Testimonios para la Iglesia, Vol. 9, p. 82-88, día 457

En Portland, Maine; en Boston y las ciudades circundantes; en Nueva York y las populosas ciudades cercanas; en Filadelfia, Baltimore y Washington, el Señor desea que proclamemos con poder el mensaje del tercer ángel. No podemos ejercer ese poder por nosotros mismos, pero podemos escoger hombres capaces e instarlos a aprovechar las oportunidades y proclamar el mensaje con el poder del Espíritu Santo. Debemos trazar planes para enviar a esas ciudades hombres capaces que puedan presentar el mensaje del tercer ángel en una forma tan definida que lo haga penetrar hasta el corazón de la gente. No podemos danos el lujo de colocar a hombres de esta clase en un solo lugar para que hagan la obra que otros podrían hacer.

Y mientras esos obreros hablen de la verdad, la pongan en práctica y oren por su progreso, Dios conmoverá los corazones. Si trabajan con todo el poder que Dios les concede, con un corazón humilde y confiado enteramente en él, sus labores no quedarán sin fruto. Los esfuerzos resueltos hechos con el propósito de comunicar a las almas el conocimiento de la verdad para nuestra época serán secundados por los santos ángeles, y muchas almas se salvarán.

Liberalidad en la obra misionera

Los Estados del sur deben recibir la luz de la verdad presente. No digáis: “Nuestras imprentas y nuestras iglesias necesitan más ayuda. Necesitamos todos los recursos disponibles para continuar la obra emprendida”. Uno tras otro, se ha visto a los hermanos rehusar subvenciones a ciertos ramos de la actividad misionera, por temor de que fuesen consumidos los recursos que ellos destinaban a otras empresas. Hermanos míos, necesitáis una mayor medida del Espíritu de Cristo. Colocad vuestro ideal más alto; entonces los que acaban de abrazar la verdad verán que tienen una obra que hacer. Así aumentarán siempre los recursos para hacer progresar la obra.

¿Podemos esperar que los habitantes de las ciudades vengan a decirnos: “Si vienen a enseñarnos, les ayudaremos de tal modo”? ¿Qué saben ellos del mensaje? Hagamos nuestra parte en amonestar a esa gente que está a punto de perecer sin haber sido advertida ni salvada. El Señor desea que nuestra luz brille de tal manera delante de los hombres, que su Espíritu Santo pueda comunicar la verdad a los corazones sinceros que buscan a Dios.

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Al hacer esta obra, veremos los recursos entrar en nuestras arcas, y tendremos suficientes fondos para dar a nuestra obra una expansión mayor. Entonces serán traídas a la verdad personas ricas que estarán dispuestas a dar de sus recursos para el adelantamiento de la obra de Dios. Se me ha indicado que hay grandes riquezas en las ciudades donde aún no se ha trabajado. Dios tiene allí personas interesadas. Id a buscarlas; enseñadles como Cristo enseñaba; dadles la verdad. La aceptarán. Y tan seguramente como que se convertirán almas sinceras, consagrarán sus riquezas al servicio del Señor y veremos un aumento de recursos.

¡Ojalá pudiésemos ver las necesidades de esas ciudades como Dios las ve! En un tiempo como éste, cada mano debe encontrar ocupación. ¡El Señor viene; el fin se acerca; sí, se aproxima apresuradamente! Dentro de poco, no podremos trabajar tan libremente como ahora. Escenas terribles nos esperan y debemos hacer con apresuramiento lo que nos falta.

Un motivo para servir

En el transcurso de una de las últimas noches, fui despertada de mi sueño y vi los padecimientos que Cristo tuvo que soportar en favor de los hombres. Su sacrificio, las burlas y los insultos que recibió de parte de los malvados, su agonía en Getsemaní, la traición y la crucifixión: todo esto me fue mostrado vívidamente.

