Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 338-346, día 299

Amar a Dios y al prójimo es el todo del hombre. La ley de amor está escrita sobre las tablas del alma, el Espíritu de Dios mora en él, y su carácter se manifiesta en buenas obras. Jesús se hizo pobre para que por medio de su pobreza nosotros seamos hechos ricos. ¿Qué sacrificios estamos dispuestos a hacer por su causa? ¿Está su amor entronizado en nuestros corazones? ¿Amamos al prójimo como Cristo nos amó a nosotros? Si poseemos este amor por las almas, ese mismo amor nos hará considerar seriamente si por medio de nuestras palabras, hechos o de alguna manera con nuestra influencia, estamos colocando la tentación frente a los que tienen poca fuerza moral. No censuraremos a los débiles y a los que sufren como constantemente lo hacían los fariseos, sino que procuraremos quitar toda piedra de tropiezo del camino de nuestro hermano, no sea que el cojo se desvíe del sendero. 

Como pueblo, profesamos ser reformadores, portadores de luz al mundo, fieles centinelas de Dios, defendiendo todas las avenidas por las que Satanás pueda entrar con sus tentaciones para pervertir el apetito. Nuestro ejemplo y nuestra influencia han de ser una fuerza en favor de la reforma. Hemos de abstenemos de toda práctica que pueda embotar la conciencia o alentar la tentación. No abriremos ninguna puerta que le dé a Satanás acceso a la mente de un ser humano creado a la imagen de Dios. Si todos vigilaran y fuesen fieles en proteger las pequeñas aberturas hechas por el uso moderado del vino y la sidra, que se suponen ser inofensivos, el camino hacia la embriaguez quedaría cerrado. Lo que se necesita en cada comunidad es un propósito firme y fuerza de voluntad para no tocar, gustar ni manejar esta clase de bebidas; entonces la reforma de temperancia se fortalecerá en forma permanente y cabal. 

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El amor por el dinero llevará a los hombres a violar su conciencia. Quizá ese mismo dinero sea llevado a la tesorería del Señor, pero él no aceptará una ofrenda tal; es una ofensa para él. Fue obtenido mediante la transgresión de su ley, la cual requiere que el hombre ame a su prójimo como a sí mismo. No vale que el transgresor se excuse diciendo que si él no hubiese elaborado el vino o la sidra, otro lo hubiera hecho, y que su prójimo se hubiera convertido en borracho de todas maneras. De modo que porque alguien más pondrá la botella en la boca de su prójimo, ¿se aventurarán los cristianos a manchar sus vestiduras con la sangre de esas almas y atraer sobre sí la maldición pronunciada contra los que colocan la tentación en el camino de hombres errantes? Jesús pide que sus seguidores se coloquen bajo su bandera y ayuden a destruir las obras del diablo. 

El Redentor del mundo, que conoce bien la condición de la sociedad en los últimos días, nos presenta el comer y el beber como los pecados que condenan a este mundo. Nos dice que como fue en los días de Noé, así será en los días en que se manifestará el Hijo del hombre. “Estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en matrimonio, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos”. Mateo 24:38-39. Esa misma situación existirá en los últimos días, y los que creen estas advertencias se cuidarán hasta lo máximo para no seguir un comportamiento que los coloque bajo su condenación. 

Hermanos, veamos este asunto a la luz de las Escrituras y ejerzamos influencia positiva en favor de la temperancia en todas las cosas. Las manzanas y las uvas son dones de Dios; se les puede dar un uso excelente como artículos comestibles, o se puede abusar de ellas y darles un mal uso. Dios ya está malogrando las viñas y las cosechas de manzanas debido a las prácticas pecaminosas de los hombres. Comparecemos ante el mundo como reformadores; no demos lugar a que los infieles o incrédulos reprochen nuestra fe. Jesús declaró: “Vosotros sois la sal de la tierra”, “la luz del mundo”. Demostremos que nuestros corazones y conciencia están bajo la influencia de la gracia divina, y que nuestras vidas están gobernadas por los principios puros de la ley de Dios, aunque estos principios requieran el sacrificio de los intereses temporales. 

