Testimonios para la Iglesia, Vol. 8, p. 221-231, día 435

Cristo se entregó en sacrificio expiador para salvar a un mundo perdido. Fue tratado como nosotros merecemos, para que nosotros seamos tratados como él merece, Fue condenado por nuestros pecados, de los cuales él no participaba, para que nosotros fuésemos justificados por su justicia, de la cual no participábamos. Sufrió la muerte que nos tocaba a nosotros, para que nosotros recibiéramos la vida que a él le pertenecía. “Por su llaga fuimos nosotros curados”. Isaías 53:5. 

Cristo fue tentado en todo punto como nosotros por aquel que en un tiempo estuvo lealmente a su lado en los atrios celestiales. Ved al Hijo de Dios en el desierto de la tentación, en el momento de su mayor debilidad, asaltado por las tentaciones más fieras. Vedlo durante los años de su ministerio, atacado por todas partes por las fuerzas malévolas. Vedlo en su agonía sobre la cruz. Todo esto lo padeció por nosotros. 

Durante su vida terrenal, tan llena de luchas y sacrificios, Jesús recibía aliento al pensar que sus padecimientos no serían en vano. Al dar su vida por la vida de los hombres, volvería a conquistar la lealtad del mundo. Aunque debía primero recibir el bautismo de sangre, aunque los pecados del mundo pesarían sobre su alma inocente, por el gozo puesto delante de él escogió de todos modos sufrir la cruz, menospreciando el oprobio véase Hebreos 12:2. 

Estudiad la definición que Cristo da de un verdadero misionero: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Marcos 8:34. Seguir a Cristo, como lo indican estas palabras, no es una pretensión, una farsa. Jesús espera que sus discípulos sigan sus pasos de cerca, padeciendo lo que él padeció, sufriendo lo que él sufrió, venciendo como él venció. Ansiosamente espera ver que sus profesos seguidores manifiesten el espíritu de abnegación. 

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Los que reciben a Cristo como Salvador personal, escogiendo ser partícipes de sus sufrimientos, vivir una vida abnegada, sufrir vergüenza en su nombre, comprenderán lo que significa ser un misionero médico de verdad. 

Cuando todos nuestros misioneros médicos vivan una vida nueva en Cristo, cuando tomen su Palabra como guía, tendrán un conocimiento más pleno de lo que constituye una obra médica misionera genuina. La obra adquirirá un significado más profundo para ellos cuando rindan una obediencia implícita a la ley grabada sobre tablas de piedra por el dedo de Dios, inclusive el mandamiento del sábado, acerca del cual Cristo mismo habló por medio de Moisés a los hijos de Israel, diciendo: 

“Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis sábados; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico… Guardarán, pues, el día de sábado los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel…” Éxodo 31:13, 16, 17, RVR 1977. 

Estudiemos la Palabra de Dios con diligencia para que podamos proclamar con poder el mensaje que debe ser proclamado en estos últimos días. Muchos de aquellos sobre quienes la luz de la vida sacrificada del Salvador brilla, rehúsan vivir una vida de acuerdo a su voluntad. No están dispuestos a vivir una vida de sacrificio por el bien de otros. Anhelan exaltarse ellos mismos. Para los tales la verdad y la justicia han perdido su significado y su influencia no cristiana hace que muchos le den la espalda al Salvador. Dios llama a obreros leales y constantes, cuyas vidas contrarresten la influencia de los que trabajan en contra suya. 

La instrucción que he recibido para todo obrero médico misionero es esta: Seguid a vuestro Jefe. Él es el camino, la verdad y la vida. Es vuestro ejemplo. Sobre los hombros de todo médico misionero descansa la responsabilidad de tener presente la vida de servicio abnegado de Cristo. Deben mantener su vista fija en Jesús, el Autor y Consumador de su fe. Él es la Fuente de toda luz, la fuente de toda bendición.

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Una firme posición en favor del bien

Dios les pide a sus obreros, en esta era de piedad enfermiza y de principios pervertidos, que revelen una espiritualidad sana e influyente. Mis hermanos y hermanas, esto lo exige Dios de vosotros. Cada jota de vuestra influencia debe usarse en favor de Cristo. Debéis ahora llamar las cosas por su debido nombre y manteneros firmes en defensa de la verdad como es en Jesús. 

