Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 151-160, día 401

La publicación de libros

Dedíquese más tiempo a la publicación y circulación de los libros que contienen la verdad presente. Llámese la atención a los libros que se espacian en la fe práctica y la piedad, así como a los que tratan de la palabra profética. Se ha de educar a la gente para que lea la segura palabra profética a la luz de los oráculos vivos. Necesita saber que se están cumpliendo las señales de los tiempos.

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Dios solo es el que puede dar éxito tanto en la preparación como en la circulación de nuestras publicaciones. Si con fe sostenemos sus principios, él cooperará con nosotros al colocar los libros en las manos de aquellos a quienes beneficiarán. Debemos orar por el Espíritu Santo, confiar en él y creer en él. La oración humilde y ferviente hará más para promover la circulación de nuestros libros que todos los costosos adornos del mundo.

Dios tiene ingentes y grandiosos recursos para uso del hombre, y de la manera más sencilla se desarrollará la obra de los agentes divinos. El Maestro divino dice: “Mi Espíritu solo es competente para enseñar y convencer de pecado. Las cosas externas hacen sólo una impresión temporal sobre la mente. Yo inculcaré la verdad en la conciencia, y los hombres serán mis testigos. Presentarán en todo el mundo mis requerimientos acerca del tiempo, el dinero y el intelecto del hombre. Todas estas cosas las compré en la cruz del Calvario. Usen los talentos que les he confiado para proclamar la verdad en su sencillez. Difundan el Evangelio por todas partes del mundo e inviten a las almas agobiadas a preguntar: ‘¿Qué debo hacer para ser salvo?’”

Los precios

Nuestros periódicos han sido ofrecidos por un tiempo limitado de prueba a un precio muy bajo; pero esto no ha logrado el objeto buscado: obtener muchos suscriptores permanentes. Estos esfuerzos se hacen a un costo considerable, a menudo con pérdida y con los mejores motivos; pero si no se hubiese reducido el precio, se habrían obtenido más suscriptores permanentes.

Se han hecho planes para reducir los precios de nuestros libros, sin hacer el cambio correspondiente en el costo de producción. Esto es un error. El trabajo debe realizarse en forma que compense. No se reduzca el precio de los libros por ofrecimientos especiales, que pueden llamarse incentivos o cohechos. Dios no aprueba estos métodos.

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Hay demanda de libros a precio bajo, y esta demanda debe ser satisfecha. Pero el plan correcto consiste en disminuir el costo de producción.

En los campos nuevos, entre las gentes ignorantes o parcialmente desarrolladas, hay gran necesidad de libros pequeños, que presenten la verdad en lenguaje sencillo, y que sean abundantemente ilustrados. Estos libros deben venderse a bajo precio, y las ilustraciones deben ser, por supuesto, poco costosas.

Las traducciones

Debe hacerse un esfuerzo mucho mayor para extender la circulación de nuestras publicaciones en todas partes del mundo. La amonestación debe darse en todos los países y a todos los pueblos. Nuestros libros se han de traducir y publicar en muchos idiomas diferentes. Debemos multiplicar las publicaciones de nuestra fe en inglés, alemán, francés, danés, noruego, sueco, castellano, italiano, portugués, y muchos otros idiomas; y personas de todas las nacionalidades deben ser iluminadas y educadas, a fin de que puedan participar también en la obra.

Hagan nuestras casas editoriales todo lo que esté a su alcance para difundir en el mundo la luz del cielo. De toda manera posible, llamen la atención de la gente de toda nación y lengua a las cosas que dirigirán su espíritu hacia el Libro de los libros.

Debe ejercerse mucho cuidado al elegir a los miembros de una comisión de manuscritos. Los hombres que han de pronunciarse sobre los libros ofrecidos para la publicación, deben ser pocos y bien escogidos. Únicamente aquellos que tienen un conocimiento experimental de lo que es escribir, están capacitados para actuar en este cargo. Deben escogerse únicamente aquellos cuyo corazón está bajo el control del Espíritu de Dios. Deben ser hombres de oración, hombres que no se ensalcen a sí mismos, sino que amen y teman a Dios y respeten a sus hermanos. Únicamente aquellos que, desconfiando de sí mismos sean dirigidos por la sabiduría divina, resultarán competentes para este cargo.

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Los trabajos comerciales

El Señor destinó nuestras casas editoriales a la promulgación de la verdad presente, así como a las diversas transacciones comerciales e industriales que implica dicha obra. Al mismo tiempo, deben permanecer en contacto con el mundo, para que la verdad sea como la luz puesta en un candelero que alumbre a todos los que están en la casa. En su providencia, Dios puso a Daniel y a sus compañeros en relación con los grandes personajes de Babilonia, a fin de que esos hombres aprendiesen a conocer la religión de los hebreos y supiesen que Dios gobierna a todos los reinos.

