Nuestra consigna ha de ser: Adelante, siempre adelante. Los ángeles del Señor irán delante de nosotros para preparar el camino. Nuestra preocupación por las “regiones apartadas” jamás puede deponerse hasta que toda la tierra sea alumbrada con la gloria del Señor.
Es necesario revivir el espíritu misionero en nuestras iglesias. Todos los miembros debieran estudiar la manera de contribuir al progreso de la obra de Dios, tanto en la misión local como en el exterior. Se ha hecho escasamente una milésima parte de la obra que debe realizarse en los campos misioneros. Dios insta a sus obreros a que conquisten nuevos territorios para él. Hay ricos campos de labor que esperan la llegada de obreros fieles. Ángeles ministradores cooperarán con cada miembro de la iglesia que trabaje desinteresadamente por el Maestro.
La iglesia de Cristo en la tierra se organizó con propósitos misioneros, y el Señor desea verla en su totalidad concibiendo maneras y medios para llevar el mensaje de verdad a los encumbrados y a los humildes, a los ricos y los pobres. No todos son llamados a un ministerio personal en el extranjero, pero todos pueden hacer algo mediante sus oraciones y ofrendas para ayudar la obra misionera.
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Un comerciante de los Estados Unidos de América, cristiano sincero, en conversación con un compañero de labor dijo que él mismo trabajaba para Cristo las veinticuatro horas del día. “En todas mis relaciones comerciales—dijo—, trato de representar a mi Maestro. Mientras tengo la oportunidad, procuro ganar a otros para el Señor. Todo el día trabajo para Cristo y en la noche mientras duermo, tengo un hombre que trabaja para el Señor en la China”.
Luego agregó: “Cuando era joven me propuse trabajar como misionero entre los gentiles. Pero, con la muerte de mi padre, tuve que encargarme de sus negocios con el fin de proveer para la familia. Ahora, en vez de ir yo mismo, apoyo financieramente a un misionero. Mi obrero trabaja en cierto pueblo de una provincia de la China. Así que, mientras duermo, sigo trabajando para Cristo a través de mi representante”.
¿No habrá otros adventistas del séptimo día que estén dispuestos a hacer lo mismo? En vez de mantener a los ministros trabajando para las iglesias que ya conocen la verdad, que los miembros de la iglesia digan a esos obreros: “Id y trabajad por la gente que perece en la oscuridad. Nos encargaremos de los servicios de la iglesia. Mantendremos las reuniones, y sometidos a Cristo, seremos sostenidos espiritualmente. Trabajaremos por las almas que están a nuestro alrededor, oraremos y enviaremos nuestras ofrendas para sostener a los obreros en los campos más necesitados y destituidos”. ¿Por qué no se unen los miembros de una iglesia, o de varias iglesias pequeñas, para sostener un misionero en el extranjero? Si se privan de goces egoístas y de cosas innecesarias y perjudiciales, podrían hacerlo. Hermanos y hermanas, ¿no colaboraréis en esta obra? Haced algo para Cristo, os suplico, y hacedlo ahora. Por medio del trabajo de un maestro que vuestras ofrendas pueden sostener en el campo, será posible rescatar almas de la ruina para que brillen como estrellas en la corona del Redentor.
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Sección 2—La obra evangélica
“¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz,… del que dice a Sión: Tu Dios reina!”
Los congresos campestres
Los congresos campestres son una de las actividades más importantes de nuestra obra. Es uno de los métodos más efectivos para cautivar la atención de la gente y alcanzar a todas las clases sociales con la invitación del Evangelio. El tiempo en que vivimos es una época de emociones intensas. La ambición y la guerra, el placer y la obtención de dinero absorben la mente de la gente. Satanás ve que le queda poco tiempo, de modo que ha puesto a todos sus agentes a trabajar, a fin de que la gente pueda ser engañada, entrampada, inducida a mantenerse ocupada y embelesada; hasta que concluya el tiempo de gracia y la puerta de la misericordia se cierre para siempre. Es nuestra tarea llevar al mundo entero—a toda nación, tribu, lengua y pueblo—la verdad salvadora del mensaje del tercer ángel. Pero ha sido un problema difícil saber cómo alcanzar a la gente en los lugares superpoblados. No se permite a las iglesias establecerse en ellos. Los salones espaciosos en las grandes ciudades son costosos, y en la mayoría de los casos, pocos resultarán apropiados. Quienes no nos conocen han hablado mal de nosotros. La gente no comprende nuestra fe, y nos considera unos fanáticos que por ignorancia guardan el sábado en vez del domingo. Mientras realizamos nuestra obra, nos hemos sentido confundidos por no saber cómo superar las barreras de la mundanalidad y el prejuicio, para presentar la preciosa verdad que tanto significado encierra para la gente. El Señor nos ha enseñado que las reuniones religiosas al aire libre son uno de los medios más importantes para la realización de esta obra.
