Testimonios para la Iglesia, Vol. 9, p. 17-23, día 449

Llamados a ser testigos

En un sentido muy especial, los adventistas del séptimo día han sido colocados en el mundo como centinelas y transmisores de luz. A ellos ha sido confiada la tarea de dirigir la última amonestación a un mundo que perece. La Palabra de Dios proyecta sobre ellos una luz maravillosa. Una obra de la mayor importancia les ha sido confiada: proclamar los mensajes del primero, segundo y tercer ángeles. Ninguna otra obra puede ser comparada con ésta y nada debe desviar nuestra atención de ella.

Las verdades que debemos proclamar al mundo son las más solemnes que jamás hayan sido confiadas a seres mortales. Nuestra tarea consiste en proclamarlas. El mundo debe ser amonestado, y el pueblo de Dios tiene que ser fiel a su cometido. No debe dejarse arrastrar a la especulación, ni asociarse con los incrédulos en empresas comerciales; porque eso entorpecería su acción en la obra de Dios.

Cristo dice a los suyos: “Vosotros sois la luz del mundo”. Mateo 5:14. No es un hecho de poca importancia que Dios nos haya revelado con tanta claridad sus planes y sus consejos. Comprender la voluntad de Dios, tal como está revelada en la segura palabra profética, es para nosotros un maravilloso privilegio, pero nos impone una pesada responsabilidad. Dios espera que impartamos a otros el conocimiento que nos ha dado. Según su plan, los medios divinos y humanos deben unirse para proclamar el mensaje de amonestación.

En la medida de sus oportunidades, todo aquel que recibió la luz de la verdad lleva la misma responsabilidad que el profeta de Israel, a quien fueron dirigidas estas palabras: “A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si avisares al impío de su camino para que se aparte de él, y él no se apartare de su camino, él morirá por su pecado, pero tú libraste tu vida”. Ezequiel 33:7-9.

¿Aguardaremos que las profecías del fin se cumplan antes de hablar de ellas? ¿De qué servirían entonces nuestras palabras? ¿Esperaremos hasta que los juicios de Dios caigan sobre el pecador para decirle cómo evitarlos? ¿Dónde está nuestra fe en la Palabra de Dios? ¿Debemos ver realizadas las cosas anunciadas para creer en lo que él nos ha dicho? En claros y distintos rayos, nos ha llegado la luz, enseñándonos que el gran día está cercano, “a las puertas”. Leamos y comprendamos antes que sea demasiado tarde.

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Debemos ser conductos consagrados, por los cuales la vida del Cielo se comunique a otros. El Espíritu Santo debe animar e impregnar toda la iglesia, purificando los corazones y uniéndolos unos a otros. Los que han sido sepultados con Cristo por el bautismo deben entrar en una nueva vida, y dar un ejemplo vivo de lo que es la vida de Cristo. Una comisión sagrada nos ha sido confiada. Esta es la orden que hemos recibido: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:19-20. La obra a la que os habéis consagrado consiste en dar a conocer el Evangelio de la salvación. Vuestro poder debe estar fundado en la perfección celestial.

La vida santificada

El testimonio que debemos dar por Dios no consiste sólo en predicar la verdad y distribuir impresos. No olvidemos que el argumento más poderoso en favor del cristianismo es una vida semejante a la de Cristo, mientras que un cristiano vulgar hace más daño en el mundo que un mundano. Todos los libros escritos no reemplazarán una vida santa. La gente creerá, no lo que diga el predicador, sino lo que viva la iglesia. Demasiado a menudo la influencia del sermón predicado desde el púlpito queda neutralizada por la que se desprende de la vida de personas que se dicen defensoras de la verdad.

El propósito de Dios es glorificarse a sí mismo delante del mundo en su pueblo. El quiere que los que lleven el nombre de Cristo le representen por el pensamiento, la palabra y la acción. Deben tener pensamientos puros y pronunciar palabras nobles y animadoras, capaces de atraer al Salvador a las personas que los rodean. La religión de Cristo debe estar entretejida en todo lo que dicen y hacen. En todos sus negocios, debe desprenderse el perfume de la presencia de Dios.