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El casamiento con los incrédulos

Amada hermana L,He sabido que piensa casarse con uno que no está unido con usted en la fe religiosa, y temo que usted no haya pesado cuidadosamente este importante asunto. Antes de dar un paso que ha de ejercer influencia sobre toda su vida futura, le ruego que estudie el tema con oración y reflexión. ¿Llegará a ser esta nueva relación una fuente de verdadera felicidad? ¿Le ayudará en la vida cristiana? ¿Agradará a Dios? ¿Será el suyo un ejemplo seguro para otros? 

Antes de dar su mano en matrimonio, toda mujer debe averiguar si aquel con quien está por unir su destino es digno. ¿Cuál ha sido su pasado? ¿Es pura su vida? ¿Es de un carácter noble y elevado el amor que expresa, o es un simple cariño emotivo? ¿Tiene los rasgos de carácter que la harán a ella feliz? ¿Puede encontrar verdadera paz y gozo en su afecto? ¿Le permitirá conservar su individualidad, o deberá entregar su juicio y su conciencia al dominio de su esposo? Como discípula de Cristo, no se pertenece; ha sido comprada con precio. ¿Puede ella honrar los requerimientos del Salvador como supremos? ¿Conservará su alma y su cuerpo, sus pensamientos y propósitos, puros y santos? Estas preguntas tienen una relación vital con el bienestar de cada mujer que contrae matrimonio. 

Se necesita religión en el hogar. Es lo único que puede impedir los graves males que con tanta frecuencia amargan la vida conyugal. Únicamente donde reina Cristo puede haber amor profundo, verdadero y abnegado. Entonces las almas quedarán unidas, y las dos vidas se fusionarán en armonía. Los ángeles de Dios serán huéspedes del hogar, y sus santas vigilias santificarán la cámara nupcial. Quedará desterrada la degradante sensualidad. Los pensamientos serán dirigidos hacia arriba, hacia Dios; y a él ascenderá la devoción del corazón.

El corazón anhela amor humano, pero este amor no es bastante fuerte, ni puro, ni precioso para reemplazar el amor de Jesús. Únicamente en su Salvador puede la esposa hallar sabiduría, fuerza y gracia para hacer frente a los cuidados, responsabilidades y pesares de la vida. Ella debe hacer de él su fuerza y guía. Dése la mujer a Cristo antes que darse a otro amigo terrenal, y no forme ninguna relación que contraríe esto. Los que quieren disfrutar verdadera felicidad, deben tener la bendición del cielo sobre todo lo que poseen, y sobre todo lo que hacen. Es la desobediencia a Dios la que llena tantos corazones y hogares de infortunio. Hermana mía, a menos que quiera tener un hogar del que nunca se levanten las sombras, no se una con un enemigo de Dios. 

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Como quien habrá de encararse con estas palabras en el juicio, le suplico que considere el paso que se propone dar. Pregúntese: “¿Apartará un esposo incrédulo mis pensamientos de Jesús? ¿Ama los placeres más que a Dios? ¿No me inducirá a disfrutar las cosas en que él se goza?” La senda que conduce a la vida eterna es penosa y escarpada. No tome sobre sí pesos adicionales que retarden su progreso. Usted no tiene bastante fuerza espiritual y necesita ayuda en vez de impedimentos. 

El Señor ordenó al antiguo Israel que no se relacionara por casamientos con las naciones idólatras que lo rodeaban: “Y no emparentarás con ellos: no darás tu hija a su hijo, ni tomarás a su hija para tu hijo”. Se da la razón de ello. La sabiduría infinita, previendo el resultado de tales uniones, declara: “Porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos; y el furor de Jehová se encenderá sobre vosotros, y te destruirá presto”. “Porque tú eres pueblo santo a Jehová tu Dios: Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la haz de la tierra”. “Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta las mil generaciones; y que da el pago en su cara al que le aborrece, destruyéndolo: ni lo dilatará al que le odia, en su cara le dará el pago”. Deuteronomio 7:3, 4, 6, 9, 10.

