Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 256-263, día 412

Cristo puede observar toda la miseria del mundo sin experimentar una sombra de tristeza por haber creado al hombre. Ve que en el corazón humano hay algo más que pecado y miseria. En su sabiduría y amor infinitos observa las posibilidades que hay en cada ser humano y la altura que pueden alcanzar. Sabe que, aunque los seres humanos han abusado de las bendiciones que han recibido y han destruido la dignidad que Dios les ha dado, el Creador todavía será glorificado con la redención de ellos. 

El Sermón del Monte es un ejemplo de la forma como debemos enseñar. ¡Cuántos esfuerzos no hizo Cristo para lograr que los misterios no fueran más misterios, sino verdades claras y sencillas! No hay nada impreciso en sus instrucciones, nada difícil de comprender.

“Y abriendo su boca les enseñaba”. Mateo 5:2. No expresaba sus palabras en susurros, ni su voz era áspera o desagradable. Hablaba con énfasis y claridad, con poder solemne y convincente. 

“Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. Mateo 7:28-29. 

Un estudio serio del Sermón del Monte, hecho con oración, nos preparará para proclamar la verdad y para llevar a otros a la luz que hemos recibido. Pero antes debemos preocuparnos por nosotros mismos y recibir los principios de la verdad con corazones humildes, poniéndolos en práctica en obediencia perfecta. Esto nos proporcionará gozo y paz. De este modo comemos la carne y bebemos la sangre del Hijo de Dios y crecemos vigorosos en su fortaleza. Nuestras vidas están integradas a su vida. Nuestro espíritu, nuestras inclinaciones y nuestros hábitos se conforman a la voluntad de aquel de quien Dios declaró: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Mateo 3:17. 

Las palabras que Cristo pronunció sobre el monte de las bienaventuranzas retendrán su poder a través de todos los tiempos. Cada oración es una joya sacada del palacio del tesoro de la verdad. Los principios enunciados en este discurso son para todas las edades y para todas las clases de seres humanos. Cristo expresó su fe y esperanza con energía divina, mientras declaraba bienaventurada a una clase de personas tras otra porque habían formado caracteres justos. Al vivir la vida del Dador de la vida, mediante la fe en él, cada uno puede alcanzar la norma establecida en sus palabras. ¿No merece el logro de este objetivo el esfuerzo incansable de toda una vida? 

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El panorama

Nos acercamos al final de la historia de esta tierra. Tenemos delante de nosotros una gran tarea: la obra final de dar el último mensaje de amonestación a un mundo pecador. El Señor tomará a algunos hombres de detrás del arado, de los viñedos y de diversas otras líneas de trabajo, y los enviará a dar este mensaje al mundo. 

El mundo está desquiciado. Al observar el cuadro, el panorama nos parece descorazonador. Pero con una seguridad llena de esperanza el Señor les da la,bienvenida a los mismos hombres y mujeres que nos causan desalientos. Descubre en ellos cualidades que los capacitarán para ocupar un lugar en su viña. Si se disponen a aprender constantemente, los transformará mediante su providencia en hombres y mujeres capaces de realizar un trabajo que no está más allá del alcance de sus posibilidades; les concederá poder de expresión mediante la impartición del Espíritu Santo. 

Hay muchos campos áridos y no trabajados donde el mensaje debe ser llevado por principiantes. El resplandor del panorama que el Salvador observa en el mundo inspirará confianza en muchos obreros, quienes, si comienzan el trabajo humildemente y se entregan a él de corazón, serán considerados idóneos para el tiempo y el lugar. Cristo observa toda la miseria y desesperación que hay en el mundo, cuya contemplación haría que algunos de nuestros obreros de gran capacidad se inclinaran agobiados por un peso tan grande de desánimo, que ni siquiera sabrían cómo empezar a conducir a las personas al primer peldaño de la escalera. Sus meticulosos métodos tendrían poco valor. Sería como si se pararan sobre los peldaños altos de la escalera diciendo: “Suban aquí donde estamos nosotros”. Pero las pobres almas no saben dónde colocar sus pies. 