Incumbe a cada alma cuya vida está escondida con Cristo en Dios adelantarse ahora y contender por la fe una vez dada a los santos. La verdad debe defenderse y el reino de Dios fomentarse como lo sería si Cristo estuviera en la tierra en persona. Si él estuviera aquí, se vería motivado a reprender a muchos que no han elegido aprender la mansedumbre y la humildad del gran Médico misionero, pese a que profesan ser misioneros médicos. En las vidas de algunos que ocupan puestos elevados dentro de la obra médica misionera, el yo ha sido exaltado. Hasta que los tales se deshagan de todo deseo de exaltar el yo, no podrán discernir el carácter de Cristo, ni tampoco podrán hacer la obra que él hizo. 

Cuando el Espíritu Santo rija la mente de los miembros de nuestras iglesias, se verá en ellas una norma mucho más alta que la que se ve ahora en el habla, en el ministerio y en la espiritualidad. Los miembros de las iglesias serán refrigerados por el agua de la vida, y los obreros, trabajando bajo una Cabeza, a saber Cristo, revelarán a su Maestro en espíritu, en palabra y en acción, y se alentarán unos a otros a progresar en la grandiosa obra final en la cual están empeñados. Habrá un sano incremento de la unidad y del amor, que atestiguará al mundo que Dios envió a su Hijo a morir por la redención de los pecadores. La verdad divina será exaltada; y mientras resplandezca como lámpara que arde, la comprenderemos cada vez más claramente. 

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La verdad probadora para este tiempo no es un invento de ninguna mente humana. Proviene de Dios. Es una filosofía genuina para aquellos que se la apropian. Cristo se encarnó para que nosotros, creyendo la verdad, seamos santificados y redimidos. Que todos los que poseen la verdad en justicia despierten y marchen adelante, calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz, proclamando la verdad a los que no la conocen. Que hagan sendas derechas para sus pies, para que lo cojo no se salga del camino. 

Es ahora cuando debemos unificar y, por medio de la verdadera obra médica misionera, preparar el camino para nuestro Rey que viene. Pero recordemos que la unidad cristiana no significa que la identidad de cada persona ha de sumergirse en la de otra; ni tampoco significa que la mente de uno ha de ser dirigida y regida por la mente de otro. Dios no le ha concedido a ningún hombre el poder que algunos, por palabra y hecho, procuran asumir. Dios exige que el hombre se mantenga libre y siga las instrucciones de la Palabra.

Crezcamos en el conocimiento de la verdad, dándole toda la honra y la gloria al que es uno con el Padre. Procuremos con todo fervor la unción celestial, el Espíritu Santo. Practiquemos un cristianismo puro y creciente, para que en los atrios celestiales seamos al fin declarados completos en Cristo. 

“¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” Mateo 25:6. No perdáis tiempo ahora en levantaros y arreglar vuestras lámparas. No perdáis tiempo procurando la unidad perfecta unos con otros. Debemos esperar que haya dificultades. Vendrán las pruebas. Cristo, el Capitán de nuestra salvación, fue hecho perfecto mediante el sufrimiento. Sus seguidores tendrán que encararse frecuentemente con el enemigo y serán probados severamente, pero no deberán desesperar. Cristo les dice: “Confiad, yo he venido al mundo”. Juan 16:33. 

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Las siguientes líneas describen la lucha del cristiano:
Pensé que la marcha del cristiano hacia el cielo
sería esplendorosa como el estío y alegre como el amanecer.
Pero tú me mostraste el camino: era tenebroso y áspero,
Tosco y pedregoso, todo lleno de espinas;
Yo soñaba con recompensas divinas y grande renombre;
Te pedía la palma de victoria, el manto y la corona;
Eso pedía, pero tú escogiste mejor mostrarme
una cruz y un sepulcro.

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Sección 4—¡Velad!

“Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos. Todas vuestras cosas sean hechas con amor”. 1 Corintios 16:13, 14.

Lecciones aprendidas del pasado

La centralización

Fue el propósito de Dios que después del diluvio, en cumplimiento del mandato dado a Adán, los hombres se dispersaran por toda la tierra para henchirla y sojuzgarla. 

Pero a medida que los descendientes de Noé aumentaban en número, la apostasía se manifestó. Los que querían deshacerse de las restricciones de la ley de Dios decidieron separarse de los adoradores de Jehová. Determinaron mantener su comunidad unida en un cuerpo y fundar una monarquía que con el tiempo abarcara el mundo entero. En el valle de Sinar resolvieron edificar una ciudad con una torre que sería la maravilla del mundo. Esta torre sería tan alta que ningún diluvio podría alcanzar hasta la cúspide, y tan enorme que nada sería capaz de derribarla. Así era como esperaban garantizar su propia seguridad e independizarse de Dios. 

