Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 250-259, día 290

“Dios ama al dador alegre”, y los que le aman darán con liberalidad y alegría cuando al hacerlo pueden adelantar su causa y aumentar su gloria. El Señor nunca requiere que su pueblo dé más de lo que puede, pero se complace en aceptar y bendecir sus ofrendas de gratitud dadas conforme a sus posibilidades. Que la obediencia voluntaria y el amor puro enlacen sobre el altar cada ofrenda dada al Señor porque con tales sacrificios se complace, mientras que aquellos que son ofrecidos de mala gana, le ofenden. Cuando las iglesias o individuos no ponen su corazón en las ofrendas, sino que procuran limitar el costo de llevar a cabo la obra de Dios, midiéndola con sus propias opiniones estrechas, demuestran decididamente que no tienen una conexión vital con Dios. Están en discrepancia con su plan y con su manera de obrar y él no los bendice. 

Somos constructores de Dios y debemos construir sobre el fundamento que él ha preparado para nosotros. Ningún hombre ha de construir sobre su propio fundamento, independiente del plan que Dios ha delineado. Hay hombres a quienes Dios ha levantado como consejeros, hombres a quienes él ha enseñado y cuyo corazón y alma están en la obra. Estos hombres han de tenerse en alta estima por causa de su obra. Hay algunos que querrán seguir sus propias ideas burdas; pero tienen que aprender a recibir consejo y a trabajar en armonía con sus hermanos, de lo contrario sembrarán duda y discordia con una cosecha que no les interesará recoger. Es la voluntad de Dios que aquellos que toman parte en su obra estén sujetos los unos a los otros. Su culto ha de conducirse en forma consecuente, con unidad y sano juicio. Dios es nuestro único ayudador eficaz. Las leyes que gobiernan a su pueblo, sus principios de pensamiento y acción, son recibidos de él por medio de su Palabra y de su Espíritu. Cuando su Palabra es amada y obedecida, sus hijos andan en la luz, y no hay ocasión de tropiezo en ellos. No aceptan la norma baja del mundo, sino que obran en conformidad con el punto de vista bíblico. 

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El egoísmo que existe entre el pueblo de Dios es una afrenta para él. Las Escrituras denuncian la avaricia como idolatría. Dice Pablo que “ningún… avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. Efesios 5:5. Lo que ocurre con muchos es que tienen muy poca fe. Como el hombre rico de la parábola quieren mantener sus graneros abastecidos. El mundo ha de ser amonestado y Dios quiere que estemos enteramente envueltos en su obra; pero los hombres tienen tanto que hacer para fomentar sus proyectos lucrativos que no les queda tiempo para impulsar a los triunfos de la cruz de Cristo. No tienen tiempo ni voluntad para emplear su intelecto y fuerzas en la causa de Dios. 

Hermanos y hermanas, es mi deseo estimular en vuestras mentes el desprecio de vuestras presentes ideas limitadas concerniente a la causa y obra de Dios. Deseo que comprendáis el gran sacrificio que Cristo hizo por vosotros cuando se volvió pobre para que por medio de su pobreza vosotros poseyéseis las riquezas eternas. ¡Oh, no déis lugar a que por causa de vuestra indiferencia al eterno peso de gloria que está a vuestro alcance, los ángeles lloren y escondan sus rostros con vergüenza y disgusto! Despertad de vuestro letargo; avivad todas las facultades que Dios os ha dado y trabajad por las almas preciosas por las cuales Cristo murió. Estas almas, si son traídas al redil de Cristo, vivirán a través de todos los siglos de la eternidad. ¿Y planearéis hacer lo menos posible en favor de su salvación mientras que, como el hombre con un talento, invertís vuestros recursos en la tierra? Como ese siervo infiel, ¿acusáis a Dios de cosechar donde no sembró y de recoger donde no dispersó la semilla? 

Todo lo que tenéis pertenece a Dios. Entonces, ¿no diréis de corazón: Todas las cosas de ti proceden y de lo tuyo te hemos dado”? “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos”. Proverbios 3:9. Pablo exhorta a sus hermanos corintios concerniente a la beneficencia cristiana de la siguiente manera: “Por tanto, así como abundáis en todo, en fe, en palabra, en conocimiento, en toda diligencia, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia”. 2 Corintios 8:7. En su epístola a Timoteo, declara: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo, que nos ofrece todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, prontos a compartir; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la que realmente es vida eterna”. 1 Timoteo 6:17-19. 

