Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 221-229, día 287

Los que enseñan la verdad, los misioneros y dirigentes de la iglesia, pueden hacer una gran obra por el Maestro, si tan sólo quieren purificar sus almas obedeciendo la verdad. Cada cristiano vivo trabajará desinteresadamente por Dios. El Señor nos ha dado a conocer su voluntad, a fin de que seamos conductos de luz para otros. Si Cristo mora en nosotros, no podemos menos que trabajar para él. Es imposible conservar el favor de Dios y disfrutar la bendición del amor del Salvador, y ser indiferente al peligro de los que perecen en sus pecados. Quiere el Padre “que llevéis mucho fruto”. Juan 15:8. 

Pablo ruega a los efesios que conserven la unidad y el amor: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados; con toda humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros en amor; solícitos a guardar la unidad del Espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros”. Efesios 4:1-6.

El apóstol exhortó a sus hermanos a manifestar en su vida el poder de la verdad que les había presentado. Con mansedumbre y bondad, tolerancia y amor, debían manifestar el carácter de Cristo y las bendiciones de su salvación. Hay un solo cuerpo, un Espíritu, un Señor, una fe. Como miembros del cuerpo de Cristo, todos los creyentes son animados por el mismo espíritu y la misma esperanza. Las divisiones que haya en la iglesia deshonran la religión de Cristo delante del mundo, y dan a los enemigos de la verdad ocasión de justificar su conducta. Las instrucciones de Pablo no fueron escritas solamente para la iglesia de su tiempo. Dios quería que fuesen transmitidas hasta nosotros. ¿Qué estamos haciendo para conservar la unidad en los vínculos de la paz? 

Cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre la iglesia primitiva, los hermanos se amaban unos a otros. “Comían juntos con alegría y con sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. Hechos 2:46, 47. Los cristianos primitivos eran pocos en número, y no tenían riquezas ni honores; sin embargo, ejercieron una poderosa influencia. La luz del mundo resplandecía por medio de ellos. Aterrorizaban a los que hacían mal, dondequiera que se conocían su carácter y sus doctrinas. Por esta causa, eran odiados de los impíos, y perseguidos aun hasta la muerte. 

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La norma de la santidad es la misma hoy que en el tiempo de los apóstoles. Ni las promesas ni los requerimientos de Dios han perdido su fuerza. Pero, ¿cuál es el estado de los que profesan ser pueblo de Dios cuando se compara con el de la iglesia primitiva? ¿Dónde están el Espíritu y el poder de Dios que acompañaban entonces a la predicación del Evangelio? ¡Ay, “cómo se ha oscurecido el oro! ¡Cómo el buen oro se ha demudado!” Lamentaciones 4:1. 

El Señor plantó a su iglesia como una viña en un campo fértil. Con el más tierno cuidado la alimentó y cuidó, a fin de que produjese frutos de justicia. Su lenguaje es: “¿Qué más se había de hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?” Isaías 54. Pero esta viña plantada por Dios se inclinó a tierra, y enlazó sus zarcillos en derredor de soportes humanos. Sus ramas se extienden ampliamente, pero lleva los frutos de una viña degenerada. Su Señor declara: “Esperando yo que llevase uvas, ha llevado uvas silvestres”. Isaías 5:4. 

El Señor le ha otorgado grandes bendiciones a su iglesia. La justicia exige que ella le devuelva estos talentos con su interés. A medida que han crecido los tesoros de la verdad a ella confiados, sus obligaciones también han aumentado. Pero en vez de multiplicar esos dones y avanzar hacia la perfección, la iglesia ha caído del nivel que había alcanzado en su experiencia anterior. El cambio de su estado espiritual se produjo gradual y casi imperceptiblemente. A medida que empezaba a buscar la alabanza y la amistad del mundo, su fe disminuyó, su celo languideció, su ferviente devoción fue reemplazada por un formalismo muerto. Cada paso hacia el mundo la fue alejando de Dios. A medida que la iglesia ha cultivado el orgullo y la ambición mundanal, el Espíritu de Cristo se ha ido apartando de ella, y se han introducido la emulación y la contienda, distrayéndola y debilitándola. 

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Pablo escribe a sus hermanos de Corinto: “Porque todavía sois carnales: pues habiendo entre vosotros celos, y contiendas, y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” 1 Corintios 3:3. Es imposible para la mente absorbida por la envidia y la contienda comprender las profundas verdades de la Palabra de Dios. “Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente”. 1 Corintios 2:14. No podemos entender correctamente ni apreciar la revelación divina sin la ayuda del Espíritu por el cual fue dada la Palabra. 

