No fijéis vuestra vista en los hombres, ni pongáis vuestra esperanza en ellos, pensando que son infalibles; sino mirad a Jesús constantemente. No digáis nada que desacredite vuestra fe. Confesad vuestros pecados secretos solos ante vuestro Dios. Admitid los desvíos de vuestro corazón ante él, que sabe cómo atender en forma perfecta vuestro caso. Si habéis hecho mal al prójimo, decidle a él vuestro pecado y manifestad el fruto de ello haciendo restitución. Luego reclamad la bendición. Venid ante Dios tal como sois, y Permitid que él sane vuestras dolencias. Presentad con insistencia vuestro caso ante el trono de la gracia; que la obra sea completa. Sed sinceros al tratar con Dios y con vuestra propia alma. Si os allegáis a él con un corazón verdaderamente contrito, él os dará la victoria. Entonces podréis dar un dulce testimonio de libertad, expresando alabanzas a Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. El no os malentiende ni os juzga mal. Vuestros compañeros no pueden absolveros del pecado ni limpiaros de la iniquidad. Jesús es el único que os puede brindar la paz. Os amó y se entregó a sí mismo por todos vosotros. Su gran corazón de amor se compadece “de nuestras debilidades”. Hebreos 4:15. ¿Hay acaso algún pecado tan enorme que él no pueda perdonar, un alma tan sumida en las tinieblas y tan oprimida por el pecado que él no pueda salvar? El es misericordioso, y no busca ningún mérito en nosotros, sino que conforme a su bondad sin límites sana nuestras apostasías y nos ama sin restricción, siendo nosotros aún pecadores. El es “lento para la ira, y grande en misericordia” (Salmos 86:15; 103:8; 145:8); “paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” 2 Pedro 3:9.
No procuréis agitaros hasta alcanzar un alto nivel de excitación; sino id y trabajad en favor de otros y con paciencia instruidlos. Os veréis inclinados ahora a conjeturar que todo el mundo tiene una carga de pecado que confesar, y estaréis en peligro de hacer de esto el punto de ataque. Desearéis conducir a todo el mundo por el mismo camino que vosotros habéis transitado, y sentiréis que nada puede hacerse hasta que todos hayan pasado por la misma obra de confesión. No estaréis dispuestos a aceptar la labor de ayudar a otros mientras el Espíritu Santo descansa sobre vosotros, mientras son ablandados y subyugados vuestros propios corazones por la obra profunda de purificación. Estaréis en grave peligro de mancillar la obra de Dios ejercitando vuestro propio espíritu. Si trabajáis por las almas dependiendo de Dios humilde y confiadamente, si reflejáis el esplendor de su Espíritu a través de un carácter semejante al de Cristo; si la simpatía, la bondad, la tolerancia y el amor son principios constantes en vuestra vida, seréis una bendición para todos los que os rodean. No censuraréis a otros, ni exhibiréis contra ellos un espíritu rudo y acusador; no sentiréis que sus ideas deben adaptarse a vuestras normas; sino que el amor de Jesús y el apacible fruto de la justicia se revelarán en vosotros.
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“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio… Y los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, avancemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros”. Gálatas 5:22-26.
El enemigo procurará entremeterse aun en medio de vuestros ejercicios religiosos. Toda avenida necesita ser fielmente guardada para que el egoísmo y el orgullo no se entreveren en vuestra obra. Si en verdad el yo ha sido crucificado, con sus afectos y concupiscencias, el fruto aparecerá en la forma de buenas obras para la gloria de Dios. Os ruego, en el temor de Dios, que no permitáis que vuestras obras se degeneren. Sed cristianos constantes y simétricos. Cuando los afectos del corazón han sido entregados a Cristo, las cosas viejas pasaron, y todas las cosas son hechas nuevas.
Nuestra religión debe ser inteligente. La sabiduría que viene de arriba debe fortalecernos, establecernos y afianzarnos. Hemos de seguir caminando hacia adelante y hacia arriba, de una luz a otra luz mayor, y Dios todavía nos revelará su gloria como jamás lo hace para el mundo.
Battle Creek, Míchigan,
6 de enero de 1889.
