¿Se les dará una aplicación falsa a las facultades mentales y del alma? ¿Se dejarán perder las oportunidades? ¿Se seguirá una forma y una rutina día tras día, sin lograr nada? Oh, ¡despertad, despertad, maestros y alumnos, antes de que sea demasiado tarde! Despertad antes de que escuchéis de labios pálidos y agonizantes el terrible lamento: “Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos”. Jeremías 8:20.
¿Se pulen los dones y los talentos de cada educador para el mayor bien de los alumnos? ¿Quién está atento a los momentos favorables para pronunciar palabras de bondad y de amor? ¿A quién le gusta contar la historia de Aquel que tanto amó al mundo que dio su vida para redimir al pecador perdido y hundido? Preparad a la juventud, amoldad el carácter, educad, educad, educad, para la vida inmortal del futuro. Orad a menudo. Rogad a Dios que os dé un espíritu de suplicación. No sintáis que vuestra labor como maestros ha concluido a menos que podáis conducir a vuestros alumnos a la fe en Cristo y al amor por él. Que el amor de Cristo colme vuestras propias almas, y luego inconscientemente lo enseñaréis a los demás. Cuando vosotros como instructores os entreguéis sin reservas a Jesús para que él os conduzca, os guíe, os controle, no fracasaréis. Enseñad a los alumnos a ser cristianos. Esta es la labor más grande que tenéis por delante. Presentaos ante Dios; él escucha y contesta las oraciones. Abandonad las indagaciones, las dudas, la incredulidad. Enseñad sin aspereza. No seáis demasiado exigentes, sino antes cultivad una simpatía y un amor tierno. Sed alegres. No regañéis, no censuréis con mucha severidad; sed firmes, sed amplios, sed semejantes a Cristo, compasivos, corteses. “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
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No puedo expresaros el intenso deseo de mi alma de que todos busquéis al Señor de la manera más dedicada mientras puede ser hallado. Estamos en el día de la preparación de Dios. Que a nada se le dé tanta importancia como para apartar las mentes de la obra de preparación para el gran día del juicio. Preparaos. No permitáis que la incredulidad fría mantenga vuestras almas apartadas de Dios, sino permitid que su amor arda sobre el altar de vuestros corazones.
La apariencia del mal
Me siento instada a dirigirme a los que están empeñados en dar el último mensaje de amonestación al mundo. El que aquellos por quienes trabajen vean y acepten la verdad depende mucho de los obreros individualmente. La orden de Dios es: “Limpiaos los que lleváis los vasos de Jehová”. Isaías 52:11. Y Pablo encarga a Timoteo: “Ten cuidado de tí mismo y de la doctrina”. 1 Timoteo 4:16. La obra debe principiar con el obrero; éste debe estar unido con Cristo como el sarmiento está unido a la vid. “Yo soy la vid”,-dijo Cristo-, “vosotros los pámpanos”. Juan 15:5. Esto representa la relación más íntima que sea posible. Injértase la rama sin hojas en la cepa floreciente, y viene a ser un sarmiento vivo que saca savia y nutrición de la vid. Fibra por fibra, vena por vena, el sarmiento se aferra hasta que brota y florece y lleva fruto. La rama sin savia representa al pecador. Cuando está unida con Cristo, el alma se une al alma, lo débil y lo finito a lo santo e infinito, y el hombre llega a ser uno con Cristo.
“Sin mí”-dice Cristo-, “nada podéis hacer”. Juan 15:5. ¿Estamos unidos con Cristo los que aseveramos ser obreros suyos? ¿Moramos en Cristo y somos uno con él? El mensaje que llevamos es mundial. Debe llegar a todas las naciones, lenguas y pueblos. El Señor no requerirá de ninguno de nosotros que salga con este mensaje, sin darnos gracia y poder para presentarlo a la gente de una manera que corresponda a su importancia. La gran cuestión para nosotros hoy es: ¿Estamos llevando hoy al mundo este solemne mensaje de verdad de tal manera que manifieste su importancia? El Señor obrará con los obreros si ellos dependen únicamente de Cristo. Nunca quiso que sus misioneros trabajasen sin su gracia, destituidos de su poder.
