La enseñanza de la religión en el hogar
Los que llevan el último mensaje de misericordia al mundo deben sentir que es su deber instruir a los padres acerca de la religión en el hogar. El gran movimiento de reforma debe principiar presentando a los padres, las madres y los hijos los principios de la ley de Dios. A medida que se presentan los requerimientos de esta ley, y los hombres y las mujeres se convencen de su deber de acatarla, muéstreseles la responsabilidad de su decisión; no sólo hacia ellos mismos, sino para sus hijos. Muéstreseles que la obediencia a la Palabra de Dios es la única salvaguardia contra los males que están arrastrando al mundo a la destrucción. Los padres dan a sus hijos un ejemplo de obediencia o de trasgresión. Por su ejemplo, o enseñanza, se decidirá en la mayoría de los casos el destino eterno de sus familias. En la vida futura, los hijos serán lo que sus padres los hayan hecho.
Si se pudiera inducir a los padres a rastrear los resultados de su acción, y pudieran ver cómo por su ejemplo y enseñanza perpetúan y acrecientan el poder del pecado o el poder de la justicia, buscarían ciertamente un cambio. Muchos quebrantarían el hechizo de la tradición y la costumbre.
Insistan los predicadores acerca de esto en sus congregaciones. Inculquen en la conciencia de los padres la convicción de los solemnes deberes que han descuidado durante tanto tiempo. Esto quebrantará el espíritu de fariseísmo y resistencia a la verdad como ninguna otra cosa podría hacerlo. La religión en el hogar es nuestra gran esperanza, y hace prometedora la perspectiva de que se convierta toda la familia a la verdad de Dios.
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Cómo hacer frente a la oposición
Nuestros ministros y maestros deben exponer el amor de Dios a un mundo pecador, y presentar la verdad con corazones rebosantes de ternura. Traten con la misma ternura de Cristo a todos los que yerran. Si las personas por quienes trabajáis no comprenden la verdad inmediatamente, no las censuréis, no las critiquéis ni las condenéis. Recordad que debéis mostrar a Cristo en su humildad, en su bondad y en su amor. Podemos esperar tener encuentros con la incredulidad y la oposición. La verdad ha tenido siempre que habérselas con estos rasgos negativos. Pero aun cuando tengáis que hacer frente a la oposición más acérrima, no censuréis a vuestros opositores. Podrían pensar que hacen un servicio a Dios, como Pablo lo pensaba: por eso debemos ser pacientes con ellos y tratarlos con humildad y comprensión.
No tengamos la impresión que debemos soportar gravosas pruebas y severos conflictos en nuestro esfuerzo por exponer una verdad impopular. Pensemos en Jesús y en los sufrimientos que debió soportar por nosotros en silencio. Aun cuando nos insulten y acusen falsamente, no nos quejemos por eso ni pronunciemos palabras de reproche ni expresiones displicentes; no penséis en criticar ni manifestéis actitudes de descontento. Actuad rectamente, “manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras”. 1 Pedro 2:12.
“Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables, no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios de hablar engaño; apártese del mal, y haga el bien, busque la paz y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal. ¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”. 1 Pedro 3:8-15.
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Debéis actuar con humildad en vuestra relación con los que viven en el error, porque ¿acaso no estabais vosotros recientemente ciegos en vuestros pecados? Y en vista de la paciencia de Cristo con vosotros, ¿no deberíais manifestar ternura y paciencia con los demás? Dios nos ha enviado numerosas amonestaciones pidiendo que manifestemos abundante bondad hacia los que se nos oponen, para evitar inducir a alguien en dirección equivocada.
Nuestra vida debe ocultarse con Cristo en Dios. Debemos conocer personalmente a Cristo. Sólo entonces podremos representarlo ante el mundo. Oremos constantemente: “Señor, enséñame a actuar como Jesús actuaría si estuviera en mi lugar”. En cualquier lugar donde estemos debemos hacer brillar nuestra luz para gloria de Dios y las buenas obras. Éste es un interés de máxima importancia en nuestra vida.
