Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 56-65, día 269

Unas pocas semanas después fui transportada en un sueño a una de vuestras reuniones de investigación. Escuché las acusaciones de los estudiantes en contra del Hno. _____. Esos mismos estudiantes habían sido grandemente beneficiados por su enseñanza concienzuda y fiel. Hubo un tiempo en que les faltaban palabras para encomiarlo. En aquel tiempo estaba de moda tenerlo en estima. Pero ahora la corriente fluía en dirección contraria. Estas personas han logrado el desarrollo de su verdadero carácter. Vi un ángel con un libro voluminoso en el cual apuntaba cada testimonio que se daba. Al lado de cada testimonio estaban anotados los pecados, defectos y faltas de cada uno de los que testificaban. Luego se registraba el gran beneficio que estos individuos habían recibido de la labor del Hno._____.

Como pueblo, estamos cosechando el fruto de la ardua labor de nuestro Hno. _____. No hay nadie entre nosotros que haya dedicado más tiempo y reflexión a su trabajo que él. Se ha dado cuenta de que no tiene apoyo de nadie y agradece cualquier palabra de ánimo que se le dirige.

Uno de los grandes objetivos que debían lograrse al establecerse el colegio era de separar a la juventud del espíritu, la influencia, las costumbres, vanidades e idolatrías del mundo. La idea era que el colegio levantase una barrera contra la inmoralidad de la era presente en la que el mundo está tan corrompido como en los días de Noé. Los jóvenes están hechizados con la manía del noviazgo y matrimonio. Reina un sentimentalismo de amor enfermizo. Se precisan vigilancia y tacto para proteger a la juventud contra estas malas influencias. Muchos padres no se dan cuenta de las tendencias de sus hijos. Algunos padres me han dicho, con gran satisfacción, que sus hijos o hijas no deseaban las atenciones del sexo opuesto, cuando en realidad estos muchachos estaban brindando o recibiendo dichas atenciones en secreto y los padres estaban tan absortos en la mundanalidad y el chisme que no sabían nada al respecto.

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El propósito principal de nuestro colegio era brindar a hombres jóvenes la oportunidad de estudiar para el ministerio y de preparar a personas jóvenes de ambos sexos como obreros en los diferentes ramos de nuestra causa. Estos estudiantes precisaban un conocimiento de las ramas comunes de la educación y, por encima de todo, de la Palabra de Dios. En este respecto nuestra escuela ha sido deficiente. No ha habido hombre alguno consagrado a Dios que se dedique a este ramo de la obra. Hombres jóvenes, conmovidos por el Espíritu de Dios para que se dedicaran al ministerio, han venido al colegio con ese propósito en mente, sólo para ser chasqueados. No se ha hecho la preparación debida para servir a este grupo y algunos de los maestros, conscientes de este hecho, han aconsejado a los jóvenes que sigan otra rama de estudios y se preparen para otras carreras. Si estos jóvenes no fuesen firmes en sus propósitos, se les induciría a abandonar toda idea de estudiar para el ministerio.

Tal es el resultado de la influencia que ejercen maestros no consagrados, que trabajan solamente por el salario, que no están llenos del Espíritu de Dios ni unidos a Cristo. Nadie ha tomado mayor interés en esta obra que el Hno. _____. La Biblia debe ser una de las materias principales de estudio. Este libro, el cual nos indica cómo vivir la vida presente para lograr la vida futura de inmortalidad, es de más valor para los estudiantes que cualquier otro. Disponemos apenas de un breve período de vida para familiarizarnos con las verdades que contiene este libro. Sin embargo, aquel que hizo de la Palabra de Dios su objeto de estudio y que estaba más capacitado que ningún otro maestro para ayudar a los jóvenes a obtener un conocimiento de las Escrituras, ha sido despedido del colegio.

Ni profesores ni maestros han comprendido el propósito del colegio. Hemos invertido recursos, estudio y esfuerzo para hacer de la institución lo que Dios quería que fuese. La voluntad y el criterio de aquellos que ignoran casi totalmente la manera en que Dios nos ha conducido como pueblo, no deberían ejercer una influencia controladora sobre el colegio. Repetidas veces el Señor me ha mostrado que no debiéramos imitar a las escuelas populares. Los ministros de otras denominaciones pasan años educándose. Nuestros hombres jóvenes han de obtener su educación en poco tiempo. Donde hay ahora un ministro, debiera haber veinte preparados por nuestro colegio con la ayuda de Dios para entrar en el campo de la obra evangélica.