Vi a Cristo en medio de un gran concurso de gente. Procuraba grabar sus enseñanzas en las mentes. Pero era menospreciado y rechazado. Los hombres le abrumaban de injurias e ignominia. Este espectáculo me produjo gran angustia. Rogué así a Dios: “¿Qué le sucederá a esta congregación? ¿Será posible que en la muchedumbre nadie renuncie a la elevada opinión que tiene de sí mismo para buscar al Señor como un niño? ¿Ninguno quebrantará su corazón delante de Dios por medio del arrepentimiento y la confesión?”

Luego vi la agonía de Cristo en el huerto de Getsemaní, cuando la copa misteriosa temblaba en la mano del Redentor. Rogó: “Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso; empero no como yo quiero, sino como tú”. Mateo 26:39. Mientras suplicaba a su Padre, grandes gotas de sangre rodaban por su cara y caían en el suelo. Las potestades de las tinieblas se congregaban alrededor de él para desanimarlo.

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Levantándose del suelo, volvió adonde estaban sus discípulos a los que había recomendado que velasen y orasen con él, por temor a que fuesen presa de la tentación. El quería cerciorarse de si comprendían su agonía; experimentaba la necesidad de simpatía humana. Pero los halló dormidos. Por tres veces fue a ellos y cada vez los encontró durmiendo.

Por tres veces el Salvador pronunció la oración: “¡Padre mío, si es posible pase de mí este vaso!” Fue entonces cuando el destino de un mundo perdido tembló en la balanza. Si Cristo hubiese rehusado beber la copa, el resultado habría sido la ruina eterna de la humanidad. Pero un ángel del cielo fortaleció al Hijo de Dios para que aceptara y bebiera la amarga copa.

¡Cuán pocos hay que se den cuenta de que todo eso ha sido sobrellevado para ellos personalmente! ¡Cuán pocos razonan de esta manera: “Esto fue hecho por mí, a fin de que yo pueda formar un carácter digno de la vida eterna”!

Mientras estas cosas me eran presentadas de una manera tan vivida, me decía a mí misma: “Nunca podré exponer este asunto tal como es”; y sólo os he dado una débil descripción de lo que se me permitió ver. Al pensar en la copa que tembló en la mano del Salvador; al comprender que hubiese podido negarse a beberla y dejar al mundo perecer en su pecado, hice la decisión de consagrar todas las energías de mi ser a ganar almas para él.

Cristo vino al mundo para sufrir y morir, a fin de que, por la fe en él y apropiándonos sus méritos, llegásemos a colaborar con Dios. El designio del Salvador era que una vez que él hubiese subido al cielo, para allí interceder en favor de los seres humanos, sus discípulos continuasen la obra emprendida por él. ¿No se preocuparán los hombres por dar el mensaje a los que moran en tinieblas? Hay quienes están listos para ir hasta los extremos de la tierra, a llevar a los hombres la luz de la verdad; pero Dios quiere que toda alma que conozca la verdad se esfuerce por infundir a otros el amor a la verdad. ¿Cómo podremos ser estimados dignos de entrar en la ciudad de Dios si no estamos dispuestos a realizar verdaderos sacrificios para salvar a las almas que están por perecer?

Cada uno de nosotros tiene una obra individual que cumplir. Yo sé que son muchos los que se colocan en la debida relación con Cristo y sólo piensan en presentar al mundo el mensaje de la verdad presente. Siempre están dispuestos a ofrecer sus servicios. Pero mi corazón se entristece cuando veo a tantos que se contentan con una vida cristiana empobrecida, y que apenas requiere débiles esfuerzos de su parte. Por sus vidas declaran que para ellos Cristo murió en vano.

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Si no consideráis como honroso participar de los sufrimientos de Cristo, si vuestro corazón no se siente oprimido con el pensamiento de las almas que van a perecer, si no estáis dispuestos a realizar sacrificios con el fin de ahorrar dinero que la obra necesita, no habrá lugar para vosotros en el reino de Dios. A cada paso necesitamos participar de los sufrimientos de Cristo y de su abnegación. El espíritu de Dios debe descansar sobre nosotros y conducirnos constantemente por el camino del sacrificio.

