Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 204-212, día 285

“El que es nacido de Dios no práctica el pecado”. 1 Juan 3:9; 5:8. Siente que ha sido comprado por la sangre de Cristo y que está sujeto por los votos más solemnes a glorificar a Dios tanto en su cuerpo como en su espíritu, los cuales pertenecen a Dios. El amor al pecado y el amor propio están en sujeción en su ser. Diariamente se pregunta: “¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?” Salmos 116:12. “Señor, ¿qué quieres que haga?” El verdadero cristiano nunca se quejará de que el yugo de Cristo es una mortificación. Considera el servicio a Jesús como la libertad más plena. La ley de Dios es su delicia. En lugar de procurar rebajar los mandamientos divinos para que coincidan con sus propias deficiencias, se esmera constantemente para colocarse al nivel de la perfección de ellos.

Una experiencia semejante ha de ser nuestra si queremos estar en pie en el día de Dios. Ahora, mientras dura el tiempo de prueba, mientras aún se oye la voz de la misericordia, es el tiempo para que nosotros desechemos el pecado. Mientras la oscuridad moral, cual mortaja cubre la tierra, la luz de los portaestandartes de Dios ha de brillar con mayor esplendor, marcando el contraste que existe entre la luz del cielo y las tinieblas satánicas.

Dios ha hecho amplia provisión para que aparezcamos perfectos en su gracia, sin necesidad de nada, esperando la manifestación de nuestro Señor. ¿Estáis listos? ¿Tenéis puesta la vestimenta de boda? Esa vestimenta nunca encubrirá el engaño, la impureza, la corrupción o la hipocresía. Dios tiene su vista puesta en vosotros. Ella discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Podemos ocultar nuestros pecados de la vista del hombre, pero no podemos esconder nada de nuestro Hacedor.

-205-

Dios no eximió a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nuestras culpas y lo resucitó para nuestra justificación. En el nombre de Cristo podemos presentar nuestras peticiones ante el trono de la gracia. A través de él, indignos como somos, podemos obtener todas las bendiciones espirituales. ¿Vendremos a él para que tengamos vida? ¿Cómo llegaremos a conocer por nosotros mismos la bondad y el amor de Dios? El salmista nos dice -no escuchar y saber, leer y saber, creer y saber, sino- “Gustad y ved que es bueno Jehová”. Salmos 34:8. En vez de confiar en la palabra de otra persona, gustad por vosotros mismos.

La experiencia es conocimiento derivado del experimento. Lo que se necesita ahora es religión experimental. “Gustad y ved que es bueno Jehová”. Algunos -sí, un gran número (de personas)- tienen un conocimiento teórico de la verdad religiosa, pero nunca han sentido el poder renovador de la gracia divina en sus propios corazones. Estas personas siempre se dilatan en prestar atención a los testimonios de amonestación, reprensión e instrucción dictados por el Espíritu Santo. Creen en la ira de Dios, pero no se esfuerzan esmeradamente para escapar de ella. Creen en el cielo, pero no se sacrifican para obtenerlo. Creen en el valor del alma y que pronto cesará su redención para siempre; sin embargo, descuidan las oportunidades más preciosas de hacer las paces con Dios.

Tal vez lean la Biblia, pero las amenazas de ella no les causan alarma y sus promesas no los atraen. Dan su aprobación a cosas que de por sí son excelentes, pero siguen el camino que Dios les ha prohibido tomar. Saben cuál es el refugio, pero no lo aprovechan. Conocen el remedio del pecado, pero no se valen de él. Conocen el bien, pero le han perdido el gusto. Todo el conocimiento que tienen no hará otra cosa sino acrecentar su condenación. Nunca han gustado y aprendido por experiencia propia que es bueno Jehová.

Hacerse discípulo de Cristo significa negarse a sí mismo y seguir a Jesús venga mal o bien. Hay pocos que están haciendo esto ahora. Muchos profetizan falsamente, y al pueblo le agrada que sea así; pero, ¿qué se hará al final de cuentas? ¿Cuál será el fallo cuando su obra, con todos sus resultados, sea repasada ante la vista de Dios?

-206-

La vida cristiana es una batalla. El apóstol Pablo habla de luchas contra principados y potestades, mientras peleaba la buena batalla de la fe. Declara otra vez: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. Hebreos 12:4. Oh, no, hoy se acaricia y excusa el pecado. La aguda espada del Espíritu, la Palabra de Dios, no corta profundamente en el alma. ¿Ha cambiado la religión? ¿Se ha apaciguado la enemistad de Satanás para con Dios? En un tiempo la vida religiosa presentaba ciertas dificultades y requería abnegación. Todo esto se ha hecho muy fácil ahora. Y, ¿a qué obedece? El pueblo profeso de Dios ha contemporizado con los poderes de las tinieblas.

