Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 60-69, día 391

Sobre nosotros ha resplandecido una gran luz. ¡Pero cuán poco reflejamos esa luz ante el mundo! Hay ángeles celestiales que esperan que los seres humanos colaboren con ellos en la obra de promover los principios de la verdad en forma práctica. Una gran parte de esta tarea será realizada por medio de las actividades de nuestros sanatorios y por otros medios diversos. Estas instituciones están llamadas a ser monumentos para Dios, donde su poder sanador alcance a todas las clases: a encumbrados y bajos, a ricos y pobres. Cada dólar que se invierta en esta obra en el nombre de Cristo se transformará en una bendición tanto para el dador como para la humanidad sufriente.

El trabajo misionero médico es la mano derecha del Evangelio. Es una necesidad para el avance de la causa de Dios. El poder salvador de la verdad se hará evidente a medida que a través de esta tarea los seres humanos sean guiados a descubrir la importancia que tienen los hábitos correctos en la manera de vivir. Obreros entrenados para realizar un trabajo médico misionero debe establecerse en cada ciudad. Puesto que los métodos divinos para el tratamiento de las enfermedades constituyen la mano derecha del mensaje del tercer ángel, abrirán las puertas para la entrada de la verdad presente. En muchos países se deben hacer circular las publicaciones que contienen el mensaje de la salud. Nuestros médicos de Europa y de otras regiones deberían despertar a la necesidad de que hombres que sepan lo que hagan escriban obras sobre salud que puedan alcanzar a la gente con las instrucciones más esenciales y de un modo fácil de entender. 

El Señor concederá una oportunidad de colaborar con él a los sanatorios cuya obra ya esté establecida, con el fin de ayudar al establecimiento de otros centros. Cada nueva institución será considerada una hermana para ayudar en la gran obra de proclamar el mensaje del tercer ángel. A nuestros sanatorios Dios les ha dado la oportunidad de iniciar una obra semejante a una piedra dotada de vida que crece a medida que una mano invisible la hace rodar. Que esta piedra mística se ponga en movimiento.

61-

El Señor me ha instruido con referencia a las personas que establecerán sanatorios en nuevos lugares en el futuro, para que comiencen su trabajo con humildad, consagrando todas sus habilidades a su servicio. Los edificios que se construyan no han de ser grandes ni costosos. Se deben establecer hospitales pequeños en conexión con nuestras escuelas. Jóvenes y señoritas hábiles y consagrados debieran reunirse en estos hospitales; que sean personas que se conduzcan en el amor y el temor de Dios, jóvenes que, cuando estén listos para graduarse, no consideren que ya saben todo lo que necesitan, sino que estudiarán con diligencia las lecciones dadas por Cristo y las practicarán cuidadosamente. Delante de los tales irá la justicia de Cristo, y la gloria de Dios será su retaguardia. 

Se me ha mostrado que en muchas ciudades es aconsejable que un restaurante funcione en conexión con las salas de tratamiento. Ambas instituciones pueden colaborar en la tarea de levantar en alto los principios rectos. Junto con éstas, a veces es aconsejable tener salas que sirvan como albergues para los enfermos. Estos establecimientos servirán como semilleros para los sanatorios localizados en el campo y es mejor que se los haga funcionar en edificios alquilados. En las ciudades no debemos construir edificios grandes para el cuidado de los enfermos, porque Dios ha indicado claramente que los enfermos pueden ser cuidados con mayor eficiencia fuera de las ciudades. En muchos lugares se verá la necesidad de comenzar con el trabajo de los sanatorios dentro de las ciudades; sin embargo, en la medida de lo posible, se debiera transferir esta obra al campo tan pronto como se pueda encontrar un lugar aceptable. 

De acuerdo con la luz que he recibido, en lugar de dedicar todas nuestras energías a la construcción de unas pocas instituciones médicas enormes, debiéramos establecer muchas, aunque más pequeñas. Encontrar los talentos necesarios para dirigir como se debe un sanatorio grande, resulta casi imposible. En esos casos no todos los obreros se hallan bajo el control del Espíritu de Dios, como debieran, y entre ellos reina un espíritu de mundanalidad. 