Los que han sido designados para cuidar los intereses espirituales de la iglesia deben esmerarse por ser un buen ejemplo sin dar ocasión a la envidia, los celos o las sospechas y manifestar siempre el mismo espíritu de amor, respeto y cortesía que desean estimular en sus hermanos. Deben prestar diligente atención a las instrucciones de la Palabra de Dios. Refrénese toda manifestación de animosidad o falta de bondad; arránquese toda raíz de amargura. Cuando se levantan dificultades entre hermanos, debe seguirse estrictamente la regla del Salvador. Debe hacerse todo esfuerzo posible para efectuar una reconciliación, pero si las partes persisten obstinadamente en su divergencia, deben ser suspendidas hasta que puedan armonizar. 

Si se presentan pruebas en la iglesia, examine cada miembro su propio corazón para ver si la causa de la dificultad no reside en él. Por el orgullo espiritual, el deseo de dominar, el anhelo ambicioso de honores o puestos, la falta de dominio propio, por satisfacer una pasión o el prejuicio, por la inestabilidad o falta de juicio, la iglesia puede ser perturbada, y su paz sacrificada. 

Con frecuencia causan dificultades los diseminadores de chismes, cuyos susurros y sugestiones envenenan las mentes incautas y separan a los amigos más íntimos. En su mala obra, los creadores de disensión están secundados por los muchos que con oídos abiertos y mal corazón dicen: “Denunciad, y denunciaremos”. Jeremías 20:10. Este pecado no debe ser tolerado entre los que siguen a Cristo. Ningún padre cristiano debe permitir que se repitan chismes en el círculo familiar, ni palabras despectivas para los miembros de la iglesia. 

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Los cristianos considerarán que se cumple un deber religioso al reprimir el espíritu de envidia o rivalidad. Deben regocijarse en la reputación superior o prosperidad de sus hermanos, aun cuando su propio carácter o progreso parezcan quedar en la sombra. Fueron el orgullo y la ambición albergados en el corazón de Satanás los que le desterraron del cielo. Estos males están profundamente arraigados en nuestra naturaleza caída, y si no se suprimen predominarán sobre toda cualidad buena y noble, y producirán la envidia y la disensión como funestos frutos.

Debemos buscar la verdadera bondad más bien que la grandeza. Los que poseen el ánimo de Cristo tendrán humilde opinión de sí mismos. Trabajarán por la pureza y prosperidad de la iglesia, y estarán listos para sacrificar sus propios intereses y deseos antes que causar disensión entre sus hermanos. 

Satanás está tratando constantemente de sembrar desconfianza, enajenamiento y malicia entre el pueblo de Dios. Con frecuencia estaremos tentados a sentir que nuestros derechos han sido invadidos, sin que haya verdadera causa para tener esos sentimientos. Los que se aman a sí mismos más que a Cristo y su causa pondrán sus intereses en primer lugar, y recurrirán a casi cualquier expediente para guardarlos y mantenerlos. Cuando se consideren perjudicados por sus hermanos, algunos acudirán a los tribunales, en vez de seguir la regla del Salvador. Aun muchos de los que parecen cristianos concienzudos son disuadidos por el orgullo y la estima propia de ir privadamente a aquellos a quienes creen errados, para hablar del asunto con el espíritu de Cristo y orar uno por otro. Las contenciones, disensiones y demandas legales entre hermanos deshonran la causa de la verdad. Los que siguen tal conducta exponen a la iglesia al ridículo de sus enemigos, y hacen triunfar las potestades de las tinieblas. Están abriendo de nuevo las heridas de Cristo y exponiéndole al oprobio. Desconociendo la autoridad de la iglesia, manifiestan desprecio por Dios, quien dio su autoridad a la iglesia.

Pablo escribe a los Gálatas: “Ojalá fuesen también cortados los que os inquietan. Porque vosotros, hermanos, a libertad habéis sido llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión a la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en aquesta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y si os mordéis y os coméis los unos a los otros, mirad que también no os consumáis los unos a los otros. Digo pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la concupiscencia de la carne”. Gálatas 5:12-16.

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Algunos falsos maestros habían presentado a los Gálatas doctrinas opuestas al Evangelio de Cristo. Pablo trataba de exponer y corregir estos errores. Deseaba mucho que los falsos maestros fuesen separados de la iglesia, pero su influencia había afectado a tantos de los creyentes que parecía azaroso tomar una decisión contra ellos. Había peligro de ocasionar contiendas y divisiones ruinosas para los intereses espirituales de la iglesia. Por lo tanto trataba de hacer ver a sus hermanos la importancia de ayudarse unos a otros con amor. Declaró que todas las demandas de la ley que presentan nuestros deberes hacia nuestros semejantes se cumplen al amarnos unos a otros. Les advirtió que si se entregaban al odio y a la contención, dividiéndose en partidos, y mordiéndose y devorándose unos a otros como las bestias, atraerían sobre sí mismos desgracia inmediata y ruina futura. Había tan sólo una manera de evitar estos terribles males, a saber, como les recomendó el apóstol, andando “en el Espíritu”. Mediante constante oración debían buscar la dirección del Espíritu Santo, que los conduciría al amor y la unidad. 

