Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 574-582, día 324

No debemos depender de dos o tres miembros para hacer la obra de toda la iglesia. Deberíamos tener individualmente una fe fuerte y activa, llevando a cabo la obra que Dios nos ha dejado para hacer. Debe haber un interés vivo e intenso por inquirir de Dios: “¿Qué quieres que haga? ¿Cómo haré mi obra para este tiempo y la eternidad?” Debemos dedicar individualmente todas nuestras facultades a buscar la verdad y emplear todos los medios asequibles que nos ayuden en una investigación diligente y con oración de las Escrituras; luego debemos ser santificados, a fin de salvar almas. 

Debe hacerse en cada iglesia un ferviente esfuerzo para desechar la maledicencia y el espíritu de censura, como algunos de los pecados que producen los mayores males en la iglesia. La severidad y las críticas deben ser reprendidas como obras de Satanás. La confianza y el amor mutuo deben ser estimulados y fortalecidos en los miembros de la iglesia. Cierren todos, por temor de Dios y amor a sus hermanos, los oídos a los chismes y las censuras. Señalad al que lleva chismes las enseñanzas de la Palabra de Dios. Invitadle a obedecer las Escrituras y a llevar sus quejas directamente a aquellos a quienes cree en el error. Esta acción unida comunicaría un raudal de luz a la iglesia, y cerraría la puerta a un torrente de mal. Así quedaría Dios glorificado y muchas almas se salvarían.

La amonestación del Testigo fiel a la iglesia de Sardis es: “Tienes nombre que vives, y estás muerto. Sé vigilante y confirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate pues de lo que has recibido y has oído, y guárdalo, y arrepiéntete”. Apocalipsis 3:1-3. El pecado especialmente imputado a esa iglesia es que sus miembros no habían fortalecido las cosas que quedaban, que estaban por perecer. ¿Se aplica esta amonestación a nosotros? Examinemos individualmente nuestro corazón a la luz de la Palabra de Dios, y sea nuestra primera obra poner nuestro corazón en orden con la ayuda de Cristo.

Dios ha hecho su parte en la obra de salvar a los hombres, y ahora pide la cooperación de la iglesia. Allí está la sangre de Cristo, la Palabra de verdad, el Espíritu Santo, por un lado, y por el otro las almas que perecen. Cada uno de los que siguen a Cristo tiene que hacer una parte para inducir a los hombres a aceptar las bendiciones que el cielo ha provisto. Examinémonos detenidamente a nosotros mismos y veamos si hemos hecho esta obra. Indaguemos nuestros motivos y cada acción de nuestra vida. ¿No hay muchos cuadros desagradables grabados en la memoria? Con frecuencia habéis necesitado el perdón de Jesús. Habéis dependido constantemente de su compasión y amor. Sin embargo, ¿no habéis dejado de manifestar hacia otros el espíritu que Cristo manifestó hacia vosotros? ¿Habéis sentido preocupación por aquel a quien visteis aventurarse por sendas prohibidas? ¿Le habéis amonestado bondadosamente? ¿Habéis llorado y orado por él y con él? ¿Habéis demostrado por vuestras palabras de ternura y actos bondadosos que le amabais y deseabais salvarle? Mientras tratabais a aquellos que vacilaban y se tambaleaban bajo la carga de sus propias flaquezas de disposición y de sus hábitos defectuosos, ¿los habéis dejado pelear sus batallas solos, cuando podríais haberles ayudado? ¿No habéis estado como Caín listos para decir: “¿Soy yo guarda de mi hermano?” Génesis 4:9. ¿Cómo debe considerar la obra de vuestra vida la gran Cabeza de la iglesia? ¿Cómo mira vuestra indiferencia para con los que se extravían del buen camino, Aquel para quien toda alma es preciosa, como comprada por su sangre? ¿No teméis que él os deje como los habéis dejado a ellos? Tened por seguro que el verdadero Centinela de la casa del Señor ha notado toda negligencia.  