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Cristo nos ha elegido del mundo, para que seamos un pueblo peculiar y santo. El “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. Tito 2:14. Los obreros de Dios deben ser hombres de oración, diligentes estudiantes de las Escrituras, que tengan hambre y sed de justicia, a fin de que sean una luz y fuerza para otros. Nuestro Dios es un Dios celoso; y requiere que le adoremos en espíritu y en verdad, en la hermosura de la santidad. El salmista dice: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oyera”. Salmos 66:18. Como obreros, debemos prestar atención a nuestros caminos. Si el salmista no podría haber sido oído si en su corazón hubiese mirado la iniquidad, ¿cómo pueden ser oídas las oraciones de los hombres ahora, mientras conservan la iniquidad?
Después que hubo pasado la fecha en 1844, el fanatismo penetró en las filas de los adventistas. Dios mandó mensajes de amonestación para detener este incipiente mal. Había demasiada familiaridad entre algunos hombres y mujeres. Les presenté la alta norma de la verdad que debíamos alcanzar y la pureza de comportamiento que debíamos conservar, a fin de recibir la aprobación de Dios; pero el mensaje que Dios dio fue despreciado y rechazado. Se volvieron contra mí y dijeron: “¿Ha hablado Dios solamente por usted y no por nosotros?” No enmendaron sus caminos y el Señor los dejó seguir hasta que la contaminación señaló su vida.
No estamos fuera de peligro aun ahora. Cada alma que se dedica a dar al mundo el mensaje de amonestación será severamente tentada a seguir en la vida una conducta que niegue su fe. Es el plan estudiado de Satanás hacer a los obreros débiles en la oración, débiles en poder e influencia, a causa de sus defectos de carácter. Como obreros, debemos condenar unánimemente cuanto presente la menor aproximación al mal en nuestro trato mutuo. Nuestra fe es santa; nuestra obra consiste en honrar la ley de Dios, y no es de carácter tal que rebaje los pensamientos y la conducta de uno a un nivel inferior.
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Tenemos que estar sobre una plataforma elevada. Debemos creer y enseñar la verdad tal como es en Jesús. La santidad de corazón no conducirá nunca a acciones impuras. Cuando uno que asevera enseñar la verdad se inclina a estar mucho en compañía de mujeres jóvenes o aun casadas, cuando pone familiarmente su mano sobre ellas, o está a menudo conversando con ellas de una manera familiar, temedle. Los principios puros de la verdad no están engarzados en su alma. Los tales no están en Cristo, y Cristo no mora en ellos. Necesitan una conversión cabal, antes que Dios pueda aceptar su trabajo. La verdad de origen celestial no degrada nunca al que la recibe; ni le induce a la menor aproximación a la familiaridad indebida; por el contrario, santifica al creyente, refina su gusto, lo eleva y ennoblece, y lo pone en íntima comunión con Jesús. Le induce a considerar la orden del apóstol Pablo de abstenerse aun de la apariencia del mal, porque “no sea pues blasfemado vuestro bien”. Romanos 14:6.
Este es un asunto al cual debemos prestar atención. Debemos precavernos contra los pecados de esta era degenerada. Debemos mantenernos alejados de todo lo que sepa a familiaridad indebida. Dios lo condena. Es terreno prohibido, sobre el cual es inseguro asentar los pies. Cada palabra y acción debe tender a elevar, refinar y ennoblecer el carácter. Hay pecado en la irreflexión acerca de tales asuntos. El apóstol Pablo exhortaba a Timoteo a la diligencia y al esmero en su ministerio, y le instaba a meditar en las cosas puras y excelentes, para que su aprovechamiento fuese manifiesto a todos. El mismo consejo lo necesitan mucho los jóvenes de la era actual. Es esencial la consideración reflexiva. Si tan sólo los hombres quisieran pensar más, y obrar menos impulsivamente, tendrían mucho más éxito en su trabajo. Estamos manejando asuntos de importancia infinita y no podemos entretejer en nuestra obra nuestros propios defectos de carácter. Debemos representar el carácter de Cristo.
