Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 246-255, día 411

¿No nos acercaremos al Señor, para que nos salve de toda intemperancia en el comer y beber, de toda pasión profana y concupiscente, de toda perversidad? ¿No nos humillaremos delante de Dios y desecharemos todo lo que corrompe la carne y el espíritu, para que en su temor podamos perfeccionar la santidad del carácter? 

Que todo aquel que debe sentarse en concilio y reunión de junta escriba en su corazón las palabras: Trabajo para este tiempo y para la eternidad; soy responsable ante Dios por los motivos que me impulsan a obrar. Sea éste su lema. Sea su oración la del salmista: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías”. Salmos 141:3-4.

En las consultas para hacer progresar la obra, ningún hombre ha de ser la fuerza dominante, la voz del conjunto. Los métodos y los planes propuestos deben considerarse cuidadosamente, a fin de que todos los hermanos puedan pesar sus méritos relativos y decidir cuál debe seguirse. Al estudiar los campos a los cuales parece llamarnos el deber, es bueno tener en cuenta las dificultades que se encontrarán en ellos. 

Hasta donde se pueda, las juntas directivas deben hacer conocer sus planes a los hermanos en general a fin de que el juicio de la iglesia pueda sostener sus esfuerzos. Muchos miembros de la iglesia son prudentes, y otros tienen excelentes cualidades mentales. Debe despertarse su interés en el progreso de la causa. A muchos se les podría inducir a tener una percepción más profunda de la obra de Dios y buscar la sabiduría de lo alto para extender el reino de Cristo mediante la salvación de las almas que perecen por falta de la Palabra de vida. Hombres y mujeres de espíritu noble han de ser añadidos todavía al número de aquellos de quienes se dice: “No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros;… para que vayáis y llevéis fruto”. Juan 15:16. 

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Disciplina eclesiástica

Al tratar con los miembros de la iglesia que yerran, el pueblo de Dios debe seguir cuidadosamente las instrucciones dadas por el Salvador en el capítulo 18 de Mateo. 

Los seres humanos son propiedad de Cristo, comprados por él a un precio infinito y vinculados con él por el amor que él y su Padre han manifestado hacia ellos. ¡Cuán cuidadosos debemos ser, pues, en nuestro trato unos con otros! Los hombres no tienen derecho a sospechar el mal con respecto a sus semejantes. Los miembros de la iglesia no tienen derecho a seguir sus propios impulsos e inclinaciones al tratar con miembros que han errado. No deben siquiera expresar sus prejuicios acerca de los que erraron; porque así ponen en otras mentes la levadura del mal. Los informes desfavorables de un hermano o hermana de la iglesia se comunican de un miembro a otro. Se cometen errores e injusticias porque algunos no quieren seguir las instrucciones dadas por el Señor Jesús. 

“Si tu hermano pecare contra ti -declaró Cristo-, ve, y redargúyele entre ti y él solo”. Mateo 18:15. No habléis del mal a otro. Si este mal es contado a una persona, luego a otra y aun a otra, el informe crece continuamente, y el daño aumenta hasta que toda la iglesia tiene que sufrir. Arréglese el asunto “entre ti y él solo”. Tal es el plan de Dios. “No salgas a pleito presto, no sea que no sepas qué hacer al fin, después que tu prójimo te haya dejado confuso. Trata tu causa con tu compañero y no descubras el secreto a otro”. Proverbios 25:8-9. No toleréis el pecado en vuestro hermano; pero no lo expongáis ni aumentéis la dificultad haciendo que la reprensión parezca como una venganza. Corregidle de la manera esbozada en la Palabra de Dios.

No permitáis que el resentimiento madure en malicia. No dejéis que la herida se infecte y reviente en palabras envenenadas que manchen la mente de quienes las oigan. No permitáis que los pensamientos amargos continúen embargando vuestro ánimo y el suyo. Id a vuestro hermano, y con humildad y sinceridad habladle del asunto.

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Cualquiera que sea el carácter de la ofensa, no cambia el plan que Dios trazó para el arreglo de las desinteligencias e injurias personales. El hablar a solas y con el espíritu de Cristo a aquel que faltó eliminará la consiguiente dificultad. Id a aquel que erró, y con el corazón lleno del amor y de la simpatía de Cristo tratad de arreglar el asunto. Razonad con él con calma y tranquilidad. No dejéis escapar de vuestros labios palabras airadas. Hablad de una manera que apele a su mejor criterio. Recordad las palabras: “Sepa que el que hubiere hecho convertir al pecador del error de su camino, salvará un alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados”. Santiago 5:20. 