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La virtud de la liberalidad no es algo tan natural en nosotros que la adquiramos de casualidad. Es algo que hay que cultivar. Hemos de proponernos deliberadamente que honraremos a Dios con nuestros bienes; y luego no hemos de permitir que nada nos tiente a robarle los diezmos y ofrendas que son la parte que le corresponde. Hemos de ser inteligentes, sistemáticos y constantes en nuestros actos de caridad hacia los hombres y en nuestras expresiones de gratitud hacia Dios por los beneficios que nos brinda. Este es un deber demasiado sagrado para que sea dejado al azar o a ser controlado por el impulso o el sentimiento. Debemos apartar regularmente algo para la causa de Dios con el fin de no robarle la porción que pide para sí. Cuando le robamos a Dios, nos robamos a nosotros mismos también. Renunciamos al tesoro celestial por tener más de este mundo. Esta es una pérdida que no podemos permitirnos sufrir. Si vivimos de tal manera que podamos disfrutar de la bendición de Dios, su mano prosperadora descansará sobre nuestros asuntos temporales, pero si su mano está en contra nuestra, él es capaz de desbaratar todos nuestros planes y desparramar más rápidamente de lo que nosotros podamos juntar.

Se me mostró que el estado de cosas en estas dos asociaciones es verdaderamente grave; pero Dios tiene muchas almas preciosas aquí sobre las cuales cuida celosamente, y no las abandonará para que sean engañadas y descarriadas.

La fidelidad en la obra de Dios

Hay un precioso talento en las iglesias de Oregón y en el territorio de Washington; y si se hubiera desarrollado mediante una labor bien dirigida, pudieran haber ahora obreros eficientes en estas asociaciones. Una iglesia viva es siempre una iglesia trabajadora. La verdad es poder, y aquellos que reconocen su potencia, la defenderán con valor e intrepidez. La verdad ha de ser percibida intelectualmente, recibida en el corazón y sus principios incorporados en el carácter; y luego ha de haber un constante esfuerzo para convencer a otros de que la acepten, porque Dios hace a los seres humanos responsables por el uso que hagan de la luz que él les imparte.

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Dios pide que su pueblo aproveche la capacidad que él le ha dado. Las facultades mentales han de cultivarse hasta lo sumo; deberán ser fortalecidas y ennoblecidas mediante la meditación en las verdades espirituales. Si se permite que la mente discurra enteramente sobre asuntos triviales y sobre los negocios comunes de la vida cotidiana, seguirá una de sus leyes invariables y se debilitará, se volverá frívola y se hará deficiente en poder espiritual.

Están por sobrecogernos tiempos que probarán las almas de los hombres; los que son débiles en la fe no resistirán la prueba de aquellos días de peligro. Las grandes verdades de la revelación deben ser estudiadas cuidadosamente, porque todos necesitaremos un conocimiento inteligente de la Palabra de Dios. El estudio de la Biblia y la comunión diaria con Jesús nos darán nociones bien definidas de responsabilidad personal y fuerza para subsistir en el día de fuego y tentación. Aquel cuya vida esté unida con Cristo por vínculos ocultos será guardado por el poder de Dios mediante fa fe que salva. 

Debiera reflexionarse más en las cosas de Dios, y menos en los asuntos temporales. El cristiano profeso que ama el mundo puede llegar a familiarizarse tanto con la Palabra de Dios como lo ha hecho ya con los asuntos mundanales, si ejercita su mente en esa dirección. “Escudriñad las Escrituras -dijo Cristo-, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”. Juan 5:39. Se requiere del cristiano que sea diligente en escudriñar las Escrituras, en leer una y otra vez las verdades de la Palabra de Dios. La ignorancia voluntaria con respecto a ellas hace peligrar la vida cristiana y el carácter. Ciega el entendimiento y corrompe las facultades más nobles. Esto es lo que produce confusión en nuestra vida. Nuestros hermanos necesitan comprender los oráculos de Dios; necesitan tener un conocimiento sistemático de los principios de la verdad revelada, que los preparará para sobrellevar aquello que está por sobrevenir en la tierra, e impedirá que sean llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina. 

