Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 434-443, día 309

Recordad que vuestra responsabilidad no se mide por vuestros actuales recursos y capacidades, sino por las facultades originalmente concedidas y las posibilidades de mejorarlas. La pregunta que cada uno debe hacerse no se refiere a si él es ahora inexperto e inepto para trabajar en la causa de Dios, sino cómo y por qué se halla en esa condición, y cómo puede ser remediada. Dios no nos dotará en forma sobrenatural de las cualidades de que carecemos; pero mientras ejercemos la habilidad que tenemos, él obrará con nosotros para aumentar y fortalecer toda facultad; nuestras energías dormidas serán despertadas, y las facultades que han estado paralizadas durante mucho tiempo recibirán nueva vida. 

Mientras estamos en el mundo, debemos tratar con las cosas del mundo. Siempre será necesaria la transacción de negocios temporales de carácter secular; pero éstos no deben llegar a absorberlo todo. El apóstol Pablo formuló una regla segura: “En el cuidado no perezosos; ardientes en espíritu; sirviendo al Señor”. Romanos 12:11. Los deberes humildes y comunes de la vida han de cumplirse todos con fidelidad; “con buena voluntad”, dice el apóstol, “como al Señor”. Efesios 6:7. Cualquiera sea nuestro ramo de trabajo, en la casa, en el campo, o en las actividades intelectuales, podemos cumplirlo para gloria de Dios, mientras damos a Cristo el primero, el último y el mejor lugar en todo. Pero, además de esos empleos mundanales, ha sido dado a cada discípulo de Cristo un trabajo especial para edificar su reino, un trabajo que requiere esfuerzo personal para la salvación de los hombres. No es una obra que haya de ser cumplida una vez por semana simplemente, en el local del culto, sino en todo tiempo y en todo lugar. 

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Cada uno de los que se vinculan con la iglesia hace por ese hecho un voto solemne de trabajar para el bien de la iglesia, y de juzgar este interés como superior a toda consideración mundanal. Le toca conservar una relación viva con Dios, dedicarse con corazón y alma al gran plan de la redención y manifestar, en su vida y carácter, la excelencia de los mandamientos de Dios en contraste con las costumbres y los preceptos del mundo. Toda persona que ha profesado aceptar a Cristo se ha comprometido a ser todo lo que puede ser como obrero espiritual, a ser activa, celosa y eficiente en el servicio de su Maestro. Cristo espera que cada hombre haga su deber. Sea éste el santo y seña de todas las filas de sus discípulos. 

Para impartir luz, no hemos de esperar que se nos solicite e importune para dar consejo o instrucción. Cada uno de los que reciben los rayos del Sol de justicia ha de reflejar su brillo sobre cuantos le rodean. Su religión debe ejercer una influencia decidida y positiva. Sus oraciones y súplicas deben estar de tal manera impregnadas del Espíritu Santo que enternezcan y subyuguen el alma. Dijo Jesús: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:16. 

Sería mejor para un mundano nunca haber visto a quien profese religión que haber estado bajo la influencia de quien ignora el poder de la piedad. Si Cristo fuese nuestro modelo, su vida nuestra regla, ¡qué celo se manifestaría, qué esfuerzos se harían, qué generosidad se ejercería, qué abnegación se practicaría! ¡Cuán incansablemente trabajaríamos, qué fervientes peticiones por poder y sabiduría elevaríamos a Dios! Si todos los que profesan ser hijos de Dios sintieran que es su ocupación principal hacer la obra que él les ordenó, si trabajasen abnegadamente en su causa, ¡qué cambio se vería en los corazones y hogares, en las iglesias, sí, en el mundo mismo! 

En toda época, los que siguieron a Cristo necesitaron vigilancia y fidelidad; pero ahora, estando en el mismo umbral del mundo eterno y teniendo las verdades que tenemos, tanta luz y una obra tan importante, debemos duplicar nuestra diligencia. Cada uno ha de obrar hasta lo sumo de su capacidad. Hermano mío, usted hace peligrar su salvación si retrocede ahora. Dios le pedirá cuenta si no hace el trabajo que le asignó. ¿Conoce usted la verdad? Comuníquela a otros. 

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¿Qué puedo decir para despertar a nuestras iglesias? ¿Qué puedo decir a los hermanos que han desempeñado una parte destacada en la proclamación del postrer mensaje? “El Señor viene”, debe ser el testimonio dado, no sólo por los labios, sino por la vida y el carácter; pero muchos de los individuos a quienes Dios ha dado luz y conocimiento, talentos de influencia y recursos, son hombres que no aman la verdad ni la practican. Han bebido tan ávidamente de la copa intoxicante del egoísmo y la mundanalidad que se han embriagado con los cuidados de esta vida. 

