Como el carácter de su Autor divino, la Palabra de Dios presenta misterios que no podrán nunca ser plenamente comprendidos por los seres finitos. Dirige nuestra mente al Creador, “que habita en luz inaccesible”. 1 Timoteo 6:16. Nos presenta sus propósitos, que abarcan todas las edades de la historia humana, y cuyo cumplimiento se alcanzará únicamente en los siglos sin fin de la eternidad. Llama nuestra atención a temas de infinita profundidad e importancia concernientes al gobierno de Dios y el destino del hombre.
La entrada del pecado en el mundo, la encarnación de Cristo, la regeneración, la resurrección y muchos otros temas presentados en la Biblia, son misterios demasiado profundos para que los explique la mente humana, o siquiera los comprenda plenamente. Pero Dios nos ha dado en las Escrituras suficientes evidencias de su carácter divino, y no debemos dudar su Palabra porque no podamos comprender todos los misterios de su providencia.
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Las porciones de las Santas Escrituras que presentan estos grandes temas no deben pasarse por alto, como si no tuviesen utilidad para el hombre. Todo lo que Dios ha visto propio dar a conocer, debemos aceptarlo por la autoridad de su Palabra. Tal vez se haga una simple declaración de los hechos, sin explicación en cuanto al porqué ni cómo, pero aunque no podamos comprenderlo, debemos admitir que es verdad, porque Dios lo ha dicho. La dificultad estriba en la debilidad y estrechez de la mente humana.
El apóstol Pedro dice que hay en las Escrituras cosas “difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen… para perdición de sí mismos”. 2 Pedro 3:16. Las dificultades de la Escritura han sido presentadas por los escépticos como argumentos contra la Biblia; pero lejos de serlo, constituyen una fuerte evidencia de su inspiración divina. Si mencionase de Dios sólo aquello que se pudiese comprender fácilmente; si su grandeza y majestad pudiesen ser comprendidas por las mentes finitas, la Biblia no llevaría las inequívocas credenciales de la autoridad divina. La misma grandeza y el misterio de los temas presentados, deben inspirar fe en ella como palabra de Dios.
La Biblia revela la verdad con una sencillez y una adaptación tan perfecta a las necesidades y los anhelos del corazón humano, que asombra y encanta los intelectos más altamente cultivados, al par que habilita a los humildes e incultos para discernir el camino de la salvación. Sin embargo, estas verdades sencillamente presentadas abarcan temas tan elevados, tan extensos, tan infinitamente más allá del poder de la comprensión humana, que podemos aceptarlos únicamente porque Dios los ha presentado. Así se nos abre el plan de la salvación para que cada alma pueda ver los pasos que ha de dar en el arrepentimiento hacia Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo, a fin de salvarse de la manera que Dios ha indicado; sin embargo, debajo de estas verdades, tan fácilmente comprendidas, hay misterios que ocultan su gloria; misterios que sobrepujan la mente en sus investigaciones, aunque inspiran reverencia y fe en el que busca sinceramente la verdad. Cuanto más se escudriña la Biblia, tanto más profunda se vuelve la convicción de que es la Palabra del Dios viviente, y la razón humana se inclina ante la majestad de la revelación divina.
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Son bendecidos con la luz más clara los que están dispuestos a aceptar los oráculos vivientes por la autoridad de Dios. Si se les pide que expliquen ciertas declaraciones sólo pueden contestar: “Así se presenta el asunto en las Escrituras”. Están obligados a reconocer que no pueden explicar la operación del poder divino ni la manifestación de la sabiduría divina. Es como el Señor se propuso que fuera, que nos hallemos obligados a aceptar algunas cosas solamente por la fe. Reconocer esto es admitir que la mente finita es inadecuada para comprender lo infinito; que el hombre, con su conocimiento limitado y humano, no puede comprender los propósitos de la omnisciencia.
