Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 203-212, día 358

En algunos países, la ley obliga a los padres a enviar sus hijos a la escuela. En esos países se debieran establecer escuelas en las localidades donde haya iglesias, aun en el caso en que hubiera sólo seis niños para asistir a cada una de ellas. Trabajad para impedir que vuestros hijos se ahoguen en las influencias viciosas y corruptoras del mundo, como si estuvierais trabajando por vuestra propia vida. 

Estamos muy atrasados en el cumplimiento de nuestro deber en este importante asunto. En muchos lugares hace años que debieran estar funcionando escuelas. Muchas localidades habrían tenido así representantes de la verdad que podrían haber proyectado una mejor imagen del carácter de la obra del Señor. En vez de concentrar tantos edificios imponentes en unos pocos lugares, habría sido mejor establecer escuelas en muchas localidades.

Establézcanse ahora dichas escuelas con sabia dirección para que los niños y jóvenes sean educados en sus propias iglesias. Es una hiriente ofensa contra Dios el hecho de que haya existido tanto descuido en esto, cuando la Providencia nos ha concedido tan abundantes facilidades para trabajar. Pero, aunque en el pasado no hemos hecho lo que debíamos en favor de nuestros jóvenes y niños, arrepintámonos ahora y redimamos el tiempo. El Señor dice: “Venid luego… y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos: si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra”. Isaías 1:18, 19. 

El carácter de las escuelas de iglesia y sus maestros

El carácter de la obra efectuada en nuestras escuelas de iglesia debe ser lo más elevado. Jesucristo, el Restaurador, es el único remedio para una educación incorrecta y las lecciones enseñadas en su Palabra debieran presentarse siempre a los jóvenes en la forma más atrayente. La disciplina escolar debe completar la enseñanza doméstica, y tanto en el hogar como en la escuela es necesario conservar la sencillez y la piedad. Se hallará a hombres y mujeres de talento para trabajar en estas escuelas pequeñas, pero que no pueden hacerlo con ventaja en las más grandes. Al practicar las lecciones bíblicas; obtendrán para sí mismos una educación del más elevado valor. 

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Al escoger maestros, es indispensable proceder con extrema precaución, sabiendo que éste es un asunto tan solemne como el de escoger personas para el ministerio. Hombres entendidos, capaces de discernir el carácter, deben hacer la elección; porque se requiere el mejor talento que pueda obtenerse para educar y amoldar las inteligencias de los jóvenes. Asimismo para llevar a cabo con éxito los múltiples aspectos de labor en que será necesario que el maestro se ocupe en nuestras escuelas de iglesia. No debiera ponerse al frente de estas escuelas a persona alguna de miras intelectuales inferiores o estrechas. No se ponga a los niños bajo la dirección de maestros jóvenes e inexpertos que carezcan de capacidad administrativa; pues sus esfuerzos se inclinarán a la desorganización. El orden es la primera ley del cielo, y cada escuela debe ser en este respecto un trasunto del cielo. 

Poner a los niños bajo la dirección de maestros altivos y adustos es una crueldad. Un maestro de esta clase perjudicará mucho a los que están desarrollando rápidamente su carácter. Si los maestros no se someten a Dios, si no tienen amor por los niños a ellos confiados, o si demuestran parcialidad por los que concuerdan con sus ideas y manifiestan indiferencia hacia los que son menos atractivos o por los que son inquietos y nerviosos, no deben ser empleados; pues el resultado de su trabajo será una pérdida de almas para Cristo.

Se necesitan maestros, especialmente para los niños, que sean apacibles y bondadosos; y que manifiesten indulgencia y amor precisamente por aquellos que más lo necesiten. Jesús ama a los niños; los considera como los miembros más jóvenes de la familia del Señor. Él siempre los trató con bondad y respeto, y los maestros han de seguir su ejemplo. Debieran poseer el verdadero espíritu misionero; pues los niños deben prepararse para ser misioneros. Los maestros deben sentir que el Señor les ha confiado, en solemne custodia, las almas de los niños y jóvenes.

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Nuestras escuelas de iglesia necesitan maestros que tengan elevadas cualidades morales; maestros en quienes se pueda confiar; que sean de fe sana y tengan tacto y paciencia; que anden con Dios y se abstengan de toda apariencia de mal. En su trabajo habrá nubes y oscuridad, borrascas y tempestades. Tendrán que afrontar prejuicios provenientes de padres que tienen ideas incorrectas respecto al carácter que deben adquirir sus hijos; pues hay muchos que aseveran creer en la Biblia al paso que dejan de sembrar sus principios en la vida doméstica. Con todo, si los maestros son alumnos perseverantes en la escuela de Cristo, estas circunstancias no los vencerán. 