Hermanos, si continuáis siendo tan ociosos y mundanos y tan egoístas como antes, Dios os pasará seguramente por alto, y tomará a los que tienen menos cuidado de sí mismos, son menos ambiciosos de honores mundanales, y no vacilarán como no vaciló su Maestro, en cuanto a salir del campamento cargados de oprobio. La obra será dada a quienes la acepten, la aprecien y entretejan sus principios con su experiencia diaria. Dios elegirá a hombres humildes, que traten de glorificar su nombre y de hacer progresar su causa, más bien que honrarse y favorecerse a sí mismos. El suscitará hombres que no tengan tanta sabiduría mundanal, pero que estén relacionados con él, que busquen fuerza y consejo de lo alto. 

Algunos de nuestros hermanos dirigentes se inclinan a manifestar el espíritu que manifestó el apóstol Juan cuando dijo: “Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros”. Lucas 9:49. La organización y la disciplina son esenciales, pero hay ahora gran peligro de apartarse de la sencillez del Evangelio de Cristo. Lo que necesitamos es depender menos de las meras formas y ceremonias, y mucho más del poder de la verdadera piedad. Si su vida y carácter son ejemplares, trabajen todos los que quieran, cualquiera que sea su capacidad. Aunque no se conformen exactamente a vuestros métodos, no debéis decir una sola palabra para condenarlos o desalentarlos. Cuando los fariseos deseaban que Jesús hiciese callar alos niños que cantaban sus alabanzas, el Salvador dijo: “Si éstos callaren, las piedras clamarán”. Lucas 19:40. 

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La profecía debía cumplirse. Así también en estos días, la obra debe ser hecha. Hay muchos ramos en la obra: desempeñe cada uno una parte lo mejor que pueda. El hombre que tiene un talento no debe ir a enterrarlo. Dios ha dado a cada uno su trabajo, según su capacidad. Aquellos a quienes han sido confiados cometidos y capacidades mayores, no deben tratar de hacer callar a otros que son menos capaces o expertos. Los hombres que tienen un talento pueden alcanzar una clase de personas que aquellos que tienen dos o cinco talentos no pueden alcanzar. Grandes y pequeños por igual, son vasos elegidos para llevar el agua de la vida a las almas sedientas. No repriman los predicadores al obrero más humilde, diciendo: “Usted debe trabajar en este ramo, o no trabajar en absoluto”. Dejadlos libres, hermanos. Haga cada uno en su propia esfera, con su propia armadura puesta, cuanto pueda en su manera humilde. Fortaleced sus manos en la obra. Este no es un tiempo en que haya de predominar el farisaísmo. Dejad trabajar a Dios por medio de quienes quiera. El mensaje debe pregonarse.

Todos han de demostrar su fidelidad a Dios por el uso prudente del capital que les ha sido confiado, no sólo en recursos, sino en cualquier don que tienda a la edificación de su reino. Satanás empleará todo designio posible para impedir que la verdad llegue a aquellos que están sumidos en el error; pero la voz de la amonestación y la súplica debe llegarles. Y aunque son tan sólo pocos los que están empeñados en esta obra, millares debieran estar tan interesados como ellos. 

Dios no quiso nunca que los miembros laicos de la iglesia se excusasen de trabajar en su causa. “Id también vosotros a mi viña” (Mateo 20:4), es la orden del Maestro a cada uno de los que le siguen. Mientras en el mundo haya almas que no se han convertido, deben hacerse los esfuerzos más activos, fervientes, celosos y resueltos para su salvación. Los que han recibido la luz deben tratar de iluminar a los que no la poseen. Si los miembros de la iglesia no emprenden individualmente esta obra, demuestran que no tienen relación viva con Dios. Su nombre está registrado como el de siervos perezosos. ¿No podéis discernir la razón por la cual no hay más espiritualidad en nuestras iglesias? Es porque no colaboráis con Cristo. 

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Dios ha dado a cada hombre su trabajo. Espere cada uno en Dios, y él nos enseñará a trabajar, y nos mostrará qué obra somos más aptos para cumplir. Sin embargo, nadie debe empezar con un espíritu independiente, para promulgar nuevas teorías. Los obreros deben estar en armonía con la verdad y con sus hermanos. Debe haber consultas y cooperación. Pero no han de sentir que a cada paso deban aguardar para preguntar a algún oficial superior si pueden hacer esto o aquello. No miréis al hombre para ser guiados, sino al Dios de Israel. 