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Muchos de nuestros ministros más jóvenes, y algunos de los más maduros y de mayor experiencia, están descuidando la Palabra de Dios y también menospreciando los testimonios de su Espíritu. Ignoran el contenido de los testimonios y prefieren no saberlo. No desean descubrir y corregir sus defectos de carácter. Muchos de los mismos padres no procuran la enseñanza de los testimonios y, por supuesto, no pueden impartírsela a sus hijos. Muestran su desprecio de la luz que Dios ha dado, siguiendo un curso contrario a sus enseñanzas. Los que están en el centro de la obra han dado el ejemplo.

Vuestras contiendas se han propagado por el mundo de afuera. ¿Acaso pensáis que, como pueblo, sois mejor vistos en Battle Creek? Dios rogó que sus discípulos fueran uno así como él era uno con el Padre, para que el mundo supiese que Dios lo había enviado. ¿Qué clase de ejemplo habéis dado durante los pocos meses que han pasado? El Señor escudriña cada corazón. El juzga nuestras intenciones. Examinará a toda alma.

¿Quién será capaz de soportar la prueba?

Los testimonios menospreciados

Healdsburg, California,

20 de junio de 1882.

Estimados hermanos y hermanas de Battle Creek,Tengo entendido que el testimonio* que le envié al Hno. _____, solicitando que fuese leído ante la iglesia, él lo retuvo sin presentarlo durante varias semanas después de haberlo recibido.

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Antes de enviar este testimonio, mi mente fue de tal manera impresionada por el Espíritu Santo, que no tuve descanso de día ni de noche, hasta que les escribí. No fue una tarea que yo misma hubiera escogido para mí. Antes de morir mi esposo, decidí que no era mi deber dar testimonio a nadie reprendiendo el mal o defendiendo el bien, porque se aprovechaban de mis palabras para tratar ásperamente a los que yerran y para exaltar a otros cuyo comportamiento yo no había aprobado en lo mínimo. Muchos explicaban los testimonios a su manera. La verdad de Dios no está en armonía con las tradiciones humanas, ni se acomoda a sus opiniones. Es inmutable como lo es su divino Autor, la misma ayer, hoy, y por los siglos. Aquellos que se apartan de Dios llamarán luz a las tinieblas y error a la verdad. Pero la oscuridad nunca llegará a ser luz, ni el error se convertirá en verdad.

Las costumbres, prácticas e influencias mundanales han entenebrecido y confundido de tal manera la mente de muchos, que han destruido en ellos toda capacidad para discernir entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y el error. Yo albergaba poca esperanza de que mis palabras fuesen comprendidas; pero al conmoverme el Señor de una manera tan decidida, no fui capaz de resistir a su Espíritu. Sabiendo que os estabais envolviendo en las redes de Satanás, calculé que el peligro era demasiado grande para que yo guardara silencio.

Durante años, el Señor ha estado presentando ante vosotros la situación de la iglesia. Vez tras vez se os ha reprendido, y amonestado. El 23 de octubre de 1879, el Señor me dio un impresionante testimonio concerniente a la iglesia de Battle Creek. Los últimos meses que estuve con vosotros sentí pesar por la iglesia, mientras que aquellos que debieron haberse conmovido hasta lo más profundo de sus almas estaban en relativa calma y despreocupados. No sabía qué hacer ni qué decir. No confiaba en el comportamiento que muchos tenían por cuanto estaban haciendo aquellas cosas que el Señor les había advertido que no hicieran.

El Dios que conoce su condición espiritual declara: Han acariciado el mal y se han separado de mí. Cada uno de ellos se ha descarriado. No hay ni uno que no sea culpable. Me han abandonado a mí, la Fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas rotas que no retienen agua. Muchos se han corrompido ante mí. La envidia, el odio del uno hacia el otro, los celos, las suposiciones malignas, la rivalidad, las contiendas, la amargura, es el fruto que llevan. Y no harán caso del testimonio que yo les envío. No se percatarán de su perverso proceder ni se arrepentirán para que yo los sane.

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Muchos se jactan de los largos años durante los cuales han profesado la verdad. Sienten ahora que tienen derecho a una recompensa por las pruebas y la obediencia del pasado. Pero esta experiencia genuina en las cosas de Dios en años pasados los hace más culpables ante él por no haber retenido su integridad y avanzado hacia la perfección. La fidelidad del pasado año nunca cubrirá el descuido del año en curso. La veracidad de un hombre el día de ayer no cubrirá su falsedad del día de hoy.