El escéptico y el incrédulo rechazan la Palabra de Dios porque no pueden sondear todos sus misterios; y no todos los que profesan creer la Biblia están seguros contra esa tentación. Dice el apóstol: “Mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo”. Hebreos 3:12. Los intelectos que se han acostumbrado a criticar, dudar y cavilar porque no pueden sondear los propósitos de Dios caerán “en semejante ejemplo de desobediencia”. Hebreos 4:11. Es correcto estudiar detenidamente la enseñanza de la Biblia y escudriñar las cosas profundas de Dios hasta donde se revelan en las Escrituras. Si bien “las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios”, “las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos por siempre”. Deuteronomio 29:29.
Pero la obra de Satanás consiste en pervertir las facultades investigadoras de la mente. Se mezcla cierto orgullo con la consideración de la verdad bíblica de manera que los hombres se sienten derrotados e impacientes si no pueden explicar toda porción de la Escritura a su satisfacción. Es demasiado humillante para ellos reconocer que no entienden las palabras inspiradas. No están dispuestos a aguardar pacientemente hasta que Dios vea propio revelarles la verdad. Piensan que su sabiduría humana, sin ayuda alguna, es suficiente para permitirles comprender la Escritura; y al fracasar en ello, niegan virtualmente su autoridad.
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Es cierto que muchas teorías y doctrinas popularmente creídas como enseñanza de la Biblia, no tienen fundamento en la Escritura, y son a la verdad contrarias a todo el tenor de la inspiración. Estas cosas han sido causa de duda y perplejidad para muchas mentes. Sin embargo, no son imputables a la Palabra de Dios, sino a la perversión que el hombre le ha hecho sufrir. Pero las dificultades que hay en la Biblia no arrojan sombra sobre la sabiduría de Dios; no causarán la ruina de nadie que no habría sido destruido aun cuando no existiesen dificultades tales. Aun cuando no hubiese en la Biblia misterios que poner en duda, la propia falta de discernimiento espiritual de esas mentes les habría hecho hallar causa de tropiezo en los más claros asertos de Dios.
Los hombres que se imaginan dotados de facultades mentales tan superiores que pueden explicar todos los caminos y las obras de Dios, están tratando de ensalzar la sabiduría humana hasta igualarla con la divina y de glorificar al hombre como Dios. Están tan sólo repitiendo lo que Satanás declaró a Eva en el Edén: “Seréis como dioses”. Génesis 3:5. Satanás cayó por tener la ambición de ser igual a Dios. Deseó entrar en los consejos y propósitos divinos, de los cuales había sido excluido porque como ser creado era incapaz de comprender la sabiduría del Ser infinito. Fue este ambicioso orgullo lo que le indujo a rebelarse, y por el mismo medio trata de causar la ruina del hombre.
Hay misterios en el plan de la redención: la humillación del Hijo de Dios, para que fuese hallado como hombre, el admirable amor y la condescendencia del Padre al entregar a su Hijo; y esos misterios constituyen temas de continuo asombro para los ángeles celestiales. El apóstol Pedro, hablando de la revelación dada a los profetas en cuanto a “las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias después de ellas”, dice que son cosas “en las cuales desean mirar los ángeles”. 1 Pedro 1:11, 12. Constituirán el estudio de los redimidos a través de las edades eternas. A medida que contemplen la obra de Dios en la creación y la redención, nuevas verdades se revelarán continuamente a su mente asombrada y deleitada. Y a medida que vayan aprendiendo más y más de la sabiduría, el amor y el poder de Dios, su mente se irá ampliando constantemente y su gozo aumentará de continuo.
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Si para los seres creados fuese posible obtener una comprensión plena de Dios y sus obras, después de lograrla no habría para ellos mayor descubrimiento de la verdad, ni crecimiento en el conocimiento, ni ulterior desarrollo del intelecto o el corazón. Dios no sería ya supremo; y los hombres, habiendo alcanzado el límite del conocimiento y del progreso, dejarían de avanzar. Demos gracias a Dios de que no es así. Dios es infinito; en él están “escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento”. Colosenses 2:3. Y durante toda la eternidad los hombres podrán estar investigando y aprendiendo siempre, y sin embargo no podrán agotar los tesoros de su sabiduría, bondad y poder.
