Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 12-21, día 386

TESTIMONIOS PARA LA IGLESIA 7

Los tiempos del tomo siete

Sección 1—Un servicio aceptable

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:2.

La obra de salvar almas

Dios me ha dado un mensaje para su pueblo. Debe despertar, ampliar sus tiendas, y extender sus límites. Hermanos míos, ustedes han sido comprados por precio, y todo lo que son y todo lo que tienen ha de usarse para la gloria de Dios y para el bien de sus semejantes. Cristo murió en la cruz para librar al mundo de perecer en el pecado, y en esta obra les solicita su colaboración. Ustedes deben ser sus manos ayudadoras. Con esfuerzos fervorosos e infatigables han de trabajar por la salvación de los perdidos. Recuerden que fueron sus pecados los que hicieron necesaria la cruz. Cuando aceptaron a Cristo como su Salvador ustedes prometieron unirse a él en llevar la cruz. Han echado su suerte con él para vida o muerte, y son parte integrante del gran plan de redención.

El poder transformador de la gracia de Cristo moldea a quien se entrega al servicio de Dios. Cuando se halla imbuido del Espíritu del Redentor, está dispuesto a negarse a sí mismo, listo para tomar su cruz y presto a realizar cualquier sacrificio por el Maestro. Ya no puede ser indiferente a las almas que perecen alrededor suyo. Se eleva por encima del autoservicio. Cristo lo ha transformado en una nueva criatura y el egoísmo no halla lugar en su vida. Comprende que cada aspecto de su existencia pertenece a Cristo, quien lo ha redimido de la esclavitud del pecado; que cada momento de su vida futura ha sido comprado con la preciosa sangre del unigénito de Dios.

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¿Comprende usted tan cabalmente el sacrificio hecho en el Calvario, como para estar dispuesto a subordinar todo otro interés a la obra de salvar almas? La misma intensidad que caracterizaba el deseo de salvar a los pecadores en la vida del Salvador, se revelará también en la de sus verdaderos seguidores. Al cristiano no le interesa vivir para sí. Se deleita en consagrar todo lo que tiene y todo lo que es al servicio del Maestro. Lo motiva un deseo inexpresable de ganar almas para Cristo. A los que no participan en absoluto de este deseo, les conviene preocuparse por su propia salvación. Oren ellos por el espíritu de servicio.

¿Cómo puedo glorificar mejor a Aquel a quien pertenezco por creación y redención? Esta es la pregunta que deberíamos hacernos. La persona verdaderamente convertida tratará de rescatar con ansiosa solicitud a los que se hallan todavía bajo el poder de Satanás; rehusará hacer nada que pudiera estorbarlo en su tarea. Si tiene hijos, se dará cuenta de que su obra debe comenzar en su propia familia. Para él, sus hijos son preciosos en gran manera. Al recordar que son los miembros más jóvenes de la familia del Señor, luchará denodadamente por colocarlos donde se hallen en el lado del Señor. Se ha dedicado a servir, honrar y obedecer a Cristo; por lo tanto realizará esfuerzos pacientes e incansables con el fin de educar a sus hijos para que nunca sean hostiles hacia el Salvador.

Dios ha colocado sobre los padres y madres la tarea de salvar a sus hijos del poder del enemigo. Esa es su obra, y no debieran descuidarla por ninguna razón. Los padres que mantienen una conexión viviente con Cristo no descansarán hasta no ver a sus hijos a salvo en el redil. Considerarán que ésta es la responsabilidad de su vida.

Padres, no descuiden la obra que les espera en la iglesia de su propia familia. Este es su primer campo de esfuerzo misionero. El trabajo más importante que puedan realizar consistirá en colocar a sus hijos al lado del Señor. Cuando yerren, trátenlos tiernamente, pero con firmeza. Hagan que se unan con ustedes para oponerse al mal por medio del cual Satanás trata de destruir las almas y los cuerpos de los seres humanos. Compartan con ellos el secreto de la cruz, ese secreto que para ustedes significa santificación, redención y victoria eterna. ¡Qué enorme victoria ganarán cuando logren que sus hijos anden con ustedes en el servicio del Señor!