La fuerza y el gozo de beneficiar a la humanidad no dependen de edificios costosos. Debemos recordar cuántas personas sufren por falta del alimento y el vestido necesarios. Nuestros planes de edificación no debieran verse afectados por nuestras aspiraciones de grandeza. Cumplamos nuestro deber, y dejemos los resultados con Dios, el único que puede concedemos el éxito. Cualquier otro dinero adicional que se pueda obtener gástese en la instalación de centros adecuados para la restauración de la salud. Que todos nuestros sanatorios sean erigidos para proveer salud y felicidad; háganse planes para situarlos de tal manera que los pacientes obtengan las bendiciones de la luz del sol; y arréglense de tal modo que se ahorre cada paso innecesario. 

-62-

En esta obra es mejor comenzar en forma pequeña en muchos lugares y permitir que la Providencia divina indique con cuánta rapidez se han de aumentar las instalaciones. Los centros pequeños que se establezcan crecerán hasta transformarse en instituciones grandes. Habrá una distribución de las responsabilidades y así los obreros adquirirán gradualmente una mayor fuerza mental y espiritual. El establecimiento de estas instituciones producirá mucho bien si todos los que trabajan en ellas abandonan sus ambiciones egoístas y mantienen la gloria de Dios siempre delante de ellos. Mucha de nuestra gente debería encontrarse trabajando en campos nuevos; pero que al hacerlo nadie busque sobresalir. Las mentes de los obreros deben estar santificadas. 

En todas nuestras labores recordemos que el mismo Jesús que alimentó a la multitud con cinco panes y dos pecesitos es capaz de concedernos hoy el fruto de nuestro trabajo. El mismo que dijo a los pescadores de Galilea: “Echad vuestras redes para pescar” (Lucas 5:4) y que, cuando obedecieron, permitió que se llenaran hasta romperse, desea también que su pueblo vea en este incidente una evidencia de lo que hará en favor de ellos en la actualidad. Hoy todavía vive y reina el mismo Dios que envió el maná del cielo para los hijos de Israel. El guiará a su pueblo y le dará capacidad y entendimiento para realizar la obra que les pide hacer. En respuesta a la oración ferviente, concederá sabiduría a quienes luchan por realizar su deber consciente e inteligentemente. El trabajo que llevan a cabo cobrará proporciones más grandes bajo su dirección; muchos aprenderán a llevar sus cargas con fidelidad, y el éxito coronará sus esfuerzos. 

-63-

El conocimiento de las leyes de la salud

Hemos llegado a un tiempo en el cual cada miembro de la iglesia debe hacer obra misionera médica. Este mundo se parece a un hospital lleno de víctimas de enfermedades físicas y espirituales. Por todas partes, hay gente que muere por carecer del conocimiento de las verdades que nos han sido confiadas. Es necesario que los miembros de la iglesia despierten y comprendan su responsabilidad en cuanto a dar a conocer estas verdades. Los que han sido alumbrados por la verdad deben ser portaluces para el mundo. En el tiempo actual, ocultar nuestra luz sería una gravísima falta. El mensaje que Dios dirige a su pueblo hoy es éste: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” Isaías 60:1. 

Por todas partes se ve a personas que han tenido mucha luz y conocimiento elegir voluntariamente el mal antes que el bien. No tratan de reformarse, y empeoran de día en día. Mas los hijos de Dios no deben vivir en las tinieblas. Como reformadores, deben andar en la luz. 