Muchos excusaron su descuido de los testimonios diciendo: “La hermana White está bajo la influencia de su marido; los testimonios son forjados por el espíritu y criterio de él”. Otros procuraban aprovecharse de alguna cosa de mí, la cual pudiera prestarse para justificar su proceder o ganarles alguna influencia. Fue entonces cuando decidí que nada más brotaría de mi pluma hasta que se echase de ver el poder de Dios dentro de la iglesia. Pero el Señor colocó un peso sobre mi alma. Trabajé en vuestro favor con todo empeño. Cuánto costó esto tanto a mi marido como a mí, lo revelará sólo la eternidad. ¿Acaso no tengo yo conocimiento del estado de la iglesia, cuando el Señor me ha presentado su caso repetidas veces a través de los años? Aunque se han dado continuas amonestaciones, sin embargo no ha habido un cambio decidido.

Vi que la desaprobación de Dios estaba sobre su pueblo por haber éste absorbido al mundo. Vi que los hijos del Hno. _____ fueron un lazo para él. Las ideas y opiniones de ellos, sus sentimientos y comentarios, influyeron sobre su mente y cegaron su entendimiento. Estos jóvenes están inclinados hacia la infidelidad. La carencia de fe y confianza en Dios de parte de la madre se ha traspasado como patrimonio a sus hijos. Su dedicación a ellos es mayor que su dedicación a Dios. El padre ha descuidado su deber. El resultado de su comportamiento equivocado se revela en sus hijos.

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Al hablar ante la iglesia procuré impresionar a los padres con la solemne obligación que tienen para con sus hijos, porque conocía en qué estado estaban estos jóvenes y cuáles eran las tendencias que los convirtieron en lo que son ahora. Pero no se hizo caso a lo que dije. Yo sé las cargas que tuve que llevar en mis últimas labores entre vosotros. Nunca me hubiera esforzado hasta lo sumo como lo hice si no hubiese visto el peligro en que estabais. Anhelaba despertaros para que humillaseis vuestros corazones ante el Señor y volvieseis a él arrepentidos y con fe.

Sin embargo, ahora cuando os envío un testimonio de amonestación y reprensión, muchos de vosotros decís que es meramente la opinión de la Hna. White. De esta manera habéis insultado al Espíritu de Dios. Vosotros sabéis cómo el Señor se ha manifestado mediante el espíritu de profecía. El pasado, el presente y el futuro han pasado ante mí. Se me han mostrado rostros que yo nunca había visto, y años después los reconocía cuando los veía. He sido despertada de mi sueño con una impresión vívida de asuntos que anteriormente habían sido presentados ante mi mente; y he escrito cartas a medianoche que han viajado a través del continente, llegado en un momento de crisis, y salvado la causa de Dios del desastre. Esta ha sido mi obra por años. Hay un poder que me ha impelido a reprender y a reprochar males que a mí no se me habían ocurrido. Esta obra de los últimos treinta y seis años, ¿es de arriba, o de abajo?

Vamos a suponer, como algunos incorrectamente quieren hacerlo aparentar, que lo que a mí me influyó para escribir de la manera en que lo hice fueron las cartas de miembros de iglesia, ¿Cómo fue el caso del apóstol Pablo? Las noticias que recibió por medio de la casa de Cloe acerca de la condición de la iglesia de Corinto fueron lo que hizo que él escribiera su primera epístola a esa iglesia. Le habían llegado cartas particulares explicándole los hechos tal como eran y, en su respuesta, él estableció principios generales, que de ser aceptados, corregirían los males existentes. Con gran ternura y sabiduría los exhortó a ser de una misma opinión para que no hubiera divisiones entre ellos.

Pablo era un apóstol inspirado, sin embargo, Dios no siempre le reveló la condición exacta en que se hallaba su pueblo. Aquellos que estaban interesados en la prosperidad de la iglesia, y se dieron cuenta de la maldad que se insinuaba, le presentaron el asunto; y basado en la luz que él había recibido previamente, estaba listo para determinar el verdadero carácter de los acontecimientos. El Señor no le dio una nueva revelación para aquella ocasión específica, pero esto no fue razón para que los que realmente buscaban la luz rechazasen su mensaje como si fuese una carta común y corriente. De ninguna manera. El Señor le había mostrado las dificultades y peligros que surgirían en las iglesias, para que al presentarse éstos, él supiese cómo manejarlos.

