Testimonios para la Iglesia, Vol. 9, p. 120-127, día 462

Es necesario trabajar de todo corazón

Si nuestros ministros comprendieran cuán pronto los habitantes del mundo tendrán que comparecer ante el tribunal del juicio de Dios, para dar cuenta de las obras realizadas en el cuerpo, ¡con cuánto fervor trabajarían juntamente con Dios para presentar la verdad! Cuán incansablemente trabajarían para hacer avanzar la causa de Dios en el mundo y proclamarían con sus palabras y acciones: “Mas el fin de todas las cosas se acerca”. 1 Pedro 4:7.

“Preparaos para encontraros con vuestro Dios”, es el mensaje que debemos proclamar en todas partes. La trompeta debe emitir un sonido certero. Hay que hacer resonar la advertencia clara y distintamente: “Ha caído, ha caído la gran Babilonia… Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas”. Apocalipsis 18:2-4. Las palabras de este pasaje se cumplirán. Pronto la gran prueba vendrá sobre todos los habitantes del mundo. En ese tiempo se realizarán decisiones rápidas. Los que han sido convencidos por la presentación de la palabra se alinearán bajo el estandarte ensangrentado del Príncipe Emanuel. Verán y comprenderán como nunca antes que han perdido numerosas oportunidades para hacer el bien que debieran haber hecho. Comprenderán que no han trabajado con tanto celo como debieran haberlo hecho para buscar y salvar a los perdidos, para arrancarlos, por decirlo así, del fuego.

Los siervos de Dios deben ser “en lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”. Romanos 12:11. La dejación y la falta de eficiencia no son piedad. Cuando comprendamos que estamos trabajando para Dios tendremos un sentido más elevado que nunca antes del carácter sagrado del servicio espiritual. Esta comprensión introducirá vida, vigilancia y perseverancia en el cumplimiento de todo deber.

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La religión pura y sin contaminación es intensamente práctica. En la salvación de las almas, lo único que produce resultado es el trabajo ferviente y de todo corazón. Debemos convertir nuestros deberes diarios en actos de devoción que aumenten constantemente en utilidad, porque vemos nuestra obra a la luz de la eternidad.

Nuestro Padre celestial nos ha encomendado la obra que debemos hacer. Tenemos que tomar nuestras Biblias y salir a advertir al mundo. Debemos ser las manos ayudadoras de Dios en la salvación de las almas; canales a través de los cuales su amor fluya día a día hacia los que perecen. El acto de llevar a cabo la gran obra en la que tenemos el privilegio de participar, ennoblece y santifica al verdadero obrero. Está lleno de la fe que obra por amor y purifica el alma. Nada es aburrido para el que se somete a la voluntad de Dios. “Como para el Señor” es un pensamiento que llena de encanto cualquier trabajo que Dios nos pide que hagamos.

Llevad a cabo toda vuestra obra sobre principios estrictamente religiosos. Que vuestra ferviente pregunta sea: “¿Qué puedo hacer para agradar al Maestro?” Visitad lugares en los que los creyentes necesiten ánimo y ayuda. Preguntaos a cada paso: “¿Es éste el camino del Señor? ¿Estoy en armonía con su voluntad en espíritu, en palabra y en acción?” Si trabajáis para Dios pensando únicamente en darle gloria, vuestra obra llevará el molde divino, y estaréis llevando a cabo los propósitos del Señor.

En vuestro estudio de la Palabra de Dios, penetrad cada vez más profundamente. Aferraos del poder divino por la fe, y buscad la profundidad de la inspiración. Llevad a vuestro ministerio el poder de Dios y recordad que tenéis su respaldo. Dejad que su amor brille a través de todo lo que hacéis y decís. Dejad que la preciosa y sencilla verdad de la Palabra de Dios brille plenamente. Humillaos delante de Dios. Cristo será vuestra eficiencia. El os ha designado como mayordomos sobre su casa, para que deis alimento a su debido tiempo. Los obreros de Cristo están muy cerca de su corazón. El desea perfeccionar su casa mediante la perfección de sus ministros.