La presencia de Dios es real
Estimado hermano Q,
Me es grato que esté hoy en _____, y si usted cumple con su cometido, será en verdad el hombre que se necesita allí. Mantenga el yo escondido; no lo deje manifestarse para echar a perder la obra, aunque eso sería natural. Ande humildemente con Dios. Trabajemos por el Maestro con energía desinteresada, manteniendo delante de nosotros un sentido de la constante presencia de Dios. Pensemos en Moisés, en la paciencia y longanimidad que caracterizaban su vida. Pablo, en su epístola a los hebreos, dice: “Porque se sostuvo como viendo al Invisible”. Hebreos 11:27. El carácter que Pablo atribuía así a Moisés no significa ofrecer simplemente una resistencia pasiva al mal, sino perseverar en lo bueno. El tuvo al Señor siempre en su pensamiento, y el Señor estaba siempre a su diestra para ayudarle.
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Moisés tenía un profundo sentido de la presencia personal de Dios. No miraba solamente al futuro lejano esperando que Cristo se manifestase en la carne, sino que veía a Cristo acompañando de una manera especial a los hijos de Israel en todos sus viajes. Dios era real para él, siempre presente en sus pensamientos. Cuando se le interpretaba erróneamente, cuando estaba llamado a arrostrar peligros y soportar insultos por amor de Cristo, los sufría sin represalias. Moisés creía en Dios, como en Aquel a quien necesitaba, y quien le ayudaría por causa de su necesidad. Dios era para él un auxilio presente.
Mucha de la fe que vemos es meramente nominal; escasea la fe verdadera, confiada y perseverante. Moisés confirmó en su propia experiencia la promesa de que Dios será galardonador de aquellos que le buscan diligentemente. Tenía respeto por la recompensa del galardón. En esto hay otro punto de la fe que deseamos estudiar: Dios recompensará al hombre de fe y obediencia. Si esta fe penetra en la experiencia de la vida, habilitará a cada uno de los que temen y aman a Dios para soportar pruebas. Moisés estaba lleno de confianza en Dios, porque tenía una fe que se apropiaba de sus promesas. Necesitaba ayuda, oraba por ella, se aferraba a ella por la fe, y entretejía en su experiencia la creencia de que Dios le cuidaba. Creía que Dios regía su vida en particular. Veía y reconocía a Dios en todo detalle de su vida, y sentía que estaba bajo el ojo del que lo ve todo, que pesa los motivos y prueba el corazón. Miraba a Dios, y confiaba en que él le daría fuerza para vencer toda tentación. Sabía que le había sido asignada una obra especial, y deseaba, en cuanto fuese posible, cumplir cabalmente esa obra. Pero sabía que no podía hacerlo sin ayuda divina; porque tenía que tratar con un pueblo perverso. La presencia de Dios bastaba para hacerle atravesar las situaciones más penosas en las cuales un hombre pudiera ser colocado.
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Moisés no pensaba simplemente en Dios; le veía. Dios era la constante visión que había delante de él; nunca perdía de vista su rostro. Veía a Jesús como su Salvador, y creía que los méritos del Salvador le serían imputados. Esta fe no era para Moisés una suposición; era una realidad. Esa es la clase de fe que necesitamos: la fe que soportará la prueba. ¡Oh, cuántas veces cedemos a la tentación porque no mantenemos nuestros ojos puestos en Jesús! Nuestra fe no es continua, porque, por la complacencia propia pecamos, y luego no podemos mantenernos “como viendo al Invisible”. Hebreos 11:27.
Hermano mío, haga de Cristo su compañero de todos los días, de cada hora, y no se quejará de no tener fe. Contemple a Cristo. Mire su carácter. Hable de él. Cuanto menos ensalce el yo, tanto más encontrará algo que ensalzar en Jesús. Dios tiene una obra para usted. Tenga al Señor siempre presente en su recuerdo. Hermano y hermana Q., elevaos siempre más para tener visiones más claras del carácter de Cristo. Cuando Moisés oró: “Ruégote que me muestres tu gloria”, el Señor no lo reprendió, sino que le concedió lo que le pedía. Dios declaró a su siervo: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti”. Éxodo 33:18, 19. Nos mantenemos separados de Dios, y ésta es la razón por la cual no vemos la revelación de su poder.
