Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 123-131, día 013

Luego, me fueron señalados los años 1843 y 1844. Reinaba entonces un espíritu de consagración ahora ausente. ¿Qué le ha sucedido al pueblo que profesa ser el pueblo peculiar de Dios? Vi la conformidad con el mundo, la falta de voluntad para sufrir por la verdad y notable rebeldía ante la voluntad de Dios. Me fue mostrado el ejemplo de los hijos de Israel después que salieron de Egipto. Dios, en su misericordia, los sacó de entre los egipcios, para que pudiesen adorarle sin impedimento ni restricción. En el camino, obró milagros por ellos, y los probó con estrecheces. Después que Dios había obrado tales maravillas por ellos, y los había librado tantas veces, se quejaban cuando advertían que él los probaba. Sus palabras eran: “¡Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto!” Éxodo 16:3. Codiciaban los puerros y cebollas que había en esa tierra.

Vi que muchos de los que profesaban creer la verdad referente a los últimos días, encontraban extraño que los hijos de Israel murmurasen en su camino, y que, después de tan maravilloso trato divino, fuesen tan ingratos, que olvidaran cuanto Dios había hecho por ellos. El ángel dijo: “Peor que ellos os habéis conducido vosotros”. Vi que Dios les ha dado a sus siervos la verdad tan clara, tan explícita, que es imposible negarla. Por doquiera que vayan, se les asegura la victoria. Sus enemigos no pueden rebatir la convincente verdad. La luz derramada es tan clara que los siervos de Dios pueden levantarse en cualquier parte y dejar que la verdad, evidente y compacta, consiga el triunfo; y sin embargo, aún no han estimado ni comprendido esta grandiosa bendición. Si sobreviene una prueba, algunos miran hacia atrás y creen que pasan por grandes dificultades, porque, a pesar de llamarse siervos de Dios, no conocen la purificadora eficacia de las pruebas. A veces se forjan e imaginan pruebas ellos mismos, se desalientan con tanta facilidad y sienten luego tan herido su amor propio, que se perjudican a sí mismos, a los demás y a la causa de Dios. Satanás agranda sus tribulaciones y pone en sus mentes pensamientos que, en caso de que se les preste atención, destruirán su influencia y utilidad.

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Algunos se han sentido tentados a retirarse de la obra, para dedicarse a trabajos manuales. Vi que si Dios aparta de ellos su mano y quedan sujetos a las enfermedades y la muerte, entonces sabrán lo que son tribulaciones. Es muy terrible murmurar contra Dios. Los que lo hacen no reparan en que el camino por donde van es áspero y requiere abnegación y crucifixión del yo, y no han de esperar que cuanto les suceda transcurra tan suavemente como si anduvieran por el camino ancho.

Vi que algunos siervos de Dios, aun de entre los predicadores, se desaniman tan fácilmente y son tan quisquillosos que se creen despreciados y perjudicados cuando en realidad no es así. Consideran penosa su suerte. No echan de ver lo que les sucedería ni las angustias que pasarían si Dios apartase de ellos su mano, pues entonces fuera su suerte diez veces más dura que antes, cuando estaban empleados en la obra de Dios, sufriendo pruebas y privaciones, pero con la aprobación del Señor.

Algunos de los que trabajan en la causa de Dios no se percatan de cuando les va bien. Han sufrido tan pocas privaciones y conocen tan poco la necesidad, las fatigas de la labor o las cargas del alma, que cuando se encuentran bien y se ven favorecidos de Dios y casi enteramente libres de angustia de espíritu, no lo comprenden y se figuran que son grandes sus tribulaciones. Vi que a éstos los despedirá Dios de su servicio a menos que manifiesten espíritu de abnegación y estén dispuestos a trabajar gozosamente sin escatimar esfuerzos. Dios no los reconocerá como siervos abnegados, sino que suscitará quienes trabajen con fervor y no perezosamente, y conozcan cuando disfrutan de bienestar. Los siervos de Dios deben sentir responsabilidad por las almas y llorar entre la entrada y el altar, exclamando: “Perdona, oh Jehová, a tu pueblo”. Joel 2:17.

