Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 366-376, día 302

Los que estudian la Biblia con el sincero deseo de conocer y hacer la voluntad de Dios, llegarán a ser sabios para la salvación. La escuela sabática es un ramo importante de la obra misionera, no sólo porque imparte a jóvenes y ancianos el conocimiento de la Palabra de Dios, sino porque despierta en ellos el amor a sus verdades sagradas y el deseo de estudiarlas por sí mismos; sobre todo, les enseña a regir sus vidas por sus santas enseñanzas. 

Todos los que toman la Palabra de Dios como regla de vida son puestos en estrecha relación unos con otros. La Biblia es su vínculo de unión. Pero su compañerismo no será buscado ni deseado por aquellos que se inclinan ante la sagrada Palabra como ante la guía infalible. Divergirán, tanto en fe como en práctica. No puede haber armonía entre ellos; son irreconciliables. Como adventistas del séptimo día, colocamos por encima de las costumbres y tradiciones el sencillo: “Así dice Jehová”; y por esta razón no estamos ni podemos estar en armonía con las multitudes que enseñan y siguen las doctrinas y los mandamientos de los hombres.

Todos los que sean nacidos de Dios serán colaboradores con Cristo. Los tales son la sal de la tierra. “Y si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada?” Si la religión que profesamos no renueva nuestro corazón ni santifica nuestra vida, ¿cómo ejercerá un poder salvador sobre los incrédulos? “No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada de los hombres”. Mateo 5:13. La religión que no ejerza un poder regenerador sobre el mundo, no tiene valor. No podemos confiar en ella para nuestra salvación. Cuanto más pronto la desechemos, tanto mejor; porque es impotente y espuria. 

Hemos de servir bajo nuestro gran caudillo, arrostrar toda influencia contraria, trabajar juntamente con Dios. La obra que nos ha sido asignada consiste en sembrar la semilla del Evangelio junto a todas las aguas. En esta obra, cada uno puede desempeñar una parte. La múltiple gracia de Cristo impartida a nosotros nos constituye en mayordomos de talentos que debemos acrecentar dándolos a los banqueros, a fin de que cuando el Maestro los pida, pueda recibir lo suyo con creces.

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Hombres jóvenes como misioneros

Los hombres jóvenes que desean entrar en el campo como ministros o colportores deben recibir un grado adecuado de preparación intelectual, además de adiestramiento especial para su vocación. Los que carecen de la educación, la preparación y el refinamiento necesarios, no están listos para entrar en campos donde las poderosas influencias del talento y la educación combaten las verdades de la Palabra de Dios. Ni tampoco pueden hacer frente a las extrañas manifestaciones del error, tanto religiosas como filosóficas, para exponer las cuales es necesario tener un conocimiento bíblico y científico. 

Especialmente los que tienen en mente el ministerio debieran sentir la importancia del método de preparación ministerial de las Escrituras. Deben entrar de corazón en la obra y mientras estudian en los colegios deben aprender del gran Maestro su mansedumbre y humildad. El Dios que es fiel a su pacto ha prometido que en respuesta a la oración, su Espíritu será derramado sobre todos estos alumnos en la escuela de Cristo para que se conviertan en ministros de justicia.

Hay que trabajar duro para desarraigar el error y la falsa doctrina de la cabeza, de tal manera que la verdad y la religión bíblicas puedan alojarse en el corazón. Las instituciones de enseñanza fueron establecidas entre nosotros como un medio ordenado por Dios para educar a hombres y mujeres jóvenes en los diferentes departamentos de labor misionera. Es la voluntad de Dios que egresen de ellas no meramente unos cuantos, sino muchos obreros. Pero Satanás, determinado a frustrar los propósitos divinos, a menudo ha ganado para sí a los mismos que Dios hubiera querido calificar para ocupar puestos de utilidad en su obra. Hay muchos que trabajarían si se les instase a servir y que salvarían sus propias almas mediante su labor. La iglesia debiera darse cuenta de su culpa al ocultar la luz de la verdad y restringir la gracia de Dios dentro de sus propios límites estrechos, cuando el dinero y la influencia debieran emplearse libremente para introducir a personas competentes en el campo misionero.