La obra médica misionera abrirá muchas puertas delante del verdadero reformador. No es necesario esperar hasta ser llamado a algún campo lejano para ayudar a los demás. Dondequiera que estemos podemos empezar inmediatamente. Se presentan ocasiones para todos. Emprendamos el trabajo del cual somos responsables, la obra que debe hacerse en nuestra casa y en nuestro vecindario. No esperemos a que se nos inste a obrar. Con temor de Dios, echemos mano a la obra sin dilación, acordándonos de nuestra responsabilidad personal delante de Aquel que dio su vida por nosotros. Obremos como quienes oyen a Cristo llamarlos personalmente a hacer cuanto sea posible para servirle. No miremos en derredor nuestro para ver quiénes más están listos. Si somos verdaderamente consagrados, Dios traerá a la verdad, por nuestro ministerio, a otras personas de las que podrá servirse para comunicar la luz a buen número de aquellos que andan a tientas en las tinieblas. 

-64-

Todos pueden hacer algo. Algunos dirán, tratando de disculparse: “Mis deberes domésticos y mis hijos exigen todo mi tiempo y todos mis recursos”. Padres, vuestros hijos pueden ser para vosotros una ayuda que acreciente vuestras fuerzas y capacidades de trabajar para el Maestro. Los niños son los miembros más jóvenes de la familia del Señor. Deben ser inducidos a consagrarse a Dios, a quien pertenecen por derecho de creación y de redención. Se les debe enseñar que todas sus energías del espíritu, del cuerpo y del alma pertenecen al Señor. Hay que enseñarles a servir en diferentes actividades útiles y desinteresadas. No permitáis que vuestros hijos sean impedimentos. Ellos deben compartir con vosotros vuestras cargas espirituales así como las materiales. Al ayudar a otros, ellos acrecientan su propia felicidad y utilidad. 

Nuestros hermanos y hermanas deben demostrar que se interesan intensamente en la obra misionera médica. Deben prepararse para hacerse útiles estudiando los libros escritos para nuestra instrucción en este sentido. Dichos libros son dignos de nuestra atención y merecen que se los aprecie más que en lo pasado. Una gran parte de las verdades que todos debieran conocer para su propio bien fueron escritas con la intención de instruirnos acerca de los principios de la salud. Los que estudian y ponen en práctica dichos principios serán abundantemente bendecidos, física y espiritualmente. Una comprensión de la filosofía de la salud será una salvaguardia contra los muchos males que continuamente van en aumento. 

Muchos de los que quisieran adquirir conocimientos en el ramo médico misionero tienen deberes domésticos que les impiden a veces unirse a otros para el, estudio. En tal caso, pueden aprender muchas cosas en su casa acerca de la voluntad de Dios con referencia a dicha obra misionera y aumentar así su capacidad de ayudar a otros. Padres y madres, tratad de obtener cuanta ayuda os sea posible del estudio de nuestros libros y periódicos. Leed la revista Good Health (Buena salud); está llena de enseñanzas útiles. Tomad tiempo para leer a vuestros hijos partes de nuestros libros referentes a la salud, así como de aquellos que tratan más particularmente temas religiosos. Enseñadles la importancia que tiene el cuidado de nuestro cuerpo -este tabernáculo que habitamos. Formad un círculo de lectura en el cual cada miembro de la familia, poniendo a un lado los cuidados del día, se dedicará al estudio. Padres, madres, hermanos, hermanas, tomad a pecho esa tarea y veréis cuán ampliamente se beneficiará con ello vuestra familia. 

-65-

Sobre todo, los jóvenes que han adquirido la costumbre de leer novelas recibirán beneficios de este estudio de la velada en casa. Jóvenes de ambos sexos, leed las obras que puedan daros un conocimiento verdadero para contribuir a la ayuda de toda la familia. Decid con firmeza: “No quiero perder un tiempo precioso leyendo lo que no me reportará ningún provecho y que sólo puede impedirme ser útil a los demás. Quiero consagrar mi tiempo y mis pensamientos a hacerme capaz de servir a Dios. Quiero apartar los ojos de las cosas frívolas y culpables. Mis oídos pertenecen al Señor, y no quiero escuchar los raciocinios sutiles del enemigo. Mi voz no quedará, en ninguna manera, a la disposición de una voluntad que no esté bajo la influencia del Espíritu de Dios. Mi cuerpo es templo del Espíritu Santo y emplearé todas las facultades de mi ser para perseguir un noble fin”. 