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El corazón de Cristo se alegra al ver a los que son pobres en todo el sentido de la palabra; se alegra al ver a los que son mansos, a pesar de las vejaciones; se alegra por el hambre de justicia, al parecer insatisfecha, que algunos experimentan por no saber cómo cambiar. El recibe con agrado, por decirlo así, el mismísimo estado de cosas que desanimaría a muchos pastores. Reprende nuestra piedad equivocada dando la responsabilidad del trabajo en favor de los pobres y necesitados de los lugares difíciles de la tierra, a hombres y mujeres dotados de corazones capaces de compadecerse de los ignorantes y de los que andan descaminados. El Señor les enseña a estos obreros cómo relacionarse con aquellos a quienes desea ayudar. Se sentirán estimulados al ver que delante de ellos se abren puertas para entrar en lugares donde puedan realizar trabajo médico misionero. Puesto que poseen muy poca confianza en sí mismos, le rinden toda la gloria a Dios. Puede ser que sus manos sean ásperas e inexpertas, pero poseen un corazón susceptible a la piedad; los embarga el ferviente deseo de hacer algo para aliviar la miseria tan abundante; y Cristo se halla presente para ayudarles. El obra a través de quienes disciernen misericordia en la miseria, y ganancia en la pérdida de todas las cosas. Cuando la luz del mundo pasa por algún lugar se descubren privilegios en todas las privaciones y aparece orden en la confusión; el éxito y la sabiduría de Dios se revelan en lo que había parecido un fracaso. 

Mis hermanos y hermanas, alléguense a la gente al practicar su ministerio. Levanten a los abatidos. Consideren las calamidades como si fueran bendiciones disfrazadas, y las aflicciones, como misericordias. Trabajen de tal manera que la esperanza brote en lugar de la desesperación. 

La gente común debe ocupar su lugar como obreros. Al participar de las tristezas de sus semejantes, así como el Salvador compartió las tristezas de la humanidad, por fe lo verán trabajando con ellos. 

“Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo”. Sofonías 1:14. Quiero decir a cada obrero: Avance con una fe humilde, y el Señor lo acompañará. Pero vele en oración. Esta es la ciencia de su trabajo. El poder es de Dios. Trabaje dependiendo de él, y recuerde que es un colaborador suyo. El es su ayudador. Su fuerza depende de él. El constituirá su sabiduría, su justicia, su santificación y su redención. Lleve el yugo de Cristo, aprendiendo diariamente de él su mansedumbre y su humildad. El será su consuelo y reposo.

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El poder de lo alto

Del mismo modo como a los discípulos se les concedió una capacitación divina, a saber el poder del Espíritu Santo, así también les será concedido hoy a quienes lo buscan correctamente. Únicamente este poder puede hacernos sabios para la salvación y volvernos idóneos para las cortes de arriba. Cristo desea concedernos una bendición que nos santificará. “Estas cosas os he hablado -dice él- para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”. Juan 15:11. El gozo que se experimenta en el Espíritu Santo es un regocijo sanador y vivificador. Al concedernos su Espíritu, Dios se da a sí mismo, transformándose él mismo en una fuente de influencias divinas con el fin de dar salud y vida al mundo.

Así como Dios derrama tan liberalmente sus bendiciones sobre ustedes, recuerden que lo hace para que puedan devolvérselas al Dador, multiplicadas por haberlas impartido a otros. Traigan luz y paz y regocijo a la vida de los demás. Cada día necesitamos la disciplina de la humillación del yo, con el fin de prepararnos para recibir el don celestial, no con el objeto de acumularlo, no para robar a los hijos de Dios de sus bendiciones, sino para impartirlo a los demás en toda la riqueza de su plenitud. ¿Cuándo necesitaremos más que ahora un corazón abierto para recibir, pero sufriendo, por así decirlo, por el ansia de impartir lo recibido? 

