Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 9-18, día 264

Número 31—Testimonio para la iglesia

Discurso para un congreso campestre

Boulder, Colorado,

25 de Septiembre de 1881

Estimados hermanos y hermanas que se congregarán en el congreso campestre de Míchigan: Siento mayor interés por esta reunión que por cualquiera otra que se haya celebrado durante esta temporada. En Míchigan no se ha realizado el trabajo que ese lugar merece. Dios ha establecido instituciones importantes entre vosotros, lo cual os impone mayores responsabilidades que cualquiera otra asociación en todo el campo. Se os ha otorgado gran luz, y pocos han respondido a ella; sin embargo, siento una tierna y cordial solicitud por nuestro amado pueblo de Míchigan. La advertencia de que el Hijo de Dios viene pronto en las nubes del cielo, se ha convertido para muchos en un cuento. Han dejado de esperar y velar. El espíritu egoísta y mundano que se manifiesta en la vida delata el sentir del corazón; “Mi Señor tarda en venir”. Mateo 24:48. Algunos están envueltos por una oscuridad tan grande que expresan abiertamente su incredulidad, a pesar de que nuestro Salvador declaró que los tales son siervos infieles y que su parte será con los hipócritas y los incrédulos. 

Nuestros ministros no están cumpliendo cabalmente con su deber. Debe llamarse la atención del pueblo al evento trascendental que está tan cercano. Las señales de los tiempos deben mantenerse frescas ante sus mentes. Las visiones proféticas de Daniel y de Juan predicen un período de oscuridad y decadencia moral; pero en el tiempo del fin, tiempo en el que estamos viviendo actualmente, la visión hablaría y no mentiría. Al cumplirse las señales predichas, se pide de los que esperan y velan que alcen la vista, levanten sus cabezas y se regocijen, porque su redención está cercana.

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Cuando se presentan estas cosas como se debe, surgen burladores que andan conforme a sus propias concupiscencias, los cuales dicen: “¿Dónde está la promesa de su venida? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen como estaban desde el principio de la creación”. 2 Pedro 3:4. Pero “cuando estén diciendo: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina”. 1 Tesalonicenses 5:3. “Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como un ladrón”. vers. 4. Gracias a Dios que no todos serán arrullados en la cuna de la seguridad carnal. Habrá fieles que discernirán las señales de los tiempos. Aunque un gran número de los que profesan la verdad presente negarán su fe por sus obras, habrá algunos que perseverarán hasta el fin.

El mismo espíritu de egoísmo y conformidad con las costumbres del mundo que existió en los días de Noé, existe también en nuestros días. Muchos que profesan ser hijos de Dios persiguen sus intereses mundanales con una intensidad que desmiente su profesión. Estarán plantando y edificando, comprando, comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento hasta el último momento de prueba. Esta es la condición de gran número de miembros de nuestro pueblo. Debido a que abunda la iniquidad, el amor de muchos se enfría. A muy pocos se les puede decir: “Porque sois… hijos del día: no somos de la noche ni de las tinieblas”. 1 Tesalonicenses 5:5. 

Siento un peso en el alma al ver cuánto escasea la espiritualidad entre nosotros. Las modas y las costumbres del mundo, el orgullo, el amor por la diversión, el amor por la ostentación, la extravagancia en el vestido, en casas y terrenos… estas cosas roban la tesorería del Señor, desviando hacia la gratificación del yo los recursos que deben ser usados para enviar al mundo la luz de la verdad. A los propósitos egoístas se les otorga la mayor consideración. Se da más importancia a los negocios mundanales que a la labor de capacitar a hombres para la salvación de la gente. La gente perece por falta de conocimiento. Aquellos que han recibido la luz de la verdad presente y que sin embargo no sienten la necesidad de esforzarse para amonestar a sus semejantes acerca del juicio venidero, tendrán que rendir cuenta a Dios por su descuido del deber. La sangre de las almas recaerá sobre sus vestimentas.