Llevad a vuestro hermano el remedio que curará la enfermedad del desafecto. Haced vuestra parte para ayudarle. Por amor a la paz y la unidad de la iglesia, considerad este proceder tanto un privilegio como un deber. Si os oye, habréis ganado un amigo.

Todo el cielo está interesado en la entrevista entre aquel que ha sido perjudicado y el que está en error. Y cuando el que erró acepta la reprensión ofrecida con el amor de Cristo y, reconociendo su error, pide perdón a Dios y a su hermano, la alegría del cielo llena su corazón. La controversia terminó. La amistad y la confianza quedaron restauradas. El aceite del amor elimina la irritación causada por el mal. El Espíritu de Dios liga un corazón al otro; y hay en el cielo música por la unión realizada. 

Mientras los que están así unidos en la comunión cristiana ofrecen oración a Dios y se comprometen a obrar con justicia, a amar la misericordia y a andar humildemente con Dios, reciben gran bendición. Si han perjudicado a otros, continúen la obra de arrepentimiento, confesión y restitución, plenamente resueltos a hacerse bien unos a otros. Este es el cumplimiento de la ley de Cristo.

“Mas si no te oyere, toma aun contigo uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra”. Mateo 18:16. Tomad con vosotros personas de ánimo espiritual, y hablad de su mal al que erró. Tal vez ceda a las súplicas unidas de sus hermanos. Al ver cómo ellos están de acuerdo con el asunto, tal vez su mente quede iluminada.

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“Y si no oyere a ellos”, ¿qué debe hacerse? ¿Tendrán que asumir algunas personas de la junta directiva la responsabilidad de despedir de la iglesia al que erró? “Y si no oyere a ellos, dilo a la iglesia”. Mateo 18:17. Tome la iglesia un acuerdo con respecto a sus miembros. 

“Y si no oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por étnico y publicano”. vers. 17. Si él no quiere escuchar a la iglesia, si rechaza todos los esfuerzos hechos por salvarle, a la iglesia incumbe la responsabilidad de separarle de su comunión. Su nombre debe entonces borrarse de los libros. 

Ningún dirigente de la iglesia debe aconsejar, ninguna junta directiva recomendar, ni ninguna iglesia votar que el nombre de una persona que obra mal sea excluido de los libros de la iglesia, hasta que se hayan seguido fielmente las instrucciones dadas por Cristo. Cuando estas instrucciones se hayan cumplido, la iglesia queda justificada delante de Dios. El mal debe, pues, presentarse tal cual es, y debe ser suprimido, a fin de que no se propague. La salud y la pureza de la iglesia deben ser preservadas, para que ella aparezca delante de Dios sin mancha, revestida del manto de la justicia de Cristo. 

Si el que erró se arrepiente y se somete a la disciplina de Cristo, se le ha de dar otra oportunidad. Y aun cuando no se arrepienta, aun cuando quede fuera de la iglesia, los siervos de Dios tienen todavía una obra que hacer en su favor. Han de procurar fervientemente que se arrepienta. Y por graves que hayan sido sus ofensas, si él cede a las súplicas del Espíritu Santo y, confesando y abandonando su pecado, da indicios de arrepentimiento, se le debe perdonar y darle de nuevo la bienvenida al redil. Sus hermanos deben animarle en el buen camino, tratándole como quisieran ser tratados si estuviesen en su lugar, considerándose a sí mismos, no sea que ellos también sean tentados. 

“De cierto os digo -continuó Cristo-, que todo lo que ligareis en la tierra, será ligado en el cielo; y todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo”. Mateo 18:18.

Esta declaración rige para todos los siglos. A la iglesia ha sido conferido el poder de actuar en lugar de Cristo. Es instrumento de Dios para la conservación del orden y la disciplina entre su pueblo. En ella ha delegado el Señor el poder para arreglar todas las cuestiones relativas a su prosperidad, pureza y orden. A ella le incumbe la responsabilidad de excluir de su comunión a los que no son dignos de ella, a los que por conducta anticristiana deshonrarían la verdad. Cuanto haga la iglesia que esté de acuerdo con las indicaciones dadas en la Palabra de Dios será ratificado en el cielo. 

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Se presentan asuntos de grave importancia para que los decida la iglesia. Los ministros de Dios, ordenados por él como guías de su pueblo, deben, después de hacer su parte, someter todo el asunto a la iglesia para que haya unidad en la decisión tomada. 

