Testimonios para la Iglesia, Vol. 8, p. 323-332, día 445

Mitos y cuentos de hadas

Se les da un lugar importante a los cuentos de hadas, mitos y cuentos apócrifos en la educación de los niños y de la juventud. Los libros de esta naturaleza se emplean en las escuelas, y se hallan en muchos hogares. ¿Cómo pueden los padres permitir que sus niños hagan uso de libros tan llenos de falsedades? Cuando los niños preguntan acerca del significado de estos cuentos, que van contrarios a las enseñanzas de sus padres, se les contesta que estos cuentos no son verdad; pero esto no elimina los efectos dañinos de su uso. Las ideas presentadas en estos libros conducen a los niños por caminos equivocados. Les imparten ideas falsas en cuanto a la vida y engendran y fomentan el deseo por lo irreal.

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El uso generalizado de tales libros en este tiempo es uno de los astutos artificios de Satanás. Está procurando desviar las mentes de ancianos y jóvenes de la gran obra de preparación para las cosas que vendrán sobre la faz de la tierra. Se propone que nuestros niños y jóvenes sean arrasados por los engaños que destruyen el alma y con los cuales está inundando el mundo. Por lo tanto, procura desviar sus mentes de la Palabra de Dios y de esa manera evitar que obtengan un conocimiento de aquellas verdades que serían su salvaguardia.

Nunca debiera ofrecérseles a los niños y jóvenes libros cuyo contenido pervierta la verdad. Y si los de mente madura no tuvieran nada que ver con tales libros, estarían mucho más seguros.

Una fuente más pura

Poseemos en abundancia lo que es real y verdadero, lo que es divino. Los que tienen sed de conocimiento no precisan ir a las fuentes contaminadas.

Cristo presentó los principios de la verdad en el evangelio. En su enseñanza podemos beber de los manantiales puros que fluyen del trono de Dios.

Cristo pudo haber impartido a los hombres un conocimiento que hubiera sobrepasado cualesquiera otras revelaciones y dejado a la zaga todos los demás descubrimientos. Pudo haber desenvuelto misterio tras misterio, y pudo haber concentrado en torno a estas maravillosas revelaciones el pensamiento activo y ferviente de generaciones sucesivas hasta el fin del tiempo. Pero no dejaría pasar ni un momento sin enseñar el conocimiento de la ciencia de la salvación. Su tiempo, sus facultades, su vida misma, eran preciosos y se usaban sólo como medios para obrar la salvación de las almas de los hombres. Había venido a buscar y a salvar lo que se había perdido, y nada lo distraería de su único objetivo. No permitió que nada lo ofuscara.

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Cristo impartió sólo el conocimiento que pudiera ser utilizado. Su enseñanza al pueblo estaba adaptada a su propia condición en la vida práctica. No satisfacía la curiosidad que los impelía a acercársele con preguntas imprudentes. Convertía estos interrogantes en ocasiones para extender llamamientos solemnes, fervientes y vitales. A los que estaban bien ansiosos de recoger fruto del árbol del conocimiento, les ofrecía el fruto del árbol de la vida. Encontraron cerrada toda avenida, excepto el camino estrecho que conduce a Dios. Toda fuente quedaba sellada, excepto la fuente de vida eterna.

Nuestro Salvador no animaba a nadie a asistir a las escuelas rabínicas de su tiempo por la razón de que sus mentes se corromperían por la repetición constante del “Ellos dicen”, o, “Se ha dicho”. ¿Por qué, pues, debemos nosotros aceptar las palabras inestables de los hombres como sabiduría exaltada, cuando tenemos a nuestra disposición una sabiduría mayor y cierta?

Lo que yo he visto de las cosas eternas, y lo que he visto de la debilidad humana, como Dios me las ha presentado, han impresionado profundamente mi mente y ejercido una gran influencia en mi vida y carácter. No veo nada por lo cual el hombre deba ser exaltado, alabado, o glorificado. No veo razón alguna por la que se deba confiar en las opiniones de hombres sabios y exaltarlas conforme al mundo. ¿Cómo van a tener opiniones correctas acerca de los planes y caminos de Dios los que carecen de la luz divina?

Estoy dispuesta a ser instruida por Aquel que creó los cielos y la tierra, por Aquel que puso en su orden las estrellas del firmamento, y les asignó al sol y a la luna su función. No necesito consultar autores paganos. Prefiero ser enseñada por Dios.

