Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 114-123, día 349

El establecimiento de iglesias y la construcción de edificios para reuniones y escuelas se llevó a cabo de ciudad en ciudad. En cada lugar los creyentes llevaban a cabo esfuerzos unidos y perseverantes, y el Señor trabajaba para aumentar sus fuerzas. Se estaba estableciendo algo que proclamaría la verdad. 

Esta es la obra que debe hacerse en Estados Unidos, Australia, Europa y dondequiera se establezcan grupos basados en la verdad. Los grupos que se organizan requieren un lugar de adoración. Se necesitan escuelas donde se pueda ofrecer instrucción bíblica a los niños. El salón de clase es tan necesario como el edificio de iglesia. El Señor cuenta con personas para que se ocupen en la obra de establecer escuelas de iglesia tan pronto como se hace algo para preparar el camino para ellos. 

En lugares donde los creyentes son pocos, que dos o tres iglesias se unan para construir un edificio escolar sencillo. Que todos participen en los gastos. Es apremiante para los observadores del sábado separar a sus hijos de las asociaciones mundanales y colocarlos bajo los mejores maestros, quienes harán de la Biblia el fundamento de todo estudio. 

La obra de la temperancia

En nuestra obra debe dedicarse más atención a la reforma en favor de la temperancia. Todo deber que exige reforma entraña arrepentimiento, fe y obediencia. Significa elevar el alma a una vida nueva y más noble. De modo que toda verdadera reforma tiene su lugar en la obra del mensaje del tercer ángel. Especialmente la reforma en la temperancia exige nuestra atención y apoyo. En nuestros congresos debemos llamar la atención a esta obra y hacer de ella un asunto de viva importancia. Debemos presentar a la gente los principios de la verdadera temperancia y solicitarles que firmen la promesa de abstinencia. Debe dedicarse atención especial a los que están esclavizados por los hábitos. Debemos conducirlos a la cruz de Cristo. 

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Nuestros congresos necesitan recibir la visita y la colaboración de los médicos. Ellos deben ser hombres de sabiduría y sano juicio, hombres que respeten el ministerio de la Palabra, y que no sean víctimas de la incredulidad. Son los guardianes de la salud del pueblo, y deben ser reconocidos y respetados. Deben dar instrucción a la gente acerca de los peligros de la intemperancia. En el futuro este mal deberá combatirse más decididamente que en el pasado. Los ministros y los médicos deben presentar los males de la intemperancia. Ambos grupos deben trabajar en el Evangelio con poder para condenar el pecado y ensalzar la justicia. Los ministros y los médicos que no dirigen advertencias personales a la gente son remisos en su deber. No cumplen la obra que Dios les ha asignado. 

En otras iglesias hay cristianos que se destacan en defensa de los principios de la templanza. Debemos procurar acercarnos a estos obreros y preparar el terreno para que nos acompañen. Debemos invitar a hombres grandes y buenos a que apoyen nuestros esfuerzos por salvar lo que se ha perdido. 

Si lleváramos adelante la obra de la temperancia como se inició hace treinta años; si en nuestros congresos presentáramos a la gente los males de la intemperancia en la comida y la bebida, especialmente los males de la bebida; si estas cosas fueran presentadas en relación con las evidencias de la pronta venida de Cristo, la gente se conmovería. Si manifestáramos un celo proporcional a la importancia de las verdades que presentamos, podríamos contribuir a rescatar de la ruina a centenares, sí, a millares de seres humanos.

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Únicamente la eternidad habrá de revelar lo que ha alcanzado este ministerio, y cuántas almas enfermas de duda y cansadas de la mundanalidad y la agitación, fueron llevadas al gran Médico que anhela salvar hasta lo sumo a cuantos acuden a él. Cristo es un Salvador resucitado, y hay sanidad bajo sus alas. 

Mientras vemos a los hombres ir a los lugares donde se expende el veneno líquido que destruye su razón; mientras vemos peligrar sus almas, ¿qué estamos haciendo para rescatarlos? Nuestra obra en favor de los tentados y caídos alcanzará verdadero éxito únicamente en la medida en que la gracia de Cristo vuelva a formar el carácter, y el hombre sea puesto en relación viva con el Dios infinito. Tal es el propósito de todo verdadero esfuerzo en favor de la temperancia. Somos invitados a trabajar con energía más que humana, a obrar con el poder que hay en Cristo Jesús. El que condescendió a tomar la naturaleza humana es el mismo que nos mostrará cómo dirigir la batalla. Cristo dejó su obra en nuestras manos y hemos de luchar con Dios, implorando día y noche el poder invisible. Echando mano de Dios por intermedio de Jesucristo es como ganaremos la victoria.