Preparaos

“Y he aquí, yo vengo presto, -dice el Señor-, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según fuese su obra”. Apocalipsis 22:12. A su venida, él examinará cada talento, y exigirá los intereses de los capitales que nos confiara. Por su propia humillación y agonía, por su vida de trabajo y su muerte ignominiosa, Jesús pagó ya los servicios de quienquiera que lleve su nombre y profese ser su siervo. Cada uno tiene el deber solemne de emplear todas sus facultades para ganar almas para él. “No sois vuestros -dice él—. Porque comprados sois por precio”. 1 Corintios 6:19, 20. Glorificad, pues, a Dios por una vida de servicio que hará pasar a los hombres y mujeres del pecado a la justicia. Hemos sido comprados al precio de la vida de Cristo, para que mediante un servicio fiel, devolvamos a Dios lo que le pertenece.

No tenemos tiempo ahora para dedicar nuestras energías y talentos a empresas mundanales. ¿Nos preocuparemos tanto de servir al mundo y a nosotros mismos que perdamos la vida eterna y la imperecedera felicidad de los cielos? No, no podemos consentir en ello. Empleemos todo talento en la obra de Dios. Los que reciban la verdad, mediante sus esfuerzos, deben aumentar el número de los hombres y mujeres que colaborarán con Dios. Hay que alumbrar y enseñar a la gente para que pueda servir a Dios de manera inteligente; deben crecer continuamente en el conocimiento de la justicia.

El cielo entero se interesa en la ejecución de la obra que Cristo vino a hacer en el mundo. Los agentes celestiales preparan el camino para que la luz de la verdad brille en los lugares oscuros. Los ángeles están listos para entrar en comunicación con los que quieran emprender la obra que nos ha sido asignada desde hace años. ¿No nos dedicaremos con energía a buscar los medios de trabajar en las ciudades grandes? Muchas ocasiones se han perdido ya porque no se emprendió inmediatamente esta obra y no se supo avanzar con fe. El Señor dice: “Si hubieseis creído los mensajes que os dirigí, no habría tanta falta de obreros y de medios para sostenerlos”.

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La venida de Cristo se acerca apresuradamente. El tiempo que nos queda para trabajar es corto, y hay hombres y mujeres que perecen. Dijo el ángel: “¿No debieran los hombres que han recibido tanta luz cooperar con Aquel que envió a su Hijo al mundo para dar a los hombres la luz y la salvación?” ¿Acaso los hombres que recibieron el conocimiento de la verdad, renglón tras renglón, precepto tras precepto, un poco aquí y otro poco allá, tendrán en poca estima a Aquel que vino a la tierra para hacer a todo creyente partícipe de su divino poder? Así es como la divinidad de Cristo debía hacerse efectiva en la salvación de la familia humana y dar eficacia ala intercesión de nuestro Sumo Sacerdote ante el trono de Dios. En el cielo es donde el plan fue ideado. ¿No sabrán apreciar una bendición tan grande los que fueron comprados a tan alto precio?

El Señor no puede aprobar a un pueblo que, aunque hace profesión de piedad y declara creer en su próxima venida, deja sin advertir a las ciudades de que pronto van a caer juicios sobre la tierra. Los que obran así deberán dar cuenta de su negligencia. Cristo dio su preciosa vida para salvar a la gente que perece en sus pecados. ¿Nos negaremos a cumplir la obra que se nos asignó, y a cooperar con Dios y con los agentes celestiales? Millares de personas obran de este modo porque no se identifican con Cristo ni manifiestan en su vida su gran sacrificio, por medio de obras de justicia que sean frutos de la gracia salvadora. Sin embargo, ésta es en realidad la obra dada a los hombres por el sacrificio del Hijo de Dios. Sabiendo esto, podemos quedar indiferentes? Hermanos míos, os invito a despertar. Las facultades espirituales que no se ejerciten en ganar almas para Cristo se debilitarán y acabarán por morir. ¿Cómo podremos justificamos si descuidamos la grande y bella obra para cuya realización Cristo dio su vida?

