Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 37-46, día 267

Muchos de aquellos que por tanto tiempo han rechazado la dirección y la tutela divina, marchan apresurados por la senda de la liviandad y del placer egoísta y, más aún, hacia los actos más viles y la profanación del cuerpo. Como consecuencia, sus mentes están contaminadas y la religión les disgusta. Algunos han ido tan lejos en este curso decadente, y seguido con tanto empeño la senda de los sodomitas, que hoy día están próximos a la condenación y la voz de la reprensión y de la amonestación no tiene efecto sobre ellos. Nunca serán redimidos y sus padres son los culpables de su ruina. Los placeres degradantes por los cuales han sacrificado su salud, paz mental y vida eterna, al final resultan una amargura. 

Padres, por amor a Cristo, no erréis en vuestra más importante labor, la cual es amoldar los caracteres de vuestros hijos para el tiempo presente y para la eternidad. Un error de vuestra parte en descuidar la fiel instrucción, o en albergar ese afecto imprudente que ciega vuestros ojos hacia sus defectos y os impide refrenarlos debidamente, resultará en la ruina de ellos. El curso que seguís puede encauzarlos por un rumbo equivocado durante toda su carrera futura. Vosotros sois los que determináis por ellos lo que han de ser y lo que han de hacer por Cristo, por los hombres, y por sus propias almas.

Tratad a vuestros hijos honesta y fielmente. Trabajad con valor y paciencia. No temáis llevar ninguna cruz, no escatiméis tiempo ni trabajo, carga o sufrimiento. El futuro de vuestros hijos dará testimonio de la calidad de vuestra labor. Vuestra fidelidad a Cristo hallará mejor expresión en el carácter simétrico de vuestros hijos que de cualquiera otra manera. Ellos son la propiedad de Cristo, comprados con su propia sangre. Si su influencia es enteramente por Cristo, son colaboradores suyos y ayudan a otros a encontrar el camino de la vida. Si descuidáis la obra que Dios os ha encomendado, vuestro comportamiento disciplinario imprudente los coloca entre la clase que esparce lejos de Cristo y fortalece el reino de las tinieblas. 

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Yo hablo lo que es de mi conocimiento; cuando os digo que hay entre nuestros jóvenes, entre nuestros jóvenes educados cuyos padres son cristianos profesos, una penosa ofensa ante la vista de Dios, tan común que constituye una de las señales de los últimos días, os estoy dando testimonio de cosas que yo he visto. Es algo tan repleto de tendencias pecaminosas que merece ser sacado a luz y denunciado. Es el pecado de considerar livianamente o con desprecio los primeros votos de consagración a Dios. En medio de un interés religioso, el Espíritu Santo los conmovió a colocarse enteramente bajo la bandera ensangrentada del Príncipe Emanuel. Pero los mismos padres estaban tan lejos de Dios, tan ocupados con los negocios del mundo, o tan llenos de dudas e insatisfacción respecto a su propia experiencia religiosa, que estaban descalificados del todo para impartirles instrucción. Estos jóvenes, en su inexperiencia necesitaban una mano sabia y firme que les señalase el camino correcto y les obstruyese el camino del mal mediante el consejo y el refrenamiento.

Una vida religiosa debe dar evidencia de ser marcadamente opuesta a una vida de mundanalidad y búsqueda del placer. Aquel que anhela ser un discípulo de Cristo ha de llevar su cruz en pos de Jesús. Nuestro Salvador no vivió para complacerse a sí mismo, y nosotros tampoco debiéramos hacerlo. Los logros espirituales elevados requerirán una consagración completa a Dios. Pero esta instrucción no ha sido impartida a la juventud porque contradiría la vida de los padres. Por lo tanto se ha dejado que los niños adquieran un conocimiento de la vida cristiana por sí solos. Al verse tentados a buscar la compañía de los mundanos y a participar de las diversiones mundanales, los padres encaprichados, no queriendo negarles ningún halago -si es que siquiera hayan tomado medida alguna-han adoptado una postura tan indefinida e indecisa que los hijos han juzgado por sí mismos que el curso de acción que deseaban seguir estaba en consonancia con la vida y carácter cristianos. 