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Pablo estaba dispuesto para la defensa de la iglesia. Debía velar por las almas como uno que tiene que dar cuenta a Dios, ¿y acaso no le correspondía estar al tanto de los informes concernientes a su estado de anarquía y división? ¡Seguro que sí! y la reprensión que les comunicó por escrito fue tan inspirada por el Espíritu Santo como cualquiera de sus otras epístolas. Pero cuando estas amonestaciones fueron recibidas, hubo algunos que no admitieron ser corregidos. El punto de vista que asumieron fue que Dios no les había hablado por intermedio de Pablo, que él sencillamente les había comunicado su opinión como hombre, y consideraban que el criterio de ellos era tan aceptable como el de Pablo.

Así sucede con muchos de nuestro pueblo que se han apartado de los antiguos hitos y han seguido sus propios consejos. ¡Cuán grande alivio sentirían los tales si pudiesen apaciguar su conciencia creyendo que mi obra no es de Dios! Pero vuestra credulidad no cambiará la verdad del caso. Sois deficientes en carácter, y en experiencia moral y religiosa. Cerrad vuestros ojos ante el hecho si así lo queréis, pero esto no os hará ni una pizca más perfectos. El único remedio es que seáis lavados en la sangre del Cordero.

Si procuráis echar a un lado el consejo de Dios para satisfaceros a vosotros mismos, si menoscabáis la confianza del pueblo de Dios en los testimonios que él les ha enviado, os estáis rebelando contra Dios tan seguramente como lo hicieron Coré, Datán y Abiram. Vosotros conoceis la historia. Sabéis cuán obstinados eran en sus propias opiniones. Decidieron que su criterio era mejor que el de Moisés y que Moisés le estaba causando gran daño a Israel. Aquellos que se unieron con ellos estaban tan fijos en sus opiniones que, a despecho de los juicios de Dios que de una manera señalada destruyeron a los dirigentes y príncipes, a la mañana siguiente los sobrevivientes vinieron a donde estaba Moisés y dijeron: “Vosotros habeis dado muerte al pueblo de Jehová”. Números 16:41. Vemos así cuán temible es el engaño que puede envolver a la mente humana. ¡Cuán difícil se hace convencer a las almas que han sido imbuidas por un espíritu que no es del Señor! Como embajadora de Cristo, os digo: Cuidado con los puntos de vista de que os hacéis partidarios. Esta es la obra de Dios y a él tenéis que rendir cuenta por la manera en que habéis tratado su mensaje.

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Cuando estaba al pie del lecho de muerte de mi marido, me di cuenta de que si otros hubieran hecho su parte, él hubiera vivido. Entonces rogué, con agonía de alma, que los que estaban presentes no siguieran contristando al Espíritu de Dios mediante su dureza de corazón. Unos días después yo misma encaraba la muerte. En aquellos momentos tuve clarísimas revelaciones de Dios respecto a mí misma y con relación a la iglesia. En un estado de gran debilidad os rendí mi testimonio, no sabiendo si sería esa mi última oportunidad. Los habéis olvidado de aquella solemne ocasión? Yo no puedo olvidarla jamás, porque me pareció haber sido llevada ante el tribunal de Cristo. Vuestro estado descarriado, vuestra dureza de corazón, vuestra falta de armonía en amor y espiritualidad, vuestro alejamiento de la sencillez y pureza que Dios anhela que preservéis, yo lo sabía todo; lo sentía todo. Entre vosotros existían la crítica, la censura, la envidia, y la lucha por los puestos más elevados. Yo me había dado cuenta y sabía a lo que esto os llevaría. Me temía que el esfuerzo hecho me costara la vida, pero el interés en vosotros me impelió a hablar. Dios os habló en aquel día. ¿Os causó una impresión duradera?

Al viajar a Colorado estaba tan afanada por vosotros que, débil como me sentía, escribí muchas páginas, las cuales habrían de leerse en el congreso campestre. Débil y temblorosa, me levanté a las tres de la mañana para escribiros. Dios os hablaba por medio de un instrumento de barro. Podéis decir que esta comunicación era solamente una carta. Sí, en efecto, era una carta, pero una que había sido impulsada por el Espíritu de Dios, con el propósito de presentar ante vuestras mentes las cosas que me habían sido mostradas. En estas cartas que yo os escribo, en los testimonios que os rindo, os presento lo que el Señor me ha presentado a mí. Yo no escribo ni un artículo en el periódico expresando meramente mis propias ideas. Representan lo que Dios ha abierto ante mí en visión: los rayos preciosos de luz que brillan desde el trono.