Es preciso que haya un renacimiento del testimonio directo. El camino que conduce al cielo no es más suave hoy que en los días de nuestro Salvador. Hemos de abandonar todos nuestros pecados. Cada complacencia acariciada que estorba nuestra vida religiosa tiene que ser cortada. El ojo derecho o la mano derecha, si fueren causa de alguna ofensa, tendrán que ser sacrificados. ¿Estamos dispuestos a abandonar las amistades mundanas que hemos escogido? ¿Estamos dispuestos a sacrificar la aprobación de los hombres? El premio de la vida eterna es de un valor infinito. ¿Nos esforzaremos y haremos sacrificios en proporción al valor del objetivo que tenemos por alcanzar?

Toda amistad que trabamos, no importa cuán limitada sea, ejerce cierta influencia sobre nosotros. La medida en que cedamos a dicha influencia estará determinada por el grado de intimidad, la constancia del roce y nuestro amor y veneración de la persona con la cual nos asociemos. De manera que por medio del conocimiento y la asociación con Cristo, nuestro único ejemplo perfecto, podremos ser como él es.

La comunión con Cristo, ¡cuán inefablemente preciosa es! Es nuestro privilegio disfrutar de dicha comunión si es que la procuramos, si hacemos el sacrificio necesario para obtenerla. Cuando los primeros discípulos oyeron las palabras de Cristo, sintieron su necesidad de él. Lo buscaron, lo encontraron y lo siguieron. Lo acompañaban a los hogares, en torno a las mesas, en el claustro secreto y en el campo. Lo acompañaban cual alumnos al maestro, recibiendo diariamente de sus labios lecciones de verdad santa. Lo estimaban cual siervos a su señor, para aprender sus deberes de él. Le servían contentos y alegres. Lo seguían cual soldados a su comandante, peleando la buena batalla de la fe. “Y los que están con él son llamados y elegidos y fieles”. Apocalipsis 17:14.

-207-

“El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. 1 Juan 2:6. “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. Romanos 8:9. Esta conformidad con Jesús no pasará inadvertida para el mundo. Es un tema que se notará y se comentará. El cristiano quizá no esté consciente del gran cambio, porque mientras más se asemeje a Cristo en carácter, más humildemente pensará de sí mismo; pero todos los que lo rodean lo verán y sentirán. Aquellos que han tenido la experiencia más profunda en las cosas de Dios, son los que están más lejos del orgullo y la exaltación de sí mismos. Son los que más humildemente piensan de sí mismos y los que tienen las ideas más elevadas en cuanto a la gloria y excelencia de Cristo. Piensan que el lugar más bajo en su servicio es demasiado honorable para ellos.

Moisés no sabía que su rostro brillaba con un resplandor que hería y causaba terror a los que no habían, como él, estado en comunión con Dios. Pablo tenía una opinión bien humilde de su propio progreso en la vida cristiana. El declara: “No que ya yo lo haya alcanzado, o que ya sea perfecto”. Se refiere a sí mismo como al “primero” de los pecadores. Sin embargo, Pablo había sido muy honrado por el Señor. Fue arrebatado en santa visión hasta el tercer cielo y allí recibió revelaciones de gloria divina que no le fue permitido dar a conocer.

Juan el Bautista fue identificado por el Salvador como el mayor de los profetas; pero, ¡qué contraste hay entre el lenguaje de este hombre de Dios y muchos de los que profesan ser ministros de la cruz! Cuando se le preguntó si él era el Cristo, Juan dijo que era indigno de desatar las sandalias de su Maestro. Cuando sus discípulos llegaron quejándose de que la atención del pueblo se volvía hacia el nuevo Maestro, Juan les recordó que él mismo había declarado ser solamente el precursor del Prometido. A Cristo, cual novio, le corresponde el primer lugar en los afectos de su pueblo. “Mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. Juan 3:29, 30. “El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz”. Juan 3:33.

-208-

Esta es la clase de obreros que se necesitan en la causa de Dios hoy. Los que son autosuficientes, los celosos y envidiosos, los que critican y encuentran faltas en los demás no hacen falta en su obra sagrada. No deben ser tolerados en el ministerio, aunque aparentemente hayan logrado ser de alguna utilidad. Dios no carece ni de hombres ni de medios. El llama a obreros que son fieles y verdaderos, puros y santos; a aquellos que sienten la necesidad de la sangre expiatoria de Cristo y la gracia santificadora de su Espíritu.