Dios quiere que, aun en esta vida, la verdad se vaya desarrollando siempre ante su pueblo. Hay tan sólo una manera en que puede obtenerse este conocimiento. Podemos alcanzar a comprender la Palabra de Dios únicamente por la iluminación de aquel Espíritu por el cual fue dada la Palabra. “Nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios;” “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios”. Y la promesa del Salvador a quienes le siguen es: “Cuando viniere aquel Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad;… porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” 1 Corintios 2:11, 10; Juan 16:13, 14.
Dios desea que el hombre ejercite sus facultades de raciocinio; y el estudio de la Biblia fortalecerá y elevará el intelecto como ningún otro estudio puede hacerlo. Es el mejor ejercicio intelectual y espiritual para la mente humana. Sin embargo, no debemos endiosar la razón, que está sujeta a la debilidad y flaqueza de la humanidad. Si no queremos que las Escrituras queden veladas para nuestro entendimiento, de manera que no podamos comprender las más claras verdades, debemos tener la sencillez y fe de un niñito, estar listos para aprender y solicitar la ayuda del Espíritu Santo. Un sentido del poder y la sabiduría de Dios y de nuestra incapacidad para comprender su grandeza, debe inspirarnos humildad, y debemos abrir su Palabra con tanta reverencia como si entráramos en su presencia. Cuando acudimos a la Biblia, la razón debe reconocer una autoridad superior a ella, y el corazón y el intelecto deben inclinarse ante el gran YO SOY.
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Progresaremos en el verdadero conocimiento espiritual tan sólo en la medida en que comprendamos nuestra propia pequeñez y nuestra entera dependencia de Dios; pero todos los que acudan a la Biblia con un espíritu dispuesto a ser enseñado y a orar, para estudiar sus declaraciones como Palabra de Dios, recibirán iluminación divina. Hay muchas cosas aparentemente difíciles u oscuras, que Dios hará claras y sencillas para los que traten así de comprenderlas.
Hay a veces hombres de capacidad intelectual, mejorada por la educación y la cultura, que no alcanzan a comprender ciertos pasajes de la Escritura, mientras que otros que no tienen instrucción, cuyo entendimiento parece débil y cuya mente no está disciplinada, comprenden su significado y hallan fuerza y consuelo en aquello que los primeros declaran tedioso, o pasan por alto corno si no tuviese importancia. ¿Por qué es esto? Me ha sido explicado que la última clase no confía en su propio entendimiento. Van a la fuente de la luz, Aquel que inspiró las Escrituras, y con humildad de corazón piden sabiduría a Dios, y la reciben. Hay minas de verdad que ha de descubrir todavía el investigador ferviente. Cristo representó la verdad por un tesoro oculto en un campo. No está en la misma superficie; debemos cavar para encontrarla. Pero nuestro éxito en esto no depende tanto de nuestra capacidad intelectual como de nuestra humildad de corazón y de una fe que se vale de la ayuda divina.
Sin la dirección del Espíritu Santo, estaremos constantemente expuestos a torcer las Escrituras o a interpretarlas mal. Muchas veces la lectura de la Biblia no reporta provecho, y hasta puede causar un daño positivo. Cuando la Palabra de Dios se abre sin reverencia ni oración; cuando los pensamientos y afectos no están fijos en Dios ni armonizan con su voluntad, el intelecto está enturbiado por la duda; y el escepticismo se fortalece en el mismo estudio de la Biblia. El enemigo rige los pensamientos y sugiere interpretaciones que no son correctas.
Cuando quiera que los hombres no traten de estar en armonía con Dios en sus palabras y acciones, por sabios que sean están expuestos a errar en su comprensión de la Escritura, y es peligroso confiar en sus explicaciones. Cuando tratamos verdaderamente de hacer la voluntad de Dios, el Espíritu Santo toma los preceptos de su Palabra, hace de ellos los principios de la vida y los escribe en las tablas del alma. Son únicamente los que siguen la luz ya dada quienes pueden esperar recibir mayor iluminación de parte del Espíritu. Esto se presenta claramente en las palabras de Cristo: “El que quisiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina”. Juan 7:17.
