que pese bien el asunto antes de abandonarla. Pudiera ser el designio de Dios que otros sean traídos al conocimiento de la verdad mediante su influencia y ejemplo. 

Muchos están vinculados mediante lazos familiares con los opositores de la verdad. Estos creyentes a menudo son sometidos a grandes pruebas, pero por medio de la gracia divina pueden glorificar a Dios obedeciendo la verdad. 

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Como siervos de Cristo debiéramos ser fieles en el puesto donde Dios ve que podemos rendir el servicio más eficiente. Si se nos presentan oportunidades para ser de mayor utilidad, las debiéramos aceptar a instancias del Maestro, y su sonrisa aprobadora descansará sobre nosotros; pero temamos dejar el trabajo que nos ha sido asignado, a menos que el Señor claramente nos indique nuestro deber de servirle en otro campo.

Se necesitan diferentes calificaciones para los diversos aspectos de la obra. El carpintero no está capacitado para trabajar sobre el yunque, ni el herrero para usar el cepillo. El mercader estaría fuera de lugar al pie del lecho de un enfermo, y el médico en la oficina de contabilidad. Aquellos que se cansan de la obra que Dios les ha encomendado y que se colocan en puestos donde no pueden o no quieren trabajar, serán tenidos como obreros perezosos. “A cada uno su obra”. Marcos 13:34. Nadie está exento. 

Como pueblo hemos olvidado en gran medida nuestro deber de actuar como misioneros para Dios en el puesto preciso donde él nos ha colocado. Muchos abandonan ansiosamente sus deberes y oportunidades presentes por entrar en un campo más amplio; se imaginan que en alguna otra posición se les hará menos difícil obedecer la verdad. Se piensa que nuestras iglesias más grandes ofrecen mayores ventajas, y hay entre nuestro pueblo una tendencia creciente de abandonar su puesto especial de responsabilidad y trasladarse a Battle Creek o a las proximidades de alguna otra iglesia grande. Esta práctica no sólo amenaza la prosperidad y aun la vida misma de nuestras iglesias más pequeñas, sino que nos impide hacer la obra que Dios nos ha dado y está destruyendo nuestra espiritualidad y utilidad como pueblo. 

Desde casi todas las iglesias de Míchigan y en cierto grado de otros Estados, nuestros hermanos y hermanas han estado agolpándose en Battle Creek. Muchos de ellos eran ayudantes eficientes en las iglesias más pequeñas, y su retiro ha debilitado en gran manera a esos grupos pequeños; en algunos casos esto ha hecho que la iglesia se haya desorganizado completamente.

Los que se han trasladado a Battle Creek, ¿han sido una ayuda para la iglesia? Al presentarse el asunto ante mí, procuré ver a los que estuvieran testificando vivamente por Dios, sintiendo responsabilidad por la juventud, visitando de casa en casa, orando con las familias y trabajando en favor de los intereses espirituales de ellas. Vi que esta obra se había descuidado. Al llegar a esta iglesia grande, muchos sienten que no tienen una parte que hacer. Por consiguiente, se cruzan de brazos y evitan toda responsabilidad y esfuerzo.

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Hay algunos que vienen aquí meramente para asegurarse de algún beneficio financiero. Esta clase de personas son una carga pesada para la iglesia. Inutilizan la tierra y sus ramas estériles impiden que otros árboles disfruten de la gloriosa luz del cielo.

No agrada a Dios que tantos de nuestros ministros radiquen en Battle Creek. Si sus familias estuvieran esparcidas en diferentes partes del campo serían de más ayuda. Es cierto que el ministro pasa apenas un corto tiempo en la casa; sin embargo, hay muchos lugares donde ese tiempo pudiera ser de más beneficio a la causa de Dios. 

Dice el Señor a muchos de los que están en Battle Creek: ¿Qué haces aquí? ¿Qué cuenta rendirás por haber abandonado tu labor asignada, convirtiéndote en estorbo y no en ayuda para la iglesia? 