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Una vez iniciados de esta forma, por lo general continúan así hasta que el elemento mundano prevalece y se burlan de sus antiguas convicciones. Desprecian la sencillez que manifestaban cuando sus corazones estaban tiernos, y buscan excusas para evadir las exigencias sagradas de la iglesia y del Redentor crucificado. Los que son de esta índole nunca alcanzarán a ser lo que pudieran haber sido, por haber ahogado la conciencia y embotado las más sagradas y tiernas emociones. Si después de años se convierten en seguidores de Jesús, todavía llevarán en sus almas las cicatrices causadas por su irreverencia hacia las cosas sagradas. 

Los padres no ven estas cosas. No anticipan el resultado de su proceder. No sienten que sus hijos necesitan el cuidado más tierno, la disciplina más cuidadosa en lo que respecta a la vida divina. No los ven como lo que son en un sentido especial: la propiedad de Cristo, comprados por su sangre, trofeos de su gracia, instrumentos útiles en las manos de Dios para ser usados en el adelanto de su reino. Satanás en todo momento procura arrebatar a estos jóvenes de las manos de Cristo, y los padres no disciernen que el gran adversario está implantando sus estandartes infernales a su mismo lado. Están tan ciegos que creen que es el estandarte de Cristo. 

Por medio de la indolencia, el escepticismo o autogratificación, Satanás seduce a los jóvenes y los aparta de la senda estrecha de santidad preparada para que los redimidos del Señor transiten por ella. Por lo general no abandonan repentinamente este camino. Se los gana poco a poco. Al dar un mal paso, pierden el testimonio que el Espíritu da de que son aceptados por Dios. Por consiguiente, caen en un estado de desánimo y desconfianza. No les agradan los servicios religiosos porque la conciencia los condena. Han caído en la red de Satanás y hay sólo una vía de escape. Deben retraerse y con humildad de alma confesar y desechar su proceder indiferente. Que renueven su primera experiencia de la cual hicieron caso omiso, que muestren aprecio por cada aliento divino y permitan que aquellas santas emociones, que sólo el Espíritu de Dios puede inspirar, reinen en su corazón. La fe en el poder de Cristo impartirá fuerza sostenedora y luz guiadora.

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Esta instrucción práctica en la experiencia religiosa es lo que los padres cristianos deben estar preparados para impartir a sus hijos. Dios lo requiere de vosotros y menospreciáis vuestro deber si dejáis de hacer esta obra. Instruid a vuestros hijos en lo concerniente a los métodos de disciplina escogidos por Dios y las condiciones para el éxito en la vida cristiana. Enseñadles que no pueden servir a Dios mientras sus mentes están sobrecargadas con los cuidados de la vida; pero no les permitáis abrigar el pensamiento de que no tienen que trabajar y que pueden emplear sus momentos libres ociosamente. La Palabra de Dios es clara respecto a este punto. Jesús, la Majestad del cielo, ha dejado un ejemplo para la juventud. El trabajó arduamente en el taller de Nazaret para ganarse el pan cotidiano. Se sometía a sus padres y no pretendía ejercer control sobre su propio tiempo ni hacer su propia voluntad. Siguiendo una vida de fácil complacencia un joven nunca logrará alcanzar la verdadera excelencia como hombre o como cristiano. Dios no nos promete una vida de holgura, honor o riqueza en servicio suyo. Pero nos asegura que todas las bendiciones necesarias serán nuestras, “con persecuciones”, y en el mundo venidero la “vida eterna”. Cristo no acepta nada menos que una consagración completa al servicio suyo. Esta es la lección que todos tenemos que aprender. 

Aquellos que estudian la Biblia, buscan el consejo de Dios y dependen de Cristo serán habilitados para actuar sabiamente en todo tiempo y bajo toda circunstancia. Los buenos principios relucirán en la vida de manera real. Permítase solamente que la verdad para este tiempo sea recibida de corazón y que se convierta en el fundamento del carácter, y ella producirá una firmeza de propósito incapaz de ser debilitada por las atracciones del placer, la veleidosidad de las costumbres, el desprecio de los que aman al mundo, y los clamores del corazón por la complacencia propia. Primero ha de esclarecerse la conciencia y ponerse la voluntad bajo sujeción. El amor por la verdad y la justicia ha de reinar en el alma, para que reluzca el carácter que el cielo puede aprobar.