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Centenares de hombres jóvenes debieran haberse estado preparando para tomar parte en la obra de esparcir las semillas de la verdad junto a todas las aguas. Necesitamos hombres que den impulso a los triunfos de la cruz; hombres que se mantengan firmes bajo el desaliento y la privación; que tengan el celo, la resolución y la fe que son indispensables en el campo misionero.

Nuestras iglesias son llamadas a echar mano de la obra con mayor seriedad de la que se ha manifestado hasta el momento. Toda iglesia debiera hacer provisión para preparar sus misioneros, contribuyendo así al cumplimiento de la gran comisión: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura”. Marcos 16:15. Hermanos míos, hemos errado y pecado intentando muy poco. Debe haber más obreros en el campo misionero del extranjero. Hay entre nosotros algunos que sin trabajo y demora por aprender un idioma extranjero, pudieran prepararse para proclamar la verdad a otras naciones. En la iglesia primitiva, los misioneros fueron milagrosamente dotados con un conocimiento de idiomas mediante los cuales fueron llamados a predicar las inescrutables riquezas de Cristo Jesús. Y si entonces estuvo Dios dispuesto a ayudar de esa manera a sus siervos, ¿dudaremos que su bendición pueda descansar sobre nuestros esfuerzos para capacitar a los que poseen un conocimiento natural de idiomas extranjeros y quienes con el aliento adecuado llevarían a sus propios compatriotas el mensaje de verdad? Pudiéramos haber tenido más obreros en los campos misioneros extranjeros si los que habían entrado en estos campos hubieran aprovechado todo talento a su alcance. Pero algunos estaban inclinados a rehusar la ayuda si no les llegaba justamente de acuerdo con sus ideas y planes. Y, ¿cuál es el resultado? Si nuestros misioneros llegasen a faltar de sus campos de labor por enfermedad o muerte, ¿dónde se encontrarían los hombres que han educado para tomar su lugar? 

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Ni uno de nuestros misioneros ha logrado conseguir la cooperación de todo talento disponible. Mucho tiempo se ha desperdiciado de esta manera. Nos regocijamos por el buen trabajo que se ha hecho en los campos misioneros; pero si se hubiesen adoptado planes diferentes de labor, diez veces tanto, es más, veinte veces tanto, se hubiera logrado; una ofrenda aceptable de muchas almas rescatadas de la esclavitud del error se hubiese ofrecido a Jesús. 

A todo el que recibe la luz de la verdad se le debe enseñar a llevar la luz a los demás. Nuestros misioneros en campos extranjeros deben aceptar con gratitud toda ayuda, toda facilidad que les sea ofrecida. Deben estar dispuestos a correr cierto riesgo y aventurarse en algo. No agrada a Dios que pasemos por alto oportunidades presentes para hacer el bien, esperando hacer una mayor obra en el futuro. Cada uno debe seguir las indicaciones de la Providencia, no dejándose llevar por el interés personal ni confiando completamente en su propio juicio. Algunos, por naturaleza, ven el fracaso cuando Dios se propone dar el éxito; ven solamente gigantes y ciudades amuralladas, mientras que otros, con visión más clara, ven también a Dios y a sus ángeles prestos a otorgar la victoria a su verdad. 

En algunos casos puede que sea necesario que los hombres jóvenes aprendan idiomas extranjeros. Esto lo pueden hacer con mucho éxito asociándose con la gente y a la vez dedicando una porción de tiempo cada día a estudiar el idioma. Sin embargo, esto debe hacerse sólo como un paso necesario en preparación para la educación de otros que se hallen en el mismo campo misionero y que con la preparación necesaria puedan convertirse en obreros. Es esencial que aquellos a quienes se les inste a servir sean capaces de hablar en su idioma natal a las personas de diferentes nacionalidades. Es una magna tarea para un hombre de mediana edad aprender un idioma extranjero y por más que se esfuerce le será casi imposible hablarlo con la fluidez y corrección necesarias para hacerlo un obrero eficiente.

