Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 75-83, día 271

Entre nosotros hay hombres con puestos de responsabilidad que sostienen que en realidad se puede confiar más en las opiniones de unos cuantos presuntos filósofos, supuestos filósofos, que en la verdad bíblica o en los testimonios del Espíritu Santo. Se considera que la fe de hombres como Pablo, Pedro y Juan es anticuada e intolerable hoy día. Se declara que es absurda, mística e indigna de una mente inteligente. 

Dios me ha mostrado que estos hombres son Hazaeles que resultan ser un azote para nuestro pueblo. Su sabiduría se enaltece por sobre lo que está escrito. Esta actitud de duda de las verdades mismas de la Palabra de Dios, debida a que el criterio humano no alcanza a comprender los misterios de la obra divina, se encuentra en todo distrito y en todos los niveles de la sociedad. Es enseñada en la mayoría de nuestras escuelas y se encuentra hasta en las lecciones que se dan al nivel infantil. Miles de los que profesan ser cristianos prestan atención a espíritus mentirosos. Por doquiera que vayáis os encarará el espíritu de tinieblas con apariencia de religión. 

Si todo lo que tiene apariencia de ser vida divina lo fuera en realidad; si todos los que profesan estar presentando la verdad al mundo estuvieran predicando en favor de ella y no en contra, y si fueran hombres de Dios guiados por su Espíritu, entonces sí que se podría decir que se ve algo animador en medio de la reinante oscuridad moral. El espíritu del anticristo prevalece en grado mayor que nunca antes. Bien podemos clamar: “Salva, oh Jehová, porque se acabaron los piadosos; porque han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres”. Salmos 12:1. Me consta que hay muchos que piensan demasiado favorablemente del tiempo presente. Estas almas amadoras de la comodidad se hundirán en la ruina general. De todas maneras, no perdemos la esperanza. Estamos propensos a pensar que donde no hay fieles ministros no puede haber verdaderos cristianos, pero ese no es el caso. Dios ha prometido que donde los pastores no son fieles, él mismo se hará cargo del rebaño. Dios nunca hizo que el rebaño dependiera totalmente del instrumento humano. Pero los días de la purificación de la iglesia se aproximan velozmente. Dios se propone tener un pueblo puro y leal. En el gran zarandeo que pronto se llevará a cabo podremos medir más exactamente la fuerza de Israel. Las señales indican que el tiempo está cerca cuando el Señor revelará que tiene un aventador en su mano y limpiará con esmero su era. 

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Rápidamente se acercan los días cuando habrá gran perplejidad y confusión. Satanás, ataviado de ropaje angelical, engañará, si es posible, a los mismos escogidos. Habrá muchos dioses y muchos señores. Soplará toda clase de vientos de doctrina. Aquellos que le han rendido homenaje a “la falsamente llamada ciencia” no serán los dirigentes en aquel tiempo. Los que han confiado en el intelecto, el ingenio o el talento no estarán entonces al frente de las tropas. No se mantuvieron al paso con la luz. A los que demostraron ser infieles no se les encomendará el rebaño. Pocos serán los hombres grandes que tomarán parte en la obra solemne del fin. Son autosuficientes, se han independizado de Dios, y él no puede usarlos. El Señor tiene siervos fieles quienes se han de manifestar en la hora de zarandeo y prueba. Hay almas preciosas, ocultas por el momento, que no se han postrado ante Baal. No han tenido la luz que con deslumbrante resplandor ha brillado concentradamente sobre nosotros. Pero puede ser que bajo un exterior algo áspero y no muy llamativo se revele el brillo de un carácter cristiano genuino. Durante el día miramos hacia el cielo, mas no vemos las estrellas. Están allí, fijas en el firmamento, pero el ojo no las puede distinguir. Es de noche cuando podemos contemplar su verdadero lustre. 

