Testimonios para la Iglesia, Vol. 9, p. 208-214, día 473

Unidad en la diversidad

Por otro lado, los dirigentes del pueblo de Dios deben precaverse contra el peligro de condenar los métodos de los obreros que sean inducidos individualmente por el Señor a hacer una obra especial que muy pocos están preparados para hacer. Sean los hermanos que llevan responsabilidad lentos para criticar cualquier actuación que no armonice perfectamente con sus métodos de labor. Nunca deben suponer que todo plan debe reflejar su propia personalidad. No teman confiar en los métodos de otro; porque al privar de su confianza a un colaborador que, con humildad y celo consagrado, está haciendo una obra especial de la manera señalada por Dios, retardan el progreso de la causa del Señor.

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Dios puede emplear a los que no han recibido educación cabal en las escuelas de los hombres, y los empleará. Dudar de su poder para hacer esto, es manifestar incredulidad; es limitar el poder omnipotente de Aquel para quien nada es imposible. ¡Ojalá que se vea menos de esta cautela desconfiada e inoportuna! Deja sin uso muchas fuerzas de la iglesia; cierra el camino de modo que el Espíritu Santo no puede emplear a los hombres; mantiene en la ociosidad a los que anhelan dedicarse a las actividades de Cristo, disuade de entrar en la obra a muchos que llegarían a ser obreros eficientes con Dios si se les diese una oportunidad justa.

Para el profeta, las ruedas que había dentro de otras ruedas y la apariencia de los seres vivos que estaban relacionados con ellas, eran cosas intrincadas e inexplicables. Pero se ve la mano de la Sabiduría Infinita entre las ruedas y un orden perfecto es el resultado de su obra. Cada rueda, dirigida por la mano de Dios, obra en perfecta armonía con toda otra rueda. Se me ha mostrado que los instrumentos humanos propenden a procurar demasiado poder y a tratar de controlar ellos mismos la obra. Excluyen demasiado de sus métodos y sus planes al Señor Dios, el poderoso Artífice, y no le confían todo lo relativo al progreso de la obra. Nadie debe imaginarse por un momento siquiera que puede manejar las cosas que pertenecen al gran YO SOY. En su providencia Dios está preparando un camino para que la obra pueda ser hecha por los agentes humanos. Por lo tanto, esté cada uno en su puesto del deber, para desempeñar su parte en este momento, sabiendo que Dios es su instructor.

La Asociación General

Se me ha indicado muchas veces que ningún hombre debe renunciar a su juicio para ser dominado por el de cualquier otro hombre. Nunca debe considerarse que la mente de un hombre o la de unos pocos hombres se basta en sabiduría y poder para controlar la obra y decir qué planes deben seguirse. Pero cuando en una sesión de la Asociación General se expresa el juicio de los hermanos congregados de todas partes del campo, la independencia y el juicio particulares no deben sostenerse con terquedad, sino entregarse. Nunca debe un obrero tener por virtud el persistir en una actitud independiente contra la decisión del cuerpo general.

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A veces, cuando un pequeño grupo de hombres encargados del manejo general de la obra procuró ejecutar en nombre de la Asociación General planes imprudentes y restringir la obra de Dios, he dicho que ya no podía considerar voz de Dios la de la Asociación General representada por estos pocos individuos. Pero esto no es decir que no deben respetarse las decisiones de un congreso de la Asociación General compuesto de una asamblea de personas debidamente nombradas por representantes de todas partes del campo. Dios ordenó que tengan autoridad los representantes de su iglesia de todas partes de la tierra, cuando están reunidos en el congreso de la Asociación General. El error que algunos se hallan en peligro de cometer estriba en dar a la mente y al juicio de un solo hombre o de un pequeño grupo de hombres, la plena medida de autoridad e influencia que Dios ha conferido a su iglesia, en el juicio y la voz de la Asociación General congregada para planear la prosperidad y el progreso de su obra.

Cuando este poder con que Dios invistió a la iglesia se concede totalmente a un individuo, y él asume la autoridad de ser juicio para otras mentes, entonces se trastroca el verdadero orden bíblico. Los esfuerzos que haría Satanás para influir sobre la mente de un hombre tal serían muy sutiles y a veces casi abrumadores, porque el enemigo alentaría la esperanza de poder afectar a muchos otros por su intermedio. Demos a la más alta autoridad organizada de la iglesia aquello que nos inclinamos a dar a un individuo o a un grupo reducido de personas.

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La distribución de responsabilidades*

Dios quiere que su pueblo sea inteligente. Ha dispuesto las cosas de tal manera que hombres escogidos sean enviados como delegados a nuestros congresos. Esos hombres deben ser probados, gente digna de confianza. La elección de delegados para asistir a nuestros congresos es un asunto importante. Ellos son los que deben hacer planes que serán adoptados para el adelanto de la obra; por consiguiente deben ser inteligentes, capaces de razonar de causa a efecto.

“Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde. Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde? Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes. Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo. Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo, y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte y también todo este pueblo irá en paz a su lugar.” Y oyó Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo. Escogió Moisés varones de virtud de entre todo Israel, y los puso por jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta, y sobre diez. Y juzgaban al pueblo en todo tiempo. El asunto difícil lo traían a Moisés, y ellos juzgaban todo asunto pequeño”. Éxodo 18:13-26.

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En el primer capítulo de los Hechos, se nos dan igualmente instrucciones en cuanto a la elección de los obreros que deben llevar responsabilidades en la iglesia. La traición de Judas había dejado una vacante en las filas de los apóstoles, y era necesario elegir un reemplazante. Pedro se expresó de esta manera:

“Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección. Y señalaron a dos: a José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías. Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido, para que tome la parte de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar. Y les echaron suertes, y la suerte cayó sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles”. Hechos 1:21-26.