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Cristo es el Redentor amante y compasivo. Los hombres y las mujeres se fortalecen en su poder sustentador para resistir el mal. Cuando el pecador convencido de su culpa considera el pecado, lo ve extremadamente pecaminoso. Se pregunta por qué no acudió antes a Cristo. Comprende que tiene que vencer sus faltas, y que sus apetitos y pasiones deben ser sometidos a la voluntad de Dios, a fin de ser participante de la naturaleza divina, habiendo vencido la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. Habiéndose arrepentido de su transgresión de la ley de Dios, se esfuerza con fervor para vencer el pecado. Procura revelar el poder de la gracia de Cristo y se pone en contacto personal con el Salvador. Mantiene a Cristo constantemente ante él. Orando, creyendo y recibiendo las bendiciones que necesita, se acerca cada vez más a la norma que Dios le ha fijado. En su carácter se revelan nuevas virtudes a medida que niega el yo y eleva la cruz, siguiendo hacia donde Cristo guía. Ama al Señor Jesús de todo corazón, y Cristo se convierte en su sabiduría, su justicia, su santificación y su redención.

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Cristo es nuestro ejemplo, nuestra inspiración y nuestra valiosa recompensa. “Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. 1 Corintios 3:9. Dios es el Constructor principal, pero el hombre tiene una parte a su cargo. Debe cooperar con Dios. “Somos colaboradores de Dios”. Nunca lo olvidéis. “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filipenses 2:12-13. El poder milagroso de la gracia de Cristo se manifiesta en la creación en el hombre de un nuevo corazón, de una vida más elevada, de un entusiasmo santo. Dios dice: “Os daré corazón nuevo”. Ezequiel 36:26. ¿No es esto, la renovación del hombre, el mayor milagro que pueda realizarse? ¿Hay algo que el agente humano no pueda hacer cuando por la fe se aferra del poder divino?

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Recordad que vuestro poder y vuestra victoria se encuentran en trabajar con Cristo como vuestro Salvador personal. Esta es la parte que todos debemos llevar a cabo. Cristo es el camino, la verdad y la vida. El declara: “Separados de mí nada podéis hacer”. Juan 15:5. Y el alma arrepentida y creyente responde: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Filipenses 4:13. Los que hacen esto reciben esta seguridad: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Juan 1:12.

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Sección 4—La obra de la salud

“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud”3 Juan 2.

La fidelidad en la práctica de la reforma pro salud*

Estoy encargada de dar a nuestra iglesia entera un mensaje tocante a la reforma pro salud, porque muchos han dejado de ser fieles a sus principios.

El propósito de Dios para con sus hijos es que éstos crezcan hasta alcanzar la medida de la estatura de los hombres y mujeres perfectos en Cristo Jesús. Para ello, deben hacer uso conveniente de todas las facultades de la mente, el alma y el cuerpo. No pueden derrochar ninguna de sus energías mentales o físicas.

El tema de la conservación de la salud tiene una importancia capital. Al estudiarlo en el temor de Dios, aprenderemos que lo mejor para nuestro progreso físico y espiritual, es atenernos a un régimen alimenticio sencillo. Estudiemos con paciencia este asunto. Para obrar atinadamente en este sentido, necesitamos conocimientos y discernimiento. Las leyes de la naturaleza existen, no para ser resistidas, sino acatadas.

Los que hayan recibido instrucciones acerca de los peligros del consumo de carne, té, café y alimentos demasiado condimentados o malsanos, y quieran hacer un pacto de sacrificio con Dios, no continuarán satisfaciendo sus apetitos con alimentos que saben que son malsanos. Dios pide que los apetitos se purifiquen y que se practique la abnegación en relación con las cosas que no son buenas.

Esta obra debe ser hecha antes que su pueblo pueda estar delante de él como un pueblo perfecto.

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La responsabilidad personal

El pueblo remanente de Dios debe estar convertido. La presentación de este mensaje debe convertir y santificar las almas. El poder del Espíritu de Dios debe hacerse sentir en este movimiento. Poseemos un mensaje maravilloso y definido; tiene importancia capital para quien lo recibe. Debe ser proclamado con fuerte voz, y debemos creer con fe firme y permanente que irá cobrando siempre mayor importancia hasta la consumación de los tiempos.