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Lecciones objetivas para la reforma pro salud

Las concurridas reuniones para nuestros miembros ofrecen una excelente oportunidad para ilustrar los principios de la reforma en la salud. Hace algunos años en estas reuniones se habló mucho acerca de la reforma en el ámbito de la salud, y los beneficios obtenidos mediante el uso de una dieta vegetariana; pero al mismo tiempo se servían comidas con carne en las mesas del comedor; además en el almacén se vendían diversos artículos alimenticios de dudoso provecho. La fe sin obras está muerta; y las instrucciones sobre la reforma de la salud, negadas en la práctica, no produjeron una impresión muy profunda. En congresos campestres posteriores, los encargados han educado a los asistentes mediante la práctica así como también por precepto. No se sirvió carne en las mesas del comedor, en cambio había abundancia de frutas, cereales y verduras. Cuando los visitantes hacían preguntas acerca de la carne, se les contestaba claramente que la carne no es el alimento más saludable. 

A medida que nos aproximemos al final del tiempo debemos mejorar cada vez más nuestro concepto acerca de las reformas en la salud y la temperancia cristiana, y presentarlas en forma más positiva y con mayor decisión. Tenemos que procurar continuamente educar a la gente, no sólo mediante nuestras palabras sino también por medio de nuestras prácticas. Las normas y la práctica combinadas producen una influencia eficaz. Durante el congreso campestre debieran presentarse a la gente instrucciones acerca de temas sobre salud. En las reuniones campestres que realizábamos en Australia se presentaban diariamente temas de salud, lo cual despertaba un profundo interés. Había una carpa para uso de los médicos y las enfermeras; se proporcionaba información médica gratuitamente y mucha gente se beneficiaba. Miles de personas asistían a las conferencias, y al final del congreso los asistentes no se conformaban con lo que habían aprendido. En diversas ciudades donde se efectuaron congresos campestres algunos de los ciudadanos más influyentes solicitaban con urgencia que se estableciera una sucursal local del sanatorio y prometían su colaboración. En numerosas ciudades se ha iniciado la obra con buen éxito. Una institución de salud debidamente administrada proporciona prestigio a la obra que se establece en nuevos lugares. Y no sólo es un beneficio para la gente, sino además los obreros relacionados con ella pueden ayudar a los que trabajan en tareas de evangelismo.

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En cada ciudad donde tenemos una iglesia se necesita un lugar para ofrecer tratamientos médicos. Entre los hogares de los miembros de iglesia hay muy pocos que disponen de un cuarto y facilidades para el cuidado adecuado de los enfermos. Por eso se hace necesario proveer un lugar de tratamiento para los problemas comunes de salud. Los edificios pueden ser sencillos y hasta toscos, pero deben estar bien equipados con lo necesario para proporcionar tratamientos simples. Si estos recursos se emplean con habilidad, serán una bendición no solamente para nuestros miembros, sino también para sus vecinos, y hasta podrían ser el medio de atraer la atención de mucha gente hacia los principios de la salud. 

El Señor tiene el propósito de que en todas partes del mundo se establezcan instituciones de salud como ramas de la obra evangélica. Estas instituciones debieran ser agencias de Dios para beneficiar a una clase de personas que de ninguna otra forma se favorecería. No es necesario que sean edificios de gran tamaño, pero debieran estar equipados de tal manea que permitan realizar un trabajo eficaz. 

Podría comenzarse en cada lugar destacado donde se realizan congresos campestres. Comenzad con sencillez y creced a medida que las circunstancias lo exijan. Calculad el costo de cada empresa para tener la seguridad de que podréis terminarla. Solicitad la menor cantidad posible de dinero a la tesorería. Se necesitan hombres de fe y habilidad financiera para que hagan planes económicos. Nuestros dispensarios deben construirse con un gasto mínimo de recursos. Los edificios necesarios para comenzar la obra suelen poder obtenerse a bajo costo. 

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Las mujeres como obreras evangélicas

La obra que se ha iniciado en lo relativo a ayudar a nuestras hermanas a sentir su responsabilidad individual delante de Dios, es una obra buena y necesaria. Ha sido descuidada durante largo tiempo. El Señor quiere que siempre insistamos en el valor del alma humana, ante aquellos que no lo comprenden. Cuando esta obra se hace en forma clara, sencilla y definida, podemos esperar que en vez de descuidar los deberes familiares, se los cumplirá con más inteligencia. 