Algunos siervos de Dios han entregado sus vidas para gastar y ser gastados en la causa de Dios, a tal punto que su salud se ha quebrantado casi por completo, y ellos están agobiados a consecuencia de su labor mental, incesantes inquietudes, trabajos y privaciones. Otros no tomaron ni quisieron tomar la carga sobre sí, y sin embargo se consideran muy atribulados, porque nunca experimentaron penurias ni han sido bautizados en el sufrimiento, ni lo serán mientras manifiesten tanta debilidad y tan poca fortaleza, y sean tan amantes de la comodidad. Según lo que Dios me ha mostrado, es necesario que haya un castigo entre los predicadores a fin de eliminar a los perezosos, lerdos y egoístas, para que quede una compañía pura, fiel y abnegada, que no busque su bienestar personal, sino que ministre fielmente en palabra y doctrina, con voluntad de soportarlo todo por causa de Cristo y salvar a los que él redimió con su muerte. Sientan sobre sí estos siervos el ¡ay! que se les aplicará si no predican el Evangelio, y esto bastará; pero no todos lo sienten.

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Conformidad con el mundo

Se me mostró la conformidad con el mundo que tenían algunos profesos observadores del sábado. Vi que era una desgracia para su profesión de fe, una desgracia para la causa de Dios. Con ello niegan su profesión. Piensan que no son como el mundo, pero se parecen tanto a los mundanos en vestido, en conversación y en acciones, que no existe distinción entre ellos. Los vi adornando sus pobres cuerpos mortales que en cualquier momento pueden ser tocados por el dedo de Dios y yacer sobre el lecho de angustia. Y luego, al aproximarse a su última etapa, les sobreviene una angustia mortal, y su gran pregunta es: “¿Estoy preparado para morir? ¿Preparado para aparecer ante Dios en el juicio y pasar la gran prueba?” Preguntadles cómo se sienten al adornar su cuerpo, y si saben lo que significa estar preparados para presentarse delante de Dios, y ellos os dirán que si pudieran retroceder en el tiempo y vivir nuevamente el pasado, corregirían sus vidas, eliminarían las necedades del mundo, su vanidad y orgullo, y adornarían sus cuerpos con vestidos sencillos, y darían un ejemplo para todos los que viven a su alrededor. Vivirían para dar gloria a Dios.

¿Por qué es tan difícil llevar una vida de abnegación y humildad? Porque los cristianos profesos no han muerto al mundo. Es fácil vivir así una vez que hemos muerto. Pero muchos anhelan los puerros y las cebollas de Egipto. Tienen la disposición a vestirse y actuar en forma tan parecida al mundo como sea posible, y al mismo tiempo esperan ir al cielo. Esas personas tal vez esperan subir por otra parte, pero no entrarán por la puerta estrecha y el camino angosto.

Se me mostró el grupo que había asistido a la conferencia. El ángel dijo: “Algunos serán alimento para los gusanos,* algunos sufrirán las siete últimas plagas, algunos quedarán vivos y permanecerán en la tierra hasta ser trasladados en la venida de Jesús”.

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Palabras solemnes fueron éstas, pronunciadas por un ángel. Le pregunté al ángel por qué había tan pocos que se interesaban en su bienestar eterno, tan pocos que se preparaban para la última transformación. El dijo: “El mundo los atrae y sus tesoros les parecen valiosos”. Encuentran suficiente para mantener ocupada la mente y no tienen tiempo de prepararse para el cielo. Satanás está siempre listo para hundirlos cada vez más profundamente en dificultades; tan pronto como desaparece de su mente una preocupación o dificultad, genera en ellos el deseo impío de participar más en las cosas del mundo; y en esa forma transcurre el tiempo, y cuando ya es demasiado tarde comprenden que no han ganado nada sustancial. Se han afirmado de sombras y han perdido la vida eterna. Tales personas no tendrán excusa alguna.

Muchos se visten como la gente del mundo porque desean ejercer alguna influencia. Pero con esto cometen un error triste y fatal. Si desean ejercer una influencia genuina y salvadora, debieran vivir de acuerdo con su profesión, mostrar su fe mediante sus obras rectas y establecer una clara distinción entre el cristiano y el mundo. Vi que las palabras, el vestido y las acciones debieran hablar de Dios. Entonces se ejercería una influencia sagrada sobre todos, y todos notarían que ellos han estado con Jesús. Los incrédulos verán que la verdad que profesamos tiene una influencia santa y que la fe en la venida de Cristo afecta el carácter del hombre o la mujer. Si alguien desea ejercer influencia en favor de la verdad, que vivan la verdad en sus vidas y así imiten al humilde Modelo.