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Los viejos portaestandartes están desfalleciendo y cayendo. No se ha educado a los jóvenes para sentir que son responsables ante Dios; poco se ha hecho para inducirlos a trabajar en la causa, por lo que ellos se dedican a las profesiones que merecen mayor paga y requieren el menor esfuerzo y responsabilidad. Como pueblo no estamos progresando en espiritualidad a medida que nos acercamos al fin. No nos damos cuenta de la magnitud e importancia de la obra que tenemos por delante. Por lo tanto, nuestros planes no se hacen más amplios y abarcantes. Hay una lamentable falta de hombres y mujeres preparados para llevar adelante la creciente obra para este tiempo. 

No estamos haciendo ni la vigésima parte de lo que Dios requiere que hagamos. Ha habido un abandono de la sencillez de la obra, y se la ha hecho intrincada, difícil de ejecutar. Demasiado a menudo la han dirigido y controlado el criterio y la sabiduría humanos y no de Dios. Muchos sienten que no disponen de tiempo para velar por las almas como quienes tienen que rendir cuenta. ¿Y qué excusas darán por esta negligencia en cumplir la importante obra que les correspondía hacer? 

En nuestro colegio se debe educar a los jóvenes de la manera más completa y cuidadosa posible, a fin de que estén capacitados para trabajar para Dios. Este fue el propósito por el cual se creó la institución. Nuestros hermanos en todas partes debieran sentir interés, no sólo por sostener, sino además por velar para que el colegio no se aparte de su propósito ni se deje amoldar a la semejanza de otras instituciones de su clase. El interés religioso debe ser constantemente protegido. El tiempo se acaba. La eternidad se aproxima. La gran cosecha debe recogerse. ¿Qué estamos haciendo para prepararnos para esta obra?

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Los administradores que dirigen nuestro colegio deben ser hombres piadosos y fervientes. Deben hacer de la Biblia la regla y guía de la vida y estar atentos a la segura palabra profética “como a una lámpara que alumbra en lugar oscuro”. 2 Pedro 1:19. Ninguno de nosotros debiera atreverse a estar desprevenido ni por un momento “porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis”. Mateo 24:44. Solamente los que sigan fieles en el bien hacer recibirán la recompensa. Se da lugar entre nosotros a muchas cosas que no tienen parte con Cristo. Ministros, profesores, y maestros no consagrados ayudan a Satanás a levantar bandera dentro de nuestros propios baluartes. 

Aunque el propósito de nuestro colegio ha sido expresado repetidamente, muchos están de tal manera cegados por el dios de este mundo, que pierden de vista su verdadero objetivo. Dios tenía el propósito de que en esta institución los jóvenes fueran atraídos hacia él a fin de prepararse para predicar el Evangelio de Cristo, y extraer del inagotable tesoro de la Palabra de Dios cosas nuevas y viejas para la instrucción y edificación de la gente. Los maestros y profesores debieran percibir claramente los peligros de esta época y la obra que ha de realizarse para preparar a un pueblo que puede estar en pie en el día del Señor.

Algunos de los maestros han estado esparciendo lejos de Cristo en lugar de recoger con él. Por su propio ejemplo inducen a los que están bajo su cargo a adoptar las costumbres y los hábitos de las personas mundanas. Unen las manos de los estudiantes con los incrédulos que siguen las modas en boga y aman las diversiones, y así los acercan un paso más al mundo y los alejan de Cristo. Y hacen eso a pesar de las amonestaciones del cielo, no solamente las que se han dado al pueblo en general, sino también las que han sido dirigidas a ellos mismos. La ira del Señor se enciende por causa de estas cosas. 

Dios probará la fidelidad de su pueblo. Muchos de los errores que cometen los que profesan ser servidores de Dios son consecuencia de su amor propio, su deseo de aprobación, su sed de popularidad. Así cegados, no se dan cuenta de que son elementos de oscuridad en vez de luz. “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os acogeré, y seré a vosotros por Padre, y vosotros me seréis por hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. 2 Corintios 6:17, 18. Estas son las condiciones que permitirán que se nos reconozca como hijos de Dios: la separación del mundo y el renunciamiento a las cosas que engañan, fascinan y entrampan. 

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El apóstol Pablo declara que es imposible que los hijos de Dios se vinculen con los mundanos. “No os juntéis en yugo desigual con los incrédulos”. 2 Corintios 6:14. Esto no se refiere solamente al matrimonio; cualquier relación de confianza y coparticipación con los que no aman a Dios y la verdad, constituye una trampa. 