No está lejos el tiempo cuando toda alma será probada. Se nos querrá imponer la marca de la bestia. Para aquellos que han ido cediendo paso a paso a las exigencias del mundo y se han acomodado a sus costumbres, no será cosa difícil ceder ante las autoridades dominantes, antes que someterse al escarnio, a los insultos, a la amenaza de encarcelamiento y a la muerte. La contienda es entre los mandamientos de Dios y los mandamientos de los hombres. En ese tiempo, el oro será separado de la escoria en la iglesia. La verdadera piedad se diferenciará claramente de la imitación y oropel de la misma. Muchas de las lumbreras que hemos admirado por su resplandor se disiparán en la oscuridad. Cual nube, el tamo será llevado por el viento, aun en los lugares donde sólo vemos sembrados de hermoso trigo. Todos los que lucen los ornamentos del santuario, pero que no están vestidos de la justicia de Cristo, serán vistos en la vergüenza de su desnudez.

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Cuando los árboles que no llevan fruto sean cortados porque inutilizan la tierra, cuando multitudes de hermanos falsos se distingan de los verdaderos, entonces los que están ocultos se manifestarán, y con expresiones de alabanza en sus labios se alistarán bajo la bandera de Cristo. Aquellos que han sido tímidos y vacilantes en la iglesia llegarán a ser como David: dispuestos a trabajar y arriesgarse. Mientras más oscura la noche para el pueblo de Dios, más resplandecientes las estrellas. Satanás acosará severamente a los fieles; pero saldrán más que vencedores en el Señor. Entonces la iglesia de Cristo aparecerá “hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden”. Cantares 6:10. 

Las semillas de la verdad que están siendo esparcidas mediante el esfuerzo misionero, florecerán entonces y llevarán fruto. Almas capaces de soportar la tribulación recibirán la verdad y alabarán al Señor porque pueden sufrir por Jesús. “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Juan 16:33. “Cuando pase el turbión del azote” (Isaías 28:18), cuando el aventador esté limpiando la era de Jehová, Dios será la ayuda de su pueblo. Los trofeos de Satanás podrán ser puestos en alto, pero la fe pura y santa no se atemorizará.

Elías sacó a Eliseo de detrás del arado y colocó sobre él su manto de consagración. El llamado para hacer esta grande y solemne obra se hizo a hombres eruditos y de elevada posición; si éstos no hubieran tenido una opinión tan elevada de sí mismos y hubieran confiado completamente en el Señor, él los hubiera honrado permitiéndoles llevar su estandarte triunfantemente hasta la victoria. Pero se separaron de Dios, cedieron a la influencia del mundo, y el Señor los rechazó. 

Muchos han exaltado la ciencia y perdido de vista al Dios de la ciencia. No hacía esto la iglesia en su época de mayor pureza. 

Dios ha de llevar a cabo una obra en nuestros días que muy pocos anticipan. Levantará y exaltará en nuestro medio a aquellos que son enseñados por la unción de su Espíritu en vez de por la enseñanza de las instituciones científicas del mundo. Estos planteles no han de despreciarse ni condenarse; son ordenados por Dios, pero son capaces de proporcionar tan sólo calificaciones de carácter exterior. Dios revelará que él no depende de mortales doctos y vanidosos. 

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Hay realmente muy pocos hombres consagrados entre nosotros, pocos que hayan peleado y vencido en la batalla con el yo. La verdadera conversión es un cambio decidido de deseos y motivos; es virtualmente un desprendimiento de todo vínculo mundanal, un apresurarse a escapar de la atmósfera espiritual del mundo, una separación del poder controlador de sus pensamientos, opiniones e influencias. Esta separación ocasiona dolor y amargura para ambas partes. Constituye la disensión que Cristo dice que vino a traer. Sin embargo, los convertidos sentirán un continuo anhelo vehemente porque sus amistades lo dejen todo por Cristo, sabiendo que si no lo hacen se llevará a cabo una separación final y eterna. El verdadero cristiano, cuando está en la compañía de sus amigos incrédulos, no puede ser frívolo ni liviano. El valor de las almas por quienes Cristo murió es demasiado grande. 

