Testimonios para la Iglesia, Vol. 9, p. 215-222, día 474

¿No prestaremos atención a las advertencias de Cristo? ¿No nos arrepentiremos sinceramente mientras que la dulce voz de la misericordia se deja oír todavía?

“Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Pero sabed esto, que si el padre de la familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que no pensáis. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo, al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá. Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos; vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes”. Mateo 24:42-51.

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En humildad y fe*

Me han sido dadas instrucciones especiales para el pueblo de Dios; porque nos esperan tiempos peligrosos. El espíritu de destrucción y de violencia aumenta en el mundo. Y en la iglesia, el poder humano se vuelve predominante; aquellos a quienes se han confiado posiciones de confianza piensan que tienen derecho a dominar.

Los hombres a quienes el Señor llama para ocupar cargos importantes en su obra deben cultivar un sentimiento de humilde dependencia de él. No deben tratar de abarcar demasiada autoridad; porque Dios no los ha llamado a dominar, sino a hacer planes en cooperación con sus compañeros de labor. Todo obrero debe considerarse sujeto a los requerimientos y las instrucciones de Dios.

Consejeros sabios

En vista de la importancia que tiene la obra en el sur de California y la incertidumbre que origina, debiera elegirse por lo menos a cinco hombres dotados de sabiduría y experiencia para consultar con los presidentes de las asociaciones locales y de las uniones en cuanto a planes y métodos. El Señor no aprueba la tendencia manifestada por algunos, de querer regentar a los que tienen una experiencia mayor que la suya propia. Por esta manera de proceder, algunos han demostrado que no son aptos para ocupar el puesto importante en que están. Todo ser humano que procura asumir atribuciones desmedidas y dominar a sus semejantes demuestra que sería peligroso confiarle responsabilidades religiosas.

Nadie se aferre a la idea de que no debiera emprenderse actividad alguna que exija recursos a menos de tener disponible el dinero necesario. Si en lo pasado hubiésemos seguido siempre este método, a menudo habríamos perdido ventajas considerables, tales como las obtenidas al comprar la propiedad de la escuela de San Fernando, o las de los sanatorios de Paradise Valley, de Glendale y de Loma Linda.

Hay que ir adelante

No siempre es lo más juicioso negarse a emprender algo que demande grandes gastos porque no se dispone del dinero necesario para terminar el negocio. En la edificación de su obra, el Señor no siempre allana el camino delante de sus siervos. A veces prueba la confianza de su pueblo haciéndole avanzar por fe. A menudo lo pone en situaciones difíciles y críticas, y le ordena avanzar cuando ya sus pies parecen tocar las aguas del mar Rojo. Es en ocasiones semejantes, mientras sus siervos elevan oraciones a él con fervor y fe, cuando él abre la vía delante de ellos y los conduce a lugares espaciosos.

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El Señor quiere que su pueblo actual esté convencido de que hará por él cosas tan grandes como las que hizo en favor de los hijos de Israel durante su viaje de Egipto a Canaán. Debemos tener una fe bien fundada, que no vacile en seguir los mandatos del Señor en los momentos difíciles. “¡Adelante!” Tal es la orden que Dios da a su pueblo.

La ejecución de los planes del Señor exige fe y gozosa obediencia. Cuando él señala la necesidad de establecer la obra en lugares donde podrá ejercer influencia, se debe andar y obrar por la fe. Por su conducta piadosa, su humildad, sus oraciones y esfuerzos fervientes, los hermanos deben luchar por inducir a la gente a apreciar la buena obra que el Señor ha establecido en su medio. Era propósito del Señor que el sanatorio de Loma Linda pasase a ser propiedad de nuestro pueblo; y lo realizó en un momento cuando los torrentes de las dificultades desbordaban de su cauce.

Cuando se trata de atender a los intereses personales, los hombres pueden seguir su propio juicio. Pero el adelanto de la obra del Señor en la tierra es algo muy distinto. Cuando él indica que la compra de una propiedad determinada es necesaria para el progreso de su causa y la edificación de su obra, ya se trate de un sanatorio, de una escuela o de cualquier otra institución, él hará su adquisición posible si los que tienen experiencia muestran su fe y su confianza en sus planes, y obran con prontitud para aprovechar las ventajas cuando ellas se nos ofrecen, a fin de poder hacer planes para la edificación de la obra. Después de esto debemos dedicar todas nuestras energías a obtener del pueblo de Dios ofrendas voluntarias para sostener esas nuevas instalaciones.

A menudo, el Señor ve a sus siervos en la incertidumbre con respecto a lo que deben hacer. En tales momentos, les revelará su voluntad si ponen en él su confianza. De aquí en adelante, la obra de Dios debe avanzar rápidamente; y si su pueblo quiere responder a su llamamiento, él hará que las personas pudientes den voluntariamente de sus recursos, a fin de facilitar la terminación de su obra en la tierra. “Es pues la fe la substancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven”. Hebreos 11:1. Si su pueblo confía en su Palabra, Dios lo pondrá en posesión de propiedades que le permitirán trabajar en las grandes ciudades que están esperando el mensaje de la verdad.