El Señor desea que su pueblo emplee otros métodos fuera de la condenación del mal, aunque esa censura esté justificada. Quiere que hagamos algo más que lanzar acusaciones contra nuestros adversarios que tan sólo los alejarían más aún de la verdad. La obra que Jesús vino a hacer en este mundo no fue levantar barreras y encarar constantemente a la gente con el hecho de que estaban equivocados.
El que desee iluminar a una persona engañada debe acercarse a ella y tratarla con amor. Debe convertirse en el centro de una santa influencia.
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En la defensa de la verdad, aun los oponentes más acérrimos debieran ser tratados con respeto y deferencia. Algunos no aceptarán nuestros esfuerzos y no tomarán en cuenta la invitación evangélica. Otros—aun quienes suponemos que ya han sobrepasado los límites de la misericordia divina—serán ganados para Cristo. El último trabajo en la controversia podría ser la iluminación de los que no han rechazado la luz ni la evidencia, pero que han estado en las tinieblas de la medianoche y que por ignorancia han obrado contra la verdad. Por lo tanto, tratad a cada persona como si fuera honesta. No pronunciéis ninguna palabra ni hagáis ninguna cosa que pueda resultar condenatoria par los incrédulos.
Si alguna persona procurara inducir a los obreros a participar en un debate o controversia acerca de asuntos políticos o de otra naturaleza, no hagáis caso de los esfuerzos persuasivos ni de los desafíos. Ocupaos de adelantar la obra del Señor con firmeza y seguridad. Pero con la humildad de Cristo y en la forma más suave posible, que no se escuchen expresiones de jactancia ni se produzca manifestación alguna de autosuficiencia. Haced lo necesario para que resulte evidente que Dios nos ha llamado a ocuparnos de legados sagrados; predicad la Palabra, sed diligentes, sinceros y fervientes.
La influencia de nuestra enseñanza sería diez veces mayor si cuidarais vuestra forma de hablar. Las palabras que debieran tener sabor de vida para vida, pueden convertirse en palabras con sabor de muerte para muerte, según el espíritu que las acompañe. Recordad que si por vuestro espíritu, o vuestras palabras cerráis la puerta a siquiera una persona, esa persona os confrontará en el juicio.
Cuando mencionáis los Testimonios, no supongáis que es vuestro deber usarlos para atacar a alguien. Cuando leáis los Testimonios aseguraos de no introducir vuestras propias palabras, porque eso dificultaría a los oyentes para distinguir entre la Palabra del Señor y vuestras propias palabras. Aseguraos de no convertir Palabra del Señor en un arma ofensiva. Anhelamos ver que se producen reformas, y como no vemos que ocurre lo que deseamos, con frecuencia permitimos que un espíritu maligno derrame gotas de hiel en nuestra copa, con lo cual algunos resultan resentidos. Nuestras palabras insensatas irritan su espíritu lo cual los incita a la rebelión. Cada sermón que predicáis y cada artículo que escribís pueden ser totalmente verdaderos; pero una gota de hiel que contengan envenenará al que oye, o al que lee. Por causa de esa gota de veneno, alguien puede descartar todas vuestras palabras buenas y aceptables. Otro puede alimentarse de ese veneno porque a él le encantan esas palabras ásperas de modo que adopta vuestra manera de hablar; como resultado el mal se multiplica.
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Los que presentan los principios eternos de la verdad necesitan que se derrame el aceite de las dos ramas de olivo en sus corazones. Éste fluirá como palabras que reformarán sin exasperar. La verdad debe hablarse con amor; entonces el Señor Jesús suplirá mediante su Espíritu la fuerza y el poder. Esa es su obra.
Colocaos donde fluye la corriente divina, donde podéis recibir la inspiración celestial, porque podéis tenerla; entonces dirigid hacia Jesús, quien es la fuente de toda fortaleza espiritual, la atención de los que están cansados, de los que viven agobiados, de los pobres, de los que tienen el corazón destrozado y los que están confundidos. Sed los soldados que manifiestan alabanzas a Aquel que os llamó de las tinieblas a la luz admirable. Expresad en forma escrita y hablada que Jesús vive para interceder por nosotros.