Busquen los padres al Señor con fervor intenso, para que no sean piedras de tropiezo en el camino de sus hijos. Desalójense del corazón la envidia y los celos y que la paz de Cristo venga a reemplazarlos para unir a los miembros de la iglesia en verdadera comunión cristiana. Ciérrense las ventanas del alma a los ponzoñosos miasmas de la tierra y ábranse hacia el cielo, para recibir los rayos sanadores del sol de la justicia de Cristo. Mientras que el espíritu de crítica y suspicacia no sea desalojado del corazón, el Señor no podrá hacer por la iglesia lo que él anhela conseguir en lo que se refiere a abrir el camino para el establecimiento de escuelas. Mientras no haya unión, el Señor no obrará en aquellos a quienes confió recursos y capacidad para hacer adelantar esta obra. Los padres deben alcanzar una norma más elevada, seguir el camino del Señor y practicar la justicia para ser portadores de luz. Debe haber una transformación completa de la mente y del carácter. Un espíritu de desunión, albergado en el corazón de unos pocos, se transmitirá de por sí a otros y destruirá la buena influencia que podría ejercer la escuela. Si los padres no están bien dispuestos y ansiosos de cooperar con el maestro para la salvación de sus hijos, tampoco estarán preparados para que haya una escuela entre ellos. 

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Resultado de la obra de las escuelas de iglesia

Debidamente dirigidas, las escuelas de iglesia serán los medios de levantar el estandarte de la verdad en los lugares donde se establezcan; pues gracias a ellas los niños que estén recibiendo una educación cristiana serán testigos de Cristo. Así como Jesús aclaró en el templo los misterios que sacerdotes y príncipes no habían discernido; en la obra final de esta tierra los niños que hayan sido debidamente educados pronunciarán, en su sencillez, palabras que asombrarán a quienes ahora hablan de “educación superior”. Así como los niños cantaron en los atrios del templo “¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor”, en estos últimos días las voces infantiles se elevarán para dar el último mensaje de amonestación a un mundo que perece. Cuando los agentes celestiales vean que no se permite más a los hombres presentar la verdad, el Espíritu de Dios descenderá sobre los niños y ellos harán la proclamación de la verdad, una labor que los obreros de más edad no podrán hacer, por cuanto su camino estará cerrado. 

Nuestras escuelas de iglesia han sido instituidas por Dios con el fin de preparar a los niños para esta gran obra. En se debe educar los niños en las verdades especiales para este tiempo y en la obra misionera práctica. Ellos han de alistarse en el ejército de obreros, para auxiliar a los enfermos y a los que sufren. Los niños pueden tomar parte en la obra médica misionera y mediante sus “jotas y tildes” pueden contribuir a llevarla adelante. Sus aportes podrán ser pequeños, pero todo poquito ayuda, sin embargo, por medio de sus esfuerzos muchas paersonas serán ganadas para la verdad. Por su intermedio se hará notorio el mensaje de Dios y su salud salvadora para a todas las naciones. Por lo tanto, preocúpese la iglesia de los corderos del rebaño. Sean los niños educados y preparados para servir a Dios, pues ellos son la heredad del Señor. 

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Hace años que debieran haberse levantado edificios apropiados para escuelas de iglesia, donde los niños y jóvenes puedan recibir verdadera educación. 

Los libros de texto que se emplean en nuestras escuelas de iglesia deben ser de naturaleza tal, que llamen la atención hacia la ley de Dios. De esta manera, la luz, la fuerza y el poder de la verdad serán magnificados. Jóvenes procedentes del mundo, y hasta algunos cuyas mentes se habían depravado, se unirán a estas escuelas y en ellas se convertirán. Su testimonio en favor de la verdad podrá ser obstaculizado por algún tiempo por las falsas teorías acariciadas por algunos padres, pero al fin la verdad triunfara. Se me ha dado instrucción para que diga que esta clase de obra misionera tendrá una influencia eficaz en cuanto a difundir luz y conocimientos. 

¡Cuán importante es que las familias que se radican donde hay una escuela, sean buenas representantes de nuestra fe! 

