Palabras de advertencia
Cristo dijo a sus discípulos: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. Mateo 10:16.
Los ataques de Satanás contra los defensores de la verdad se tomarán más encarnizados y decididos hasta el mismo fin del tiempo. Así como en los días de Cristo los jefes de los sacerdotes y los dirigentes instigaron a la gente contra él, así también hoy los dirigentes religiosos despertarán rencor y prejuicio contra la verdad para este tiempo. La gente será inducida a cometer actos de violencia y oposición, en los cuales nunca habría pensado si no hubiera sido empapada con la animosidad que supuestos cristianos sentirán contra la verdad.
¿Qué curso deberán seguir los proponentes de la verdad? Tienen la palabra inmutable y eterna de Dios, y debieran manifestar el hecho de que poseen la verdad como está en Jesús. Sus palabras no debieran ser ásperas ni hirientes. En su presentación de la verdad deben manifestar el amor, la humildad y la dulzura de Cristo. Dejad que la verdad corte; la palabra de Dios es una aguda espada de doble filo que cortará y se abrirá paso hasta el corazón. Los que saben que tienen la verdad, no debieran emplear expresiones severas e hirientes, para no dar a Satanás la oportunidad de que su espíritu sea mal interpretado.
Como pueblo, debemos permanecer como lo hizo el Redentor del mundo. Cuando Cristo tuvo un rudo encuentro con Satanás sobre el cuerpo de Moisés, Cristo no quiso lanzarle una acusación hiriente. Había sido provocado en toda forma para que lo hiciera, pero Satanás quedó frustrado porque no pudo despertar en Cristo un espíritu de represalia. Satanás estaba listo para tergiversar todo lo que Jesús hacía; pero el Salvador no le daba ocasión ni la sombra de una excusa. No quiso apartarse del camino recto de la verdad para seguir los extravíos, los embustes, los rodeos y las prevaricaciones de Satán.
Leemos en la profecía de Zacarías que cuando Satán con toda su sinagoga se disponía a resistir las oraciones de Josué, el sumo sacerdote, y a resistir a Cristo, que estaba por favorecer a Josué, “dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrancado del incendio?” Zacarías 3:2. El proceder de Cristo al tratar aun con el mismo adversario de las almas, debiera ser un ejemplo para nosotros en nuestro trato con los demás, para que nunca lancemos una acusación hiriente contra nadie; mucho menos debiéramos tratar con dureza o severidad a los que podrían estar tan ansiosos de conocer el camino correcto como lo estamos nosotros mismos.
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Los que han sido educados en la verdad por precepto y ejemplo, debieran ser muy indulgentes con otros que no conocen las Escrituras, excepto por las interpretaciones que les han dado los ministros y miembros de iglesia, y que han recibido tradiciones y fábulas como si fueran la verdad bíblica. Quedan sorprendidos cuando alguien les presenta la verdad como realmente es; es una nueva revelación para ellos, y no pueden soportar que de buenas a primeras les sea presentada toda, en su asombroso esplendor. Todo es nuevo y extraño, y muy diferente de lo que habían oído de sus ministros y que los había inclinado a creer lo que éstos les habían dicho: que los adventistas son infieles y no creen en la Biblia. Presentemos la verdad como está en Jesús: línea sobre línea, precepto sobre precepto, un poquito aquí y un poquito allá.
Que los que escriben para nuestras revistas se abstengan de hacer declaraciones y alusiones hirientes que causarán perjuicio y se convertirán en estorbos y escollos para cumplir la obra que debiéramos hacer para alcanzar a todas las clases, incluyendo a los católicos. Nuestra obra consiste en decir la verdad con amor, sin mezclar con ella los elementos no santificados del corazón natural y sin hablar cosas que tienen el mismo sabor del espíritu poseído por nuestros enemigos. Todas las estocadas hirientes volveremos a recibirlas en doble medida cuando el poder pase a las manos de quienes puedan ejercerlo para producir daño. En repetidas ocasiones se me ha dado el mensaje según el cual no debemos decir ni una palabra, ni publicar una sola frase, especialmente contra las personalidades—a menos que sea positivamente indispensable para vindicar la verdad—, que excite a nuestros enemigos contra nosotros y despierte y exacerbe sus pasiones hasta el rojo vivo. Nuestra obra concluirá en breve, y pronto sobrevendrá sobre nosotros un tiempo de angustia como nunca se ha visto y del que apenas tenemos idea.