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Pronto han de realizarse grandes cambios en el mundo, y cada uno necesitará un conocimiento experimental de las cosas de Dios. La obra de Satanás consiste en descorazonar al pueblo de Dios y perturbar su fe. Por todos los medios trata de insinuar dudas y preguntas acerca de la posición, la fe y los planes de los hombres a los cuales Dios impuso una carga especial, y de quienes están haciendo con celo esa obra. Aunque resulte derrotado vez tras vez, renueva sus ataques, obrando por medio de aquellos que profesan ser humildes y temerosos de Dios, y que aparentemente se interesan o creen en la verdad presente. Los defensores de la verdad esperan feroz y cruel oposición de sus enemigos abiertos; pero dicha oposición es mucho menos peligrosa que las dudas secretas expresadas por aquellos que se sienten con libertad para poner en tela de juicio y censurar lo que están haciendo los siervos de Dios. Los tales pueden parecer hombres humildes; pero están engañados ellos mismos, y engañan a otros. En su corazón hay envidia y malas sospechas. Menoscaban la fe de la gente en aquellos en quienes debieran tener confianza, en aquellos a quienes Dios eligió para hacer su obra; y cuando se les reprende por su conducta, lo consideran como ultraje personal. Mientras profesan hacer la obra de Dios, están en realidad ayudando al enemigo.

Hermanos, nunca permitáis que las ideas de nadie perturben vuestra fe con respecto al orden y la armonía que debieran existir en la iglesia. Muchos de vosotros no veis todas las cosas con claridad. Las instrucciones sobre el orden del servicio del tabernáculo fueron registradas para que todos los que viven sobre la tierra deriven lecciones de ellas. Hombres fueron seleccionados para llevar a cabo las diversas partes de la erección y desmantelamiento del tabernáculo, y si uno se extraviaba descuidadamente y ponía sus manos sobre la obra asignada a otro, sufría la muerte. Servimos al mismo Dios hoy; pero la pena de muerte ha sido abolida, de lo contrario no habría tanta obra descuidada y desordenada en su causa. El Dios del cielo es un Dios de orden, y requiere que sus seguidores tengan reglas y normas que mantengan el orden. Todos debieran tener un perfecto entendimiento de la obra de Dios. 

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Es peligroso abrigar la duda en el corazón aunque sea por un momento. Las semillas de la duda que Faraón sembró cuando rechazó el primer milagro, se dejaron crecer y produjeron una cosecha tan abundante que todos los milagros subsiguientes fueron incapaces de persuadirlo de que su posición era equivocada. Siguió aventurándose en su propio camino, pasando de un grado de indagación a otro, y su corazón se endureció cada vez más, hasta que se vio obligado a contemplar los rostros fríos e inertes de los primogénitos. 

Dios está obrando y no estamos haciendo ni la mitad de lo que debería hacerse para preparar a un pueblo para estar en pie cuando se manifieste el Hijo del hombre. ¡Ay del hombre que intente en el menor grado estorbar la obra que Dios está haciendo! Debemos trabajar en favor de otros; hemos de procurar aflojar las manos de nuestros hermanos de sus tesoros terrenales, porque muchos venderían su primogenitura por las ventajas mundanales. Cuánto mejor sería animarlos a que acumulen su tesoro en el cielo en lugar de decirles, en tono quejoso: “Es dinero, dinero lo que estos hombres están constantemente pidiendo; y se están haciendo ricos por ello”. ¡Cuán dulces son palabras como éstas para el mundanal creyente profeso! ¡Cómo fortalecen su ánimo de negarle a Dios la porción que le pertenece y que debiera devolvérsele en diezmos y ofrendas! La maldición del Señor descansará sobre aquellos que dejan de cederle lo que a él pertenece. Trabajemos en armonía con Dios. Sus siervos tienen un mensaje que dar a los amadores del dinero. ¿Por qué no han de dar un testimonio exacto en lo que se refiere a traer los diezmos al alfolí cuando el mismo Señor les ha dado el ejemplo? 

La religión de Cristo subyuga el espíritu egoísta y transforma la mente y los afectos; abate el orgullo de los hombres para que sólo Dios sea exaltado. Esto es lo que necesita el hermano A. Le hace falta una fe práctica en Dios. Es preciso que experimente la gloria de servir a Cristo; que ponga en alto los principios y las normas cristianas; que llene su mente de las preciosas promesas, las amonestaciones, los consejos y las amenazas de la palabra de Dios; que vea la importancia de poseer fe y obras correspondientes para que pueda justamente representar en el hogar, en la iglesia y en sus negocios la pureza y el carácter elevado de la religión. Debe vincularse con Cristo para que pueda tener poder espiritual. Su conexión con el mundo y con las influencias contrarias al espíritu de la verdad tienen mayor poder sobre él que el Espíritu de Cristo. He ahí su peligro; y con el tiempo su fe naufragará a menos que cambie su manera de proceder y se conecte con la Fuente de luz. 