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Debemos efectuar planes sabios para dar a la gente la oportunidad de escuchar personalmente el último mensaje de amonestación al mundo. La humanidad tiene que recibir la advertencia de que debe prepararse para el gran día de Dios, que está muy cerca. No tenemos tiempo que perder. Debemos realizar mayores esfuerzos para llegar hasta la gente allí donde se encuentre. La impenitencia del mundo y el desprecio por las leyes del gobierno de Dios ya están llegando a su límite. Debe proclamarse la advertencia en cada ciudad de nuestro planeta. Todo lo que pueda hacerse debe efectuarse sin dilación.
Los campamentos campestres tienen además otra finalidad: la de promover la vida espiritual entre nuestros miembros. El mundo no conoce a Dios, a pesar de su supuesta sabiduría. No puede captar la belleza, la ternura, la bondad ni la santidad de la verdad divina. Y para que la gente pueda entenderlas, debe existir un canal a través del cual la verdad fluya hacia el mundo. Ese canal es la iglesia. Cristo se nos da a conocer para que nosotros lo revelemos a otros. Su pueblo debe manifestar las riquezas y la gloria de su don inefable.
Dios ha puesto en nuestras manos una obra sumamente sagrada y necesitamos reunirnos para obtener la capacitación necesaria a fin de llevarla a cabo. Necesitamos entender claramente qué parte se nos pide que realicemos para edificar la causa de Dios en la tierra, al vindicar la santa ley de Dios y al realzar al Salvador como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29. Necesitamos unirnos para recibir el toque divino que nos permitirá comprender nuestra labor en el hogar. Los padres necesitan entender cómo deben enviar a sus hijos e hijas desde el santuario del hogar, con una preparación y educación tal, que estén capacitados para brillar como luces en el mundo. Debemos comprender la necesidad de una distribución del trabajo y cómo debe llevarse adelante cada tarea. Cada uno debiera entender la parte que le corresponde a fin de que haya armonía entre el plan y el trabajo en la obra combinada de todos.
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Cómo comunicarse con las multitudes
Cristo dijo a sus discípulos en el Sermón del monte: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” Mateo 5:14-16. Si nuestros congresos campestres se conducen en forma apropiada, serán en verdad una luz en el mundo. Debieran realizarse en las grandes metrópolis y ciudades donde el mensaje de la verdad no se ha proclamado, y continuar durante dos o tres semanas. Ocasionalmente puede ser aconsejable tener estos congresos en períodos sucesivos en el mismo lugar; pero, como regla, el lugar de las reuniones debe ser diferente de año en año. En vez de tener congresos campestres gigantescos en unos pocos lugares, sería más beneficioso tener reuniones más pequeñas en más lugares. Así la obra se extenderá constantemente a nuevos sectores. Tan pronto como el estandarte de la verdad se levante en una localidad, y los nuevos conversos ya no abriguen dudas ni errores, debemos hacer planes para entrar a nuevos territorios. Nuestros congresos campestres tienen poder, y cuando se realizan en un lugar donde la comunidad puede ser conmovida, tendrán un poder mucho mayor que cuando, por la conveniencia de nuestros miembros, se lleven a cabo donde el interés público haya disminuido a causa de reuniones anteriores o del rechazo de la verdad.
Ha sido un error al celebrar los congresos en lugares apartados, y al repetirlos en el mismo lugar año tras año. Esto se ha hecho para reducir gastos y esfuerzos, pero los ahorros debieran hacerse en otros aspectos. Especialmente en lugares nuevos, una carencia de medios a menudo hace difícil hacer frente a los gastos generados por un congreso campestre. Es necesario ejercer cuidado en la economía y elaborar planes que no exijan grandes gastos, porque de esa manera puede ahorrarse mucho. Sin embargo, hay que cuidar de no perjudicar la obra por el afán de ahorrar. Este método de presentar la verdad a la gente ha sido establecido por Dios. Cuando se trabaja por las almas y se presenta la verdad a quienes no la conocen, no hay que detenerla por ahorrar dinero.