Vi que Dios detesta el orgullo, y que todos los orgullosos y los que obran impíamente serán como paja, y arderán en el día que viene. Vi que el mensaje del tercer ángel todavía debe obrar como levadura sobre muchos corazones que profesan creerlo, y eliminar su orgullo, egoísmo, codicia y amor al mundo.

Jesús está por venir. ¿Encontrará a un pueblo conformado al mundo? ¿Los reconocerá como su pueblo al que ha purificado para sí mismo? Oh, no. Nadie, fuera de los puros y santos, será reconocido como suyo. Los que han sido purificados y emblanquecidos mediante el sufrimiento, y se han mantenido separados, sin mancha del mundo, le pertenecerán.

Al contemplar el hecho terrible de que el pueblo de Dios se encuentra conformado con el mundo, y que no hay distinción, excepto en el nombre, entre muchos de los profesos discípulos del humilde Jesús y los incrédulos, me sentí profundamente angustiada. Vi que Jesús había sido herido y avergonzado abiertamente. El ángel dijo que veía con tristeza al profeso pueblo de Dios amando al mundo, participando de su espíritu y siguiendo sus modas: “¡Apartaos! ¡Apartaos! ¡No sea que él os envíe con los hipócritas y los incrédulos fuera de la ciudad! Vuestra profesión tan sólo os causará mayor angustia, y vuestro castigo será mayor porque conocíais su voluntad, pero no la hicisteis”.

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Los que profesan creer el mensaje del tercer ángel, con frecuencia perjudican la causa de Dios comportándose livianamente, gastando bromas y haciendo chistes y ocupándose de frivolidades. Vi que este mal afectaba a todas nuestras filas. Es necesario humillarse delante del Señor, el Israel de Dios debiera desgarrar el corazón y no el vestido. Pocas veces se observa la sencillez infantil; se piensa más en la aprobación de los hombres que en el desagrado de Dios. El ángel dijo: “Poned en orden vuestro corazón, no sea que él os visite con juicio y sea cortado el débil hilo de la vida, y permanezcáis en el sepulcro sin protección, sin preparación para el juicio. O si hacéis vuestra cama en la tumba, a menos que pronto hagáis paz con Dios, y os separéis del mundo, vuestros corazones se endurecerán aún más y os reclinaréis contra un falso apoyo, una supuesta preparación, y descubriréis vuestro error demasiado tarde para aseguraros una firme esperanza”.

Vi que algunos profesos observadores del sábado pasaban horas que eran más que perdidas estudiando esta o aquella moda para adornar su pobre cuerpo mortal. Mientras tratáis de presentaros lo más semejante al mundo, y tan hermosamente como podáis, recordad que el mismo cuerpo puede en pocos días ser alimento de los gusanos. Y mientras lo adornáis a vuestro gusto, para agradar a los ojos, estáis muriendo espiritualmente. Dios detesta vuestro orgullo vano y perverso, y os considera como un sepulcro blanqueado, lleno de corrupción y de impurezas.

Las madres dan un ejemplo de orgullo a los hijos, y al hacerlo, siembran semillas que producirán fruto. La cosecha será abundante e inevitable. Lo que ellas siembran, también segarán. La cosecha no dejará de presentarse. Padres, vi que es más fácil para vosotros enseñar a vuestros hijos una lección de orgullo que una de humildad. Satanás y sus ángeles están a vuestro lado para convertir vuestros actos o las palabras que les habláis en instrumentos efectivos para animarlos a vestirse, y en su orgullo a mezclarse con la sociedad que no es piadosa. Padres, plantáis en vuestro propio seno una espina que con frecuencia sentiréis con angustia. Cuando deseéis contrarrestar la triste lección que habéis enseñado a vuestros hijos, encontraréis que es difícil conseguirlo. Es imposible que podáis lograrlo. Podéis negarles cosas que gratifiquen su orgullo, sin embargo éste sigue viviendo en el corazón, anhelando ser satisfecho; y no hay nada que pueda matar este orgullo fuera de la acción rápida y poderosa del Espíritu de Dios. Cuando éste encuentre su camino hacia el corazón, obrará como levadura y lo desarraigará.

