Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 237-245, día 410

La verdad, la verdad preciosa y vital, está unida al bienestar eterno del hombre, tanto en esta vida como en la eternidad que se abre delante de nosotros. “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Juan 17:17. Se debe practicar la Palabra de Dios. Ella vivirá y permanecerá para siempre. Mientras que las ambiciones mundanas, los proyectos mundanos y los planes y propósitos más exaltados del hombre perecerán como la hierba, “los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud como las estrellas a perpetua eternidad”. Daniel 12:3.

Actualmente la causa de Dios necesita a hombres y mujeres dotados de cualidades extraordinarias y de facultades administrativas superiores; hombres y mujeres que examinen las necesidades de la obra paciente y cabalmente en los diversos campos; personas que posean una gran capacidad de trabajo; dotadas de corazones bondadosos y acogedoras, de cabeza serena, cabales, y de juicio imparcial; que se hallen santificadas por el Espíritu de Dios y puedan decir intrépidamente “No”, o “Sí” y “Amén”, a las propuestas que escuchen; que sean de condiciones firmes, discernimiento claro, y corazones puros y llenos de simpatía; personas que pongan en práctica las palabras: “Todos ustedes son hermanos”; que luchen por elevar y restaurar a la humanidad caída. 

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Tome tiempo para hablar con Dios

Se me ha dado instrucción especial con respecto a nuestros ministros. No es la voluntad de Dios que traten de enriquecerse. No deben ocuparse en empresas mundanales, porque esto los descalifica para entregar sus mejores facultades a las cosas espirituales. Pero necesitan recibir un sueldo suficiente para sostenerlos a ellos y a sus familias. Tampoco se los debe recargar tanto de trabajo como para que no puedan atender adecuadamente la iglesia de su propia familia, porque tienen el deber especial de entrenar a sus hijos para el Señor. 

Se comete un gran error al mantener a un ministro trabajando constantemente en líneas administrativas, viajando de lugar en lugar y asistiendo hasta tarde de la noche a reuniones de juntas y comités. Esto le produce cansancio y desánimo. Los ministros deberían tener tiempo para descansar y para extraer de la Palabra de Dios el rico alimento del pan de vida. Deberían tener tiempo para beber sorbos refrescantes de consuelo de la corriente de aguas vivas.

Que los ministros y maestros recuerden que Dios los hace responsables de cumplir sus cometidos tan bien como se lo permitan sus habilidades, de dedicarle a su trabajo lo mejor de sus facultades. No deben contraer responsabilidades que estén en conflicto con la obra que Dios les ha asignado. 

Cuando los ministros y maestros, presionados por el peso de sus compromisos financieros, suben al púlpito o entran al aula con el cerebro fatigado y los nervios bajo tensión, ¿qué más se puede esperar que la utilización de fuego común en lugar del fuego sagrado encendido por Dios? La presentación agotada e ineficaz decepciona a los que escuchan y hace daño al orador. No tiene tiempo para buscar al Señor ni para pedir con fe la unción del Espíritu Santo.

Para que los esfuerzos de los obreros de Dios puedan tener buen éxito, necesitan recibir la gracia y la eficiencia que tan sólo él puede conceder. “Pedid, y se os dará” (Juan 16:24), es la promesa. Entonces, ¿por qué no tomar tiempo para pedir, para abrir la mente a las impresiones del Espíritu Santo, y que el alma pueda recibir nueva vitalidad mediante una fresca provisión de vida? El mismo Cristo pasaba mucho tiempo en oración. Cada vez que tenía la oportunidad se apartaba para hallarse a solas con Dios. Cada vez que nos inclinamos delante de Dios en oración humilde, él coloca sobre nuestros labios un carbón encendido de su altar, y los santifica para la obra de llevar la verdad de la Biblia a la gente. 

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Se me ha instruido que diga a los que son obreros conmigo: Si desean disfrutar de los ricos tesoros del cielo, deben cultivar la comunión secreta con Dios. A menos que lo hagan, sus almas se encontrarán tan destituidas del Espíritu Santo como lo estaban de rocío y lluvia los cerros de Gilboa. Cuando corren de una cosa a otra, cuando tienen tanto que hacer que no pueden tomar tiempo para conversar con Dios, ¿cómo pueden pretender que haya poder en su trabajo? 