Sigue diciendo el apóstol: “Porque ¿qué asociación tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué armonía Cristo con Belial? ¿ó qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué concordia entre el santuario de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el santuario del Dios viviente, como Dios dijo: ‘Habitaré y andaré entre ellos, y seré sin Dios, y ellos serán mi pueblo’”. 2 Corintios 6:14-16. A la luz de estos hechos, declara el apóstol: “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos”. vers. 17. “Así que, amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. 2 Corintios 7:1. 

Si cumplimos con estas condiciones, el Señor cumplirá las promesas que nos ha hecho. Pero hay una obra que debemos hacer, y que de ninguna manera debemos descuidar. Con el poder de Cristo la podemos llevar a cabo en forma adecuada. Podemos proseguir siempre hacia adelante y hacia arriba, creciendo constantemente en gracia y en el conocimiento de la verdad. 

Los hijos de la luz y del día no han de reunir en torno suyo las sombras de la noche ni la oscuridad que circundan a los obradores de iniquidad. Al contrario, han de mantenerse fielmente en su puesto de responsabilidad como portadores de luz, obteniendo luz de Dios para alumbrar a los que están en tinieblas. El Señor quiere que su pueblo mantenga su integridad no tocando, es decir no imitando, las prácticas de los impíos. 

Los cristianos han de estar en el mundo como “nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” 1 Pedro 2:9. Esta luz no ha de opacarse, sino que alumbrará con más claridad hasta que el día sea perfecto. Los portaestandartes de Cristo nunca estarán fuera de servicio. Tienen un adversario que espera y vela para apoderarse del baluarte. Algunos de los que profesan ser guardas de Cristo han convidado al enemigo a sus fortificaciones, se han asociado con él y en sus esfuerzos por complacer, han derribado la distinción entre los hijos de Dios y los hijos de Satanás. 

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Nunca fue el designio de Dios que nuestro colegio imitase a otras instituciones de enseñanza. El elemento religioso debe ser el poder controlador. Si los no creyentes escogen esta influencia, sea por bien; si los que están en tinieblas escogen venir a la luz, es lo que Dios quiere. Pero relajar nuestra vigilancia y permitir que el elemento mundano tome la delantera, para conseguir más estudiantes, es contrario a la voluntad de Dios. La fuerza de nuestro colegio estriba en mantener el predominio del elemento religioso. Cuando maestros y profesores sacrifiquen los principios religiosos para complacer a una clase mundana y amadora de los placeres, deben ser considerados como infieles a su cometido y ser despedidos. 

La emocionante verdad que ha estado sonando en nuestros oídos por muchos años, “el Señor está cerca; estad preparados”, no es menos cierta hoy que cuando primero oímos el mensaje. Están en juego en esto los intereses más preciados de la iglesia y del pueblo de Dios, y el destino de un mundo impenitente e impío, para este tiempo y la eternidad. Todos vamos encaminados hacia el juicio. “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivamos, los que hayamos quedado hasta la venida del Señor, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para salir al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. 1 Tesalonicenses 4:15-17. Entonces Cristo se manifestará en el cielo “para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”. 2 Tesalonicenses 1:8. 

Estos eventos trascendentales están cercanos, pero muchos de los que profesan la verdad están dormidos. Si permanecen en su posición actual de amistad con el mundo, seguramente serán contados con el siervo infiel que dijo en su corazón, “Mi Señor se tarda en venir”. Sólo para los que aguardan con esperanza y fe Cristo aparecerá sin pecado para salvación. Muchos poseen la teoría de la verdad pero no conocen el poder de la santidad. Si la palabra de Dios morara en el corazón, controlaría la vida. La fe, la pureza y la conformidad con la voluntad de Dios darían testimonio de su poder santificador.