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¿No han sido eliminados de vuestra vida Cristo y su amor, hasta que una forma mecánica ha reemplazado el servicio del corazón? ¿Dónde está el ardor que sentía una vez vuestra alma al oír mencionar el nombre de Jesús? En la novedad de vuestra primera dedicación, ¡cuán ferviente era vuestro amor por las almas! ¡Con cuánto ardor tratabais de presentarles el amor del Salvador! La ausencia de este amor os ha hecho fríos, críticos, exigentes. Tratad de reconquistarlo, y de trabajar luego para llevar almas a Cristo. Si os negáis a hacer eso, surgirán otros que tienen menos luz, experiencia y oportunidades, y os reemplazarán para hacer aquello que vosotros descuidasteis; porque la obra de salvar a los tentados, a los probados y a los que perecen, debe ser hecha. Cristo ofrece el servicio a su iglesia; ¿quiénes lo aceptarán? 

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Dios no ha pasado por alto las buenas acciones, los actos de abnegación de la iglesia en lo pasado. Todo está registrado en el cielo. Pero estas cosas no bastan. No salvarán a la iglesia cuando ella deje de cumplir su misión. A menos que cesen la cruel negligencia e indiferencia manifestadas en lo pasado, la iglesia, en vez de ir de fuerza en fuerza, continuará degenerando hacia la debilidad y el formalismo. ¿Dejaremos que sea así? ¿Han de perpetuarse el embotado sopor, el lamentable deterioro del amor y del celo espiritual? ¿Es ésta la condición en la cual Cristo ha de hallar a su iglesia? 

Hermanos, vuestras lámparas habrán seguramente de vacilar y debilitarse hasta apagarse en las tinieblas a menos que hagáis esfuerzos decididos para reformaros. “Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras”. La oportunidad que se presenta ahora puede ser corta. Si estos momentos de gracia y arrepentimiento pasan sin aprovecharse, se da la amonestación: “Pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar”. Apocalipsis 2:5. Estas palabras son pronunciadas por los labios del que es longánime y tolerante. Advierten solemnemente a las iglesias y a las personas que el que vela y nunca dormita está midiendo su conducta. A su paciencia maravillosa únicamente, deben el no ser cortados como estorbos del terreno. Pero su Espíritu no contenderá para siempre. Su paciencia aguardará tan sólo poco tiempo más. 

Vuestra fe debe ser algo más de lo que ha sido, o seréis pesados en las balanzas y hallados faltos. En el último día, la decisión final del Juez de toda la tierra girará alrededor de nuestro interés por los necesitados, los oprimidos y los tentados, y nuestro trabajo práctico en su favor. No podéis pasarlos siempre por alto, y hallar vosotros mismos entrada en la ciudad de Dios como pecadores redimidos. “En cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños” -dice Cristo-, “tampoco a mí lo hicisteis”. Mateo 25:45. 

No es todavía demasiado tarde para redimir la negligencia pasada. Reavívese el primer amor, el primer ardor. Buscad a aquellos que ahuyentasteis, vendad por la confesión las heridas que hicisteis. Acercaos al gran corazón de amor compasivo y dejad que la corriente de esa compasión divina fluya a vuestro corazón, y de vosotros a los corazones ajenos. Sea la ternura y misericordia que Jesús reveló en su preciosa vida un ejemplo de la manera en que nosotros debemos tratar a nuestros semejantes, especialmente a los que son nuestros hermanos en Cristo. Muchos que podrían haber sido fortalecidos hasta la victoria por una palabra de aliento y valor, han desmayado y se han desalentado en la gran lucha de la vida Nunca seáis fríos, sin corazón y simpatía, ni dados a la censura. Nunca perdáis una oportunidad de decir una palabra que anime e inspire esperanza. No podemos decir cuánto alcance puedan tener nuestras palabras tiernas y bondadosas, nuestros esfuerzos semejantes a los de Cristo para aliviar alguna carga. Los que yerran no pueden ser restaurados de otra manera que por el espíritu de mansedumbre, amabilidad y tierno amor. 