En el Nuevo Testamento hay prohibiciones similares acerca del casamiento de los cristianos con los impíos. El apóstol Pablo, en su primera carta a los corintios declara: “La mujer casada está atada a la ley, mientras vive su marido; mas si su marido muriere, libre es: cásese con quien quisiere con tal que sea en el Señor”. También en su segunda epístola escribe: “No os juntéis en yugo con los infieles: porque ¿qué compañía tiene la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿y qué concordia Cristo con Belial? ¿o qué parte el fiel con el infiel? ¿y qué concierto el templo de Dios con los ídolos? porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré con ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” 1 Corintios 7:39; 2 Corintios 6:14-18.

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Hermana mía, ¿osará usted despreciar estas indicaciones claras y positivas? Como hija de Dios, súbdita del reino de Cristo, comprada con su sangre, ¿cómo puede unirse con quien no reconoce sus requerimientos, que no está dominado por su Espíritu? Las órdenes que he citado, no son palabras de hombre, sino de Dios. Aunque el compañero de su elección fuese digno en todos los demás respectos (y me consta que no lo es), no ha aceptado la verdad para este tiempo; es incrédulo, y el Cielo le prohíbe unirse con él. Usted no puede despreciar esta recomendación divina sin peligro para su alma.

Yo quiero advertirle su peligro antes que sea demasiado tarde. Usted escucha palabras dulces y agradables, y se siente inducida a creer que todo andará bien; pero no lee los motivos que inspiran esas hermosas frases. No puede ver las profundidades de la perversidad oculta en el corazón. No puede mirar detrás de las escenas, y discernir las trampas que Satanás está tendiendo para su alma. El quisiera inducirla a seguir una conducta que la haga fácilmente accesible, para disparar las saetas de la tentación contra usted. No le conceda la menor ventaja. Mientras Dios obra sobre la mente de sus siervos, Satanás obra por medio de los hijos de la desobediencia. No hay concordia entre Cristo y Belial. Los dos no pueden armonizar. Unirse con un incrédulo es ponerse en el terreno de Satanás. Usted agravia al Espíritu de Dios y pierde el derecho a su protección. ¿Puede incurrir en tales desventajas mientras pelea la batalla por la vida eterna? 

Tal vez diga: “Pero yo he dado mi promesa, ¿debo retractarla?” Le contesto: Si ha hecho una promesa contraria a las Sagradas Escrituras, por lo que más quiera retráctela sin dilación, y con humildad delante de Dios arrepiéntase de la infatuación que la indujo a hacer una promesa tan temeraria. Es mucho mejor retirar una promesa tal, en el temor de Dios, que cumplirla y por ello deshonrar a su Hacedor.

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Recuerde que tiene un cielo que ganar, una senda abierta a la perdición que rehuir. Dios quiere decir lo que dice. Cuando prohibió a nuestros primeros padres que comiesen del fruto del árbol del conocimiento, su desobediencia abrió las compuertas de la desgracia para todo el mundo. Si andamos en forma que contraríe a Dios, él nos contrariará a nosotros. Nuestra única seguridad consiste en rendir obediencia a todos sus requerimientos, cueste lo que cueste. Todos están fundados en una sabiduría y un amor infinitos. 

El espíritu de mundanalidad intensa que existe ahora, y la disposición a no reconocer derechos superiores a los de la complacencia propia, constituyen una de las señales de los postreros días. “Como fue en los días de Noé -dijo Cristo-, así también será en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, los hombres tomaban mujeres, y las mujeres maridos, hasta el día que entró Noé en el arca; y vino el diluvio, y destruyó a todos”. Lucas 17:26, 27. Los miembros de esta generación se están casando y dando en casamiento con el mismo desprecio temerario de los requerimientos de Dios que se manifestaba en los días de Noé.