“El que no haya dejado todo por mi nombre, dice Jesús, no es digno de mí”. Lo que sea que desvíe los afectos de Dios tiene que ser dejado. El ídolo de muchos es Mammón. Sus cadenas doradas los mantienen atados a Satanás. Hay otra clase de personas que rinden homenaje a la reputación y al honor. Para otros el ídolo es la vida egoísta de comodidad y el estar libres de responsabilidad. Estas son las redes del enemigo, tendidas para los pies incautos. Pero estas cadenas de esclavitud tienen que romperse; la carne tiene que ser crucificada con sus deseos y concupiscencias. No podemos ser mitad del Señor y mitad del mundo. No somos el pueblo de Dios a menos que lo seamos totalmente. Todo peso, todo pecado que estorbe, tiene que dejarse a un lado. Los centinelas de Dios no clamarán, “paz, paz”, cuando Dios no ha pronunciado la paz. La voz de los fieles centinelas se escuchará así: “Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de ella; purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová” Isaías 52:1. 

La iglesia no puede medirse a sí misma contra el mundo, ni por la opinión humana, ni por lo que en un tiempo fue. Su fe y su posición en el mundo tal como lo es ahora, ha de compararse con lo que hubiera sido si hubiese siempre seguido un curso progresivo y ascendente. La iglesia será pesada en las balanzas del santuario. Si su carácter moral y su estado espiritual no corresponden a los beneficios y bendiciones que Dios le ha otorgado, la iglesia será hallada defectuosa. La luz ha estado brillando con claridad y de manera definida sobre su camino, y la luz recibida en 1882 la llama a rendir cuentas. Si no mejora sus talentos, si el fruto que lleva no es perfecto ante Dios, si su luz se ha convertido en tinieblas, entonces sin duda será hallada falta. El conocimiento de nuestra condición, tal como la ve Dios, parece estarnos vedado. Vemos, pero no percibimos; oímos, pero no entendemos; y estamos tan indiferentes y despreocupados como si posara sobre nuestro santuario la nube de día o la columna de fuego de noche. Profesamos conocer a Dios y creer en la verdad, pero nuestras obras lo niegan a él. Nuestros hechos se oponen diametralmente a los principios de verdad y de justicia por los cuales decimos ser gobernados. 

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Los obreros de nuestro colegio

El fundamento mismo de la prosperidad de nuestro colegio es la unión con Dios de parte de los profesores y alumnos. El temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Sus preceptos deben ser reconocidos como la regla de la vida. En la Biblia se revela la voluntad de Dios a sus hijos. Dondequiera que se lea, en el círculo familiar, en la escuela o en la iglesia, todos debieran prestarle atención en quietud y devoción, tal como si Dios estuviese realmente presente y les hablase.

No siempre se ha mantenido en alto una elevada norma religiosa en nuestro colegio. La mayor parte de los maestros y de los alumnos procuran constantemente ocultar su religión. Este ha sido el caso especialmente desde que los mundanos han patrocinado el colegio. Cristo requiere de todos sus seguidores una confesión de fe abierta y varonil. Cada cual debe ocupar su puesto y ser lo que Dios designó que fuese, “espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”. 1 Corintios 4:9. Todo cristiano ha de ser una luz puesta sobre un candelabro, no escondida bajo un almud o debajo de una cama, para que pueda alumbrar a todos los que están en la casa. 

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Los profesores de nuestro colegio no debieran conformarse a las costumbres del mundo ni adoptar los principios mundanos. Los atributos que Dios más estima son la caridad y la pureza. Dichos atributos deben ser apreciados por todo cristiano. “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios”. 1 Juan 4:7. “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros”. 1 Juan 4:12. “Le veremos como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”. 1 Juan 3:3. 

Dios ha estado obrando en el corazón de hombres jóvenes para que se consagren al ministerio. Han venido a nuestro colegio con la esperanza de obtener beneficios allí que no podrían conseguir en ningún otro lugar. Pero las solemnes convicciones del Espíritu de Dios han sido consideradas livianamente por profesores que conocen poco el valor de las almas y sienten poca responsabilidad por su salvación, y han intentado desviar a los jóvenes del camino por el cual el Señor ha procurado conducirlos. 