La razón por la cual muchos de nuestros ministros predican discursos tediosos y sin vida es porque permiten que su tiempo y atención se ocupen con una variedad de otras cosas de naturaleza mundanal. A menos que experimentemos un crecimiento constante en la gracia, nos faltarán palabras apropiadas para cada ocasión. Tengan comunión con sus propios corazones, y luego ténganla con Dios. A menos que lo hagan, sus esfuerzos serán estériles, el producto de un apresuramiento y una confusión no santificados.

Pastores y maestros, permitan que su trabajo se caracterice por la fragancia de una profunda gracia espiritual. No lo transformen en algo ordinario mezclándolo con las cosas comunes. Avancen hacia adelante y hacia arriba. Purifíquense de toda contaminación de la carne y el espíritu, perfeccionando la santidad en el temor del Señor. 

Necesitamos convertirnos diariamente. Nuestras oraciones deberían ser más fervientes; entonces serán más efectivas. Nuestra confianza de que el Espíritu de Dios nos acompañará debería fortalecerse cada vez más, haciéndonos tan puros y santos, y tan rectos y aromáticos como los cedros del Líbano. 

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Los ministros del Evangelio deberían mantener su oficio libre de todo lo secular o político, empleando todo su tiempo y sus talentos en actividades de esfuerzo cristiano. 

No es conducente a la espiritualidad de un ministro atarlo a un solo lugar encargándolo de los asuntos administrativos de la obra de la iglesia. Esto no está de acuerdo con el plan bíblico bosquejado en el capítulo 6 del libro de los Hechos. Estudien este plan; está aprobado por Dios. Obedezcan la Palabra. 

Los que predican la palabra de vida no deben permitir que se coloquen muchas cargas sobre ellos. Deben tomar tiempo para estudiar la Palabra y autoexaminarse. Si investigan cuidadosamente su propio corazón y se entregan al Señor, aprenderán mejor a discernir las cosas escondidas de Dios.

En lugar de elegir el trabajo que nos resulte más placentero y de hacer algo que nuestros hermanos piensan que deberíamos hacer, necesitamos inquirir: “Señor, ¿qué quieres que haga?” En vez de recorrer el camino que la inclinación natural nos induce a seguir, deberíamos orar: “Enséñame, oh Jehová, tu camino, y guíame por sendas de rectitud” Salmos 27:11. 

Detalles financieros de la obra relacionada con las ciudades.- Nuestros pastores deberían aprender a no inmiscuirse en los negocios y asuntos financieros. Se me ha indicado repetidamente que éste no es el trabajo del ministerio. No se los debe agobiar con los detalles administrativos de la obra, ni siquiera en las ciudades; más bien deben estar dispuestos a visitar los lugares donde se haya despertado interés por el mensaje, y especialmente para asistir a nuestras reuniones campestres. Mientras éstas se llevan a cabo, nuestros obreros no deben pensar que necesitan permanecer en las ciudades para atender asuntos relacionados con diversos aspectos del trabajo en la ciudad; ni tampoco deben salir apresuradamente de estas reuniones campestres con el fin de atender esa clase de tareas.

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Los dirigentes de nuestras asociaciones deberían encargar a hombres de negocios para que atiendan los detalles financieros de la obra de las ciudades. Si no se pueden encontrar tales personas, que entonces se provean los medios para entrenar a hombres que desempeñen estas responsabilidades. 

Administradores consagrados.- Las instituciones escandinavas no necesitarían hallarse en la posición en que se encuentran -y no lo estarían- si desde hace años los hermanos de los Estados Unidos hubieran hecho lo que debían. A Europa se debería haber enviado un hombre con experiencia en líneas administrativas, con conocimientos prácticos de contabilidad, para supervisar la forma de llevar las cuentas en nuestras instituciones allí. Y si esta tarea hubiera requerido a más de una persona, se debería haber enviado a más de una. De este modo se habrían ahorrado miles y miles de dólares. 