Hay en el mundo cristiano una indiferencia asombrosa y alarmante para con las enseñanzas de la Palabra de Dios acerca del casamiento de los cristianos con los incrédulos. Muchos de los que profesan amar y temer a Dios prefieren seguir su propia inclinación antes que aceptar el consejo de la sabiduría infinita. En un asunto que afecta vitalmente la felicidad y el bienestar de ambas partes, para este mundo y el venidero, la razón, el juicio y el temor de Dios son puestos a un lado, y se deja que predominen el impulso ciego y la determinación obstinada. Hombres y mujeres que en otras cosas son sensatos y concienzudos cierran sus oídos a los consejos; son sordos a las súplicas y ruegos de amigos y parientes, y de los siervos de Dios. La expresión de cautela o amonestación es considerada como entrometimiento impertinente, y el amigo que es bastante fiel para hacer una reprensión, es tratado como enemigo.

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Todo esto está de acuerdo con el deseo de Satanás. El teje su ensalmo en derredor del alma, y ésta queda hechizada, infatuada. La razón deja caer las riendas del dominio propio sobre el cuello de la concupiscencia, la pasión no santificada predomina, hasta que, demasiado tarde, la víctima se despierta para vivir una vida de desdicha y servidumbre. Este no es un cuadro imaginario, sino un relato de hechos ocurridos. Dios no sanciona las uniones que ha prohibido expresamente. Durante años, he venido recibiendo cartas de diferentes personas que habían contraído matrimonios infortunados, y las historias repugnantes que me fueron presentadas bastan para hacer doler el corazón. No es ciertamente cosa fácil decidir qué clase de consejos se puede dar a estas personas desdichadas, ni cómo se podría aliviar su condición, pero por lo menos su triste suerte debe servir de advertencia para otros. 

En esta época del mundo, cuando las escenas de la historia terrenal están por clausurarse pronto, y estamos por entrar en el tiempo de angustia como nunca lo hubo, cuantos menos sean los casamientos contraídos, mejor para todos, tanto hombres como mujeres. Sobre todo, cuando Satanás está trabajando con todo engaño de iniquidad en aquellos que perecen, eviten los creyentes unirse con los incrédulos. Dios ha hablado. Todos los que le temen se someterán a sus sabias recomendaciones. Nuestros sentimientos, impulsos y afectos deben fluir hacia el cielo, no hacia la tierra, en el vil y bajo cauce de los pensamientos y las complacencias sensuales. Ahora es tiempo de que cada alma esté como a la vista del Dios que escudriña los corazones. 

Amada hermana mía, como discípula de Jesús, usted debe indagar cuál será la influencia del paso que está por dar, no sólo sobre sí misma, sino sobre otros. Los que siguen a Cristo han de colaborar con su Maestro; deben ser “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin culpa en medio de la nación maligna y perversa -dice Pablo-, entre los cuales resplandecéis como luminares en el mundo”. Filipenses 2:15. Hemos de recibir los brillantes rayos del Sol de Justicia, y por nuestras buenas obras debemos dejarlos resplandecer sobre otros, como claros y constantes reflejos, que nunca vacilan ni se empañan. No podemos estar seguros de que no estamos perjudicando a quienes nos rodean, a menos que estemos ejerciendo una influencia positiva que los conduzca hacia el cielo. 

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“Sois mis testigos” dijo Jesús, y en cada acto de nuestra vida debemos preguntar: ¿Cómo afectará nuestra conducta los intereses del reino del Redentor? Si usted es verdadera discípula de Cristo, elegirá andar en sus pisadas, por doloroso que sea para sus sentimientos naturales. Dice Pablo: “Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”.