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El pecado es una cosa detestable. Por su causa fue marchitada la hermosura moral de un gran número de ángeles. Penetró en el mundo y borró casi por completo la imagen de Dios en el hombre. Mas, en su gran amor, Dios ofreció al hombre la posibilidad de recuperar la posición que había perdido al ceder al tentador. Cristo vino a ponerse a la cabeza de la humanidad para desarrollar en favor nuestro un carácter perfecto. Los que le reciben nacen de nuevo.

Cristo vio a la humanidad, como consecuencia del enorme desarrollo del pecado, dominada por el príncipe de las potestades del aire y manifestando un poder gigantesco en obras de maldad. Vio también que un poder mayor debía hacer frente a Satanás y derrotarlo. “Ahora es el juicio de este mundo -dijo-: ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”. Juan 12:31. Cristo vio que si los seres humanos creían en él, se les concedería poder para afrontar el ejército de los ángeles caídos, cuyo nombre es legión. Fortificó su alma con el pensamiento de que, merced al sacrificio portentoso que estaba por hacer, el príncipe de este mundo sería arrojado fuera, y hombres y mujeres serían capacitados, por la gracia de Dios, para recuperar lo que habían perdido.

Hombres y mujeres pueden vivir la vida que Cristo vivió en este mundo si se revisten de su poder y siguen sus instrucciones. Pueden recibir, en su lucha con Satanás, todos los socorros que Cristo mismo recibió. Pueden llegar a ser más que vencedores, por Aquel que los amó y se dio a sí mismo por ellos.

La vida de los que profesan ser cristianos sin vivir la vida de Cristo, es una burla para la religión. Cualquiera que esté inscrito en los registros de la iglesia tiene el deber de representar al Salvador llevando el adorno interior de un espíritu manso y apacible. Debe ser su testigo y hacer conocerlas ventajas que hay en vivir y trabajar conforme al ejemplo de Cristo. La verdad presente debe manifestar su potencia en la vida de los que creen en ella, para que de este modo se comunique al mundo. Los creyentes deben presentar en su vida su eficacia santificadora y ennoblecedora.

Los representantes de Cristo

Los habitantes del universo celestial esperan que los discípulos de Cristo brillen como luces en el nublado. Debe demostrarse en ellos el poder de la gracia que Cristo quiso impartirnos por su muerte. Dios quiere que los que profesan ser cristianos revelen en su vida el cristianismo en su forma más elevada. Son los representantes reconocidos de Cristo; por su medio debe ser representada la realidad del cristianismo. Deben ser hombres y mujeres de fe, llenos de valor, íntegros, que pongan toda su confianza en Dios y en sus promesas.

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Todos los que desean entrar en la ciudad de Dios, deben poner de manifiesto al Salvador en todo trato que tengan durante esta vida terrenal. Así es como los mensajeros de Cristo serán sus testigos. Deben dar un testimonio claro y decidido contra toda mala costumbre, y enseñar a los pecadores el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A todos los que le reciben, él les da poder de ser hechos hijos de Dios. La regeneración es el único sendero que da acceso a la ciudad de Dios. Este sendero es estrecho y la puerta por la que se debe pasar, angosta; sin embargo, por este camino debemos conducir a hombres, mujeres y niños, enseñándoles que para salvarse, deben poseer un corazón y espíritu nuevos. Los antiguos rasgos de carácter hereditarios deben ser vencidos. Los deseos naturales del alma deben cambiar. Toda malicia, toda mentira, toda calumnia, deben eliminarse. Debe vivirse la vida nueva que nos hace parecernos a Cristo.

Firme adhesión a la verdad

Nada simulado debe haber en la vida de los que tienen que proclamar un mensaje tan solemne y sagrado. Enterado el mundo de la profesión de fe y altas normas de los adventistas del séptimo día, los está vigilando, y si comprueba que su vida no se amolda a su profesión de fe, los señala con desprecio.