El Señor desea que los que le siguen ejerzan gran cuidado en su trato mutuo. Han de elevar, restaurar y sanar. Pero no debe haber en la iglesia negligencia de la debida disciplina. Los miembros han de considerarse como alumnos en una escuela, y aprender a formar un carácter digno de su alta vocación. En la iglesia de esta tierra los hijos de Dios han de quedar preparados para la gran reunión de la iglesia del cielo. Los que vivan en armonía con Cristo pueden esperar una vida eterna en la familia redimida. 

El amor de Dios hacia la especie caída es una manifestación peculiar de amor: un amor nacido de la misericordia; porque todos los seres humanos son indignos de él. La misericordia implica imperfección del objeto hacia el cual se manifiesta. Se debe al pecado que la misericordia entró en ejercicio activo. 

Es posible que sea necesario realizar mucho trabajo en la formación de su carácter, y que usted sea una piedra tosca que debe ser cortada en perfecta escuadra y pulida antes que pueda ocupar un lugar en el templo de Dios. No necesita sorprenderse si con martillo y cincel Dios corta las aristas agudas de su carácter, hasta que esté preparado para ocupar el lugar que él le reserva. Ningún ser humano puede realizar esta obra. Únicamente Dios puede hacerla. Y tenga usted la seguridad de que no asestará él un solo golpe inútil. Da cada uno de sus golpes con amor, para su felicidad eterna. Conoce sus flaquezas y obra para curar y no para destruir. 

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“Considerémonos unos a otros

”Ustedes se encontrarán a menudo con personas que se hallan bajo la opresión de las tentaciones. No sabrán con cuánta severidad lucha Satanás contra ellas. Cuiden de no desalentar a esas almas concediéndole así una ventaja al tentador.

Siempre que observen algo que necesita corregirse, o escuchen acerca de ello, pídanle al Señor que les conceda sabiduría y gracia, para que al tratar de ser fieles no se tornen severos. 

Siempre resulta humillante que a uno le indiquen sus errores. No tornen amarga la experiencia con una censura innecesaria. La crítica severa produce desánimo y hace que la vida sea sombría y desdichada. 

Hermanos míos, prevalezcan por medio del amor más bien que por la severidad. Cuando el que comete una falta acepta su error, cuiden de no destruir su dignidad. No traten de magullar y herir, sino más bien de vendar y sanar.

Ningún ser humano posee facultades tan sensibles como las de nuestro Salvador, ni una naturaleza tan pura. ¡Y qué paciencia la que manifiesta para con nosotros! Año tras año soporta nuestras debilidades e ignorancia, nuestra ingratitud y desobediencia. Y a pesar de todos nuestros extravíos, la dureza de nuestro corazón, y nuestro descuido de sus sagradas órdenes, todavía su mano se extiende hacia nosotros. Y nos manda: “Como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Juan 13:34. 

Hermanos, considérense misioneros, no entre los paganos, sino entre sus propios compañeros de trabajo. Se necesita una enorme cantidad de tiempo y esfuerzo para convencer a una sola alma con respecto a las verdades especiales para este tiempo. Y hay gozo en la presencia de los ángeles cuando las almas se convierten del pecado a la rectitud. ¿Piensan ustedes que los espíritus ministradores que velan sobre estas almas se complacen al ver con cuánta indiferencia son tratadas por aquellos que pretenden ser cristianos? Prevalecen las preferencias humanas. Se manifiesta parcialidad. Algunos son favorecidos mientras se trata a otros con aspereza. 

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Los ángeles observan con admiración reverente la misión de Cristo en favor del mundo. Quedan maravillados ante el amor que lo movió a darse a sí mismo como sacrificio por los pecados de los hombres. ¡Pero con cuánta liviandad consideran los seres humanos lo que él compró con su sangre! 

No necesitamos comenzar tratando de amarnos unos a otros. Lo que se necesita es el amor de Cristo en el corazón. El amor verdadero brota espontáneamente cuando el yo se halla sumergido en Cristo. 

Venceremos en paciente dominio propio. Es el servicio paciente lo que trae descanso al alma. Son los trabajadores humildes, diligentes y fieles los que promueven el bienestar de Israel. Las palabras de amor y estímulo harán más para apaciguar el temperamento rápido y la disposición obstinada que todas las críticas y reprensiones que se puedan acumular sobre el que yerra. 

