Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 396-405, día 305

Muchos de vuestros concilios no llevan el sello celestial. No venís a ellos como hombres que han estado en comunión con Dios y que tenéis el mismo pensamiento y misericordiosa compasión que él, sino como hombres que tienen el firme propósito de llevar a cabo sus propios planes y solucionar los asuntos conforme a sus propias ideas. Es preciso que en cada departamento de la obra se tenga el mismo pensar y el mismo espíritu de Cristo. Sois obreros de Dios; y debéis poseer cortesía y gentileza, de lo contrario no podéis representar a Jesús. 

Todos los que están empleados en nuestras instituciones deben darse cuenta de que serán una bendición o una maldición. Si desean ser una bendición, tendrán que renovar su fuerza espiritual cada día; tendrán que ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.

En medio de los cuidados de una vida activa, es a veces difícil discernir nuestras propias motivaciones, pero a diario se hace progreso hacia el bien o el mal. Los gustos (las preferencias) y las aversiones, los sentimientos personales sublevados, se abrirán paso para controlar nuestras acciones; las cosas sensuales nos cegarán. Se me ha mostrado que Jesús nos ama; pero se apena al ver la falta tan grande que hay de discernimiento y adaptabilidad en el trabajo, de sabiduría para llegar a los corazones y de identificación con los sentimientos de las demás personas. Aunque debemos cuidarnos del peligro constante de formar alianza con los enemigos de Cristo y dejarnos corromper por ellos, debemos guardarnos de apartamos del todo de los que el Señor reclama como suyos. “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Mateo 25:40. Si con un propósito serio y amante aprovechamos cada oportunidad para ayudar a levantar a los que han caído, nuestra vida no habrá sido en vano. Nuestros modales no serán ásperos, imponentes ni dictatoriales, sino que nuestras vidas tendrán la fragancia de la gracia de Cristo.

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Nuestro Padre celestial requiere que sus siervos le correspondan conforme a la medida que les ha encargado, y sus requerimientos son razonables y justos. No aceptará menos de nosotros de lo que exige; todas sus justas demandas tienen que cumplirse plenamente, o darán testimonio contra nosotros de que hemos sido pesados en la balanza y hallados faltos. Pero Jesús observa nuestros esfuerzos con el mayor interés. El sabe que los que hacen su obra son hombres que llevan todas las enfermedades de la humanidad y toma nota de sus fracasos y desilusiones con la mayor compasión. Pero los fracasos y defectos pudieran ser menores de lo que son ahora. Si marchamos en armonía con el cielo, los ángeles ministradores trabajarán con nosotros y coronarán nuestros esfuerzos con éxito.

Este es el gran día de la preparación, y la obra solemne que se está llevando a cabo arriba en el santuario debe mantenerse siempre ante la mente de los empleados de nuestras diversas instituciones. No debe permitirse que los afanes de los negocios absorban el pensamiento de tal manera que la obra que se está llevando a cabo en el cielo, que concierne a cada individuo, sea considerada con liviandad. Las escenas solemnes del juicio, del gran día de la expiación, han de mantenerse ante la atención del pueblo y grabarse en sus conciencias con ahínco y poder. El tema del santuario nos dará una visión correcta de la importancia de la obra para este tiempo. La apreciación correcta del mismo hará que los obreros de nuestras casas publicadoras muestren mayor energía y celo en sus esfuerzos por dar éxito a la obra. Que ninguno se vuelva descuidado y ciego a las necesidades de la causa y los peligros a que está expuesta cada alma. Que procure cada uno ser un canal de luz. 

En nuestras instituciones hay demasiado del yo, y muy poco de Cristo. Los ojos de todos deben estar fijos en el Redentor; el carácter de todos debiera ser como el suyo. El es el Modelo que debe imitarse, si queremos tener mentes y caracteres bien equilibrados. Su vida era como huerto del Señor, en el que crecía todo árbol agradable a la vista y bueno para comer. A la vez que albergaba en su alma todo precioso rasgo de carácter, su sensibilidad, su cortesía y amor, lo hacían allegarse con simpatía a la humanidad. El era el Creador de todas las cosas, el que sustenta a los mundos por su poder infinito. Los ángeles estaban dispuestos a rendirle homenaje y obedecer su voluntad. Sin embargo, era capaz de escuchar el balbuceo de un bebé y aceptar una alabanza infantil. Tomaba en sus brazos a los niños y los reclinaba en su pecho amoroso. Ellos se sentían perfectamente cómodos en su presencia, no queriendo salirse de sus brazos. El no veía las desilusiones y aflicciones de la humanidad como cosas de poca importancia, sino que su corazón siempre se conmovía por los sufrimientos de los que había venido a salvar.