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¿Quisieras redimir a un alma errante
y conducir a un perdido de vuelta a Dios?
¿Quisieras parecer como un ángel guardián
ante quien su culpa atormenta?
Acércate con bondad a él y con palabras afectuosas,
toma su mano y ponla entre las tuyas,
y permanece a su lado como un hermano,
hasta destronar al demonio del pecado. 

Entonces no te burles del culpable, sino ruégale
con gran bondad y lleno de ternura,
y podrás llevar de vuelta al que estaba perdido
hacia Dios, la humanidad y el bien.
Tú mismo eres humano y eres débil,
y quizá también puedes caer como él;
entonces, demuestra misericordia al que ha caído,
para que también tú seas objeto de ella. 

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Deberes de la iglesia

Donde está el Espíritu del Señor, hay mansedumbre, paciencia, amabilidad y longanimidad. Un verdadero discípulo de Cristo procurará imitar al Modelo. Se esforzará por hacer la voluntad de Dios en la tierra como es hecha en el cielo. Aquellos cuyos corazones están todavía contaminados de pecado no pueden ser celosos en las buenas obras. No guardan los primeros cuatro preceptos del Decálogo, que definen el deber del hombre para con Dios; ni observan los últimos seis que definen el deber del hombre para con sus semejantes. Sus corazones están llenos de egoísmo y hallan constantemente faltas en otros que son mejores que ellos mismos. Emprenden una obra que Dios no les ha dado, pero dejan sin hacer la obra que él les dejó que hiciesen, la cual consiste en cuidar de sí mismos, no sea que, brotando alguna raíz de amargura, perturbe a la iglesia y la contamine. Vuelven los ojos hacia afuera, para observar si el carácter de los demás es correcto, cuando debieran volver los ojos hacia su interior, para escrutar y criticar sus propias acciones. Cuando despojen al corazón del yo, de la envidia, las malas sospechas y la malicia, no se treparán al sitial del juicio ni pronunciarán sentencia sobre los demás que son a la vista de Dios mejores que ellos. 

El que quiera reformar a otros debe primero reformarse a sí mismo. Debe obtener el espíritu de su Maestro y estar dispuesto como él a sufrir oprobio y a practicar la abnegación. En comparación con el valor de una sola alma, el mundo entero se hunde en la insignificancia. El deseo de ejercer autoridad, de señorear sobre la heredad de Dios, resultará, si se lo complace, en la pérdida de almas. Los que realmente amen a Jesús procurarán conformar su vida al Modelo y trabajar en su espíritu por la salvación de los demás. 

A fin de conquistarse al hombre y asegurar su eterna salvación, Cristo dejó las cortes reales del cielo, y vino a esta tierra, soportó las agonías del pecado y la vergüenza en lugar del hombre, y murió para libertarle. En vista del precio infinito pagado por la redención del hombre, ¿cómo puede cualquiera que profese el nombre de Cristo atreverse a tratar con indiferencia a uno de sus pequeñuelos? ¡Cuán cuidadosamente debieran los hermanos y las hermanas de la iglesia velar sobre cada palabra y acción para no dañar al aceite y al vino! ¡Con cuánta paciencia, bondad y afecto debieran tratar lo adquirido por la sangre de Cristo! ¡Cuán fiel y fervorosamente debieran trabajar para elevar a los abatidos y desalentados! ¡Cuán tiernamente debieran tratar a los que procuran obedecer a la verdad y, no hallando estímulo en casa, han de respirar constantemente una atmósfera de incredulidad y tinieblas! 

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El trato con los que yerran

Si se cree que un hermano erró, sus hermanos y hermanas no deben murmurarlo entre sí ni comentarlo en forma que magnifique los supuestos errores y defectos. Esto es muy corriente, pero el desagrado de Dios pesa sobre quienes lo hacen, y Satanás se regocija porque puede debilitar y molestar a quienes podrían ser fuertes en el Señor. El mundo ve su debilidad y juzga esta clase de personas y la verdad que profesan amar por los frutos que se manifiestan en ellas. 

“Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién residirá en el monte de tu santidad? El que anda en integridad, y obra justicia, y habla verdad en su corazón. El que no detrae con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni contra su prójimo acoge oprobio alguno. Aquel a cuyos ojos es menospreciado el vil; mas honra a los que temen a Jehová; y habiendo jurado en daño suyo, no por eso muda. Quien su dinero no dio a usura, ni contra el inocente tomó cohecho. El que hace estas cosas, no resbalará para siempre”. Salmos 15. Según este pasaje el detractor queda excluido de morar en el tabernáculo de Dios y en la santa colina de Sión. El que admite oprobio contra su prójimo no puede recibir la aprobación de Dios. 

¿Cuántos ministros, mientras se hallan empeñados en una buena obra que vuelve las almas hacia Dios y la verdad, son llamados a presidir algún juicio de la iglesia entre hermanos que actúan en forma completamente errónea y tienen un espíritu contencioso e intolerante? 

Esta manera de desviar a los hombres de su campo de labor se ha repetido vez tras vez a medida que esta causa ha avanzado. Es un plan del gran adversario de los hombres para estorbar la obra de Dios. Cuando hay almas que están a punto de decidirse en favor de la verdad y se las somete de este modo a influencias desfavorables, pierden su interés, y es muy raro que se pueda volver a hacer en ellas una impresión tan poderosa. Satanás está buscando siempre alguna manera de apartar al ministro de su campo de labor en ese preciso momento para que se pierda el resultado de sus labores. 

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Hay en la iglesia hombres y mujeres sin consagración ni conversión, que piensan más en mantener su propia dignidad y sus propias opiniones que en la salvación de sus semejantes; y Satanás obra por medio de ellos para crear dificultades que consuman el tiempo y la labor del ministro, y como resultado se pierden muchas almas. 

Mientras los miembros de la iglesia están divididos en sus sentimientos, sus corazones son duros y no se los puede impresionar. Los esfuerzos del ministro son como golpes dados sobre hierro frío, y cada partido se empecina más que antes en su propio camino. El ministro se ve colocado en una situación nada envidiable; pues aunque decida con la mayor prudencia, su decisión desagradará a alguien y se fortalecerá así el espíritu partidista 

Si el ministro se aloja en la casa de alguna familia, otras familias sentirán celos por temor a que él reciba impresiones desfavorables para ellas. Si él da un consejo, otros dirán: “Fulano de tal habló con él”, y sus palabras no tienen peso para ellos. Así sus almas se llenan de desconfianza y malas sospechas, y el ministro queda a la merced de sus prejuicios y recelos. Con demasiada frecuencia deja el asunto peor que antes. Si él se hubiese negado a escuchar las declaraciones parciales de algunos, si hubiese dado palabras de consejo de acuerdo con la regla bíblica y dicho como Nehemías: “Yo hago una grande obra, y no puedo ir” (Nehemías 6:3), esa iglesia habría quedado en condiciones mucho mejores. 

Los ministros y los miembros laicos de la iglesia desagradan a Dios cuando permiten que ciertas personas les cuenten los errores y defectos de sus hermanos. No deben escuchar estos informes, sino preguntar: “¿Habéis seguido estrictamente lo ordenado por vuestro Salvador? ¿Habéis ido al ofensor y le habéis hablado de sus faltas entre vosotros y él solo? Y ¿se ha negado él a escucharos? Con cuidado y con oración, ¿habéis tomado a dos o tres personas y trabajado con él con ternura, humildad y mansedumbre, y con un corazón palpitante de amor por su alma?” 

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Si las órdenes del Capitán, dadas en las reglas trazadas para los que yerran, han sido seguidas estrictamente, entonces se ha de dar un paso hacia adelante: contarlo a la iglesia, y dejar que se decida el caso según las Escrituras. Entonces el cielo ratificará la decisión hecha por la iglesia al borrar de su registro el nombre del miembro ofensor si no se arrepiente. Si no se han dado esos pasos, cerremos los oídos a las quejas, y neguémonos a admitir oprobio contra nuestro prójimo. Si nadie lo recibiese, pronto cesarían las malas lenguas; porque las tales personas no hallarían un campo tan favorable en el cual obrar para morderse y devorarse unas a otras. 