No podemos dedicar acosas vanas e insignificantes los pocos días que nos quedan aquí en la tierra. Debemos humillar nuestra alma delante de Dios de manera que cada cual pueda recibir la verdad y permitirle que realice en su vida una reforma que convenza al mundo de que esa verdad es realmente de Dios. Permanezca nuestra vida oculta con Cristo en Dios. Cuando busquemos al Señor como niñitos; cuando dejemos de encontrar defectos en nuestros hermanos y hermanas y en los que se esfuerzan por llevar fielmente las responsabilidades de la obra; cuando procuremos poner nuestros propios corazones en regla con Dios; entonces, y sólo entonces, podrá él usarnos para gloria de su nombre.

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Si queremos que Dios se agrade de nuestro trabajo, debemos asumir delante de él una actitud de sacrificio personal. Recordemos que la simple profesión nada es, a menos que la verdad esté en el corazón. Es necesario que el poder convertidor de Dios tome posesión de nosotros, para que podamos comprender las necesidades de un mundo que perece. El mensaje que estoy encargada de anunciaros es éste: Preparaos, preparaos para el encuentro con el Señor. Aderezad vuestras lámparas y que la luz de la verdad brille hasta en los lugares más apartados. Hay un mundo entero que espera que se le anuncie la proximidad del fin de todas las cosas.

Hermanos y hermanas, buscad al Señor mientras puede ser hallado. Se aproxima el tiempo cuando los que habrán despilfarrado su tiempo y sus oportunidades se lamentarán de no haber buscado a Dios. El os dio la facultad de raciocinio, y desea que la uséis para vosotros mismos y para su obra. Quiere que trabajéis con celo para él en las iglesias. Quiere que organicéis reuniones para la gente de afuera, para que ella aprenda a conocer las verdades de este último mensaje de amonestación. Habrá lugares donde seréis recibidos con gozo, donde las almas os agradecerán de haber ido en su ayuda. Quiera Dios ayudaros a entregaros a esta obra como jamás lo habéis hecho.

Empecemos a trabajar con aquellos que todavía no tienen la luz. “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra -dice el Señor, y agrega-: He aquí, yo estoy con vosotros todos los días”. Mateo 28:18, 20. Lo que necesitamos es una fe viva que nos haga proclamar sobre el abierto sepulcro de José de Arimatea que tenemos un Salvador vivo, que irá delante de nosotros y obrará con nosotros. Dios hará la obra si le damos los instrumentos. Debe manifestarse entre nosotros mucha más oración y mucho menos espíritu de duda. Debemos colocar el ideal muy alto, siempre más alto ante el mundo. Debemos recordar que Cristo está siempre a nuestra derecha cuando anunciamos la libertad a los cautivos y damos el pan de vida a las almas hambrientas. Cuando recordemos constantemente la urgencia e importancia de nuestra obra, la salvación de Dios se revelará en forma notable.

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Dios nos ayude a vestir la armadura y a obrar con fervor como quienes reconocen que las almas merecen salvarse. Procuremos una nueva conversión. Necesitamos la presencia del Santo Espíritu de Dios para enternecer nuestros corazones y evitar el espíritu de aspereza en nuestro trabajo. Ruego a Dios que su Santo Espíritu tome plena posesión de nuestros corazones. Procedamos como hijos de Dios, que buscan sus consejos y están listos para seguir sus planes dondequiera que les sean presentados. Dios será glorificado por un pueblo tal y los testigos de nuestro celo dirán: Amén, amén.

“Despierta, despierta, vístete tu fortaleza, oh Jerusalén, ciudad santa… ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que publica la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salud, del que dice a Sion: Tu Dios reina! ¡Voz de tus atalayas! Alzarán la voz, juntamente darán voces de júbilo; porque ojo a ojo verán que Jehová vuelve a traer a Sion. Cantad alabanzas, alegraos juntamente, soledades de Jerusalén: porque Jehová ha consolado su pueblo, a Jerusalén ha redimido. Jehová desnudó el brazo de su santidad ante los ojos de todas las gentes; y todos los términos de la tierra verán la salud del Dios nuestro”. Isaías 52:1, 7-10.

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