Tenemos una gran obra que hacer para elevar a los hombres y ganarlos para Cristo, para inducirlos a elegir y procurar ferviente mente participar de la naturaleza divina, habiendo escapado a la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. Todo pensamiento, toda palabra y toda acción de los obreros debe corresponder por su altura a la sagrada verdad que defienden.
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Puede ser que los hombres y las mujeres necesiten cooperar en nuestros importantes campos misioneros. En tal caso, no pueden ser demasiado circunspectos. Sean los hombres casados reservados y cuidadosos, para que no se pueda decir con verdad ningún mal de ellos. Estamos viviendo en una época cuando abunda la iniquidad, y una palabra descuidada o una acción impropia pueden perjudicar grandemente la utilidad del que manifiesta esa debilidad. Mantengan en alto los obreros las barreras de la reserva; no dejen que se produzcan circunstancias que el enemigo pueda aprovechar. Si empiezan a cifrar sus afectos en otra persona, y le dirigen atención especial y palabras aduladoras, Dios retraerá su Espíritu.
Si entran en la obra hombres casados, dejando a sus esposas en casa para cuidar a los niños, la esposa y madre está haciendo una obra tan grande e importante como la del esposo y padre. Mientras él está en el campo misionero, ella es, en el hogar, una misionera cuyos cuidados, ansiedades y cargas exceden con frecuencia a las del esposo y padre. Es importante y solemne su obra de amoldar la mente y el carácter de sus hijos, de prepararlos para ser útiles aquí e idóneos para la vida futura e inmortal. En el campo misionero, el esposo puede recibir los honores de los hombres, mientras que la que trabaja en casa no recibe tal vez reconocimiento terrenal por su labor. Pero si ella trabaja para los mejores intereses de su familia, tratando de amoldar su carácter según el modelo divino, el ángel registrador escribe su nombre como el de una de las mayores misioneras del mundo. Dios no aprecia las cosas de acuerdo a la visión finita del hombre.
¡Cuán cuidadoso debe ser el esposo y padre en mantener su lealtad a sus votos matrimoniales! ¡Cuánta circunspección debe haber en su carácter, no sea que estimule en algunas jóvenes, o aun en mujeres casadas, pensamientos que no estén de acuerdo con la norma alta y santa: los Mandamientos de Dios! Cristo enseña que estos mandamientos son amplísimos, y que llegan hasta los pensamientos, intentos y propósitos del corazón. Allí es donde muchos delinquen. Las imaginaciones de su corazón no son del carácter puro y santo que Dios requiere; y por muy alta que sea su vocación, por talentosos que sean ellos, Dios anotará la iniquidad contra ellos, y los contará como mucho más culpables y merecedores de su ira que aquellos que tienen menos talento, menos luz, menos influencia.
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Quedo apenada cuando veo a ciertos hombres alabados, adulados y mimados. Dios me ha revelado que algunos de los que reciben estas atenciones son indignos de pronunciar su nombre. Sin embargo, son ensalzados hasta el cielo en la estima de algunos seres finitos, que leen tan sólo la apariencia externa. Hermanas mías, nunca miméis ni aduléis a pobres hombres falibles y sujetos a yerros, sean jóvenes o ancianos, casados o solteros. No conocéis sus debilidades, y no sabéis si estas mismas atenciones y profusas alabanzas no han de provocar su ruina. Me alarma la cortedad de visión, la falta de sabiduría que muchos manifiestan al respecto.
Los hombres que están haciendo la obra de Dios, y que tienen a Cristo morando en su corazón, no rebajarán la norma de la moralidad, sino que tratarán siempre de elevarla. No hallarán placer en la adulación de las mujeres, ni en ser mimados por ellas. Digan los hombres, tanto solteros como casados: “Guardemos distancia. Nunca daré la menor ocasión para que mi buen nombre sea vilipendiado. Mi buen nombre es capital de mucho más valor para mí que el oro o la plata. Déjenme conservarlo sin mancha. Si los hombres atacan ese nombre, no será porque les haya dado ocasión de hacerlo, sino por la misma razón por la cual hablaron mal de Cristo, a saber, porque odiaban la pureza y santidad de su carácter; porque les era una constante reprensión”.