No podemos permitir que se niegue a las misiones locales la influencia de obreros de edad madura y de avanzada edad mandándolos a campos lejanos para hacer una obra para la cual no califican y para la cual ninguna preparación les ayudará a adaptarse. Los hombres que así son enviados dejan vacíos que los obreros sin experiencia no pueden llenar.

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La iglesia preguntará si a hombres jóvenes no se les pueden confiar las graves responsabilidades que atañen al establecimiento y supervisión de una misión extranjera. Yo contesto: Dios designó que ellos deben ser preparados de tal manera en nuestras instituciones de enseñanza y asociándose en su labor con hombres de experiencia que estén preparados para asumir cargos útiles en esta causa. Debemos mostrar confianza en nuestros hombres jóvenes. Ellos deben ser pioneros en toda empresa que requiera trabajo y sacrificio, mientras que los agotados siervos de Cristo deben estimarse como consejeros para animar y ser una bendición para los que hacen el trabajo más pesado para Dios. Estos padres de experiencia fueron lanzados por la Providencia a ocupar puestos difíciles de responsabilidad a una temprana edad, cuando no estaban bien desarrolladas sus facultades físicas e intelectuales. La magnitud del encargo que les fue encomendado despertó sus energías, y su activa labor en la causa favoreció su desarrollo mental y físico. 

Se necesitan hombres jóvenes. Dios los llama a los campos misioneros. Como se encuentran comparativamente libres de cuidados y responsabilidades, están más favorablemente colocados para llevar a cabo la obra que los que tienen que proveer para la educación y el mantenimiento de una familia grande. Además, los hombres jóvenes se adaptan con más facilidad a un nuevo clima y a una nueva sociedad, y pueden soportar mejor las inconveniencias y penurias. Con tacto y perseverancia, pueden alcanzar a las personas en su ambiente. 

El vigor viene por medio del ejercicio. Todos los que utilizan la capacidad que Dios les ha dado, recibirán cada vez más habilidad para dedicar a su servicio. Los que no hacen nada en la causa de Dios dejarán de crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad. Un hombre que se acuesta y rehusa ejercitar sus extremidades, pronto perderá su capacidad de usarlas. De la misma manera, un cristiano que ejercita las facultades que Dios le ha dado, no solamente dejará de crecer en Cristo Jesús, sino que perderá la fuerza que ya tiene y se convertirá en un paralítico espiritual. Los que se establecen, fortalecen y afianzan en la verdad son los que motivados por el amor de Dios y de sus semejantes, se esfuerzan por servir a otros. El verdadero cristiano trabaja para el Señor, no a base de impulso, sino por principio; no por un día o por un mes, sino a través de toda su vida. 

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¿Cómo brillará nuestra luz ante el mundo, sino a través de nuestra vida cristiana consecuente? ¿Cómo sabrá el mundo que pertenecemos a Cristo, si no hacemos nada por él? Dijo nuestro Salvador: “Por sus frutos los conoceréis”. Mateo 7:16. Declaró además: “El que no es conmigo, contra mí es”. Mateo 12:30. No existe terreno neutral entre aquellos que trabajan hasta el máximo de su capacidad por el Señor y los que trabajan por el enemigo de las almas. Todo el que se mantiene ocioso en la viña del Señor no solamente no hace nada por sí mismo, sino que es un estorbo para los que hacen un esfuerzo por trabajar. Satanás encuentra trabajo para todos los que no se esfuerzan con ahínco para asegurar su propia salvación y la de otros. 

La iglesia de Cristo puede apropiadamente compararse a un ejército. La vida de cada soldado es de penuria, dificultades y peligro. Por todos lados hay enemigos vigilantes, dirigidos por el príncipe de las potencias de las tinieblas, quien nunca duerme y nunca abandona su puesto. Cuando quiera que el cristiano descuide su guardia, este poderoso adversario ataca repentina y violentamente. A menos que los miembros de la iglesia se mantengan activos y vigilantes, serán vencidos por sus artificios.