Nuestra obra en los Estados Unidos debería tener empleados a tales hombres, hombres que sepan cuáles son los principios celestiales, y que conozcan por experiencia lo que significa andar con Dios. Si tales hombres hubieran supervisado los asuntos financieros de nuestras asociaciones e instituciones, hoy tendríamos abundantes fondos en la tesorería, y nuestras instituciones se hallarían en la posición en que Dios ha declarado que se deberían encontrar, siendo una ayuda para la obra por medio de la abnegación y el sacrificio propio.

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La obra del ministerio

Todavía no se ha podido entrar en muchos campos maduros para la siega porque hemos adolecido de ayudantes abnegados. Se debe penetrar en estos campos, y muchos obreros deberían acudir a ellos con la determinación de costear sus propios gastos. Pero algunos de nuestros pastores están muy poco dispuestos a tomar sobre sí la responsabilidad de este trabajo, muy poco dispuestos a laborar con la misma cordial buena voluntad que caracterizó la vida de nuestro Señor. 

Dios se entristece al ver la falta de abnegación y perseverancia que manifiestan sus seguidores. Los ángeles se asombran del espectáculo. Que los obreros de Cristo estudien su vida de abnegación. El es nuestro ejemplo. ¿Pueden los ministros de hoy pretender que se los llame a pasar menos penurias que las que tuvieron que soportar los primeros cristianos, los valdenses y los reformadores de todas las edades, en sus esfuerzos por llevar el Evangelio a todos los países?

Dios ha encomendado a sus ministros la tarea de proclamar su último mensaje de misericordia a todo el mundo. Siente desagrado con los que no dedican todas sus energías a la realización de esta tarea de importancia suprema. La infidelidad de parte de los centinelas encargados de vigilar los muros de Sion coloca en peligro la causa de la verdad y la expone a las burlas del enemigo. Ya es tiempo de que nuestros ministros comprendan la responsabilidad de su misión y carácter sagrados. Un ay pesa sobre ellos si fracasan en llevar a cabo la tarea que ellos mismos reconocen que Dios ha colocado en sus manos. 

No pocos ministros descuidan la obra que se les ha encomendado. ¿Por qué tienen que ocuparse de juntas y comités las personas que han sido separadas para realizar la obra del ministerio? ¿Por qué se los llama a asistir a tantas reuniones de negocios que muchas veces se realizan a grandes distancias de sus campos de labor? ¿Por qué no se colocan los asuntos administrativos en manos de hombres de negocios? Los ministros no han sido apartados para realizar esta clase de trabajo. Las finanzas de la causa deben ser manejadas correctamente por hombres que posean esos conocimientos, pero los ministros han sido elegidos para realizar una tarea diferente. Que la atención de los asuntos financieros descanse sobre otras personas que no hayan sido ordenadas para el ministerio. 

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Los ministros no deben ser llevados de aquí para allá con el fin de asistir a reuniones de negocios para decidir cuestiones administrativas comunes. Muchos de nuestros pastores han hecho este trabajo en el pasado, pero el Señor no desea que se dediquen a esta clase de labores. Se han colocado sobre ellos demasiadas cargas financieras. Cuando tratan de cumplir con estas responsabilidades descuidan de llevar a cabo la comisión evangélica. Dios considera esto como una deshonra para su nombre. 

La gran viña del Señor exige de sus siervos lo que todavía no le han concedido: un trabajo perseverante y decidido en favor de las almas. El ministerio se está haciendo débil y enfermizo, y las iglesias también se han debilitado debido al servicio endeble de ellos. Estos ministros tienen muy pocas almas convertidas que mostrar como resultado de sus labores. La verdad no se ha llevado a los lugares áridos de la tierra. Estas cosas no hacen sino privar a Dios de la gloria que le pertenece. El necesita obreros que sean productores además de consumidores. 

Se tiene que amonestar al mundo. Los pastores deben trabajar intensa y piadosamente, abriendo obra en campos nuevos y realizando una labor personal en favor de las almas, en lugar de sólo dar vueltas alrededor de las iglesias que ya poseen una gran luz y muchas ventajas.

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Las reuniones de junta

Recuerden los que asisten a reuniones de junta que se encuentran con Dios, quien les ha dado su obra. Reúnanse con reverencia y consagración del corazón. Se reúnen para considerar asuntos importantes relacionados con la causa de Dios. En todo detalle sus acciones deben demostrar que desean comprender su voluntad acerca de los planes que se han de trazar para el progreso de su obra. No malgasten un momento en conversación sin importancia; porque los asuntos del Señor deben dirigirse en forma perfecta y eficiente. Si algún miembro de una junta es descuidado e irreverente, recuérdesele que está en la presencia de un Testigo que pesa todas las acciones. 