La obra que la iglesia no ha hecho en tiempo de paz y prosperidad, tendrá que hacerla durante una terrible crisis, en las circunstancias más desalentadoras y prohibitivas. Las amonestaciones que la conformidad al mundo ha hecho callar o retener, deberán darse bajo la más fiera oposición de los enemigos de la fe. Y en ese tiempo la clase superficial y conservadora, cuya influencia impidió constantemente los progresos de la obra, renunciará a la fe y se colocará con sus enemigos declarados, hacia los cuales sus simpatías han estado tendiendo durante mucho tiempo. Esos apóstatas manifestarán entonces la más acerba enemistad y harán cuanto puedan para oprimir y vilipendiar a sus antiguos hermanos, y para excitar la indignación contra ellos. Ese día está por sobrecogernos. 

Los miembros de la iglesia serán probados individualmente. Serán puestos en circunstancias donde se verán obligados a dar testimonio por la verdad. Muchos serán llamados a hablar ante concilios y tribunales, tal vez por separado y a solas. Descuidaron de obtener la experiencia que les habría ayudado en esta emergencia, y su alma queda recargada de remordimiento por las oportunidades desperdiciadas y los privilegios descuidados.

Hermano mío, hermana mía, meditad en estas cosas, os lo ruego. Cada uno de vosotros tiene una obra que hacer. Vuestra fidelidad y negligencia son anotadas contra vosotros en el libro mayor del cielo. Habéis cercenado vuestras facultades, y disminuído vuestra capacidad. Carecéis de la experiencia y eficiencia que podríais tener. Pero antes de que sea demasiado tarde, os ruego que despertéis. No demoréis más. El día está casi terminado. El sol poniente se está por esconder para siempre de vuestra vista. Mientras la sangre de Cristo intercede, podéis hallar perdón. Recurrid a todas las energías del alma, dedicad a trabajar fervientemente para Dios y para vuestros semejantes las pocas horas que quedan.

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Mi corazón está conmovido hasta lo sumo. Las palabras son inadecuadas para expresar mis sentimientos mientras intercedo por las almas que perecen. ¿Deberé interceder en vano? Como embajadora de Cristo, quisiera incitaros a trabajar como nunca habéis trabajado. Vuestro deber no puede ser transferido a otro. Nadie sino vosotros mismos puede realizar vuestra obra. Si retenéis vuestra luz, alguien quedará en tinieblas por vuestra negligencia. 

La eternidad se extiende delante de nosotros. El telón está por alzarse. Los que ocupamos esta posición de solemne responsabilidad, ¿qué estamos haciendo, qué estamos pensando, que nos aferramos a nuestro egoísta amor a la comodidad, mientras las almas están pereciendo en derredor nuestro? ¿Se han encallecido completamente nuestros corazones? ¿No podemos sentir o comprender que debemos hacer una obra en favor de la salvación de los demás? Hermanos, ¿sois de la clase que teniendo ojos no ve, y teniendo oídos no oye? ¿Os ha dado Dios en vano el conocimiento de su voluntad? ¿Os ha mandado en vano amonestación tras amonestación? ¿Creéis las declaraciones de la verdad eterna concernientes a lo que está por sobrevenir a la tierra? ¿Creéis que los juicios de Dios están pendientes sobre la gente, y podéis, sin embargo, permanecer tranquilos, indolentes, negligentes, amando los placeres? 

No es ahora tiempo para que el pueblo de Dios fije sus afectos o se haga tesoros en el mundo. No está lejano el tiempo en que, como los primeros discípulos, seremos obligados a buscar refugio en lugares desolados y solitarios. Así como el sitio de Jerusalén por los ejércitos romanos fue la señal para que huyesen los cristianos de Judea, así la asunción de poder por parte de nuestra nación [los Estados Unidos], con el decreto que imponga el día de descanso papal, será para nosotros una amonestación. Entonces será tiempo de abandonar las grandes ciudades, y prepararnos para abandonar las menores en busca de hogares retraídos en lugares apartados entre las montañas. 