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El mundo había perdido su dechado de bondad y se había hundido en una apostasía y corrupción moral universal; y la vida de Jesús fue de esfuerzo dedicado y abnegado para retornar al hombre a su primer estado, infundiéndole el espíritu de divina benevolencia y amor desinteresado. Aunque estaba en el mundo, él no era del mundo. Le ocasionaba continuo dolor tener que entrar en contacto con la enemistad, la depravación e impureza que Satanás había introducido; pero su obra consistía en poner al hombre en armonía con el plan divino y volver a unir la tierra con el cielo; para él no había sacrificio demasiado grande para lograr su objetivo. Fue “tentado en todo como nosotros”. Satanás estaba listo para atacarlo a cada paso, lanzándole sus más fieras tentaciones; pero él “no pecó ni fue hallado engaño en su boca”. “Fue probado mediante el sufrimiento” (Hebreos 2:18), sufrió conforme a la medida de su perfección y santidad. Pero el príncipe de las tinieblas no halló nada en él; ni un solo pensamiento o emoción respondió a la tentación. 

Su doctrina caía como la lluvia; sus palabras destilaban como el rocío. En el carácter de Cristo se mezclaba una majestad nunca antes manifestada en el hombre caído y una humildad que el hombre nunca ha desarrollado. Nunca antes había caminado entre los hombres alguien tan noble, tan puro, tan benévolo, tan consciente de su naturaleza divina; y sin embargo, tan sencillo, tan lleno de planes y buenos propósitos para la humanidad. Aborrecía el pecado, pero lloraba compadecido del pecador. No se agradaba a sí mismo. La Majestad del cielo se revistió de la humildad de un niño. Este es el carácter de Cristo. ¿Estamos nosotros siguiendo sus pisadas? Oh, mi querido Salvador, ¡cuán pobremente te representan tus profesos seguidores!

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Los negocios y la religión

Los que estan empleados en nuestras diversas instituciones -como casas editoras, escuelas y sanatorios-, deben tener una relación viva con Dios. Es especialmente importante que los obreros que administran estos ramos de la obra sean hombres que den al reino de Dios y su justicia la primera consideración. No son dignos de su posición de confianza, a menos que consulten a Dios y lleven fruto para su gloria. Deben conducirse de tal modo que honren a su Creador, se ennoblezcan ellos mismos y beneficien a sus semejantes. Todos tienen rasgos naturales que deben ser cultivados o reprimidos, puesto que facilitarán o estorbarán el crecimiento en la gracia y la profundidad de la experiencia religiosa. 

Los que se dedican a la obra de Dios no pueden servir a esta causa aceptablemente, a menos que usen lo mejor que puedan los privilegios religiosos de que disfrutan. Son como árboles plantados en el huerto del Señor; y él viene a nosotros buscando el fruto que tiene derecho a esperar. Su ojo ve a cada uno de nosotros; lee nuestro corazón y comprende nuestra vida. Esta es una inspección solemne, porque se refiere al deber y al destino; ¡y con qué interés se cumple! 

Pregúntese cada uno de aquellos a quienes han sido confiados cometidos sagrados: “¿Qué ve en mí el ojo escrutador de Dios? ¿Está mi corazón limpio de contaminación, o han llegado a estar tan profanados los atrios de su templo, tan ocupados por compradores y vendedores, que Cristo no halla cabida?” El apresuramiento de los negocios, si es continuo, apagará la espiritualidad, y desterrará a Cristo del alma. Aunque profesen la verdad, si los hombres pasan día tras día sin relación viva con Dios, serán inducidos a hacer cosas extrañas; tomarán decisiones que no concordarán con la voluntad de Dios. No hay seguridad para nuestros hermanos dirigentes mientras avancen según sus propios impulsos. No estarán unidos con Cristo, no obrarán en armonía con él. No podrán ver ni comprender las necesidades de la causa y Satanás los inducirá a asumir actitudes que estorbarán y molestarán. 

