La obra de publicaciones en College View
Loma Linda, California, 24 de agosto de 1905.
Apruebo los esfuerzos que se han realizado para establecer nuestra obra de publicaciones en alemán y en los idiomas escandinavos en College View. Espero que se hagan planes para animar y fortalecer esta obra.
No hay que dejar sobre nuestros hermanos extranjeros todo el peso de la obra. Tampoco debieran nuestros hermanos en todo el campo dejar una carga demasiado pesada sobre las asociaciones alrededor de College View. Los miembros de estas asociaciones debieran tomar la iniciativa y hacer lo mejor que puedan, y todos debieran acudir en su ayuda. La verdad debe proclamarse a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos.
Nuestros hermanos alemanes, daneses y suecos no tienen una buena razón para no actuar en armonía en la obra de publicaciones. Los que creen la verdad debieran recordar que son los hijos de Dios y que él los está entrenando. Que se muestren agradecidos hacia Dios por sus numerosas manifestaciones de misericordia y que sean agradecidos unos con otros. Tienen un Dios y un Salvador; y un Espíritu, el Espíritu de Cristo, debe producir unidad en sus filas.
Cristo ascendió al cielo después de su resurrección, y hoy presenta nuestras necesidades al Padre. El dice: “He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida”. Isaías 49:16. Costó algo esculpirlas en ellas. Costó agonía indecible. Si nos humilláramos delante de Dios, si fuéramos bondadosos, corteses, compasivos y piadosos, habría cien conversiones a la verdad donde ahora hay una sola. Pero aunque profesamos estar convertidos, llevamos con nosotros un atado de egoísmo que consideramos demasiado precioso para desecharlo. Es nuestro privilegio depositar esta carga a los pies de Cristo y tomar en su lugar el carácter y la semejanza de Cristo. El Salvador está esperando que lo hagamos.
Cristo puso de lado su ropaje real, su corona regia y su elevada autoridad, y descendió hasta las mayores profundidades de la humillación. Habiendo tomado sobre sí la naturaleza humana, hizo frente a todas las tentaciones de la humanidad y derrotó en nuestro beneficio al enemigo en todo sentido.
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Hizo todo esto para poner a disposición de los seres humanos poder que les permitiera ser vencedores. “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Mateo 28:18. Esto da a todos los que están dispuestos a seguirle. Pueden demostrar ante el mundo el poder que hay en la religión de Cristo para conquistar el yo.
Cristo dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:29. ¿Por qué no aprendemos diariamente del Salvador? ¿Por qué no vivimos en constante comunión con él, para que en nuestro trato unos con otros podamos hablar y actuar bondadosa y cortésmente? ¿Por qué no honramos al Señor manifestando ternura y amor unos por otros? Si hablamos y obramos en armonía con los principios del cielo, los incrédulos serán atraídos hacia Cristo mediante su asociación con nosotros.
Cristo y las nacionalidades
Cristo no reconocía distinción de nacionalidad, jerarquía o credo. Los escribas y fariseos querían acaparar todos los dones del cielo en favor de su nación, con exclusión del resto de la familia de Dios en el mundo entero. Pero Jesús vino para derribar toda barrera de separación. Vino a mostrar que el maravilloso don de su misericordia y de su amor, como el aire, la luz o la lluvia que refresca el suelo, no reconoce límites.
Por su vida, Cristo estableció una religión sin casta, merced a la cual judíos y paganos, libres y esclavos quedan unidos por un vínculo fraternal de igualdad delante de Dios. Ningún exclusivismo influía en sus actos. No hacía ninguna diferencia entre prójimos y extraños, amigos o enemigos. Su corazón era atraído hacia toda alma que tuviese sed del agua de la vida.
No menospreciaba a ser humano alguno, y procuraba aplicar a toda alma la virtud sanadora. En cualquier sociedad que estuviese, presentaba una lección apropiada al tiempo y a las circunstancias. Todo desprecio y todo ultraje que los hombres infligían a sus semejantes no hacían sino hacerle sentir tanto más hondamente la necesidad en que se hallaban de su simpatía divino-humana. Procuraba hacer nacer la esperanza en el más rústico de los hombres y en aquel que menos esperanza daba, asegurándoles que podían tomarse irreprensibles e inofensivos, y adquirir un carácter que les hiciera hijos de Dios.
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Un seguro fundamento
“Por lo cual, hermanos -dice Pedro-, procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. 2 Pedro 1:10, 11.
Cuando los creyentes que esperaban el próximo regreso del Señor eran sólo un puñado, hace muchos años ya, los observadores del sábado de Topsham, Estado de Maine, se reunían para el culto en la amplia cocina del Hno. Stockbridge Howland. Un sábado de mañana, el Hno. Howland estaba ausente. Esto nos sorprendió, porque era siempre puntual. Muy pronto le vimos llegar con el rostro iluminado por la gloria de Dios. “Hermanos -dijo-, he hallado algo, y es esto: podemos adoptar una conducta que nos garantice la promesa de la Palabra divina: ‘No caeréis jamás’. Voy a deciros de qué se trata”.