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Y ahora, en vez de buscar costosas moradas aquí, debemos preparamos para trasladarnos a una patria mejor, la celestial. En vez de gastar nuestros recursos en la complacencia propia, debemos buscar la economía. Cada talento prestado por Dios debe ser empleado para su gloria en amonestar al mundo. Dios tiene una obra para sus colaboradores en las ciudades. Nuestras misiones deben ser sostenidas y deben abrirse nuevas. El llevar a cabo esta obra con éxito requerirá desembolsos no pequeños. Se necesitan casas de culto, donde la gente pueda ser invitada a oír las verdades para este tiempo. Con este mismo fin, Dios confió capital a sus mayordomos. No dejéis que vuestras propiedades estén inmovilizadas en empresas terrenales de carácter mundanal, de manera que esta obra sea impedida. Colocad vuestros recursos donde podáis manejarlos para beneficio de la causa de Dios. Enviad vuestros tesoros delante de vosotros al cielo. 

Los miembros de la iglesia deben mantenerse individualmente, con todo lo que poseen, sobre el altar de Dios. Ahora, como nunca antes, se aplica la amonestación del Salvador: “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejecen, tesoro en los cielos que nunca falta; donde ladrón no llega ni polilla corrompe. Porque donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón” Lucas 12:33, 34. Los que inmovilizan sus recursos en grandes casas, en tierras, en empresas mundanales, dicen por sus acciones: “Dios no los puede tener; los quiero para mí”. Han envuelto su único talento en un lienzo, y lo han ocultado en la tierra. Los tales tienen motivo para alarmarse. 

Hermanos, Dios no nos ha confiado recursos para que los dejemos ociosos, ni para que los retengamos codiciosamente o los ocultemos, sino para que los empleemos en hacer progresar su causa, en salvar las almas de los que perecen. No es ahora tiempo para invertir dinero del Señor en vuestros costosos edificios y vuestras grandes empresas, mientras su causa se ve estorbada y debe avanzar mendigando, con su tesorería suplida a medias. El Señor no aprueba esa manera de trabajar. Recordad que se acerca rápidamente el día en que se dirá: “Da cuenta de tu mayordomía”. Lucas 16:2. ¿No podéis discernir las señales de los tiempos? 

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Cada día que pasa nos acerca más al grande e importante día final. Estamos un año más cerca del juicio, más cerca de la eternidad, de lo que estábamos al principio de 1884. ¿Nos estamos acercando también más a Dios? ¿Estamos velando en oración? Otro año del tiempo en que podemos trabajar ha pasado a la eternidad. Cada día hemos estado asociados con hombres y mujeres que van encaminados hacia el juicio. Cada día puede haber sido la línea divisoria para algún alma; alguno puede haber hecho la decisión que determinará su destino futuro. ¿Cuál ha sido nuestra influencia sobre estos compañeros de viaje? ¿Qué esfuerzos hemos hecho para llevarlos a Cristo? 

Es algo solemne morir, pero es mucho más solemne vivir. Cada pensamiento, palabra y acción de nuestra vida volverá a confrontarnos. Tendremos que seguir siendo durante toda la eternidad lo que nos hayamos hecho durante el tiempo de gracia. La muerte provoca la disolución del cuerpo, pero no produce cambio alguno en nuestro carácter, ni lo cambia tampoco la venida de Cristo; tan sólo lo fija para siempre sin posibilidad de cambio. 

Vuelvo a invitar a los miembros de la iglesia a ser cristianos, a ser como es Cristo. Jesús no trabajaba para sí mismo sino para los demás. Trabajaba para bendecir y salvar a los perdidos. Si sois cristianos, imitaréis su ejemplo. El echó el fundamento, y nosotros edificamos con él. Pero ¿qué material estamos poniendo sobre este fundamento? “La obra de cada uno se hará manifiesta: porque el día la declarará, porque por el fuego será revelada”. 1 Corintios 3:13. Si estáis dedicando toda vuestra fuerza y talento a las cosas de este mundo, el trabajo de vuestra vida está representado por madera, heno y hojarasca, que serán consumidos por el fuego en el postrer día. Pero la labor abnegada por Cristo y la vida futura será como oro y plata y piedras preciosas; es imperecedera. 

Hermanos y hermanas, despertad, os ruego, del sueño mortal. Es demasiado tarde para dedicar la fuerza del cerebro, de los huesos y de los músculos a servir al yo. No permitáis que el último día os halle privados del tesoro celestial. Tratad de fomentar los triunfos de la cruz, de iluminar las almas, de trabajar por la salvación de vuestros semejantes, y vuestra obra soportará la prueba del fuego. 