El Señor quiere que sus obreros lo representen a él, que es el gran Obrero Misionero. Las manifestaciones de imprudencia siempre causan daño. Las cualidades indispensables para la vida cristiana deben aprenderse diariamente en la escuela de Cristo. El que es descuidado en sus palabras habladas o escritas que serán oídas y leídas por el público, y propaga expresiones que jamás podrán recogerse, se está descalificando como obrero a quien se le puede confiar la obra sagrada que ha sido dada a los modernos seguidores de Cristo. Los que acostumbran a dar estocadas hirientes, están formando hábitos que se fortalecerán con la repetición, y de los cuales tendrán que arrepentirse.
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Debiéramos examinar cuidadosamente nuestros procedimientos y nuestro espíritu, para ver la manera como estamos haciendo la obra que Dios nos ha confíado y que afecta el destino de las almas. Sobre nosotros descansan las obligaciones más elevadas. Satanás está preparado y arde en celo para inspirar a toda la confederación de agentes satánicos, para inducirlos a unirse con hombres malos a fin de ocasionar a los creyentes de la verdad sufrimiento rápido e intenso. Cada palabra imprudente pronunciada por nuestros hermanos será aprovechada por el príncipe de las tinieblas.
Quisiera preguntar: ¿Cómo se atreven los seres humanos de inteligencia finita a hablar descuidadamente y pronunciar a la ventura palabras ofensivas que agitarán a las potencias infernales contra los santos de Dios, cuando ni el arcángel Miguel se atrevió a insultar a Satanás, sino que se limitó a decirle: “El Señor te reprenda”? Judas 9.
Será imposible para nosotros evitar dificultades y sufrimientos. Jesús dijo: “¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!” Mateo 18:7. Pero debido a que se producirán tropiezos, debiéramos tener cuidado de no excitar el temperamento natural de quienes no aman la verdad, pronunciando palabras imprudentes y manifestando un espíritu hiriente.
La inestimable verdad debe presentarse con su fuerza natural. Los errores engañosos que están muy difundidos, y que están llevando cautivo al mundo, tienen que ser expuestos. Se está efectuando todo esfuerzo posible para entrampar a las almas con razonamientos sutiles, para apartarlas de la verdad para que crean en fábulas y prepararlas con el fin de que acepten poderosos engaños. Pero mientras estas almas engañadas se apartan de la verdad para creer en el error, no les digáis una sola palabra de censura. Procurad mostrar a esas pobres almas engañadas el peligro que corren y manifestarles cuán ofensivo es su comportamiento hacia Jesucristo; pero hágase todo con piadosa ternura. Por medio de un trabajo adecuado, algunas de las almas que han sido entrampadas por Satanás podrán rescatarse de su poder. Pero no las culpéis ni las condenéis. Ridiculizar la posición adoptada por quienes se encuentran en el error no abrirá sus ojos enceguecidos ni los atraerá hacia la verdad.
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Cuando los seres humanos pierden de vista el ejemplo de Cristo y no imitan su método de enseñanza, se tornan autosuficientes y salen a enfrentarse con Satanás con sus propias armas. El enemigo sabe muy bien cómo volver las armas contra quienes las utilizan. Jesús pronunció únicamente palabras de absoluta verdad y justicia.
Si hubo alguna vez un pueblo que necesitara andar con humildad delante de Dios, es su iglesia, sus elegidos en esta generación. Todos necesitamos deplorar la torpeza de nuestras facultades intelectuales, el no haber apreciado debidamente nuestros privilegios y oportunidades. No tenemos nada de qué vanagloriarnos. Afligimos a nuestro Señor Jesús por nuestra aspereza y actuación que en nada se parece a la de Cristo. Debemos llegar a ser completos en él.