La remuneración de los profesores bien calificados es mucho más elevada que la de nuestros ministros, y el profesor no trabaja tan arduamente ni se somete a las inconveniencias como lo hace el ministro que se entrega totalmente a la obra. Estas cosas han sido presentadas ante los jóvenes, se les ha animado a desconfiar de Dios y no creer en sus promesas. Muchos han escogido el camino más fácil y se han preparado para enseñar las ciencias o para buscar otro tipo de trabajo en lugar de dedicarse a la predicación de la verdad. 

De esta manera la obra de Dios ha sido estorbada por profesores no consagrados, que profesan creer la verdad pero que no la aman de corazón. Al joven educado se le enseña a considerar que sus aptitudes son demasiado valiosas para ser dedicadas al servicio de Cristo. ¿Pero acaso no tiene Dios algún derecho sobre ellos? ¿Quién les dio la fuerza para obtener esa disciplina mental y esas habilidades? ¿Poseen estas cosas aparte de Dios?

Hay muchos jóvenes que no saben nada del mundo, no conocen sus propias debilidades, ni tienen noción de su futuro, y sin embargo no sienten la necesidad de una mano divina que les señale el camino. Este tipo de joven se considera a sí mismo completamente capacitado para guiar su propia embarcación por el mar embravecido. No olviden estos jóvenes que, no importa a dónde vayan, estarán siempre dentro del dominio de Dios. No son libres para escoger lo que quieren sin tomar en cuenta la voluntad de su Creador. 

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El talento siempre se desarrolla mejor y se aprecia más donde más se necesita. Sin embargo, esta verdad la ignoran muchos de los que aspiran con ansias a recibir distinción. Aunque son superficiales tanto en experiencia religiosa como en logros intelectuales, su miope ambición codicia una esfera de acción más elevada que aquella en la cual los ha colocado la divina Providencia. El Señor no los llama a soportar las tentaciones presentadas por el honor mundanal y los puestos elevados, como lo hizo con José y Daniel. No obstante, se esfuerzan por ocupar puestos peligrosos y abandonan el único puesto del deber para el cual están capacitados.

El llamado macedónico nos llega de todos lados. El urgente llamado que nos llega de oriente y occidente es: “Enviadnos obreros”. Estamos rodeados de campos blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna. ¿No es insensatez dar la espalda a estos campos para dedicarse a la ocupación que solamente rinde ganancia pecuniaria? Cristo no quiere obreros egoístas que sólo buscan los salarios más elevados. El llama a los que están dispuestos a hacerse pobres por su nombre, así como él se hizo pobre por ellos. ¿Cuáles fueron los incentivos que se le presentaron a Cristo en este mundo? Los insultos, la burla, la pobreza, la vergüenza, el rechazo, la traición y la crucifixión. ¿Buscarán los subpastores una suerte más fácil que la de su Maestro? 

La Palabra de Dios es la gran simplificadora de las aspiraciones más complicadas de la vida. A todo el que busca con sinceridad, ella le imparte divina sabiduría. Nunca nos debiéramos olvidar que hemos sido redimidos mediante el sufrimiento. Es la preciosa sangre de Cristo la que hace expiación por nosotros. El Evangelio ha sido llevado a todo el mundo a través de la ardua labor, el sacrificio, los peligros, la pérdida de bienes materiales y la agonía del alma. Dios llama a hombres jóvenes que están en el pleno vigor y fuerza de su juventud a compartir con él la abnegación, el sacrificio y el sufrimiento. Si aceptan el llamado, los hará sus instrumentos para salvar a las almas por quienes él murió. Pero él quiere que cuenten el costo y que emprendan su labor con pleno conocimiento de las condiciones bajo las cuales servirán a su Redentor crucificado. 

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Apenas puedo expresar mis sentimientos al pensar cómo se ha hecho caso omiso al propósito de Dios al establecerse nuestro colegio. Por medio de sus vidas faltas de consagración, aquellos que tienen una apariencia de piedad niegan el poder de la verdad que puede hacernos sabios para salvación. Considerad la historia de los apóstoles, los cuales experimentaron la pobreza, el descrédito, el vituperio y aun la muerte por causa de la verdad. Se regocijaron por haber sido tenidos por dignos de sufrir por Cristo. 