Estamos moralmente obligados a sacar en abundancia de la casa del tesoro del conocimiento divino. Dios desea que recibamos mucho para que podamos impartir mucho. Desea que seamos canales a través de los cuales él pueda impartir su gracia ricamente al mundo. 

Que sus oraciones se caractericen por la sinceridad y la fe. El Señor está dispuesto a hacer en nuestro favor “mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”. Efesios 3:20. Hablen de esto; oren acerca de ello. No conversen de incredulidad. No podemos darnos el lujo de dejar que Satanás vea que tiene poder para ensombrecer nuestro semblante y entristecer nuestras vidas. 

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Oren con fe. Y asegúrense de colocar sus vidas en armonía con sus peticiones, de modo que puedan recibir las bendiciones que han demandado. Que no se debilite su fe, porque las bendiciones que se reciben son proporcionales a la fe que se ejerce. “Conforme a vuestra fe os sea hecho”. “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”. Mateo 9:29; 21:22. Oren, crean, y regocíjense. Canten himnos de alabanza a Dios porque él les ha contestado sus oraciones. Acéptenlo al pie de la letra, “porque fiel es el que prometió”. Hebreos 10:23. No se pierde ninguna súplica sincera. El canal está abierto; la corriente está fluyendo. Lleva propiedades salutíferas en sus aguas, derramando una corriente restauradora de vida y salud y salvación. 

A cada maestro se le concede el sagrado privilegio de representar a Cristo. Y a medida que los maestros luchan por hacerlo, pueden tener la convicción tranquilizadora de que el Salvador está muy cerca de ellos, sugiriéndoles las palabras que deben hablar en favor suyo, e indicándoles de qué manera pueden revelar su excelencia. 

Los maestros se enfrentan con muchas pruebas. Los asalta el desánimo cuando ven que sus esfuerzos no son siempre apreciados por los alumnos. Satanás se esfuerza por afligirlos con enfermedades físicas, con la esperanza de inducirlos a murmurar contra Dios, para que olviden sus bondades, su misericordia, su amor, y el tremendo peso de gloria que espera al vencedor. Deben recordar que Dios los está guiando, mediante el sufrimiento, hacia una confianza más perfecta en él. Sus ojos están siempre sobre ellos, y si en medio de su perplejidad lo contemplan a él con fe, los sacará del horno afinados y purificados como el oro probado en el fuego. Les permite pasar por las pruebas con el fin de atraerlos más cerca de sí mismo, pero no coloca sobre sus hombros ninguna carga más pesada de la que pueden soportar. Y a cada uno le dice: “No te desampararé, ni te dejaré” Hebreos 1:3-5. Siempre está listo para librar a los que confían en él. Que el maestro acosado y severamente probado diga: “Aunque él me matare, en él esperaré”. “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya fruto, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios de mi salvación” Job 13:15; Habacuc 3:17-18. 

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Alumnos, colaboren con sus maestros. Al hacerlo les proporcionan ánimo y esperanza. Les ayudan a ellos, pero al mismo tiempo se ayudan a sí mismos a avanzar. Recuerden que depende grandemente de ustedes si sus maestros se hallan en una situación ventajosa o no, y si su trabajo se reconoce como éxito. 

Ustedes deben ser estudiantes en el sentido más elevado, y ver a Dios detrás del maestro, mientras el maestro colabora con él. 

Sus oportunidades para trabajar se están esfumando rápidamente. No tienen tiempo que perder en la complacencia propia. Experimentarán una felicidad genuina solamente en la medida en que luchen fervientemente por lograr el éxito. Son preciosas las oportunidades que se les brindan durante el tiempo que pasan en la escuela. Hagan que su vida estudiantil sea tan perfecta como sea posible. Pasarán sólo una vez por ese camino. Y que tengan éxito o que fracasen en su tarea es un asunto que sólo depende de ustedes mismos. Y en la medida en que obtengan nuevos conocimientos de la Biblia estarán acumulando tesoros que podrán impartir a otros. 

Si entre sus compañeros de estudio hay alguien que está atrasado, explíquenle la lección que no logra comprender. Esto contribuirá a su propia comprensión de la materia. Usen palabras sencillas; expresen sus ideas con palabras claras y de fácil comprensión. 

