Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 357-365, día 301

Los presidentes de asociación deben ser hombres a quienes se les pueda confiar plenamente la obra de Dios. Deben ser hombres de integridad, no egoístas, dedicados, cristianos trabajadores. Si son deficientes en estos sentidos, las iglesias bajo su cargo no prosperarán. Ellos, más aún que otros ministros de Cristo, deben dar ejemplo de una vida santa y devoción abnegada a los intereses de la causa de Dios, de manera que los que esperan ver un ejemplo en ellos no se engañen. Pero en algunos casos procuran servir tanto a Dios como a Mammón. No hay abnegación ni preocupación por las almas. La conciencia no es sensible; cuando la causa de Dios es lastimada, su espíritu no se resiente. En su corazón ponen en duda los testimonios del Espíritu del Señor. Ellos mismos no llevan la cruz de Cristo; no conocen el amor ferviente de Jesús. Y no son fieles pastores del rebaño sobre el cual han sido puestos como supervisores; su registro no es tal que se regocijarían al encararlo en el día de Dios. 

¡Cuánto se requiere que los ministros en su obra cuiden de las almas como quienes deben rendir cuenta! ¡Qué devoción, qué entereza de propósito, qué piedad elevada debiera verse en su vida y carácter! Cuánto se pierde por falta de tacto y tino al presentar la verdad a otros, y cuánto más por un comportamiento descuidado, palabras ásperas y mundanalidad que de ninguna manera representa a Jesús o tiene sabor celestial. Nuestra obra está a punto de completarse. Pronto se dirá en el cielo: “El que es injusto, sea injusto todavía, y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía”. Apocalipsis 22:11. En este tiempo solemne, la iglesia es llamada a ser vigilante debido a la intensa actividad de Satanás. Su actividad se hace evidente por todos lados y sin embargo, los ministros y el pueblo actúan como si ignoraran sus artimañas y estuvieran paralizados por su poder. Que cada miembro de la iglesia despierte. Que cada obrero recuerde que la viña que cuida no es suya, sino que pertenece al Señor, quien ha salido en un largo viaje y en su ausencia ha comisionado a sus siervos que cuiden de sus intereses; y que no olviden que si son infieles a su cometido, tendrán que dar cuenta al Señor cuando éste regrese. 

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Mientras que los que dudan hablan de las imposibilidades, mientras tiemblan pensando en las elevadas murallas y los fornidos gigantes, adelántense los que como el fiel Caleb tienen “otro espíritu”. La verdad de Dios que ofrece salvación llegará a las gentes si los ministros y creyentes profesos no la estorban, como lo hicieron los espías infieles. Nuestra obra es agresiva. Algo tiene que hacerse para amonestar al mundo; y que no se oiga ni una voz que promueva los intereses egoístas a expensas de los campos misioneros. Tenemos que participar en la obra con alma, corazón y palabra; las facultades mentales y físicas han de despertarse. Todo el cielo está interesado en nuestra obra, y los ángeles de Dios se avergüenzan de nuestros débiles esfuerzos. 

Me alarma la indiferencia de nuestras iglesias. Como Meroz, no han venido en ayuda del Señor. Los laicos han estado reposando. Se han cruzado de brazos, pensando que la responsabilidad pesa sobre los ministros. Pero a cada uno Dios le ha asignado una obra, no en la cosecha de maíz y trigo, sino una labor sincera y perseverante para la salvación de las almas. No quiera Dios, pastor M, que ni usted ni ningún otro ministro apaguen ni una partícula del espíritu de trabajo que existe actualmente. ¿No sería mejor estimularlo por medio de sus palabras de celo ardiente? El Señor nos ha hecho depositarios de su ley; nos ha encomendado una verdad sagrada y eterna que ha de darse a otros por medio de fieles amonestaciones, reprensiones y estímulo. Los ferrocarriles y líneas de vapores nos vinculan con todos los rincones del mundo y tenemos acceso a todos los países con nuestro mensaje de verdad. Sembremos la semilla de la verdad evangélica junto a muchas aguas, porque no sabemos cuál prosperará, ésta o aquélla, o si ambas por igual darán fruto. Pablo sembrará y Apolos regará; pero es Dios quien da el crecimiento. 