Si se obtienen grandes resultados por medio de los grandes esfuerzos y el gran sufrimiento, ¿quién de nosotros que somos recipientes de la gracia divina osará rehusar el sacrificio? Los requerimientos del Evangelio de Cristo incluyen a toda alma que ha escuchado el mensaje de gozosas nuevas. ¿Qué le rendiremos a Dios por todos sus beneficios? Su inigualable misericordia no puede ser compensada. Es sólo mediante la obediencia voluntaria y el servicio agradecido como podemos dar testimonio de nuestra lealtad y coronar con honor a nuestro Redentor. 

No tengo mayor deseo que el de ver a nuestra juventud imbuida por el espíritu de la religión pura que los conducirá a tomar su cruz y seguir a Jesús. ¡Adelante, jóvenes discípulos de Cristo, gobernados por los sanos principios, ataviados de vestimentas de pureza y de justicia! Vuestro Salvador os guiará hacia el puesto que se adapte mejor a vuestros talentos y en el que podáis ser más útiles. Al transitar por el sendero del deber, podéis estar seguros de que recibiréis la gracia que cada día necesitáis. 

La predicación del Evangelio es el medio escogido por Dios para la salvación de las almas. Sin embargo, nuestra primera obra debe ser colocar nuestros propios corazones en armonía con Dios, y entonces estaremos preparados para trabajar en favor de los demás. 

En tiempos pasados había un gran escudriñamiento de corazón de parte de nuestros diligentes obreros. Se consultaban y se unían en humilde y ferviente oración buscando la dirección divina. El verdadero espíritu misionero ha decaído entre nuestros ministros y profesores. No obstante, la venida de Cristo está más cerca que cuando primero creímos. Cada día que pasa nos deja uno menos para proclamar el mensaje de amonestación al mundo. ¡Ojalá se buscara hoy con interés anhelante a Dios para interceder, y hubiera más humildad, pureza y fe! Todos están en peligro constante. Amonesto a la iglesia para que se cuide de los que predican a otros la Palabra de vida y no albergan ellos mismos el espíritu de humildad y abnegación que ella nos comunica. De los tales no se puede depender en tiempo de crisis. Ignoran la voz de Dios tan prestamente como lo hizo Saúl, y como él muchos están dispuestos a justificar su comportamiento. Cuando el Señor lo reprendió a través del profeta, Saúl firmemente aseveró que había obedecido la voz de Dios; pero el balido de las ovejas y el mugir de los bueyes daban testimonio de que no era así. De la misma manera hay muchos hoy que aseveran servir a Dios, pero sus conciertos y otras reuniones de placer, sus compañías mundanales, su exaltación del yo y sus ardientes deseos de popularidad, dan testimonio de que no han obedecido su voz. “Los opresores de mi pueblo son muchachos, y mujeres se enseñorearon de él”. Isaías 3:12. 

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La norma que nos fija el Evangelio es elevada. El cristiano consecuente no es sólo una nueva criatura, sino también una noble creación en Cristo Jesús. Es una luz constante que señala a otros el camino al cielo y hacia Dios. Aquel que deriva su vida de Cristo no anhelará los placeres frívolos y nada satisfactorios del mundo. 

Entre los jóvenes hay gran diversidad de caracteres y de educación. Algunos han vivido en un ambiente de restricción arbitraria y aspereza, que ha engendrado en ellos un espíritu de testarudez y porfía. Otros han sido los mimados de la casa, a quienes padres indulgentes les han permitido seguir sus propias inclinaciones. Se ha excusado todo defecto, hasta que el carácter se ha deformado. Para tratar con éxito estas mentes distintas, el profesor necesita mucho tacto, delicadeza y firmeza en el manejo. 

A menudo se manifestarán la antipatía y aun el desprecio por las buenas reglas. Algunos pondrán en ejercicio toda su sagacidad para evadir las sanciones, mientras que otros exhibirán una temeraria indiferencia por las consecuencias de la transgresión. Todo esto requerirá mayor paciencia y esfuerzo de parte de los que son responsables de su educación. 

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