En Babilonia, Daniel fue puesto en circunstancias muy difíciles; mas al paso que cumplió fielmente sus deberes de estadista, se negó constantemente a participar en cualquier acción contraria a los principios y a la obra de Dios. Su conducta provocó discusiones, y el Señor atrajo así la atención del rey de Babilonia a la fe de Daniel. Dios tenía luz para Nabucodonosor y le hizo conocer por medio de Daniel las cosas que habían sido predichas en las profecías concernientes a Babilonia y otros reinos. Por la interpretación del sueño de Nabucodonosor, Jehová fue ensalzado como más poderoso que los príncipes de la tierra. Así fue honrado Dios a causa de la fidelidad de Daniel. Así también desea el Señor que nuestras casas editoriales sean sus testigos.

Oportunidades del trabajo comercial

Los trabajos comerciales son uno de los medios por los cuales estas instituciones se colocan en relación con el mundo. Así constituyen una puerta abierta para comunicar la luz de la verdad.

Los empleados pueden tener la impresión de que realizan un trabajo puramente mecánico, mientras que están, por el contrario, ocupados en una obra que suscitará preguntas acerca de su fe y sus principios. Si están animados de un buen espíritu, podrán hablar palabras oportunas. Si está en ellos la luz de la verdad y del amor de Dios, no podrán menos que dejarla brillar. Hasta la manera en que manejan los asuntos comerciales manifestará la influencia de los principios divinos. Se puede decir de nuestros obreros como se dijo antaño de los artesanos del tabernáculo: “Y lo he llenado de espíritu de Dios en sabiduría, en inteligencia, en ciencia, y en todo arte”. Éxodo 31:3.

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No para darles el primer lugar

En ningún caso deben nuestras casas editoras dedicarse principalmente a los trabajos comerciales. Si se da a éstos el primer lugar, los obreros de las imprentas perderán de vista el blanco por el cual fueron establecidas y su trabajo degenerará.

Los directores cuya percepción espiritual se extravíe, están expuestos al peligro de publicar impresos de dudoso mérito, simplemente por la ganancia que reportan. De ello resultará que el objeto por el cual fueron dadas nuestras editoriales se perderá de vista, y nuestras instituciones serán consideradas como cualquier otra empresa comercial. Ello deshonrará a Dios.

En algunas de nuestras imprentas, el trabajo puramente comercial hace subir constantemente los gastos por la adquisición de máquinas costosas. Estos gastos gravan mucho el presupuesto de la institución. Además, cuando abunda el trabajo, se requiere no sólo más equipo de herramientas, sino mayor número de obreros que los que se pueden educar debidamente.

Se asevera que el trabajo comercial es un beneficio financiero para la imprenta. Pero un Ser que tiene la autoridad sacó la cuenta exacta de lo que cuesta este trabajo a nuestras principales casas editoriales. Presentó un balance fiel y demostró que las pérdidas exceden a los beneficios. Este trabajo obliga a los obreros a apresurarse constantemente y en este ambiente de fiebre y mundanalidad, la verdadera piedad decae.

No es necesario que el trabajo comercial quede enteramente suprimido de nuestras imprentas, porque ello cerraría las puertas a los rayos de luz que deben ser comunicados al mundo. Así como el trabajo de Daniel como estadista no pervirtió su fe ni sus principios, no es forzoso que las relaciones con la gente del mundo perjudiquen a los obreros. Pero cada vez que el trabajo realizado para el mundo parezca dañar la espiritualidad de las instituciones, se lo debe excluir. Hágase primero el trabajo que representa la verdad. Désele siempre el primer lugar, y al trabajo comercial el segundo. Nuestra misión consiste en dar al mundo un mensaje de advertencia y misericordia.

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Más acerca de precios

En el esfuerzo que se ha hecho para asegurar a nuestras imprentas una clientela que las saque de apuros financieros, se han fijado precios tan bajos que su trabajo no les reporta ningún beneficio. Los que se lisonjean de que hubo ganancia no han llevado cuenta exacta de todos los gastos. No rebajéis los precios simplemente para obtener trabajo. No aceptéis sino el trabajo que os dejará una ganancia razonable.