Esta confederación se originó como resultado de la rebelión contra Dios. Los moradores del valle de Sinar establecieron su reino para su propia exaltación y no para la gloria de Dios. De haberlo logrado, habría imperado un gran poder que hubiera proscrito la justicia e inaugurado una nueva religión. El mundo habría sido desmoralizado. Teorías erróneas hubieran apartado las mentes de la lealtad a los estatutos divinos, y la ley de Jehová habría sido ignorada y olvidada. Pero Dios nunca deja al mundo sin sus testigos. En ese tiempo había hombres que se humillaban ante Dios y clamaban a él. “Oh Dios -imploraban-, intervén en favor de tu causa y en contra de los planes y métodos de los hombres”. “Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres”. Génesis 11:5. Ángeles fueron enviados para frustrar los propósitos de los constructores. 

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La torre había alcanzado una elevada altura, y les era imposible a los trabajadores que estaban arriba comunicarse directamente con los que estaban abajo; por lo tanto, se estacionaron hombres en diferentes niveles para que cada uno recibiera los pedidos de material necesario y las instrucciones concernientes al trabajo, y lo comunicara todo a la persona que estaba debajo de él. Según iban pasando los mensajes de uno a otro, se confundió el lenguaje, de manera que se pedía material que no se necesitaba, y las instrucciones recibidas a menudo eran contrarias a las que se habían dado. El resultado fue confusión y consternación. Todo el trabajo se detuvo. Ya era imposible que hubiera armonía y cooperación. Los constructores fueron totalmente incapaces de explicar los extraños malentendidos entre ellos y, enojados y desanimados, se reprendían unos a otros. Su confusión terminó en disensión y derramamiento de sangre. Rayos del cielo rompieron la parte de arriba de la torre y la echaron al suelo. Los hombres se vieron obligados a sentir que hay un Dios que rige los cielos y que él es capaz de confundir y multiplicar la confusión para enseñarles a los hombres que no son más que hombres. 

Dios tolera por largo tiempo la maldad de los hombres, brindándoles amplia oportunidad para arrepentirse; pero toma cuenta de todos sus ardides para resistir la autoridad de su justa y santa ley. 

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Hasta este momento, todos habían hablado el mismo lenguaje; ahora, los que podían entender el habla de unos y otros se unieron en compañías; unos salieron por un lado, y algunos por otro. “Y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra”. Génesis 11:9. 

En nuestros días el Señor anhela que su pueblo se esparza por toda la tierra. No deben colonizar. Jesús dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Marcos 16:15. Cuando los discípulos se dejaron llevar por su inclinación de permanecer en Jerusalén en grandes Números, fue permitido que la persecución viniera sobre ellos, y fueron esparcidos por todas las regiones del mundo habitado. 

Por años han sido dados a nuestro pueblo mensajes de advertencia y ruego, instándoles a salir al gran campo de cosecha del Maestro para trabajar abnegadamente por las almas.

De testimonios escritos en 1895 y 1899, copio los siguientes párrafos: 

“Los verdaderos obreros misioneros no deben establecer colonias. Los que son del pueblo deben ser peregrinos y advenedizos sobre la tierra. La inversión de grandes sumas de dinero para el levantamiento de la obra en un solo lugar no es del agrado de Dios. Se han de fundar establecimientos en muchos lugares. Las escuelas y los sanatorios deben establecerse en lugares donde no hay nada que represente la verdad. Los intereses no han de establecerse con el propósito de ganar dinero, sino de esparcir la verdad. Debe obtenerse terreno a distancia de las ciudades, donde se puedan levantar escuelas en las cuales la juventud pueda recibir una educación en agricultura y artes mecánicas. 

“Los principios de la verdad presente deben hacerse más extensos. Hay quienes razonan partiendo de un punto de vista equivocado. Como es más conveniente que la obra esté centralizada en un lugar, están a favor de agrupar todo en una localidad. Esto resulta en un gran mal. Lugares que deben recibir ayuda quedan destituidos. 

229-

“¿Qué podré decirle a nuestro pueblo que lo induzca a seguir el camino que será para su bien presente y futuro? ¿No prestarán atención los que están en Battle Creek a la luz que Dios les ha impartido? ¿No se negarán ellos mismos, tomarán su cruz, y seguirán a Jesús? ¿No obedecerán la instrucción de su Jefe, de abandonar a Battle Creek y levantar intereses en otros lugares? ¿No irán a los lugares oscuros de la tierra para contar la historia del amor de Cristo, confiando en que Dios les dará el éxito? 