Se me ha indicado que las reuniones de junta no agradan siempre a Dios. Algunos han acudido a estas reuniones con un espíritu de crítica, frío, duro y carente de amor. Los tales pueden hacer mucho daño; porque los acompaña la presencia del maligno que los mantiene del lado erróneo. Con cierta frecuencia su actitud insensible hacia las medidas que se están considerando produce perplejidad y demora las decisiones que deberían tomarse. Los siervos de Dios que necesitan descanso mental y sueño han sido angustiados y recargados por estos casos. Con la esperanza de llegar a una decisión, continúan sus reuniones hasta muy avanzada la noche. Pero la vida es demasiado preciosa para ponerla en peligro de esta manera. Dejad al Señor llevar la carga. Esperad que él ajuste las dificultades. Dad descanso al cerebro agobiado. El prolongar las sesiones hasta horas que no son razonables es algo destructor para las facultades físicas, mentales y morales. Si se diesen al cerebro los debidos momentos de descanso, los pensamientos serían claros y agudos, y los asuntos se atenderían con presteza. 

La alimentación y las reuniones de junta

Antes que nuestros hermanos se reúnan en concilio o reuniones de directorio, cada uno debe presentarse ante Dios, escudriñar cuidadosamente su corazón y examinar sus motivos con ojo crítico. Rogad al Señor que él se os revele para que no critiquéis o condenéis imprudentemente las medidas propuestas.

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Sentados ante mesas abundantemente cargadas, ciertos hombres comen a menudo mucho más de lo que pueden digerir fácilmente. El estómago recargado no puede hacer debidamente su trabajo. El resultado es una sensación desagradable de embotamiento del cerebro y el espíritu no actúa prestamente. Las combinaciones impropias de alimentos crean disturbios; se inicia la fermentación; la sangre queda contaminada y el cerebro se confunde. 

El hábito de comer en exceso o de comer demasiadas clases de alimentos en una comida, causa con frecuencia dispepsia. Se ocasiona así un grave daño a los delicados órganos digestivos. El estómago protesta en vano y suplica al cerebro que razone de causa a efecto. La excesiva cantidad de alimento ingerido, o la combinación impropia, hace su obra perjudicial. En vano dan su advertencia las prevenciones desagradables. El sufrimiento es la consecuencia. La enfermedad reemplaza a la salud. 

Puede ser que algunos pregunten: ¿Qué tiene que ver esto con las reuniones de junta? Muchísimo. Los efectos de comer en forma errónea penetran en las reuniones de concilio y de junta. El cerebro queda afectado por la condición del estómago. Un estómago desordenado produce un estado mental desordenado e incierto. Un estómago enfermo produce una condición enfermiza del cerebro, y con frecuencia le induce a uno a sostener con terquedad opiniones erróneas. La supuesta sabiduría de una persona tal es insensatez para Dios. 

Presento esto como la causa de la situación creada en muchas reuniones de concilio y de junta en las cuales ciertas cuestiones que requerían estudio cuidadoso recibieron poca consideración, y se tomaron apresuradamente decisiones de la mayor importancia. Con frecuencia, cuando debiera haberse tenido unanimidad en la afirmativa, ciertas negativas resueltas cambiaron por completo la atmósfera que reinaba en una reunión. Estos resultados se me han presentado vez tras vez. Expongo estos asuntos ahora, porque se me ha indicado que diga a mis hermanos en el ministerio: Por la intemperancia en el comer os incapacitáis para ver claramente la diferencia entre el fuego sagrado y el común. Y por esta intemperancia reveláis también vuestro desprecio hacia las advertencias que el Señor os ha dado. La palabra que os dirige es: “¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios. He aquí que todos vosotros encendéis fuego, y os rodeáis de teas; andad a la luz de vuestro fuego, y de las teas que encendisteis. De mi mano os vendrá esto; en dolor seréis sepultados”. Isaías 50:10-11. 

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