¿Qué pasaría si la mitad de los soldados de un ejército estuvieran ociosos o dormidos cuando se les ordenó estar en guardia? El resultado sería la derrota, el cautiverio o la muerte misma. Si algunos escapasen de las manos del enemigo, ¿merecerían algún premio? No; prontamente recibirían la sentencia de muerte. De la misma manera, el descuido y la deslealtad de la iglesia acarrea sobre ella consecuencias mucho más graves. ¡Nada podría ser más terrible que un ejército de cristianos adormecidos! ¿Qué avance podría hacerse contra el mundo, el cual se encuentra bajo el control del príncipe de las tinieblas? Aquellos que se retraen con indiferencia en el día del combate, como si no tuvieran ningún interés ni sintieran ninguna responsabilidad en cuanto al resultado de la campaña, harían bien en cambiar su proceder o abandonar las filas de inmediato. 

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El Maestro llama obreros evangélicos. ¿Quiénes responderán? Todos los que ingresen en el ejército no han de ser generales, capitanes, sargentos, o cabos. No todos tienen la sensibilidad y responsabilidad necesarias para ser líderes. Hay mucho trabajo arduo de otra clase que hay que hacer. Algunos tienen que cavar zanjas y edificar baluartes; otros han de colocarse como centinelas y otros como portadores de mensajes. Aunque solamente hay pocos oficiales, se necesitan muchos soldados para formar la tropa del ejército; con todo, el éxito depende de la fidelidad de cada soldado individual. La cobardía o traición de un solo hombre puede ocasionar el desastre a todo el ejército. 

Hay una gran labor que cada uno de nosotros individualmente debemos hacer, si es que estamos dispuestos a pelear la buena batalla de la fe. Están en juego los intereses eternos. Hay que vestirse de toda la armadura de justicia, hay que resistir al diablo y tenemos la segura promesa que él huirá de nosotros. La iglesia debe llevar a cabo un combate agresivo, hacer conquistas para Cristo, y rescatar almas del poder del enemigo. Dios y sus santos ángeles toman parte en este conflicto. Agrademos al que nos ha llamado a ser sus soldados. 

Todos podemos hacer algo en la obra. Ninguno recibirá el fallo de inocente ante Dios a menos que haya trabajado dedicada y abnegadamente por la salvación de las almas. La iglesia debe enseñar a la juventud, por medio del precepto y el ejemplo, a ser obreros para Cristo. Hay muchos que se quejan de sus dudas, que se lamentan de no estar seguros de su conexión con Dios. A menudo esto puede atribuirse al hecho de que no están haciendo nada en la causa de Dios. Que ellos procuren sinceramente ayudar y ser una bendición para los demás, y sus dudas y su desaliento desaparecerán. 

Muchos que profesan ser seguidores de Cristo hablan y obran como si sus nombres fueran un gran honor a la causa de Dios, mientras que no llevan ninguna carga ni ganan almas para la verdad. Tales personas viven como si Dios no reclamara nada de ellos. Si continúan en este camino, finalmente se darán cuenta de que ellos no tienen nada que reclamar de Dios. 

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Aquel que ha asignado “a cada cual su obra”, conforme a su capacidad, no dejará pasar el fiel cumplimiento del deber sin recompensa. Cada acto de lealtad y fe será coronado con muestras del favor y aprobación de Dios. A todo obrero le es dada la promesa: “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá con regocijo, trayendo sus gavillas”. Salmos 126:5, 6. 

La importancia de la obra del colportaje

Se puede hacer una obra mucho más eficiente en el ramo del colportaje que la que se ha hecho hasta el momento. El colportor no debe estar conforme a menos que esté constantemente mejorando. Debe prepararse cabalmente, pero no debe contentarse, con una presentación hecha de memoria; debe darle la oportunidad al Señor de obrar mediante sus esfuerzos y de impresionar su mente. El amor de Jesús que habita en su corazón lo habilitará para idear los medios de acercarse a individuos y familias. 