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Si las familias que viven alrededor de ustedes se oponen a la verdad, luchen por lograr que accedan a las demandas de Cristo. Trabajen paciente, sabia y consideradamente, ganando terreno mediante la ternura del ministerio del amor. Presenten la verdad de tal manera que se la vea en toda su hermosura, que ejerza una influencia que no se pueda resistir. De esa manera se derribarán las murallas del prejuicio.

Si esta obra se realizara con fidelidad, si los padres y las madres trabajaran por los miembros de sus propias familias y luego por los que los rodean, exaltando a Cristo mediante una vida piadosa, miles de almas se salvarían. Cuando el pueblo de Dios se convierta de veras, cuando comprenda que sobre cada uno descansa la obligación de laborar en favor de los que se hallan a su alcance, cuando prueben todos los medios para rescatar a los pecadores del poder del enemigo, entonces se quitará el baldón de nuestras iglesias.

Ya nos queda muy poco tiempo para prepararnos para la eternidad. Que el Señor abra los ojos cerrados de su pueblo y avive sus sentidos adormecidos, para que puedan darse cuenta que el Evangelio es poder de Dios para la salvación a todo aquel que cree. Que todos comprendan la importancia de representar a Dios de una manera tan pura y tan justa que el mundo pueda contemplarlo en su hermosura. Que el Espíritu que mora en él, los llene de tal manera que el mundo no tenga poder para desviarlos de la tarea de presentar a los seres humanos las posibilidades maravillosas que se hallan delante de cada alma que recibe a Cristo.

Se necesita una dedicación más cabal en todas las líneas de trabajo. El tiempo pasa. Los siervos de Dios han de ser “en lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”. Romanos 12:11. La gente necesita la verdad, y ésta les ha de ser comunicada mediante esfuerzos fervientes y fieles. Hay que buscar a las almas, orar por ellas y trabajar en su favor. Han de hacerse llamamientos fervorosos y se deben ofrecer oraciones fervientes. Nuestras peticiones débiles y sin espíritu han de ser reemplazadas por súplicas llenas de intenso fervor. La Palabra de Dios declara: “La oración eficaz del justo puede mucho”. Santiago 5:16.

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El mundo es nuestro campo de esfuerzo misionero y hemos de salir a trabajar rodeados con la atmósfera del Getsemaní y del Calvario.

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La señal de avanzar

Un precepto eterno de la ley de Jehová demanda que quien acepta la verdad que el mundo necesita haga de la proclamación de esta verdad su primer trabajo. Pero, ¿quién hay que haga realmente suya la preocupación por los pecadores que perecen? Mi corazón se llena de una tristeza inexpresable cuando miro al pueblo profeso de Dios y observo su indisposición a servirle. Son tan pocos los que unen su corazón al corazón de Dios en la realización de su obra postrera y solemne. Hay miles que deben ser amonestados, sin embargo, cuán pocos se consagran totalmente a la causa, dispuestos a ser lo que fuere o a realizar cualquier cosa con tal de ganar almas para Cristo. Jesús murió para salvar al mundo. Trabajó en favor de los pecadores con humildad, con mansedumbre y sin egoísmo, y sigue haciéndolo todavía. Pero muchos que deberían colaborar con él, son autosuficientes e indiferentes.

Actualmente se manifiesta en el pueblo de Dios una alarmante ausencia de esa simpatía que debiera sentirse por las almas no salvadas. Hablamos acerca de las misiones cristianas; se escucha el sonido de nuestra voz; pero, ¿sentimos la ternura que el corazón de Cristo experimenta en favor de los que están fuera del redil? Y a menos que nuestros corazones palpiten en armonía con el corazón de Cristo, ¿cómo podremos comprender la santidad y la importancia de la obra a la cual fuimos llamados, reveladas en las palabras: “Ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta” Hebreos 13:17?

Dios espera que los seres humanos despierten a cumplir sus responsabilidades. Espera que se unan a él. Obedezcan ellos la señal de avanzar, y no sean más perezosos en el cumplimiento de la voluntad del Señor.

¿Podemos darnos cuenta de cuánta gente en el mundo observa nuestros movimientos? De donde menos lo esperamos se oyen voces que nos instan a proseguir nuestra obra de dar al mundo el último mensaje de misericordia. ¡Despierten, pastores y laicos! Apresúrense a reconocer y aprovechar cada oportunidad y ventaja que les ofrezcan los giros de la rueda de la Providencia. Tanto Dios como el Señor Jesucristo y los ángeles celestiales trabajan con intensa actividad con el fin de detener la fiereza de la ira de Satanás, para que los planes divinos no sean menoscabados. Dios vive y reina. El es quien conduce los asuntos del universo. Que sus soldados marchen hacia la victoria. Que haya unidad perfecta en sus filas. Prosigan la batalla hasta los portales. El Señor obrará en favor suyo como poderoso Conquistador.