Estos pasajes nos enseñan que el Señor destina a ciertos hombres para ocupar puestos determinados. Enseñará a su pueblo a usar de circunspección y a elegir juiciosamente a hombres que no traicionarán los cometidos sagrados. Si en los días de Cristo era necesario que los creyentes usasen de prudencia para la elección de los hombres que habían de asumir las responsabilidades, cuánto mayor será en este tiempo nuestra necesidad de obrar con gran discreción. Debemos presentar a Dios cada caso, y en oración ferviente pedir al Señor que elija por nosotros.

El Dios del cielo ha escogido a hombres de experiencia para llevar las responsabilidades de su causa. Esos hombres han de ejercer una influencia especial. Si se concede a todos el poder dado a esos hombres escogidos, habrá que hacer un alto. Los que son elegidos para llevar cargas en la causa de Dios no deben mostrarse imprudentes, ni llenos de confianza en sí mismos, ni tampoco egoístas. Nunca deben su influencia y su ejemplo estimular el mal. El Señor no permitió jamás a nadie, sea hombre o mujer, que presente ideas que quiten a la obra su carácter sagrado e introduzcan en ella un sentimiento de vulgaridad. La obra de Dios debe volverse más y más sagrada a la vista de su pueblo. Por todos los medios posibles, los que han sido puestos como sobreveedores de la obra de Dios en nuestras instituciones deben dar siempre preeminencia a la voluntad y el camino de Dios. La salud de la obra en general depende de la fidelidad de los hombres designados para hacer cumplir la voluntad divina en las iglesias.

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Deben confiarse los cargos a individuos que quieran adquirir una experiencia más vasta, no en lo que concierne a lo suyo, sino en lo referente a las cosas de Dios, un conocimiento más amplio del carácter de Cristo. Cuanto mejor conozcan a Cristo, más fielmente le representarán en el mundo. Deben escuchar su voz y prestar atención a sus palabras.

Una amonestación

“Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo, que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras.

“Y tú, Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti.

“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Mateo 11:20-30.

Siempre hay seguridad en ser manso, humilde y compasivo; pero a la vez se debe ser firme como la roca en lo que concierne a las enseñanzas de Cristo. Hay que sujetarse estrictamente a sus enseñanzas. No hay que perder de vista una sola de sus palabras. La verdad permanece para siempre. No debemos confiar en mentira o simulación alguna. Los que lo hagan hallarán que ello cuesta la vida eterna. Debemos hacer sendas rectas para nuestros pies, no sea que el cojo se extravíe. Cuando los cojos se alejan del camino seguro, ¿a quién hay que culpar sino a aquellos que los han engañado? Anularon el consejo de Aquel cuyas palabras son vida eterna, para seguir las obras engañosas que tienen por autor al padre de la mentira.

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Tengo algo que decir a todos los que creen poder educarse en Battle Creek. El Señor aniquiló las dos mayores de nuestras instituciones establecidas en Battle Creek [el sanatorio y la casa editora Review and Herald], y nos ha enviado una amonestación tras otra, así como antaño Cristo amonestó a Betsaida y Capernaúm. Conviene prestar la mayor atención a cada palabra que sale de la boca de Dios. No se puede, sin pecado, apartarse de las Palabras de Cristo. El Salvador insta a los extraviados a que se arrepientan. Los que humillen su corazón y confiesen sus pecados, recibirán el perdón. Sus transgresiones serán perdonadas. Pero el hombre que piensa que es una debilidad de su parte confesar sus pecados, no obtendrá el perdón ni verá a Cristo como su Redentor, pues perseverará en la transgresión y cometerá una tras otra y añadirá pecado tras pecado. ¿Qué hará el tal hombre cuando los libros sean abiertos y cada uno sea juzgado según lo que estuviere escrito en ellos?

El quinto capítulo de Apocalipsis debe estudiarse detenidamente. Es de la mayor importancia para los que han de desempeñar una parte en la obra de Dios en estos últimos días. Algunos están engañados. No se percatan de lo que está por suceder en la tierra. Son víctimas de un error fatal los que se han dejado confundir en lo que concierne a la naturaleza del pecado. A menos que hagan un cambio decisivo, serán hallados faltos cuando Dios pronuncie sus sentencias sobre los hijos de los hombres. Habiendo transgredido la ley y quebrantado el pacto eterno, recibirán un galardón correspondiente a sus obras.

Hay sólo dos clases

“Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?’ Apocalipsis 6:12-17.

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“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual ninguno podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero… Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre, ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos”. Apocalipsis 7:9-17.

En estos pasajes se nos presentan dos categorías de personas. Unas se han dejado seducir y han tomado posición con los enemigos del Señor. Interpretaron erróneamente los mensajes que les fueran dirigidos y se revistieron de su propia justicia. A sus ojos, el pecado no era pecaminoso. Enseñaron mentiras en vez de la verdad y extraviaron a muchas almas.

Ahora debemos vigilarnos a nosotros mismos. Se nos han dirigido advertencias. ¿No podemos ver el cumplimiento de las predicciones de Cristo contenidas en el capítulo 21 de Lucas? ¿Cuántos son los que estudian las palabras del Señor? ¿Cuántos hay que se engañan a sí mismos y se privan de las bendiciones reservadas a los que creen y obedecen? El tiempo de gracia se prolonga todavía, y se nos ofrece la posibilidad de apropiarnos de la esperanza que el Evangelio nos presenta. Arrepintámonos, convirtámonos y abandonemos nuestros pecados, para que sean borrados. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez, y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del hombre”. Lucas 21:33-36.

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