Las iglesias con escuelas, pueden temblar al ver cómo se les confiaron responsabilidades morales demasiado grandes para que se puedan expresar en palabras. ¿Habrá de fracasar o languidecer por falta de obreros consagrados esta obra que se inició tan noblemente? ¿Hallarán cabida en esta empresa, proyectos y ambiciones egoístas? ¿Permitirán los obreros que la falta de piedad y el amor a la ganancia y a la comodidad destierren a Cristo de su corazón y le excluyan de la escuela? No lo permita Dios. La obra ya ha progresado mucho. En los asuntos educativos todo está en orden para que se realice una reforma ferviente en favor de la educación más eficaz y verdadera. ¿Aceptará nuestro pueblo este cometido santo? ¿Se humillará a sí mismo al pie del Calvario, dispuesto a todo sacrificio y servicio? 

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Los padres y maestros deben procurar con todo fervor la sabiduría que Jesús está siempre dispuesto a darles; porque están tratando con mentes humanas en el momento más interesante e impresionable de su desarrollo. Deben procurar cultivar de tal manera las preferencias de los jóvenes, para que en cada etapa de su vida puedan representar la belleza natural propoia de ese período, algo que se desarrollará gradualmente, como lo hacen las plantas y las flores en el jardín. 

La dirección e instrucción de los niños es la obra misionera más noble que cualquier hombre o mujer pueda emprender. Mediante el debido empleo de objetos, deben hacerse muy claras las lecciones, a fin de que puedan dirigir las mentes de la naturaleza, al Dios de la naturaleza. Debemos tener en nuestras escuelas personas que posean tacto y habilidad para realizar esta labor y sembrar así las semillas de verdad. Únicamente el gran día de Dios podrá revelar el bien que logrará esta obra. 

Debe emplearse maestros con talento especial en la educación de los pequeñuelos. Muchos ponen el pesebre a cierta altura, y dan alimento a las ovejas; pero es asunto más difícil poner el pesebre más bajo y apacentar a los corderos. Esta es una lección que necesitan aprender los maestros de escuela primaria. 

Es necesario educar el ojo de la mente, o el niño hallará placer en la contemplación del mal.

A veces los maestros deben participar en los deportes y juegos de los niños pequeños, y enseñarles a jugar. De esta manera estarán en situación de refrenar los sentimientos y los actos desprovistos de bondad, sin aparentar criticar ni censurar. Este compañerismo vinculará los corazones de maestros y alumnos, y la escuela proporcionará deleite a todos. 

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Los maestros deben amar a los niños porque son los miembros más jóvenes de la familia del Señor. El Señor les preguntará a ellos de igual manera que a los padres: “¿Dónde está el rebaño que te fue dado, tu hermosa grey?” Jeremías 13:20.

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La administración de los colegios y las finanzas

Desearía tener mejor dominio del lenguaje para poder expresar claramente la importancia de la debida administración de nuestras escuelas. Todos debieran considerar que nuestras escuelas son los medios por los cuales el Señor quiere darse a conocer. Por doquiera se necesitan hombres y mujeres que hagan las veces de conductos de luz. La verdad de Dios tiene que llevarse a todos los países, a fin de que todos sean iluminados por ella.

Por ser el pueblo que tiene más luz, debiéramos idear medios para formar un ejército de misioneros educados que ingresen en los diferentes departamentos de la obra de Dios. Necesitamos jóvenes y señoritas bien disciplinados y educados en nuestras escuelas y sanatorios, en la obra misionera médica y en las casas editoras de diversos lugares, y en el campo en general. Necesitamos jóvenes que por su excelente cultura intelectual sean idóneos para hacer una buena obra para el Señor. Hemos conseguido algo en el sentido de alcanzar esta norma, pero aún así estamos muy por debajo de lo que el Señor ha indicado. Como iglesia y como individuos, si queremos estar sin culpa en el juicio, debemos hacer esfuerzos más definidos para educar a nuestra juventud, a fin de que esté mejor preparada para los diversos ramos de la gran obra que se nos ha confiado. Como pueblo que tiene gran luz, debiéramos hacer planes sabios a fin de que las inteligencias de los que poseen talento se fortalezcan, disciplinen y pulan. Así la obra de Cristo no será estorbada por falta de obreros expertos que hagan su trabajo con fervor y fidelidad.