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La educación del corazón

Es bueno que los jóvenes sientan que deben alcanzar el más elevado desarrollo de sus facultades mentales. No hay que restringir la educación a la cual Dios no ha puesto límites. Pero nuestros logros no servirán de nada si no se emplean para la gloria de Dios y el bien de la humanidad. A menos que nuestro conocimiento sea un eslabón para alcanzar los propósitos más elevados, de nada vale.

Lo que necesitamos es un conocimiento que fortalezca la mente y el alma, que nos haga mejores hombres y mujeres.

La educación del corazón es de más importancia que la educación derivada de los libros. Es correcto, aun esencial, obtener un conocimiento del mundo en que vivimos; pero si dejamos de reconocer lo eterno, caeremos en un fracaso del cual no podremos recobrarnos.

No es aconsejable atiborrar la mente con una clase de estudios que requieren una intensa aplicación, pero que no se adaptan a la vida práctica. Una educación de esta clase será una pérdida para el estudiante. Estos estudios le quitan el deseo y la inclinación por otros estudios que lo capacitarían para ser útil y permitirle cumplir sus deberes.

Si los jóvenes estuvieran conscientes de su propia debilidad, encontrarían su fuerza en Dios. Si procuran ser instruidos por él, se volverán sabios en su sabiduría y sus vidas darán un fruto de bendición al mundo. Pero si aplican sus mentes a un estudio meramente mundanal y especulativo, separándose así de Dios, perderán todo lo que sirve para enriquecer la vida.

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La importancia de buscar el verdadero conocimiento

Es preciso que comprendamos en mayor medida los asuntos que están en juego en el conflicto en que estamos empeñados. Necesitamos entender más plenamente el valor de las verdades que Dios ha dado para este tiempo y el peligro de permitir que el gran engañador distraiga nuestra atención de ellas.

El valor infinito del sacrificio requerido por nuestra redención da a conocer el hecho de que el pecado es un mal tremendo. Por causa del pecado, el organismo humano completo está en desarreglo, la mente pervertida, y la imaginación corrompida. El pecado ha degradado las facultades del alma. El corazón reacciona positivamente a las tentaciones de afuera, y los pies se apresuran imperceptiblemente hacia el mal.

Así como el sacrificio expiatorio en nuestro favor fue completo, también nuestra restauración de la contaminación del pecado ha de ser completa. La ley no excusa ningún acto de maldad; no hay injusticia que se escape de la condenación. La vida de Cristo fue un cumplimiento perfecto de todos los preceptos de la ley. Él dijo: “Yo he guardado los mandamientos de mi Padre”. Juan 15:10. Su vida es nuestra norma de obediencia y servicio.

Sólo Dios puede renovar el corazón. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Pero también se nos pide: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”. Filipenses 2:13, 12.

Una obra que merece nuestra consideración

El mal no se puede corregir, ni tampoco puede obrarse la transformación del carácter, por medio de unos pocos esfuerzos esporádicos. La santificación es la labor, no de un día, ni de un año, sino de toda una vida. La lucha por la conquista del yo, por la santidad y por el cielo, es una lucha de toda la vida. Sin un esfuerzo continuo y una actividad constante, no habrá ningún adelanto en la vida de piedad, ningún logro de la corona del vencedor.

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La evidencia más imponente de la caída del hombre de un estado más sublime es el hecho de que cuesta tanto regresar. La vía de regreso se gana sólo luchando arduamente, pulgada tras pulgada, hora tras hora. Por un momentáneo ejercicio de la voluntad, uno se puede colocar bajo la influencia del mal; pero se necesita más que un ejercicio momentáneo de la voluntad para quebrantar las ligaduras y llegar a vivir una vida más noble y santa. Podemos haber hecho la determinación y empezado la obra; pero lograr el objetivo requiere esfuerzo, tiempo, y perseverancia, paciencia y sacrificio.

Acosados por innumerables tentaciones, nosotros debemos resistir con tesón, de lo contrario seremos conquistados. Si llegáramos al final de la vida sin haber concluido nuestra obra, esto significaría una pérdida eterna para nosotros.

La santificación de Pablo fue el resultado de una batalla constante contra el yo. Dijo él: “Cada día muero”. 1 Corintios 15:31. Su voluntad y sus deseos diariamente chocaban con el deber y la voluntad de Dios. En lugar de dejarse llevar por sus inclinaciones, hacía la voluntad de Dios, sin importarle cuánto crucificara esto su propia naturaleza.