Hermanos, os ruego que comparéis vuestro propio estado espiritual tal como lo es ahora con lo que fue cuando estábais ocupados activamente en la causa de Cristo. Mientras ayudábais y animábais a la iglesia cobrábais una experiencia útil y guardábais vuestras almas en el amor de Dios. Después de haber dejado de trabajar por los demás, ¿no se ha enfriado vuestro propio amor y no ha languidecido vuestro celo? Y a vuestros hijos, ¿cómo les va? ¿Están más afianzados en la verdad y más dedicados a Dios que antes de llegar a esta iglesia grande? 

La influencia que ejercen algunos que han estado largo tiempo vinculados con la obra de Dios es mortífera para la espiritualidad y la devoción. Estos jóvenes creyentes de corazón empedernido se han rodeado de una atmósfera de mundanalidad, irreverencia e infidelidad. ¿Os atrevéis a correr el riesgo de cosechar el efecto de estas asociaciones sobre vuestros hijos? Sería mejor para ellos que nunca obtuvieran una educación, si es que no pueden adquirirla sin sacrificar sus principios y la bendición de Dios.

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Entre los jóvenes que llegan a Battle Creek hay algunos que se mantienen fieles a Dios en medio de la tentación, pero el número es reducido. Muchos de los que vienen aquí llenos de confianza en la verdad, en la Biblia y en la religión han sido desviados por compañeros y han vuelto a sus hogares dudando la verdad misma que como pueblo atesoramos. 

Que todos nuestros hermanos que tienen en mente mudarse a Battle Creek o enviar a sus hijos allá, estudien bien el asunto antes de dar el paso. A menos que las fuerzas en este gran centro estén defendiendo la fortaleza, a menos que la fe y la devoción de la iglesia sean proporcionales a sus privilegios y oportunidades, ésta es la posición más peligrosa que podéis escoger. Yo he visto la condición de esta iglesia según la ven los ángeles. Tanto el pueblo como los guardas sufren de engaño espiritual. Mantienen una apariencia de religión, pero carecen de los eternos principios de justicia. A menos que haya un cambio decidido, una transformación definida en esta iglesia, la escuela de allí debiera ser trasladada a alguna otra localidad.

Si la juventud que ha vivido aquí por años hubiera sabido aprovechar sus oportunidades, algunos de los que ahora son escépticos se hubieran dedicado al ministerio; pero ellos han considerado que dudar de la verdad es señal de superioridad intelectual y, han abrigado la infidelidad y se han jactado de su independencia. Han ofendido al Espíritu de la gracia y pisoteado la sangre de Cristo. 

¿Dónde están los misioneros que debieran prepararse en este centro que es de la obra? Cada año se debieran enviar de veinte a cincuenta misioneros de Battle Creek al campo, para llevar la verdad a los que están en oscuridad; pero la piedad ha llegado a un punto tan bajo, la devoción está tan debilitada, y prevalecen de tal manera la mundanalidad y el egoísmo, que la atmósfera moral engendra un letargo que mata el celo misionero.

No es necesario que vayamos a países lejanos para ser misioneros de Dios. A nuestro alrededor hay campos que están “blancos para la siega” y quien quiera recogerá “fruto para vida eterna”. Dios llama a muchos en Battle Creek que están muriéndose de pereza espiritual a que se vayan a donde él pueda emplearlos en su causa. Salid de Battle Creek, aunque esto requiera de vosotros un sacrificio pecuniario. Id a donde podáis ser una bendición para los demás. Id a donde podáis fortalecer alguna iglesia débil. Poned en uso las fuerzas que Dios os ha dado.