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“Si permaneciere la obra de alguno… recibirá recompensa”. 1 Corintios 3:14. Gloriosa será la recompensa concedida cuando los obreros fieles sean congregados en derredor del trono de Dios y el Cordero. Cuando Juan, en su estado mortal, contempló la gloria de Dios, cayó como muerto; no pudo soportar esa visión. Cuando lo mortal se haya vestido de inmortalidad, los redimidos serán como Jesús, porque le verán tal cual es. Estarán delante del trono, lo cual significa que habrán sido aceptados. Todos sus pecados habrán sido borrados, todas sus transgresiones, disipadas. Entonces podrán mirar sin velo la gloria del trono de Dios. Habrán sido participantes con Cristo en sus sufrimientos, habrán trabajado juntamente con él en el plan de la redención, y habrán de participar con él en el gozo de contemplar las almas salvadas por su medio para que alaben a Dios durante toda la eternidad. 

Josué y el ángel

Si el velo que separa el mundo visible del invisible pudiese alzarse, y los hijos de Dios pudiesen contemplar la gran controversia que se riñe entre Cristo y los ángeles santos y Satanás y sus huestes perversas en torno a la redención del hombre; si pudiesen comprender la admirable obra que Dios realiza para rescatar las almas de la servidumbre del pecado, y el constante ejercicio de su poder para protegerlas de la malicia del maligno, estarían mejor preparados para resistir los designios de Satanás. Su mente se llenaría de solemnidad en vista de la vasta extensión e importancia del plan de la redención y la magnitud de la obra que tienen delante de sí como colaboradores de Cristo. Quedarían humillados aunque estimulados, sabiendo que todo el cielo se interesa en su salvación. 

En la profecía de Zacarías se nos da una muy vigorosa e impresionante ilustración de la obra de Satanás y la de Cristo, y del poder de nuestro Mediador para vencer al acusador de su pueblo. En santa visión, el profeta contempla a Josué, el sumo sacerdote, “vestido de vestimentas viles”, de pie “delante del ángel” (Zacarías 3:3), suplicando la misericordia de Dios en favor de su pueblo que se halla profundamente afligido. Satanás está a su diestra para resistirle. Por haber sido elegido Israel para conservar el conocimiento de Dios en la tierra, había sido, desde el mismo principio de su existencia como nación, el objeto especial de la enemistad de Satanás, y éste se habría propuesto causar su destrucción. No podía hacerles daño mientras los hijos de Israel fueran obedientes a Dios; por lo tanto había dedicado todo su poder y astucia a inducirlos a pecar. Seducidos por sus tentaciones, habían transgredido la ley de Dios y, habiéndose separado así de la Fuente de su fuerza, se les había dejado caer presa de sus enemigos paganos. Fueron llevados en cautiverio a Babilonia, y permanecieron allí muchos años. Sin embargo, el Señor no los abandonó. Les envió sus profetas con reproches y amonestaciones. El pueblo despertó, vio su culpabilidad, se humilló delante de Dios, y volvió a él con verdadero arrepentimiento. Entonces el Señor le envió mensajes de aliento, declarando que le libraría del cautiverio y le devolvería su favor. Esto era lo que Satanás quería resueltamente impedir. Un remanente de Israel había vuelto ya a su patria, y Satanás estaba tratando de inducir a las naciones paganas, que eran sus agentes, a destruirlo completamente. 

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Mientras Josué suplica humildemente que Dios cumpla sus promesas, Satanás se levanta osadamente para resistirle. Señala las transgresiones de los hijos de Israel como razón por la cual no se les podía devolver el favor de Dios. Los pide como su presa y exige que le sean entregados para ser destruídos. 

El sumo sacerdote no puede defenderse a sí mismo ni a su pueblo de las acusaciones de Satanás. No sostiene que Israel esté libre de culpas. En sus andrajos sucios, que simbolizan los pecados del pueblo, que él lleva como su representante, está delante del ángel, confesando su culpa, señalando, sin embargo, su arrepentimiento y humillación, fiando en la misericordia de un Redentor que perdona el pecado; y con fe se aferra a las promesas de Dios. 

Entonces el ángel, que es Cristo mismo, el Salvador de los pecadores, hace callar al acusador de su pueblo, declarando: “Jehová te reprenda, oh Satán; Jehová, que ha escogido a Jerusalén, te reprenda. ¿No es éste tizón arrebatado del incendio?” Zacarías 3:2. Israel había estado durante largo tiempo en el horno de la aflicción. A causa de sus pecados, había sido casi completamente consumido en la llama encendida por Satanás y sus agentes para destruirlo; pero Dios había intervenido ahora para librarle. El compasivo Salvador no dejará a su pueblo penitente y humillado, bajo el cruel poder de los paganos. “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare”. Isaías 42:3.

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