El mensaje del Maestro debe ser comunicado con el espíritu del Maestro. Nuestra única salvaguardia consiste en mantener nuestros pensamientos e impulsos bajo el control del Gran Maestro. Al hacer así, los ángeles de Dios le concederán una rica experiencia a cada obrero verdadero. La gracia de la humildad transformará nuestras palabras en expresiones de una ternura semejante a la de Cristo. 

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A los maestros de nuestras escuelas

Mis queridos hermanos y hermanas: El Señor actuará en favor de todos los que estén dispuestos a andar con él en humildad. El los ha colocado en posiciones de responsabilidad. Caminen prudentemente delante de él. La mano de Dios está en el timón. El conducirá el barco al puerto más allá de las rocas. Utilizará las cosas débiles de este mundo para confundir las poderosas.

Mi oración es que hagan a Dios su consejero. Ustedes no tienen que dar cuenta a ningún ser humano, sino que se hallan bajo la dirección de Dios. Manténganse cerca de él. No acepten las ideas mundanas como su criterio. No permitan ninguna separación de los métodos de trabajo del Señor. No empleen el fuego común, pero usen el fuego sagrado encendido por el Señor. 

Tengan buen ánimo en su trabajo. Por muchos años he presentado ante nuestro pueblo la necesidad de ejercitar igualmente las facultades físicas como las mentales, en la educación de nuestros jóvenes. Pero a los que nunca han experimentado el valor de la instrucción que se les ha dado, de combinar el entrenamiento manual con el estudio de los libros, se les hace difícil comprender y poner en práctica estas directivas. 

Esfuércense por impartir a sus alumnos las bendiciones que Dios les ha concedido. Guíenlos por los terrenos del conocimiento con el deseo profundo y serio de ayudarlos. Acérquense a ellos. A menos que el amor y la delicadeza de Cristo abunden en el corazón de los maestros, en ellos se manifestará demasiado el espíritu tosco y dominante del amo.

El Señor desea que aprendan a utilizar la red del Evangelio. Sus redes deben ser de malla cerrada para que puedan tener éxito en su trabajo. Deben utilizar las Escrituras de tal manera que se comprenda fácilmente su significado. Entonces recojan la red diestramente. Vayan directamente al grano. Por más elevado que sea el conocimiento de una persona, no le sirve de nada a menos que lo pueda comunicar a los demás. Que la expresión de su voz, el profundo sentimiento que revele, impresione los corazones. Insten a sus alumnos a que se rindan completamente a Dios. “Conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne”. Judas 21-23. A medida que sigan el ejemplo de Cristo obtendrán la preciosa recompensa de ver a sus alumnos ganados para él. 

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Un esfuerzo agresivo

El Señor Dios de Israel tiene hambre de ver frutos. El pide a sus obreros que extiendan sus actividades más de lo que han hecho hasta ahora. Desea que su campo de labor sea el mundo entero y no sólo que trabajen para nuestras iglesias. El apóstol Pablo viajó de un lugar a otro predicando la verdad a los que se hallaban en las tinieblas del error. Trabajó durante un año y medio en Corinto y demostró el carácter divino de su misión al establecer una iglesia floreciente, compuesta de judíos y gentiles. Cristo nunca limitó sus favores a un solo lugar. Las villas y las ciudades de Palestina resonaban con las verdades que brotaban de sus labios. 

El saludo de Cristo para el mundo

El Sermón del Monte es la bendición del cielo para el mundo, una voz que proviene del trono de Dios. Se lo dio a la humanidad para que fuera la ley de su conducta y la luz del cielo, su esperanza y consuelo en las horas de abatimiento; aquí el Príncipe de los predicadores, el Maestro por excelencia, expresa las palabras que el Padre le indicó que pronunciara. 

Las bienaventuranzas constituyen el saludo de Cristo, no sólo para los creyentes, sino para toda la familia humana. Por un momento pareció olvidar que se hallaba en el mundo, no en el cielo; y utilizó el saludo familiar del mundo de la luz. Las bendiciones brotaron de sus labios como una rica corriente de vida que hubiera estado detenida por largo tiempo. 

Cristo no nos deja en duda con respecto a los rasgos de carácter que siempre está dispuesto a reconocer y bendecir. Ignorando a los ambiciosos favoritos del mundo se vuelve hacia quienes han sido despreciados por ellos, llamando bienaventurados a los que reciben su luz y su vida. Extiende sus brazos de refugio a los pobres en espíritu, mansos, humildes, sufrientes, despreciados y perseguidos, y les dice: “Venid a mí… y yo os haré descansar”. Mateo 11:28. 

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