Si podemos organizar grupos regulares que reciban instrucciones inteligentes acerca de la parte que sus miembros deben desempeñar como siervos del Maestro, nuestras iglesias tendrán la vitalidad que necesitan desde hace mucho. La excelencia del alma por cuya salvación murió Cristo será apreciada. Nuestras hermanas llevan generalmente una carga pesada con sus crecientes familias y sus pruebas, algo que nadie valora. Durante mucho tiempo he anhelado que hubiera mujeres que pudiesen prepararse para ayudar a nuestras hermanas a salir de su desaliento y sentir que podían hacer una obra para el Señor. Esto hará penetrar en su propia vida rayos de sol que se reflejarán en la vida de otras personas. Dios bendecirá a todos los que participen en esta gran obra. 

Muchas hermanas jóvenes, como también otras de más edad, parecen rehuir la conversación religiosa. No aprecian sus oportunidades. Cierran las ventanas del alma que debieran mirar hacia el cielo, y abren ampliamente las que miran hacia la tierra. Pero cuando vean la excelencia del alma humana, cerrarán las ventanas que dan a la tierra, que dependen de las diversiones mundanales y las relaciones insensatas y pecaminosas, y abrirán las que dan al cielo, para contemplar las cosas espirituales. La Palabra de Dios será su garantía, su esperanza, su paz. Entonces podrán decir: “Recibiré la luz del Sol de justicia, a fin de que resplandezca sobre otros”. 

Las personas que trabajan con más éxito son aquellas que asumen alegremente la obra de servir a Dios en las cosas pequeñas. Cada ser humano debe trabajar con el hilo de su vida, entretejiéndolo con la urdimbre para completar el modelo. 

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La obra de Cristo consistió mayormente en entrevistas personales. Tenía una fiel consideración por el auditorio de una sola alma. Mediante esta única alma, el conocimiento recibido era comunicado a millares. 

Debemos enseñar a las personas jóvenes a ayudar a la juventud; y mientras tratan de hacer esta obra, adquirirán una experiencia que las calificará para trabajar en forma consagrada en una esfera más amplia. Millares de corazones pueden ser alcanzados de esta manera muy sencilla y humilde. Los más intelectuales, aquellos que son considerados y alabados como los hombres y mujeres más talentosos del mundo, quedan con frecuencia refrigerados por las sencillas palabras que fluyen de un corazón que ama a Dios y que puede hablar de ese amor con tanta naturalidad como los mundanos hablan de las cosas que su mente contempla y recibe como alimento. Con frecuencia las palabras bien preparadas y estudiadas tienen poca influencia. Pero las palabras veraces y sinceras de un hijo o una hija de Dios, dichas con sencillez natural, abrirán la puerta de corazones que habían estado cerrados durante mucho tiempo. 

Los gemidos que causa el pesar del mundo se oyen en todo nuestro alrededor. El pecado nos apremia con su sombra, y nuestra mente debe estar lista para toda buena palabra y obra. Sabemos que poseemos la presencia de Jesús. La dulce influencia del Espíritu Santo está enseñando y guiando nuestros pensamientos para inducirlos a hablar palabras que alegren la senda de otros. Si pudiéramos hablar con frecuencia a nuestras hermanas y en vez de decirles: “Id”, pudiéramos guiarlas a realizar lo que nosotros haríamos, y a sentir lo que nosotros sentiríamos, entonces comenzaríamos a apreciar más y más el valor del alma humana. Debemos aprender, a fin de enseñar. Este pensamiento debe grabarse en la mente de todo miembro de la Iglesia. 

Creemos plenamente en la organización de la Iglesia; pero ésta no tiene el propósito de prescribir la manera exacta como debemos trabajar; porque no todas las mentes han de ser alcanzadas por los mismos métodos. No debe permitirse cosa alguna que separe al siervo de Dios de sus semejantes. El creyente individual ha de trabajar para el pecador individual. Cada persona debe mantener ardiendo su propia luz; y si el aceite corriera a estas lámparas por los conductos de oro; si los vasos fueran vaciados del yo, y preparados para recibir el aceite santo, se derramaría luz sobre la senda del pecador con algún propósito. Más luz caerá sobre la senda del extraviado de parte de una lámpara tal, que de toda una procesión de antorchas enarboladas para la ostentación. La consagración personal y la santificación para Dios traen más resultados que el más imponente despliegue. 