Tenemos ejemplos notables del poder sustentador de los firmes propósitos religiosos. Ni siquiera el temor a la muerte pudo obligar al exánime David a beber del agua de Belén, la cual hombres valientes habían arriesgado sus vidas para obtener. La profunda fosa de los leones no le impidió a Daniel hacer sus oraciones diarias, como tampoco pudo el horno ardiente inducir a Sadrac y sus compañeros a postrarse ante el ídolo erigido por Nabucodonosor. Los jóvenes de principios firmes se abstendrán de los placeres, desafiarán el dolor, y afrontarán aún la fosa de los leones y el ardiente horno de fuego antes que ser hallados desleales a Dios. Fijaos en el carácter de José. Su virtud fue severamente probada, pero el triunfo de la misma fue completo. Sobre cada punto el joven noble resistió la prueba. Manifestó los idénticos principios inconmovibles en cada prueba. El Señor estaba con él y su palabra era ley.

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Tal firmeza y principios intachables brillan con más esplendor en contraste con la debilidad e ineptitud de los jóvenes de este tiempo. Con muy pocas excepciones, ellos son vacilantes, variables conforme al cambio de circunstancias y de ambiente, una cosa hoy y otra mañana. Al verse confrontados con las atracciones del placer o la gratificación egoísta, sacrifican la conciencia por lograr el deleite codiciado. ¿Podrá confiarse en tal persona? ¡Nunca! En ausencia de la tentación, se comportará con tal decoro que vuestras dudas y sospechas parecerán injustas; pero al presentársele la oportunidad traicionará vuestra confianza. Hay defecto en el corazón. En el preciso momento cuando más se requiere la firmeza y los principios, encontraréis que cede y, si no se convierte en un Arnold* o en un Judas, es porque le falta la debida oportunidad. 

Padres, debe ser vuestra primera preocupación obedecer el llamado del deber y emprender de alma y corazón la obra que Dios os ha encomendado. Si fracasáis en todo lo demás, sed minuciosos, sed eficientes en esto. Si vuestros hijos surgen puros y virtuosos de la disciplina del hogar, si ocupan aunque sea el lugar más pequeño y humilde en el plan de Dios para el bienestar del mundo, vuestra vida jamás podrá considerarse como un fracaso o repasarse con remordimiento alguno. 

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La idea de que hay que ceder a las maneras de niños perversos es un error. Eliseo, al mismo comienzo de su obra, fue ridiculizado y escarnecido por la juventud de Betel. Era un hombre de gran mansedumbre, pero el Espíritu de Dios lo impelió a pronunciar una maldición sobre sus detractores. Habían escuchado acerca de la ascensión de Elías e hicieron de este evento solemne el objeto de sus burlas. Eliseo dio a entender que ni mayores ni menores habían de burlarse de él con respecto a su llamado sagrado. Cuando le dijeron que ascendiera, así como lo había hecho Elías anteriormente, los maldijo en el nombre del Señor. El terrible juicio que recayó sobre ellos provenía del Señor. Después de esto, Eliseo no tuvo más problemas en su misión. Por espacio de cincuenta años entró y salió por el portón de Betel e iba y venía de ciudad en ciudad paseando entre muchedumbres de lo peor y más ordinario, de jóvenes ociosos y disolutos, pero nadie volvió a mofarse de él o tener en menos sus calificaciones como profeta del Altísimo. Este solo instante de terrible severidad al comienzo de su carrera bastó para que lo respetaran durante el resto de su vida. Si hubiera dejado pasar inadvertida la mofa, lo hubiesen ridiculizado, vilipendiado y aún lo hubiese asesinado la chusma, y su misión de instruir y salvar la nación de su gran peligro hubiera quedado frustrada. 

Aun la bondad debe tener sus límites. La autoridad debe ser sostenida mediante una severidad firme, de lo contrario será recibida por muchos con burla y desdén. La supuesta ternura, el halago y el engreimiento que algunos padres manifiestan hacia sus hijos, es el peor mal que puede sobrevenirles. La firmeza, la decisión, los requerimientos claros, son esenciales en toda familia. Padres, reanudad vuestras responsabilidades descuidadas; educad a vuestros hijos en conformidad con el plan de Dios “para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. 1 Pedro 2:9. 

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Un testimonio importante

Healdsburg, California,

28 de marzo de 1882.

Estimado hermano _____,Recibí su carta a su debido tiempo. Aunque me alegra oír de Ud., me entristecí al leer su contenido. Había recibido cartas parecidas de parte de la Hna. _____ y del Hno. _____ Pero no he recibido ninguna comunicación de parte del Hno. _____ ni de nadie que esté de parte de él. Es por intermedio de las cartas de usted que he sabido de su comportamiento en relación con el proceso contra el Hno. _____.