Por otro lado, en nuestras transacciones comerciales no debe haber siquiera una sombra de egoísmo o codicia. No se aproveche nadie de la ignorancia o de la situación de un hombre para exigirle precios exorbitantes por el trabajo hecho o por la venta de mercaderías. Se presentarán fuertes tentaciones de apartarse del camino recto e innumerables argumentos en favor de seguir las prácticas del mundo y adoptar costumbres que en realidad son deshonestas. Algunos pretenden que cuando se trata con personas faltas de delicadeza, hay que conformarse a la costumbre y ser como ellas; que si se fuese perfectamente íntegro sería imposible hacer negocios y ganarse la vida. ¿Dónde está nuestra fe en Dios?’ Le pertenecemos como hijos e hijas a condición de que nos separemos del mundo y no toquemos lo inmundo. El Señor dirige estas palabras tanto a sus instituciones como a cada cristiano individualmente: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”, y ha prometido de un modo seguro que todas las cosas necesarias para la vida nos serán dadas por añadidura. Sobre cada conciencia debiera escribirse como quien burila sobre la roca con sincel de acero, que el verdadero éxito, para esta vida o la venidera, no puede obtenerse sino por la obediencia fiel a los principios eternos de la justicia.

Impresos desmoralizadores

Cuando nuestras casas editoriales hacen una gran cantidad de trabajo comercial, están expuestas al peligro de tener que imprimir obras de valor dudoso. En cierta ocasión, mientras mi atención se concentraba en estas cuestiones, mi guía preguntó a uno de los hombres que llevan responsabilidad en una de nuestras imprentas: “¿Cuánto les pagan por ese trabajo?” Le fueron presentadas las cifras. Dijo: “Es demasiado poco. Si realizan negocios en esta forma, sufrirán pérdidas. Y aun si recibieran una suma mayor, esta clase de escritos no podría publicarse más que con gran déficit. La influencia que ejercen sobre los obreros es desmoralizadora. Todos los mensajes que Dios les manda para hacerles comprender el carácter sagrado de su obra quedarán neutralizados por el consentimiento que ustedes otorgan a la publicación de tales cosas”.

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El mundo está inundado de libros que más valdría quemar que vender. Los libros que hablan de las guerras con los indios y cosas semejantes, que se publican y venden con la única intención de ganar dinero, no deberían leerse. Estos libros contienen una potencia fascinadora satánica. Los relatos espeluznantes de crímenes y atrocidades ejercen una influencia hechizadora sobre la juventud y provocan en ella el deseo de hacerse célebre por actos de maldad. Aun muchas obras que son más históricas, no ejercen, sin embargo, mejor influencia. Las enormes crueldades y prácticas licenciosas descritas en esos libros han sido para muchos como una levadura que los impulsa a ejecutar actos semejantes. Los libros que describen las prácticas satánicas de los seres humanos dan publicidad a las malas obras. No es necesario revivir los horribles detalles de los crímenes y de los sufrimientos, y ninguno de los que creen en la verdad presente debe participar en la perpetuación de su recuerdo.

Las novelas de amor y las historias frívolas y excitantes constituyen otra clase de libros que son una maldición para todo lector. Puede el autor insertar una buena moraleja, puede también entremezclar en su obra sentimientos religiosos. Sin embargo, en la mayoría de los casos, es Satanás que se disfraza de ángel de luz para engañar y seducir con más facilidad. El espíritu es afectado en gran medida por las cosas de que se nutre. Los lectores de las historias frívolas y excitantes se vuelven incapaces de cumplir los deberes que les incumben. Viven en lo irreal, y no tienen el menor deseo de escudriñar las Escrituras para nutrirse del maná celestial. Su mente se debilita y pierde su facultad de considerar los grandes problemas del deber y del destino.

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Se me ha mostrado que los jóvenes están expuestos a grandes peligros a causa de las malas lecturas. Satanás induce tanto a jóvenes como adultos a someterse al ensalmo de las historias sin valor. Si se pudiese quemar una buena parte de los libros publicados, con ello se detendría una plaga que realiza una obra espantosa mediante el debilitamiento de los espíritus y la corrupción de los corazones. Nadie es tan firme en los principios de la justicia que quede a cubierto de la tentación. Todas estas lecturas sin valor deberían descartarse resueltamente.

El Señor no nos permite dedicarnos a la impresión o venta de tales publicaciones, pues son un agente de destrucción para muchas almas. Sé lo que escribo, pues esta cuestión me ha sido presentada claramente. Que aquellos que creen en el mensaje de nuestro tiempo no se dediquen a semejante trabajo con la esperanza de ganar dinero. El Señor pondría su maldición sobre el dinero así obtenido, y esparciría más de lo que podría haberse juntado.

