Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 180-189, día 404

Los talentos naturales y adquiridos son todos dones de Dios y deben ser conservados constantemente bajo la dirección de la potencia divina y santificadora de su Espíritu. Necesitan sentir profundamente su falta de experiencia en esta obra, y esforzarse con celo en adquirir el conocimiento y la sabiduría necesarios para emplear cada facultad del cuerpo y de la mente de tal manera que glorifique a Dios. 

“Os daré corazón nuevo”. Cristo debe morar en nuestro corazón, así como la sangre está en nuestro cuerpo y circula por él como una potencia vivificadora. No podemos insistir demasiado en este punto. Al par que la verdad debe ser nuestra armadura, nuestras convicciones deben ser fortalecidas por la simpatía viva que caracterizaba la vida del Salvador. Ningún hombre puede subsistir a menos que la verdad viva se manifieste en su carácter. Hay un solo poder que puede hacernos o mantenernos firmes, y es la gracia de Dios en la verdad. El que confía en otra cosa está ya tambaleando, pronto a caer. 

El Señor desea que se apoyen en él. Aprovechen al máximo cada ocasión para acercarse a la luz. Si se mantienen alejados de las santas influencias que emanan de Dios, ¿cómo podrán discernir las cosas espirituales? 

Dios nos llama a hacer uso de todas las ocasiones de prepararnos para su obra. Desea que dediquen todas sus energías al cumplimiento de su tarea, y que permanezcan sensibles al carácter sagrado y solemne de su responsabilidad. El ojo de Dios está sobre ustedes. Para cualquiera de ustedes es peligroso entrar a su presencia con un sacrificio que tenga mácula, un sacrificio que no les haya costado estudios ni oraciones. El no puede aceptar una ofrenda tal.

Les ruego que despierten y busquen a Dios por ustedes mismos. Mientras pase Jesús de Nazaret, díganle del fondo de su corazón: “Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros”. Recobrarán entonces la vista. Por la gracia de Dios recibirán lo que será para ustedes infinitamente más valioso que el oro, la plata o las piedras preciosas. 

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Si alguna vez hay un tiempo cuando es más importante que los hombres conserven su conexión con Dios, es cuando se los llama a desempeñar una responsabilidad especial. No es seguro para nosotros que descartemos nuestras armas cuando debemos ir a la batalla. Es entonces cuando necesitamos estar equipados con toda la armadura de Dios. Cada pieza es esencial. 

Jamás entretengan el pensamiento de que pueden ser cristianos y sin embargo encerrarse dentro de ustedes mismos. Cada uno forma parte de la gran estructura humana, y tanto la naturaleza como la calidad de su experiencia será determinada en gran medida por las experiencias de aquellos con quienes se asocien. Jesús dijo: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Mateo 18:20. Entonces no descuidemos la práctica de congregarnos, como acostumbran algunos; pero exhortémonos unos a otros; tanto más cuanto que vernos que aquel día se acerca. 

Que las reuniones sociales de la iglesia se hagan tan interesantes como sea posible. Que cada uno de los presentes sienta que tiene un deber que cumplir en la reunión. Colaboren con los ángeles celestiales quienes tratan de hacer una impresión correcta sobre cada obrero. 

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Carácter sagrado de los instrumentos de Dios

Son muchos los que no reconocen distinción alguna entre una empresa comercial común, un taller, una fábrica o un campo de cereal, y una institución establecida especialmente para fomentar los intereses de la causa de Dios. Sin embargo, existe la misma distinción que Dios estableció en tiempos antiguos entre lo sagrado y lo común, lo santo y lo profano. El desea que cada obrero de nuestras instituciones discierna y aprecie esta distinción. Los que ocupan un puesto en nuestras editoriales gozan de muy alto honor. Tienen un cargo sagrado. Están llamados a colaborar con Dios. Deben apreciar la oportunidad que significa estar tan estrechamente relacionados con los instrumentos celestiales, deben sentir que tienen un alto privilegio al poder dar a la institución del Señor su capacidad, su servicio y su vigilancia incansable. Deben tener un propósito vigoroso, una aspiración sublime y mucho celo para hacer de la casa editora exactamente lo que Dios desea que sea: una luz en el mundo, un fiel testimonio para él, un monumento recordativo del sábado del cuarto mandamiento. 