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Si su interés en las cosas espirituales fuese tan grande como lo es en las cosas del mundo, su consagración a Dios sería completa; demostraría ser un verdadero discípulo de Cristo y Dios aceptaría y usaría sus talentos, los cuales están ahora enteramente dedicados al servicio del mundo. La habilidad que se dedica en la acumulación de propiedades es la misma que se requiere en la causa de Dios. Hacen falta gerentes en todos los ramos de su obra para que ella pueda ser llevada a cabo con energía y sistema. Si un hombre posee tacto, es hacendoso y entusiasta, tendrá éxito en sus negocios temporales y las mismas cualidades, dedicadas a la obra de Dios, resultarán aun doblemente eficaces, porque el poder divino se combinará con el esfuerzo humano. Los planes mejores, bien sea en asuntos temporales o espirituales, terminarán en fracaso si su ejecución es confiada a manos inexpertas e incapaces. 

Aquellos que entierran sus talentos en este mundo no están complaciendo a Dios. Todas sus energías son dedicadas a la acumulación de propiedades, y el deseo de acumular se convierte en una pasión. El hermano A es un hombre activo, y siente satisfacción en llevar a cabo proyectos seculares. Si se ejerciera el mismo interés, tacto y ambición en los negocios del Señor, ¡cuánto mayores y más nobles serían los resultados! La educación que se recibe a través de los negocios seculares no será ni de la menor utilidad en la vida futura, porque en el cielo no se llevarán a cabo negocios de esta índole; pero, si las facultades que Dios ha dado son usadas para su gloria, para el progreso de su reino, se recibe una educación que podrá llevarse al cielo.

¿Cuál es nuestro lugar en el mundo? Estamos en el tiempo de espera; pero este tiempo no ha de emplearse en la devoción abstracta. Han de combinarse el esperar, el velar y la vigilancia activa. Nuestra vida no debiera ser toda apresuramiento, ajetreo y planificación de asuntos seculares a expensas de la devoción personal y del servicio que Dios requiere. Aunque no debiéramos ser indolentes en nuestros negocios, debemos ser fervientes en espíritu y servir al Señor. La lámpara del alma debe estar preparada y hemos de tener el aceite de la gracia en nuestras vasijas juntamente con nuestras lámparas. Ha de tomarse toda precaución para evitar el decaimiento espiritual, para que el día del Señor no nos sobrecoja como ladrón. No ha de pensarse que el día está muy lejano; está cerca y nadie debe decir, ni aun en su corazón y mucho menos por sus acciones: “El Señor demora su venida”; no sea que por hacerlo sea consignado con los hipócritas e incrédulos. Vi que el pueblo de Dios está en un grande peligro; muchos son moradores de la tierra; sus intereses y afectos están centralizados en el mundo. Su ejemplo no es recto. El mundo es engañado por el curso que siguen muchos de los que profesan grandes y nobles verdades. Nuestra responsabilidad debe ser proporcional a la luz que hemos recibido y las bondades y dones que se nos han otorgado. La responsabilidad más pesada descansa sobre los obreros que poseen los talentos, recursos y oportunidades mayores. Dios le pide al hermano A que cambie su manera de proceder, que use su habilidad para la gloria de Dios en lugar de degradarla en los viles intereses mundanales. Hoy es su día de la responsabilidad; pronto llegará su día del arreglo de cuentas.

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El hermano A me fue presentado como un representante de cierta clase de personas que se encuentran en una condición parecida. Nunca han mostrado indiferencia hacia la ventaja mundanal más pequeña. Por medio de una diligente capacidad comercial e inversiones exitosas, por medio de transacciones, no en dólares, sino en monedas y centavos, han acumulado bienes; pero al hacerlo han educado sus facultades de una manera inconsecuente con el desarrollo del carácter cristiano. Sus vidas de ninguna manera representan a Cristo, por cuanto aman al mundo y sus ganancias más que a Dios o a la verdad. “Si alguno ama el mundo, el amor del Padre no está en él”. 1 Juan 2:15. 

Todas las capacidades que, los hombres poseen pertenecen a Dios. La conformidad con el mundo y el apego a él están expresamente prohibidos en su Palabra. Cuando se experimenta en el corazón el poder de la gracia transformadora de Dios, el hombre que hasta ahora había sido mundano es impulsado por las sendas de la beneficencia. Aquel que tiene en su corazón la determinación de acumular tesoro en el mundo, cae “en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en ruina y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores”. 1 Timoteo 6:9-10. 