Una casa dividida contra sí misma no puede subsistir. Cuando los cristianos contienden, Satanás acude para ejercer el dominio. ¡Con cuánta frecuencia ha tenido éxito en destruir la paz y armonía de las iglesias! ¡Qué fieras controversias, qué amarguras, qué odios han comenzado con un asunto pequeño! ¡Cuántas esperanzas han sido marchitadas, cuántas familias han sido dividas por la discordia y la contención!

Pablo encargó a sus hermanos que tuviesen cuidado, no fuese que al tratar de corregir las faltas ajenas, estuviesen ellos mismos cometiendo pecados igualmente graves. Les advierte que el odio, la emulación, la ira, las contiendas, las sediciones, las herejías y las envidias son tan ciertamente obras de la carne como la lascivia, el adulterio, la borrachera y el homicidio, y tan seguramente negarán a los culpables la entrada al cielo. 

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Cristo declaró: “Y cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y fuera echado en la mar”. Marcos 9:42. Quien quiera que por engaño voluntario o por su mal ejemplo extravía a un discípulo de Cristo, es culpable de un grave pecado. Quien quiera que le haga objeto de calumnia o ridículo, insulta a Jesús. Nuestro Salvador nota todo daño hecho a los que le siguen. 

¿Cómo fueron castigados antiguamente los que se mofaron de aquello que Dios había elegido como sagrado para sí? Belsasar y sus príncipes profanaron los vasos de oro de Jehová y alabaron a los ídolos de Babilonia. Pero el Dios a quien desafiaron era testigo de la escena profana. En medio de su alegría sacrílega, se vio una mano sobrenatural que trazaba caracteres misteriosos en la pared del palacio. Llenos de terror, oyeron su suerte anunciada por el siervo del Altísimo. 

Recuerden los que se deleitan en formular palabras de calumnia y mentira contra los siervos de Dios que él es testigo de sus acciones. Sus calumnias no están profanando vasos sin alma, sino el carácter de aquellos que Cristo compró con su sangre. La mano que trazó los caracteres sobre las paredes del palacio de Belsasar, registra fielmente cada acto de injusticia u opresión cometido contra el pueblo de Dios.

La historia sagrada presenta sorprendentes ejemplos de cuidado celoso que el Señor ejerce en favor de los más débiles de sus hijos. Durante los viajes de Israel en el desierto, los cansados y débiles que se habían rezagado fueron atacados y asesinados por los cobardes y crueles amalecitas. Más tarde Israel hizo guerra con los amalecitas y los derrotó. “Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que del todo tengo de raer la memoria de Amalec de debajo del cielo”. La sentencia fue repetida otra vez por Moisés poco antes de su muerte, para que no fuese olvidada por su posteridad. “Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino, cuando salisteis de Egipto: que te salió al camino, y te desbarató la retaguardia de todos los flacos que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no temió a Dios…Raerás la memoria de Amalec de debajo del cielo: no te olvides” Éxodo 17:14; Deuteronomio 25:17-19. 

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Si Dios castigó así la crueldad de una nación pagana, ¿cómo considerará a aquellos que, profesando ser su pueblo, hacen guerra contra sus propios hermanos que son obreros cansados y agotados en su causa? Satanás tiene gran poder sobre aquellos que se entregan a su dominio. Los sumos sacerdotes y ancianos -los maestros religiosos del pueblo- fueron quienes incitaron a la turba homicida desde el tribunal al Calvario. Entre los que profesan seguir a Cristo hoy, hay corazones animados por el mismo espíritu que clamó por la crucifixión de nuestro Salvador. Recuerden los obradores de iniquidad que todos sus actos tienen un testigo, a saber, un Dios santo que odia el pecado. El traerá todas sus obras a juicio, con toda cosa secreta. 

“Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en bien, a edificación. Porque Cristo no se agradó a sí mismo”. Romanos 15:1-3. Como Cristo se compadeció de nosotros y nos ayudó en nuestra debilidad y carácter pecaminoso, debemos compadecernos de los demás y ayudarles. Muchos se sienten perplejos por la duda, cargados de flaquezas, débiles en la fe e incapaces de comprender lo invisible; pero un amigo al cual pueden ver, que venga a ellos en lugar de Cristo, puede ser un eslabón que asegure su temblorosa fe en Dios. ¡Cuán bienaventurada es esta obra! No permitamos que el orgullo y el egoísmo nos impidan hacer el bien que podríamos hacer, trabajando en nombre de Cristo y con un espíritu amante y tierno. 