“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:16. No pongáis vuestra luz debajo de un almud, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los que están en casa. “No sois vuestros; porque habéis sido comprados por precio (1 Corintios 6:20), a saber, la preciosa sangre del Hijo de Dios. No tenemos ningún derecho de vivir para nosotros mismos. Cada ministro debe ser un misionero consagrado; cada laico es un obrero que debe usar sus talentos de influencia y recursos en el servicio del Señor. La benevolencia activa es un principio vital del cristianismo. Es el ejercicio de este principio lo que traerá las gavillas al Señor de la cosecha, mientras que la carencia de él entorpece la obra de Dios y obstaculiza la salvación de las almas. 

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Los ministros han descuidado poner en efecto la beneficencia evangélica. El tema de los diezmos y las ofrendas no se ha considerado debidamente. Los hombres no se inclinan por naturaleza hacia la benevolencia, sino que tienden a ser tacaños y avaros y a vivir para sí mismos. Y Satanás siempre está listo para presentar ante ellos las ventajas que disfrutarán utilizando todos sus recursos para propósitos egoístas y mundanales; se alegra cuando logra influenciarlos para que pasen por alto el deber y le roben a Dios en diezmos y ofrendas. Pero ni una persona queda eximida respecto a este asunto. “Cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado” 1 Corintios 16:2. El rico y el pobre, los jóvenes de ambos sexos que ganan un salario, todos han de apartar algo porque Dios lo pide. La prosperidad espiritual de cada miembro de la iglesia depende del esfuerzo personal y la fidelidad estricta hacia Dios. Dice el apóstol Pablo: “A todos los ricos de este mundo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo, que nos ofrece todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, prontos a compartir, atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la que realmente es vida eterna”. 1 Timoteo 6:17-19. De todos se requiere la demostración de un profundo interés en las diferentes ramas de la causa de Dios. Pruebas fuertes e inesperadas pesarán sobre ellos para ver si son dignos de recibir el sello del Dios viviente.

Todos debieran sentir que no son propietarios, sino mayordomos, y que viene la hora cuando tendrán que rendir cuenta del uso que han hecho del dinero del Señor. Se necesitarán recursos para la causa de Dios. Como David, debieran poder decir: “Todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos”. 1 Crónicas 29:14. Han de establecerse escuelas en diferentes lugares, las publicaciones han de multiplicarse, se han de edificar iglesias en las grandes ciudades, y se han de enviar obreros, no solamente a las ciudades, sino a los caminos y vallados. Mis hermanos creyentes de la verdad, vuestra oportunidad es ahora. Estamos como quien dice, al borde del mundo eterno. Esperamos la gloriosa aparición de nuestro Señor. La noche avanza; la aurora se aproxima. Cuando nos demos cuenta de la grandeza del plan de redención, seremos más valientes, más sacrificados y consagrados de lo que somos ahora.

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Hay una gran obra que hacer antes de que nuestros esfuerzos sean coronados de éxito. Tiene que haber reformas decididas en nuestros hogares e iglesias. Los padres tendrán que trabajar en favor de la salvación de sus hijos. Dios cooperará con nuestros esfuerzos cuando cumplamos por nuestra parte con todo lo que él nos ha encomendado y capacitado para hacer; pero debido a nuestra incredulidad, mundanalidad e indolencia, las almas que han sido compradas por sangre mueren en sus pecados a la sombra de nuestras mismas casas, sin haber recibido amonestación. ¿Vencerá siempre Satanás de esta manera? ¡Oh, no! La luz reflejada por la cruz del Calvario indica que ha de llevarse a cabo una obra mayor que la que nuestros ojos han contemplado.

El tercer ángel, volando por en medio del cielo y pregonando los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesús, es una representación de nuestra obra. El mensaje no pierde nada de su fuerza mientras el ángel avanza en su vuelo, ya que Juan lo ve aumentando en fuerza y poder hasta que toda la tierra queda alumbrada con su gloria. El camino del pueblo de Dios que guarda los mandamientos es hacia adelante, siempre adelante. El mensaje de verdad que llevamos tiene que llegar a naciones, lenguas y pueblos. Pronto se moverá con gran voz, y la tierra será llena de su gloria. ¿Estamos preparándonos para este gran derramamiento del Espíritu de Dios?