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Vi que tanto los jóvenes como las personas de edad descuidan el estudio de la Biblia. No la convierten en objeto de estudio y en la regla de la vida como debieran. Especialmente los jóvenes son culpables de este descuido. Muchos de ellos están dispuestos y tienen tiempo para leer casi cualquier otro libro. Pero la Palabra que señala la vida, la vida eterna, no es estudiada cada día. Ese libro valioso e importante por el cual serán juzgados en el día final es apenas estudiado. Se han leído atentamente historias insulsas, mientras la Biblia ha sido pasada por alto y descuidada. Vendrá un día, día de nubarrones y de densas tinieblas, cuando todos desearán poseer las claras y sencillas verdades de la Palabra de Dios, para poder dar con humildad, y al mismo tiempo con decisión, razón de su esperanza. Vi que tendrían que fortalecer sus propias almas para el temible conflicto. Sin esto serán hallados faltos y no podrán tener firmeza ni decisión.

Los padres harían mejor en quemar los cuentos inútiles del día y las novelas cuando éstos llegan a su hogar. Esto será un acto de misericordia para los hijos. Si se estimula la lectura de esos libros de cuentos, se produce en los niños una especie de fascinación. Embelesa y envenena la mente. Padres, vi que a menos que despertéis a lo que es el interés eterno de vuestros hijos, éstos seguramente se perderán por vuestra negligencia. Y la posibilidad de que los padres infieles sean salvados, es muy pequeña. Los padres debieran ser ejemplo. Debieran ejercer una santa influencia en sus familias. Debieran vestirse con modestia, ser diferentes del mundo que los rodea. Al valorar el interés eterno de sus hijos, debieran reprochar el orgullo que hay en ellos, reprocharlo fielmente y no estimularlo mediante palabras o acciones. ¡Cuánto orgullo se me mostró que existe entre el pueblo profeso de Dios! Ha aumentado cada año, a tal punto que ahora es imposible distinguir a los adventistas profesos observadores del sábado, del mundo que los rodea. Vi que era necesario arrancar este orgullo de nuestras familias.

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Se ha gastado mucho en cintas y encajes para los sombreros, en collares* y otros artículos de adorno innecesarios, mientras Jesús el rey de gloria, que rindió su vida para redimirnos, llevó una corona de espinas. Esta fue la forma como adornaron la cabeza sagrada de nuestro Maestro. El fue “varón de dolores, experimentado en quebranto”. Isaías 53:3. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. Isaías 53:5. Sin embargo, los mismos que profesan haber sido lavados por la sangre de Jesús, derramada por ellos, pueden vestirse con elegancia y adornar sus propios cuerpos mortales, y atreverse a profesar ser seguidores del Modelo santo, abnegado y humilde. Ojalá que todos pudieran ver esto en la forma como Dios lo ve y tal como me lo mostró. Me pareció demasiado para poder soportarlo. Sentid la angustia de espíritu que yo experimenté al contemplarlo. El ángel dijo: “El pueblo de Dios es peculiar; él los está purificando para sí mismo”. Vi que la apariencia exterior es un índice de lo que hay en el corazón. Cuando el exterior se llena de cintas, collares y cosas innecesarias, muestra claramente que el amor de todo eso está en el corazón; a menos que tales personas sean limpiadas de su corrupción nunca podrán ver a Dios, porque únicamente los puros de corazón lo verán.

Vi que era necesario aplicar el hacha a la raíz del tronco. No debiera tolerarse ese orgullo en la iglesia. Estas cosas son las que separan a Dios de su pueblo, que cierran el arca contra ellos. Israel ha estado dormido y sin ver el orgullo, las modas y la conformidad con el mundo que existen en medio de él. Cada mes progresan en orgullo, codicia, egoísmo y amor al mundo. Cuando los corazones sean afectados por la verdad, se producirá la muerte al mundo en ellos, dejarán de lado las cintas, los encajes y los collares; y si están muertos, las risas, las burlas y las mofas de los incrédulos no los afectarán. Sentirán ansiosos deseos de separarse del mundo, tal como su Maestro. No imitarán el orgullo, las modas ni las costumbres mundanas. Mantendrán siempre ante sí el noble objetivo de glorificar a Dios y ganar la herencia inmortal. Este propósito hará desaparecer todo lo que sea de naturaleza terrenal. Dios tendrá un pueblo separado y distinto del mundo. Tan pronto como alguien sienta el deseo de imitar las modas del mundo, sin que lo reprima inmediatamente, Dios cesa de reconocerlo como hijo suyo. Son los hijos del mundo y de las tinieblas. Anhelan con vehemencia los puerros y las cebollas de Egipto, esto es, desean ser tan semejantes al mundo como sea posible; al hacerlo así, los que profesan haberse vestido de Cristo, en realidad lo están desechando, y muestran que son desconocidos de la gracia y desconocidos del manso y humilde Jesús. Si se hubieran familiarizado con él, andarían en forma digna de él.