La presencia de Cristo en el aula de clase
Hermano mío, hermana mía, que el Señor os imparta sabiduría a ambos, para que sepáis cómo tratar con otras mentes. Que el Señor os enseñe las grandes cosas que él es capaz de hacer si tan sólo tenéis fe. Llevad a Jesús con vosotros, como vuestro compañero, al aula de clase. Tenedlo presente cuando habléis, para que la ley de bondad fluya de vuestros labios. No permitáis que nadie os haga cambiar de parecer acerca de este asunto. Permitid que los niños que están bajo vuestro cuidado desarrollen su propia individualidad, como también vosotros. No dejéis de conducirlos, pero nunca a la fuerza.
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Veo algunas cosas aquí en Suiza que me parece que son dignas de ser emuladas. Los maestros de las escuelas salen a menudo a acompañar a sus alumnos mientras juegan y les enseñan cómo divertirse y están disponibles para intervenir y poner fin a cualquier desorden o mal. A veces sacan a sus alumnos a una larga caminata. Me gusta esto; creo que de esta manera hay menos oportunidad de que los alumnos cedan a la tentación. Los maestros parece que se unen con los niños en sus deportes y los controlan. No puedo de ninguna manera sancionar la idea de que los niños tienen que sentir que están bajo una sospecha constante y que no pueden actuar como niños. No obstante, que los maestros se unan a las diversiones de los niños, que sean uno con ellos, y que les demuestren que anhelan su felicidad, todo lo cual infundirá confianza en los niños. Pueden ser controlados en amor, pero sin perseguirlos durante sus horas de comida y diversión con una severidad rigurosa e inflexible.
Permítaseme observar aquí que los que nunca han tenido niños propios por lo general no son los mejor calificados para manejar sabiamente las mentes variadas de los niños y de la juventud. Están propensos a fijar una ley de la cual no hay salida posible. Los maestros deben recordar que ellos mismos fueron niños alguna vez. Deben adaptar su enseñanza a las mentes de los niños, colocándose a sí mismos en una relación de simpatía con ellos; entonces los niños podrán ser instruidos por medio de reglas y el ejemplo.
¡Que el Espíritu de Jesús entre para amoldar vuestros corazones, para construir vuestros caracteres, para elevar y ennoblecer vuestras almas! Cristo dijo a sus discípulos: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, de ningún modo entraréis en el reino de los cielos”. Mateo 18:3. Existe la necesidad de poner a un lado estas reglas duras como el hierro; de bajarse de estos zancos, hacia la humildad del niño. Oh, ¡que un poco de ese espíritu de severidad pudiera convertirse en un espíritu de amor, y que la alegría y los rayos del sol pudieran reemplazar el desánimo y la pesadumbre!
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Naturaleza e influencia de los testimonios
A medida que se acerca el fin, y la obra de dar la última amonestación al mundo se extiende, resulta más importante para los que aceptan la verdad presente tener una clara comprensión de la naturaleza e influencia de los Testimonios, que en su providencia Dios vinculó con la obra del mensaje del tercer ángel desde su mismo nacimiento. En las siguientes páginas se dan extractos de lo que he escrito durante los últimos cuarenta años, con relación a mi propia experiencia en esta obra especial, con el fin de presentar también lo que Dios me ha revelado acerca de la naturaleza e importancia de los Testimonios, la manera en que son dados, y cómo deben ser considerados.
“Fue poco después de transcurrir la fecha de 1844, cuando me fue dada mi primera visión. Estaba visitando a una amada hermana en Cristo, cuyo corazón estaba unido al mío. Cinco de nosotras estábamos arrodilladas en silencio en el altar de la familia. Mientras estábamos orando, el poder de Dios descendió sobre mí como nunca lo había sentido antes. Me parecía estar rodeada de luz, y estar elevándome siempre más de la tierra. En esa ocasión tuve una visión de lo que sucedería a los creyentes adventistas, la venida de Cristo y la recompensa que habría de ser dada a los fieles.