“Y puso mi boca como espada aguda, cubrióme con la sombra de su mano; y púsome por saeta limpia, guardóme en su aljaba; y díjome: Mi siervo eres, oh Israel, que en ti me gloriaré… Poco es que tú me seas siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures los asolamientos de Israel: también te di por luz de las gentes, para que seas mi salud hasta lo postrero de la tierra”. Isaías 49:2-6. Esta es la palabra que el Señor dirige a todos los que están de algún modo ralacionados con sus instituciones. Son favorecidos de Dios, pues se hallan en canales donde brilla la luz. Le sirven en forma especial, y no deben estimar esto como cosa liviana. Proporcionales a su sagrado cometido deben ser su sentido de la responsabilidad y su devoción. No deben tolerar las conversaciones triviales y comunes, ni la conducta frívola. 

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Deben alentar y cultivar un sentido del carácter sagrado del lugar.

Sobre este instrumento designado por él, el Señor ejerce un cuidado y una vigilancia constantes. La maquinaria puede ser manejada por hombres hábiles en su dirección; pero cuán fácil sería dejar un tornillito, una pequeña pieza de la máquina fuera de su lugar, y cuán desastroso podría ser el resultado. ¿Quién ha impedido los accidentes? Los ángeles de Dios vigilan el trabajo. Si pudiesen abrirse los ojos de los que manejan las máquinas, discernirían la custodia celestial. En toda dependencia de la editorial donde se realiza el trabajo, hay un testigo que toma nota del espíritu con que se realiza, y anota la fidelidad y la abnegación que se revelan. 

Si no he tenido éxito al presentar con claridad la forma como Dios considera a sus instituciones -como centros mediante los cuales obra de manera especial- quiera él revelar estas cosas a vuestras mentes por medio de su Santo Espíritu, para que logren comprender la diferencia que hay entre un servicio común y uno sagrado. 

Tanto los miembros de la iglesia como los empleados de la casa editora deben sentir que como obreros y colaboradores con Dios tienen una parte que realizar en la tarea de salvaguardar su institución. Deberían ser fieles guardianes de sus intereses en cada renglón, y esforzarse por protegerla, no sólo de pérdidas y desastres, sino de todo cuanto pudiera profanarla y contaminarla. Nunca una acción de ellos debería manchar su buen nombre, ni siquiera por el susurro de una crítica descuidada o de una censura. Las instituciones de Dios deberían ser consideradas como un encargo sagrado, para ser cuidadas tan celosamente como el antiguo Israel guardaba el arca. 

Cuando se instruya a los obreros de la casa editora a considerar que este gran centro está conectado con Dios y se halla bajo su supervisión; cuando comprendan que constituye un canal por medio del cual la luz del cielo debe ser comunicada al mundo, la considerarán con gran respeto y reverencia. Entonces sustentarán los pensamientos más elevados y los sentimientos más nobles, de modo que en su trabajo puedan tener la colaboración de las inteligencias celestiales. A medida que los trabajadores se den cuenta de que se hallan en la presencia de los ángeles, cuyos ojos son demasiado puros para mirar la iniquidad, se ejercerá una fuerte restricción sobre los pensamientos y palabras y acciones. Entonces se les concederá fortaleza moral, porque el Señor ha dicho: “Yo honraré a los que me honran”. 1 Samuel 2:30. Cada obrero obtendrá una experiencia preciosa y poseerá una fe y un poder que se elevarán por encima de las circunstancias. Todos podrán decir: “El Señor está en este lugar”. 

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La confianza en Dios

La confianza en Dios es la primera lección que deben aprender los obreros de nuestras instituciones. Antes de tener éxito en cualquier renglón de servicio, deben aceptar individualmente la verdad contenida en las palabras de Cristo: “Sin mí nada podéis hacer”. 