Se han de emplear instrumentos humanos en esta obra. El celo y la energía deberán intensificarse. Los talentos que se están enmoheciendo por la inacción, han de movilizarse en el servicio. La voz propensa a decir: “Esperad; no permitáis que os impongan cargas”, es la voz de los espías acobardados. Ahora necesitamos hombres de la talla de Caleb que tomen la delantera: caudillos en Israel que con valerosas palabras den un informe vigoroso en favor de la acción inmediata. Cuando el pueblo egoísta, amante de la comodidad, y, asustado por grandes gigantes y murallas inpenetrables clama por retirarse, que se oiga entonces la voz de los que son como Caleb, aunque los cobardes estén de pie con piedras en las manos, listos para atropellarlos por causa de su fiel testimonio. 

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¿Es que no Somos capaces de discernir las señales de los tiempos? ¿No podemos ver cuán intensamente trabaja Satanás atando la cizaña en gavillas, uniendo los elementos de su reino para apoderarse del mundo? Esta obra de atar la cizaña se está llevando a cabo más rápidamente de lo que nos imaginamos. Satanás está poniendo cuanto obstáculo puede para estorbar el avance de la verdad. Procura crear diversidad de opiniones y fomentar la mundanalidad y la avaricia. Obra con la sutileza de la serpiente y cuando le es oportuno, con la ferocidad del león. Su única delicia es la ruina de las almas y la destrucción su única preocupación. ¿Actuaremos entonces como si estuviéramos paralizados? Los que profesan la verdad, ¿escucharán las tentaciones del artero enemigo y permitirán volverse egoístas, estrechos, dejando que sus intereses mundanales estorben sus esfuerzos en favor de la salvación de las almas?

Todos los que entrarán por los portales del cielo lo harán como vencedores. Cuando la hueste de los redimidos esté junto al trono de Dios, con palmas en las manos y coronas sobre sus sienes, se sabrá qué victorias han sido ganadas. Se verá cómo fue que obró el poder de Satanás sobre sus mentes, cómo se vinculaba él con las almas que se jactaban de estar haciendo la voluntad del Señor. Entonces se verá que su poder y sutileza no pudieran haberse vencido con éxito si no se hubiese combinado el poder divino con el humano. El hombre tiene que ganar la victoria sobre sí mismo: su genio, sus propensidades y su espíritu han de someterse a la voluntad de Dios. Pero la justicia y el poder de Cristo serán suficientes para todos los que reclamen sus méritos.

Háganse, pues, esfuerzos sinceros y determinados para abatir al fiero enemigo. Es menester vestirnos de toda la armadura de la justicia. El tiempo pasa, y nos acercamos rápidamente al cierre de la gracia. ¿Estarán nuestros nombres registrados en el Libro de la vida del Cordero, o seremos contados con los infieles? ¿Pertenecemos al número que se reunirá alrededor del gran trono blanco, cantando el himno de los redimidos? En medio de esa multitud no habrá ninguno que sea frío y formal. Cada alma será sincera, cada corazón lleno de gratitud por el maravilloso amor de Dios y de la gracia que ha capacitado a su pueblo para vencer en la lucha contra el pecado. Y con voz fuerte alzan el canto: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”. Apocalipsis 5:13. 

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El verdadero espíritu misionero

El verdadero espíritu misionero es el Espíritu de Cristo. El Redentor del mundo fue el gran modelo misionero. Muchos de los que le siguen han trabajado fervorosa y abnegadamente en la causa de la salvación de los seres humanos; pero no ha habido hombre cuya labor pueda compararse con la abnegación, el sacrificio y la benevolencia de nuestro Dechado.