Los colportores necesitan tener refinamiento propio y modales pulidos, pero no una personalidad artificial que es común en el mundo, sino ser urbanos y agradables, que es el resultado natural de un buen corazón y un sano deseo de imitar a Cristo. Deben cultivar hábitos de solicitud y consideración, hábitos de diligencia y discreción, y procurar honrar a Dios, logrando para sí mismos el mayor desarrollo posible. Jesús hizo un sacrificio infinito para colocarlos a ellos en buena relación con Dios y sus prójimos, y el auxilio divino, combinado con el esfuerzo humano, los capacitará para alcanzar un elevado grado de excelencia. El colportor ha de ser puro como José, manso como Moisés, temperante como Daniel; así tendrá un poder que lo acompañará por dondequiera que vaya. 

Si el colportor obra de manera equivocada, si pronuncia falsedad y práctica el engaño, pierde su dignidad. Puede ser que no esté consciente de que Dios lo está mirando y que conoce todos sus negocios, que los santos ángeles pesan sus intenciones y escuchan sus palabras, y que será recompensado conforme a sus obras; pero aunque le fuera posible ocultar de la inspección humana y divina su mal proceder, aún así su actitud impropia sería perjudicial para su mente y carácter. Un acto no determina el carácter, pero derriba la barrera, y la próxima tentación se acaricia con más facilidad, hasta que finalmente se forma un hábito de prevaricación y falta de honradez en el negocio, y ya no se puede confiar en él.

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Hay muchas personas en los hogares y en la iglesia que no dan importancia a las inconsecuencias evidentes. Hay jóvenes que aparentan ser lo que no son. Parecen ser honrados y leales; pero son como sepulcros blanqueados, atractivos por fuera, mas corrompidos por dentro. El corazón está manchado, teñido de pecado; y así permanece el registro en los atrios celestiales. Se ha llevado a cabo dentro de sus mentes un proceso que los ha endurecido hasta el punto de hacerlos insensibles. Pero si sus caracteres, los cuales son pesados en las balanzas del santuario, fueren pronunciados faltos en el gran día del Señor, sería para ellos una calamidad que ahora no comprenden. La verdad, preciosa y sin mancilla, ha de formar parte del carácter. 

No importa el camino que se tome, el sendero de la vida está lleno de peligros. Si los obreros en cualquiera de los ramos de la causa se vuelven descuidados y no prestan atención a sus intereses eternos, se encuentran frente a una gran pérdida. El tentador buscará la manera de alcanzarlos. Tenderá redes a sus pies y los dirigirá por sendas extraviadas. Estarán seguros solamente aquellos cuyos corazones están guarnecidos con sanos principios. Como David, orarán: “Sustenta mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen”. Salmos 17:5. Hay que librar una constante batalla contra el egoísmo y la corrupción del corazón humano. A menudo parece que los impíos prosperan en sus caminos; pero aquellos que se olvidan de Dios, aunque sea por una hora o un momento, van por un camino peligroso. Quizá no se den cuenta de los peligros; pero, cuando se enteran, el hábito, como un aro de hierro, los mantiene sujetos a la maldad con la cual se han relacionado tan de cerca. Dios desprecia su comportamiento y su bendición no los acompañará. 

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He visto que algunos jóvenes se dedican a esta obra sin vincularse con el cielo. Se plantan en el camino de la tentación para demostrar su valentía. Se ríen de las locuras de los demás. Conocen el verdadero camino; saben cómo conducirse. ¡Ved qué bien pueden resistir la tentación! ¡Cómo pensar que van a caer! Pero no han puesto a Dios como su defensa. Satanás les ha tendido una trampa engañosa, y son ellos mismos los que se convierten en el objeto de burla de los insensatos.