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Responsabilidad de los ministros

Una solemne responsabilidad descansa sobre los atalayas. ¡Cuán cuidadosos debieran ser para entender y explicar la palabra de Dios! “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas escritas en ella…” Apocalipsis 1:3. Dice el profeta Ezequiel: “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles: Cuando traiga yo la espada sobre la tierra, y el pueblo de la tierra tome un hombre de entre ellos y lo ponga por atalaya, si, cuando él vea venir la espada sobre la tierra, toca trompeta y avisa al pueblo, entonces cualquiera que oiga el sonido de la trompeta y no se aperciba, si la espada llega y lo quita de en medio, su sangre será sobre su propia cabeza. Oyó el sonido de la trompeta, y no se apercibió; su sangre será sobre él; mientras que si se hubiese apercibido, habría librado su vida. Pero si el atalaya ve venir la espada y no toca la trompeta, y el pueblo no se apercibe, y viniendo la espada quita a alguien de en medio de ellos, éste es quitado de en medio por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. A ti pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel; cuando oigas la palabra de mi boca, los amonestarás de mi parte. Cuando yo diga al malvado: Oh malvado, de cierto morirás, si tú no hablas para apercibir al malvado de su mal camino, el malvado morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Pero si tú avisas al malvado de su camino para que se aparte de él, y él no se aparta de su camino, él morirá por su pecado, pero tú habrás librado tu vida”. Ezequiel 33:1-9.

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La responsabilidad de los atalayas de hoy es tanto mayor que en los días del profeta, como nuestra luz es más clara y nuestros privilegios y oportunidades mayores que en sus días. Es el deber del ministro amonestar y enseñar a todo hombre, con toda humildad y sabiduría. No se ha de conformar a las costumbres del mundo, sino que como siervo de Dios contenderá por la fe que ha sido transmitida a los santos. Satanás está obrando constantemente para derribar los baluartes que le impiden el libre acceso a las almas; y mientras nuestros ministros no son más espirituales en sus pensamientos, mientras no establecen una conexión estrecha con Dios, el enemigo tiene gran ventaja y el Señor considera al atalaya responsable por su éxito.

Me permito, en esta ocasión, dar una advertencia a los que se congregarán para nuestro congreso campestre. El fin de todas las cosas se acerca. Mis hermanos, ministros y laicos, se me ha mostrado que debéis trabajar de una manera diferente a la que habéis estado acostumbrados. El orgullo, la envidia, la importancia propia e independencia no santificada, han mancillado vuestras labores. Cuando los hombres se dejan lisonjear y exaltar por Satanás, el Señor puede hacer poco por ellos o a través de ellos. ¡A qué humillación sin medida descendió el Hijo del hombre para elevar a la humanidad! Los obreros de Dios, y no solamente los ministros sino también el pueblo, necesitan la mansedumbre y sumisión de Cristo si han de beneficiar a sus semejantes. Siendo Dios, nuestro Salvador se humilló al asumir la naturaleza humana. Pero se rebajó aún más. “Como hombre, se humilló a sí mismo, al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2:8. ¡Cómo quisiera hallar palabras para presentar estos pensamientos ante vosotros! Ojalá que el velo se rasgara y pudierais ver la causa de vuestra debilidad espiritual. Ojalá que os fuera posible concebir las abundantes provisiones de gracia y poder que aguardan que vosotros las pidáis. Aquellos que tienen hambre y sed de justicia serán saciados. Debemos ejercer una fe mayor al clamar a Dios por las bendiciones necesarias. Hay que esforzarse, agonizar, para entrar por la puerta estrecha.

Dice Cristo: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:28, 29. Testifico ante vosotros, mis queridos hermanos, ministros y pueblo, de que no habéis aprendido esta lección. Cristo sufrió vergüenza, agonía y muerte por nosotros. “Haya, pues entre vosotros, este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Filipenses 2:5. Soportad el reproche y vituperio sin represalias, sin espíritu de venganza. Jesús murió, no sólo para hacer expiación por nosotros sino también para ser nuestro modelo. Oh, ¡qué maravillosa condescendencia! ¡Amor incomparable! Al contemplar al Príncipe de Paz sobre la cruz, ¿podéis albergar el egoísmo? ¿Podéis ceder ante el odio o la venganza? 