Hermanos míos, ¿estáis cultivando la devoción? ¿Se destaca vuestro amor por las cosas religiosas? ¿Estáis viviendo por la fe y venciendo al mundo? ¿Asistís al culto público de Dios? ¿Se oye vuestra voz en las reuniones de oración y testimonio? ¿Celebráis el culto en vuestra familia? ¿Reunís a vuestros hijos mañana y noche y presentáis sus casos a Dios? ¿Les instruís acerca de cómo seguir al Cordero? Si vuestra familia es irreligiosa, testifica de vuestra negligencia e infidelidad. Si, mientras estáis relacionados con la causa sagrada de Dios, vuestros hijos son negligentes, irreverentes y no tienen amor por las reuniones religiosas ni la verdad sagrada, es algo triste. Una familia tal ejerce influencia contra Cristo y la verdad; pues dice Cristo: “El que no es conmigo, contra mí es” Mateo 12:30.

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La negligencia religiosa en el hogar, el descuidar la educación de los hijos, es algo que desagrada mucho a Dios. Si uno de vuestros hijos estuviese en el río, luchando con las ondas, y en inminente peligro de ahogarse, ¡qué conmoción se produciría! ¡Qué esfuerzos se harían, qué oraciones se elevarían, qué entusiasmo se manifestaría para salvar esa vida humana! Pero aquí están vuestros hijos sin Cristo, y sus almas no están salvas. Tal vez son hasta groseros y descorteses, un oprobio para el nombre adventista. Perecen sin esperanza y sin Dios en el mundo, y vosotros sois negligentes y despreocupados. 

¿Qué ejemplo dais a vuestros hijos? ¿Qué orden tenéis en casa? Debéis enseñar a vuestros hijos a ser bondadosos, serviciales, accesibles a las súplicas, y sobre todo lo demás respetuosos de las cosas religiosas, y deben sentir la importancia de los requerimientos de Dios. Se les debe enseñar a respetar la hora de la oración; se debe exigir que se levanten por la mañana para estar presentes en el culto familiar.

Los padres y las madres que ponen a Dios en primer lugar en su familia, que enseñan a sus hijos que el temor del Señor es el principio de la sabiduría, glorifican a Dios delante de los ángeles y delante de los hombres, presentando al mundo una familia bien ordenada y disciplinada, una familia que ama y obedece a Dios, en lugar de rebelarse contra él. Cristo no es un extraño en sus hogares; su nombre es un nombre familiar, venerado y glorificado. Los ángeles se deleitan en un hogar donde Dios reina supremo, y donde se enseña a los niños a reverenciar la religión, la Biblia y al Creador. Las familias tales pueden aferrarse a la promesa: “Yo honraré a los que me honran”. 1 Samuel 2:30. Y cuando de un hogar tal sale el padre a cumplir sus deberes diarios, lo hace con un espíritu enternecido y subyugado por la conversación con Dios. El es cristiano, no sólo en lo que profesa, sino en sus negocios y en todas sus relaciones comerciales. Hace su trabajo con fidelidad, sabiendo que el ojo de Dios está sobre él.

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En la iglesia su voz no guarda silencio. Tiene palabras de gratitud y estímulo que pronunciar; porque es un cristiano que crece, tiene una experiencia renovada cada día. Es un obrero activo en la iglesia, y ayuda, trabajando para la gloria de Dios y la salvación de sus semejantes. Se sentiría condenado y culpable delante de Dios si no asistiese al culto público y no aprovechase los medios que le habilitan para prestar un servicio mejor y más eficaz en la causa de la verdad. 

Dios no queda glorificado cuando los hombres de influencia se transforman en meros negociantes, o ignoran los intereses eternos, que son más duraderos, y son tanto más nobles y elevados que los temporales. ¿Dónde debiera ejercerse el mayor tacto y habilidad, sino en las cosas imperecederas, tan duraderas como la eternidad? Hermanos, desarrollad vuestro talento para servir al Señor; manifestad tanto tacto y capacidad al trabajar para la edificación de la causa de Cristo como lo hacéis en las empresas mundanales. 

Lamento decir que hay gran falta de fervor e interés en las cosas espirituales, de parte de las cabezas de muchas familias. Hay algunos que se encuentran rara vez en la casa de culto. Presentan una excusa, luego otra, y aun otra, por su ausencia; pero la verdadera razón es que su corazón no tiene inclinación religiosa. No cultivan un espíritu de devoción en la familia. No crían a sus hijos en la enseñanza y la admonición del Señor. Esos hombres no son lo que Dios quisiera que fuesen. No tienen relación viva con él; son puramente negociantes. No tienen espíritu conciliador; hay tanta falta de mansedumbre, bondad y cortesía en su conducta que sus motivos se prestan a ser mal interpretados, y hasta se habla mal del bien que realmente poseen. Si pudiesen darse cuenta de cuán ofensiva es su conducta a la vista de Dios, harían un cambio. 