Nuestro gran adversario tiene agentes que constantemente buscan la oportunidad para destruir almas, de la misma forma como un león caza su presa. Evítalos, joven; porque aunque aparenten ser tus amigos, solapadamente introducirán los malos caminos y las malas prácticas. Con sus labios te halagan y ofrecen ayudarte y conducirte, pero sus pasos llevan al infierno. Si escuchas sus consejos, tu vida puede llegar a su punto crítico. Una protección que se elimine de la conciencia, la práctica de un solo mal hábito, un solo descuido del elevado llamado al deber, puede ser el principio de un camino de engaño que te traspasará a las filas de aquellos que sirven a Satanás, mientras tú sigues profesando que amas a Dios y a su causa. Un momento de descuido, un solo mal paso, puede hacer virar toda la corriente de vuestra vida en una dirección equivocada. Posiblemente nunca sepáis lo que ocasionó vuestra ruina, hasta que se pronuncie la sentencia: “Apartaos de mí, obradores de maldad”. Mateo 7:23.

Algunos jóvenes saben que lo que he dicho más o menos describe su proceder. Sus caminos no están ocultos para el Señor, aunque quizá lo estén para sus mejores amigos, o aun para sus padres y madres. Tengo poca esperanza de que algunos de éstos cambien su comportamiento de hipocresía y engaño. Otros que han errado están procurando redimirse. Que el amado Jesús les ayude a poner su rostro como un pedernal en contra de todas las falsedades y de las adulaciones de aquellos que quieren debilitar su determinación de hacer el bien o inculcarles dudas o sentimientos de infidelidad para sacudir su fe en la verdad. Jóvenes amigos, no paséis ni una hora en compañía de quienes os incapaciten para hacer la obra pura y santa de Dios. No hagáis nada en presencia de personas extrañas que no haríais en presencia de vuestro padre y madre, o que os cause vergüenza ante Cristo y los santos ángeles. 

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Algunos pensarán que a los guardadores del sábado no les hacen falta estas precauciones, pero aquellos a quienes se aplican saben lo que quiero decir. Os digo, jóvenes, que os cuidéis; porque no podéis hacer nada que no esté descubierto ante los ojos de los ángeles y de Dios. No podéis hacer una obra mala sin que otros se vean afectados por ella. Vuestra conducta, además de revelar de qué clase de material está hecho el edificio de vuestro propio carácter, ejerce también una poderosa influencia en los demás. Nunca perdáis de vista el hecho de que pertenecéis a Dios, que él os ha comprado con precio, y que habéis de rendir cuenta a él por los talentos que os ha encomendado. Nadie debiera tomar parte en la obra del colportaje si sus manos están manchadas de pecado o cuyo corazón no esté bien con Dios, porque tales personas seguramente deshonrarán la causa de la verdad. Aquellos que son obreros en el campo misionero necesitan que Dios los guíe. Deben cuidarse de comenzar bien y luego continuar callada y firmemente en el camino de la rectitud. Deben ser resueltos, porque Satanás es determinado y perseverante en sus esfuerzos por derrotarlos.

Se ha cometido un error al solicitar suscripciones para nuestras revistas por sólo pocas semanas, cuando con un esfuerzo apropiado se hubieran conseguido suscripciones mucho más largas. Una suscripción anual es de mucho más valor que muchas a corto plazo. Pocas personas renuevan sus suscripciones por un período más largo, y de esta manera se hace una gran inversión de tiempo que rinde resultados pequeños, cuando si se hubiera usado un poco más de tacto y perseverancia, se hubieran podido conseguir suscripciones más largas. Hermanos, vuestra mira es demasiado corta; vuestros planes son demasiado estrechos. No ponéis en vuestro trabajo todo el tacto y la perseverancia que se merece. Hay más dificultades en esta obra que en algunos otros ramos de negocio; pero las lecciones que se aprenderán, el tacto y la disciplina que se adquirirán, os capacitarán para otros campos de utilidad donde ministréis a las almas. Aquellos que no aprenden correctamente la lección y son descuidados y precipitados al tratar con la gente, exhibirían los mismos defectos en sus maneras, la misma falta de tacto en el trato con las mentes, en la obra del ministerio, si entraran en ella. 

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