La rectitud tiene su raíz en la piedad. Ningún ser humano puede ser justo si no tiene fe en Dios ni mantiene una conexión vital con él. Tal como las flores del campo tienen sus raíces en el suelo y tal como deben recibir el aire, el rocío, las lluvias y la luz del sol, así también nosotros debemos recibir de Dios los elementos que sostienen la vida del alma. Sólo recibimos poder para obedecer sus mandamientos cuando nos transformamos en participantes de su naturaleza. Ninguna persona, elevada o humilde, instruida o ignorante, podrá mantener constantemente una vida pura e impresionante delante de sus semejantes a menos que ésta se halle escondida con Cristo en Dios. Mientras mayor sea la actividad que se realice entre los hombres, más estrecha será la comunión del corazón con Dios. 

El Señor ha indicado que los empleados de las casas editoras deben ser instruidos en asuntos religiosos. Esta obra es infinitamente más importante que las ganancias financieras. La salud espiritual de los obreros debe constituir nuestra primera preocupación. Tomen tiempo para comenzar su trabajo con oración cada mañana. No piensen que esa es una pérdida de tiempo; son momentos que vivirán durante las edades eternas. De este modo se tendrá éxito y se obtendrán victorias espirituales. La maquinaria responderá al toque de la mano del Maestro. Verdaderamente vale la pena solicitar la bendición de Dios, y el trabajo no puede ser bien hecho a menos que se comience bien. Cada obrero debe fortalecer sus manos y purificar su corazón antes que el Señor pueda utilizarlo efectivamente. 

Si queremos vivir vidas cristianas consecuentes, debemos avivar la conciencia mediante una relación constante con la Palabra de Dios. Todas las preciosas bendiciones que Dios nos ha provisto mediante un precio infinito no nos harán ningún bien, no nos fortalecerán ni producirán en nosotros ningún crecimiento espiritual a menos que nos apropiemos de ellas. Debemos comer la Palabra de Dios: hacerla parte de nosotros mismos. 

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Reúnanse pequeños grupos por las tardes, al mediodía, o temprano en la mañana para estudiar la Biblia. Tengan un momento de oración, para que el Espíritu Santo los fortalezca, ilumine y santifique. Cristo desea que esta obra se realice en el corazón de cada obrero. Cada uno de ustedes obtendrá una gran bendición si tan sólo abre la puerta para recibirla. Los ángeles de Dios están presentes en sus reuniones. Ustedes se alimentarán con las hojas del árbol de la vida. Qué hermoso testimonio podrán dar del amor manifestado entre compañeros de trabajo durante esos preciosos momentos de buscar la bendición de Dios. Que cada uno relate su propia experiencia con palabras sencillas. Esto traerá más consuelo y alegría al alma que todos los instrumentos de música que pudieran reunirse en las iglesias. Cristo entrará en sus corazones. Sólo por este medio podrán ustedes mantener su integridad. 

Muchos parecen pensar que es tiempo perdido el que se dedica a buscar al Señor. Pero cuando él interviene para colaborar con el esfuerzo humano y los hombres y las mujeres cooperan con él, se observa un cambio marcado en la obra y sus resultados. Cada corazón que ha sido visitado por los radiantes rayos del sol de justicia revelarán la obra del Espíritu de Dios en su voz, mente y carácter. La maquinaria se moverá como si estuviera aceitada y guiada por una mano maestra. Habrá menos fricciones cuando el espíritu del obrero reciba el aceite de las dos ramas de oliva. La santa influencia se impartirá a los demás en forma de palabras bondadosas, ternura, amor y estímulo. 

Evangelistas temerosos de Dios deberían realizar esfuerzos fervientes en favor de los aprendices, para que se conviertan. Se los debería instruir cuidadosamente en lo que concierne a la verdad. Debería animárselos a estudiar diariamente la Biblia y un instructor debería leerla y estudiarla con ellos. 

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El conocimiento progresivo de Cristo que se obtiene mediante el estudio de las Escrituras, bajo la dirección del Espíritu Santo, capacita al investigador para distinguir entre el bien y el mal en todos los órdenes de la vida. Si los empleados de nuestras casas editoras obtienen este conocimiento y llegan a arraigarse y fundamentarse en la verdad, guardarán el camino del Señor haciendo justicia y juicio. 