Dios conduce a las personas paso a paso. La vida cristiana es una batalla y una marcha. En este conflicto no hay tregua; nuestros esfuerzos han de ser constantes y perseverantes. Es por medio de un esfuerzo incesante que podremos mantenernos victoriosos sobre las tentaciones de Satanás. La integridad cristiana ha de procurarse con energías tesoneras y mantenerse con un propósito resuelto y obstinado.

Nadie será llevado al cielo sin un esfuerzo tenaz y perseverante de su parte. Todos han de empeñarse personalmente en este conflicto. Somos responsables individualmente por el resultado de la lid; si Noé, Job, y Daniel estuviesen en medio de la tierra, ellos por su justicia no podrían librar ni a hijo ni a hija véase Ezequiel 14:12-14.

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La ciencia que debe dominarse

Hay una ciencia del cristianismo que debe dominarse; es una ciencia más profunda, más amplia, más elevada que ninguna otra ciencia humana, como los cielos son más altos que la tierra. La mente ha de disciplinarse, educarse, y adiestrarse; porque debemos servir a Dios en formas que no están en armonía con las inclinaciones innatas. Hay tendencias hacia el mal hereditarias y cultivadas que deben ser vencidas. Frecuentemente, la formación y la educación de toda una vida tienen que ser descartadas para que uno se haga discípulo en la escuela de Cristo. Debemos educar nuestros corazones para que lleguen a ser constantes en Dios. Hemos de formar hábitos de pensamiento que nos capaciten para resistir la tentación. Tenemos que aprender a poner la mira en las cosas de arriba. Debemos entender de qué manera se aplican a nuestra vida diaria los principios de la Palabra de Dios: principios que son tan altos como los cielos y que abarcan la eternidad. Cada acto, cada palabra, cada pensamiento, ha de estar de acuerdo con esos principios.

Las preciosas gracias del Espíritu Santo no se desarrollan en un momento. El valor, la fortaleza, la humanidad, la fe, la invariable confianza en el poder de Dios para salvar, se adquieren mediante la experiencia de años. Una vida de esfuerzo santificado y de inquebrantable apego a lo correcto, es lo que sellará el destino de los hijos de Dios.

No hay tiempo que perder

No tenemos tiempo que perder. No sabemos cuán pronto terminará nuestro tiempo de prueba. Tenemos por delante la extensión de la eternidad. La cortina está a punto de alzarse. Cristo viene pronto. Los ángeles de Dios procuran distraernos de nosotros mismos y de las cosas de la tierra. Que su esfuerzo no sea en vano.

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Cuando Jesús se levante del lugar santísimo, y ponga a un lado sus vestimentas intercesoras y se vista de las ropas de venganza, se proclamará la orden: “El que es injusto, sea injusto todavía… y el que es justo, practique la justicia todavía. He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Apocalipsis 22:11, 12.

Se aproxima una tormenta de implacable furor. ¿Estarnos preparados para hacerle frente?

No es necesario que digamos que los peligros de los últimos días pronto nos sobrecogerán, porque ya han llegado. Precisamos ahora la espada del Señor para que corte hasta el alma misma y los tuétanos, la concupiscencia de la carne, los apetitos y las pasiones.

Las mentes que se han abandonado al pensamiento inmoral necesitan cambiar. “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia, sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”. 1 Pedro 1:13-16. Los pensamientos se deben fijar en Dios. Ahora es el tiempo de esforzamos fervientemente para vencer las tendencias naturales del corazón carnal.

Nuestros esfuerzos, nuestra abnegación, nuestra perseverancia, deben ser proporcionales al valor infinito del objeto que perseguimos. Sólo venciendo como Cristo venció obtendremos la corona de la vida.

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La necesidad de la abnegación

El mayor peligro del hombre es el engaño propio, el agrado de la autosuficiencia, lo cual lo separa de Dios, la fuente de su poder. Nuestras tendencias naturales, a menos que sean corregidas por el Espíritu Santo de Dios, llevan dentro de ellas las semillas de la muerte moral. A no ser que tengamos una conexión vital con Dios, no podremos resistir los efectos no consagrados del amor propio, la complacencia propia y la tentación a pecar.

Para recibir la ayuda de Cristo, tenemos que darnos cuenta de nuestra necesidad. Debemos tener un conocimiento verdadero de nosotros mismos. Cristo puede salvar sólo a aquel que se reconoce como pecador. Únicamente al ver nuestra completa impotencia y al abandonar toda confianza en nosotros mismos podremos asirnos del poder divino.

