Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 360-368, día 374

Al bajar el sol, señalen la voz de la oración y el himno de alabanza, el fin de las horas sagradas; invitad a Dios a acompañaros con su presencia en los cuidados de la semana de trabajos. 

Así pueden los padres hacer del sábado lo que debe ser: el día más gozoso de la semana. Pueden inducir a sus hijos a considerarlo como una delicia, el día superior a los demás días, santo de Jehová, honorable. 

Os aconsejo, hermanos y hermanas: “Acordarte has del día del reposo, para santificarlo”. Si queréis que vuestros hijos observen el sábado según el mandamiento, debéis enseñarles tanto por los preceptos como mediante el ejemplo. Nunca se borra completamente la verdad grabada profundamente en el corazón. Puede obscurecerse, pero nunca borrarse. Las impresiones hechas en la primera parte de la vida se verán en los años ulteriores. Pueden ocurrir circunstancias que separen a los hijos de los padres y de su hogar, pero mientras vivan, la instrucción dada en la infancia y la juventud será una bendición. 

Viajar en sábado

Si deseamos la bendición prometida a los obedientes, debemos observar el sábado más estrictamente. Temo que con frecuencia hacemos en ese día viajes que podrían evitarse. De acuerdo con lo que el Señor me ha comunicado acerca de la observancia del sábado, debemos ser más cuidadosos en cuanto a viajar en barcos o coches en ese día. En este asunto, debemos dar el debido ejemplo a nuestros niños y jóvenes. A fin de alcanzar las iglesias que necesitan nuestra ayuda y darles el mensaje que Dios desea que oigan, puede ser necesario viajar en sábado;pero hasta donde podamos, debemos conseguir nuestros pasajes y hacer todos los arreglos necesarios en algún otro día. Cuando emprendemos un viaje, debemos hacer todo esfuerzo para evitar que nuestra llegada a destino sea en sábado. 

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Cuando estarnos obligados a viajar en sábado, debemos tratar de evitar la compañía de aquellos que desviarían nuestra atención a los asuntos mundanales. Debemos mantenerla fija en Dios y en comunión con él: Cuando quiera que se presente la oportunidad, debemos hablar a otros acerca de la verdad. Debemos estar siempre listos para aliviar los sufrimientos y ayudar a los que están en necesidad. En tales casos, Dios desea que el conocimiento y la sabiduría que nos ha dado sean aprovechados. Pero no debemos hablar de negocios ni dedicarnos a conversaciones comunes y mundanas. En todo tiempo y lugar, Dios requiere que le demostremos nuestra lealtad honrando el sábado. 

Las reuniones del sábado

Cristo dijo: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos”. Mateo 18:20. Dondequiera que haya siquiera dos o tres creyentes, reúnanse en sábado para pedir al Señor el cumplimiento de su promesa. 

Los pequeños grupos reunidos para adorar a Dios en su santo día, tienen derecho a pedir la rica bendición de Jehová. Deben creer que el Señor Jesús es un huésped honrado en sus asambleas. Cada verdadero adorador que santifica el sábado debe aferrarse a la promesa: 

“Para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico”. Éxodo 31:13. 

La predicación de nuestras reuniones del sábado, en sentido general, debe ser corta. Debe darse a los que aman a Dios oportunidad de expresar su gratitud y adoración. 

Cuando no hay predicador en la iglesia, alguno debe ser nombrado director de la reunión. Pero no es necesario que predique un sermón u ocupe gran parte del tiempo de culto. Un estudio corto e interesante de la Biblia será con frecuencia de mayor beneficio que un sermón. Puede ir seguido de una reunión de oración y testimonio.

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Los que ocupan algún puesto como dirigentes de la iglesia no deben agotar sus fuerzas físicas y mentales durante la semana al punto de no poder hacer sentir la influencia vivificadora del Evangelio de Cristo en la reunión del sábado. Reducid vuestros trabajos temporales diarios, pero no robéis a Dios dándole en sábado un servicio que no puede aceptar. No debéis carecer de vida espiritual. Los hermanos necesitan vuestra ayuda en sábado. Dadles alimento de la Palabra. Traed vuestros dones más selectos a Dios en su santo día. Dedicadle la preciosa vida del alma en un servicio consagrado. 

Nadie venga al lugar de culto para dormir. Esto no debiera verse en la casa de Dios. No os dormís cuando estáis empeñados en vuestros quehaceres temporales, porque tenéis interés en vuestro trabajo. ¿Permitiremos que el servicio que entraña intereses eternos sea puesto en un nivel inferior al de los asuntos temporales de la vida? 