No me sorprende que tal estado de cosas exista en Battle Creek, pero, mi muy estimado hermano, me duele hallarlo a usted envuelto en el lado equivocado de este asunto, junto con aquellos a quienes estoy segura que Dios no está dirigiendo. Algunas de estas personas son honradas, pero están engañadas. Han recibido sus impresiones de una fuente que no es el Espíritu Santo. 

Me he cuidado de no expresar a nadie mi opinión acerca de asuntos importantes, porque a menudo se aprovechan injustamente de lo que digo, aunque sea de la manera más confidencial. Las personas se ponen a obrar para extraer de mí comentarios acerca de diferentes puntos, que luego distorsionan y falsifican para que mis palabras expresen ideas y opiniones totalmente diferentes a las que yo sostengo. Pero tendrán que hacer frente a esto en el tribunal divino.

Cuando le sobrevinieron sus dificultades presentes, decidí mantenerme callada; pensé que sería mejor dejar que los asuntos siguieran su curso, para que los que habían estado tan dispuestos a censurar a mi marido pudieran darse cuenta de que el espíritu de murmuración existía en sus propios corazones, y que aún se mantenía activo, ya que el hombre acerca de quien se quejaban dormía en silencio en la tumba. 

Yo sabía que la crisis sobrevendría. Dios le ha dado a su pueblo claros y directos testimonios para evitar este estado de cosas. Si hubieran obedecido la voz del Espíritu Santo que amonestaba, aconsejaba e imploraba, disfrutarían hoy de unidad y paz. Pero los que profesaban creerlos no hicieron caso de estos testimonios, y como resultado se ha producido un gran alejamiento de Dios, y él ha retirado su bendición.

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Para obrar la salvación de los hombres, Dios emplea distintos métodos. Les habla por medio de su palabra y de sus ministros y a través del Espíritu Santo les envía mensajes de amonestación, reprensión e instrucción. Estos medios fueron designados para esclarecer el entendimiento del pueblo, para revelarles su deber y sus pecados y las bendiciones que les es posible recibir; para despertar en ellos un sentido de necesidad espiritual de modo que se dirijan a Cristo y encuentren en él la gracia que necesitan. Pero muchos escogen su propio camino en lugar de escoger el de Dios. No están reconciliados con Dios, ni tampoco lo pueden estar, hasta que el yo sea crucificado y Cristo viva en el corazón por medio de la fe.

Todo individuo, por su propia voluntad, o aparta de sí a Jesús al rehusar dar albergue a su Espíritu y seguir su ejemplo, o bien establece un vínculo personal con Cristo por medio de la abnegación, la fe y la obediencia. Debemos, cada cual por sí mismo, escoger a Cristo porque él nos escogió a nosotros primero. Esta unión con Cristo han de formarla aquellos que por naturaleza están en enemistad con él. Es una relación de dependencia total en la que ha de entrar el corazón orgulloso. Esta es una obra incisiva y muchos que profesan ser seguidores de Cristo no saben nada acerca de ella. Aceptan al Salvador de nombre, pero no como el soberano de sus corazones. 

Algunos sienten la necesidad de la expiación, y con el reconocimiento de esta necesidad y el anhelo de un cambio de corazón, una lucha empieza a librarse. El renunciamiento de la voluntad personal, quizás de los objetos predilectos a que están apegados o que persiguen, requiere un esfuerzo definido, frente al cual muchos vacilan, tambalean y se retraen. No obstante, esta batalla tiene que librarla todo corazón que esté verdaderamente convertido. Tenemos que lidiar contra tentaciones por dentro y por fuera. Tenemos que ganar la victoria sobre el yo, crucificar los afectos y concupiscencias; y entonces comienza la unión del alma con Cristo. De la misma manera que el tallo aparentemente sin vida es injertado en el árbol viviente, así nosotros nos convertimos en ramas vivientes de la Vid Verdadera. Y el fruto que lleva Cristo, lo llevarán sus seguidores también. Después de obrada esta unión, podrá preservarse sólo mediante un esfuerzo continuo, serio y ferviente. Cristo ejerce su poder para preservar y proteger este sagrado vínculo, y el pecador dependiente e indefenso ha de hacer su parte con energía incansable, de lo contrario Satanás con su poder cruel y artero lo separará de Cristo.