Los que aman a Jesús pondrán su vida entera en armonía con la voluntad de él. Se pusieron del lado del Señor, y entre su vida y la de los mundanos debe existir un vívido contraste. El tentador se les acercará con halagos y tentaciones, diciéndoles: “Todo esto te daré, si postrado me adorares”. Mateo 4:9. Pero saben que nada bueno tiene para ofrecerles y rehúsan ceder a sus tentaciones. La gracia de Dios los capacita para mantener intactos sus principios. Angeles santos están a su lado, y revelan a Cristo por su firme adhesión a la verdad. Son los milicianos de Cristo y, como buenos testigos, hablan con fuerza y firmeza en favor de la verdad. Demuestran cuán real es la potencia espiritual que hace a hombres y mujeres capaces de no sacrificar nada de la justicia y de la verdad, por mucho que el mundo quiera ofrecerles a cambio. El Cielo honrará a tales cristianos, porque conformaron su vida a la voluntad de Dios, sin fijarse en los sacrificios que les tocaba hacer.

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Un mensaje para todo el mundo

La luz que Dios concedió a su pueblo no debe quedar recluida en el seno de las iglesias que ya conocen la verdad. Debe esparcirse en las regiones oscuras de la tierra. Los que anden en la luz como Cristo está en la luz cooperarán con el Salvador revelando a otros lo que él les hiciere conocer. El propósito de Dios es que la verdad para nuestra época sea comunicada a toda nación, lengua y tribu. Hoy cada habitante del mundo está procurando conseguir ganancias y placeres mundanales. Millones de almas no dan consideración ni tiempo a su salvación. El momento ha llegado cuando el mensaje relativo a la próxima venida de Cristo debe resonar por el mundo entero.

Hay pruebas inequívocas de la inminencia del fin. La amonestación debe darse en lenguaje firme y directo. Es necesario preparar el camino delante del Príncipe de paz que viene sobre las nubes de los cielos. Queda aún mucho que hacer en las ciudades que todavía no han oído la verdad para nuestra época. No debemos establecer instituciones que por sus dimensiones y esplendor rivalicen con las del mundo; sino que debemos proseguir la obra del Señor en su nombre con la perseverancia y el celo incansable que puso el Salvador en su obra.

Como pueblo tenemos gran necesidad de humillar nuestros corazones ante Dios, implorando su perdón por haber descuidado su mandato misionero. Hemos establecido centros importantes en algunos lugares y dejado sin trabajar muchas ciudades populosas. Pongamos mano a la obra asignada, y proclamemos el mensaje que debe hacer comprender su peligro a hombres y mujeres. Si cada adventista del séptimo día hubiese cumplido su parte, el número de creyentes sería ahora mucho mayor. En todas las ciudades de América habría personas a quienes el mensaje hubiese inducido a obedecer la ley de Dios.

En algunos lugares el mensaje referente a la observancia del sábado ha sido presentado con claridad y fuerza; en cambio, otros lugares han sido dejados sin amonestación. ¿No tomarán conciencia de su responsabilidad los que conocen la verdad? Hermanos míos, no os está permitido enfrascaros en las empresas y negocios terrenales. No podéis descuidar sin peligro la orden que el Señor os dio.

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Todo el universo pide a los que conocen la verdad que se consagren sin reservas a proclamar la verdad tal cual les ha sido manifestada en el mensaje del tercer ángel. Lo que oímos y vemos nos llama a cumplir nuestro deber. La actividad de los agentes de Satanás invita a cada cristiano a ocupar su puesto.

La clase de obreros que se necesita

La obra que se nos confió es grande e importante; y para cumplirla, necesitamos hombres sabios, desinteresados, capaces de consagrarse abnegadamente a la salvación de las almas. No hay lugar para los tibios; Cristo no puede usarlos. Se necesitan hombres y mujeres cuyo corazón sea sensible a los sufrimientos humanos y que demuestren por su vida que reciben y transmiten la luz, la vida y la gracia.