Usted, hermana L, necesita sentarse a los pies de Jesús, y aprender de él, como María antiguamente. Dios requiere de usted una completa entrega de su voluntad, sus planes y propósitos. Jesús es su conductor; debe mirar a él; en él debe confiar, sin permitir que cosa alguna la desvíe de la vida de consagración que debe a Dios. Su conversación debe concernir al cielo, del cual usted espera al Salvador. Su piedad debe ser de tal carácter que se haga sentir entre todos los que entren en su esfera de influencia. Dios requiere de usted que en cada acto de la vida rehuya la misma apariencia de mal. ¿Está usted haciéndolo? Usted está bajo la más sagrada obligación de no empequeñecer ni comprometer su santa fe vinculándose con los enemigos del Señor. Si está tentada a despreciar las recomendaciones de su Palabra porque otros lo hayan hecho, recuerde que también su ejemplo ejercerá influencia. Otros harán como usted, así el mal se extenderá. Si mientras profesa ser, hija de Dios no cumple sus requerimientos, causará un daño infinito a quienes la miran en busca de dirección. 

La salvación de las almas debe ser el blanco constante de los que moran en Cristo. Pero ¿qué ha hecho usted para alabar a Aquel que la sacó de las tinieblas? “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. Efesios 5:14. Sacuda esta infatuación fatal que entorpece sus sentidos y paraliza las energías de su alma.

Se nos ofrecen los mayores incentivos a ser Fieles, los más altos motivos, las más gloriosas recompensas. Los cristianos han de ser representantes de Cristo, hijos e hijas de Dios. Son sus joyas, sus tesoros peculiares. Acerca de todos los que se mantengan firmes, declara: “Andarán conmigo en vestiduras blancas; porque son dignos” Apocalipsis 3:4. Los que lleguen a los portales de la bienaventuranza eterna no considerarán demasiado grande ningún sacrificio que hayan hecho. 

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Dios le ayude a soportar la prueba, y a conservar su integridad. Aférrese por la fe a Jesús. No falte a su Redentor. 

El sostén de las misiones urbanas

Estimado hermano M,Hace ya varios días recibí una carta que usted escribió al pastor N, en la cual expresa objeciones bien serias a dejar que la misión de _____ sea sostenida por su asociación y dice que otras asociaciones del campo en general debieran tener igual interés en sostenerla. Pero si estas asociaciones no tienen en el momento misiones importantes que sostener en ciudades dentro de su territorio, ¿no hay lugares donde dichas misiones pudieran establecerse? Si a su asociación se le pide que tome la misión de _____ bajo su cuidado y que la maneje bajo la supervisión de la Asociación General, los hombres responsables debieran sentir que esto es una evidencia de que sus hermanos han depositado su confianza en ellos y decir: “Sí, aceptamos este cometido sagrado. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que la misión sea un éxito y para demostrar que merecemos la confianza de nuestros hermanos. Pediremos sabiduría de Dios y si fuera necesario, practicaremos la abnegación y una economía austera”. Dios lo sostendrá al cumplir gozosamente este deber y hará de ello una bendición para usted en lugar de una carga o impedimento para la causa en su Estado.

Esa gran ciudad está en tinieblas y en error, y la hemos dejado así hasta el momento. ¿Perdonará Dios esta negligencia de nuestra parte? ¿Qué cuenta daremos por los hombres y mujeres que han muerto sin oír el sonido de la verdad presente y que la hubiesen recibido si se les hubiera llevado la luz? Mi espíritu se conmueve porque la obra en _____ se haya demorado tanto. La obra que se está haciendo allí ahora, pudo haberse hecho hace muchos años y con un gasto menor de recursos, tiempo y trabajo. Sin embargo, no puede dejarse sin hacer ahora. Se ha hecho un pequeño comienzo dentro de un plan económico y se ha logrado mucho más de lo que se hubiese podido esperar, tomando en cuenta los medios que se han provisto. Pero se deben proveer mejores medios. Debe haber un lugar donde la gente pueda escuchar la verdad. Debe haber recursos para sostener a los obreros en este campo misionero, no en holgura y lujo, pero de una manera sencilla y cómoda. Ellos son instrumentos de Dios y no se debe decir o hacer nada que los desanime. Por el contrario, que sus manos sean sostenidas y fortalecidas y sus corazones alentados.

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