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La obra de Dios debiera ser hecha por hombres que tienen una experiencia diaria y viva en la religión de Cristo. “Sin mí -dice Cristo-, nada podéis hacer”. Juan 15:5. Ninguno de nosotros está libre del poder de la tentación. Todos los que están relacionados con nuestras instituciones, nuestras asociaciones y empresas misioneras, pueden estar siempre seguros de que tienen un poderoso enemigo, cuyo objeto constante consiste en separarlos de Cristo, su fuerza. Cuanto mayor sea la responsabilidad del puesto que ocupan, tanto más feroces serán los ataques de Satanás; porque él sabe que si puede inducirlos a seguir una conducta censurable, otros seguirán su ejemplo. Pero los que están continuamente aprendiendo en la escuela de Cristo, podrán seguir un camino moderado, y los esfuerzos de Satanás para desequilibrarlos serán derrotados.

La tentación no es pecado. Jesús era santo y puro; sin embargo fue tentado en todo como nosotros, pero con una fuerza y un poder que nunca el hombre tendrá que soportar. En su resistencia triunfante, nos ha dejado un hermoso ejemplo, a fin de que sigamos sus pisadas. Si tenemos confianza en nosotros mismos y nos consideramos justos, se nos dejará caer bajo el poder de la tentación; pero si miramos a Jesús y confiamos en él, invocaremos en nuestra ayuda un poder que ha vencido al enemigo en el campo de batalla, y con toda tentación nos dará una vía de salida. Cuando Satanás viene como una inundación, debemos arrostrar sus tentaciones con la espada del Espíritu, y Jesús nos ayudará y levantará bandera contra él. El padre de la mentira tiembla cuando la verdad de Dios, con poder ardiente, le es arrojada a la cara. 

Satanás hace cuanto puede para apartar de Dios a la gente; y tiene éxito cuando la vida religiosa está ahogada en las actividades comerciales, cuando puede absorber de tal manera la mente con los negocios que no se toma tiempo para leer la Biblia, para orar en secreto, para mantener ardiente sobre el altar mañana y noche la ofrenda de alabanza y agradecimiento. ¡Cuán pocos se dan cuenta de las trampas del gran engañador! ¡Cuántos ignoran sus designios!

Cuando nuestros hermanos se ausentan voluntariamente de las reuniones religiosas, cuando no piensan en Dios ni le veneran, cuando no le eligen como su consejero y su fuerte torre de defensa, ¡cuán pronto los pensamientos seculares y la perversa incredulidad penetran en su vida y la vana confianza y la filosofía acuden a reemplazar la fe humilde y confiada! Con frecuencia se estiman las tentaciones como la voz del verdadero Pastor, porque los hombres se han separado de Jesús. No pueden estar seguros un momento, a menos que alberguen buenos principios en el corazón, y los apliquen en toda transacción comercial.

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“Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada”. Santiago 1:5. Esta promesa es de más valor que el oro o la plata. Si con corazón humilde buscamos la dirección divina en toda dificultad y perplejidad, tenemos la promesa de su Palabra de que obtendremos misericordiosa respuesta. Y su palabra nunca faltará. El cielo y la tierra pasarán, pero su palabra nunca pasará. Confiemos en el Señor, y nunca seremos confundidos o avergonzados. “Mejor es esperar en Jehová que esperar en hombre. Mejor es esperar en Jehová que esperar en príncipes”. Salmos 118:8, 9. 

Cualquiera sea la posición que ocupemos en la vida, cualquiera sea nuestro quehacer, debemos ser bastante humildes para sentir nuestra necesidad de ayuda; debemos apoyamos implícitamente en las enseñanzas de la Palabra de Dios, reconocer su providencia en todas las cosas, y ser fieles en expresar en oración el sentimiento de nuestras almas. Apoyaos en vuestro propio entendimiento, amados hermanos, mientras os abrís paso en el mundo, y cosecharéis tristeza y desilusión. Confiad en el Señor con todo vuestro corazón, y él guiará vuestros pasos con sabiduría, y vuestros intereses estarán seguros para este mundo y para el venidero. Necesitáis luz y conocimiento. Tomaréis consejo de Dios o de vuestro corazón; andaréis a la luz de las chispas de vuestro propio fuego, u os allegaréis a la luz divina del Sol de justicia. 