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Nuestros congresos campestres deben conducirse de tal manera que logren el máximo posible de bendiciones. Que la verdad sea presentada y representada apropiadamente por aquellos que creen en ella. Lo que el mundo necesita es luz, luz del cielo; y todo aquello que manifieste que Cristo es luz.
Una lección objetiva
Cada congreso campestre debe ser una lección práctica de buen gusto, orden y pulcritud. Debe prestarse cuidadosa atención a la economía y evitar la ostentación, pero todo debe estar limpio y ordenado. El buen gusto y el tacto atraen mucho. En todo lo que hacemos debemos poner en evidencia la disciplina de la organización y el orden.
Todo debe mantenerse ordenado de tal manera que impresione tanto a nuestros propios hermanos como al resto de la gente, acerca de la santidad e importancia de la obra de Dios. Los reglamentos observados en el campamento de los israelitas constituyen un ejemplo para nosotros. Fue Cristo quien dio instrucciones especiales a Israel, aunque también eran para nosotros, los que vivimos en los días finales de este mundo. Debemos estudiar cuidadosamente las especificaciones de la Palabra de Dios, y practicar esas directrices como la voluntad divina. Que todo lo relacionado con el campamento sea puro, sano y limpio. Debe prestarse atención a cada aspecto de los servicios de salubridad; hermanos de sano juicio y discernimiento deben ver que no se permita nada que pueda sembrar la semilla de la enfermedad y la muerte en todo el campamento.
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Las carpas deben estar bien atadas a sus postes y siempre que haya posibilidad de lluvia, cada carpa debe acondicionarse con zanjas alrededor. En ningún sentido se debe pasar esto por alto. Enfermedades serias y aún fatales se han contraído por descuidar esta precaución.
Debemos sentir que somos representantes de una verdad de origen celestial. Debemos manifestar las alabanzas de Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. Debemos recordar siempre que los ángeles de Dios caminan por el recinto y observan el orden y el arreglo de cada carpa. Para las numerosas personas que vienen a los campamentos, todos los detalles son una evidencia de la fe y los principios que ostentan quienes dirigen las reuniones. Debe ser la mejor evidencia posible. Todo el entorno debe ser ejemplar. Las habitaciones, en su orden y aseo, que ofrecen una idea de la vida hogareña; debieran ser un continuo sermón respecto a los hábitos, costumbres y prácticas de los adventistas del séptimo día.
Cómo asegurar la asistencia
Cuando nos preparábamos para realizar un congreso campestre en una ciudad donde nuestra iglesia era poco conocida, me pareció estar una noche en una comisión convocada para consultar sobre la obra que debía llevarse a cabo antes de la reunión. Se sugirió hacer un esfuerzo gigante e incurrir en fuertes gastos en la distribución de avisos y volantes. Mientras se hacían estos arreglos para llevar a cabo esa idea, Uno que es más sabio en aconsejar dijo: “Instalen las tiendas de campaña, empiecen sus reuniones y luego hagan los anuncios; así se lograrán mejores resultados”.
“La verdad expuesta por un predicador entusiasta ejercerá una influencia mayor que la que tendría el mismo asunto publicado en forma impresa. Sin embargo, la combinación de los dos métodos tendrá todavía más poder. Continuar con los mismos métodos de evangelización año tras año, no es el mejor plan. Cámbiese el orden de las cosas. Cuando se le da el tiempo y la oportunidad, Satanás está listo para congregar sus fuerzas y tratará de destruir cada alma. Debe evitarse levantar cualquier oposición antes que la gente tenga la oportunidad de oír la verdad y de saber a lo que se resisten. Economizad vuestros recursos para realizar una vigorosa labor después de la reunión en lugar de antes. Si se puede conseguir una máquina impresora para imprimir durante las reuniones volantes, anuncios y escritos para distribuirlos, eso producirá una influencia eficaz”.
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En algunos de nuestros congresos campestres, grupos de obreros entusiastas se han organizado para ir a la ciudad y a los suburbios para distribuir publicaciones e invitar a la gente para que asista a las reuniones. Por este medio se pudo asegurar la asistencia regular de cientos de personas durante la segunda parte de las reuniones, quienes, de otra manera no habrían pensado asistir.
Debemos usar cualquier medio justificable para llevar la luz a la gente. Utilícese la prensa y todos los medios publicitarios que permitan llamar la atención a la obra. Esto no debe considerarse de poca importancia. En cada esquina se ven carteles y anuncios que atraen la atención hacia los más diversos asuntos, algunos de ellos de carácter muy objetable. Quienes tienen la luz del mundo, ¿se conformarán con efectuar débiles esfuerzos para atraer la atención de las multitudes a la verdad?