Mis hermanos, a Dios le duelen vuestra envidia, vuestros celos, vuestra amargura y disensión. En todas estas cosas le estáis rindiendo obediencia a Satanás y no a Cristo. Cuando vemos hombres que son firmes en sus principios, intrépidos en el cumplimiento del deber, celosos en la causa de Dios y, sin embargo, humildes, mansos y tiernos, pacientes para con todos, perdonadores, que manifiestan el amor por las almas por las cuales Cristo murió, no es necesario que preguntemos: ¿Son ellos cristianos? Demuestran de una manera inconfundible que han estado con Jesús y han aprendido de él. Cuando los hombres manifiestan los rasgos opuestos, cuando son orgullosos, vanidosos, frívolos, amadores del mundo, avaros, no bondadosos, censuradores, no es necesario que se nos diga con quién se han estado asociando, quién es su amigo más íntimo. Puede ser que no crean en la hechicería; no obstante, tienen comunión con un espíritu maligno.

A éstos yo diría: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de la justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. Santiago 3:17, 18.

Cuando los fariseos y saduceos acudieron al bautismo de Juan, aquel intrépido pregonero de la justicia los increpó: “¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento”. Juan 3:7, 8. Al venir en busca de Juan, estos hombres fueron inducidos por motivos indignos. Eran hombres de principios malsanos y comportamiento corrupto; sin embargo, no estaban conscientes de su verdadera condición. Llenos de orgullo y ambición, no escatimaban esfuerzo alguno por exaltarse a sí mismos y afianzar su influencia sobre el pueblo. Vinieron para recibir el bautismo por manos de Juan para poder cumplir sus propósitos con más facilidad.

-209-

Juan leyó sus motivos, y los recibió con la escudriñadora pregunta: “¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” Si hubieran escuchado la voz de Dios que hablaba a sus corazones, lo hubiesen demostrado llevando frutos dignos de arrepentimiento. Los tales frutos no se vieron. Habían escuchado la amonestación como si fuera la voz de un mero hombre. Se vieron atraídos por el poder y la valentía con que hablaba Juan, pero el Espíritu de Dios no envió la convicción a sus corazones ni produjo en ellos fruto para vida eterna como muestra segura. No demostraban haber cambiado de corazón. Juan hubiera querido que entendiesen que sin el poder transformador del Espíritu Santo, ninguna ceremonia externa podría beneficiarles.

La reprensión del profeta se aplica a muchos en nuestros días. No pueden negar los claros y convincentes argumentos que sostienen la verdad, pero la aceptan más como el resultado del razonamiento humano y no de la revelación divina. No están verdaderamente conscientes de su condición como pecadores ni manifiestan un verdadero quebrantamiento de corazón; pero, como los fariseos, consideran que aceptar la verdad es para ellos un acto de gran condescendencia.

Nadie está más lejos del reino de los cielos que los formalistas que se justifican a sí mismos, llenos de orgullo por lo que han logrado, mientras que están completamente vacíos del Espíritu de Cristo; mientras la envidia, los celos, el amor por el halago y la popularidad los controlan. Pertenecen a la misma clase a la cual Juan llamó generación de víboras, hijos del maligno. Entre nosotros se encuentra este tipo de persona, invisible e insospechado. Sirven a la causa de Satanás de manera más eficaz que el libertino más vil; porque éste no disfraza su verdadero carácter, sino demuestra lo que es.

-210-

Dios requiere que rindamos fruto digno de arrepentimiento. Sin tal fruto, nuestra profesión de fe no tiene valor. El Señor es capaz de levantar verdaderos creyentes entre los que nunca han oído su nombre. “No penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras”. Mateo 3:9.

Dios no depende de hombres que no están convertidos de corazón y vida. Nunca favorecerá a un hombre que práctica la iniquidad. “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”. Mateo 3:10.

Aquellos que alaban y lisonjean al ministro, además de descuidar las obras de justicia, dan evidencia inconfundible de estar convertidos al ministro y no a Dios. Preguntamos: “¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” Mateo 3:7; Lucas 3:7. En el mensaje que Dios envió, ¿escuchasteis la voz del Espíritu Santo o una mera voz de hombre? La clase de fruto dará evidencia de la naturaleza del árbol.

El formalismo exterior no es capaz de purificarnos; ninguna ordenanza, administrada por los hombres más santos, puede tomar el lugar del bautismo del Espíritu Santo. El hará esta obra en el corazón. Todos los que no han experimentado su poder regenerador, son como tamo entre el trigo. El Señor tiene su aventador en la mano y limpiará bien su era. En el día venidero, él hará diferencia “entre el que sirve a Dios y el que no lo sirve”.

El Espíritu de Cristo se manifestará en todos aquellos que han nacido de Dios. La disensión y la contienda no pueden surgir entre los que son controlados por su Espíritu. “Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová”. Isaías 52:11. La iglesia raras veces perseguirá una norma más elevada que la que han establecido sus ministros. Necesitamos un ministerio convertido y un pueblo convertido. Los pastores que cuidan de las almas como quienes han de dar cuenta conducirán al rebaño por los senderos de paz y santidad. Su éxito en esta obra será proporcional a su propio crecimiento en gracia y en el conocimiento de la verdad. Cuando los maestros están santificados en espíritu, alma y cuerpo, pueden inculcarle al pueblo la importancia de dicha santificación.