El amor que Cristo manifestó por nosotros es sin parangón. ¡Con cuánto fervor trabajó él! Con cuánta frecuencia estaba solo orando fervientemente, sobre la ladera de la montaña o en el retraimiento del huerto, exhalando sus súplicas con lloro y lágrimas. ¡Con cuánta perseverancia insistió en sus peticiones en favor de los pecadores! Aun en la cruz se olvidó de sus propios sufrimientos en su profundo amor por aquellos a quienes vino a salvar. ¡Cuán frío es nuestro amor, cuán débil nuestro interés, cuando se comparan con el amor y el interés manifestados por nuestro Salvador! Jesús se dio a sí mismo para redimir nuestra especie; y sin embargo, cuán fácilmente nos excusamos de dar a Jesús todo lo que tenemos. Nuestro Salvador se sometió a trabajos cansadores, ignominia y sufrimiento. Fue rechazado, escarnecido, vilipendiado, mientras se dedicaba a la gran obra que había venido a hacer en el mundo. 

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¿Preguntáis, hermanos y hermanas, qué modelo copiaremos? No os indico a hombres grandes y buenos, sino al Redentor del mundo. Si queréis tener el verdadero espíritu misionero, debéis ser dominados por el amor de Cristo; debéis mirar al Autor y Consumador de nuestra fe, estudiar su carácter, cultivar su espíritu de mansedumbre y humildad, y andar en sus pisadas.

Muchos suponen que el espíritu misionero y las cualidades para el trabajo misionero constituyen un don especial que se otorga a los ministros y a unos pocos miembros de la iglesia, y que todos los demás han de ser meros espectadores. Nunca ha habido mayor error. Todo verdadero cristiano ha de poseer un espíritu misionero, porque el ser cristiano es ser como Cristo. Nadie vive para sí, “y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él”. Romanos 8:9. Todo aquel que haya gustado las potestades del mundo venidero, sea joven o anciano, sabio o ignorante, será movido por el espíritu que animaba a Cristo. El primer impulso del corazón renovado consiste en traer a otros también al Salvador. Aquellos que no poseen ese deseo dan muestras de que han perdido su primer amor; deben examinar detenidamente su propio corazón a la luz de la Palabra de Dios, y buscar fervientemente un nuevo bautismo del Espíritu; deben orar por una comprensión más profunda de aquel admirable amor que Jesús manifestó por nosotros al dejar el reino de gloria, y al venir a un mundo caído para salvar a los que perecían. 

En la viña del Señor hay trabajo para cada uno de nosotros. No debemos buscar la posición que nos dé los mayores goces o la mayor ganancia. La verdadera religión está exenta de egoísmo. El espíritu misionero es un espíritu de sacrificio personal. Hemos de trabajar dondequiera y en todas partes al máximo de nuestra capacidad, para la causa de nuestro Maestro. 

Tan pronto como una persona se ha convertido realmente a la verdad, brota en su corazón un ardiente deseo de ir y hablar a algún amigo o vecino acerca de la preciosa luz que resplandece en las páginas sagradas. En esta labor abnegada de salvar a otros, es una epístola viva, conocida y leída de todos los hombres. Su vida demuestra que se convirtió a Cristo, y llegó a ser colaborador con él.

Como pueblo, los adventistas del séptimo día son generosos y de corazón ardiente. En la proclamación de la verdad para este tiempo, podemos confiar en su simpatía enérgica y bien dispuesta. Cuando se presenta un objeto digno de su generosidad y se apela a su juicio y conciencia, se obtiene una respuesta cordial. Sus donativos en favor de la causa atestiguan que creen que ésta es la causa de la verdad. Hay, sin embargo, excepciones entre nosotros. No todos los que profesan aceptar la fe son fervientes y fieles creyentes. Pero esto sucedía también en los días de Cristo. Aun entre los apóstoles había un Judas; mas esto no probaba que todos fuesen del mismo carácter.

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No tenemos razones para desalentarnos mientras sabemos que son tan numerosos los que están consagrados a la causa de la verdad, y que están dispuestos a hacer nobles sacrificios para promoverla. Pero hay todavía una gran falta, una gran necesidad entre nosotros. Escasea demasiado el verdadero espíritu misionero. Todos los obreros misioneros debieran poseer ese profundo interés por las almas de sus semejantes que uniría los corazones por la simpatía y el amor de Jesús. Deben solicitar fervorosamente la ayuda divina, y trabajar sabiamente por ganar almas para Cristo. Un esfuerzo frío y sin vigor no logrará nada. Es necesario que el Espíritu de Cristo descienda sobre los hijos de los profetas. Entonces se manifestará tanto amor por las almas de los hombres como el que Jesús ejemplificó en su vida.