El Señor ha designado a los jóvenes para que acudan en su ayuda. Si en cada iglesia, se consagraran a él, si manifestaran espíritu de sacrificio en el hogar, aliviando a la madre de familia agotada por el trabajo, ésta hallaría tiempo para visitar a sus vecinos, y los niños podrían ellos también, cuando se presentara la ocasión, hacer algunas diligencias con espíritu de compasión y amor. Los libros y las revistas que tratan de la salud y de la temperancia podrían colocarse en muchas casas. La difusión de esos impresos es algo importante, porque gracias a ellos pueden comunicarse conocimientos preciosos acerca del tratamiento de las enfermedades, conocimientos que resultarán en un gran beneficio para quienes no pueden pagar las consultas de un médico. 

Los padres deben tratar de interesar a sus hijos en el estudio de la fisiología. Pocos jóvenes tienen un conocimiento preciso de los misterios de la vida. Muchos padres no se interesan bastante en el estudio del maravilloso organismo humano, de las relaciones y la interdependencia de sus complicados órganos. Aunque Dios les dice: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2), no comprenden, sin embargo, la influencia del cuerpo sobre el espíritu ni del espíritu sobre el cuerpo. Dedican su atención a cosas triviales y luego alegan que les falta el tiempo para obtener la información necesaria que les permitiría instruir convenientemente a sus hijos. 

-66-

Si cada uno quisiera obtener conocimientos al respecto y sintiera la importancia de ponerlos en práctica, presenciaríamos un mejor estado de cosas. Padres, enseñad a vuestros hijos a razonar de las causas a los efectos. Mostradles que si violan las leyes de la salud tendrán que pagar la transgresión con sufrimientos. Mostradles que la temeridad respecto a la salud del cuerpo favorece la temeridad en las cosas morales. Vuestros hijos necesitan cuidado paciente y fiel. No basta que los alimentéis y los vistáis. Debéis tratar también de desarrollar su fuerza mental y llenar su corazón de principios justos. Mas ¡cuán a menudo sucede que la belleza del carácter y la amabilidad del genio son descuidados para atender a la apariencia externa! ¡Oh, padres, no os dejéis gobernar por la opinión del mundo y no tratéis de alcanzar su norma! Decidid por vosotros mismos cuál debe ser el objeto esencial de la vida y luego dedicad todos vuestros esfuerzos a alcanzarlo. No podéis descuidar impunemente la educación de vuestros hijos. Los defectos de su carácter publicarán vuestro descuido a este respecto. Los males que dejéis pasar sin corrección, los modales bruscos, groseros, la falta de respeto y obediencia, las costumbres de indolencia y la falta de atención, deshonrarán vuestro nombre y amargarán vuestra vida. El destino de vuestros hijos está en gran medida en vuestras manos. Al faltar a vuestro deber con respecto a ellos, podéis colocarlos en las filas del enemigo y hacer de ellos agentes suyos para arruinar a otros; por otra parte, instruyéndolos fielmente, ofreciéndoles con vuestra vida un ejemplo de piedad, podéis conducirlos a Cristo. A su vez, ellos ejercerán sobre otros la misma influencia, y así, por vuestro medio, podrá salvarse gran número de almas. 

Padres y madres, ¿comprendéis la importancia de la responsabilidad que recae sobre vosotros? ¿Comprendéis la necesidad de preservar a vuestros hijos del descuido y de las costumbres desmoralizadoras? No les permitáis entrar en relación con otras personas fuera de aquellas que ejercerán una buena influencia sobre su carácter. No los dejéis salir de noche a menos que sepáis adónde van y lo que hacen. Instruídlos en los principios de la pureza moral. Si habéis descuidado el enseñarles a este respecto precepto tras precepto, renglón tras renglón, un poco aquí y un poco allá, cumplid inmediatamente este deber. Haceos cargo de vuestra responsabilidad, y trabajad para el tiempo presente y para la eternidad. No dejéis transcurrir ni un día más sin confesar vuestra negligencia a vuestros hijos. Decidles que habéis decidido ahora hacer la obra que Dios os ha asignado. Pedidles que emprendan con vosotros esa reforma. Haced esfuerzos diligentes para redimir lo pasado. No permanezcáis por más tiempo en el estado de la iglesia de Laodicea. En el nombre del Señor, suplico a cada familia que enarbole su verdadero estandarte. Reformad la iglesia que tenéis en vuestro hogar. 