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La parábola de la oveja perdida
La parábola de la oveja extraviada debiera ser atesorada como lema en toda familia. El divino Pastor deja las noventa y nueve, y sale al desierto en busca de la perdida. Hay matorrales, pantanos y grietas peligrosas en las rocas, y el Pastor sabe que si la oveja está en alguno de esos lugares, una mano amistosa debe ayudarle a salir. Mientras oye su balido lejano, hace frente a cualquier dificultad para salvar a su oveja perdida. Cuando la descubre, no la abruma con reproches. Se alegra de encontrarla viva. Con mano firme, aunque suave, aparta las espinas, o la saca del barro; la alza tiernamente sobre sus hombros, y la lleva de vuelta al aprisco. El Redentor puro y sin pecado, lleva al ser pecaminoso e inmundo.
El que expía los pecados lleva la oveja contaminada; pero es tan preciosa su carga que se regocija, cantando: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”. Lucas 15:6. Considere cada uno de vosotros que su propia persona ha sido llevada sobre los hombros de Cristo. No albergue nadie un espíritu dominador, de justicia propia y criticón; porque ni una sola oveja habría entrado en el aprisco si el Pastor no hubiera emprendido la penosa búsqueda en el desierto. El hecho de que una oveja se había perdido bastaba para despertar la simpatía del Pastor, y hacerle emprender su búsqueda.
Este mundo diminuto fue escena de la encarnación y el sufrimiento del Hijo de Dios. Cristo no fue a los mundos que no habían caído, sino que vino a este pobre mundo, todo mancillado y arruinado por la maldición. La perspectiva no era favorable, sino muy desalentadora. Sin embargo, “no se cansará, ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia”. Isaías 42:4. Debemos tener presente el gran gozo manifestado por el Pastor al recobrar la oveja perdida. Llama a sus vecinos, y dice: “Dadme el parabién, porque he hallado la oveja que se había perdido.” Y por todo el cielo repercute la nota de gozo. El Padre mismo se regocija con cantos por el alma rescatada. ¡Qué santo éxtasis de gozo se expresa en esta parábola! Y es nuestro privilegio participar de este gozo.
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¿Estáis vosotros, los que veis este ejemplo, cooperando con el que está tratando de salvar a los perdidos? ¿Sois colaboradores con Cristo? ¿No podéis soportar por su causa sacrificios, padecimientos y pruebas? Hay oportunidad de hacer bien a las almas de los jóvenes y de los que yerran. Si veis a alguno cuyas palabras o actitud demuestran que está separado de Dios, no le culpéis. No es obra vuestra condenarle, sino acercaos a su lado para darle ayuda. Considerad la humildad de Cristo, su mansedumbre y sumisión, y obrad como él obró, con el corazón lleno de ternura santificada. “En aquel tiempo, dice Jehová, yo seré por Dios a todas las familias de Israel, y ellas me serán a mí por pueblo. Así ha dicho Jehová: El pueblo que escapó de la espada halló gracia en el desierto, cuando Israel iba en busca de reposo. Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”. Jeremías 31:1-3.
Para obrar como lo hizo Cristo, debemos crucificar el yo. Es una muerte dolorosa; pero es vida para el alma. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Isaías 57:15.
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Sección 3—Educación
“El Señor da sabiduría: de su boca viene el conocimiento y el entendimiento”.
Necesidad de reforma en la educación
“Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones.” “Y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar”. Isaías 61:4; 58:12. Estas palabras de la Inspiración señalan a los creyentes en la verdad presente, la obra que debe hacerse ahora en la educación de nuestros niños y jóvenes. Cuando la verdad para estos últimos días llegó al mundo en la proclamación de los mensajes del primero, segundo y tercer ángeles, se nos mostró que en la educación de nuestros niños debía introducirse un orden diferente de cosas; pero ha llevado mucho tiempo la comprensión de cuáles son los cambios que deben hacerse.