“No es el plan de Dios que nuestro pueblo se agolpe en Battle Creek. Jesús dice: “Id a trabajar hoy en mi viña. Salid de los lugares donde no se os necesita. Implantad el estandarte de la verdad en pueblos y ciudades que no han escuchado el mensaje. Preparad el camino para mi venida. Los que están en los caminos y vallados deben escuchar el llamamiento.

“El Señor convertirá el desierto en lugar sagrado cuando su pueblo, lleno de un espíritu misionero, salga a crear centros para su obra, para establecer sanatorios, donde los enfermos y afligidos reciban cuidado; y escuelas, donde la juventud pueda recibir una educación apropiada. 

“Se ha insistido en que hay grandes ventajas en tener tantas instituciones contiguas unas a otras; que se fortalecerían unas a otras y serían capaces de ayudar a los que buscan educación y empleo. Esto está de acuerdo con el razonamiento humano; se admite desde un punto de vista humano que es de gran provecho agrupar tantas responsabilidades en Battle Creek; pero es preciso que se tenga una visión más amplia.” 

No obstante los frecuentes consejos en contra, los hombres siguieron planificando para la centralización del poder, juntando muchos intereses bajo un solo control. Esta obra se empezó por primera vez en las oficinas de la Review and Herald. Las cosas se manipularon primero de una manera y luego de otra. Fue el enemigo de nuestra obra quien promovió el llamado a la consolidación de la obra publicadora bajo un solo poder regidor en Battle Creek. 

230-

Cobró aceptación la idea de que la obra médica misionera avanzaría en gran manera si todas nuestras instituciones médicas y otros intereses misioneros médicos se juntaran bajo el control de una asociación médica misionera en Battle Creek.

Me fue dicho que yo debía alzar mi voz y advertir en contra de esto. No podíamos estar bajo el gobierno de hombres que no eran capaces de gobernarse ellos mismos y quienes no estaban dispuestos a someterse a Dios. No debíamos ser dirigidos por hombres que deseaban que su palabra ejerciera el poder controlador. El desarrollo del deseo de controlar ha sido muy marcado, y Dios envió advertencia tras advertencia, prohibiendo las confederaciones y la consolidación. Nos advirtió en contra de agruparnos para cumplir con ciertos acuerdos que serían presentados por hombres que se esforzaban por controlar los movimientos de sus hermanos. 

Un centro educativo

El Señor no está satisfecho con algunos de los arreglos que se han hecho en Battle Creek. Ha declarado que otros lugares están siendo privados de luz y de recursos que han sido concentrados y multiplicados en Battle Creek. No agrada a Dios que nuestra juventud a través de todo el país sea llamada a Battle Creek para trabajar en el sanatorio y educarse allí. Al permitir esto, frecuentemente somos culpables de privar a otros campos necesitados de su más precioso tesoro.

Por medio de la luz dada en los testimonios, el Señor ha indicado que él no desea que los estudiantes abandonen las escuelas y los sanatorios de su región para ser educados en Battle Creek. Nos dio instrucciones para mudar el colegio de este lugar. Esto se hizo, pero las instituciones que quedaron dejaron de hacer lo que debían para compartir con otros lugares los recursos que aún estaban centralizados en Battle Creek. El Señor demostró su desagrado al permitir que los edificios principales de estas instituciones fueran destruidos por fuego. 

231-

No obstante la clara evidencia de la providencia del Señor en medio de estos incendios destructivos, algunos de entre nosotros se apresuraron a menospreciar la declaración de que estos edificios se quemaron porque los hombres estaban ejerciendo su influencia de una manera que el Señor no aprobaba.

Los hombres han estado apartándose de los buenos principios que estas instituciones fueron establecidas para promulgar. Han dejado de hacer la obra misma que el Señor ordenó que debe hacerse para preparar a un pueblo que ha sido llamado a “edificar las ruinas antiguas” y a reparar los portillos, como está representado en el capítulo cincuenta y ocho de Isaías. En este pasaje se define claramente el trabajo que debemos hacer como obra médica misionera. Esta tarea debe llevarse a cabo por todas partes. Dios tiene una viña; y anhela que esta viña sea trabajada desinteresadamente. No se debe descuidar ninguna de sus partes. La porción más descuidada necesita que los misioneros más despabilados hagan en ella la obra que, por medio del profeta Isaías, el Espíritu Santo ha señalado: 

“¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo!” “Y si dieres tu pan al hambriento y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación en generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar”. Isaías 58:6, 10-12. 

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