Hay otra clase de impresos más peligrosos que la lepra, más mortíferos que las plagas de Egipto, contra los cuales deben precaverse constantemente nuestras casas editoriales. Al aceptar trabajos de afuera, deben cuidar de no recibir en nuestras instituciones manuscritos que expongan las perniciosas teorías del hipnotismo, espiritismo, romanismo y otros misterios de iniquidad.

No se coloque en las manos de nuestros empleados nada que pueda echar una sola semilla de duda sobre la autoridad o pureza de las Escrituras. En ningún caso dejéis escritos de incrédulos bajo los ojos de los jóvenes cuya mentalidad propende con avidez a aceptar lo nuevo. Aunque reportasen las mayores entradas, las tales obras se publicarían con inmenso déficit.

Permitir que cosas semejantes pasen por nuestras instituciones, es colocar en manos de nuestros empleados y presentar al mundo el fruto prohibido del árbol del conocimiento. Es invitar a Satanás a entrar con su ciencia seductora; es insinuar sus principios en las mismas instituciones establecidas para el adelantamiento de la santa causa de Dios. Publicar tales obras, sería cargar los cañones del enemigo y colocarlos en sus manos para que los use contra la verdad.

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¿Pensáis que Jesús obrará en nuestras imprentas por las mentes humanas mediante sus ángeles? ¿Pensáis que hará de la verdad que sale de nuestras imprentas una potencia para amonestar al mundo, si se permite a Satanás que pervierta los espíritus de los obreros en la institución misma? ¿Puede la bendición de Dios descansar sobre los impresos que salen de la prensa, cuando de estas mismas prensas salen los errores y herejías de Satanás? “¿Echa alguna fuente por una misma abertura agua dulce y amarga?” Santiago 3:11.

Los directores de nuestras instituciones necesitan comprender que al aceptar sus puestos se hacen responsables del alimento intelectual dado a los empleados mientras están en la institución. Ellos son responsables del carácter de los impresos que salen de nuestras prensas. Deberán dar cuenta de la influencia ejercida por la introducción de cosas que habrían de mancillar la institución, contaminar el espíritu de los empleados o engañar al mundo.

Si se concede a estas cosas un lugar en nuestras instituciones, no tardará en descubrirse que la potencia sutil de los sentimientos satánicos no se rechaza con facilidad. Si se permite al tentador que siembre su mala semilla, ésta germinará y dará fruto. El diablo cosechará así en la misma institución establecida con el dinero dado por los hijos de Dios para el adelantamiento de su causa. De ello resultará que, en vez de enviar al mundo obreros cristianos, se enviará un grupo de incrédulos instruidos.

En estos asuntos, la responsabilidad descansa no solamente en los directores sino también en los empleados. Tengo algo que decir a los obreros de nuestras imprentas: Si amáis y teméis a Dios, os negaréis a tener trato con el conocimiento contra el cual Dios previno a Adán. Niéguense los tipógrafos a componer una sola frase de estas cuestiones. Niéguense los correctores de pruebas a leerlas, los impresores a imprimirlas y los encuadernadores a encuadernarlas. Si se os pide que os dediquéis a cosas de este género, convocad a los empleados del establecimiento a fin de que comprendan lo que ello significa. Los que dirigen la institución pueden sostener que no sois responsables, que a la dirección le toca tomar decisiones. Mas sois responsables por el uso de vuestros ojos, de vuestras manos, de vuestra mente. Os fueron confiados por Dios para que los empleéis en su servicio y no en el de Satanás.

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Cuando en nuestras casas editoriales se imprimen publicaciones que contienen errores que combaten la obra de Dios, Dios tiene por responsables no sólo a quienes permiten que Satanás tienda una trampa a las almas, sino también a los que cooperan de una manera u otra en la obra de tentación.

Hermanos míos, vosotros que ocupáis puestos de responsabilidad, cuidad de no enganchar a vuestros empleados al carro de la superstición y la herejía. No permitáis que las instituciones establecidas por Dios para esparcir la verdad y la vida, vengan a ser una agencia para diseminar el error que destruye las almas.

Niéguense nuestras casas editoriales, desde la menor hasta la mayor, a imprimir una sola línea de estos asuntos perniciosos. Hágase entender a todos aquellos con quienes debemos tratar que los impresos que contienen la ciencia de Satanás están excluidos de todas nuestras instituciones.

Estamos en contacto con el mundo no para que sus errores obren en nosotros como levadura; sino para que, como agentes de Dios, seamos en el mundo una levadura de verdad.

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