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La frialdad, el formalismo y la incredulidad con que algunos obreros hacen su trabajo constituye una grave ofensa contra el Espíritu de Dios. El apóstol Pablo dice: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin culpa en medio de la nación maligna y perversa, entre los cuales resplandecéis como luminares en el mundo; reteniendo la palabra de vida para que yo pueda gloriarme en el día de Cristo, que no he corrido en vano, ni trabajado en vano. Y aun si soy derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y congratulo por todos vosotros”. Filipenses 2:14-17.

Debemos animarnos mutuamente en esa fe viva que Cristo ha hecho accesible a todo creyente. La obra debe hacerse a medida que el Señor prepara el camino. Cuando conduce a los suyos por lugares difíciles, tienen la ventaja de poder reunirse para orar, recordando que todas la cosas vienen de Dios. Aquellos a quienes no les ha tocado todavía su parte en las vicisitudes que acompañan a la obra en estos últimos días, pronto tendrán que pasar por escenas que probarán fuertemente su confianza en Dios. Cuando su pueblo no percibe ninguna salida, y tiene delante de sí el Mar Rojo y a sus espaldas un ejército que lo persigue, el Señor le dice: “¡Adelante!” Obra así para probar su fe. Cuando os confronten tales circunstancias, id adelante, confiando en Jesús. Andad paso a paso en el camino que os señala. Os sobrevendrán pruebas, pero id adelante. Adquiriréis así una experiencia que confirmará vuestra fe en Dios y os hará idóneos para servirle más fielmente.

El ejemplo de Cristo

El pueblo de Dios debe adquirir una experiencia más profunda y más vasta en las cosas religiosas. Jesús es nuestro ejemplo. Si, mediante una fe viva y una santificada obediencia a la Palabra de Dios, manifestamos el amor y la gracia de Cristo, si mostramos que tenemos un concepto correcto de las dispensaciones providenciales por cuyo medio Dios dirige su obra, manifestaremos al mundo un poder convincente. No es un puesto destacado lo que nos da valor a los ojos de Dios. El hombre se mide por su consagración y fidelidad en el cumplimiento de la voluntad divina. Si el pueblo remanente de Dios quiere andar en humildad y fe, Dios ejecutará por medio de él su plan eterno, haciéndole capaz de trabajar en armonía, para dar al mundo la verdad tal cual es en Jesús. El se valdrá de todos—hombres, mujeres y niños—para hacer brillar la luz sobre el mundo y sacar de su medio un pueblo fiel a sus mandamientos. Por medio de la fe que su pueblo deposita en él, Dios mostrará al mundo que él es el Dios verdadero, el Dios de Israel.

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“Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo—nos exhorta el apóstol Pablo—; para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio, y en nada intimidados por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de salvación; y esto de Dios; porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él…”

Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo; si algún consuelo de amor; si alguna comunión del Espíritu; si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filipenses 1:27-29; 2:1-13.

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Se me ha encargado que dirija estas palabras a nuestros hermanos y hermanas del sur de California. Son necesarias en todo lugar donde haya una iglesia establecida, porque un espíritu extraño se ha introducido en nuestro medio.

Tiempo es de que los hombres humillen su corazón delante de Dios y aprendan a trabajar según los métodos de él. Los que han procurado dominar a sus compañeros de labor deben darse cuenta de qué espíritu están animados. Con el alma humillada, deberían buscar al Señor con ayuno y oración.

En el curso de su vida terrenal, Cristo dio un ejemplo que cada uno puede seguir con toda seguridad. El ama a su rebaño y no quiere que señoree sobre él poder alguno que restrinja su libertad en el servicio que le rinde. Nunca comisionó él a nadie para dominar su heredad. La verdadera religión bíblica da por fruto el dominio propio y no el dominio de uno por el otro. Como pueblo, necesitamos una medida mayor del Espíritu Santo, a fin de que podamos, sin orgullo, anunciar el mensaje solemne que Dios nos ha confiado.

Hermanos, reservad para vosotros mismos vuestras palabras de censura. Enseñad al rebaño de Dios a mirar a Cristo, y no al hombre falible. Toda alma que llega a enseñar la verdad debe llevar en su propia vida los frutos de la santidad. Al mirar a Jesús y al seguirle, presentará a las almas que le son confiadas un ejemplo de lo que debe ser un cristiano verdadero, dispuesto a aprender. Dejad a Dios enseñaros sus caminos. Inquirid de él cada día para conocer su voluntad. El dará consejos infalibles a cuantos le busquen con corazón sincero. Andad de una manera digna de la vocación a la que habéis sido llamados, alabando a Dios, tanto por vuestra conducta diaria, como por vuestras oraciones. De esta manera, enalteciendo la Palabra de vida, constreñiréis a otras almas a seguir a Cristo.