Algunos profesos cristianos aceptan ciertas porciones de los Testimonios como un mensaje de Dios, pero rechazan las que condenan sus costumbres favoritas. Tales personas trabajan en contra de su propio bienestar y el de la iglesia. Es de todo punto esencial que andemos en la luz mientras la tenemos. Los que diciendo creer en la reforma niegan sus principios en la vida diaria, perjudican su alma y producen una impresión desfavorable en la mente de creyentes y no creyentes.

Fortalecidos por la obediencia

Una solemne responsabilidad descansa sobre los que tienen conocimiento de la verdad: la de velar para que sus obras correspondan a su fe, que su vida sea refinada y santificada y que sean preparados para la obra que debe cumplirse rápidamente en el curso de estos últimos días del mensaje. No tienen ni tiempo ni fuerzas que gastar en la satisfacción de sus apetitos. Estas palabras debieran repercutir con fuerza ahora en nuestros oídos: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor”. Hechos 3:19. A muchos de los nuestros les falta espiritualidad y se perderán a menos que se conviertan completamente. ¿Queréis arriesgaros a ello?

Muchos se privan de las ricas bendiciones de Dios por su orgullo y falta de fe. A menos que humillen sus corazones ante el Señor, muchos serán sorprendidos y chasqueados cuando resuene el grito: “He aquí, el esposo viene”. Mateo 25:6. Conocen la teoría de la verdad, mas no tienen aceite en sus vasos para sus lámparas. En este tiempo, nuestra fe no debe limitarse a un simple sentimiento, a una simple adhesión al mensaje del tercer ángel. Necesitamos el aceite de la gracia de Cristo para alimentar nuestras lámparas, hacer brillar la luz de la vida e indicar el camino a los que están en tinieblas.

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Si no queremos tener una vida religiosa enfermiza, debemos, sin tardanza y con celo, trabajar para nuestra salvación con temor y temblor. Muchos no son en manera alguna fieles a sus votos bautismales. Su celo se ha enfriado por el formalismo, los deseos mundanales, el orgullo y el egoísmo. Algunas veces están emocionados; pero no caen sobre la Roca, Cristo Jesús. No vienen a Dios con corazones quebrantados por el arrepentimiento y la confesión. Aquellos en quienes se produce una verdadera conversión manifestarán los frutos del Espíritu en su vida. Pluguiese a Dios que aquellos que tienen tan poca vida espiritual comprendieran que la vida eterna no puede otorgarse sino a quienes han llegado a ser participantes de la naturaleza divina, y han huido de la corrupción que reina en el mundo por la concupiscencia.

Sólo el poder de Cristo puede obrar, en el corazón y la mente, la transformación que deben experimentar todos los que quieran participar con él de la nueva vida, en el reino de los cielos. “El que no naciere otra vez -dice el Salvador-, no puede ver el reino de Dios”. Juan 3:3. La religión proveniente de Dios es la única que nos puede conducir a él. Para servirle convenientemente, es necesario haber nacido del Espíritu divino. Entonces seremos inducidos a velar. Nuestros corazones serán purificados, nuestras mentes renovadas, y recibiremos nuevas aptitudes para conocer y amar a Dios. Obedeceremos espontáneamente a todos sus requerimientos. En eso consiste el culto verdadero.

Dios exige que su pueblo progrese constantemente. Debemos aprender que la satisfacción de nuestros apetitos es el mayor obstáculo que se oponga a nuestro progreso intelectual y a la santificación del alma. No obstante todo lo que profesamos en lo que concierne a la reforma pro salud, algunos de entre nosotros se alimentan mal. El halago de los apetitos es la causa principal de la debilidad física y mental, del agotamiento y de las muertes prematuras. Toda persona que busca la pureza de la mente debe recordar que en Cristo hay un poder capaz de dominar los apetitos.

Los alimentos a base de carne

Si pudiese beneficiarnos el satisfacer nuestro deseo de comer carne, no os dirigiría esta súplica; pero sé que ello es imposible. Los alimentos preparados a base de carne perjudican la salud física, y debemos aprender a vivir sin ellos. Los que están en situación de poder seguir un régimen vegetariano, pero prefieren seguir sus propias inclinaciones en este asunto, comiendo y bebiendo como quieren, irán descuidando gradualmente la instrucción que el Señor ha dado tocante a otras fases de la verdad presente, perderán su percepción de lo que es verdad y segarán con toda seguridad lo que hayan sembrado.