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Los que buscan discrepancias en las Escrituras no tienen percepción espiritual. Con visión torcida ven motivos de duda e incredulidad en cosas que son realmente claras y sencillas. Pero para los que reciben la Palabra de Dios con reverencia y tratan de aprender su voluntad a fin de obedecerla, todo cambia. Se llenan de reverencia y admiración al contemplar la pureza y exaltada excelencia de las verdades reveladas. Las cosas que se parecen se atraen entre sí. Las personas que se asemejan se aprecian entre sí. La santidad se asocia con la santidad, la fe con la fe. Para el corazón humilde y el intelecto sincero e investigador, la Biblia está llena de luz y conocimiento. Los que acuden a las Escrituras con ese espíritu, se ponen en comunión con los profetas y los apóstoles. Su espíritu se adapta al de Cristo y anhelan llegar a ser uno con él.
Muchos sienten que les incumbe una responsabilidad de explicar toda dificultad aparente en la Biblia, a fin de hacer frente a las cavilaciones de los escépticos e incrédulos. Pero al tratar de explicar aquello que comprenden tan sólo imperfectamente, están en peligro de confundir a los demás con referencia a puntos que son claros y fáciles de comprender. Esta no es nuestra obra. Ni siquiera debemos lamentarnos de que estas dificultades existan, sino aceptarlas como permitidas por la sabiduría de Dios. Es nuestro deber recibir su Palabra, que es clara en todo punto para la salvación del alma, y practicar sus principios en nuestra vida, enseñándolos a otros tanto por nuestros preceptos como por nuestro ejemplo. Así será evidente para el mundo que estamos en relación con Dios y confiamos implícitamente en su Palabra. Una vida de piedad, un ejemplo diario de integridad, de mansedumbre y amor abnegado, serán un ejemplo vivo de la enseñanza de la Palabra de Dios, un argumento en favor de la Biblia que pocos podrán resistir. Será la manera más eficaz de oponerse a la prevaleciente tendencia al escepticismo y la incredulidad.
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Por la fe debemos mirar al más allá, y aceptar la promesa de Dios, de que el intelecto crecerá y las facultades humanas se unirán con las divinas, de modo que toda potencia del alma será puesta en contacto directo con la Fuente de la luz. Podemos regocijarnos de que todo lo que nos dejó perplejos en la providencia de Dios será entonces aclarado; las cosas difíciles de comprender se explicarán; y donde nuestra mente finita descubría tan sólo confusión y propósitos incoherentes, veremos la más perfecta y hermosa armonía. Dice el apóstol Pablo: “Ahora vemos por espejo, en oscuridad; mas entonces veremos cara a cara: ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido”. 1 Corintios 13:12.
Pedro exhorta a sus hermanos a crecer “en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. 2 Pedro 3:18. Siempre que los hijos de Dios estén creciendo en la gracia obtendrán de continuo una comprensión más clara de su Palabra. Descubrirán nueva luz y hermosura en sus verdades sagradas. Tal ha sido el caso en la historia de la iglesia en todos los siglos, y así será hasta el fin. Pero cuando decae la verdadera vida espiritual se propende siempre a dejar de progresar en el conocimiento de la verdad. Los hombres se satisfacen con la luz ya recibida de la Palabra de Dios, y rechazan cualquier otra investigación de las Escrituras. Se vuelven conservadores y tratan de evitar la discusión.
El hecho de que no haya controversia ni agitación entre el pueblo de Dios no debe considerarse como evidencia concluyente de que retienen firmemente la sana doctrina. Hay razones para creer que no disciernen claramente entre el error y la verdad. Cuando no surgen nuevas preguntas por efecto de la investigación de la Escritura, cuando no se levanta ninguna diferencia de opinión que induzca a los hombres a escudriñar la Biblia por su cuenta, para asegurarse de que poseen la verdad, habrá muchos, como en los tiempos antiguos, que se aferrarán a la tradición y adorarán lo que no conocen.