La selección de dirigentes

El apóstol Pablo escribió a Tito: “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo que falta, y pusieses ancianos por las villas, así como yo te mandé: el que fuere sin crimen, marido de una mujer, que tenga hijos fieles que no estén acusados de disolución, o contumaces. Porque es menester que el obispo sea sin crimen, como dispensador de Dios” Tito 1:5-7. Sería bueno que todos nuestros ministros prestasen atención a estas palabras, y no designasen apresuradamente a quienes han de desempeñar los cargos pues no deben hacerlo sin la debida consideración y mucha oración para que Dios por su Espíritu Santo les indique a quién aceptará. 

Dijo el apóstol inspirado: “No impongas de ligero las manos a ninguno”. 1 Timoteo 5:22. En algunas de nuestras iglesias la obra de organizar y ordenar a los ancianos ha sido prematura; se ha pasado por alto la regla bíblica y por consiguiente la iglesia ha sufrido dificultades graves. No debe haber tanto apresuramiento en elegir a los dirigentes, como para ordenar a quienes no están en manera alguna preparados para la obra de responsabilidad, a saber, hombres que necesitan ser convertidos, elevados, ennoblecidos y refinados antes que puedan servir a la causa de Dios en cargo alguno. 

La red del Evangelio prende a buenos y malos. Se requiere tiempo para que se desarrolle el carácter; se necesita tiempo para aprender lo que son realmente los hombres. Debe considerarse la familia de la persona sugerida para un cargo. ¿Le están sujetos sus miembros? ¿Puede regir su casa con honra? ¿Qué carácter tienen sus hijos? ¿Harán honor a la influencia del padre? Si él no ejerce tacto, prudencia ni piedad eficaz en casa, en el manejo de su propia familia, no es arriesgado concluir que los mismos defectos se manifestarán en la iglesia, que se verá en ella la misma administración no santificada. Será mucho mejor criticar al hombre antes que se le dé el cargo más bien que después; será mejor orar y consultar antes de dar el paso decisivo, que trabajar para corregir las consecuencias de un paso erróneo. 

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En algunas iglesias, el director no tiene las cualidades apropiadas para enseñar a los miembros de la iglesia a trabajar. No se ha manifestado tacto y juicio para sostener un interés vivo en la obra de Dios. El director es tardo y tedioso; habla demasiado y hace las oraciones en público demasiado largas; no sostiene una relación viva con Dios que renovaría su experiencia. 

Los dirigentes de las iglesias de todo lugar debieran ser fervientes, llenos de celo y desinterés; hombres de Dios, que puedan dar el molde debido a la obra. Deben elevar con fe sus peticiones a Dios. Pueden dedicar todo el tiempo que deseen a la oración secreta, pero sus oraciones y testimonios en público deben ser cortos y directos. Deben evitarse las oraciones largas y áridas, y las largas exhortaciones. Si los hermanos y las hermanas quieren decir algo que refresque y edifique a los demás, deben primero tenerlo en su corazón. Deben relacionarse diariamente con Dios, recibiendo sus provisiones del alfolí inagotable, y sacando de allí cosas nuevas y viejas. Si su propia alma ha sido vivificada por el Espíritu de Dios, alentarán, fortalecerán y estimularán a otros; pero si no han bebido ellos mismos de la fuente de la salvación, no sabrán cómo conducir a otros allí. 

A los que aceptan la teoría de la verdad debe instárseles a ver la necesidad de la religión experimental. Los ministros deben mantener su propia alma en el amor de Dios, y luego, inculcar a la gente la necesidad de una consagración individual, una conversión personal. Todos deben obtener una experiencia viva para sí mismos; deben tener a Cristo entronizado en el corazón, su Espíritu debe controlar los afectos, o la profesión de fe no tendrá valor y la condición de las personas será aún peor que si nunca hubiesen oído la verdad.

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