-67-

Mientras cumplís vuestros deberes hacia vuestra familia, el padre como sacerdote de la casa y la madre como misionera del hogar, multiplicaréis agentes capaces de hacer bien fuera de la casa. Al emplear vuestras facultades, os capacitaréis mejor para trabajar en la iglesia y entre vuestros vecinos. Al vincular a vuestros hijos con vosotros mismos y con Dios, todos, padres e hijos, llegaréis a ser colaboradores de Dios. 

La vida del verdadero creyente revela la presencia interior del Salvador. El seguidor de Jesús es semejante a Cristo tanto en espíritu como en temperamento. Como él, es manso y humilde. Su fe obra por medio del amor y purifica el alma. Toda su vida es un testimonio del poder y de la gracia de Cristo. Las doctrinas puras del Evangelio nunca degradan al que las recibe, nunca lo hacen áspero ni duro ni descortés. El Evangelio proporciona finura, nobleza y elevación; santifica el juicio y ejerce influencia sobre toda la vida. 

Dios no permitirá que uno de sus verdaderos obreros sea dejado para luchar solo contra grandes dificultades y ser vencido. A cada uno cuya vida está escondida con Cristo en Dios, él lo preserva como si fuera una joya preciosa. De cada uno de ellos dice: “Te pondré como anillo de sellar; porque yo te escogí” Hageo 2:23. 

-69-

Elevada vocación de los empleados del sanatorio

Los empleados de nuestros sanatorios han sido llamados a una elevada y santa vocación. Necesitan comprender mejor que en lo pasado el carácter sagrado de su tarea. La obra que ejecutan y el alcance de la influencia que ejercen exigen de ellos un esfuerzo fervoroso y una consagración sin reservas. En nuestros sanatorios, los enfermos y dolientes deben ser inducidos a comprender que necesitan auxilio espiritual tanto como curación física. En ellos deben recibir todos los cuidados favorables al restablecimiento de la salud; mas hay que hacerles ver también cuáles son los beneficios que provienen de la vida de Cristo y de la comunión con él. Hay que mostrarles que la gracia del Señor, obrando en el alma, eleva a todo el ser. Y para ellos el mejor modo de aprender a conocer la vida de Jesús consiste en verla realizada en la vida de sus discípulos. 

El que trabaja fielmente tiene los ojos puestos en Jesucristo. Recuerda que su esperanza de vida eterna la debe a la cruz del Calvario, y está resuelto a no deshonrar jamás a quien dio su vida por él. Se interesa profundamente en los sufrimientos de la humanidad. Ora y trabaja. Cuida de las almas como quien deberá dar cuenta, sabiendo que las almas que Dios pone en relación con la verdad y la justicia son dignas de salvarse. 

Los que trabajan en nuestros sanatorios están empeñados en una guerra santa. Deben presentar a los enfermos y a los afligidos la verdad tal cual es en Jesús. Deben presentarla en toda su solemnidad y, sin embargo, con tal sencillez y ternura que las almas sean conducidas al Salvador. Deben siempre, en sus palabras y acciones, mostrar que Cristo es la esperanza de vida eterna. Nunca deben hablar de una manera impaciente ni obrar egoístamente. Los empleados deben tratar a cada uno con bondad. Sus palabras deben ser amables. Los que den prueba de verdadera modestia y cortesía cristiana ganarán almas para Cristo. 

Posted in

admin