Las personas que se interesan en la verdad deben enfrentarse a argumentos falaces y falsedades de parte de ministros populares, sin saber cómo responder a estas cosas. La verdad presentada por el evangelista, debe publicarse tan concisa como sea posible y hacerse circular extensamente. Según sea práctico, que los discursos importantes presentados en los congresos, sean publicados en los periódicos. De esa manera, la verdad dirigida a un número limitado de personas podrá llegar a muchas mentes. Y dondequiera que la verdad haya sido falseada, la gente tendrá la oportunidad de saber exactamente qué fue lo que dijo el ministro.
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Coloca tu luz sobre un candelabro, para que alumbre a todos los que están en la casa. Si se nos ha dado la verdad, debemos hacerla tan sencilla para otros, que todas las personas sinceras de corazón puedan reconocerla y regocijarse en sus brillantes rayos.
Natanael oró para poder saber con certidumbre si aquel que Juan el Bautista había anunciado como el Mesías, era en verdad el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Mientras exponía su incertidumbre delante de Dios y pedía esclarecimiento, Felipe lo llamó y con tono fervoroso y lleno de gozo, exclamó: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret”. Juan 1:45.
Pero Natanael estaba prejuiciado contra el Nazareno. Por la influencia de falsas enseñanzas, surgió la incredulidad en su corazón y preguntó: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” Felipe no trató de combatir su prejuicio e incredulidad. Sólo se limitó a decir: “Ven y ve”. Fue una actitud sabia, porque tan pronto como Natanael vio a Jesús, se convenció de que Felipe estaba en lo correcto. Su incredulidad fue echada a un lado, y una fe firme, fuerte y obediente tomó posesión de su alma. Jesús elogió la fe confiada de Natanael.
Hay muchos en la misma situación que se encontraba Natanael. Están prejuiciados y son incrédulos porque nunca han estado en contacto con las verdades especiales para estos últimos días; o con las personas que las poseen, y se requerirá que asistan a una reunión rebosante del Espíritu de Cristo para eliminar su incredulidad. No importa lo que debamos enfrentar, qué oposición exista, qué esfuerzos para desviar las almas y conducirlas lejos de la verdad de origen celestial; debemos proclamar nuestra fe. Así las personas honestas podrán ver y oír y convencerse por ellas mismas. Nuestra obra consiste en decir como Felipe: “Ven y ve”.
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No tenemos ninguna doctrina que haya que ocultar. Quienes fueron instruidos para observar el primer día de la semana como sagrado, consideran que el rasgo distintivo más objetable de nuestra fe es el sábado del cuarto mandamiento. Pero, ¿no declara la Palabra de Dios que el séptimo día es el sábado del Señor nuestro Dios? Es cierto, no resulta fácil realizar el cambio requerido del primero al séptimo día. Esto requiere una cruz. Choca con las prácticas y los preceptos humanos. Personas eruditas han enseñado tradiciones a la gente hasta imbuirla de incredulidad y prejuicios. Sin embargo, debemos decir a esas personas: “Ven y ve”. Dios requiere que proclamemos la verdad y dejemos que el error sea puesto de manifiesto.
La asistencia de los miembros de la iglesia
Es importante que los miembros de nuestras iglesias asistan a nuestros congresos. Los enemigos de la verdad son muchos; y debido a que somos pocos, debemos presentar un frente tan sólido como sea posible. Necesitamos individualmente los beneficios del congreso, y Dios nos invita a alistarnos en las filas de la verdad.
Algunos dirán: “Cuesta mucho viajar, y sería mejor que ahorráramos el dinero y lo diéramos para el progreso de la obra donde tanto se necesita”. No razonéis así; Dios os invita a ocupar vuestro lugar en las filas de su pueblo. Apoyad la reunión en todo lo que podáis acudiendo con vuestras familias. Haced un esfuerzo especial para asistir a la congregación del pueblo de Dios.
Hermanos y hermanas, es mucho mejor que dejéis sufrir en algo vuestros negocios antes que descuidar la oportunidad de oír el mensaje que Dios tiene para vosotros. No presentéis excusas que os impidan adquirir toda ventaja espiritual posible. Necesitáis todo rayo de luz. Necesitáis prepararos para dar una razón de la esperanza que hay en vosotros, con mansedumbre y temor. No podéis perder tal privilegio.