Al ayudar a sus compañeros, también les ayudan a sus maestros. Y a menudo aquellos cuya mente parece insensible, captan más rápidamente las ideas de sus compañeros de estudios que las del maestro. 

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Esta es la clase de colaboración que Cristo recomienda. El Gran Maestro está al lado de ustedes, indicándoles cómo ayudar al que está atrasado.

Durante su vida escolar tendrán oportunidades de contarles a los pobres e ignorantes acerca de las maravillosas verdades de la Palabra de Dios. Cultiven cada una de esas oportunidades. El Señor bendecirá cada momento que utilicen de esta manera.

Vivimos en un tiempo cuando Satanás está trabajando con todo su poder para desalentar y derrotar a los que se esfuerzan por servir a Dios. Pero no debemos fallar ni desanimarnos. Tenemos que ejercitar una mayor fe en Dios. Debemos confiar en su Palabra viviente. A menos que nos aferremos de lo alto con mayor firmeza, nunca seremos capaces de derrotar a los poderes de las tinieblas que se verán y se sentirán en cada departamento de la obra. 

Las cisternas de la tierra se vaciarán a menudo, y sus fuentes se secarán; pero en Cristo se halla un manantial vivo del cual podemos beber continuamente. No importa cuánta agua saquemos para compartir con los demás, siempre quedará en abundancia. No hay peligro de agotar el suministro; porque Cristo es la fuente inagotable de la verdad.

El código de conducta inculcado por el Evangelio no reconoce otra norma de perfección que la mente de Dios, la voluntad divina. Todos los atributos de un carácter virtuoso habitan en Dios como un todo perfecto y armonioso. El que recibe a Cristo como su Salvador personal tiene el privilegio de poseer tales atributos. En esto consiste la ciencia de la santidad.

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Consideración para quienes luchan con dificultades

Durante años se ha mostrado una falta de visión al tratar con las personas que llevan adelante la obra del Señor en lugares difíciles. A menudo estos hombres trabajan en forma agotadora. Tienen muy poco dinero para invertir en el avance de la causa, y se ven obligados a sacrificarse con el fin de llevar adelante la obra. Trabajan por un salario escaso y practican la más estricta economía. Solicitan fondos de la gente y ellos mismos son un ejemplo de liberalidad. Le rinden a Dios la alabanza por lo que se ha hecho, comprendiendo que él es el autor y consumador de su fe, y que han sido capaces de progresar sólo por su poder.

Algunas veces, después que estos obreros han soportado la carga y el calor del día, y mediante esfuerzos perseverantes y pacientes han establecido alguna escuela o un sanatorio, o han tenido otra participación en el desarrollo de la obra, sus hermanos deciden que algún otro puede realizar un mejor trabajo, y que por lo tanto esa nueva persona debe hacerse cargo de la tarea. En algunos casos se hace la decisión sin dar la consideración ni el crédito debidos a quien ha tenido que llevar sobre sus hombros la parte más desagradable de la tarea, que ha tenido que laborar y orar y luchar aplicando todas sus fuerzas y energías en el desempeño de su responsabilidad. 

Dios no se agrada con esta forma de tratar a sus obreros. El pide a su pueblo que sostenga las manos de quienes se esfuerzan por establecer la obra en lugares nuevos y difíciles, expresándoles palabras que los alegren y los animen. 

Estos obreros pueden cometer errores a causa de su entusiasmo y celo por el adelanto de la obra. En su deseo de obtener fondos para el sostenimiento de las empresas más necesitadas, puede ser que se envuelvan en proyectos que no resultan en los mejores intereses de la obra. El Señor, al comprender que tales proyectos los desviarían de lo que él quisiera verlos realizar, permite que sufran frustraciones y se quebranten sus esperanzas. El dinero se ha sacrificado, y esto constituye una tremenda desgracia para quienes con tanto cariño habían deseado obtener medios para el sostén de la causa. 

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