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Las esposas de los ministros

Vi las esposas de los ministros. Algunas de ellas no ayudan a sus esposos, y sin embargo, profesan creer el mensaje del tercer ángel. Prestan más atención a sus propios deseos y placer, que a descubrir cómo pueden cumplir la voluntad de Dios o sostener las manos de sus esposos por medio de sus oraciones fieles y su conducta cuidadosa. Vi que algunas de ellas siguen una conducta tan obstinada y egoísta, que Satanás las usa como instrumentos suyos, y se vale de ellas para destruir la influencia y utilidad de sus esposos. Se quejan o lamentan abiertamente si se ven sometidas a estrecheces. Se olvidan de los sufrimientos de los antiguos cristianos por amor a la verdad, y piensan que deben cumplir sus deseos y hacer su voluntad. Se olvidan de los sufrimientos de Jesús, su Maestro. Olvidan al Varón de dolores, experimentado en quebranto, que no tenía dónde reposar la cabeza. No quieren recordar aquellas sienes santas, heridas por una corona de espinas. Se olvidan de Aquel que, llevando su propia cruz al Calvario, se desmayó bajo su peso. No sólo la carga de la cruz de madera, sino también la pesada carga de los pecados del mundo, pesaba sobre él. Se olvidan de los crueles clavos que atravesaron sus tiernas manos y pies, y los clamores de su agonía: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” A pesar de todo este sufrimiento que soportó por ellas, se sienten muy poco dispuestas a sufrir por Cristo.

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Vi que estas personas se están engañando a sí mismas. No tienen parte ni suerte en el asunto. Se han apoderado de la verdad; pero la verdad no se ha apoderado de ellas. Cuando la verdad solemne e importante se apodere de ellas, morirá el yo; entonces no dirán: “Iré allí; no me quedaré aquí”; sino que preguntarán sinceramente: “¿A dónde quiere Dios que esté? ¿Dónde puedo glorificarlo mejor, y dónde pueden ser de mayor beneficio nuestras labores unidas?” Su voluntad estará absorbida por la voluntad de Dios. La disposición voluntariosa y la falta de consagración que manifiestan algunas de las esposas de ministros, estorban el camino de los pecadores; la sangre de estas almas manchará sus vestidos. Algunos de los ministros han dado un testimonio enérgico respecto del deber y los males de la iglesia; pero no han tenido el efecto debido porque sus propias compañeras necesitaban el testimonio directo que se daba, y la reprensión recayó sobre ellos mismos con gran peso. Estos predicadores permiten que sus compañeras los afecten, los arrastren hacia abajo y llenen su mente de prejuicio. Se sienten abatidos y desalentados, y no comprenden que la verdadera fuente del mal está muy cerca de ellos mismos, y así pierden su utilidad e influencia.

Estas hermanas están estrechamente vinculadas con la obra de Dios si es que él ha llamado a sus esposos a predicar la verdad presente. Estos siervos, si verdaderamente son llamados por Dios, sentirán la importancia de la verdad. Se colocarán entre los vivos y los muertos, y velarán por las almas como quienes han de dar cuenta. Solemne es su vocación y sus compañeras pueden ser para ellos una gran bendición o una gran maldición. Pueden alentarlos cuando están abatidos, consolarlos cuando están desanimados, y animarlos a mirar hacia arriba y confiar plenamente en Dios cuando les falta la fe. O pueden seguir una conducta opuesta; mirar el lado sombrío, pensar que pasan por tiempos difíciles, y no ejercer fe en Dios, hablar de sus pruebas e incredulidad con sus compañeros, albergar un espíritu quejoso y murmurador, y ser un lastre y hasta una maldición para ellos.

Vi que las esposas de los ministros deben ayudar a sus esposos en sus labores, y cuidar muchísimo la influencia que ejercen; porque hay quienes les observan y esperan más de ellas que de otros. Su indumentaria, su vida y conversación debieran ser un ejemplo que tenga sabor de vida y no de muerte. Vi que deben asumir una actitud humilde y mansa, aunque digna, sin dedicar su conversación a cosas que no tienden a dirigir la mente hacia el cielo. Su gran pregunta debe ser: “¿Cómo puedo salvar mi propia alma, y ser el medio de salvar a otros?”

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Tatiana Patrasco