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Que el mensaje del Evangelio resuene por todas nuestras iglesias, invitando a sus miembros a una acción universal. Que los feligreses posean una fe creciente, y se llenen del celo de sus invisibles aliados celestiales al reconocer sus recursos inagotables y la grandiosidad de la empresa en la cual se hallan involucrados, así como el poder de su Guía. Los que se colocan bajo el control divino para ser guiados por el Señor, se darán cuenta del firme curso de los acontecimientos ordenados por él. Bajo la inspiración del Espíritu de aquel que dio su vida por la vida del mundo, no volverán a detenerse impotentes, apuntando a las cosas que no pueden hacer. Se dirigirán hacia la batalla vestidos con la armadura del cielo, dispuestos a realizar lo que Dios pide sabiendo que su omnipotencia suplirá sus necesidades.

Una obra creciente

Los siervos de Dios deben utilizar todos los medios a su alcance para engrandecer su reino. El apóstol Pablo declara que “es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad… Que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres” 1 Timoteo 2:3-4, 1. Y Santiago agrega: “Sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma y cubrirá multitud de pecados”. Santiago 5:20. Cada creyente está comprometido a unirse con sus hermanos para proclamar la invitación: “Venid, que ya todo está preparado”. Lucas 14:17. Cada uno debe animar a los demás a realizar un trabajo de todo corazón. Una iglesia viviente está llamada a llevar a la gente invitaciones conmovedoras. Las almas sedientas han de ser conducidas al agua de la vida.

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Los apóstoles llevaban sobre sí la pesada responsabilidad de extender su esfera de acción para proclamar el Evangelio en las regiones lejanas. De su ejemplo se desprende el hecho de que en la viña del Señor no hay lugar para gente inactiva. Sus servidores tienen el deber de agrandar constantemente el círculo de sus esfuerzos. Siempre deben realizar más, nunca menos. La obra del Señor ha de crecer y expandirse hasta circuir el mundo.

Después de un viaje misionero, Pablo y Bernabé volvieron sobre sus pasos, visitando a las iglesias que habían levantado y escogiendo personas que se unieran a ellos en su trabajo. Hoy también los siervos de Dios deben trabajar de la misma manera, eligiendo y entrenando a jóvenes dignos como colaboradores suyos. Que Dios nos ayude a consagrarnos, para que otros puedan santificarse por nuestro ejemplo capacitándose para realizar una obra exitosa en la ganancia de almas para Cristo.

Nos estamos acercando al final de la historia de este mundo; pronto nos hallaremos de pie ante el gran trono blanco. Dentro de poco su tiempo de trabajar se habrá terminado para siempre. Aproveche las oportunidades que se le presenten para hablar una palabra en sazón a las personas con quienes se relaciona. No espere llegar a conocerlos antes de ofrecerles los tesoros inapreciables de la verdad. Salga a trabajar, y las puertas se abrirán delante de usted.

En el día del juicio los perdidos comprenden cabalmente el sacrificio realizado en el Calvario. Se dan cuenta de lo que han perdido al negarse a ser leales. Piensan en el privilegio que habrían podido tener de gozar de una relación elevada y pura; pero es demasiado tarde. El último llamamiento ha sido hecho. Entonces se escucha su amargo clamor: “Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos”. Jeremías 8:20.

Sobre nosotros descansa la pesada responsabilidad de amonestar al mundo acerca de su destrucción inminente. Los pedidos de ayuda llegan de todas partes, de lejos y de cerca. Dios pide a su iglesia que se levante y que se vista de poder. Deben ganarse las coronas inmortales; el reino de los cielos se debe conquistar; y ha de iluminarse un mundo que perece en la ignorancia.

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El mundo se convencerá por lo que la iglesia viva, y no por lo que se enseñe desde el púlpito. Desde el púlpito el ministro anuncia la teoría del Evangelio; pero la piedad práctica de la iglesia demuestra su poder.