Quisiera poder inculcar en cada obrero de la causa de Dios la gran necesidad de orar continua y fervientemente. No pueden estar constantemente de rodillas, pero pueden elevar su corazón a Dios. Así es como Enoc andaba con Dios. Sed cuidadosos, no sea que la suficiencia propia os embargue, os separéis de Jesús y obréis por vuestra propia fuerza más bien que por el espíritu y la fuerza del Maestro. No desperdiciéis los momentos áureos en conversaciones frívolas. Cuando volvéis de hacer obra misionera, no os alabéis a vosotros mismos; antes bien ensalzad a Jesús; alzad la cruz del Calvario.
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No permitáis que nadie os alabe o adule, ni se aferre a vuestra mano como si le costase dejarla. Temed tales demostraciones. Cuando mujeres jóvenes o aun casadas manifiestan una disposición a revelaros sus secretos de familia, desconfiad. Cuando expresan un deseo de simpatía, sabed que es tiempo de ejercer gran cautela. Los que poseen el espíritu de Cristo y andan con Dios no tendrán profano anhelo de simpatía. Tienen una compañía que satisface todo deseo de la mente y el corazón. Los hombres casados que aceptan la atención, la alabanza y los mimos de las mujeres, deben tener por seguro que el amor y la simpatía de esta clase de personas, no valen la pena de obtenerse.
Con mucha frecuencia son las mujeres las que tientan. Con un motivo u otro, requieren la atención de los hombres, casados o solteros, y los llevan adelante hasta que transgreden la ley de Dios, hasta que su utilidad queda arruinada y sus almas están en peligro. La historia de José ha sido presentada para beneficio de todos los que como él son tentados. Fue tan firme como una roca en los buenos principios y respondió a la tentadora: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” Génesis 39:9. Un poder moral como el suyo es lo que se necesita ahora.
Si las mujeres quisieran tan sólo elevar sus vidas y trabajar con Cristo, su influencia sería menos peligrosa; pero con sus sentimientos actuales de despreocupación acerca de las responsabilidades del hogar y de los requerimientos que Dios les hace, su influencia se hace sentir con frecuencia en el sentido del mal, sus facultades son empequeñecidas, y su obra no lleva la impresión divina. No son misioneras domésticas, ni son tampoco misioneras fuera del hogar; y frecuentemente el hogar, el precioso hogar, queda desolado.
Trate de vencer cada persona que profesa a Cristo, toda cobardía, toda debilidad e insensatez. Algunos hombres nunca crecen hasta la plena estatura de hombres en Cristo Jesús. Son infantiles y sensuales. La piedad humilde corregiría todo esto. La religión pura no posee características de complacencia propia e infantil. Es honorable en el más alto grado. Por lo tanto, ninguno de los que son alistados como soldados de Cristo vacile ni desmaye en el día de prueba. Todos deben sentir que tienen que hacer una obra ferviente para elevar a sus semejantes. Nadie tiene derecho a descansar de la guerra que tiene como fin hacer deseable la virtud, y odiado el vicio. No hay descanso para el cristiano vivo antes de llegar al mundo eterno. El obedecer a los Mandamientos de Dios es hacer lo recto y sólo lo recto. Tal es la virilidad cristiana.
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Pero muchos necesitan aprender frecuentes lecciones de la vida de Cristo, que es el autor y consumador de nuestra fe. “Reducid pues a vuestro pensamiento a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, porque no os fatiguéis en vuestros ánimos desmayando. Que aun no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. Hebreos 12:3, 4. Debemos crecer en la gracia cristiana. Manifestando mansedumbre bajo la provocación y apartándoos de la bajeza terrenal, dais evidencia de que el Salvador mora en vosotros, y cada uno de vuestros pensamientos, palabras y actos atraerá a los hombres a Jesús más bien que a vosotros mismos. Hay mucho trabajo que hacer, y poco tiempo en que hacerlo. Sea, pues, la obra de vuestra vida inspirar en todos el pensamiento de que tienen que trabajar para Cristo. Dondequiera que haya deberes que cumplir que otros no entienden porque no desean ver la obra de su vida, aceptadlos y hacedlos.