La razón por la cual no hay más profundo ardor religioso, ni más fervoroso amor mutuo en la iglesia, se debe a que el espíritu misionero se ha estado apagando. Poco se dice ahora acerca de la venida de Cristo, que era una vez el tema de los pensamientos y las conversaciones. Hay un desgano inexplicable, una creciente repugnancia por la conversación religiosa; y se la reemplaza por charlas ociosas y frívolas, aun entre los que profesan seguir a Cristo.

Hermanos y hermanas, ¿deseáis quebrantar el ensalmo que os domina? ¿queréis despertar de esta pereza que se asemeja al torpor de la muerte? Id a trabajar, sintáis el deseo o no. Esforzaos personalmente por traer almas a Jesús y al conocimiento de la verdad. Esta labor será para vosotros un estímulo y un tónico; os despertará y fortalecerá. Por el ejercicio, vuestras facultades espirituales se vigorizarán, de manera que tendréis más éxito para labrar vuestra propia salvación. El estupor de muerte pesa sobre muchos de los que profesan a Cristo. Haced cuanto podáis para despertarlos. Amonestadlos, suplicadles, argüíd con ellos. Rogad que el Espíritu enternecedor de Dios derrita y ablande sus naturalezas glaciales. Aunque se nieguen a escuchar, vuestro trabajo no estará perdido. Mediante el esfuerzo hecho para bendecir a otros, vuestras propias almas serán bendecidas.

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Poseemos la teoría de la verdad, y ahora necesitamos procurar muy fervientemente su poder santificador. No me atrevo a callar en este tiempo de peligro. Es un tiempo de tentación y abatimiento. Cada uno está asediado por las trampas de Satanás, y debemos unirnos para resistir su poder. Debemos ser de un mismo ánimo, hablar las mismas cosas, y glorificar a Dios de una misma boca. Entonces podremos ampliar con éxito nuestros planes, y por vigilantes esfuerzos misioneros, aprovechar todo talento que podamos usar en los varios departamentos de la obra. 

La luz de la verdad está derramando sus brillantes rayos sobre el mundo por medio del esfuerzo misionero. La prensa es un instrumento por medio del cual son alcanzados muchos que sería imposible alcanzar por el esfuerzo ministerial. Podría hacerse una gran obra presentando a la gente la Biblia tal como es. Llevad la Palabra de Dios a la puerta de todo individuo; presentad sus claras declaraciones con instancia a la conciencia de cada uno y repetid a todos la orden del Salvador: “Escudriñad las Escrituras”. Juan 5:39. Amonestadles a tomar la Biblia tal cual es y a implorar la iluminación divina, y luego, cuando resplandezca la luz, a aceptar gozosamente cada precioso rayo y afrontar intrépidamente las consecuencias. 

La pisoteada ley de Dios ha de ser ensalzada delante de la gente. Tan pronto como ésta se vuelva con fervor y reverencia a las Santas Escrituras, la luz del cielo le revelará cosas admirables en cuanto a la ley de Dios. Grandes verdades, durante largo tiempo oscurecidas por la superstición y la falsa doctrina, resplandecerán de las páginas de la sagrada Palabra. Los oráculos vivientes derraman sus tesoros viejos y nuevos, infundiendo luz y gozo a todos los que quieran recibirlos. Muchos son despertados de su letargo. Se levantan como si fuese de entre los muertos, y reciben la luz y la vida que Cristo solo puede dar. Las verdades que resultaban demasiado profundas para intelectos gigantescos son comprendidas por niños en Cristo. A ellos les es revelado claramente lo que había quedado oculto a la percepción espiritual de los más sabios expositores de la Palabra, porque, como los antiguos saduceos, ignoraban las Escrituras y el poder de Dios.

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