-211-

Se logra poco cuando se habla de asuntos religiosos de manera casual o se ora por bendiciones espirituales cuando no hay verdadera hambre en el alma y una fe viviente. La muchedumbre curiosa que se apiñaba en torno de Cristo no derivaba ningún poder vital de aquel encuentro; pero, cuando aquella pobre y sufrida mujer en su gran necesidad extendió su mano y tocó el borde del manto de Jesús, sintió la virtud sanadora. El suyo fue un toque de fe. Cristo reconoció aquel toque y decidió allí enseñar una lección para beneficio de sus seguidores hasta el fin del tiempo. El sabía que había salido virtud de él, y volviéndose en medio del gentío, dijo: “¿Quién me ha tocado mis vestidos?” Sorprendidos por su pregunta, sus discípulos contestaron: “Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?” Marcos 5:30, 31.

Jesús fijó su vista sobre la que lo había hecho. Estaba llena de temor. La embargaba un gran gozo, ¿pero sería posible que se hubiera extralimitado? Sabiendo lo que había sido hecho dentro de ella, salió temblorosa, se arrojó a los pies de Jesús y le contó la verdad. Cristo no la reprochó. Tiernamente le dijo: “Ve en paz, y queda sana de tu azote”. Mateo 5:34.

Aquí se distinguió el contacto casual del toque de fe. La oración y la predicación, sin el ejercicio de una fe viva en Dios, serán en vano; pero el toque de la fe nos abre la mina divina de poder y sabiduría; y, de esta manera, por medio de instrumentos de barro, Dios lleva a cabo las maravillas de su gracia.

Estamos en gran necesidad de esta fe viva hoy día. Es preciso que tengamos la seguridad de que Cristo es de veras nuestro, que su Espíritu purifica y refina nuestros corazones. Si los ministros de Cristo tuvieran una fe genuina acompañada de la mansedumbre y el amor, ¡cuán grande obra llevarían a cabo! ¡Qué fruto se vería para la gloria de Dios!

¿Qué puedo deciros, hermanos míos, que os despierte de vuestra seguridad carnal? Se me han mostrado vuestros peligros. En la iglesia hay creyentes e incrédulos. Cristo presenta estas dos clases en su parábola de la vid y sus sarmientos. Exhorta así a quienes le siguen: “Estad en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer”. Juan 15:4, 5.

-212-

Hay gran diferencia entre una supuesta unión y una conexión real con Cristo por la fe. Una profesión de fe en la verdad pone a los hombres en la iglesia, pero esto no prueba que tienen una conexión tal con la vid viviente. Se nos da una regla por la cual se puede distinguir al verdadero discípulo de aquellos que aseveran seguir a Cristo, pero no tienen fe en él. La una clase da fruto, la otra no es fructífera. La una está con frecuencia sometida a la podadera de Dios, para que pueda dar más fruto; la otra, como ramas secas, queda pronto separada de la vid viviente.

Siento profunda solicitud porque nuestros hermanos conserven entre sí el testimonio viviente; y que la iglesia se mantenga pura del elemento incrédulo. ¿Podemos concebir una relación más estrecha e íntima con Cristo que la presentada en estas palabras: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”? Las fibras del sarmiento son casi iguales que las de la vid. La comunicación de la vida, fuerza y carácter fructífero del tronco a los sarmientos, se mantiene constante y sin obstrucción. La raíz envía su nutrición por el sarmiento. Tal es la relación que sostiene con Cristo el verdadero creyente. Permanece en Cristo y obtiene de él su nutrición.

Esta relación espiritual puede establecerse únicamente por el ejercicio de la fe personal. Esta fe debe expresar de nuestra parte una suprema preferencia, perfecta confianza y entera consagración. Nuestra voluntad debe entregarse completamente a la voluntad divina. Nuestros sentimientos, deseos, intereses y honor deben identificarse con la prosperidad del reino de Cristo y el honor de su causa, recibiendo nosotros constantemente la gracia de él y aceptando Cristo nuestra gratitud.

Cuando se ha formado esta intimidad de conexión y comunión, nuestros pecados son puestos sobre Cristo, su justicia nos es imputada. El fue hecho pecado por nosotros, para que pudiésemos ser hechos justicia de Dios en él. Tenemos acceso a Dios por él; somos aceptos en el Amado. Quien quiera que por sus palabras o acciones perjudique al creyente, hiere con ello a Jesús. Quien quiera que dé una copa de agua fría a un discípulo porque es hijo de Dios, será considerado por Cristo como habiéndosela dado a él mismo.

Posted in

admin