Es verdad que se nos ha ordenado: “Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado”. Isaías 58:1. Es necesario proclamar este mensaje; pero eso no significa que tengamos que herir, mortificar y condenar a quienes no tienen la luz que nosotros poseemos. No debiéramos ensañarnos en fustigar a los católicos. Entre los católicos hay cristianos concienzudos que andan en la luz que brilla sobre ellos, y Dios obrará en su favor. Los que han gozado de grandes privilegios y oportunidades, y que han fracasado en mejorar sus facultades físicas, mentales y morales, que han vivido para satisfacerse a sí mismos y que han rehusado cumplir sus responsabilidades, se encuentran en grave peligro y en mayor condenación delante de Dios que los que están en el error en cuestiones doctrinales, pero que procuran vivir para hacer bien a sus semejantes. No censuréis a los demás ni los condenéis.
Si permitimos que las consideraciones egoístas, los razonamientos falsos y las excusas erróneas induzcan en nosotros un estado mental y emocional pervertido, de manera que no distingamos el camino ni la voluntad de Dios, seremos mucho más culpables que el pecador que peca abiertamente. Debemos ser muy precavidos a fin de no condenar a aquellos que, delante de Dios, son menos culpables que nosotros mismos.
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Que todos recuerden que por ningún motivo debemos invitar la persecución. No debemos utilizar palabras duras y descomedidas. Mantenedlas fuera de todo artículo escrito, eliminadlas de todo discurso presentado. Que la palabra de Dios sea la que corte y reprenda; que los hombres finitos se oculten y moren en Jesucristo. Permitamos que se manifieste el espíritu de Cristo. Que todos manifiesten cuidado en sus palabras, para no inducir acerba oposición en los que no son de nuestra fe y para no dar a Satanás la oportunidad de utilizar las palabras imprudentes para colocar barreras en nuestro camino.
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Habrá un tiempo de tribulación como no ha existido desde que ha habido nación. Tenemos la responsabilidad de eliminar de todas nuestras presentaciones cualquier cosa que tenga sabor a desquite y a desafío, y que ataque iglesias o individuos, porque esto no es el camino ni el método de Cristo.
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El hecho de que el pueblo de Dios, que conoce la verdad, haya fracasado en el cumplimiento de su deber en conformidad con la luz presentada en la palabra de Dios, hace necesario que seamos sumamente precavidos, no sea que ofendamos a los que no son creyentes antes de haber oído las razones de nuestra fe con respecto al sábado y el domingo.
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Sección 8—Consejos oportunos
“He aquí yo vengo pronto: retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”.Apocalipsis 3:11.
La mayordomía fiel*
Cristo nos ha comprado por el precio de su propia sangre. Pagó el precio de compra por nuestra redención, y si nos aferramos del tesoro, éste será nuestro por el don gratuito de Dios.
“¿Cuánto debes a mi amo?” Lucas 16:5. Resulta imposible decirlo. Todo lo que tenemos proviene de Dios. Él pone su mano sobre nuestras posesiones y dice: “Yo soy el dueño legítimo de todo el universo; éstos son mis bienes. Consagradme los diezmos y las ofrendas. Al traer estos recursos especificados como señal de vuestra lealtad y sumisión a mi soberanía, mi bendición aumentará vuestros bienes y tendréis abundancia”.
Dios prueba a cada persona que afirma creer en él. A todos se les confían talentos. El Señor ha dado a los hombres sus recursos para que negocien con ellos. Los ha convertido en sus mayordomos, y ha colocado en su posesión dinero, casas y tierras. Todo esto debe considerarse como los bienes del Señor y usarse para promover su obra, para edificar su reino en el mundo. Al negociar con los bienes del Señor debemos pedirle sabiduría para no usar su legado sagrado a fin de glorificamos a nosotros mismos o para complacer nuestros impulsos egoístas. La cantidad confiada varía, pero los que tienen los dones más pequeños no deben sentir que debido a que su talento de recursos es demasiado pequeño, no pueden hacer nada con él.
Todo cristiano es un mayordomo de Dios que ha recibido sus recursos. Recordad las palabras: “Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel”. 1 Corintios 4:2. Asegurémonos de que no estamos robando a Dios ni siquiera en lo mínimo, porque este asunto es muy abarcante.
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Todas las cosas pertenecen a Dios. Los hombres pueden ignorar sus derechos. Mientras él derrama abundantemente sus bendiciones sobre ellos, pueden utilizar sus dones para su propia gratificación egoísta; pero serán llamados a rendir cuentas de su mayordomía.