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Cada miembro de la iglesia debiera sentirse bajo la obligación sagrada de preservar estrictamente los intereses de la causa de Dios. Los miembros individuales de la iglesia son los responsables de su condición desalentada y falta de interés, debido a lo cual las verdades más sagradas que se hayan encomendado a los hombres son deshonradas. No hay excusa para este estado de cosas. Jesús ha abierto ante todos la posibilidad de obtener sabiduría, gracia y poder. El es nuestro ejemplo en todas las cosas y nada debiera distraer la mente del objetivo principal de la vida, el cual es tener a Cristo en el alma, ablandando y subyugando el corazón. Cuando se lleva a cabo esto, todo miembro de la iglesia, todo el que profesa la verdad, será semejante a Cristo en carácter, palabras y acciones.

Algunos de los que han sido canales de luz, cuyos corazones han sido alegrados por la preciosa luz de la verdad, han negado la verdad asimilándose al mundo. De esta manera han perdido el espíritu de abnegación y el poder de la verdad, y han buscado la felicidad en las cosas inestables del mundo. Corren grave peligro. Habiéndose regocijado una vez en la luz, serán dejados en la oscuridad total a menos que se apresuren a reunir los rayos que todavía brillan sobre ellos y se vuelvan al Señor con arrepentimiento y confesión. Estamos en día de peligro cuando el error y el engaño cautivan a las personas. ¿Quién amonestará al mundo, quién le mostrará el camino más excelente, a menos que aquellos que han tenido la luz y han sido santificados por ella dejen brillar su luz de tal manera que otros vean sus buenas obras y glorifiquen a Dios? Ojalá me fuera posible grabar sobre todos el peligro en que están de perder el cielo. Unirse a la iglesia es una cosa y vincularse con Cristo es otra muy diferente. No todos los nombres que están registrados en los libros de la iglesia están registrados en el Libro de la Vida del Cordero; muchos, aunque aparentan ser creyentes sinceros, no viven en conexión con Cristo. Se han anotado, sus nombres han sido registrados; pero la obra interna de la gracia no se lleva a cabo en el corazón. Como resultado, no son felices y hacen del servicio hacia Dios una tarea difícil. 

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“Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con la que medís, os será medido”. Mateo 7:2. Recordad que vuestros hermanos son personas falibles como vosotros mismos, y considerad sus tropiezos y errores con la misma misericordia y paciencia que quisiérais que ellos mostrasen hacia vosotros. No deben ser vigilados ni sus errores exhibidos abiertamente para que el mundo se deleite en ellos. Los que se atreven a hacer esto, se han subido al tribunal y se han constituido en jueces, mientras que han descuidado el huerto de sus propios corazones y permitido que la maleza venenosa crezca en gran abundancia. 

Cada uno de nosotros, individualmente, tiene un caso pendiente en el tribunal del cielo. El carácter está siendo pesado en las balanzas del santuario y debiera ser el sincero deseo de todos caminar con humildad y cuidado, no sea que, olvidando dejar brillar su luz ante el mundo no obtengan la gracia de Dios y pierdan todo lo que es de valor. Toda disensión, toda diferencia y crítica debe ser puesta a un lado, junto con toda maledicencia y amargura; deben atesorarse la bondad, el amor y la compasión mutuas, para que la oración de Cristo de que sus discípulos fuesen uno como lo son él y su Padre pueda ser contestada. La armonía y la unidad de la iglesia son las credenciales que ellos presentan ante el mundo demostrando que Jesús es el Hijo de Dios. La conversión genuina siempre conducirá hacia el amor genuino por Jesús y por todos aquellos por quienes él murió. 

Todo el que hace lo que pueda por Dios, que es leal y celoso por hacer el bien a los que lo rodean, recibirá la bendición de Dios sobre sus esfuerzos. Un hombre puede rendir un servicio eficaz para Dios, aunque no sea la cabeza o el corazón del cuerpo de Cristo. El servicio representado en la Palabra de Dios por la mano o el pie, aunque humilde, de todos modos es importante. No es la grandeza de la obra sino el amor con que se hace, el motivo tras la acción, lo que determina su valor. Hay obra que hacer por nuestros vecinos y por aquellos con quienes nos asociamos. No estamos libres para cesar nuestras labores pacientes y dedicadas en favor de las almas, mientras queden algunas fuera del arca de salvación. No hay tregua en esta guerra. Somos soldados de Cristo y estamos bajo la obligación de velar, no sea que el enemigo nos gane la delantera y capte para servicio suyo almas que pudiéramos haber ganado para Cristo. 

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