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Enseñemos a nuestras hermanas que su pregunta debe ser cada día: “Señor, ¿qué quieres que haga hoy?” Cada vaso consagrado recibirá cada día el aceite santo para que fluya a otros vasos. 

Si la vida que vivimos en este mundo es enteramente para Cristo, será una vida de entrega diaria. Él recibirá nuestro servicio voluntario, y cada alma será su joya. Si podemos hacer comprender a nuestras hermanas el bien que pueden hacer por Cristo, veremos realizarse una gran obra. Si podemos despertar su mente y corazón para que cooperen con el divino Obrero, ganaremos grandes victorias por medio de la obra que ellas realicen. Pero el yo debe ocultarse; Cristo debe aparecer como el que lleva a cabo la obra. 

Tiene que haber intercambio entre dar y tomar, en recibir e impartir. Esto nos califica como colaborados de Dios. Esta es la obra del cristiano. El que pierda su vida la hallará. 

La capacidad de recibir el aceite santo de los dos olivos aumenta a medida que el recipiente trasmite este aceite en palabras y acciones que suplan las necesidades de otras almas. Obra preciosa y satisfactoria es la que consiste en estar recibiendo constantemente e impartiendo.

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Necesitamos y debemos tener nuevas provisiones cada día. ¡Y a cuántas almas podremos ayudar si nos comunicamos con ellas! Todo el cielo está esperando los conductos por los cuales pueda ser derramado el aceite santo, para regocijar y bendecir a otros. Yo no temo que haya quienes cometan errores en el trabajo, si tan sólo quieren mantenerse unidos con Cristo. Si él mora en nosotros, trabajaremos en forma continua y sólida, de manera que nuestro trabajo permanecerá. La plenitud divina fluirá por el agente humano consagrado para ser transmitida a otros.

El Señor tiene una obra tanto para las mujeres como para los hombres. Ellas pueden hacer una buena obra para Dios si quieren aprender primero en la escuela del Cristo la preciosa e importantísima lección de la mansedumbre. No sólo deben llevar el nombre de Cristo, sino poseer su Espíritu. Deben andar como él anduvo, purificando su alma de todo lo que contamina. Entonces podrán beneficiar a otros presentando la excelsa suficiencia de Jesús.

Las mujeres pueden ocupar su puesto en la obra en esta crisis, y el Señor trabajará por su medio. Si las inspira un sentimiento de deber, y trabajan bajo la influencia del Espíritu de Dios, tendrán el dominio propio requerido para este tiempo. El Salvador hará reflejar sobre estas mujeres abnegadas la luz de su rostro. Y esto les dará un poder que excederá al de los hombres. Ellas pueden realizar en las familias una obra que los hombres no pueden hacer, una obra que llega a la vida íntima. Pueden acercarse al corazón de aquellas personas a quienes los hombres no pueden alcanzar. Se necesita su labor. 

Una necesidad directa queda suplida por la obra de las mujeres que se han entregado al Señor y están tratando de ayudar a las personas menesterosas y heridas por el pecado. Se ha de realizar una obra de evangelización personal. Las mujeres que se hacen cargo de esta obra llevan el Evangelio a los hogares de la gente por los caminos y los vallados. Leen y explican la Palabra a las familias, orando con ellas, cuidando a los enfermos y aliviando sus necesidades temporales. Presentan a las familias y a sus miembros individuales la influencia purificadora y transformadora de la verdad. Demuestran que la manera de hallar paz y gozo consiste en seguir a Jesús. 

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Todas las que trabajan para Dios deben reunir los atributos de Marta y los de María: una disposición a servir y un sincero amor a la verdad. El yo y el egoísmo deben ser eliminados de la vida. Dios pide obreras fervientes, que sean prudentes, cordiales, tiernas y fieles a los buenos principios. Llama a mujeres perseverantes, que aparten su atención del yo y la conveniencia personal, y la concentren en Cristo, hablando palabras de verdad, orando con las personas a las cuales tienen acceso, trabajando por la conversión de las almas.

¡Oh! ¿cuál es nuestra excusa, hermanas mías, para no dedicar tanto tiempo como podamos al estudio de las Escrituras, haciendo de la mente un almacén de cosas preciosas, a fin de que podamos presentarlas a las personas que no se interesan en la verdad? ¿Se levantarán nuestras hermanas para hacer frente a la emergencia? ¿Trabajarán para el Maestro?

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