La norma de la moralidad no es bastante elevada entre el pueblo de Dios. Muchos de los que profesan guardar los mandamientos y abogar por su defensa, los están violando. Las tentaciones se presentan de tal manera que los tentados piensan ver una excusa para transgredir. Los que entran en el campo misionero deben ser hombres y mujeres que anden y hablen con Dios. Los que se destacan como ministros en el sagrado púlpito, deben ser hombres de reputación intachable; su vida debe ser sin mancha y estar por encima de todo lo que sepa a impureza. No hagáis correr riesgos a vuestra reputación yendo en el camino de la tentación.
Si una mujer os retiene la mano, retiradla prestamente, y salvadla a ella del pecado. Si os manifiesta un afecto indebido y se lamenta de que su esposo no la ama ni simpatiza con ella, no tratéis de suplir esa falta. Vuestra única conducta segura y prudente en tal caso consiste en guardar vuestra simpatía para vosotros mismos. Los tales casos son numerosos.
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Señalad a las almas el que lleva las cargas, el verdadero y seguro consejero. Si ella eligió a Cristo como compañero, él le dará su gracia para soportar la negligencia sin quejarse; mientras tanto debe tratar de hacer cuanto pueda para atraer a su esposo a sí misma, por la más estricta lealtad a él, y la fidelidad en hacer agradable y atrayente su hogar. Si todos sus esfuerzos no tienen éxito y no son apreciados, tendrá la simpatía y ayuda de su bendito Redentor. El le ayudará a llevar todas sus cargas y la consolará de sus desilusiones. Ella manifiesta desconfianza en Jesús cuando busca objetos mundanos que suplan el lugar que Cristo está siempre dispuesto a ocupar. Con sus quejas, peca contra Dios. Sería bueno que examinara su propio corazón con espíritu crítico, para ver si el pecado no acecha en su alma. El corazón que busca así la simpatía humana y acepta atenciones prohibidas de parte de cualquiera, no es puro ni sin falta delante de Dios.
La Biblia presenta muchas sorprendentes ilustraciones de la fuerte influencia que ejercieron mujeres mal intencionadas. Cuando Balaam fue llamado a maldecir a Israel, no le fue permitido hacerlo porque el Señor “no ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel”. Números 23:21. Pero Balaam, que había cedido a la tentación, se transformó completamente en agente de Satanás; y resolvió lograr indirectamente lo que Dios no le había permitido hacer en forma directa. En seguida tendió un lazo por el cual Israel quedaría seducido por las hermosas mujeres moabitas, quienes los inducirían a transgredir la ley de Dios. Así se hallaría iniquidad en el pueblo y la bendición de Dios no descansaría sobre los israelitas. Sus fuerzas quedarían grandemente debilitadas y sus enemigos ya no temerían su poder, porque la presencia del Señor de los ejércitos no estaría con ellos.
Esto está destinado a servir de advertencia para el pueblo de Dios que vive en los últimos días. Si busca la justicia y la verdadera santidad, si guarda todos los mandamientos de Dios, no se permitirá a Satanás ni a sus agentes que lo venzan. Toda la oposición de sus más acérrimos enemigos resultará impotente para destruir o desarraigar la vid plantada por Dios. Satanás entiende lo que Balaam aprendió por triste experiencia, a saber, que no hay encantamiento contra Jacob ni adivinación contra Israel mientras que la iniquidad no es albergada en su medio; por lo tanto, emplea siempre su poder e influencia para manchar su unidad y contaminar la pureza de su carácter. Tiende sus lazos de mil maneras para debilitar su poder en favor del bien.