Cuando lo hacemos, perdemos la bendición que el Señor quiere que tengamos. El sábado no ha de ser un día de ociosidad inútil. Tanto en el hogar como en la iglesia, debe manifestarse un espíritu de servicio. El que nos dio seis días para nuestro trabajo temporal, bendijo y santificó el séptimo día y lo puso aparte para sí. En ese día bendecirá de una manera especial a todos los que se consagren a su servicio. 

Todo el cielo observa el sábado, pero no de una manera desatenta y ociosa. En ese día, cada energía del alma debe despertarse; porque ¿no hemos de encontrarnos con Dios y con Cristo nuestro Salvador? Podemos contemplarle por la fe. Él anhela refrescar y bendecir toda alma. 

Cada uno debe sentir que tiene una parte que desempeñar para hacer interesantes las reuniones del sábado. No hemos de reunirnos simplemente por formalismo, sino para un intercambio de ideas, para relatar nuestra experiencia diaria, para expresar agradecimiento y nuestro sincero deseo de ser iluminados divinamente; para que conozcamos a Dios y a Jesucristo al cual él envió. El platicar juntos acerca de Cristo fortalecerá el alma para las pruebas y conflictos de la vida. Sin embargo, nunca pensemos que podemos ser cristianos y encerrarnos, dentro de nosotros mismos. Cada uno es parte de la gran trama de la humanidad, y su experiencia será mayormente determinada por la experiencia de sus asociados.

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No obtenemos la centésima parte de la bendición que podríamos obtener de nuestras asambleas para adorar a Dios. Nuestras facultades perceptivas necesitan ser aguzadas. La comunión de unos con otros debe alegrarnos. Con una esperanza como la que tenemos, ¿por qué no arde en nuestro corazón el amor de Dios? 

Debemos asistir a toda reunión religiosa motivados por una vívida comprensión espiritual de que Dios y sus ángeles están allí, cooperando con todos los verdaderos adoradores. Al entrar en el lugar de culto, pidamos a Dios que quite todo mal de nuestro corazón. Traigamos a su casa solamente lo que él puede bendecir. Arrodillémonos delante de Dios en su templo, y consagrémosle lo suyo, lo que compró con la sangre de Cristo. Oremos por el predicador o el que dirige la reunión. Roguemos que una gran bendición venga por medio del que ha de presentar Palabra de Dios. Esforcémonos con fervor por obtener una bendición para nosotros mismos. 

Dios bendecirá a todos los que se preparen así para su servicio. Ellos comprenderán lo que significa tener la seguridad del Espíritu porque recibieron a Cristo por la fe.

El lugar de culto puede ser muy humilde, pero no por eso deja el Señor de reconocerlo. Para los que adoran a Dios en espíritu y en verdad y en la belleza de la santidad, será como la puerta del cielo. El grupo de creyentes puede ser pequeño, pero a la vista de Dios es muy precioso. La verdad los sacó como piedras brutas de la cantera del mundo, y fueron llevados al taller de Dios para ser tallados y modelados. Pero aun en bruto son preciosos a la vista de Dios. El hacha, el martillo y el cincel de las pruebas están en las manos de un Artífice hábil que no los emplea para destruir, sino para labrar la perfección de cada alma. Como piedras preciosas, pulidas a semejanza de las de un palacio, Dios quiere que nos ubiquemos en algún lugar en el templo celestial. 

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Lo que Dios nos indica y concede es ilimitado. El trono de la gracia es en sí mismo la atracción más elevada, porque está ocupado por Uno que nos permite llamarle Padre. Pero Dios no consideró completo el principio de la salvación mientras sólo estaba investido de su amor. Por su propia voluntad, puso en su altar a un Abogado revestido de nuestra naturaleza. Como intercesor nuestro, su obra consiste en presentarnos a Dios como sus hijos e hijas. Cristo intercede en favor de los que le han recibido. En virtud de sus propios méritos, les da poder para llegar a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Y el Padre demuestra su infinito amor a Cristo, quien pagó nuestro rescate con su sangre, recibiendo y dando la bienvenida a los amigos de Cristo como amigos suyos. Está satisfecho con la expiación hecha. Ha sido glorificado por la encarnación, la vida, la muerte y la mediación de su Hijo. 