No es solamente al comienzo de nuestra vida cristiana que hemos de renunciar al yo. A cada paso que demos hacia adelante debemos hacerlo de nuevo. Todas nuestras buenas obras dependen de un poder extraño a nosotros mismos; por lo tanto, es necesario que constantemente nuestro corazón busque a Dios, y que constante y fervientemente confesemos nuestros pecados y humillemos nuestra alma ante él. Nos rodean los peligros; y estaremos seguros únicamente si nos damos cuenta de nuestra debilidad y nos apoyamos con fe firme en nuestro poderoso Libertador.

Los intereses más importantes requieren atención

Debemos apartamos de los miles de temas que nos llaman la atención. Hay asuntos que absorben tiempo y suscitan la investigación, pero que terminan en nada. Los intereses más importantes requieren la atención cuidadosa y la energía que demasiado a menudo se dedican a cosas que son comparativamente insignificantes.

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La aceptación de nuevas teorías no le brinda nuevos bríos al alma. Aun el conocimiento de hechos y teorías de por sí importantes son de poco valor, a no ser que se les dé un uso práctico. Necesitamos estar conscientes de nuestro deber de darles a nuestras almas el alimento que nutra y estimule la vida espiritual.

Conocimiento personal de Cristo

“Toda palabra de Dios es limpia; él es escudo a los que en él esperan. No añadas a sus palabras, para que no te reprenda”. Proverbios 30:5, 6.

No estamos cumpliendo la voluntad de Dios cuando conjeturamos acerca de cosas que él ha escogido ocultamos. La pregunta que debe estudiarse es esta: “¿Cuál es la verdad, la verdad para este tiempo, que ha de atesorarse, amarse, honrarse y obedecerse? Los devotos de la ciencia han fracasado y se han desilusionado en sus esfuerzos por descubrir a Dios. Lo que necesitan preguntarse presentemente es: “¿Cuál es la verdad que nos capacitará para ganamos la salvación de nuestras almas?”

Cristo reveló a Dios a sus discípulos de una manera tal que realizó una obra especial en sus corazones, como la que él nos ha estado instando que le permitamos hacer en los corazones nuestros. Hay muchos quienes, al espaciarse demasiado en las teorías, han perdido de vista el poder viviente del ejemplo de nuestro Salvador. Lo han perdido de vista a él como obrero humilde y abnegado. Lo que ellos necesitan es contemplar a Jesús. Nos hace falta a diario la revelación refrescante de su presencia. Es menester que sigamos más de cerca su ejemplo de abnegación y sacrificio.

Estamos en necesidad de la experiencia que Pablo tuvo cuando escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Gálatas 2:20.

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El conocimiento de Dios y de Jesucristo expresado en el carácter constituye una exaltación por encima de todo lo que sea de más estima en la tierra o en el cielo. Es la educación más elevada de todas. Es la llave que abre los portales de la ciudad celestial. Es el propósito de Dios que todos los que están vestidos de Cristo posean este conocimiento.

Tengo un mensaje que darles a nuestros ministros, médicos, maestros y todos los demás que están empeñados en cualquier línea de servicio para el Maestro. El Señor os manda ascender aún más, y alcanzar una norma de mayor consagración. Debéis lograr una experiencia mucho más profunda que la que ni siquiera habéis pensado tener. Muchos que ya son miembros de la gran familia de Dios saben muy poco de lo que significa contemplar su gloria y ser transformados de gloria en gloria 2 Corintios 3:18. Muchos de vosotros tenéis apenas una percepción de media luz de la excelencia de Cristo, y vuestras almas se estremecen de gozo. Anheláis tener un sentido más amplio y profundo del amor del Salvador. Estáis desconformes. Pero no desesperéis. Dad a Jesús lo mejor de vuestros corazones y vuestros afectos más consagrados. Atesorad cada rayo de luz. Apreciad todos los deseos del alma por Dios. Cultivad los pensamientos espirituales y la comunión santa. Apenas habéis visto los primeros rayos del amanecer de su gloria. Al adelantar en el conocimiento del Señor, sabréis que “como el alba está dispuesta su salida”. Oseas 6:3. “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. Proverbios 4:18. Habiéndonos arrepentido de nuestros pecados, confesándolos y recibiendo el perdón, hemos de seguir aprendiendo de Cristo hasta que lleguemos al pleno mediodía de una fe perfecta.

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