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Una dirección bien equilibrada*

Esta mañana no hallo reposo. Estoy inquieta con respecto a la situación que existe en el sur de California. Dios ha asignado a cada uno su tarea; pero hay quienes no consideran con oración su responsabilidad individual.

Cuando un obrero es elegido para un puesto, ese puesto de por sí no le confiere las capacidades que antes no poseía. Un puesto eminente no basta para impartir al carácter las virtudes cristianas. El que se imagina poder por si solo trazar los planes para todos los ramos de la obra, demuestra gran falta de sabiduría. Ninguna mente humana es capaz de desempeñar las numerosas y variadas responsabilidades de una asociación que incluye a miles de miembros y muchos ramos de actividad.

Pero se me ha señalado un peligro aún mayor, a saber una idea que se ha ido difundiendo entre nuestros obreros, según la cual los predicadores y otros empleados de la causa deben dejar a algunos jefes el cuidado de definir sus deberes. No deben considerarse la inteligencia y el juicio de un hombre como suficientes para dirigir y modelar una asociación. Tanto el individuo como la iglesia tienen cada cual sus obligaciones. Dios ha dado a cada uno el uso de uno o varios talentos. Al hacer uso de esos talentos, uno se vuelve más útil para servir. Dios ha dado entendimiento a cada individuo, y quiere que sus obreros empleen y desarrollen ese don. El presidente de una asociación no debe pensar que su juicio personal ha de regir el de los demás.

En ninguna asociación deben introducirse precipitadamente proposiciones sin dejar a los hermanos el tiempo de examinar atentamente cada uno de los aspectos del asunto. Se ha pensado algunas veces que por haber sugerido el presidente algunos planes, no había lugar para consultar al Señor al respecto. De este modo, se aceptaron proposiciones que no eran para el bien espiritual de los creyentes, y entrañaban consecuencias de mayor alcance que el aparente en el primer examen. Tales maniobras no son conforme al orden divino. Se han presentado y votado muchísimos asuntos que implicaban mucho más de lo que se anticipaba y de lo que los votantes hubiesen concedido si se hubiesen tomado el tiempo de examinar el asunto desde todos los puntos de vista.

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En este tiempo, no podemos ser descuidados o negligentes en la obra de Dios. Cada día debemos buscar al Señor con fervor, si queremos prepararnos para las pruebas que nos esperan. Nuestros corazones deben ser limpiados de todo sentimiento de superioridad, y los principios vivos de la verdad deben ser implantados en el alma. Los jóvenes y los ancianos, así como las personas de edad madura, deben practicar ahora las virtudes del carácter de Cristo. Cada día deben desarrollarse espiritualmente para llegar a ser vasos de honra en el servicio del Maestro.

“Y aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar como también Juan enseñó a sus discípulos”. Lucas 11:1. La oración que Jesús pronunció en respuesta a este pedido no es ampulosa, sino que expresa con sencillez las necesidades del alma. Es corta, y se refiere directamente a las necesidades cotidianas.

Cada alma tiene el privilegio de presentar al Señor sus necesidades particulares y de ofrecer sus acciones de gracias personales por los beneficios que recibe cada día. Pero las numerosas oraciones largas, sin vida y sin fe que se ofrecen a Dios, en vez de ser un gozo para él le son una carga. ¡Oh, cuánto necesitamos corazones puros, corazones convertidos! Necesitamos que nuestra fe se fortalezca. “Pedid, y se os dará”, tal es la promesa del Salvador. “Buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Mateo 7:7. Debemos acostumbramos a confiar en su Palabra y a añadir a todas nuestras obras la luz y la gracia de Cristo. Debemos asirnos de Cristo y aferrarnos a él hasta que el poder transformador de su gracia sea manifestado en nosotros. Necesitamos tener fe en Cristo si queremos reflejar el carácter divino.

Cristo revistió su divinidad con nuestra humanidad, y llevó una vida de oración y abnegación, sosteniendo cada día una lucha contra la tentación, a fin de poder socorrer a los que hoy son tentados. El es nuestra eficacia y poder. Quiere que la humanidad, al apropiarse su gracia, participe de su naturaleza divina, y así huya de la corrupción que reina en el mundo por la concupiscencia. La palabra de Dios contenida en el Antiguo Testamento y el Nuevo, estudiada con fidelidad y recibida en la vida, comunicará sabiduría y vida espirituales. Debe amársela con un amor sagrado. La fe en la Palabra de Dios, y el poder transformador de Cristo, capacitan al creyente para realizar sus obras y para vivir gozosamente en el Señor.

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