Tan pronto como un hijo de Dios se acerca al propiciatorio, llega a ser cliente del gran Abogado. Cuando pronuncia su primera expresión de penitencia y súplica de perdón, Cristo acepta su caso y lo hace suyo, presentando la súplica ante su Padre como su propia súplica. 

A medida que Cristo intercede en nuestro favor, el Padre abre los tesoros de su gracia para que nos los apropiemos, para que los disfrutemos y los comuniquemos a otros. Pedid en mi nombre—dice Cristo—y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros; pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me amasteis. Haced uso de mi nombre. Esto dará eficacia a vuestras oraciones, y el Padre os dará las riquezas de su gracia; por lo tanto, “pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido”. Juan 16:24. 

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Dios desea que sus hijos obedientes se apropien de su bendición y se presenten delante de él con alabanza y agradecimiento. Dios es la fuente de la vida y el poder. Él puede hacer del desierto un campo fructífero para el pueblo que guarda sus mandamientos, porque ello glorifica su nombre. Él ha hecho para su pueblo escogido algo que debiera inspirar agradecimiento a todo corazón, y le agravia que se le tribute tan poca alabanza. Desea que su pueblo se exprese con más energía y demuestre saber que tiene motivos para estar gozoso y alegre.

El trato de Dios con su pueblo debe mencionarse con frecuencia. ¡Cuán a menudo levantó el Señor, en su trato con el antiguo Israel, los hitos del camino! A fin de que no olvidasen la historia pasada, ordenó a Moisés que inmortalizase esos acontecimientos en cantos, a fin de que los padres pudiesen enseñárselos a sus hijos. Habían de levantar monumentos recordativos bien a la vista. Debían esmerarse para conservarlos, a fin de que cuando los niños preguntasen acerca de esas cosas, les pudiesen repetir toda la historia. Así eran recordados, el trato providencial y la señalada bondad y misericordia de Dios manifesadas en su cuidado y en la liberación de su pueblo. Se nos exhorta a traer “a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos”. Hebreos 10:32. El Señor ha obrado como un Dios realizador de prodigios en favor de su pueblo en esta generación. Es necesario recordar con frecuencia a los hermanos jóvenes y ancianos, la historia pasada de la causa de Dios. Necesitamos relatar a menudo la bondad de Dios y alabarle por sus obras admirables. 

Aunque se nos exhorta a no dejar nuestras reuniones, esas asambleas no han de ser meramente para nuestro refrigerio. Debemos sentir mayor celo para impartir el consuelo que hemos recibido. Debemos ser muy celosos para la gloria de Dios y no atraerle oprobio, ni aun por la tristeza de nuestro rostro ni por palabras imprudentes, como si los requerimientos de Dios restringieran nuestra libertad. Aun en este mundo de pesar, desengaño y pecado, desea el Señor que estemos alegres y fuertes en su fortaleza. La persona total tiene el privilegio de dar un testimonio decidido en todo lo que sea necesario. Mediante nuestro semblante, genio, palabras y carácter, debemos testificar que el servicio de Dios es bueno. Así proclamamos que “la ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma”. Salmos 19:7. 

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La fase alegre y alentadora de nuestra religión será representada por todos los que se consagran diariamente a Dios. No debemos deshonrar a Dios con un lastimero relato de las pruebas que parecen gravosas. Todas las pruebas que se reciban como medios de educarnos producirán gozo. Toda la vida religiosa será elevadora y ennoblecedora, fragante de buenas palabras y obras. Agrada al enemigo que las almas estén deprimidas, abatidas, llorosas y quejosas; quiere que así sean precisamente las impresiones que deje el efecto de nuestra fe. Pero Dios quiere que la mente no se rebaje a un nivel inferior. Desea que cada persona triunfe con el poder y el cuidado del Redentor. El salmista dice: “Tributad a Jehová, oh hijos de los poderosos, dad a Jehová la gloria y el poder. Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; adorad a Jehová en la hermosura de la santidad”. “Te glorificaré, oh Jehová; porque me has exaltado, y no permitiste que mis enemigos se alegraran de mí. Jehová Dios mío, a ti clamé y me sanaste… Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad”. Salmos 29:1, 2; 30:1-4. 