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Sacudid de vosotros el letargo espiritual. Trabajad con toda vuestra fuerza para que podáis salvar vuestras propias almas y las de otros. Ahora no es el tiempo de decir “paz y seguridad”. Para dar este mensaje no se necesitan oradores elocuentes. Ha de proclamarse la verdad en toda su punzante severidad. Se necesitan hombres de acción, hombres que trabajen con energía dedicada e inagotable en favor de la purificación de la iglesia y la amonestación del mundo. 

Ha de llevarse a cabo una gran obra; han de trazarse planes más amplios; ha de salir una voz para despertar a las naciones. Los individuos cuya fe es débil y vacilante no son los que llevarán adelante la obra en este tiempo de grave crisis. Necesitamos valor de héroes y fe de mártires. 

La mundanalidad de la iglesia

Acerca de los santos hombres de la antigüedad está escrito que Dios no se avergonzaba de ser llamado su Dios. La razón dada es que en lugar de codiciar las posesiones materiales o de buscar la felicidad a través de planes y aspiraciones mundanas, colocaban su todo sobre el altar de Dios y lo utilizaban para el avance de su reino. Vivían sólo para la gloria de Dios y declaraban cándidamente que eran forasteros y peregrinos sobre la tierra en busca de una patria mejor; es decir, la celestial. Su conducta daba evidencia de su fe. Dios les podía confiar su verdad y dejar que el mundo recibiera de ellos el conocimiento de su voluntad. 

¿Cómo mantiene hoy el pueblo de Dios el honor de su nombre? ¿Cómo deducirá el mundo que son un pueblo especial? ¿Qué pruebas hay de que son ciudadanos del cielo? El comportamiento de complacencia propia y comodidad que siguen le da el mentís al carácter de Cristo, quien si los honrara de una manera señalada ante el mundo, estaría con ello aprobando esta falsa representación de su carácter.

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Me dirijo a la iglesia de Battle Creek: ¿Qué clase de testimonio estáis dando al mundo? Al presentárseme vuestro proceder, me fueron señaladas las casas que recientemente han sido construidas por nuestro pueblo en esa ciudad. Estos edificios son otros tantos monumentos de vuestra incredulidad para con las doctrinas que profesáis. Ellos predican sermones más efectivos que ninguno de los que se predican desde el púlpito. Vi que los mundanos, mofándose y riéndose, los señalan como una negación de nuestra fe. Proclaman lo que sus dueños han estado diciendo en su corazón: “Mi señor se tarda en venir”. 

Contemplé la manera de vestir y escuché la conversación de muchos que profesan la verdad. Ambas cosas se oponían a los principios de la verdad. El vestido y la conversación revelan lo que más atesoran los que dicen que son peregrinos y advenedizos sobre la tierra. “Son del mundo; por lo tanto, hablan del mundo, y el mundo los oye”. 

Una llaneza y sencillez puritánicas debieran identificar las moradas y la vestimenta de todos aquellos que creen las solemnes verdades para este tiempo. El empleo de recursos para el vestido o el adorno de nuestras casas es un gasto innecesario del dinero del Señor. Constituye una defraudación de la causa de Dios para la satisfacción del orgullo. Nuestras instituciones están sobrecargadas de deudas cómo hemos de esperar que el Señor conteste nuestras oraciones en favor de su prosperidad cuando no estamos haciendo lo posible para aliviar su apuro económico?

Me dirijo a vosotros como Cristo a Nicodemo: “Tendréis que renacer”. Los que son gobernados por Cristo en su interior no sentirán ningún deseo de imitar la ostentación del mundo. Llevarán consigo a todas partes la bandera de la cruz, siempre dando testimonio de propósitos más elevados y de temas más nobles que aquellos en que están absortos los mundanos. Nuestra vestimenta, nuestras casas, nuestra conversación, debieran dar testimonio de nuestra consagración a Dios. ¡Cuánto poder acompañaría a los que dieran muestras de haberlo dejado todo por Cristo! A Dios no le avergonzaría reconocerlos como hijos suyos. El bendeciría a su pueblo dedicado, y el mundo incrédulo le temería.

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