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Todo cristiano debe mantenerse en estado de vigilancia constante, guardando cada avenida del alma donde Satanás pueda hallar entrada. Ha de pedir el auxilio divino y a la vez resistir resueltamente toda inclinación al pecado. Con valor, por fe, por el esfuerzo perseverante, podrá vencer. Que no olvide, sin embargo, que para obtener la victoria Cristo tiene que habitar en él y él en Cristo. 

La unión de los creyentes con Cristo conducirá, como resultado natural, a la unión entre ellos, la cual es la más duradera que pueda haber en la tierra. Somos uno en Cristo, así como Cristo es uno con el Padre. Los cristianos son ramas, y nada más que ramas, unidas a la Vid viviente. Una rama no ha de recibir su sustento de la otra. Nuestra vitalidad vendrá del tronco principal. Es sólo por medio de una unión personal con Cristo, de una comunión diaria, a cada hora con él, que podremos llevar los frutos del Espíritu Santo. 

Se ha compenetrado dentro de la iglesia de Battle Creek un espíritu que no tiene parte con Cristo. No es celo por la verdad, ni amor por la voluntad de Dios tal como se revela en su Palabra. Es más bien un espíritu de justificación propia. Os conduce a exaltar el yo por encima de Jesús y a considerar vuestras opiniones e ideas como más importantes que la unión con Cristo y del uno con el otro. Carecéis seriamente de amor fraternal. Sois una iglesia descarriada. Conocer la verdad, decir que hay unión con Cristo, y luego no llevar el fruto, no vivir en un ejercicio constante de la fe, endurece el corazón en la desobediencia y la confianza en sí mismo. Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nuestra utilidad, todo depende de nuestra unión con Cristo y del grado de fe que ejercitemos en él. He aquí la fuente de nuestro poder en el mundo. 

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Muchos de vosotros buscáis ser honrados por los demás. Pero, ¿qué es la honra o la aprobación de los hombres para el que es hijo de Dios y heredero juntamente con Cristo? ¿Qué son los placeres del mundo para el que participa diariamente del amor de Cristo que sobrepasa todo entendimiento? ¿Qué son el desprecio y la oposición de los hombres para aquel a quien Dios acepta por medio de Jesucristo? Así como la luz y las tinieblas no pueden coexistir, tampoco puede morar el egoísmo en el corazón del que ejerce fe en Cristo. La frialdad espiritual, la pereza, el orgullo y la cobardía huyen de la presencia de la fe. Aquellos que están unidos a Cristo como las ramas a la vid, ¿son capaces de hablar de todo y con todos, exceptuando a Jesús?

¿Estáis en Cristo? No lo estáis si no reconocéis que sois pecadores indefensos y condenados. Tampoco lo estáis si exaltáis y glorificáis el yo. Si hay algún bien en vosotros se debe enteramente a la misericordia de un compasivo Salvador. Vuestra cuna, vuestra reputación, vuestra riqueza, vuestros talentos, vuestras virtudes, vuestra piedad, vuestra filantropía, o cualquiera otra cosa dentro de vosotros o relacionada con vosotros, no podrá establecer un lazo de unión entre vuestra alma y Cristo. Vuestra conexión con la iglesia y la estima en que os tengan los hermanos no os servirán de nada, a menos que creáis en Cristo. No basta creer acerca de él; habéis de creer en él. Habéis de depender enteramente de su gracia salvadora. 

Muchos de vosotros en Battle Creek vivís sin oración, sin pensar en Cristo, y sin exaltarlo ante los que os rodean. No tenéis palabras para exaltar al Salvador; no hacéis obras que lo exalten. Muchos de vosotros sois tan verdaderamente desconocidos para él, como si nunca hubieseis oído su nombre. No tenéis la paz de Cristo porque carecéis del fundamento necesario para disfrutar de ella, no tenéis comunión con Dios porque no estáis unidos a Cristo. Nuestro Salvador declaró: “Nadie viene al Padre, sino por mí”. Juan 14:6. No sois útiles en la causa del Señor. Si no habitáis en mí, nada podéis hacer; nada a la vista de Dios ni nada que Cristo pueda aceptar de vuestras manos. Sin Cristo no tenéis más que una esperanza ilusoria, porque él mismo ha dejado dicho: “El que en mí no permanece, es echado fuera como el pámpano, y se seca; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden”. Juan 15:6. 

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