Entonces contó que había notado que un hermano, que era un pobre pescador, pensaba no ser estimado en lo que merecía, y que el Hno. Howland y otros se creían superiores a él. Estaba equivocado; pero ese sentimiento había impedido a ese hermano asistir a las reuniones desde hacía algunas semanas. Así que el Hno. Howland fue a su casa, y poniéndose de rodillas delante de él, le dijo:
•Perdóname, hermano; ¿qué daño te he hecho?
El hombre lo tomó del brazo y quiso hacer que se levantara.
•No -dijo el Hno. Howland-, ¿qué tienes contra mí?
•No tengo nada contra ti.
•Pero algo debes tener -insistió el Hno. Howland-, porque antes conversábamos juntos, mientras que ahora no me hablas más; quiero saber lo que pasa.
•Levántate, Hno. Howland -repitió el hombre.
•No, hermano, no me levantaré.
•Entonces me toca a mí ponerme de rodillas -dijo; y cayendo de rodillas, el pescador le confesó cuán niño había sido y a cuántos malos pensamientos se había entregado-. Ahora -añadió-, voy a apartar de mí todo esto.
Al contar esta historia, el Hno. Howland tenía el rostro iluminado por la gloria de Dios. Apenas había terminado su relato cuando el pescador llegó con su familia, y tuvimos una excelente reunión.
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Supongamos ahora que algunos de entre nosotros siguiesen el ejemplo dado por el Hno. Howland. Si, cuando nuestros hermanos albergan malas sospechas, fuésemos a decirles: “Perdonadme el mal que os pude hacer”, se quebrantaría el hechizo de Satanás y nuestros hermanos quedarían libres de sus tentaciones. No dejéis que nada se interponga entre vosotros y vuestros hermanos. Si hay algo que podáis hacer para disipar las sospechas, aun al precio de un sacrificio, no vaciléis en hacerlo. Dios quiere que nos amemos unos a otros como hermanos. El quiere que seamos compasivos y amables. Quiere que cada uno se habitúe a pensar que sus hermanos le aman y que Jesús le ama. El amor engendra amor.
Alberguemos el amor de Cristo
¿Esperamos ver a nuestros hermanos en el cielo? Si podemos vivir con ellos aquí en paz y armonía, entonces podremos hacerlo también allá arriba. Pero ¿cómo habríamos de vivir con ellos en el cielo, si no podemos hacerlo aquí sin rencillas y disputas continuas? Los que siguen una conducta que tiende a separarlos de sus hermanos y provocan discordia y disensiones, necesitan una conversión radical. Es necesario que nuestros corazones sean enternecidos y subyugados por el amor de Cristo. Debemos cultivar el amor que él manifestara al morir en la cruz del Calvario. Debemos allegarnos siempre más al Salvador. Debemos orar más y aprender a ejercitar nuestra fe. Necesitamos más benignidad, compasión y bondad. Pasamos sólo una vez por este mundo. ¿No nos esforzaremos por dejar impreso el sello de Jesús sobre las personas con quienes vivimos?
Nuestros duros corazones deben ser quebrantados. Debemos alcanzar una unidad perfecta y comprender que hemos sido rescatados por la sangre de Jesús de Nazaret. Diga cada cual para sí: “El dio su vida por mí y quiere que, mientras paso por el mundo, yo revele el amor que él manifestó al entregarse por mí”. Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que Dios, permaneciendo justo, pudiese ser el que justifica a los que creen en él. La vida eterna está reservada para cuantos se entregan al Salvador.
Yo deseo ver al Rey en su hermosura. Deseo ver su belleza sin par. Y deseo que vosotros también podáis contemplarlo. Cristo llevará a sus redimidos a lo largo del río de la vida y les explicará todo lo que les fuera motivo de perplejidad en este mundo. Los misterios de la gracia se descubrirán ante su mirada. Allí donde sus mentes finitas sólo discernían confusión y desorden, percibirán la más perfecta y hermosa armonía.
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Sirvamos al Señor con toda nuestra capacidad, con toda nuestra inteligencia. Esta se desarrollará a medida que hagamos uso de ella. Nuestra experiencia religiosa se afirmará a medida que vayamos poniendo más religión en nuestra vida diaria. Así iremos ascendiendo poco a poco por la escalera que lleva al cielo, hasta que podamos desde la cima de la misma, poner el pie en el reino de Dios. Seamos cristianos en este mundo; tendremos la vida eterna en el reino de gloria.
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Cuando hay unidad entre los discípulos de Cristo, ella constituye una evidencia de que el Padre envió a su Hijo para salvar a los pecadores. Atestigua su poder; porque sólo el poder milagroso de Dios puede poner armonía en las acciones de seres humanos que difieren por sus temperamentos, e inspirarles a todos el deseo de decir la verdad con amor.
Las advertencias y los consejos de Dios son claros y positivos. Cuando, al leer las Escrituras, vemos el bien que resulta de la unión y el mal que produce la desunión, ¿cómo podemos negarnos a recibir la Palabra de Dios en nuestros corazones? La suspicacia y la desconfianza son mala levadura. La unidad atestigua la potencia de la verdad.