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Se me ha mostrado que no debe servirse a los alumnos de nuestros colegios carne ni otros productos reconocidos como dañinos para la salud. Ninguna cosa que pudiera despertar el apetito por lo estimulante debe ser colocada sobre la mesa. Al decirlo, me dirijo tanto a los jóvenes como a los adultos y a los ancianos. Absteneos de las cosas que puedan dañaros. Servid al Señor con sacrificio.

Los niños deben participar con inteligencia en esta obra. Todos somos miembros de la familia del Señor; y él quiere que sus hijos ancianos y jóvenes resuelvan sacrificar sus apetitos y economizar el dinero necesario para construir capillas y sostener a los misioneros.

Estoy comisionada para decir a los padres: Colocaos enteramente, alma y espíritu, del lado del Señor en este asunto. Debemos recordar en estos días de prueba que estamos en juicio delante del Señor del universo. ¿No renunciaréis a las costumbres que causan daño? Las palabras valen poco; mostrad por vuestros actos de abnegación que queréis obedecer las órdenes que el Señor da a su pueblo peculiar. Luego colocad en la tesorería una parte del dinero economizado por medio de vuestro renunciamiento, y habrá recursos para proseguir la obra de Dios.

Algunos piensan que no pueden vivir sin comer carne; pero si quisieran ponerse de parte del Señor, decididos a andar resueltamente en la senda en que él nos ha guiado, recibirían fuerza y sabiduría como Daniel y sus compañeros. Dios les daría entendimiento sano. Muchos se sorprenderían al ver cuánto podrían economizar para la causa de Dios mediante actos de renunciamiento. Las pequeñas sumas ahorradas por actos de sacrificio contribuirán más para edificar la causa de Dios que las donaciones cuantiosas que no son el fruto de la abnegación.

Los adventistas del séptimo día transmiten verdades trascendentales. Hace más de cuarenta años que el Señor nos dio luz especial sobre la reforma pro salud; pero, ¿cómo seguimos en esa luz? ¡Cuántos hay que han rehusado poner su vida en armonía con los consejos de Dios! Como pueblo, debiéramos realizar progresos proporcionales a la luz que hemos recibido. Es deber nuestro comprender y respetar los principios de la reforma pro salud. En el asunto de la temperancia, deberíamos dejar muy atrás a todos los demás; sin embargo, hay en nuestras iglesias miembros a quienes las instrucciones no han faltado, y hasta predicadores, que demuestran poco respeto por la luz que Dios nos ha dado tocante a este asunto. Comen según sus gustos y trabajan como mejor les parece.

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Colóquense los maestros y directores de nuestra obra firmemente sobre el terreno bíblico en lo que se refiere a la reforma pro salud, y den un testimonio definido a los que creen que vivimos en los últimos tiempos de la historia de este mundo. Debe haber una línea de separación entre los que sirven a Dios y los que se complacen a sí mismos.

Se me ha mostrado que los principios que nos fueron dados en los primeros días de este mensaje no han perdido su importancia y debemos tenerlos en cuenta tan concienzudamente como entonces. Hay algunos que jamás han seguido la luz dada en cuanto al régimen. Ya es tiempo de sacar la luz de debajo del almud para que resplandezca con toda su fuerza.

Los principios del sano vivir tienen gran importancia para nosotros como individuos y como pueblo. Cuando me llegó el mensaje de la reforma pro salud, yo era débil y predispuesta a frecuentes desmayos. Suplicaba al Señor que me ayudara, y él me presentó el vasto plan de la reforma pro salud.

Me mostró que los que guardan sus mandamientos deben entrar en una relación sagrada con él y, por la temperancia en el comer y el beber, guardar su mente y su cuerpo en las condiciones más favorables para servirle. Esta luz fue una gran bendición para mí. Me decidí en favor de la reforma pro salud sabiendo que el Señor me fortificaría. Actualmente, no obstante mi edad, gozo de mejor salud que cuando era joven.

Algunos aseveran que no he seguido los principios de la reforma pro salud conforme los ha preconizado mi pluma; pero puedo afirmar que he practicado fielmente dicha reforma. Los miembros de mi familia saben que esto es verdad.

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