Los que manejan las cosas sagradas en las casas publicadoras y en cada ramo de la obra de Dios deben desplegar las mejores energías de sus facultades mentales y morales. Deben estudiar constantemente, no la voluntad del hombre, sino la voluntad de Dios. Se debe revelar su gracia en toda la obra que realizan. 

Debemos ser “en lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”. Romanos 12:11. Seamos diligentes en nuestro trabajo; pero con esta energía debe mezclarse otro elemento: un celo viviente en el servicio de Dios. Debemos mezclar devoción, piedad y santidad con nuestro trabajo cotidiano. Si pretenden llevar a cabo sus actividades sin estos elementos cometen el error más grande de sus vidas, y le roban a Dios mientras profesan servirle. 

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La cooperación

Cuando se establecen instituciones en campos nuevos, es a menudo necesario confiar responsabilidades a personas que no están familiarizadas con los detalles de su tarea. Estas personas trabajan en condiciones muy desventajosas, y a menos que ellas y sus colaboradores se interesen sin egoísmo por la institución del Señor, este estado de cosas creará una situación que impedirá su prosperidad.

Muchos piensan que la clase de trabajo que realizan les pertenece a ellos solos, y que nadie puede darles un consejo al respecto. Hasta es muy posible que ignoren los mejores métodos para realizar el trabajo; sin embargo, si alguno se aventura a darles un consejo se ofenden, y quedan más decididos que antes a seguir su criterio de una manera independiente. Por otro lado, hay algunos obreros que no están dispuestos a acudir en auxilio de sus colaboradores ni a instruirlos. Otros aún, sin experiencia, no desean que se reconozca su ignorancia; y cometen errores que cuestan tiempo y dinero, porque son demasiado orgullosos para pedir consejo. 

Es fácil determinar la causa de estas dificultades: mientras ellos debieran haberse considerado como los diversos hilos de un tapiz que han de ser tejidos juntos, los obreros se han separado como los hilos independientes. 

Estas cosas contristan el Espíritu Santo. Dios desea que aprendamos unos de otros. La independencia que no está santificada nos coloca en una posición tal que el Señor no puede trabajar con nosotros. Y Satanás queda satisfecho con tal estado de cosas. 

No debe existir el espíritu de guardar ciertas cosas secretas, ni inquietud porque otros adquieran conocimientos poseídos hasta entonces por algunos solamente. Un espíritu tal dará lugar a reservas y sospechas continuas. Se suscitarán malos pensamientos y críticas, y el amor fraternal desaparecerá. 

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Cada ramo de la obra de Dios está ligado con los demás. No puede existir exclusividad en una institución que Dios dirige, pues él es el Autor del tacto y del ingenio. El es el fundamento de todo método correcto. El es quien comunica el conocimiento de estos métodos, y ninguno puede considerar su saber como perteneciéndole en forma exclusiva. 

Cada obrero debe interesarse en todos los ramos de la obra, y si Dios le ha dado clarividencia, capacidad y conocimientos que pueden servir en uno u otro de estos ramos, su deber consiste en comunicar lo que ha recibido. 

Todas las aptitudes que pueden relacionarse con la institución mediante esfuerzos abnegados, deben ser puestas a contribución para que sean activos agentes de éxito y de vida en la obra de Dios. Nuestras editoriales necesitan obreros consagrados, talentosos y capaces de ejercer buena influencia. 

Todo obrero será probado para que se sepa si trabaja en favor del progreso de la institución del Señor o para servir sus propios intereses. Los que son convertidos darán cada día pruebas de que no tratan de emplear para su uso personal las ventajas y los conocimientos que hayan adquirido. Comprenden que la providencia divina les ha concedido estas ventajas para que, como instrumentos en las manos del Señor, puedan servir a su causa realizando un trabajo de calidad superior.

Nadie debe trabajar para ser alabado o para satisfacer su deseo de dominar. El verdadero obrero hará lo mejor que pueda porque así puede glorificar a Dios. Tratará de mejorar todas sus facultades, y cumplirá sus deberes como para Dios. Su único deseo será que Cristo reciba de él un homenaje y un servicio perfecto. 

Dediquen los obreros todas sus energías al esfuerzo de servir a la causa de Dios. Obrando así, obtendrán ellos mismos más fuerza y eficacia. 

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