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Asociaciones alemanas y escandinavas
Loma Linda, California,
1 de septiembre de 1905.
Estimados hermanos,
Algunos de nuestros ministros me han escrito para preguntarme si la obra entre los alemanes y los escandinavos no debiera llevarse a cabo bajo organizaciones separadas. Este asunto se me ha presentado varias veces. Cuando me encontraba en College View, el Señor me dio un testimonio directo, y desde entonces este asunto se me ha presentado nuevamente.
En una ocasión me parecía encontrarme en una reunión de junta donde se consideraba este asunto. Una Persona de autoridad se encontraba en medio de los asistentes y presentó principios que debían seguirse en la obra de Dios. Según la instrucción impartida, si se adoptaba el criterio de la separación, no tendería a hacer progresar los intereses de la obra entre las diversas nacionalidades. No conduciría hacia el desarrollo espiritual óptimo. Se levantarían murallas que tendrían que derribarse en el futuro cercano.
Según la luz que he recibido de Dios, las organizaciones separadas crearán discordia en vez de producir unidad. Si nuestros hermanos buscan juntos al Señor con humildad de mente, los que ahora piensan que es necesario organizar asociaciones alemanas y escandinavas separadas, verían que el Señor desea que trabajen juntos como hermanos.
Si los que tratan de desintegrar la obra de Dios llevaran a cabo su propósito, algunos se atribuirían mayor importancia y tratarían de hacer una obra que no debiera llevarse a cabo. La adopción de estas medidas retardaría mucho la causa de Dios. Si queremos hacer la obra con éxito, los talentos que se encuentran entre los ingleses y norteamericanos debieran unirse con los talentos que existen entre los de otras nacionalidades. Y cada nacionalidad debiera trabajar fervientemente por los que pertenecen a las demás nacionalidades. Hay un solo Señor, una sola fe. Debiéramos tratar de contestar la oración de Cristo por sus discípulos, para que sean una sola cosa.
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad… Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. Juan 17:17-21.
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Debiera entenderse que la unidad perfecta entre los obreros es necesaria para llevar a cabo con éxito la obra de Dios. Con el fin de preservar la paz, todos debieran procurar recibir sabiduría del Gran Maestro. Que todos ejerzan cuidado para no introducir proposiciones ambiciosas que crearían disensión.
Debemos sometemos unos a otros. Ninguna persona, en sí misma, es un todo completo. Por medio del sometimiento de la mente y la voluntad al Espíritu Santo, debemos continuar aprendiendo del Gran Maestro.
Estudiad el segundo capítulo de los Hechos. En la iglesia primitiva, el Espíritu de Dios obró poderosamente por medio de los que se encontraban unidos en armonía. En el día del Pentecostés todos estaban de común acuerdo en un mismo lugar.
Debemos demostrar al mundo que personas de diversas nacionalidades pueden estar unidas en Cristo Jesús. Entonces, eliminemos toda barrera y dediquémonos en unidad al servicio del Maestro.
En el levantamiento de barreras nacionales presentáis al mundo un plan de invención humana que Dios no puede aprobar. A los que desean hacer eso, el apóstol Pablo les dice: “Porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. 1 Corintios 3:3-9.
Un ejemplo de bondad fraternal
Cuando nuestros hermanos de Escandinavia se vieron frente a una crisis financiera, se dio un testimonio según el cual no debíamos permitir que nuestros hermanos aparecieran en bancarrota ante el mundo. Eso hubiera deshonrado a Dios. Y la respuesta rápida y liberal de nuestros hermanos norteamericanos fue un reconocimiento de que la diferencia de nacionalidad no podía eximirlos de su deber de ayudarse mutuamente en la obra de Dios. “Todos vosotros sois hermanos”. Mateo 23:8. Somos uno en la unidad de la verdad.
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Ahora, por medio de esfuerzo diligente y abnegado, debemos tratar de andar en el amor de Cristo, en la unidad del Espíritu, por medio de la santificación producida por la verdad. No bastará una obra hecha a medias para cumplir el anhelo manifestado en la oración de Cristo. Debemos practicar los principios del cielo aquí en la tierra. El cielo es un magnífico lugar de reunión.
Debo escribir claramente con respecto al levantamiento de paredes divisorias en la obra de Dios. Esta acción se me ha revelado como una falacia de invención humana. No es el plan del Señor para su pueblo que se dividan en grupos separados debido a diferencias de nacionalidad e idioma, Si lo hicieran, se estrecharían sus ideas y su influencia disminuiría notablemente. Dios pide que haya una mezcla armoniosa de una variedad de talentos.
Vuelvo a repetir las palabras de Cristo. Quisiera grabarlas profundamente en vuestras mentes. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”.
Cristo ha protegido a su pueblo del mundo, pero los que procuran introducir separación entre las nacionalidades, harán una obra que Dios no aprueba.
Hermanos, uníos; acercaos unos a otros y desechad toda invención humana y seguid de cerca los pasos de Jesús, vuestro gran Ejemplo.