Aunque débil y defectuosa, y en constante necesidad de amonestación y consejo, la iglesia es el objeto de la suprema preocupación de Cristo. El está ocupado en realizar experimentos de la gracia sobre los corazones humanos y obtiene tales transformaciones de carácter que los ángeles, perplejos, expresan su gozo en cánticos de alabanza. Se regocijan al pensar que los seres humanos pecadores y errantes puedan experimentar una transformación tal.

A medida que el mensaje del tercer ángel aumente en magnitud hasta transformarse en el fuerte clamor, gran poder y gloria acompañarán a su proclamación. Los rostros del pueblo de Dios brillarán con la luz del cielo.

El Señor capacitará a hombres y mujeres -sí, y también a niños, como lo hizo con Samuel- para que realicen su obra, haciéndolos mensajeros suyos. Aquel que nunca duerme ni se fatiga vela sobre cada uno de sus obreros, eligiendo su esfera de labor. Todo el cielo observa la lucha que les toca pelear a los siervos de Dios, aunque sea bajo circunstancias aparentemente descorazonadoras. Se realizan nuevas conquistas y se ganan nuevos honores a medida que los siervos de Dios avanzan para pelear la buena batalla de la fe, unidos bajo el estandarte de su Redentor. Todos los ángeles celestiales se hallan al servicio del pueblo de Dios, humilde y creyente; y mientras el ejército de los obreros del Señor eleva aquí abajo sus cánticos de alabanza, el coro celestial se une a ellos en acciones de gracias, rindiendo su alabanza a Dios y a su Hijo.

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En realidad no hay nada más invencible, aunque aparezca totalmente desamparada, que el alma que acepta su incapacidad y confía totalmente en los méritos del Salvador. Dios enviaría en su ayuda a cada ángel del cielo en lugar de permitirle que sea vencida.

El grito de batalla se deja oír a lo largo de las filas. Que cada soldado de la cruz, desprovisto de autosuficiencia, avance revestido de mansedumbre y humildad, y provisto de una firme fe en Dios. Su obra y la mía no terminarán con esta vida. Podremos descansar en la tumba durante breve tiempo; pero, cuando se escuche el llamado, asumiremos de nuevo nuestro trabajo en el reino de Dios.

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Una obra para los miembros de iglesia

Tenemos que proclamar al mundo un mensaje del Señor, un mensaje que ha de ser dado en la rica plenitud del poder del Espíritu. Nuestros ministros deben ver la necesidad de salvar a los perdidos y dirigir llamamientos directos a los inconversos. “¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?” preguntaron los fariseos a los discípulos de Cristo. Y el Salvador les respondió: “No he venido a llamar justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”. Mateo 9:11, 13. Esta es la obra que él nos ha confiado. Y nunca hubo tanta necesidad de hacerla como actualmente.

Dios no encomendó a sus ministros la obra de poner en orden las iglesias. Parecería que apenas es hecha esa obra es necesario hacerla de nuevo. Los miembros de iglesia en favor de los cuales se trabaja con tanta atención, llegan a ser débiles en lo religioso. Si las nueve décimas del esfuerzo hecho en favor de quienes conocen la verdad se hubiesen dedicado a los que nunca oyeron la verdad, ¡cuánto mayor habría sido el progreso hecho! Dios nos ha privado de sus bendiciones porque su pueblo no obró en armonía con sus indicaciones.

Los que conocen la verdad se debilitan si nuestros ministros les dedican el tiempo y el talento que debieran consagrar a los inconversos. En muchas de nuestras congregaciones de las ciudades, el ministro predica sábado tras sábado, y sábado tras sábado los miembros de la iglesia vienen a la casa de Dios sin tener nada que decir en cuanto a las bendiciones recibidas por haber impartido bendiciones a otros. No han trabajado durante la semana para poner en práctica la instrucción que se les dio el sábado. Mientras los miembros de la iglesia no hagan esfuerzo para impartir a otros la ayuda que ellos recibieron, habrá forzosamente gran debilidad espiritual.

La mayor ayuda que pueda darse a nuestro pueblo consiste en enseñarle a trabajar para Dios y a confiar en él, y no en los ministros. Aprendan a trabajar como Cristo trabajó. Unanse a su ejército de obreros, y préstenle un servicio fiel.

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