Los hijos de Dios deben acercarse a Cristo por la abnegación y el sacrificio, con el único propósito de dar al mundo entero el mensaje de misericordia. Algunos trabajarán de una forma y otros de manera distinta, según el modo en que el Señor los llame y conduzca. Pero todos deben trabajar en armonía, esforzándose por mantener en la obra un carácter de perfecta unidad. De viva voz y por la pluma deben trabajar para él. La Palabra de la verdad impresa debe ser traducida a diversos idiomas, y llevada a los extremos de la tierra.

Mi corazón está oprimido porque un número tan grande de los que podrían trabajar no hacen nada. Son juguetes de las tentaciones de Satanás. Cada miembro de la iglesia debe trabajar mientras dura el día; porque viene la noche cuando nadie puede trabajar. Muy pronto sabremos lo que es la noche. El Espíritu de Dios contristado, se retira de la tierra. Las naciones están airadas unas contra otras. Se hacen inmensos preparativos para la guerra. La noche se acerca. Levántese la iglesia para cumplir la tarea que le ha sido asignada. Todo creyente, cualquiera que sea el grado de su instrucción, puede llevar el mensaje.

La eternidad se extiende ante nosotros. El telón está por levantarse. ¿Qué estamos pensando al aferramos egoístamente a nuestra comodidad mientras que en derredor nuestro hay almas que perecen? ¿Están nuestros corazones completamente endurecidos? ¿No podemos ver y comprender que nos incumbe hacer una obra en favor de nuestros semejantes? Hermanos y hermanas, ¿sois de aquellos que teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen? ¿Será en vano que Dios os haya revelado su voluntad? ¿Será en vano que os haya dirigido amonestación tras amonestación con respecto a la proximidad del fin? ¿Creéis las declaraciones de su Palabra referentes alas cosas que han de sobrevenir al mundo? ¿Creéis que los juicios de Dios están suspendidos sobre los habitantes de la tierra? En caso afirmativo, ¿cómo podéis quedar tranquilos, ociosos e indiferentes?

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Cada día que pasa nos acerca al fin. ¿Nos acerca también a Dios? ¿Velarnos en oración? Las personas con las que tratamos continuamente necesitan recibir nuestras instrucciones. Es posible que su estado mental sea tal que una sola palabra oportuna, grabada en el alma por la influencia del Espíritu Santo, penetre como un clavo en el lugar apropiado. Puede ser que mañana algunas de estas almas estén para siempre fuera de nuestro alcance. ¿Qué influencia ejercemos sobre esos compañeros de ruta? ¿Qué esfuerzo hacemos para ganarlos para Cristo?

El tiempo es corto y nuestras fuerzas deben organizarse para hacer una obra más amplia. Necesitamos obreros que comprendan la inmensidad de la tarea y que estén dispuestos a cumplirla, no por el salario que reciban, sino porque se dan cuenta de que el fin está cerca. El tiempo exige más capacidad y consagración más profunda. Estoy tan compenetrada de este pensamiento que clamo a Dios: “Levanta y envía mensajeros que tengan conciencia de su responsabilidad, mensajeros en quienes la idolatría del yo, fuente de todo pecado, haya sido crucificada”.

Una escena impresionante

Una escena muy impresionante pasó ante mí en visiones nocturnas. Vi una inmensa bola de fuego que caía en medio de un grupo de hermosas casas que fueron destruidas instantáneamente. Oí a alguien decir: “Sabíamos que los juicios de Dios visitarían la tierra, mas no pensábamos que vendrían tan pronto”. Otros dijeron en tono de reproche: “Vosotros que sabíais estas cosas, ¿por qué no dijisteis nada? Nosotros no lo sabíamos!” Y por todas partes oía reproches parecidos.

Me desperté angustiada. Volví a dormirme y me pareció encontrarme en una gran asamblea. Un Ser de autoridad hablaba al auditorio, señalando un mapamundi. Decía que aquel mapa representaba la viña de Dios que debemos cultivar. Cuando la luz celestial brillaba sobre alguno, debía transmitirla. Debían encenderse luces en los diferentes lugares y de estas luces se encenderían otras aún.

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