Nuestra obra es reformatoria, y es propósito de Dios que mediante el trabajo hecho en nuestras instituciones educacionales, se llame la atención de la gente al último gran esfuerzo por salvar a los que perecen. En nuestras escuelas no ha de rebajarse la norma de educación. Ha de levantarse siempre más alta, muy por encima de lo que está ahora; empero la educación dada no ha de limitarse meramente a un conocimiento de los libros de texto. El estudio de los libros de texto solamente, no puede proporcionar a los estudiantes la disciplina que necesitan, ni puede impartirles verdadera sabiduría. El objeto de nuestras escuelas es proveer lugares donde los miembros más jóvenes de la familia del Señor, puedan ser educados de acuerdo con su plan de crecimiento y desarrollo.
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Satanás ha empleado los métodos más ingeniosos para entretejer sus planes y principios en los sistemas de educación y lograr así un poderoso dominio de la mente de niños y jóvenes. Contrarrestar sus artificios es la obra del verdadero educador. Tenemos ante Dios la obligación solemne y sagrada de criar a nuestros niños para él y no para el mundo; de enseñarles a no hacer alianza con el mundo sino a amar y temer a Dios y guardar sus mandamientos. Se les debe inculcar el pensamiento de que están formados a la imagen de su Creador y que Cristo es el modelo al cual deben adaptarse. Debe presentarse la más seria atención a la educación que impartirá un conocimiento de la salvación, y moldeará la vida y el carácter a la semejanza divina. Es el amor de Dios, la pureza del alma entretejida en la vida a guisa de hebras de oro, es lo que tiene verdadero valor. La altura que el ser humano puede alcanzar así no ha sido comprendida plenamente.
Para llevar a efecto la tarea, ha de ponerse un fundamento más amplio. Debe introducirse y adoptarse un nuevo propósito, ayudarse a los alumnos a aplicar los principios de la Biblia en todo lo que hacen. Debe señalarse claramente y eliminarse todo aquello que salga de lo recto, pues es iniquidad que no debe perpetuarse. Es importante que todo maestro ame y cultive sanos principios y doctrinas, por cuanto en ellos está la luz que ha de proyectarse en la senda de todos los alumnos.
El mensaje del tercer ángel en nuestras escuelas
En el libro de Apocalipsis leemos acerca de una obra especial que Dios quiere que su pueblo haga en estos últimos días. Él nos ha revelado su ley y nos ha mostrado la verdad para este tiempo. Esa verdad se despliega constantemente, y Dios quiere que seamos entendidos en ella para que podamos distinguir entre lo correcto y lo erróneo, entre la justicia y la injusticia.
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El mensaje del tercer ángel, la gran verdad probatoria para este tiempo, ha de enseñarse en nuestras instituciones. Es designio de Dios que por intermedio de ellas se dé esta amonestación especial, y rayos brillantes de luz resplandecerán sobre el mundo. El tiempo es corto. Los peligros de los últimos días están muy cerca y debemos velar y orar, estudiar y dar oído a las lecciones presentadas en los libros de Daniel y Apocalipsis.
Cuando Juan fue desterrado a la isla de Patmos, dejando aquellos que él amaba, Cristo sabía dónde encontrar a su fiel testigo. Juan dijo: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta”. El día del Señor es el séptimo día, el sábado de la creación. En el día que Dios santificó y bendijo, Cristo declaró “por su ángel a su siervo Juan”, cosas que deben suceder antes del cierre de la historia de este mundo, y él quiere decir que debemos llegar a ser entendidos respecto a ellas. No es en vano que él declara: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ellas escritas; porque el tiempo está cerca”. Apocalipsis 1:9, 10:1-3. Esta es la educación que debe darse pacientemente. Que nuestras lecciones sean apropiadas para los días en que vivimos, y que nuestra instrucción religiosa sea dada de acuerdo con el mensaje que Dios envía.
Tendremos que comparecer ante magistrados para dar razón de nuestra lealtad a la ley de Dios, para dar a conocer los motivos de nuestra fe; y los jóvenes debieran entender estas cosas. Debieran estar al tanto de las cosas que acontecerán antes del fin de la historia del mundo. Estas cosas tienen que ver con nuestro bienestar eterno, y los maestros y alumnos deben prestarles más atención. Por voz y pluma debe impartirse el conocimiento que será alimento a tiempo, no sólo para los jóvenes, sino también para los de edad adulta.