La iglesia de Dios en la tierra es una con la iglesia de Dios en el cielo. Los creyentes de la tierra y los seres del cielo, que nunca han caído constituyen una sola iglesia. Todo ser celestial está interesado en las asambleas de los santos que en la tierra se congregan para adorar a Dios. En el atrio interior del cielo, escuchan el testimonio que dan los testigos de Cristo en el atrio exterior de la tierra. Las alabanzas de los adoradores de este mundo hallan su complemento en la antífona celestial, y el loor y el regocijo repercuten por todos los atrios celestiales porque Cristo no murió en vano por los caídos hijos de Adán. Mientras que los ángeles se sacian en el manantial principal, los santos de la tierra beben los raudales puros que fluyen del trono y alegran la ciudad de nuestro Dios. ¡Ojalá que todos pudiesen comprender cuán cerca está el cielo de la tierra! Aun cuando los hijos nacidos en la tierra no lo saben, tienen ángeles de luz por compañeros. Un testigo silencioso vela sobre toda alma, tratando de atraerla a Cristo. Mientras haya esperanza, hasta que los hombres resistan al Espíritu Santo para eterna ruina suya, son guardados por los seres celestiales. Recordemos todos que en cada asamblea de los santos realizada en la tierra, hay ángeles de Dios escuchando los testimonios, himnos y oraciones. Recordemos que nuestras alabanzas quedan suplidas por los coros de las huestes angélicas en lo alto. 

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Por lo tanto, mientras nos reunimos sábado tras sábado, cantemos alabanzas a Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. “Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre”, rinda adoración el corazón. Sea el amor de Cristo el tema principal de lo que dice el predicador. Sea lo que se exprese con sencillo lenguaje en todo himno de alabanza. Dicte la inspiración del Espíritu de Dios nuestras oraciones. Mientras se pronuncie la palabra de vida, atestigüe nuestra sentida respuesta que hemos recibido el mensaje como mensaje del cielo. Esto es muy anticuado, lo sé, pero es una ofrenda de agradecimiento a Dios por el pan de vida dado al alma hambrienta. Esta respuesta a la inspiración del Espíritu Santo será una fuerza en nuestra propia alma y un estímulo para otros. Dará cierta evidencia de que hay en el edificio de Dios piedras vivas que emiten luz. 

Mientras repasemos, no los capítulos oscuros de nuestra experiencia, sino las manifestaciones de la gran misericordia y del inagotable amor de Dios, alabaremos mucho más de lo que nos quejemos. Hablaremos de la fidelidad amante del Dios que, como compasivo y tierno pastor de su rebaño, declaró que nadie arrancará de sus manos a sus ovejas. El lenguaje del corazón no será una egoísta murmuración y queja. Como raudales cristalinos, las alabanzas brotarán de los que creen verdaderamente en Dios. “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida: y en la casa de Jehová moraré por largos días”. “Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos si no a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra”. Salmos 23:6; 73:24, 25. 

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¿Por qué no elevar la voz de nuestros cánticos espirituales en nuestras peregrinaciones? ¿Por qué no volver a nuestra sencillez y fervor? La razón por la cual no estamos más gozosos consiste en que hemos perdido nuestro primer amor. Seamos, pues, celosos y arrepintámonos, no sea que nuestro candelero sea quitado de su lugar. 

El templo de Dios está abierto en el cielo, e inunda su umbral la gloria de Dios destinada a toda iglesia que ame a Dios y guarde sus mandamientos. Necesitamos estudiar, meditar y orar, Tendremos entonces visión espiritual para discernir los atrios interiores del templo celestial. Percibiremos los temas de los himnos y agradecimientos del coro celestial que está alrededor del trono. Cuando Sión se levante y resplandezca, su luz será muy penetrante y se oirán preciosos himnos de alabanza y agradecimiento en las asambleas de los santos. Cesarán las murmuraciones y quejas por pequeñas desilusiones y dificultades. Mientras apliquemos el colirio áureo, veremos las glorias venideras. La fe penetrará las densas sombras de Satanás y veremos a nuestro Abogado ofreciendo el incienso de sus propios méritos en nuestro favor. Cuando veamos esto tal cual es, como el Señor desea que lo veamos, nos embargará un sentido de la inmensidad y diversidad del amor de Dios.

Dios enseña que debemos congregarnos en su casa para cultivar los atributos del amor perfecto. Esto preparará a los moradores de la tierra para las mansiones que Cristo ha ido a preparar para todos los que le aman. Allí se congregarán en el santuario de sábado en sábado, de luna nueva en luna nueva, para unir sus voces en los más sublimes acentos de alabanza y agradecimiento a Aquel que está sentado en el trono y al Cordero para siempre jamás.

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