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Que el espíritu altivo se doblegue en humildad. Que el corazón endurecido sea quebrantado. Que el yo no se consienta, compadezca ni exalte más. ¡Mirad, oh, mirad a Aquel que fue traspasado por nuestros pecados! Vedle subiendo paso a paso el sendero de la humillación para levantarnos, rebajándose a sí mismo hasta ya no poder más, y todo para salvar a los que caímos por causa del pecado. ¿Por qué seremos tan indiferentes, tan fríos, tan formales, tan orgullosos, tan autosuficientes?

¿Quién de nosotros está siguiendo fielmente al Modelo? ¿Quién de nosotros ha emprendido y continuado la lucha contra el orgullo del corazón? ¿Quién de nosotros, con toda seriedad, se ha puesto a luchar contra el egoísmo hasta que éste abandone su morada en el corazón y deje de manifestarse en la vida? Al contemplar la cruz de Cristo y ver cumplirse las señales que nos acercan más al juicio, quiera Dios que las lecciones que se nos han dado puedan quedar grabadas de tal manera en nuestros corazones que nos hagan más humildes, más abnegados, más bondadosos el uno para con el otro, menos preocupados por nosotros mismos, menos criticadores, y más dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros, que lo que estamos ahora. 

Se me ha mostrado que, como pueblo, nos estamos apartando de la sencillez de la fe y de la pureza del Evangelio. Muchos corren grave peligro. A menos que cambien su comportamiento, serán separados de la Vid verdadera, como ramas inservibles. Hermanos y hermanas, se me ha mostrado que estamos al borde del mundo eterno. Es preciso que ahora ganemos victorias a cada paso. Cada acto de bondad es una semilla que se siembra, la cual dará fruto para vida eterna. Todo éxito logrado nos coloca en un peldaño más elevado de la escala del progreso y nos proporciona mayor fuerza espiritual para alcanzar nuevas victorias. Cada acto correcto prepara el camino para la repetición del mismo. 

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El tiempo de prueba se está terminando para algunos; y ¿podrá decirse que andan bien, que se han hecho aptos para la vida futura? ¿No revelará su registro oportunidades desperdiciadas, privilegios descuidados, una vida de egoísmo y mundanalidad que no ha llevado fruto para la gloria de Dios? ¿Y cuánto de la labor que el Maestro nos dejó para hacer ha quedado sin hacer? En todo nuestro alrededor hay almas que amonestar; pero con frecuencia hemos ocupado el tiempo en servirnos a nosotros mismos, y ante Dios ha subido un registro de almas que han bajado al sepulcro perdidas, sin haber sido amonestadas. 

El Señor todavía tiene propósitos de misericordia para con nosotros. Hay lugar para el arrepentimiento. Podemos convertirnos en los amados de Dios. Ruego a los que han tenido por muy lejana la venida de nuestro Señor que comiencen ahora la labor de redimir el tiempo. Estudiad la Palabra de Dios. Que todos los que estén en esta reunión hagan un pacto con Dios para abandonar las conversaciones triviales y frívolas y la lectura vana; y el año entrante leed la Palabra de Dios con diligencia y oración para que podáis dar, a todo el que os la pida, una razón de la esperanza que hay en vosotros. ¿No humillaréis sin demora vuestros corazones ante Dios y os arrepentiréis de vuestra inactividad? 

No piense nadie que lamento o quiero retractar ningún testimonio claro que haya dirigido a individuos o al pueblo. Si en alguna cosa he fallado, ha sido en no reprender el pecado más decididamente y con mayor firmeza. Algunos de los hermanos han asumido la responsabilidad de criticar mi obra y de proponer una manera más fácil de corregir los errores. Yo diría a las tales personas: Yo sigo el camino de Dios y no el vuestro. Lo que he dicho o escrito en forma de testimonio o reprensión no ha sido expresado con exceso de claridad. 

Dios me ha dado mi obra, y tengo que enfrentarla en el día del juicio. Los que han escogido su propio camino, que se han sublevado en contra de los claros testimonios que les fueron dados y que han procurado debilitar la fe de otros en ellos, han de arreglar sus cuentas con Dios. Yo no retracto nada. No suavizo nada para acomodarme a sus ideas o excusar sus defectos de carácter. No he hablado con la claridad que el caso merecía. Quienes de alguna manera le roben fuerza a las agudas reprensiones que Dios me ha pedido que comunique, tendrán que hacer frente a su obra en el juicio.

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