“En una segunda visión, que no tardó en seguir a la primera, me fueron mostradas las pruebas por las cuales debía pasar y que sería mi deber ir y relatar a otros lo que Dios había revelado. Me fue mostrado que mis labores encontrarían gran oposición, y que mi corazón sería desgarrado por la angustia, pero que la gracia de Dios bastaría para sostenerme a través de todo. La enseñanza de esta visión me afligió grandemente; porque me indicaba el deber de ir entre la gente y presentar la verdad.
“Un gran temor que me oprimía consistía en que, si obedecía el llamado del deber y salía declarándome favorecida del Altísimo con visiones y revelaciones para la gente, podría ceder a una exaltación pecaminosa y elevarme por encima de la posición que me correspondía ocupar, atrayendo sobre mí el desagrado de Dios y perdiendo mi propia alma. Tenía ante mí varios casos como los que he descrito, y mi corazón rehuía esta penosa prueba.
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“Rogué entonces que si debía ir y relatar lo que el Señor me había mostrado, fuese preservada del ensalzamiento indebido. Dijo el ángel: ‘Tus oraciones han sido oídas, y serán contestadas. Si ese mal que temes te amenaza, la mano de Dios se extenderá para salvarte; por la aflicción te atraerá a sí, y conservará tu humildad. Comunica el mensaje fielmente. Persevera hasta el fin y comerás del fruto del árbol de la vida y beberás del agua de la vida’”.
En ese tiempo había fanatismo entre algunos de los que habían creído el primer mensaje. Albergaban graves errores de doctrina y práctica, y algunos estaban dispuestos a condenar a todos los que no aceptasen sus opiniones. Dios me reveló esos errores en visión, y me mandó a sus hijos que erraban para declarárselos; pero al cumplir este deber encontré acerba oposición y oprobio.
“Era una gran cruz para mí relatar a los que erraban lo que me había sido mostrado acerca de ellos. Me causaba gran angustia ver a otros afligidos o agraviados. Y cuando estaba obligada a declarar los mensajes, con frecuencia los suavizaba, y los hacía aparecer tan favorables para la persona como podía, y luego me apartaba a solas y lloraba en agonía de espíritu. Miraba a aquellos que tenían tan sólo su propia alma que cuidar, y pensaba que si me hallase en su condición, no murmuraría. Era difícil relatar los claros y penetrantes testimonios que Dios me daba. Yo miraba ansiosamente el resultado, y si las personas reprendidas se levantaban contra el reproche y más tarde se oponían a la verdad, acudían estas preguntas a mi mente: ¿Di el mensaje como debía darlo? ¿No habría habido alguna manera de salvarlos? Y entonces oprimía mi alma tanta angustia que con frecuencia me parecía que la muerte sería una mensajera bienvenida, y la tumba un suave lugar de descanso.
“No comprendía el peligro y el pecado de una conducta tal, hasta que en visión fui llevada a la presencia de Jesús. Me miraba con desagrado, y apartó su rostro de mí. Es imposible describir el terror y la agonía que sentí entonces. Caí sobre mi rostro delante de él, pero no pude pronunciar una sola palabra. ¡Oh, cuánto anhelaba estar amparada y oculta de ese ceño terrible! Entonces pude comprender, en cierto grado, cuáles serán los sentimientos de los perdidos cuando clamen a los montes y a las peñas: ‘Caed sobre nosotros y escondednos de la cara de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero’. Apocalipsis 6:16.
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“Pronto un ángel me ordenó que me levantara, y difícilmente puede describirse la escena que vieron mis ojos. Delante de mí había una compañía cuyos cabellos y ropas estaban desgarrados, y cuyos rostros eran el mismo retrato de la desesperación y el horror. Se acercaron a mí y restregaron sus ropas contra las mías. Al mirar mis vestidos, vi que estaban manchados de sangre. Volví a caer como muerta a los pies de mi ángel acompañante. No podía presentar una sola excusa y anhelaba estar lejos de ese lugar santo. El ángel me alzó y dijo: ‘Este no es tu caso ahora, pero esta escena ha pasado delante de ti para hacerte saber cuál será tu situación si descuidas el declarar a otros lo que el Señor te ha revelado’”. Con esta solemne amonestación presente, salí a decir a la gente las palabras de reproche e instrucción que Dios me diera.