“Hermanos, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros; y cumplid así la ley de Cristo”. Gálatas 6:1, 2. Aquí se nos vuelve a presentar claramente nuestro deber. ¿Cómo pueden los que profesan seguir a Cristo considerar tan livianamente estas recomendaciones inspiradas? No hace mucho recibí una carta que me describía una circunstancia en la cual un hermano había manifestado indiscreción. Aunque esto ocurrió hace años, y era un asunto baladí que apenas merecía ser recordado, la persona que escribía declaraba que ello había destruido para siempre su confianza en aquel hermano. Si después de examinarla, la vida de aquella hermana no revelase mayores errores, sería de veras una maravilla, porque la naturaleza humana es muy débil. Yo he tenido y sigo teniendo comunión con hermanos que fueron culpables de graves pecados, y aun ahora no ven sus pecados como Dios los ve. Pero el Señor tolera a esas personas, ¿y por qué no las habría de tolerar yo? Todavía hará él tal impresión por su Espíritu en su corazón, que el pecado les parecerá, como a Pablo, excesivamente pecaminoso. 

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Conocemos muy poco nuestro propio corazón y poca necesidad sentimos de la misericordia de Dios. Esta es la razón por la cual albergamos tan poco de aquella dulce compasión que Cristo manifiesta para con nosotros, y que deberíamos manifestar unos hacia otros. Debemos recordar que nuestros hermanos son como nosotros, débiles mortales que yerran. Supongamos que un hermano, por no ejercer bastante vigilancia, quedó vencido por la tentación; y contrariamente a su conducta general, cometió algún error. ¿Qué proceder debemos seguir para con él? Por la historia bíblica sabemos que algunos hombres a quienes Dios había usado para hacer una obra grande y buena, cometieron graves errores. El Señor no los dejó sin reprensión, ni desechó a sus siervos. Cuando ellos se arrepintieron, él los perdonó misericordiosamente, les reveló su presencia y obró por medio de ellos. Consideren los pobres y débiles mortales cuánta compasión y tolerancia de Dios y de sus hermanos necesitan ellos mismos. Tengan cuidado acerca de cómo juzgan y condenan a los demás. Debemos prestar atención a las instrucciones del apóstol: “Vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado”. Gálatas 6:1. Podemos caer bajo la tentación, y necesitar toda la paciencia que se nos llama a ejercer hacia el ofensor. “Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir”. Mateo 7:12. 

El apostól añade una recomendación a los independientes que confían en sí mismos: “Porque el que estima de sí que es algo, no siendo nada, a sí mismo engaña… Porque cada cual llevará su carga”. Gálatas 6:3, 5. El que se considera superior a sus hermanos en juicio y experiencia, y desprecia su consejo y amonestación, demuestra que está peligrosamente seducido. El corazón es engañoso. Debe probar su carácter y su vida por la norma bíblica. La Palabra de Dios derrama una luz infalible sobre la senda de la vida humana. No obstante las muchas influencias que surgen para desviar y distraer la mente, los que piden honradamente a Dios sabiduría serán guiados en el debido camino. Cada hombre deberá al final subsistir o caer por sí mismo, no según la opinión del partido que le sostiene o se le opone, ni según el juicio de hombre alguno, sino según sea su verdadero carácter a la vista de Dios. La iglesia puede amonestar, aconsejar y advertir, pero no puede obligar a nadie a seguir el camino recto. Todo aquel que persista en despreciar la Palabra de Dios, deberá llevar su propia carga, dar cuenta de sí a Dios, y sufrir las consecuencias de su propia conducta.

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El Señor nos ha dado en su Palabra instrucciones definidas e inequívocas, por cuyo acatamiento podemos conservar la armonía y la unión en la iglesia. Hermanos y hermanas, ¿estáis prestando atención a estas recomendaciones inspiradas? ¿Leéis la Biblia y obráis de acuerdo con ella? ¿Estáis esforzándoos por cumplir la oración de Cristo, de que sus discípulos estuviesen unidos? “Mas el Dios de la paciencia y de la consolación os dé que entre vosotros seáis unánimes según Cristo Jesús; para que concordes a una boca glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Romanos 15:5, 6. “Resta, hermanos, que tengáis gozo, seáis perfectos, tengáis consolación, sintáis una misma cosa, tengáis paz; y el Dios de paz y de caridad será con vosotros”. 2 Corintios 13:11. 

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