Se me ha mostrado que muchos de los que profesan conocer la verdad presente no saben lo que creen. No comprenden las evidencias de su fe. No tienen justo aprecio de la obra para el tiempo actual. Cuando venga el tiempo de prueba, habrá hombres que, si bien están predicando ahora a otros, al examinar sus creencias hallarán que hay muchas cosas de las cuales no pueden dar una razón satisfactoria. Hasta que no sean así probados, no conocerán su gran ignorancia. Y en la iglesia son muchos los que se figuran comprender lo que creen, y no se percatarán de su propia debilidad mientras no se levante una controversia. Cuando estén separados de los que sostienen la misma fe, y estén obligados a destacarse solos para explicar su creencia, se sorprenderán al ver cuán confusas son sus ideas de lo que habían aceptado como verdad. Lo cierto es que ha habido entre nosotros un apartamiento del Dios vivo, una desviación hacia los hombres, y se pone la sabiduría humana en lugar de la divina.
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Dios despertará a sus hijos; si otros medios fracasan, se levantarán herejías entre ellos, que los zarandearán, separando el tamo del trigo. El Señor invita a todos los que creen su Palabra a que despierten. Ha llegado una luz preciosa, apropiada para este tiempo. Es la verdad bíblica, que muestra los peligros que están por sobrecogernos. Esta luz debe inducirnos a un estudio diligente de las Escrituras, y a un examen muy crítico de las creencias que sostenemos. Dios quiere que se examinen cabal y perseverantemente, con oración y ayuno, las opiniones y los fundamentos de la verdad. Los creyentes no han de confiar en suposiciones e ideas mal definidas de lo que constituye la verdad. Su fe debe estar firmemente basada en la Palabra de Dios, de manera que cuando llegue el tiempo de prueba, y sean llevados ante concilio para responder por su fe, puedan dar razón de la esperanza que hay en ellos, con mansedumbre y temor.
Agitad, agitad, agitad. Los temas que presentamos al mundo deben ser para nosotros una realidad viva. Es importante que al defender las doctrinas que consideramos artículos fundamentales de fe, nunca nos permitamos emplear argumentos que no sean completamente correctos. Tal vez sirvan para acallar a un oponente, pero no honran la verdad. Debemos presentar argumentos sólidos, que no sólo acallen a nuestros oponentes, sino que soporten el examen más estricto y escrutador. Los que se han educado como disputadores están en grave peligro de no manejar la Palabra de Dios con justicia. Cuando hacemos frente a un oponente, nuestro ferviente esfuerzo debe tener por objeto presentar los temas de tal manera que despierten la convicción en su mente en vez de tratar simplemente de dar confianza al creyente.
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Cualquiera que sea el progreso intelectual de un hombre, no debe pensar por un momento que no necesita escudriñar cabal y continuamente las Escrituras para obtener mayor luz. Como pueblo somos llamados individualmente a ser estudiantes de la profecía. Debemos velar con fervor para notar cualquier rayo de luz que Dios nos presente. Debemos discernir los primeros reflejos de la verdad; por medio del estudio acompañado de oración, podremos obtener luz más clara, para comunicarla a otros.
Cuando los hijos de Dios se sienten cómodos y satisfechos con su ilustración presente podemos estar seguros de que él no los favorece. Es su voluntad que avancen siempre, para recibir la abundante y siempre creciente luz que resplandece para ellos. La actitud actual de la iglesia no agrada a Dios. Ha penetrado en ella una confianza propia que ha inducido a sus miembros a no sentir necesidad de más verdad ni de mayor luz. Estamos viviendo en un tiempo en que Satanás trabaja a diestra y siniestra, delante y detrás de nosotros; sin embargo, como pueblo estamos dormidos. Dios quiere que se oiga una voz que despierte a su pueblo para que obre.