Algunos se contentarían con dar una educación esmerada a un número limitado de jóvenes muy promisorios; pero todos nuestros jóvenes necesitan educarse a fin de estar preparados para ser útiles en esta vida, capacitados para ocupar puestos de responsabilidad tanto en la vida privada como en la publica. Hay gran necesidad de planes para proveer muchos obreros competentes, y numerosas personas jóvenes harían bien en prepararse para ser maestros que a su vez participen en la preparación de otros para la gran obra futura. La iglesia debe considerar la situación, y por su influencia y sus recursos tratar de alcanzar este tan deseado fin.

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Libres de deudas

A fin de que nuestros colegios cumplan noblemente el propósito para el cual fueron establecidos, es necesario que esén libres de deudas. No se debe permitir que lleven la carga de pagar intereses. Al establecer colegios destinados a preparar obreros, especialmente en campos nuevos donde los hermanos son pocos y sus recursos limitados; en vez de retardar la obra, sería mejor suscribir préstamos entre las personas interesadas en el proyecto. Sin embargo, siempre que sea posible hacerlo, nuestras instituciones deben inaugurarse libres de deudas. 

El Señor tiene en las manos de sus instrumentos humanos, recursos para su obra. Mientras nuestras escuelas mantengan deudas contraídas en el establecimiento de las mismas, en la construcción de los edificios y en la provisión de las instalaciones necesarias; es nuestro deber presentar el caso a nuestros hermanos y pedirles que reduzcan dichas deudas. Nuestros ministros debieran sentir una responsabilidad definida por esta obra. Debieran estimular a todos a trabajar armoniosamente, y a contribuir según su capacidad. Si esta tarea se hubiera emprendido con fidelidad y diligencia en el pasado, las deudas que pesan sobre nuestros colegios más antiguos, podrían haberse cancelado hace mucho. 

Economía

En la construcción de edificios escolares, en la adquisición de sus equipos y en cada pormenor de la administración, debe practicarse la más estricta economía. Nuestros colegios no debendirigirse con sujeción a planes estrechos o egoístas. Tienen que ser tan semejantes a un hogar como sea posible, y en cada detalle deben enseñar lecciones adecuadas de sencillez, utilidad, moderación y economía. 

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Los alumnos están en nuestras escuelas para recibir una preparación especial y familiarizarse con todos los ramos de trabajo manual, de modo que si tuvieran que ir como misioneros puedan valerse por sí mismos y ser aptos, merced a sus perfeccionadas aptitudes, para proporcionarse las comodidades y facilidades necesarias. Sean hombres o mujeres, deben aprender a remendar, lavar y tener en orden su ropa. Deben ser capaces de preparar su comida. Deben familiarizarse con la agricultura y con los trabajos de mecánica. De este modo pueden reducir sus gastos y con su ejemplo inculcar principios de moderación y economía. Estas lecciones pueden enseñarse mejor cuando se práctica concienzudamente el ahorro en todas las cosas.

No solo a causa del bienestar financiero de los colegios, sino también como educación para los alumnos, debiera estudiarse fielmente la economía y aplicársela concienzuda y diligentemente. Los administradores deben vigilar cuidadosamente cada detalle a fin de que no haya gastos innecesarios que ocasionen deudas al colegio. Todo alumno que ame a Dios por sobre todas las cosas, ayudará a llevar la responsabilidad en este asunto. Los que han sido enseñados a proceder así, podrán demostrar por precepto y ejemplo a aquellos con quienes se pongan en contacto, los principios enseñados por nuestro abnegado Redentor. La satisfacción de sí mismo es un mal peligroso y debe dominarse. 

Algunos prefieren que los alumnos no conozcan la situación financiera apremiante de los colegios. Pero será muchísimo mejor que vean y comprendan nuestra falta de recursos, porque así podrán ayudar en la práctica de la economía. Muchos de los que asisten a nuestros colegios provienen de hogares sin lujo alguno, donde se acostumbraron a comer alimentos sencillos, sin excesos. ¿Qué influencia tendrá nuestro ejemplo sobre ellos? Enseñémosles que mientras tenemos muchas maneras de emplear nuestros recursos, miles están hundidos en la mayor miseria, muriendo a causa de plagas, hambre, derramamientos de sangre e incendios. Conviene que cada uno piense cuidadosamente y que no adquiera cosas innecesarias sólo con el fin de satisfacer el apetito, o con el deseo de aparentar.

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