Testimonios personales
Los mensajes que me eran dados para diferentes personas los escribía frecuentemente para ellas, haciéndolo en muchos casos en respuesta a su urgente pedido. A medida que mi obra se extendía, esto llegó a ser una parte importante y pesada de mis labores. Antes de la publicación del Testimonio no 15 [1868], me habían enviado muchos pedidos de testimonios aquellos a quienes había aconsejado o reprendido; pero me hallaba en un estado de gran agotamiento, por causa de mis pesados trabajos, y rehuía la tarea, especialmente cuando sabía que algunas de esas personas eran muy indignas, y había muy poca esperanza de que las amonestaciones dadas produjesen cambio decidido alguno en ellas. En ese tiempo fui muy alentada por el siguiente sueño:
“Una persona me trajo una pieza de tela blanca, y me pidió que cortase de ella vestidos para personas de todos los tamaños y de todas las descripciones de carácter y circunstancias de la vida. Se me dijo que los cortase y los colgase de modo que estuviesen listos para ser hechos cuando los pidiesen. Tenia la impresión de que muchas de aquellas personas para quienes debía cortar vestiduras eran indignas. Pregunté si ésta sería la última pieza de tela que habría de cortar, y se me dijo que no; que tan pronto como se hubiese terminado ésta, habría otras que debería atender. Me sentía desalentada por la cantidad de trabajo que tenía delante de mí, y declaré que había estado dedicada a cortar vestidos para otros durante más de veinte años, que mis trabajos no habían sido apreciados y que no veía que hubiesen logrado mucho beneficio. A la persona que me traía la tela le hablé de una mujer en particular, para la cual me había ordenado cortar un vestido. Declaré que no lo apreciaría, y que regalárselo sería una pérdida de tiempo y de materiales. Era muy pobre, de intelecto inferior, desaseada en sus costumbres, y pronto lo ensuciaría.
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“La persona replicó: ‘Corta los vestidos. Este es tu deber. La pérdida no es tuya, sino mía. Dios ve no como el hombre ve. El te indica el trabajo que quiere que hagas, y no sabes qué prosperará, si esto o aquello’.
“Entonces alcé mis manos, callosas por el largo uso de las tijeras, y declare que no podía menos que rehuir el pensamiento de continuar esa clase de trabajo. La persona volvió a repetir: ‘Corta los vestidos. No ha llegado todavía el momento de tu relevo’.
“Con sentimiento de gran fatiga me levanté para emprender mi trabajo. Delante de mí había tijeras nuevas pulidas, que empecé a usar. En seguida me abandonaron mis sentimientos de cansancio y desaliento. Las tijeras parecían cortar casi sin esfuerzo de mi parte, y corté vestido tras vestido con comparativa facilidad”.
Hay muchos sueños que provienen de las cosas comunes de la vida, con las cuales el Espíritu de Dios no tiene nada que ver. “Como hay falsas visiones, hay también falsos sueños, que son inspirados por el espíritu de Satanás. Pero los sueños del Señor están clasificados en la Palabra de Dios con las visiones, y son tan ciertamente los frutos del espíritu de profecía como las visiones. Los tales sueños, teniendo en cuenta a las personas que los tienen, y las circunstancias en las cuales son dados, contienen sus propias pruebas de veracidad”.
Puesto que la instrucción y la amonestación dadas en los Testimonios para los casos individuales se aplicaban con igual fuerza a muchos otros que no habían sido señalados especialmente de esta manera, me pareció que era mi deber publicar los testimonios personales para beneficio de la iglesia. En el Testimonio no 15, hablando de la necesidad de hacer esto, dije: “No conozco ninguna manera mejor de presentar mis visiones de los peligros y errores generales, así como el deber de todos los que aman a Dios y guardan sus mandamientos, que dando estos testimonios. Tal vez no hay manera más directa y vigorosa de presentar lo que el Señor me ha mostrado”.