No actuéis por motivos de política. El gran peligro de nuestros hombres de negocios y de los que ocupan puestos de responsabilidad, es que lleguen a apartarse de Cristo para obtener alguna ayuda fuera de él. Pedro no habría sido abandonado hasta revelar tanta debilidad e insensatez, si no hubiese buscado, por el acomodo o la política, evitar el oprobio y el desprecio, la persecución y el ultraje. Sus más altas esperanzas estaban concentradas en Cristo; pero cuando le vio humillado, dejó penetrar la incredulidad en su corazón. Cayó bajo el poder de la tentación, y en vez de mostrar su fidelidad en la crisis, negó perversamente a su Señor. 

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A fin de ganar dinero, muchos se separan de Dios e ignoran sus intereses eternos. Siguen la misma conducta que el hombre mundano, maquinador; pero Dios no está en esto, es una ofensa para él. El quisiera que ellos fuesen prontos para idear y ejecutar planes; pero todos los asuntos comerciales deben ser manejados en armonía con la gran ley moral de Dios. Los principios del amor a Dios y al prójimo deben ser aplicados en todos los actos de la vida diaria, tanto en los más pequeños como en los más grandes. Debe haber un deseo de hacer más que pagar el diezmo de la menta, el anís y el comino; y las cosas mayores de la ley: el juicio, la misericordia y el amor de Dios, no deben ser descuidadas; porque el carácter personal de todo aquel que está relacionado con la obra deja su impresión sobre ella. 

Hay hombres y mujeres que lo han dejado todo por Cristo. Consideraron sus propios intereses temporales, su propio goce de la sociedad y la familia, de menor importancia que los intereses del reino de Dios. No dieron a las casas y tierras, a los parientes y amigos, por queridos que fueran, el primer lugar en sus afectos, para dejar el segundo a la causa de Dios. Los que hacen esto, que dedican su vida al progreso de la verdad, a traer muchos hijos e hijas a Dios, tienen la promesa de que recibirán cien veces tanto en esta vida, y en el mundo venidero la vida eterna. Los que trabajan desde un punto de vista noble y con motivos abnegados serán consagrados a Dios, en cuerpo, alma y espíritu. No ensalzarán al yo; no se sentirán competentes para asumir responsabilidades; pero no se negarán a llevar las cargas, porque tendrán el deseo de hacer cuanto pueden hacer. No estudiarán su propia conveniencia; lo que ellos preguntan es: ¿Cuál es mi deber? 

Cuanta más responsabilidad implique el puesto, tanto más esencial es que la influencia sea correcta. Cada hombre a quien Dios eligió para hacer una obra especial viene a ser blanco de Satanás. Las tentaciones le apremiarán de todas partes; porque nuestro vigilante enemigo sabe que su conducta ejerce una influencia que modela a otros. Estamos en medio de los peligros de los últimos días, y Satanás ha descendido con grande ira, sabiendo que le queda poco tiempo. Trabaja con toda operación de iniquidad; pero el cielo está abierto para todo aquel que confía en Dios. La única seguridad para cualquiera de nosotros consiste en aferrarnos a Jesús, y en no permitir que cosa alguna separe al alma de su poderoso Ayudador.

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Los que tienen solamente una forma de piedad, y, sin embargo, están relacionados con la causa en forma comercial, han de ser temidos. Traicionarán seguramente su cometido. Serán vencidos por los designios del tentador y harán peligrar la causa de Dios. Serán tentados a dejar predominar el yo; se despertará en ellos un espíritu intolerante y censurador, y en muchos casos carecerán de consideración y compasión hacia aquellos a quienes se necesitaría tratar con ternura reflexiva. 

“Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Gálatas 6:7. ¿Qué semilla estamos esparciendo? ¿Cuál será nuestra siega para el tiempo y la eternidad? A cada hombre el Maestro le ha asignado su trabajo, según su capacidad. ¿Estamos sembrando la semilla de verdad y justicia, o la de incredulidad, desafecto, malas sospechas y amor al mundo? El que esparce mala semilla puede discernir la naturaleza de su obra, y arrepentirse y ser perdonado. Pero el perdón del Maestro no cambia el carácter de la semilla sembrada, ni hace de los cardos y espinas trigo precioso. El sembrador puede ser salvado como a través del fuego; pero cuando llegue el tiempo de la siega, habrá solamente cizaña venenosa donde debieran ondear campos de trigo. Lo que se sembró con perversa negligencia hará su obra de muerte. Este pensamiento entristece mi corazón. Si todos los que profesan creer la verdad sembrasen las preciosas semillas de bondad, amor, fe y valor, habría melodía para Dios en su corazón mientras van recorriendo el camino hacia arriba, y se regocijarían en los brillantes rayos del Sol de justicia, y en el día de la gran reunión final recibirían una recompensa eterna. 

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