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Al llegar a la ciudad de Oakland me sentía apesadumbrada al pensar en el estado de cosas que existía en Battle Creek, y me sentí débil e incapaz de ayudaros. Sabía que la levadura de la incredulidad estaba obrando. Aquellos que despreciaban las claras amonestaciones de la Palabra de Dios estaban despreciando los testimonios que les instaban a poner atención a dicha Palabra. Cuando estuve de visita en Healdsburg el invierno pasado, oré mucho y me sentí oprimida por la ansiedad y el pesar. Pero en cierta ocasión, mientras oraba, el Señor disipó la lobreguez y un gran resplandor iluminó mi cuarto. Un ángel del Señor apareció a mi lado, y me parecía estar en Battle Creek. Me encontré en vuestros concilios; oí las palabras que se pronunciaban y vi y oí cosas que, de haberlo permitido el Señor, hubiera deseado que fueran para siempre borradas de mi memoria. Mi alma estaba tan herida que no sabía qué hacer ni qué decir. Algunas cosas sencillamente no las puedo ni mencionar. Se me pidió que no dijera nada a nadie en cuanto a esto, porque faltaba mucho por desarrollarse.

Se me dijo que reuniera la luz que me había sido impartida y que dejara que sus rayos brillaran sobre el pueblo de Dios. Es precisamente lo que he estado haciendo a través de los artículos publicados en los periódicos. Me levanté a las tres de la mañana casi todos los días durante meses y recogí todo lo que había escrito después de los últimos dos testimonios que me fueron dados en Battle Creek. Puse por escrito estos asuntos y os los remití de prisa; pero no me cuidé debidamente y el resultado fue que desmayé bajo la carga; me fue imposible terminar los escritos y hacerlos llegar a vosotros con tiempo para la Sesión de la Asociación General.

Una vez más, mientras estaba en oración, el Señor volvió a revelarse. Me encontré otra vez en Battle Creek. Estuve de visita en muchos hogares y escuché las palabras que vosotros hablábais en torno a vuestras mesas. No se me permite revelar los detalles. Espero que nunca se me pida mencionarlos. Además, tuve varios sueños muy impresionantes.

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¿Cuál sería la voz que estaríais dispuestos a reconocer como la voz de Dios? ¿Qué poder tendrá el Señor en reserva para corregir vuestros errores y mostraros vuestro comportamiento tal cual es? ¿Qué poder para haceros trabajar por la iglesia? Si rehusáis creer hasta que toda sombra de incertidumbre y toda posibilidad de duda sean eliminadas, nunca llegaréis a creer. La duda que exige un conocimiento perfecto nunca cederá ante la fe. La fe descansa sobre la evidencia y no sobre la demostración. El Señor requiere que obedezcamos la voz del deber cuando otras voces a nuestro alrededor nos instan a seguir un curso opuesto. Esto requiere de nosotros que pongamos seria atención para poder distinguir cuál sea la voz que proviene de Dios. Es preciso que resistamos y venzamos toda inclinación y obedezcamos la voz de la conciencia sin discusión ni transigencia para evitar que cesen sus insinuaciones y que dominen en su lugar la voluntad y deseos propios. La palabra del Señor llega a todos nosotros que no hemos resistido a su Espíritu rehusando escuchar y obedecer. Esta voz puede escucharse mediante las amonestaciones, los consejos y reprensiones. Estas constituyen el mensaje de luz para su pueblo. Si esperamos hasta recibir llamados más fuertes y mejores oportunidades, puede ser que la luz sea retirada y que nos quedemos en oscuridad.

Al descuidar una vez de cumplir con el llamado del Espíritu de Dios y de su Palabra cuando la obediencia requiere llevar una cruz, muchos han perdido mucho; cuánto, no lo sabrán hasta que los libros sean abiertos en el día final. Los ruegos del Espíritu, descuidados hoy porque el placer o la inclinación conducen a la persona en una dirección opuesta, pueden no tener poder para convencer, o aun impresionar, el día de mañana. La única manera de crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad es sacándoles el mayor rendimiento a las oportunidades del presente, con corazones deseosos y dispuestos. Debemos siempre abrigar un sentimiento de que individualmente estamos ante la presencia del Señor de los ejércitos; ninguna palabra, acto, ni aun un pensamiento, debiera acariciarse que ofenda ante la vista del Eterno. Entonces no tendremos temor ni de los hombres ni de ningún poder terrenal, porque un Monarca, cuyo imperio es el universo, quien sostiene en sus manos nuestro destino individual ahora y por la eternidad, lleva la cuenta de todas nuestras obras. Si sintiéramos que en todo lugar somos siervos del Altísimo, seríamos más circunspectos; nuestra vida entera poseería para nosotros un significado y una santidad que los honores del mundo jamás podrían darnos.

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