Un mayordomo se identifica con su señor. Acepta las responsabilidades de un mayordomo y debe actuar en lugar de su señor y hacer lo que haría su señor si estuviera a cargo de la situación. Los intereses de su señor se convierten en los suyos. La posición de un mayordomo está revestida de dignidad porque su señor confía en él. Si en alguna cosa actúa egoístamente y se aprovecha de las ventajas obtenidas al negociar con los recursos de su señor, ha pervertido la confianza con que se lo ha investido.
El sostén del evangelio
El Señor ha hecho depender la proclamación del Evangelio de la obra y los dones voluntarios de todo su pueblo. El que anuncia el mensaje de misericordia a los hombres caídos también tiene otra obra: presentar al pueblo el deber de sostener con sus recursos la obra de Dios. Debe enseñarles que una parte de sus entradas pertenece a Dios y debe dedicarse a su obra como algo sagrado. Debiera presentar esta lección mediante la palabra y el ejemplo; debiera cuidar de no debilitar la fuerza de su enseñanza a causa de su propio comportamiento.
Lo que ha sido separado de acuerdo con las Escrituras porque pertenece al Señor constituye la ganancia del Evangelio, de modo que ya no nos pertenece. La persona que toma de la tesorería de Dios con el fin de servirse a sí mismo o para servir a otros en sus negocios seculares, comete un sacrilegio. Algunos han cometido la falta de desviar del altar de Dios lo que le había sido dedicado en forma especial. Todos debieran considerar este asunto en la debida luz. Que nadie, cuando se encuentra en necesidad, tome dinero que ha sido dedicado a un propósito religioso, para usarlo con fines personales, ni tranquilice su conciencia diciéndose que lo pagará en el futuro. Es mejor que disminuya sus gastos hasta emparejarlos con sus entradas, que restrinja sus necesidades y viva dentro de sus recursos, que emplear el dinero del Señor en propósitos seculares.
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El uso del diezmo
Dios ha dado instrucciones especiales para el uso del diezmo. No quiere que su obra se vea estorbada por la falta de recursos. Para evitar que la obra se haga en forma descuidada y se cometan errores, ha presentado claramente cuál es nuestro deber en relación con estos puntos. La porción que Dios se ha reservado no debe desviarse para ningún otro propósito que no sea el que él ha especificado. Que nadie se sienta con derecho a retener el diezmo para usarlo de acuerdo con su propio juicio. No deben usarlo con fines personales en caso de una emergencia, ni dedicarlo a un fin específico, aun en lo que consideren que es la obra del Señor.
El ministro, por medio de la palabra y el ejemplo, debe enseñar a la gente a considerar el diezmo como algo sagrado. No debe pensar que, por ser ministro, puede retener el diezmo y usarlo siguiendo los dictados de su juicio personal. No le pertenece. No puede tomarse la libertad de dedicar para sí mismo lo que piensa que le corresponde. No debe apoyar ningún plan para desviar de su uso legítimo el uso de los diezmos y las ofrendas que han sido dedicados a Dios. Deben colocarse en su tesorería y destinarse para su servicio, tal como él lo ha establecido.
Dios desea que sus mayordomos sigan con exactitud las disposiciones divinas. No deben desvirtuar los planes de Dios efectuando alguna obra de caridad, haciendo una donación o dando una ofrenda cuando ellos, los agentes humanos, lo vean conveniente. Es un procedimiento muy pobre intentar mejorar los planes de Dios e inventar un substituto, y luego promediar las donaciones hechas como resultado de buenos impulsos ocasionales y compararlas con los requerimientos del Señor. Dios pide que todos respeten sus disposiciones. Ha dado a conocer su plan, y todos los que colaboran con él deben promover ese plan en lugar de atreverse a tratar de mejorarlo.
El Señor instruyó a Moisés: “Y mandarás a los hijos de Israel que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado, para hacer arder continuamente las lámparas”. Éxodo 27:20. Esta debía ser una ofrenda continua, para que la casa de Dios estuviera debidamente provista con lo que se necesitaba para su servicio. Su pueblo de la actualidad debe recordar que la casa de culto es propiedad del Señor y que se debe cuidar escrupulosamente. Pero los fondos para este fin no deben proceder del diezmo.